🦋 Encuentro 🦋

Paloma lo vio esperándola en el aeropuerto con la mano derecha en el bolsillo y la izquierda sujetando un cartelito blanco con la palabra «Pajarito» escrita en ella con tinta fucsia de resaltador. Tenía la misma mirada dulce de Camelia, pero él tenía los ojos claros mientras que ella los tenía oscuros. La escena le resultó tierna y caminó hacia él. Cuando la vio, sus labios se curvaron ligeramente en una sonrisa de reconocimiento. Ella levantó su mano para saludarlo y agilizó sus pasos hacia él. De la última vez que se habían visto en vivo y en directo ya habían pasado cuatro años, luego no habían coincidido en reuniones familiares ni cumpleaños, de hecho, parecían cruzarse siempre, cuando él iba, ella no; o cuando ella llegaba, él acababa de partir.

Al acercarse más, Paloma no pudo evitar pensar en que se veía muy guapo. Nunca se había fijado en él de esa manera, probablemente porque en la época en la que interactuaron un poco más, ella andaba siempre en dramas adolescentes y él ya era un chico independiente cuya vida le parecía aburrida y lejana. Y es que, aunque no los separaran demasiados años, en esas épocas se notaban demasiado. De todas maneras, Paloma pensó que sin duda coquetearía con él si lo conociera en una fiesta, cualquier noche de juerga, pero era el hermano de Camelia y eso lo hacía algo casi incestuoso, por lo que alejó esos pensamientos de su mente y se acercó con velocidad para saludarlo.

—¡Pajarito! —Fue él quien habló primero y se apresuró a tomar la maleta roja que ella llevaba en sus manos. Paloma, por su parte, se colgó de su cuello como si volviera a tener doce años y le abrazó como si fuera lo más normal del mundo, un poco porque esa era su manera de ser: abierta y espontánea, y otro poco porque en su interior trataba de convencerse de que tenía que verlo como un tío o un primo, no como el hombre guapo en el que de pronto se había convertido.

—Ian, ¿cómo has estado? —saludó aunque él se notaba confundido por su arrebato de confianza. Y es que en eso Ian era un poco parecido a Camelia y esos gestos de cariño le resultaban incómodos.

—Bien, bien... Y el sol te sienta bien —dijo él y la miró de arriba abajo sin disimular el asombro de encontrar a la pequeña Paloma convertida en una mujer demasiado atractiva.

Ella sabía que aquel comentario lo decía por las conversaciones en el grupo en la que las chicas habían mencionado lo mucho que deseaba que le tomara un color moreno y parejo, pero como era tan blanca, casi traslúcida, como había bromeado Camelia, aquello parecía una misión imposible. De todas formas, la manera en que la miró y el brillo de sus ojos, le dieron a la muchacha una pauta de que a Ian le gustaba lo que veía.

Y como a ella le encantaba provocar, se giró sobre sí misma para que pudiera admirarla con ganas y luego enarcó una de las cejas y colocó los brazos en jarra a la espera de su veredicto. Él no dijo nada, solo logró sonrojarse un poco ya que había sido descubierto, lo que fue suficiente para ella.

Le dio un golpe divertido en el hombro y le guiñó un ojo para que el momento no resultara incómodo.

—Tranquilo, no muerdo. Como verás, he crecido y me han salido tetas —añadió divertida mientras se las apretaba con las manos.

—Ya veo por qué le das tantos dolores de cabeza a mi hermana y a tu padre —bromeó divertido y ella se encogió de hombros.

—Una no puede pasar desapercibida por la vida, Ian, hay que llamar la atención de las personas, dejar huellas, complicarles un poco el mundo sencillo en el que viven, al menos a la gente que nos importa, ¿no lo crees? —preguntó divertida mientras él comenzaba a caminar hacia la salida.

—Vaya, que manera de ver la vida —bromeó—. Yo soy de los que prefiero que nadie me note, la verdad.

—¿Seguro? Porque esos brazos que se ven trabajados en el gimnasio no parecen que sean solo por mantenerte en forma, ¿o sí? —añadió ella mientras caminaban.

Él solo negó con la cabeza, pero sonrió con diversión.

—¿Cómo ha ido el vuelo? —preguntó para cambiar de tema.

—Bien, no es que me guste mucho volar...

—Vaya, pensé todo lo contrario...

—¿Por? —inquirió y lo miró de lado mientras avanzaban entre las personas.

—Porque te llamas Paloma —dijo él y se echó a reír, ella le siguió el juego y negó con la cabeza.

Una vez que llegaron al estacionamiento, él colocó la maleta en la parte trasera del vehículo mientras ella se sentó en el sitio del copiloto y esperó. Su auto olía a limpio, a nuevo y un poco a menta o algo fresco, probablemente su perfume. A Paloma le dio una sensación de calma que le resultó nueva y le agradó.

La muchacha buscó entonces su celular e intentó enviar un mensaje a su papá y a Camelia en el grupo de familia que tenían, su intención era avisarles que había llegado bien, pero el roaming aún no le funcionaba.

—¿Puedes avisarle a Mel que ya llegué? No me anda el roaming —comentó cuando él subió al vehículo.

—Te comparto mi señal de internet —dijo él y activó el WiFi para que se conecte. Entonces, Paloma pudo mandar el mensaje.

«¿Ya está Ian contigo?». Preguntó Mel.

«Sí, ya vamos de camino a su apartamento». Respondió ella y les adjuntó un corazón.

Ian le regaló una sonrisa cuando ella levantó la vista del teléfono y arrancó el vehículo.

—Ahora pasaremos por una especie de túnel de tacuaras, los lugareños creen que al pasar por allí te llenas de buenas vibras, independientemente de que eso sea o no cierto, es una belleza... y a la noche es aún mejor —comentó.

Paloma pegó la frente al vidrio mientras miraba el paisaje que ofrecía la ciudad con entusiasmo y expectación.

—¡Wow! Es increíble —comentó cuando pasaron por el túnel de plantas e Ian sonrió.

Luego hicieron silencio mientras Paloma se llenaba de las primeras vistas que le ofrecía la ciudad de Salvador. Le parecía que había demasiado verde y que incluso al estar en el mismo país, se veía muy distinto a lo que había visitado antes.

Y ese pensamiento la llevó por otro camino. Era una especie de presentimiento, Paloma pensaba que las personas también eran así, se conocen en un contexto y se acostumbran a verse y tratarse en ese sentido, por ejemplo: al profesor de historia solo se lo ve como eso, como un maestro exigente o permisivo, pero nadie parece detenerse en que ese mismo hombre puede ser a la vez un padre, un amigo, un hermano, un vecino; solo las personas que lo rodean lo conocen en otro aspecto.

Aquello la llevaba a pensar que iba a conocer a un Ian distinto, a un Ian en otro contexto, un poco más global, un chico que es mucho más que el hermano de Camelia que era básicamente lo que había sido para ella desde siempre. Y allí sentada en su vehículo, mientras daba vueltas en un sinfín de rotondas, de camino a su casa, Paloma tuvo la impresión de que vería mucho más de él en esos días, y aunque no era capaz de saber bien el porqué, la idea le generaba tanto temor como adrenalina. Y de eso se trataba para ella la emoción de un presentimiento, de que nunca sabía si sería bueno o malo en realidad.

—¿Crees en los presentimientos? —le preguntó de pronto. Él sonrió y la miró de reojo mientras pensaba la respuesta a esa extraña pregunta que pareció salir de la nada.

—No lo sé... supongo que sí, hay personas que los tienen, ¿no?

—Sí... yo soy una de esas personas —admitió ella y sonrió mientras subía sus pies sobre la guantera del vehículo.

—Ey, no me ensucies el auto —la regañó, pero no con mal tono, por lo que ella lo ignoró y se acomodó incluso mejor—. ¿Qué es lo que presientes? Me das miedo —añadió.

Paloma negó.

—Los tengo desde niña, quizás desde que mamá murió —susurró y perdió la vista en el paisaje—, es una sensación de que sabes que algo va a suceder... es inquietante porque nunca sabes si será algo bueno o algo malo, pero a la vez es bonito...

—No sé cómo eso puede ser bonito tanta incertidumbre... —murmuró él sin sacar la vista del camino.

—Pues, a mí me gusta, soy de esas personas que aman los riesgos, la adrenalina de no saber qué es lo que te espera a la vuelta de la esquina... y me agrada eso, saber que la vida está llena de sorpresas, y que, aunque algunas no sean tan geniales, otra sí que lo son.

—Bueno, si lo explicas así tiene sentido, para mí los presentimientos son más como algo malo, ¿sabes? Quizá sí tuve uno una vez y... y luego no quise volver a tenerlos...

Ella lo miró y vio que se mordía el labio inferior como si aquello que tenía en la mente le generara alguna clase de dolor.

—¿Vives muy lejos? —inquirió y puso la vista en el camino.

—No, en realidad si hubiese un camino para ir derecho, llegaríamos en minutos, pero las calles aquí dan muchas vueltas —comentó.

—Pues entonces, aprovechemos el trayecto y cuéntame lo que presentiste aquella vez —pidió Paloma incluso sabiendo que aquello podía ser incómodo o molesto, pero a ella le gustaba estirar los límites.

Él lo dudó, volvió a mirarla de reojo, y sin saber muy bien por qué, sonrió. Paloma pensó que le gustaba su sonrisa, era sincera y tranquila, transmitía calma, y eso volvió a generarle cierta inquietud. 

Quería pedirles que estén pendientes porque mañana subiré otra historia :)

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