🦋 Huída 🦋
Como era de esperarse, los siguientes días la burbuja explotó, no se veían mucho porque Ian volvió a trabajar y, por las noches, cuando él regresaba, ella se quedaba en su cuarto concentrada en sus manuscritos, o eso era lo que le decía a él.
Ian no tocó más el tema y se mostró lo más natural posible con ella, consciente de que necesitaba su espacio y de que no podía manejar la magnitud de lo que sentía. Él estaba seguro de que Paloma se encontraba igual que él y de que era cuestión de tiempo que se animara.
Reservó dos habitaciones en un hostal en Praia do Forte para que fueran el siguiente viernes y se quedaran hasta el domingo. El miércoles, cuando preparó el desayuno antes de salir para su trabajo, le dejó una nota junto al café.
«Este fin de semana vamos a Praia do Forte como te había dicho, te vas a divertir. Voy a llevarte a ver el proyecto Tamar, allí es donde cuidan y conservan a las tortugas, ya te lo explicaré luego... Es un pueblo precioso, la pasaremos bien... No te preocupes, reservé dos habitaciones, nos portaremos como los hermanos que quieres que seamos, así que puedes dejar de escabullirte de mí...
Por cierto, ¿sabías que las palomas han sido adiestradas por la guardia costera para detectar personas que se estén ahogando? Me encantan las palomas, son tan inteligentes, ¿verdad?».
Cuando Paloma leyó aquel papel no supo cómo sentirse, quería ir a ese viaje con toda la fuerza de su alma, pero sabía que no podría contenerse más, que acabaría por besarlo con todas las ganas reprimidas que tenía y explotarían. Ella no estaba acostumbrada a guardarse esos sentimientos, pensaba incluso que una vez que lo hiciera se irían por fin, sería más fácil aniquilar todas esas mariposas, pero el problema es que era él, y estaría allí siempre... lo quisiera o no.
Eran cerca de las diez de la mañana, estaba desayunando y leyendo una y otra vez el pequeño papel, riéndose con lo de las palomas y recordando lo directo que fue el otro día. Le gustaba eso, al principio habría creído que Ian no era esa clase de hombres, sobre todo por la relación que tenía con Isabella, pero la había descolocado con su sinceridad y su intensidad, y le gustaba más justo por eso, porque iba de frente.
El teléfono sonó y ella atendió sin mirar.
—¿Hola?
—Paloma —saludó Camelia.
—Ah... hola
—¿Ah, hola? ¿Esperabas que fuera alguien más? —inquirió la mujer con diversión.
—No, estaba distraída, nada más.
—Bueno... te llamaba porque tu padre y yo nos preguntamos si piensas quedarte a vivir allí —bromeó, pero Paloma se atragantó con el café.
—¿Cómo?
—Es que al parecer no tienes ni planes de volver...
—Ya... es que este lugar es mágico, Mel, te aseguro que si vienen no querrán volver...
—Es probable, pero yo me preguntaba si a lo mejor no hay algo más que te está reteniendo por aquellos rumbos —susurró.
—¿Qué podría ser?
—No lo sé, dímelo tú —respondió Camelia.
—¿Ian te ha dicho algo? —preguntó sintiéndose enfadada.
—¿Qué? No... Ian no me cuenta nada —zanjó fingiendo que eso le molestaba—, más bien te conozco... ¿Estás en algo?
—¿Yo? Me conoces poco al parecer —retrucó, Camelia solo rio.
—No me extrañaría que me llamaras mañana para decirme que vas a recorrer Brasil con algún chico que conociste en la playa —dijo la muchacha y Paloma asintió como si se lo pensara.
—Tienes razón, pero esta vez no se trata de un chico —mintió.
—¿No?
—No...
—¿Entonces?
—Nada, que me gusta este lugar...
—Eso es bonito, hay lugares que se sienten muy nuestros incluso aunque no hubiésemos nacido allí... Me pasa aquí, en Galicia —comentó—, cuando tu padre me dijo lo del posgrado que quería hacer aquí me dio miedo, mudarnos, dejar todo... y ahora ya no me imagino volviendo, aunque en algún punto supongo que lo haremos... —explicó.
—Lo sé...
—Aprovecha, esos sitios a veces nos ayudan a conocernos un poco más, a conectar con una misma —añadió.
Paloma se quedó en silencio pensando que quizá tenía razón, que no era el sitio en sí, pero ese viaje la estaba conectando con una parte de ella que dormía.
—¿Mel?
—Dime...
—¿Cómo lo supiste? —preguntó.
—¿Saber qué?
—Que lo tuyo con papá iba en serio e iba a ser duradero... —comentó.
—No, eso no lo supe nunca, ni siquiera lo sé ahora... Es decir, la vida no da garantías, Paloma. Lo único que sí sabía que sería duradero era lo tuyo, tenía claro que, aunque con tu padre no funcionara, no te dejaría sola...
Paloma sonrió y se sintió bien al oírlo, aunque ya lo sabía.
—Pero es distinto, porque a ti te quiero como a una hija y el amor de una madre no se termina nunca, creería que es lo único que perdura...
—Gracias...
—No se agradece —respondió Mel—, con tu padre, mi única garantía era el amor que yo sentía y el que sentía él, con el tiempo podría crecer y hacerse más sólido o... acabar... como pasa muchas veces.
—Fuiste muy valiente —susurró Paloma—, más porque ahora que lo pienso, no habías estado con nadie aún, era tu primer contacto con una relación... podía salir muy mal y volverías a sufrir y a encerrarte en esa cueva en la que estabas.
—Podía, pero supongo que lo primero que hizo por mí el amor fue liberarme, y una vez que te liberas ya no quieres volver a estar presa. Cuando me enamoré de Ferrán me sentía viva, libre, feliz... tenía ganas de vivir y de arrojarme al vacío de su mano.
—Vaya, qué romántica —bromeó.
—¿Por qué te estás planteando todo esto? ¿No era que tú no te enamorarías nunca?
—Y no lo haré, Mel...
—No lo harás —rio con diversión.
—No te burles.
—No me burlo —respondió.
—Te conozco...
—Pues yo también a ti y sé que un día te enamorarás, Paloma, porque lo anhelas... lo anhelas desde siempre, aunque lo niegues... Y sueño con verte llegar a la casa ese día y que me digas: «Tenías razón, estoy locamente enamorada».
—¿Y por qué querrías oír algo así? ¡Qué horror! —exclamó divertida.
—Porque quiero verte feliz, muy feliz...
—No necesito estar enamorada para ser feliz, Camelia —refutó.
—No, pero me encantaría que lo experimentaras, al menos una vez, que despertaras sabiendo que eres el todo de alguien más, me gustaría ver a los ojos del chico que se enamore de ti, porque te mereces tanto, hija...
Paloma suspiró al escuchar la palabra «todo» y recordar su conversación con Ian.
—¿Deseas lo mismo para Ian? —inquirió.
—Por supuesto, es mi hermanito... Es un chico fantástico que tiene el corazón más noble que conozco.
—¿Y cómo te imaginas a la chica y al chico que quieres para nosotros? —preguntó con curiosidad.
—Pues no soy muy exigente, solo quiero que sean personas que los respeten, los amen incondicionalmente y deseen lo mismo que ustedes, que puedan sentirse acompañados en los momentos bonitos, pero, sobre todo, en los difíciles, porque es ahí cuando el mundo se vuelve tirano. Me gustaría que se sientan un poco como yo en los brazos de Ferrán, contenida, segura, amada... Para ti, debe ser alguien con quien te permitas ser vulnerable sin sentirte menos por ello, alguien que tenga mucha paciencia para escarbar dentro de ti, porque por fuera eres dura, pero por dentro eres un flan, el que sepa llegar hasta allí se ganará el premio mayor. Para él debe ser alguien que valore su corazón y lo anime a liberarse más, que lo haga sentir querido y en cuya compañía se sienta completo. Sé que Ian ha crecido conteniéndose, buscando ser siempre perfecto y no equivocarse, quisiera para él alguien con quien no tuviera que sentir que siempre lo hace mal, como sucedía con Isabella.
—Vaya... lo has pensado todo —añadió divertida—. Y con todo eso que has dicho ¿te parece que no eres exigente, Camelia? —bromeó.
Camelia se echó a reír.
—Bueno, un poco, quizás... pero son dos de las personas que más me importan, quiero lo mejor para ustedes. Además, lo que más raro me parece son estas preguntas que me estás haciendo.
—Era solo curiosidad, nada más... Ian y yo hemos estado hablando de lo diferentes que somos, él busca una pareja estable y real, yo no quiero nada serio... Él no comprende por qué y yo no lo comprendo a él... ya ves, solo estuvimos analizando un poco las relaciones, y tú y papá son siempre nuestro modelo.
—Ya... Lo que no comprendo yo es por qué, si tu papá y yo somos tu modelo, tú no quieres algo así —respondió—. ¿Acaso lo hacemos tan mal?
—No, lo hacen perfecto, son los más enamorados que conozco —respondió la muchacha divertida—, el problema soy yo, no ustedes...
—Hmmm... —Paloma escuchó que Mateo llamaba a Camelia—. ¡Ya voy! —exclamó.
—Bien, anda a atender a mi hermanito... ¿Hablamos luego?
—Hablamos luego, cariño.
Una vez que cortó la llamada, se quedó pensativa, volvió a tomar el papel en sus manos y pensó que quizá no era buena idea hacer ese viaje y que lo mejor sería tomarse unas semanas de descanso antes de seguir con esa locura. Buscó su computadora y compró un pasaje para Recife, una ciudad cercana, su idea era pasar allí un par de semanas en soledad, pensar mejor lo que quería y debía hacer, y luego, de acuerdo con su decisión regresar a Salvador o a España.
El jueves por la mañana, sorprendió a Ian temprano en el desayuno con una mochila cargada a la espalda.
—¿A dónde vas? —preguntó este confundido.
—Iré a pasar unos días a Recife...
—¿Con Carmiña? —inquirió.
—No, sola... necesito pensar —admitió.
—¿Y nuestro viaje?
—Lo siento, tendrás que cancelar... A lo mejor lo haremos cuando regrese.
—¿Eso cuándo será? —preguntó un poco enfadado por aquella reacción que le parecía tan fuera de lugar.
—No lo sé, puede que, en una o dos semanas, o a lo mejor me regreso directo a España.
—Ya... —respondió él—. Estás segura entonces, ¿no?
—Sí... Tomaré un taxi para ir al aeropuerto.
—No es necesario, te llevo yo —dijo él levantándose.
—¿Y tu trabajo?
—Avisaré que voy tarde... —añadió—. ¿No te olvidas de nada?
—Dejo algunas cosas, solo llevo lo necesario —comentó.
—¿Y por qué dejas cosas si no piensas regresar? —preguntó.
Ella no respondió, solo suspiró. Se veía enfadado y no le gustaba verlo de esa manera, valoraba que incluso en esas circunstancias, él respetara sus decisiones.
—No hay nada importante, en todo caso me lo llevas cuando vayas a Galicia al cumpleaños de Mateo.
—Ya —dijo él—. ¿Nos vamos?
Ella asintió y lo siguió hasta el vehículo.
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