🦋 Sanar 🦋
Paloma acompañó a Cristina, la escritora cuyo libro iba a ser presentado a la sala donde se haría el evento. La mujer estaba emocionada y nerviosa y Paloma intentaba calmarla comentándole que su libro había sido un éxito tal cual lo habían esperado y que la sala estaría llena de gente.
—Me preocupan las preguntas, siempre me preocupan —dijo la mujer.
—No se preocupe, ya verá que podrá con todas... Recuerde que usted es quien más conoce la historia y a sus personajes.
La mujer asintió y unos minutos después la presentación del libro comenzó.
Era una historia de amor y dolor que Paloma recordaba bien, la había leído el año pasado y le había tocado profundamente. Se trataba de una mujer que perdía a su marido en un accidente de tren y de cómo superaba lentamente el duelo al tiempo que pasaba por diferentes etapas. Paloma lloró con ese libro, se empapó del dolor y la angustia de esa mujer que al inicio no podía levantarse de la cama. En el fondo, le ayudó a comprender el dolor de su padre y la llevó a aquellos recuerdos que en su cabeza se habían grabado diferente.
Recordó que fue allí cuando comprendió que todas las historias tienen varios puntos de vista, que lo que unos ven desde arriba, otros ven desde abajo o desde el costado, y que así cambiaba por completo el significado de lo sucedido. Los recuerdos que ella guardaba eran de niña, pero su padre había sufrido como esa protagonista, y leer ese libro le había ayudado a ponerse en sus zapatos y comprenderlo un poco más.
Durante el inicio de la presentación, estuvo atenta a los detalles del evento, le encantaba ponerse a trabajar porque así no pensaba en todos sus problemas y en lo mal que se sentía. Pero siempre llegaba la noche, y con ella el silencio, y con el silencio la ausencia de Ian, del mar, de sus caricias, de sus brazos.
Y con la ausencia el vacío.
Y el vacío la ahogaba.
Estaba en un callejón sin salida, la asfixiaban tanto sus temores a quedarse como el sufrimiento por haberse ido, y no sabía para donde tirar.
Las preguntas comenzaron y ella prestó atención, siempre le resultaba entretenido la manera en que los autores respondían a las preguntas de los lectores, consideraba que podía aprender mucho de ello.
Muchas personas preguntaron lo más común, en qué se inspiró para escribir esa historia, si acaso ella había vivido algo así, si pensaba escribir una segunda parte o si cuáles eran sus planes futuros o nuevos proyectos. Pero entonces, una muchacha pidió la palabra y el micrófono llegó a ella.
A Paloma le llamó la atención lo triste que se veía, sus ojos estaban perdidos y su cuerpo abatido, no había un ápice de energía en ella, parecía completamente derrotada, el micrófono incluso se veía como si fuera un peso que ella no sería capaz de sostener.
—Quería agradecerle, nada más —susurró apenas—, su libro me ayudó a hacer más llevadero el duelo por la muerte de mi novio. No tuvimos mucho tiempo para amarnos —dijo entre sollozos y Paloma sintió que se le apretaba el corazón porque el dolor de la muchacha era tangible—, eso es lo que más me duele... teníamos muchos planes, ¿sabe? Y se fueron todos con él... lo único que me queda es aquello que dice su personaje en los capítulos finales, que el amor que aún siento significa que fue real, que existió, que existimos... que en un periodo de tiempo fuimos... Y me encanta, ¿sabe? Su reflexión sobre el tiempo y el amor y las cosas que dejamos pasar pensando que serán eternas... Siempre lo pienso, ojalá hubiésemos tenido más tiempo.
La mujer dejó el micrófono y se sentó, rendida. Paloma derramaba una lágrima y toda la concurrencia se veía envuelta en un halo de tristeza. El amor de aquella mujer era tan grande como su sufrimiento y había contagiado a todos en esa sala.
—Siento mucho tu pérdida —dijo la autora compasiva—, y espero que, en algún momento, al igual que nuestra protagonista femenina, encuentres la luz y las fuerzas para seguir, porque tu vida no se detuvo, sigue... y tú todavía tienes tiempo... un tiempo que también un día se va a acabar, y debes hacer algo con él para honrar la memoria de ese amor. Sé que ahora no lo ves, pero el amor cuando es bonito siempre te hace mejor, incluso aunque no haya podido ser... un día sacarás fuerzas de ese amor y cuando la tristeza se vaya, aunque siempre quedará el recuerdo, estarás mucho más fortalecida...
La presentación cerró después de dos preguntas más y Paloma buscó a Cristina.
—Has estado muy bien —dijo y la abrazó—, me ha conmovido mucho la muchacha del duelo...
—Lo sé... a todos —añadió la mujer—. Es que es eso lo que tiene la muerte, Paloma. No sé si has perdido a alguien querido, pero nos saca la posibilidad de un futuro con esa persona... y aceptar eso es lo más doloroso... El ser humano siempre está planeando el futuro, pensamos en lo que haremos mañana o en el viaje que haremos el próximo verano... y de repente, todo eso ya no existe, ya no tienes la posibilidad de planear nada con esa persona... y entonces el vacío se hace inmenso...
Una persona se acercó a hablar con Cristina y Paloma se quedó pensando en aquellas palabras, procesándolas en su interior.
Cuando acabó el evento, fue directo a casa de Camelia, era casi las ocho de la noche y lo único que necesitaba era verla y abrazarla. Se sentía abrumada, demasiado sensible, y extrañaba a Ian como si fuera parte de su cuerpo.
—Hasta que apareces —dijo Camelia viéndola ingresar a la casa—. He estado llamándote desde hace dos días y no atendías.
—Lo siento, Mel —comentó y corrió a abrazarla. Camelia estaba enojada, pero la abrazó al verla frágil y vulnerable.
—¿Qué sucede, Paloma? Me estás asustando —susurró.
—Solo quiero estar en casa un rato... he estado en una presentación que ha sido muy dura... ¿Papá está?
—¿Quién me busca? —dijo Ferrán que había escuchado la voz de su hija y había bajado. La abrazó de inmediato y ella se arrojó a sus brazos—. ¿Qué pasa, chiquita?
—Soy una tonta, eso pasa...
—A ver... ¿por qué no nos sentamos, tomamos un café y charlamos? —preguntó Camelia.
—Es un plan magnífico —asintió Ferrán guiñándole un ojo—. Mateo ya se durmió —informó a su esposa.
Una vez en sus lugares y ya con el café caliente y las galletas de naranja de Mel, se sentaron en el sofá para conversar y Paloma les comentó sobre el libro, sobre la muchacha y sobre la presentación.
—¿Y qué es lo que te ha movido de eso? —inquirió Mel—. ¿Has pensado en tu madre?
Paloma negó.
—Sí, pero no... —comentó—. Cuando he leído el libro he pensado en ti —dijo mirando a Ferrán—, he podido ponerme en tus zapatos y sentir ese dolor que una vez sentiste... me hizo bien, papá, porque yo no lo terminaba de comprender —afirmó y bajó la vista—. No sé cómo decir esto...
—Con palabras, Paloma, con las más sinceras y que te salgan del corazón —dijo su padre.
—Pero no quiero lastimarte...
—No lo harás... dilo... —pidió.
Camelia lo tomó de la mano y le regaló una sonrisa dulce para recordarle que ella estaba allí con él.
—Yo... pasé esos años muy mal... mi yo de ocho o nueve años no era capaz de comprender por qué todo se desmoronó, por qué me abandonaron, estaba enfadada... la odiaba a ella y te odiaba a ti... y también temía que te emborracharas tanto que te ahogaras en tu propio vómito y también murieras —Ferrán cerró los ojos con dolor y Mel le apretó la mano—. Sé que han pasado años y que nos hemos arreglado, sé que ustedes dos me han criado en un hogar lleno de amor, no he podido ser más feliz, papá... pero esos años me marcaron...
—Por eso huyes del amor... —afirmó Mel y los dos la miraron—. Sé que estás enamorada, Paloma, y sé que nunca has querido estarlo. Cuando algún chico se te acercaba demasiado como para que lo vieras más allá de algo pasajero, huías, cortabas con todo... pero ahora algo ha cambiado.
—¿Quién te lo dijo? —inquirió con temor.
—Ian...
—¿Qué? ¿Qué más te dijo? ¿Por qué hablaste con él? —preguntó alterada.
—Lo llamé porque pensé que todavía estabas ahí, no avisaste que venías... no sabíamos nada... me pareció extraño el silencio que llevaban y llamé. Me dijo que hacía dos semanas habías vuelto... le dije que no era normal y me contó eso, que estabas enamorada... pero que habías huido.
Paloma cerró los ojos al comprender que Ian lo sabía incluso aunque ella no se lo hubiera dicho, se sintió tonta, suspiró.
—¿Te dijo de quién?
—No, me dijo que eso no iba a decirme...
—Entonces él lo sabe... —susurró—. Sabe lo que siento...
—¿Ian o el amigo de Ian? Me dijo que es su amigo...
Paloma negó.
—¿Qué tiene que ver el amor con eso que ella dijo? —inquirió Ferrán.
—Paloma tiene miedo a perder lo que ama —musitó Camelia—, perdió a su madre y también te perdió a ti un buen tiempo —afirmó—, yo lo recuerdo... Paloma tenía doce años y no llevábamos ni una semana de conocernos cuando ella fue a mi cama y me pidió que no la dejara. A mí me pareció de lo más extraño, pero ella necesitaba sentirse segura, sentir que alguien la quería tanto como para no irse...
—Pero tu madre te amaba, Paloma, si hubiera podido jamás te habría dejado. Y yo también, te he amado siempre, sí que he sido un idiota, pero estaba enfermo, hija... —dijo llevándose las manos a la cabeza—. ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Qué puedo hacer para ayudarte?
Camelia aferró la mano de ambos y suspiró.
—Ella sabe que Abril la amaba, y sabe que tú la amas... pero esas cosas no son racionales, Ferrán, se te quedan dentro y marcan tu destino sin que tú puedas hacer nada. Cuando somos pequeños vemos el mundo de una manera muy distinta, lo comprendemos de otra forma... y así se nos queda grabado. La mente puede tergiversarlo todo... se te graban ideas que luego manejan tu destino y te guían, casi siempre, a donde no quieres ir...
—Sí, es por eso... —añadió Paloma—. Hoy escuché a esa mujer decir que se le acabó el tiempo, y luego Cristina me dijo que la muerte se llevaba la posibilidad de un futuro —sollozó—. Y él está vivo y yo también, y soy yo la que me niego a un futuro... no tiene sentido... No tiene ningún sentido que por miedo a perderlo lo pierda... pero no sé cómo hacerlo, no puedo...
—¿Qué no puedes? —inquirió Ferrán.
—Decirle que lo amo y que sí quiero ser su novia, papá. Decirle que quiero imaginarme un mañana con él... porque cuando lo pienso me da miedo y me paralizo. —Suspiró y los miró a ambos—. Entré en pánico, me dio un ataque de pánico cuando acepté que estoy enamorada y salí corriendo. ¿Se dan cuenta lo ridículo que es?
Camelia sonrió con dulzura.
—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Ferrán—. ¿Qué puedo hacer? No quiero que seas infeliz, hija. ¿Lo llamamos? ¿Quieres ir a buscarlo?
—Está en Brasil, papá —rio Paloma con diversión y ternura.
—Yo creo que lo primero que hay que hacer es aceptar lo que sucede, Paloma ya lo ha hecho. Lo segundo, es ir a terapia —respondió Mel—, eso te ayudará a ordenar tus ideas, sanar esas heridas... Es lo que recomendamos siempre en la fundación, aunque los casos sean distintos —mencionó.
—Bien, entonces busquemos al mejor profesional, tú tienes contactos, Camelia, ayúdanos —comentó Ferrán, Mel asintió y Paloma sonrió, luego se levantó y se sentó en su regazo.
—No te culpo, papá. Te comprendo, de verdad que sí lo hago. No sé qué haría si me enterara que el chico al que amo está enfermo de algo que lo va a llevar de mi lado. Tú y mamá tenían mucha más historia que nosotros y yo siento que moriría si le pasara algo. No te culpo, cálmate, de verdad... solo tenía que sacarlo para intentar ordenarlo y para que lo comprendieran. Te amo, eres y siempre has sido el mejor papá del mundo —susurró y lo besó en la mejilla. Ferrán la abrazó con fuerza.
—Lo siento, corazón, lo siento muchísimo...
—Shhh... ya te he dicho que no es tu culpa.
—Amor, no ganas nada con esa culpa, vamos a ayudarla y ya verás que pronto esos fantasmas se van a ir, y si no se van, al menos ella aprenderá a dominarlos... —Entonces Camelia miró a Paloma—. Mereces ser muy feliz y amar mucho y fuerte, es hermoso, ya lo verás —sonrió abrazándolos a ambos.
—¿Puedo quedarme a dormir aquí? —inquirió.
—Qué pregunta tonta —respondió su padre.
—Voy al baño un rato y luego a tu cuarto a buscar un pijama —dijo a Camelia—, mañana iré por mis cosas y vendré unos días. Lo siento por preocuparlos y no avisarles que estaba de regreso...
—Ian está preocupado, Paloma...
Ella se detuvo al oír su nombre y la miró.
—¿Le avisas que estoy bien? —preguntó segura de que aún no estaba lista para hablar con él.
—Lo llamaré mañana...
Paloma asintió y desapareció hacia el baño.
—Es hora de darle la carta de Abril —propuso Ferrán.
—Espera un poco más, dale un tiempo a la terapia. Leerla ahora podría ser contraproducente, podría confundirla...
—Tienes razón, como siempre... —añadió abrazando a su mujer—. Está enamorada —dijo con una sonrisa.
—Lo sé... —sonrió Camelia—. Es normal estar un poco asustada. Ojalá haya encontrado a un chico que sea tan magnífico como tú...
—Se merece al mejor de los hombres del mundo —dijo Ferrán con orgullo.
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