🦋 Entrega 🦋
Paloma se enamoró de aquel pueblo con solo llegar. Tuvieron que estacionar en un sitio destinado a ello y caminaron por la calle principal que era solo peatonal, hasta llegar al hostal, donde preguntaron si había alguna habitación libre.
Por suerte, la consiguieron, y también pudieron cambiar la reserva de dos habitaciones por una matrimonial. La muchacha que los atendió les dijo que estaban con suerte, pues normalmente estaba todo ocupado.
—¿Quieres recorrer la ciudad? —inquirió Ian una vez que ingresaron al cuarto. Paloma se sentó en la cama y él se acercó a mirar la vista por la ventana.
—¿Tú crees que quiero recorrer la ciudad? —preguntó Paloma. Él se echó a reír—. Podemos recorrerla más tarde, ¿no? La ciudad no va a ir a ninguna parte...
—Sí... ¿Nos encargamos de las mariposas entonces? —inquirió acercándose a ella que estaba sentada sobre la cama.
Ian la observó, se veía nerviosa y a la vez no perdía ese porte de retadora, tenía las piernas cruzadas y los brazos tensos sujetando el peso de su espalda sobre la cama. Se preguntó si aquello era correcto, pero decidió que no quería pensarlo más, la deseaba y ella a él también.
Se acercó y ella descruzó sus piernas para dejarle entrar en medio, él quedó de pie frente a ella, que levantó la mirada para unirla a la suya.
Ian tomo la base de su blusa y ella levantó los brazos para que se la quitara, luego se quitó su camisa y se quedó solo con los jeans. Entonces fue ella la que bajó la mirada al cinturón que le había quedado en frente y lo desabrochó, después desprendió con lentitud el botón del pantalón y bajó la cremallera. Él sonrió al verla hacer, le gustaba la manera en la que lo tocaba y lo descubría, estaba excitado, y ella lo notó de inmediato.
—Vaya... —dijo y no esperó para acariciarlo sobre la ropa interior.
—Por Dios, Paloma —susurró él y dio un paso atrás.
—¿Qué? —preguntó la muchacha y se dejó caer en la cama no sin antes deshacerse del brasier.
—Eres perfecta —susurró él que se había terminado de sacar los pantalones y ahora se recostaba sobre ella.
Entonces, Ian gateó hasta su abdomen y se acercó para dejarle besos dulces y mojados.
—Dios... —susurró ella estremeciéndose.
—¿Aquí es que viven esas mariposas que tanto te molestan? —preguntó con su aliento sobre su piel previamente húmeda por sus besos.
—Ajá —Paloma se movía inquieta bajo el peso de su cuerpo.
—Son mis amigas... —murmuró y mordisqueó su abdomen, ella se retorció.
—Creo que algunas se han mudado...
—¿A dónde? —quiso saber él y levantó la cabeza para mirarla—. ¿Aquí? —inquirió y subió su mano por el centro de su abdomen hasta llegar al centro de su pecho, ella asintió—. ¿Aquí? —preguntó dejando que sus dedos dibujen el contorno donde iniciaban sus senos, ella cerró los ojos sintiendo que estallaba por dentro—. ¿O aquí? —preguntó mientras con la mano derecha encerraba uno de sus pechos y se llevaba el otro a la boca.
Paloma se volvió a estremecer y se movió llena de deseo bajo su cuerpo.
—¿Podría ser más por aquí? —inquirió con la mano izquierda dirigiéndose a velocidad hasta el vértice entre sus piernas.
—Por Dios, Ian, me vas a matar... —susurró.
—No vas a morir hoy, pajarito, pero vas a sentir, mucho... demasiado —prometió y se alejó para desabrochar el pantalón que ella traía y sacárselo junto con la ropa interior.
La claridad de la mañana se colaba por la ventana cubierta por finas cortinas, por lo que él pudo verla completamente desnuda y sintió que el pulso se le aceleró tanto que el corazón amenazaba por salirse de su cuerpo.
—¿Qué? —inquirió ella al verlo de pie, en silencio, absorto en su piel.
—Eres... más hermosa de lo que me pude haber imaginado alguna vez...
—¿Me imaginaste? —inquirió.
—Te desnudaste en el mar, Paloma, ¿qué querías? —preguntó y luego la miró a los ojos—. Soy de carne y hueso.
—Sácate todo lo que te queda —pidió la muchacha y él lo hizo.
Ella lo miró de arriba abajo y sonrió.
—Me gusta toda esa carne y esos huesos —admitió—, es mejor de lo que imaginé...
—¿Me imaginaste? —preguntó él acercándose de nuevo con lentitud.
—Por supuesto, soy muy imaginativa, Ian...
Lo próximo que sucedió en esa cama fueron besos, caricias, manos por todos lados y piernas enredadas, jadeos, mordiscos, más besos y suspiros. Ian se tomó todo el tiempo necesario para recorrer cada centímetro de la piel de Paloma y colonizarla con sus besos; la muchacha, que no estaba acostumbrada a esa clase de demostraciones, sintió que su piel se convertía en lava y que en cualquier momento se derretiría.
Nunca había hecho el amor de esa manera, normalmente sus relaciones eran rápidas, cada quién buscaba lo que deseaba y se terminaba. Pero Ian no la dejaba hacerle nada, cada vez que ella quería tocarlo, él le pedía que esperara, mientras él la llenaba de atenciones, a veces más suaves, a veces más intensas, que a ella lograron enloquecerla.
Cuando sentía que ya no podía aguantar el deseo que se arremolinaba entre sus piernas y la necesidad de tenerlo dentro se le hizo voraz, le rogó que continuara. Él, divertido, le preguntó qué era exactamente lo que necesitaba, y ella se lo pidió con todas las letras y sin vergüenza alguna.
—Hay algo que he olvidado —dijo de pronto al notar que no tenía un preservativo.
Ella se levantó de golpe y buscó uno entre sus cosas, se lo pasó, y como él tardaba demasiado en abrirlo, chasqueó la lengua y se lo colocó ella misma. Ian reía con diversión al notar sus ansias.
—Me estás enloqueciendo desde hace horas, Ian, ya no lo soporto. Ni siquiera me dejas retribuírtelo.
—Lo podrás hacer a gusto más tarde, pajarito —prometió él—, pero primero quería hacerte sentir todo lo que mereces, o al menos un poquito, porque me queda mucho tiempo y muchas ganas —admitió.
Ella sonrió con dulzura, lo besó en los labios y luego lo miró a los ojos como si lo viera por primera vez.
—Ni se te ocurra hacerlo lento —pidió. Él sonrió de esa forma que ella le había descubierto ese día y se colocó entre sus piernas. Al sentirlo, ella cerró los ojos.
—Mírame, pajarito —susurró.
Ella lo miró, se aferró a sus caderas y lo guio, él ingresó en ella y sintió que el mundo tomaba forma y cobraba sentido. No necesitaron decir nada más, el ritmo les nació del alma una vez que sus cuerpos se acoplaron y sus ojos se engancharon a esas miradas tan profundas en las que se decían mucho más de lo que todavía se animaban a poner en palabras.
Un buen rato después, cuando por tercera vez llegaban juntos a la cima, esta vez con ella encima de él, Paloma se dejó caer sobre el torso de Ian que instintivamente la envolvió entre sus brazos.
—Me quiero dormir aquí... —susurró.
—Puedes vivir allí si lo deseas —dijo él y ella sonrió contra su pecho. Se dejo caer lentamente a su lado sin desenredar sus piernas y se acopló a su abrazo—. ¿Se calmaron esas mariposas? —inquirió.
—Un rato, pero ya despertarán de nuevo...
—Me alegra mucho oír eso —musitó besándola en los labios y luego en la frente—. ¿Te sientes bien? ¿Te ha gustado?
—¿Gustarme? Por Dios, eres tan bueno en la cama como en todo lo demás, Ian...
—Vaya... —susurró y cerró los ojos.
Paloma dibujo con el dedo índice figuras geométricas sobre su pecho mientras él le acariciaba la espalda con ternura.
—¿Eres así siempre? Digo, tan atento... tan...
—Me gusta hacer sentir bien a la mujer que está conmigo, me gusta que sepa que es única y que me enloquece —admitió—, pero no, no es así siempre...
—¿A qué te refieres?
—A que he sentido demasiado...
—¿Quieres que sea sincera contigo? —inquirió la muchacha y lo miró. Él abrió los ojos y entornó una ceja.
—No lo sé... —Ella sonrió.
—No ha sido nunca así para mí, siempre era cosa de un rato, de encontrar placer en el otro y ya... Siento una química muy explosiva... y tú has sido tan generoso —susurró y escondió el rostro en su pecho como si de pronto se avergonzara—, has tocado sitios en los que ni siquiera sabía que podía sentir tanto... Te lo retribuiré, lo prometo... apenas descanse un poco...
Ian se echó a reír, le encantaba su frescura, su naturalidad, su sinceridad.
—¿Tan cansada has quedado? —preguntó—. Vaya, te hacía con más fuerzas —bromeó.
Ella lo miró y él la besó en la frente con dulzura.
—Pajarito, no tienes que hacer nada, no espero nada...
—Pero también quiero enloquecerte —susurró.
—¿No te das cuenta de que me enloqueces en todo momento? Lo que digo es que puedes hacer lo que desees conmigo, cuando quieras, como quieras... pero no porque tengas que retribuirme nada, todo lo que hice lo hice porque eres tú y me gustas mucho, ya te lo había dicho antes... Además, sabes delicioso y...
Se besaron de nuevo.
—Necesitamos descansar y luego salir a comprar más preservativos —murmuró Paloma, Ian se echó a reír y la acomodó en sus brazos.
—¿Por qué eres tan perfecta?
Paloma sonrió y se acomodó sobre su pecho. Entonces sintió un aleteo, pero esta vez no fue en su estómago, sino en su pecho. Cerró los ojos y suspiró, podría quedarse allí eternamente.
¿Qué tan enamoradas de Ian están?
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