🦋 Ian 🦋

Ian estaba recostado en su cama con la vista fija en el techo mientras contaba las rayas entre las tejas una y otra vez e intentaba, sin mucho éxito, organizar sus pensamientos. Isabella y él se habían discutido de nuevo la noche anterior y ella se había marchado, una vez más, luego de un berrinche que a él le pareció fuera de lugar.

Últimamente el mundo le resultaba demasiado complicado y la vida había perdido un poco el brillo que tenía unos años atrás. Quizás era cuestión de la edad, su amiga, Luli, decía que era la precrisis de los treinta, ella aseguraba que, aunque aún les faltase un par de años para llegar a esa edad, esa sensación de inconformidad acompañada de dudas y un montón de preguntas sin respuestas, se debían nada más que a eso, a una nueva crisis en puerta. Y para Luli, las crisis eran oportunidades, era como el cambio de piel de las serpientes o, lo que a él le gustaba más, la muda de plumaje de las aves.

Era domingo, cerca de las once de la mañana, pero él no encontraba las ganas para levantarse de la cama aún. Había dormido muy tarde con aquella tonta discusión en la que Isa le regañó y se enfadó porque no iba a poder llevarla el martes hasta una ciudad cercana donde tenía una reunión. Él le había dicho que tenía que trabajar, pero ella le reclamó que su trabajo ni siquiera era tan importante, por lo que volvieron a caer en la pelea que tanto odiaba Ian y en la que siempre acababa sintiéndose poca cosa.

Y lo odiaba, odiaba sentirse así con toda su alma, pero odiaba más que fuera precisamente la persona que supuestamente lo amaba, quien lo orillara a ese estado. Le resultaba incomprensible y le generaba frustración.

Ian dio vueltas y vueltas en la cama con esa sensación horrible que solía perseguirlo en ocasiones, se sentía perdido y solo, extremadamente incomprendido. Y aquella soledad se convertía en un monstruo que amenazaba con tragarlo por completo, por lo que tarde o temprano siempre terminaba cediendo a las extravagantes exigencias de Isa con tal de no sentir que la defraudaba, porque si lo hacía, ella se iría para siempre.

Pero era frustrante sentirse de esa manera. Tener que hacer cosas que no quería, cambiar su forma de ser o de vivir solo por conformarla a ella para que no se fuera, era vender un poco más su alma cada día, y cuando estaba en su cama, aquella disconformidad consigo mismo, se le caía encima como una losa pesada que lo asfixiaba. Lastimosamente era un círculo vicioso del que no sabía cómo salir y en algún momento se había perdido en él.

¿Por qué la vida tenía que ser tan difícil para algunos y tan sencilla para otros? ¿Por qué la felicidad era tan esquiva y se le escurría una y otra vez como arena entre los dedos? ¿Acaso había algo malo con él?

Las primeras estrofas de Nadie como tú de La oreja de Van Gogh comenzaron a sonar en su celular, dándole una pauta de quién era la que lo llamaba. Desde muy pequeño Ian acostumbraba a personalizar los timbres de las llamadas de las personas importantes para él con músicas que, por alguna razón, asociaba con esa persona.

Y solo ella podría lograr que se levantara de la cama para atenderle, ya que había dejado el celular en el escritorio y no lo alcanzaba estirando el brazo. Caminó pesadamente hasta él y contestó.

—Hermanita de mi vida —saludó con alegría, después de todo escuchar a Camelia siempre podía mejorar su día.

—Ian, ¿cómo estás? ¿Te he despertado? No sé qué hora es allá, nunca lo recuerdo —dijo ella con diversión.

—Son las once y algo... —respondió él con la voz todavía adormilada en medio de un bostezo—. ¿Cómo estás tú?

—Bien, por aquí ya hemos despertado hace rato —añadió Camelia que era capaz de reconocer por el tono de voz de su hermano, que acababa de despertarse—. Oye...

—Mmm —murmuró y volvió a la cama para recostarse, ya sabía lo que venía por lo que cerró los ojos y suspiró.

—¿Ya has terminado esa relación tóxica que tienes con Isabella? ¿No tienes ganas de venir a visitarnos? Te extraño...

—Ay, Mel... Ya sabes que no puedo pedir vacaciones cuando se me da la gana, estoy guardando mis días para ir a visitarlos para el cumpleaños de Mateo. Y sobre Isabella, ya te dije que no tienes que preocuparte, no soy un niño, sé manejarme y soy capaz de tomar mis propias decisiones...

—Bien, lo sé, es que... —suspiró—. Algo me dice que no estás tan bien como me dices que estás... Conexión de hermana mayor, quizá —añadió—. Y ya hemos hablado de que esa chica no te está haciendo bien, Ian. Solo quiero lo mejor para ti.

—No tienes que preocuparte por mí, Mel, de verdad, voy a estar bien, siempre lo estoy...

—¿Has hablado con ella? ¿Al menos lo has intentado?

—Sí, estamos bien... En serio.

Tras decir aquella mentira Ian cerró los ojos sin evitar sentirse culpable por mentir a su hermana, pero no tenía cara para admitir que desde la última discusión que le había contado a Mel, se habían peleado unas cinco veces más y él no había sido capaz de terminar la relación, pero no por los motivos que su hermana creía —que era muy bueno y no quería hacer sufrir a su novia—, sino por otros más profundos que él no era capaz de confesarle a nadie, ni siquiera a sí mismo.

—Eso quiere decir que no has terminado aún. Me preocupa que vuelva a engatusarte, Ian... te ha fallado demasiadas veces ya y siempre terminas perdonándola. No es justo, ¿sabes? Alguien que de verdad te ama no te hace esas cosas que ella hizo, ¿cuándo lo comprenderás?

—Lo sé, lo sé, de verdad... —respondió con sinceridad, porque en realidad lo sabía, pero eso no siempre era suficiente para tomar una decisión.

—¿Entonces? ¿A qué esperas?

—No lo sé, Mel, en serio... por favor no hablemos más de esto...

—Está bien, seguro que crees que me porto como una hermana pesada y chismosa, pero solo me preocupo por ti... Estás a miles de kilómetros de distancia y quisiera poder estar contigo, abrazarte, cuidarte... prometerte que todo estará bien, porque al final siempre todo está bien y lo sabes...

—Sí, lo sé. En serio, Mel, no quiero que te preocupes por mí, tienes tus cosas por España, tu trabajo, tu familia... yo estoy bien y nos veremos en unos meses para el cumple de Mateo.

—Todavía falta demasiado para eso —bufó y él sonrío, amaba a su hermana con toda el alma y también deseaba verla—. Te extraño, Ian.

—Yo también... ¿Cómo están todos? ¿Ferrán, Paloma y Mateo?

—Bien, todos estamos muy bien, Ferrán con mucho trabajo, Mateo creciendo feliz y Paloma... ella siempre de aquí para allá... con ganas de comerse al mundo. De hecho, es uno de los motivos por los que te llamaba.

—Ah, ¿sí? Eso sí que me genera curiosidad —dijo él con sinceridad.

Paloma era la hija de Ferrán, el marido de su hermana, cuya madre había fallecido cuando ella era muy pequeña. Cuando Camelia y Ferrán unieron sus vidas, Paloma tenía unos doce años y pasó a ser la adoración de su hermana. Era una niña despierta, llena de vida y ocurrencias que mantenían en vilo a toda su familia. A medida que fue creciendo, sus dramas y aventuras lo hicieron con ella, y durante la época de la adolescencia y los primeros años de la juventud, tuvo a su hermana y a su marido a mal traer con momentos incómodos y complejos.

Sin embargo, y como todos, Paloma creció y maduró una vez que terminó la escuela y se metió a la universidad. Ian no sabía mucho de ella más allá de lo que Camelia le contaba en sus interminables llamadas en las que siempre se ponían al día, la había visto en algunas reuniones familiares importantes y le parecía una muchacha cargada de vitalidad y energía, de esas personas que arrasan con todo a su paso. Paloma amaba viajar, era lo que más le gustaba hacer, pero cuando estaba en España, aunque se había mudado a un departamento para vivir sola, conservaba su cuarto de infancia y pasaba mucho tiempo en casa de su padre con su familia.

Lo último que Ian había sabido de las aventuras de Paloma era que había decidido viajar por Europa con un novio mochilero que había conocido en no sabía dónde.

—Bueno, verás... Paloma va a ir a Brasil, específicamente a San Paulo, tiene que hacer algo del trabajo por allí por un par de semanas y luego quiere conocer el país...

—No me vas a pedir que haga de guía turístico, ¿verdad? No tengo tiempo para eso y además Brasil es inmenso, Mel...

—No, no iba a pedirte eso, solo que la hospedaras en tu casa unas semanas cuando vaya hacia dónde estás tú.

—¿Viene sola? Porque no tengo mucho espacio y lo sabes...

Ian vivía en una pequeña casita de dos habitaciones en un condominio cerca del mar. Era un sitio acogedor y confortable. Había convertido uno de los cuartos en su estudio, donde tenía sus libros, un escritorio y su consola de juegos; el otro, era su habitación.

—Sí, ha roto con Santiago, ya sabes... no es que Paloma sea de relaciones demasiado duraderas —añadió Mel—. Dice que este viaje la ayudará a empezar de nuevo... Yo pienso que está huyendo...

—¿De qué? —inquirió él con curiosidad.

—No lo sé, no sé de qué huye Paloma, pero sé que lo hace... —añadió e Ian supo sin necesidad de más palabras, que su hermana se había quedado pensando en la muchacha.

—Vaya... o sea que me mandarán a la rebelde de la familia —se quejó con diversión—. ¿Qué dice Ferrán de todo esto?

—Me ha pedido que te llamara para contártelo, ya sabes que se preocupa... Además, quería pedirte que, aunque no estés en la misma ciudad que ella, pudiéramos decirle a Paloma que cualquier cosa te hablara, ya sabes que no maneja el idioma y, además, sigues estando más cerca de San Paulo que nosotros —bromeó.

—Sí, no hay problema con eso, ella tiene mi número, cualquier cosa le dicen que me escriba, siempre hay algún conocido que podría ayudarla en el caso de que lo necesitara. Y puede quedarse en mi casa si no es muy exigente cuando esté por aquí —agregó.

—¿Paloma? Es capaz de dormir en el banco de una plaza y aun así ser feliz —dijo Camelia orgullosa de aquella muchacha a la que había criado como si fuera una hija.

—¿No es un poco raro que se sigan preocupando así por ella? Es decir, es adulta y se ha recorrido el mundo con un desconocido y ¿a ustedes les preocupa que venga a Brasil sola? —comentó con diversión.

—Bueno, andaba por Europa... estaba cerca de alguna forma... pero ahora es distinto, va a ir lejos y a un país con otro idioma. En fin, ya no es una niña, pero ya sabes, Ferrán es su padre y la sigue viendo así, por lo que no estará tranquilo hasta saber que he hablado contigo.

—Solo Ferrán, ¿no? —preguntó Ian con ironía seguro de que su hermana amaba a esa muchacha y que se preocupaba en extremo por todos sus seres queridos.

—Bueno... y yo, que me preocupo de más por mis bebés —añadió ella con diversión.

—Lo sé, porque eres la mejor... Dile a Paloma que me avise cuando llega y dónde la busco, ¿sí?

—Se lo diré —afirmó Camelia y luego de unos segundos volvió a hablar—. Cuídate y sé feliz, ¿sí? La vida es para disfrutarla, Ian, no para sufrirla.

—Y lo dice la mujer que no vivió hasta los veintiocho años —respondió Ian con diversión, aunque sabía que eso no iba a molestar a su hermana, pues no era más que la verdad, una verdad que le había pesado a él por mucho tiempo sobre sus hombros.

—Lo sé y por eso mismo te lo digo, no hagas lo mismo que yo, no te escondas de la vida ni te conformes con menos de lo que mereces.

—Te quiero, Mel —susurró con ganas de abrazarla. Hacía años que vivían lejos, desde que él había salido a estudiar fuera, pero se habían mantenido en contacto estrecho y habían seguido siendo parte cercana de la vida del otro porque ella era lo único seguro que él tenía en el mundo.

—Yo también, y lo único que deseo es verte feliz.

—Lo sé.

Cortó la llamada y suspiró.

Lo sabía, sabía que eso era lo único que deseaba, que le había regalado los mejores años de su vida para sacarlo a flote luego de que sus padres fallecieran en aquel fatídico accidente que les cambió la vida a ambos. Camelia solo tenía dieciocho años cuando se quedaron solos y ella se convirtió en la madre de su pequeño hermano de diez al tener que asumir todas las responsabilidades que significaban cuidar a un niño como si fuera una adulta y no como la niña perdida que todavía era.

Ian se lo debía todo a ella, todo lo que era y había logrado en la vida. Y no fue hasta que él cumplió los dieciocho y decidió volar del nido, que su hermana se permitió a sí misma vivir su propia historia. Y no fue sencillo, tuvo que luchar con muchos fantasmas, sin embargo, lo logró. Conoció a Ferrán con su hija de doce años y formaron una familia a la que más tarde se unió el pequeño Mateo. Y él estaba feliz, porque su hermana era feliz.

Camelia era su principio y su fin, la única constante en su vida, su ancla, lo que lo mantuvo a flote cuando todo lo demás se hundió de un minuto para el otro, cuando su vida dio un vuelco tan grande y fuerte que pensó que no lograría salir a flote.

Ella era la única que nunca le había abandonado, la única en quien confiaba ciegamente y la única que sabía que estaría siempre allí para él, por lo que siempre que había tormentas y sentía tambalear su vida, se aferraba a ella para no perderse.

Tenía que haber venido el sábado, pero ando con mi hijo enfermito. Hoy les dejo el cap que correspondía al sábado. Gracias a todas las que están por aquí, espero que disfruten mucho de esta historia.

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