I

Valentina vio con gran entusiasmo como Clara se movía en el escenario con gran destreza. Jamás un ballet la había deleitado tanto, como el cascanueces. La historia sobre la niña que visita un mundo de ensueño parecía el principio de un mundo idílico. Soñolienta y perdida en su gran imaginación, se vio a sí misma protagonizar en el escenario la gran aventura. Quizá ella sería Mother Ginger, o quizá la gran hada de los dulces. Tal vez sería mejor ser el hada de las flores y danzar bajo el hechizo mágico de la música de Tchaikovsky, o tal vez sería mucho mejor ser quien baila la música de España y moverse bajo el ritmo del flamenco. Se imaginó pronunciando olé, y sonrío. Sin duda todos los personajes de la conocida obra eran deleitables.

—Lo mejor es ser Clara y disfrutarlos a todos —sentenció—, si yo fuese Clara, vería al gran tío Drosselmeyer, también celebraría la Navidad con mi familia, y con mucha felicidad abriría los regalos. Cuidaría al cascanueces, bailaría con los niños, y al dormir vería al ratón. Luego veré de nuevo al cascanueces y a continuación sería testigo de toda la maravillosa velada.

Feliz, como nunca antes por tal descubrimiento, les dijo a sus padres que quería crecer para poder bailar como Clara. Al llegar a casa imitó unos cuantos pasos que memorizó, y antes de dormir, pidió al cielo poder vivir una historia como la de Clara. 

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