🦋 Presentimientos 🦋
Ian tardó en responder y Paloma perdió su vista en el paisaje, había mucho verde y eso le encantaba, le parecía que alguien había construido una ciudad en medio de una selva. El tráfico era caótico, pero ella pensaba que tanto verde alrededor siempre resultaba un poco relajante, incluso en la fila interminable de un semáforo.
Ian jugueteaba con sus dedos en el volante mientras sopesaba la idea de abrirse un poco a aquella muchacha de cabellos claros y puntas azuladas cuyas piernas reposaban sobre la guantera de manera desenfadada. Era extraño, pero le generaba confianza. En un principio pensó que quizás estar solo con Paloma podría ser un poco raro, incluso se preguntó de qué hablarían, sin embargo, ella parecía una persona abierta, de esas que nunca pierden oportunidad para hablar de lo que sea.
Y él no era así, por lo que se preguntaba si tenía sentido contarle a aquella muchacha algo que jamás había compartido con nadie, sin embargo, le nacía.
—Nunca he hablado de esto con nadie —mencionó entonces antes de hacerlo, quería saber qué pensaba ella.
—¿Por? —preguntó mirándolo con curiosidad.
—Hay cosas que nos marcan tanto en la vida, que las guardamos muy adentro, como un recuerdo que no queremos volver a revivir, quizá por las mismas emociones que lo impregnaron y que lo hicieron tan profundo en aquel momento...
—Mmmm —tiene sentido—. No tienes que contármelo si no lo deseas —añadió ella y volvió a perder la vista en la ventanilla.
—Eso es lo más raro de todo, que me nace hacerlo y no sé ni por qué.
Paloma no dijo nada y esperó a que él continuara. Ian, sin embargo, se perdió otro rato en sus ideas y no pudo evitar darle vueltas al tema. Quizás era porque, aunque no conocía a la mujer en la que Paloma se había convertido, todavía podía vislumbrar en ella el amor por la vida que siempre había sido su chispa.
Se notaba en cada poro de su piel que era de esas personas que iban de frente ante la vida, que no le temían a nada, que se arrojaban al mundo como si tuvieran la certeza de que este era seguro y no se harían daño. Ian se preguntaba si esa clase de personas sufrían alguna vez, a lo mejor eran personas con un nivel superior de algo que él no conocía y que los hacía capaces de enfrentar realidades sin afectarles lo suficiente, sin dejarle esas marcas que a él le había dejado su propia historia. A lo mejor eran personas más fuertes, a lo mejor más valientes.
Sí, valiente, esa era la palabra.
Y él no lo era, nunca lo había sido. Se había limitado a vivir la vida que tenía que vivir, a hacer lo que se esperaba que hiciera a convertirse en quien debía. Y no estaba seguro de si eso era bueno o malo, no había sido algo horrible, era cómodo y fácil, pero a veces se preguntaba si acaso era suficiente. Si no valdría la pena arriesgarse un poco más.
—Yo tenía diez años... —dijo de pronto en medio de un suspiro—. Supongo que conoces la historia.
—La conozco desde el punto de vista de Camelia, pero cada historia es distinta según quién la cuente, Ian. Cada uno de nosotros vemos las cosas desde distintos lugares y lo vivimos de distintas maneras... para entender algo, debemos ser capaces de mirarlo desde todos los puntos de vistas de las personas involucradas, me gustaría mucho conocer el tuyo —añadió ella dejándolo pensativo y algo asombrado.
Le gustaba cómo hablaba, cómo se expresaba, lo valiente que era hasta en eso, en su forma segura y firme de responder.
—Era solo un niño —susurró—. Amaba a mi hermana mayor, pero no lograba llegar a ella, Camelia tenía un muro de piedras alrededor de ella que nadie nunca podía atravesar, o bordear... o saltar. Por más intentos que hiciera no lo lograba... Todavía no era capaz de comprender los motivos de aquello, y como todo niño cree, pensaba que había algo en mí que hacía que mi hermana no me quisiera del todo. A lo mejor estaba celosa o creía que mis padres me querían más a mí.
—Oh... cosita... —dijo ella con ternura y estiró la mano para hacerle cosquillas en la rodilla derecha.
—Siempre le hablaba de mis videojuegos, era de lo único que yo hablaba todo el día —añadió con diversión—, y trataba de que jugara conmigo, pero ella nunca quería, siempre andaba triste con la mirada perdida en el vacío, hablaba apenas lo suficiente... Sufrían, yo sabía que mis padres y ella sufrían por algo que yo no entendía. Y trataba, desde donde podía, de hacerles reír... Recuerdo bien aquella tarde, porque yo siempre jugaba a esos juegos que tienen opciones, ¿sabes?
—¿Los interactivos que tú eliges la siguiente puerta y cosas así?
—Exacto.
—Yo también los amaba —respondió ella con emoción.
Él sonrió y luego continuó.
—Pues yo iba armando mis propios caminos y destinos, me encantaban esos juegos. Solía preguntarle a ella qué elección tomar, si la puerta verde o la azul, la estrella o el sol... pero ella jamás respondía... Y esa tarde lo hizo, respondió... Y yo sentí que algo era distinto...
—Comprendo... ¿Un presentimiento? —inquirió y él asintió.
—Me dio miedo, pero quise creer que sería algo bueno, que a lo mejor Mel iba a comenzar a hablarme, a lo mejor le gustaba ese juego en particular... a lo mejor era un buen día...
—¿Y qué pasó? —preguntó ella con curiosidad.
—Mis padres llegaron a buscarme para ir a un cumpleaños, el tiempo estaba feo, pero era el cumpleaños de mi mejor amigo, no podía faltar. Yo me despedí de Mel que iba a ir a la universidad o algo así... Ella fue cariñosa, nunca lo era... con todos, con mis padres y conmigo... Me sentí tan feliz...
—¿Y luego? —inquirió con la curiosidad de alguien que no sabe el desenlace de la historia. Tenía los ojos clavados en el rostro del muchacho que seguía con la vista fija en la carretera.
—No volvimos del cumpleaños, ya lo sabes... El accidente fue un rato después de eso, mis padres fallecieron y yo quedé internado por un buen tiempo...
Paloma no dijo nada, asintió levemente y volvió a mirar el paisaje que dejaban de lado mientras intentaba imaginarse a una joven Camelia, muy distinta a la que había conocido una década después de aquello, enfrentándose a una situación así en el momento más difícil de su vida.
—Camelia fue muy fuerte, tenía solo dieciocho años en aquel entonces, tuvo que darme la noticia, tuvo que hacerse cargo de mí...
—Nunca fuiste una carga para ella, Ian —interrumpió como si acotar aquello fuera de vida o muerte—. Camelia y yo hemos hablado mucho y de todo, ella te ama, siempre lo ha hecho, ella más bien cree que tú la salvaste, que la obligaste a salir de sí misma para verte y cuidarte.
—Lo sé, pero... —De pronto una nube densa de nostalgia lo invadió y le quitó las ganas de seguir hablando. Ian se mordió el labio, gesto que hacía siempre que algo le dolía o se sentía vulnerable. Se arrepentía de haberse dejado llevar por aquel impulso de abrirse a ella, había cosas que eran mejor dejar atrás y seguir.
Paloma se dio cuenta de lo difícil que le resultaba continuar por lo que colocó una mano sobre su rodilla. El gesto era íntimo y bonito, incluso a riesgo de parecer extraño, ya que él no estaba acostumbrado a esa clase de contacto, después de todo ambos eran dos extraños que a la vez eran cercanos y eso los dejaba en un espacio intermedio que no conocían muy bien y que les costaba definir.
—¿Por eso te mantienes alejado? —preguntó la muchacha al comprenderlo.
—No estoy alejado, voy siempre que puedo...
—Camelia a veces siente que estás lejos, y no me refiero a físicamente, cree que no le cuentas todo lo que te pasa, se preocupa... Sabes que eres como un hijo para ella...
—Lo sé... Es difícil, Paloma, porque yo no quiero molestarla... Siento que ella dejó de lado su vida por mí y no quiero que vuelva a suceder, quiero que viva, que sea feliz... Quizás ese fue uno de los motivos por los que tomé la decisión de estudiar fuera. Yo tampoco quería alejarme de ella, pero creía que si no lo hacía ella no iba a tomar las riendas de su vida nunca. Camelia tenía miedo a vivir, Paloma... Pero somos muy unidos y lo seguiremos siendo siempre...
—Estaría bueno que no te sintieras así —insistió ella como si conociera una verdad que él ignoraba—, que no pensaras que tú eras el obstáculo para que ella viviera. Camelia tenía cosas que solucionar, como todos, pero ella puso su vida en pausa por otros motivos y tú lo sabes bien.
—Sí... lo sé...
Ian suspiró e intentó cambiar de tema.
—Pero volvamos a lo que me contabas, ¿tienes un presentimiento ahora? —inquirió y trató de sonreír para sacarle un poco de peso a la tensión que se había condensado entre ambos.
—Sí, he estado pensando que el paisaje es muy distinto a todo lo que vi hasta ahora aun siendo la misma tierra... eso me llevó a reflexionar sobre lo poco que conocemos a las personas. Es decir, yo a ti te conozco desde hace años, pero casi no sé nada más de lo que comenta Mel de vez en cuando o de lo que significas para ella... Y ahora pasaremos un tiempo juntos y a lo mejor conozco a otro Ian, y tú a otra Paloma, porque sé que me has de ver como a la niña que conociste, pero no soy esa niña, la hijita del novio de tu hermana —bromeó.
—Según me dijo mi hermana sigues siendo esa hijita, por eso tu padre se preocupa.
Ella se echó a reír.
—Si mi padre supiera de mis andanzas, se le iría esa idea de la cabeza de inmediato —bromeó y el muchacho negó divertido.
—Puedo imaginarlo... pero no creo que sea saludable que lo sepa, ¿no?
—No, es mejor que se mantenga en la ignorancia —añadió ella siguiéndole el juego. Ian pensaba que la chica era divertida y que lo hacía reír con facilidad. La idea de conocerla en un formato distinto al de la hijita de Ferrán le parecía interesante—. Pero lo que digo es que tuve ese pensamiento, de que conoceré un poco más del hermano de Camelia en su versión que no es solo el hermano de Camelia, y me ha resultado como un presentimiento...
—¿Malo o bueno?
—Eso lo veremos con el correr de los días —dijo y levantó las cejas en una mueca divertida.
—Miedo, me das miedo —admitió él y ella rio.
—Me gusta, suelo causar muchas cosas, pero nunca nadie me dijo miedo. Es genial ser temeraria —añadió con diversión.
—¿Cuántos días piensas quedarte? —preguntó más que nada por curiosidad y porque algo le decía que la pasarían bien.
—¿Ya me estás echando? —respondió ella con otra pregunta y frunció los labios en una mueca infantil como si se hubiese ofendido.
—No, puedes quedarte el tiempo que quieras, solo quería saber.
—Pues este es mi último destino aquí, así que me quedaré hasta que me aburra... Ya sabes que yo trabajo desde donde sea que esté, así que el lugar físico da lo mismo, pero no te asustes, no suelo quedarme mucho tiempo en ningún lado...
—¿Huyes? —preguntó Ian recordando lo que le había dicho su hermana, Paloma frunció el ceño como si su pregunta la hiciera pensar.
—Nunca lo había visto así, más bien vuelo, como los pájaros que tanto te gustan... de rama en rama. La vida es demasiado corta como para quedarse en una jaula, ¿no?
Ian asintió y sonrió, le gustaba que hablara de aves.
—Vaya... —susurró pensativo. Sentía un poco de envidia por esa libertad que observaba en ella, pero era una buena palabra para definirla.
La primera: valiente.
La segunda: libertad.
Si les gusta esta historia háganme el aguante y compártanla. Aquí les dejo una frase si quieren para compartir :)
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