II
En un paraíso celestial, muchas musas que vestían tutús orlados de joyas, danzaban alegres melodías. Con mucha delicadeza encarnaron el tan conocido fondue, arrastradas por la melodía de Tchaikovsky, en otro momento sonaba voces de primavera del famosísimo Strauss, y luego entró en escena el segundo vals de Dimitri. Las musas sonreían con encanto mientras giraban sobre su propio eje. Uno, dos, tres. Primera posición, segunda posición, tercera posición, cuarta posición, quinta posición, glissade derrière, pas jeté y grand jeté. Cuando sobrevino el gran pas de deux, las parejas de fondo dejaron de danzar, y una prima ballerina con grandioso tutú rosa con tintes morados, entró en escena con un apuesto caballero que vestía una mallera y un abrigo fino hecho a base de terciopelo celeste.
Desde lejos Valentina miraba encantada la escena, intentó imitar torpemente los movimientos, pero falló. Al terminar al pas de deux los protagonistas tomaron un descanso. De pronto el cielo se oscureció y todo se ilumino de estrellas fugaces. Valentina se emocionó mucho, y ante un evento casi mágico de tal magnitud, pensó que lo ideal era pedir un deseo.
—Querida estrella —dijo cerrando los ojos—, deseo con mucha ilusión vivir una historia como la de Clara.
Abrió los ojos y siguió contemplando la escena. En ese momento algo raro nubló el panorama. El rey ratón con ayuda de sus huestes interrumpieron la fiesta y, el caballero, volvió a convertirse en un cascanueces. Desde lo lejos se divisó una tropa de húsares de color alazán con sus respectivos soldados. El cascanueces se puso por delante y dio una orden, pero los soldados no estuvieron de acuerdo. Uno de ellos se bajó de su caballo y dijo algo, el cascanueces le contradijo y otro soldado se acercó a apoyar a su compañero. El rey ratón alzó su cetro, y recitó unas palabras extrañas. Una luz salió de él y cayó sobre el cascanueces y su ejército. De inmediato muchos soldados rompieron la formación para apoyar al soldado. Con el enemigo enconado, las huestes del rey ratón, atacaron, derrotando al cascanueces sin gran dificultad.
Siendo testigo de ese vejamen, la niña lloró con mucha rabia desde su posición, y gritó con mucho rencor como odiaba al rey ratón. El rey la escuchó, y con una sonrisa sardónica alzó su cetro y la volvió diminuta.
Asustada, Valentina se despertó, y al darse cuenta que era un sueño se tranquilizó un poco. Intentó levantar su manta, pero, se dio cuenta que esta pesaba demasiado.
—¿Desde cuándo las colchas son tan pesadas? —se preguntó.
Bostezó con proeza y se dio cuenta, que no solo su manta, sino que la almohada sobre la cual descansaba tenía un tamaño descomunal. De inmediato se levantó, y con mucha dificultad movió la manta. Al pararse se dio cuenta de algo que no esperaba: todo a su alrededor era gigantesco.
—¿Es que soy Clara? ¿Ahora viviré como Clara? ¿Dónde está mi cascanueces? —se preguntó desesperada—. ¿Quién me salvará de este infortunio?
Sin saber que hacer comenzó a llamar con gran desesperación a su mamá y a su papá, pero su pequeño ser a duras penas pudo emitir una pequeña vocecilla chillona que se perdió en su habitación. Desolada, comenzó a llorar. Una mariposa que iba pasando por allí se sintió atraída por el llanto de la pequeña, y al escucharla tan triste se le rompió el corazón.
—¿Qué te pasa chiquilla? —preguntó.
—No lo sé.
La mariposa pensó que la pobre se perdió en busca de aventuras, con curiosidad y una leve preocupación, se acercó un poco más, y al verla sin alas, se compadeció.
—Pobre chiquilla —dijo para sí misma—, ahora entiendo la razón de tu honda tristeza.
Pensando que la niña se había quedado sin alas, le tuvo compasión. Comenzó a pensar dónde las pudo haber perdido, y voló por todo el lugar en busca de ellas. Se imaginó el dolor que suponía perderlas. Alguna vez había escuchado la historia de una sílfide que perdió sus alas, según ésta, la pobre murió al haberle sido arrebatada su esencia a consecuencia de una bruja. Miró a la niña desde la lejanía y entrevió que la niña no estaba mal, pero por cualquier cosa, lo mejor era evitar cualquier imprevisto. Se acercó de nuevo a la chiquilla, y le ofreció su espalda, era mejor estar preparado para las desventuras, si algo le llegaba a pasar, lo mejor era estar rodeada por todas sus hermanas.
Valentina miró a la mariposa sin entender nada.
—Sube —dijo—. Te llevaré con tus hermanas.
Con una chispa de esperanza Valentina subió a su espalda. Imaginó que sus "hermanas" podían ayudarle a vencer el hechizo del rey ratón. Pero, después otro escenario retumbó en su cerebro ¿y sí no podían? ¿y si se quedaba así para siempre? ¿sería posible que sus padres la aceptaran aún con ese tamaño tan diminuto? La desesperación volvió a invadirla, y con la incertidumbre de no saber que le esperaba, lloró, y lloró hasta que no pudo más. Al amanecer se había quedado dormida de tanto llanto.
Cuando la mariposa llegó al jardín de las sílfides, sintió compasión de verla dormida y no quiso despertarla, por lo que, con mucha delicadeza la colocó en una flor para que descansara un rato más. Después fue a ver a otras sílfides y les contó sobre las alas arrebatadas.
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