🦋 Viajar 🦋

Paloma estaba convencida de que había algo mágico y maravilloso en viajar y conocer lugares nuevos. Era una sensación de adrenalina que le hacía tamborilear el corazón como si se le quisiera salir del pecho. Podía sentirlo desde el instante en el que pisaba el aeropuerto o la estación que la llevaría a su siguiente destino. Era un cosquilleo que se le subía por los pies y le recorría el cuerpo hasta alcanzar el corazón y agitárselo. Amaba esa sensación, una mezcla de la incertidumbre de no saber qué aventuras le esperaban en nuevas tierras y la idea de poder empezar de nuevo en cualquier sitio en el que nadie la conociera. Viajar para ella implicaba una nueva oportunidad de «ser» que solo se conseguía en un sitio en el que no se ha «sido» antes. Era una manera de reiniciarse y reinventarse, y a Paloma le gustaba tener esa capacidad de poner el marcador de nuevo en cero.

Ella pensaba que en una ciudad que no era la suya nadie la conocía, por tanto, nadie la juzgaría, más si la veían como extranjera. A los turistas se les permite equivocarse, hablar mal el idioma, caminar vestidos con ropas que no van a la moda o llevar cámaras enormes y riñoneras en la cintura. A los extranjeros se les permite vagar sin rumbo y conocer lugares turísticos un martes a la mañana, dormir tarde o comer mucho, nadie les exige seguir rutinas aburridas ni pautas prefijadas. Y según ella, todo eso facilita a los viajeros descubrirse una y otra vez, conocer qué persona podrías llegar a ser en cada sitio. Y comprobaba siempre, con absoluto asombro, que todas las versiones de personas que podría ser en cada lugar eran distintas a la que era en su país de origen o en el sitio en el que vivía.

Y esa era la adrenalina que ella asociaba a viajar y que tanto le encantaba, la de poder ser miles de versiones de sí misma en una especie de universo paralelo en la cual la Paloma que estaba en Brasil en ese momento, no sería jamás la misma si estuviera en su casa, en Galicia.

Y es que ella siempre había tenido algunos problemas con eso de encontrarse a sí misma, no comprendía por qué tenía que ser solo de una forma o por qué no podía ser distinta de la que era el día anterior. Le parecía una tontería que la gente te encasillara de una manera puesto que el ser humano cambia constantemente y el mundo gira día tras día. Tampoco comprendía por qué una persona a la que llamaban buena no podía ser mala en ciertas circunstancias, o una persona simpática, no podía ser un poco antipática otro día. ¿Acaso uno no podía ser hoy de una manera y mañana de otra? ¿Por qué eso siempre llevaba a decepcionar a las personas que cargaban sobre tus hombros sus propias expectativas? Paloma defendía que las personas podían cambiar, y aun así seguir siendo ellas mismas, en una versión mejorada o quizás, en algunos casos más tristes, en una versión peor, pero pensaba que todos los seres humanos tenían la capacidad de elegir ser alguien distinto cada día, y en esa búsqueda incesable, tratar de ser mejor persona.

Por eso odiaba que la encasillaran en una forma de ser o en una palabra. Según su padre, Paloma era muy compleja; según su abuela, ya debería sentar cabeza puesto que ella a su edad ya estaba casada y esperaba una hija. Según su tía, Naomi, tenía que hacer lo que le viniera en ganas porque la vida era muy corta y no valía la pena estresarse. Según Camelia debía buscar su mejor versión e intentar ser feliz, y, según su hermanito, Mateo, debía dejar de viajar porque no le parecía justo que ella fuera por allí a divertirse mientras él tenía que ir a la escuela. El caso era que, al final, cada quién la juzgaba desde su posición y sus miedos, desde el sitio desde el cual cada uno miraba el mundo, ¿y qué mejor que viajar para comenzar a mirar el mundo desde otras perspectivas y desde otros sitios?

Sí, era cierto, a lo largo de su vida había sido varias Paloma, y todavía andaba buscando a la definitiva, o quizá no existiera nunca una definitiva y la vida se tratara de eso, de buscar y buscar, de seguir y seguir, de vivir y vivir, de experimentar y sentir.

Caminó por el aeropuerto de Guarulhos con la adrenalina temblándole en el alma mientras intentaba seguir los carteles para no perderse y se cruzaba con miles de personas que iban y venían. Buscó la salida sin dejar de preguntarse por las historias de esas personas, ¿a dónde irían? ¿de dónde vendrían? ¿serían felices? ¿quiénes los esperarían? ¿quiénes los extrañarían?

Y es que a Paloma el mundo le resultaba un lugar maravilloso digno de recorrer y conocer, ella pensaba constantemente en la profundidad de todo lo que la rodeaba y en lo distintos que eran los seres humanos a pesar de ser tan parecidos. Su padre, Ferrán, solía decirle que le recordaba a su madre cuando era tan reflexiva sobre esos temas, y a ella le gustaba. Le agradaba recordarle a su madre porque Abril había sido una mujer fantástica, una persona a la que había admirado siempre, a pesar de haberla tenido tan poco tiempo a su lado.

Al salir de la zona de desembarque se encontró con un chico alto y vestido de traje, traía un cartel con su nombre y el logotipo de la agencia que había contratado su padre para llevarla al sitio donde se hospedaría y donde también sería la conferencia. Se acercó, se presentó, y con un español de acento extraño, el chico que dijo llamarse Thiago, le dio la bienvenida y le pidió que esperasen a dos personas más antes de partir. Paloma asintió y buscó su celular para activar el roaming y así poder enviar un mensaje al grupo familiar avisándoles a Mel y a su padre que ya había llegado.

También le mandó un mensaje a su abuela Alma y a su tía Naomi, porque si no, la primera no tardaría en preocuparse y comenzar a llamarla un millón de veces.

Un rato después, llegaron las otras personas a quienes esperaban, una mujer unos años mayor que ella y un hombre de unos cincuenta. Thiago los guio hasta un vehículo a la salida del aeropuerto y los ayudó a cargar las maletas. Después les indicó el orden en que los dejaría en sus respectivos hoteles, Paloma sería la segunda.

«¿Ya vas de camino al hotel?». Preguntó su papá.

«Sí... ya». Respondió ella y les adjuntó un emoticono de carita sonriente.

Luego se perdió en el paisaje de la ciudad, edificios altos, mucha gente por las calles, tráfico caótico y mucho movimiento. La emoción en la panza que sentía cada vez que un viaje empezaba se hacía más intensa, le parecía genial estar en Brasil, un sitio cargado de magia al que probablemente todo el mundo quería ir. Por un instante se sintió sola, estaba muy a gusto, pero le habría agradado tener a alguien con quien compartir la experiencia.

Entonces recibió otro mensaje y agradeció que este le sacara de esa espiral de autocompasión en la que casi entraba, buscó el celular y lo revisó.

«Dicen las malas lenguas que ya estás por mis tierras. ¿Les aviso a los chicos que se cuiden de ti?».

Era Ian, el hermano menor de Camelia que vivía en Salvador, Bahía desde hacía unos cuantos años. Paloma anhelaba conocer ese lugar desde que Mel le comentó lo que él le contaba. Se decía que era la zona más bonita de Brasil, y por eso, cuando supo de ese viaje que debería hacer por cuestiones laborales, decidió que luego conocería un poco más de esas tierras. Después de todo no era un viaje que se hiciera todos los días.

Ian y Paloma no habían convivido mucho, cuando Mel entró a la vida de la muchacha, él estaba estudiando en el exterior, se habían visto en ocasiones importantes para todos como cuando Ferrán le pidió casamiento a Camelia, en la boda o en el nacimiento de Mateo, en algún que otro cumpleaños o fiestas de fin de año, pero no siempre coincidían, sobre todo desde que ella se había mudado a vivir sola y luego había empezado a viajar. Además, cuando sus padres se mudaron a España, las visitas de Ian se espaciaron más, ya que las distancias eran mayores, y con ellas, los costos de cruzar el océano.

Pero Paloma sabía a la perfección lo que significaba Ian para Camelia porque ella se lo había contado en varias ocasiones. Él era el motor que la había sacado a flote y la había impulsado a seguir cuando ya no tenía motivos para hacerlo.

«Mejor diles que se pongan en la fila para ver si hay alguno interesante». Respondió con diversión y luego miró las conversaciones viejas que habían tenido. Nunca habían hablado demasiado por mensajes más que un feliz cumpleaños o feliz Navidad.

Perdió de nuevo la mirada en la ventanilla y pensó en Camelia, en lo difícil que tuvo haber sido su vida y en lo valiente que era. La admiraba muchísimo y la amaba con la misma intensidad con la que amaba a Abril. Paloma se sentía la persona más afortunada del planeta por poder gritarle al mundo que había tenido dos madres fantásticas. La primera: la que le había dado la vida, aunque se tuviera que ir cuando ella solo tenía ocho años y, la segunda: la que le devolvió la vida y las esperanzas cuando con doce años se sentía perdida y abandonada.

«Espero que disfrutes tu estadía por aquí, pajarito, te espero en mi pequeño nido para mostrarte lo que es la belleza».

El mensaje de Ian la hizo sonreír al recordar con cariño el día en que comenzó a llamarla así. Ella estaba muy contenta de al fin conocer al famoso hermano menor de Camelia. En ese momento era una niña con muchas carencias afectivas y pensó que él sería un hermano mayor para ella, de esos que siempre te protegen y te defienden, ese que está siempre allí. No era el hijo de Mel, pero ella lo había criado, así como iba a criarla a ella, y eso los unía de alguna manera.

Pero Ian no estaba nunca, estudiaba fuera y vivía sus experiencias de juventud a lo lejos. Para ellos no era más que una figura a la que veían de vez en cuando y que sabía cuán importante era para Mel, una llamada semanal, una charla en la mesa sobre sus andanzas o aventuras, una historia del pasado de la mujer que ahora la cuidaba a ella.

Pero cuando lo conoció, fue divertido, él llegó de sorpresa a la casa porque estaba de vacaciones y se encontró con ella y su padre en casa de Camelia. En aquel entonces, ellos acababan de admitir que se amaban gracias a lo que Paloma creía fue su brillante intervención, y estaban a punto de ir a Galicia de vacaciones. Ian y ella congeniaron de inmediato, él era divertido y ella muy extrovertida por lo que pronto comenzaron a hacer bromas a su padre o a Camelia, lo que generó un ambiente familiar que Paloma atisbó era el principio de su nueva vida, de su nuevo hogar.

—Paloma, me gusta tu nombre. Las palomas son pajaritos muy inteligentes —añadió.

—Lo sé...

—¿Sabías que manejan nociones de tiempo y espacio de la misma manera en la que lo hacen los humanos? —preguntó y ella lo miró con curiosidad.

—No, no lo sabía —negó y él asintió—. ¿Te gustan las aves?

—Me encantan, estudio biología y quiero especializarme en ornitología...

—¿Qué es eso? —inquirió la pequeña.

—Es el estudio las aves, pajarito —añadió.

—Vaya... ¿y en qué trabajarás?

Esa conversación no acabó porque en ese momento Ferrán la llamó para llevarla a lo de su abuela y se despidieron. Desde ese día él siempre la llamaba así cada vez que se veían o se cruzaban en las reuniones familiares, y a ella le agradaba.

«Pues estoy ansiosa por conocer todo aquí. Gracias por darme un sitio en tu ciudad, espero que no sea mucha molestia y solo una obligación impuesta por Mel... Te puedo asegurar que nos divertiremos».

«Tengo miedo... después de lo que he escuchado de ti, tengo que admitir que temo por mi seguridad».

Ella se echó a reír con aquel mensaje y el hombre que estaba a su lado la miró con curiosidad, Paloma solo se encogió de hombros y siguió conversando.

«Soy una pajarita inofensiva, tranquilo».

Ian respondió con un emoticono de un pollito saliendo del huevo y ella negó con diversión. Sabía que él habría escuchado muchas historias sobre ella y no todas serían buenas, había tenido una etapa un poco oscura en la adolescencia y casi podía escuchar a Mel contándole todo aquello que le preocupaba con la desesperación de una madre que no sabe lidiar con la rebeldía de una hija a la que teme perder. Hasta donde ella sabía, él nunca había sido de los rebeldes, no le había ocasionado problema alguno a su hermana, siempre había sido correcto, educado y perfecto, el chico diez que cualquier madre, o en este caso hermana que hacía de madre, habría deseado tener.

Ella, sin embargo, se movía por impulsos, por las cosquillas en el estómago, el vértigo o las ganas de experimentar todo lo que le estaba prohibido y de saber hasta dónde podía llegar o cuáles eran sus verdaderos límites, porque Paloma pensaba que esa era la única manera de saber quién era uno en realidad y hasta dónde podía llegar.

Amo a Paloma, es junto a Frieda y Carolina uno de mis personajes femeninos favoritos :)

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