🦋 La cueva 🦋

Paloma despertó cubierta por una manta y él ya no estaba a su lado. Le dolía el cuello por la manera en que había dormido y se preocupó porque él también habría estado incómodo. Fue hasta la mesa y halló el café preparado al igual que cada día, solo que, en esa ocasión, había un papelito con su letra al lado.

«Las palomas tienen la capacidad de volar hacia arriba en dirección recta, no todas las aves pueden hacerlo... Tú tienes que volar, siempre hacia arriba, siempre en dirección recta...».

Sonrió y se sirvió un poco del café con los panecillos que él le había dejado. Eran cerca de las nueve de la mañana, el día estaba soleado, pero no tenía ganas de ir a la playa, se sentía pesada y abrumada, prefería quedarse a leer o dormir un poco más.

Fue a su habitación, revisó su teléfono y tenía mensajes de su padre y de Camelia.

«Paloma. ¿Cómo estás? ¿La estás pasando bien?».

«¿Qué tal se está portando Ian contigo, Paloma?».

Le respondió a su papá que estaba bien y que se estaba divirtiendo y a Mel que Ian era un dulce y que era muy divertido pasar tiempo con él.

Entonces, su mente regresó a la noche anterior, y no tanto a lo sucedido en sí, sino a ella misma y a la manera en que se había comportado luego de aquello. Eran pocas las veces en las que se sentía así, mucho menos las que se mostraba de esa manera frente a alguien: vulnerable, miedosa, pequeña. Odiaba hacerlo pues le recordaba a la niña que fue y eso la hacía sentir pequeña.

Paloma pensaba que Mel era la única que la conocía en ese estado de vulnerabilidad, a ella no podía mentirle, nunca había podido, desde que la vio y supo que era ella, solo quiso arrojarse a sus brazos y dejarse cuidar y amar.

Aquella sensación de carencia la agobiaba, odiaba experimentarla porque la hacía enfrentarse con la parte de ella que más le asustaba, que menos aceptaba.

Fueron pocos años desde la muerte de su madre hasta que su padre logró escapar de la depresión y pudieron recuperar su relación. Después de eso, vivió una vida hermosa, llena de amor en el centro de una familia feliz y de gente que la rodeaba. Pero los años y el sufrimiento no se habían borrado de su interior y de vez en cuando, resurgía como un monstruo oscuro y pegajoso que amenazaba con tragársela de nuevo, como cuando era una niña.

Perder a su madre a tan pequeña edad y vivir un duelo en soledad era demasiado para una niña, y por más que había tenido a su abuela y a su tía, la vida había cambiado de un día para el otro y todo lo que ella creía seguro, ya no lo era. Paloma vivía sobre arenas movedizas en las que constantemente se hundía y sentía que el aire le faltaba. Su madre no estaba, su padre tampoco, la familia tan hermosa que habían constituido se había hundido en el fango de la depresión y la muerte, y ella se encontraba perdida.

De vez en cuando, la Paloma adulta que era, encontraba a aquella niña escondida en un rincón oscuro, con miedo, con tristeza, con mucho dolor. Y no le gustaba, no le agradaba hallarla así, pero no sabía cómo liberarla.

Cuando Mel apareció en su vida, fue agua fresca en medio del desierto. Ella tenía doce años y buscaba problemas para llamar la atención de su entorno y así sentirse importante para alguien. No lo hacía a consciencia, era una reacción a la soledad y al abandono. Porque el abandono no se trata solo de que alguien te deje tirada en la calle, es mucho más complejo que eso, tan profundo y oscuro, que ella no podía hablar sobre eso con nadie, no era capaz de abrir esa compuerta cargada de dolor que alguna vez había cerrado en un intento por sobrevivir.

Recordó el día en que su padre la había invitado a ir a la fiesta del hotel, estaba entusiasmado porque ella lo perdonara, y ella fue solo porque no le quedaban alternativas. Estaba dispuesta a arruinar el fin de semana y hacerlo sentir infeliz y culpable, pero entonces él le presentó a sus amigas, y aunque no sabía aún que él y Camelia tenían algo, lo supo en el mismo instante en que se miraron, porque su padre no había vuelto a brillar de esa forma desde que su madre había muerto.

Al principio aquello le enfadó, estaba convencida de que haría algo para molestarlos, pero entonces la mujer se presentó y le dijo su nombre: Camelia. Y todo se derrumbó en su interior. La voz de su madre habló en su corazón y recordó lo mucho que ella amaba aquellas flores. El vivero que tenía en Galicia, el tiempo que les dedicaba, los concursos y lo feliz que era rodeada de ellas.

Abril le había prometido que mandaría una mamá que vendría llena de camelias, esas habían sido sus palabras, y aunque ella no quería otra mamá cuando se lo dijo, a esas alturas y tantos años después, cargando tanta soledad y dolor, se arrojó a sus brazos, sedienta, hambrienta y sola. Buscando el abrazo, la palabra y la contención que hacía tanto tiempo había esperado. Y se hicieron bien, ella con su cariño ayudó a Mel a abrirse, y ambas se eligieron como madre e hija, como amigas, y Paloma no podía fallarle, nunca lo haría. Abril era la madre que le dio la vida, pero Mel era la que ella había elegido con el corazón.

Ante aquel pensamiento, volvió a experimentar la sensación de sentirse pequeña y le envió un mensaje.

«Te extraño... me gustaría un abrazo en este momento».

Al enviarlo, se le escaparon algunas lágrimas. A lo mejor no podría huir del todo de esa niña nunca, a lo mejor una parte de esa oscuridad siempre la acompañaría por más que intentara que no fuera así.

Y Mel no tardó en responder.

«¿Qué pasa, Paloma? ¿Estás bien? Dime qué sucede...».

Sonrió. La conocía, sabía incluso a la distancia que no se encontraba bien.

«¿No puedo solo extrañar a mi mami?».

Y un segundo después, Mel le hacía una videollamada. Paloma se secó los ojos, se arregló el cabello y atendió.

—¿Qué te hizo Ian? —preguntó consternada.

—¿Crees que ese chico es capaz de hacerle algo a alguien como yo? —preguntó con diversión, al verla su mundo se puso en orden de nuevo. Mel la miró en busca de algo que le diera pistas sobre lo que estaba sucediendo, podía leerla, sabía verla.

—Hmmm —murmuró.

—Estoy bien, de verdad —insistió y ella sonrió. No estaba segura de que le creyera, pero fingió hacerlo.

—¿Vas a quedarte más tiempo?

—Hoy tengo que ver lo de los pasajes, también he revisado mi correo esta mañana y de la editorial me han mandado un nuevo libro en el que trabajar, estaba pensando que a lo mejor podía quedarme un poco más, me gusta este lugar... pero no sé qué pensará Ian. Quizás ya se quiere deshacer de mí —dijo y bajó la vista nerviosa.

—No lo creo, él no es así... ¿Qué sabemos de la bruja de Isabella? —preguntó. Una de las misiones que le había encomendado antes de venir era averiguar cómo iba esa relación que no le terminaba de convencer—. Me dijo Ian que terminaron, ¿es así?

—Sí, y yo creo que esta vez va en serio con lo de que ya no quiere nada con ella...

—Bien, muy bien... ¿Y sabes si hay alguien en su vida?

—Eres una vieja metiche —añadió y se echó a reír—. No... al menos no que yo sepa, no me ha mencionado nada. Vive solo para sus pajaritos —añadió.

Y en ese momento sonrió por recordar que la llamaba así.

—¿Y tú? Esa sonrisita... ¿Has conocido a alguien interesante?

—No, en San Paulo salí con un chico de la conferencia, uno que quiere ser escritor y bla bla bla, pero nada interesante... Aquí no he salido más que con las vecinas de Ian ocasionalmente. Lo normal es que cuando él viene del trabajo comemos algo y vamos a la playa. Pero a lo mejor vamos a bailar en estos días.

—Sí, algo me dijo... Ian no es de salir, cuidado que no se te pierda en la discoteca —bromeó y ella negó.

—Es guapo, Mel, se le subirán encima las muchachas —añadió. Ella asintió sin dejar de mirarla con curiosidad. A Paloma le parecía que quería decirle algo, pero no lo hacía—. ¿Mateo? ¿Papá?

—Los dos bien, Mateo está en su entrenamiento de baloncesto y papá en el trabajo. Alma se ha pasado por aquí y ha dicho que no le escribes lo suficiente. Le he prometido que iría a verla para que te llamemos juntas, ya sabes que se le complica esto del celular —explicó con diversión.

Alma era la madre de la madre de Paloma, quien la había cuidado durante el tiempo en el que su padre estuvo en depresión, y hacía ya muchos años, prácticamente había adoptado a Camelia como su hija, por lo que trataba a Mateo como si fuera su nieto, sin hacer ninguna clase de diferencias con Paloma.

—¿Tú? ¿Cómo estás?

—Bien... hay mucho trabajo en el hotel en estos días, pero eso no tiene ninguna novedad, ¿no? En la fundación también, estamos con todo.

Camelia trabajaba en la parte de Marketing de un hotel en Galicia, antes estaba en otro, pero cuando se mudaron de país se trasladó. Además, ella y su mejor amiga manejaban una fundación que ayudaba a mujeres que habían sido abusadas. Paloma la admiraba mucho por la labor que hacía con esas mujeres.

—Oye... ¿por qué necesitas un abrazo de tu madre metiche? —inquirió de pronto. Sabía que solo buscaba abrazos cuando tenía las pilas bajas.

—Pues... cosas de la vida.

—No, no acepto evasivas, Paloma.

Bufó y negó.

—Eres metiche, ¿ya te lo he dicho? —cuestionó y ella sonrió, pero asintió—. No pasa nada, solo... hice una tontería por ser tan impulsiva y luego me metí en esa espiral de culpa y autocompasión que me llevó a la cueva.

Mel y Paloma hablaban de una cueva, una que hay en el interior de cada persona, es oscura y húmeda y es allí donde se guardan las cosas que no nos gustan, que nos avergüenzan o que nos asustan. Mel decía que en esa cueva nos escondemos cuando tenemos miedo o cuando nos sentimos tristes por algo que hicimos mal, que puedes quedarte allí por unos días, pero nunca demasiados, porque luego no sabes cómo salir.

Le había dicho a Paloma que la cueva era un engaño de la mente, que era como esos sitios de espejos que distorsionan la realidad, que allí si te quedabas muchos días regodeándote en tus tristezas y tus miserias, comenzabas a perder el sentido de la realidad y a ver todo oscuro y sucio. Así terminas por perderte y luego temes salir porque ya no sabes cómo hacerlo y te da miedo la luz.

Camelia lo sabía porque había vivido años en esa cueva luego de haber sido abusada sexualmente.

—No voy a preguntar qué clase de tontería has hecho porque me da miedo —dijo y negó llevándose una mano a la cabeza—, pero quiero que sepas que no tienes que ser perfecta, Paloma, no tienes que brillar siempre, no tienes que estar siempre llena de pilas. A veces hundirse un poco también hace bien, ser tú misma, mostrarte como eres en realidad... Aprovecha estos días y deja de fingir que el mundo es siempre un lugar feliz y que lo tienes todo bajo control.

—No finjo, es la realidad —añadió Paloma en un intento por mostrarse fuerte a pesar de que las palabras de Camelia le llenaban los ojos de lágrimas.

—Te quiero, mi niña —susurró.

—Yo también, mucho, muchísimo... Jamás haría algo que te dañara, ¿lo sabes? —preguntó con un hilo de voz.

Ella se quedó mirándola y entornó los ojos antes de hablar. Paloma se mordió el labio para evitar derramar esas lágrimas que se aglutinaban en sus ojos.

—Yo lo sé, aunque también sé que muchas veces necesitamos hacer cosas por nosotros mismos, aunque esas cosas puedan, de alguna manera, «dañar» a quienes amamos —respondió—. ¿Por qué mejor no eres solamente tú? Con eso es más que suficiente para mí, yo te querré pase lo que pase, ¿eso lo sabes?

—Lo sé...

—Bien, entonces estamos muy bien —respondió.

Luego de despedirse y cortar la llamada, Paloma se arrojó a la cama, se abrazó a sí misma y se metió un rato en su cueva, porque Camelia tenía razón, como siempre, y sentirse así tampoco era el fin del mundo, era un derecho, una necesidad, un rato de no ser tan fuerte, unos minutos de no ser la más valiente, unos instantes de autocompasión que le ayudarían a volver a levantar cabeza, o como diría Ian, alzar las alas y volar en línea recta. Después de todo había dicho que solo las palomas podían hacerlo.

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