🦋 Locura 🦋

Durante las siguientes dos semanas, las cosas entre Ian y Paloma fluctuaron entre momentos rutinarios como el desayuno o la cena, momentos divertidos como ver una película o salir a bailar con los amigos de Carmiña y Flavia, y momentos reflexivos, en los que sentados sobre la piedra frente al mar conversaban sobre la vida, el pasado, el futuro, sus temores o compartían sus opiniones sobre cualquier cosa.

Isabella había aparecido una tarde por la casa en busca de Ian, Paloma le había atendido y se había presentado, la muchacha la miró de arriba abajo con cierto desprecio, pero no dijo nada. Ian apareció de inmediato al escuchar su voz y Paloma los dejó solos para que conversaran, en tanto fue a la casa de Carmiña a esperar mientras hablaba con las muchachas, cosa que hacía a menudo, ya que solía salir con ellas bastante.

Isabella intentó que Ian le diera otra oportunidad, pero él le dijo que estaba bien así y que lo mejor que podían hacer el uno por el otro era dejarse ir. Isabella no discutió, pero sus lágrimas se derramaron sin piedad sobre su rostro. Antes de marcharse le agradeció por todo lo que habían vivido juntos y por lo mucho que le había enseñado.

Ian se sintió triste, pero supo que aquello era lo mejor para ambos en ese momento. Cuando Paloma regresó y no lo encontró, supo que estaba en la playa, así que fue a buscarlo.

—¿Estás bien? —inquirió.

—Un poco triste, pero bien —respondió.

—¿Pasó algo? —quiso saber y se dejó caer a su lado.

—No... es decir, ella quería volver y yo le dije que no... Lloró mucho, y esta vez no fueron lágrimas de manipulación...

—¿Y quieres regresar con ella? ¿Quieres darle otra oportunidad? A lo mejor ha comprendido esta vez...

Él negó.

—La quiero como parte de mi historia, le agradezco lo mucho que he aprendido a su lado... pero no quiero seguir, no la amo como debería hacerlo para estar con alguien —susurró—. Eso no quita que me duela verla sufrir o el simple hecho de que no pudo ser...

—Lo comprendo —asintió Paloma—. Te tomas muy en serio los sentimientos y eso es bueno...

—¿A qué te refieres?

—A que no solo piensas en ti, sino en ella... piensas en todo... me agrada —admitió—, eres la persona menos egoísta que conozco, Ian, y me descolocas...

—¿Por qué?

—Porque siempre he pensado que el mundo es un lugar demasiado egoísta... Es decir, hoy en día, las relaciones parecen basarse primero en uno mismo y luego en el otro.

—¿No se supone que el amor y el egoísmo no son compatibles? —inquirió.

—No sabría decirlo, creo que el egoísmo es parte del ser humano... Yo, por ejemplo, tengo miedo a amar porque temo sufrir... y eso es egoísta, al final solo estoy pensando en mí, ¿no? Sin embargo, tú, sufres porque has hecho sufrir a alguien más, incluso aunque dices que no la amas. No lo sé, solo me haces pensar... replantearme mis conceptos —añadió encogiéndose de hombros.

Él la miró con dulzura y asintió.

—Tú también logras eso en mí —admitió—, jamás me habría dado cuenta hasta donde estaba de perdido en esa relación si no fuera porque me has mostrado un mundo diferente, uno en donde puedo intentar ser casi tan valiente como tú y enfrentarme a mis propios temores en vez de aceptar migajas...

Ella sonrió al sentir un calor en el pecho tras aquellas palabras.

—¿Caminamos? —preguntó entonces, él asintió y se puso de pie—. Entonces por lo que veo no te van mucho las relaciones fugaces, ¿no?

—No...

—¿Por?

—No lo sé, no le veo mucho el sentido... No es que quiera casarme el primer día que estoy con alguien, pero supongo que me interesan más las relaciones que tienen un propósito que va más allá de una simple diversión de una noche.

—Vaya... ¿Y eso fue así siempre?

—Tuve una época de diversión esporádica, pero supongo que con el tiempo cambié mi manera de pensar —añadió—. ¿Tú?

—Yo soy de las de relaciones fugaces o lo que se dé en el momento. Es decir, tomo las oportunidades que me vienen si me parecen interesantes, si no, las dejo de lado, pero no me niego a darme un banquete si el plato está servido —comentó con diversión.

—Investigación de campo, ¿no? —preguntó él y ella se encogió de hombros—. Lo raro es que no has tenido relaciones duraderas ni estables...

No respondió porque era verdad y no había mucho que decir al respecto. Siguieron caminando hasta que ella se detuvo en un sitio y observó el agua.

—Voy a bañarme —dijo y se sacó la salida de baño para quedar con el bikini que aún llevaba.

Él la miró meterse al agua y negó por aquel gesto que le pareció tan improvisado y a la vez tan de ella. Paloma lo llamó para que la alcanzara.

—Eres muy aburrido, Ian —se quejó ante su negativa—. Ven, no está fría —añadió.

Ian se debatió consigo mismo hasta que decidió dejarse llevar por la energía de Paloma y se sacó la camiseta dejándola sobre la arena junto con las zapatillas y el celular. Fue hasta la orilla y se metió al agua.

Paloma lo observó caminar en su dirección y le pareció guapo. Su cabello volaba con el viento y al ver su torso desnudo ella no pudo más que recordar el tacto de su piel cuando le puso la crema hacía unas semanas atrás.

El agua en esa zona no tenía muchas olas, por lo que ella se dejó ir y flotó sobre su espalda, le gustaba hacer aquello, le relajaba y en aquel momento le resultaba una forma de escapar a lo que sentía cuando lo miraba. Y no sabía qué era con exactitud, pero sabía que algo aleteaba en su interior y eso no podía ser bueno.

La luna llena brillaba sobre sus cabezas iluminando el vaivén del agua y sus pieles húmedas. Los ojos de Ian la observaban con algo que no pudo identificar, pero que le generaba cosquillas en algunas partes que tampoco deseó identificar.

—Tiene que haber algo malo contigo —dijo y entonces ella se incorporó para mirarlo.

—¿A qué te refieres?

—No lo sé, eres... muy luminosa. No todo puede ser perfecto, estoy buscándote la falla —comentó y bajó su mirada a su cuerpo, paseando por su ombligo, sus brazos y subiendo hasta sus pechos donde se quedó unos minutos.

A ella le agradó la sensación que le despertaba ser observada por él de esa manera, y lo dejó hacer, él parecía no haberse dado cuenta de que se había quedado observándola y que ella lo había descubierto.

—¿Te gusta?

—Qué cosa... —preguntó saliendo de su estupor.

—Lo que ves —respondió ella haciendo un gesto hacia su propio cuerpo.

—Eres muy linda, creo que eso lo sabes —dijo y se zambulló buscando escabullirse de aquella incómoda situación.

Y de nuevo aquella electricidad que fluía entre ellos se hizo presente, y a esa sensación se le sumaba el peligro de jugar con fuego, de estar solos en medio de la noche y en el mar.

—Tú eres muy guapo —admitió Paloma cuando lo vio salir de abajo del agua con el cabello mojado y algunas gotas derramándose por su rostro que, de pronto, le dieron ganas de lamer.

—Ya... gracias —admitió.

Entonces se rieron como tontos, como si supieran que estaban en un punto en el que no deberían estar, pero a la vez complacidos con las emociones que despertaban en sus pieles. Sabían que sucedía algo, aunque no sabían qué ni cómo explicarlo. Algo que era nuevo para ambos y que no sabían bien cómo manejar, pero que era tan inquietante y atractivo, que tampoco les permitía alejarse.

—Somos muy distintos tú y yo —dijo él y eso llamó la atención de la muchacha.

—¿Lo crees? Yo pienso que somos bastante parecidos... Tenemos historias similares, hemos vivido esa sensación de miedo y abandono, hemos sido criados por la misma mujer, aunque en distintos tiempos... —susurró ella.

—Sí, en eso tienes razón, ambos hemos vivido cosas similares, pero creo que hemos reaccionado diferente a ello y eso es lo que nos hace distintos... Tú eres valiente, yo soy cobarde... tú eres libre, yo vivo un poco más preso, tú eres energía pura y yo... soy calma...

Ella sonrió.

—No creo que seas cobarde, Ian... ¿Por qué dices eso de ti?

—No lo sé... es lo que siento, que no me animo a hacer muchas cosas, que siempre las pienso demasiado y termino por no hacerlas.

—¿Cosas como qué?

Él se encogió de hombros.

—No lo sé, tú te has rebelado y has probado todo, yo, por mi parte, he decidido encuadrarme siempre en lo que se esperaba de mí.

—Es porque no querías lastimar a tu hermana, ¿no?

—O quizá porque tenía miedo de equivocarme y que ella me abandonara también.

—Mel no lo haría jamás —comentó con seguridad Paloma y él asintió.

—Lo sé, pero algunas cosas no se piensan, solo se sienten...

—Lo sé... Yo comencé a rebelarme para llamar la atención de mi padre, quería que me quisiera, necesitaba que volviera a mí, y molestándolo pensé en lograrlo. Luego me gustó eso de probar mis límites, esa adrenalina...

Él sonrió y la miró a los ojos con intensidad, como si buscara leer más en ella, como si quisiera saberlo todo.

—A veces me gustaría ser un poco más como tú, más libre, menos comedido.

—Hagámoslo, hagamos una locura —dijo ella y él negó.

—¿Qué se te ocurre? —inquirió con diversión.

—Sácate la ropa y báñate desnudo, es muy estimulante.

—¿Enloqueciste?

—No, ya nací así —explicó con diversión—. Vamos, no voy a verte ni tú a mí, es de noche y está oscuro, es solo por la sensación de adrenalina que sentirás al saber que estamos desnudos ambos, cerca, pero no podemos vernos ni tocarnos —insistió mientras llevaba la mano hacia atrás para deshacerse de la parte superior del bikini y luego de la inferior. Unos minutos después, levantó las manos con ambas piezas en sus manos y el agua cubriéndole hasta el cuello.

—Dios, estás de la cabeza —dijo Ian mirándola a los ojos y luego a las telas que ondeaban como banderas en sus manos.

—Ahora es tu turno —respondió ella.

Él se quedó estático por un buen rato, mientras ella lo retaba con la mirada. Algo en él le decía que no lo hiciera, pero también había algo nuevo, algo que lo incitaba a ir más allá, a arriesgarse y quebrar sus propios límites. Miró hacia la playa en busca de alguien, pero no había nadie y estaban lejos de la costa.

—Es peligroso, ¿no? Estamos lejos y solos en medio de la oscuridad, y ahora también desnudos —dijo ella para aumentar el nivel de reto que le estaba proponiendo, había algo que la llevaba a hacerlo, buscar traspasar los límites en los que él se protegía. Le agradaba, le resultaba refrescante y la hacía sentir eufórica.

Un rato después, lo vio moverse hasta sacar su ropa en sus manos y sonrió de solo imaginarlo.

—Vaya... —dijo con un suspiro.

—Dime qué sientes, cuéntamelo —pidió ella y él se mordió el labio.

—Vértigo, adrenalina... miedo... es excitante —admitió.

Su sonrisa era distinta a todas las que Paloma le había visto antes, era ladeada y guardaba un toque de misterio que le resultaba agradable y sexy.

—Descríbelo tú, como si fuera un capítulo de tu libro —pidió Ian.

—Ah, eres terrible, Iansito —comentó y él enarcó las cejas. Ahora era él quien la retaba.

—Te escucho... nárralo en primera persona —añadió y ella se echó a reír.

—Puedo sentir el agua fresca mecerse suavemente entre las partes más íntimas de mi cuerpo —dijo con la voz suave y melódica sin dejar de mirarlo a los ojos—, es cálido y a la vez frío, y no sé con exactitud a qué distancia estamos separados, pero mi imaginación es grande y juega con mi mente llevándome a pensar en todo lo que está más allá de lo que puedo ver. Me pregunto si qué sentirá él, qué emociones esconde el brillo de su mirada, me pregunto si acaso experimenta un poco de lo que yo siento ahora... Si no fuera él, no lo pensaría tanto, me acercaría sin ningún pudor a probarlo, pero no puedo, no podemos... y estamos jugando a un juego peligroso y divertido, lo que hace que me sienta como aquella niña traviesa que alguna vez fui...

Él sonrió complacido y asintió.

—Ahora nárralo en tercera como si fueras yo —añadió.

—Vaya, te gusta jugar —aseveró Paloma y él se encogió de hombros.

La muchacha pensó un poco en lo que diría y luego continuó.

—Él no se mueve, ha metido las manos bajo el agua para apretarlas contra sus piernas y tratar de calmar la terrible necesidad de palparla que lo embarga por completo e intenta con todas sus fuerzas mostrarse normal, como si lo que estuvieran haciendo fuera de lo más natural posible entre dos personas que se conocen desde siempre, pero que nunca se han mirado como lo están haciendo ahora. Ella ya no es la niña que él conoció, su cuerpo se ha redondeado y es hermosa, muy hermosa. Las gotas de agua que se condensan en la parte visible de su hombro le dan sed y él quisiera poder lamerlas. —Cuando dijo esto ladeó la cabeza y levantó un poco el hombro izquierdo, él miró hacia allí y sonrió de esa manera tan sexy que ella acababa de descubrir—. Está excitado, mucho, pero no se lo va a admitir a ella porque hay un límite que no pueden cruzar y que los separa de manera inexorable. Si no fuera ella, no lo pensaría tanto, se acercaría sin ningún pudor a probarla, pero no puede, no pueden...

—Lo haces bien —susurró con una voz demasiado profunda para sonar normal—, ahora ya me dieron ganas de leer tu libro.

—¿Solo de eso te dieron ganas? —inquirió Paloma con diversión y le guiñó un ojo mientras comenzó a vestirse. Él no respondió, sabía que no podía mentir acerca de lo que era notorio en su mirada.

Se terminaron de vestir y salieron del agua sin decirse ni una palabra, ambos se sentían extraños. Caminaron en silencio y llegaron a la casa.

Paloma se quedó quieta, tenía frío y miedo, no habían llevado toalla y el agua se les secaba por el cuerpo. Las emociones la rebasaban, por un lado, se sentía excitada, y por el otro, completamente abrumada por lo que acababa de suceder y lo que aquello podía implicar.

Él se acercó a ella y apartó un mechó húmedo que se le había pegado a las mejillas. Recorrió su vista por su rostro como si fuera la primera vez que la veía, quería grabar en su mente las expresiones contrariadas y la turbulencia en su mirada. Ian acababa de descubrir que Camelia tenía razón, que Paloma tenía un disfraz que ocultaba su parte vulnerable y que en aquel momento se esforzaba por no dejar salir.

Al darse cuenta de la intensidad de su mirada, Paloma cerró los ojos, no quería que él descubriera lo indefensa que se sentía en ese momento y el miedo que tenía.

—Anda a tomar un baño caliente, no quiero que te enfermes —susurró con ternura—, luego a dormir.

—¿Estamos bien? —preguntó entonces de pronto. A lo mejor había ido demasiado lejos, era Ian, ¿cómo se le había ocurrido? Tenía que dejar de ser tan impulsiva y pensar más las cosas antes de hacerlo, Ferrán se lo había dicho muchas veces.

—Lo estamos, pajarito... —Paloma abrió los ojos y se atrevió a mirarlo, y lo único que vio fue ternura.

Movió los labios como para decir algo más, disculparse o quizás intentar explicar que aquello había sido un impulso, una tontería que no significaba nada, pero él la silenció con un acto que quiso ser solo un intento por calmar el tormento que percibía en sus ojos, pero acabó incendiándolos un poco más a ambos. Colocó su pulgar sobre sus labios e inmediatamente fijó su vista en ellos, su textura era suave y sintió un enorme deseo de probarlos, pero se contuvo y le regaló una sonrisa dulce.

—No digas nada —pidió.

Ella asintió y se mordió la lengua para que esta no saliera a acariciar aquel dedo que cubría su boca, y en ese instante, no solo sintió un aleteo, sino una especie de sismo en su estómago. Aquello no era un par de mariposas, sino una colonia que comenzaban a aletear, y eso no era bueno. Eso jamás podía ser bueno.

Ups, se complicaron...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top