🦋 Confidencias 🦋
Hacía cinco días que Paloma había llegado y las vidas de ambos parecían haberse acoplado de una manera que ninguno de los dos esperaba. Aunque las rutinas de Ian habían cambiado, se había acomodado a las nuevas como si hubieran estado allí toda la vida. Cosa que en cierta forma lo confundía, porque nunca había podido estar con Isabella bajo un mismo techo por más de un fin de semana completo sin pelear.
Por la mañana, él se levantaba temprano e iba al trabajo, se preparaba el desayuno para él y lo dejaba a medio hacer para ella. Paloma se despertaba cerca de las nueve o las diez, pues trasnochaba leyendo o escribiendo, siempre se encontraba con el café hecho y algo listo para comer, y luego iba a la playa a tumbarse bajo el sol o leer algún libro. Volvía cuando se agotaba del sol o del mar y se ponía a trabajar en sus proyectos. Luego, preparaba algo para comer y cuando llegaba Ian y lo compartían en la mesa mientras hablaban de sus días.
—No tienes que cocinar todos los días —dijo él esa tarde al llegar. Ella estaba vestida con el pareo amarillo de encaje que usaba para ir a la playa, abajo se podía visualizar su bikini. Él estaba acostumbrado a verla así. Se daba un baño y se cambiaba antes de dormir.
Ian ponía todo de su parte para no mirarla como miraría a cualquier mujer, Paloma era preciosa y eso no había quién lo negase, pero él intentaba verla como vería a una prima lejana o a un pariente, aunque no siempre funcionaba.
—Tampoco tienes por qué dejarme el desayuno listo, sin embargo, lo haces —respondió ella mientras revolvía algo y canturreaba una canción que él no conocía—. Además, me gusta cocinar, es algo que me relaja.
—Pero estás de vacaciones, lo del desayuno es lo menos que puedo hacer para que te sientas a gusto, y no me molesta...
Ella sonrió y se acercó con un cucharón cargado con salsa para que él probara.
—Mmmm está delicioso —admitió—. ¿Qué tal la playa hoy?
—Ha sido un día caluroso, ¿qué tal si salimos a dar una caminata luego de la cena? —inquirió.
—Es una buena idea —respondió—. Ha sido un día pesado.
—¿Se han puesto parlanchina las aves? —bromeó y él puso los ojos en blanco mientras le ayudaba a poner la mesa para cenar.
—Estoy haciendo una investigación sobre un tipo específico de aves que se han reproducido en cautiverio, es algo que no pensamos que podría suceder, así que hay esperanzas —explicó con entusiasmo. A Paloma le gustaba que él le contara sobre su trabajo, ella pensaba que sus ojos se ponían más claros que de costumbre cuando hablaba de esas aves que tanto le encantaban, se notaba que le apasionaba lo que hacía.
—Cuéntame alguna curiosidad de las palomas —pidió—. Antes siempre lo hacías —añadió recordando cuando era más pequeña.
—Algunos científicos han demostrado que las palomas pueden percibir imágenes de video de sí mismas, tienen capacidades auto cognitivas mejores que niños de tres años.
Ella sonrió y se llevó un bocado a la boca, orgullosa de aquello.
—Me gusta todo lo que sabes de las palomas, siempre me ha llamado la atención. La gente suele decir que son una plaga, que son las ratas del cielo, que transmiten enfermedades...
—A mí me gustan todas las aves, cada una tiene su encanto, las palomas son muy inteligentes... La cuestión de señalarlas como una plaga tiene que ver con otras situaciones, que claro, son de considerarse, pero mejor nos enfocamos en lo positivo, ¿no? Las palomas han sido importantes en toda la historia. De chico me gustaba la idea de tener una paloma mensajera... fueron utilizadas con ese propósito en la primera y la segunda Guerra Mundial, y luego en las religiones también están presentes, el Espíritu Santo es representado por una paloma, y en el chamanismo simbolizan el hogar y la seguridad.
—Vaya, es apasionante escucharte...
—Ahora cuéntame de tu trabajo... —pidió él y ella asintió.
—Siempre me ha gustado mucho leer, desde que mi madre me dejó un único legado, un libro, su favorito. No era por el libro en sí, sino por esa conexión que hallaba cuando lo abría, me gustaba imaginarla leyéndolo, acariciándolo...
—Sé algo de esa historia —admitió y ella sonrió.
—Mi madre se preparó para marcharse y nos preparó a todos. Es simpático, porque ahora que lo pienso yo fui su paloma mensajera —comentó con un dejo de nostalgia en su voz. Removió su comida y luego levantó la vista para volver a hablar—, dejó cartas para todos: para la abuela, la tía, papá, e incluso, para Camelia —añadió y suspiró—, pero no me dejó una carta a mí.
—¿No?
Ella negó y se encogió de hombros. Ian supo que aquello le dolía por más que intentara ocultarlo.
—No, si lo hubiera hecho ya me la hubiesen dado. Esperé a que llegara cuando cumplí los quince o a lo mejor a los dieciocho, pero nada.
—A lo mejor en tu boda o cuando tengas un hijo...
Ella se echó a reír.
—Entonces es probable que no la lea nunca —añadió con un tono que intentaba ser jocoso sin mucho éxito—. El caso es que solo me dejó ese libro, cuya historia en realidad no decía mucho, era más bien un legado con historia detrás ya que ella lo había recibido de alguien a quien quiso mucho y me lo dio a su vez a mí... Pero las letras me sirvieron de contención en los momentos más difíciles de mi vida, por lo que decidí estudiarlas... y me convertí en editora. Me gusta el trabajo, pero sobre todo la libertad que me da poder hacerlo en cualquier sitio... Además, los libros me permiten vivir mil vidas sin salirme de la mía.
—Comprendo... Pero Mel dijo que también escribías.
—Sí, supongo que de tanto leer en algún punto me he puesto a pensar que a lo mejor yo también tenía algo para contar, pero no tengo nada publicado aún.
—¿Qué escribes?
—Romance, fantasía... erótica —añadió y movió las cejas en un gesto sugerente.
—¿En serio? —inquirió él mirándola con curiosidad, a veces no sabía si Paloma decía la verdad o bromeaba.
—Sí... Justo estoy escribiendo una historia así ahora mismo...
—Vaya... —susurró.
—Seguro que te mueres por saber qué me inspira y de dónde saco lo que escribo, si lo he vivido yo o sale solo de mi imaginación... —Ian la miró con diversión por la manera en la que lo había descubierto—. No, no eres obvio, pero la mayoría de los hombres me preguntan siempre eso, supongo que les da morbo pensar en conocer de cerca a alguien que escribe erótica y los secretos que puede guardar.
—Supongo...
—Así como no necesito ser un marciano para escribir algo de eso, tampoco necesito probar todo lo que escribo, aunque admito que soy muy curiosa y me gusta experimentar todo... o casi todo... no lo sé...
Aquella confesión hizo que Ian se sonrojara y se sintió tonto al mostrarse así, se enfocó en comer y no mirarla a los ojos, pero ella se echó a reír.
—¿Qué? —mencionó con la boca llena.
—Es tierno que seas mayor que yo y te avergüence hablar de estas cosas.
—No me avergüenzo, es raro... solo eso... Para mí eres la niña que conocí con doce años...
—Ya en esa época era bastante despierta, Ian —comentó con soltura—, pero no te preocupes, lo comprendo, aunque no sé si me agrada.
—¿Por qué no? —preguntó él con intención de desviarla del tema anterior, pero no funcionó.
—Porque quiero que me veas más como una mujer contemporánea a ti, no como una hermanita pequeña de la que tienes que cuidar y proteger. No creo que te pongas rojo cuando hablas con tus amigas o con Isabella...
—No te veo así tampoco... —admitió él, aunque no estaba demasiado seguro.
—Bien... El caso es que investigo mucho sobre lo que quiero escribir, estamos en la era de la información, todo está a un clic de distancia. No necesariamente tengo que probarlo con alguien —añadió con diversión porque había descubierto que le incomodaba—, aunque algunas cosas las he probado y otras están en mi lista de pendientes.
—Bien...
—¿No vas a preguntarme qué?
—No...
—Vaya... sí que eres aburrido —añadió y se puso a comer.
Ian solo negó y terminaron de comer en silencio. Luego, recogieron los platos y salieron rumbo a la playa. La noche estaba cálida y las estrellas brillaban más que nunca en el cielo.
Paloma se descalzó como siempre y echó a correr sobre la arena.
—Hoy he conocido a las chicas de la quinta casa —comentó—, nos hemos cruzado cuando venía de la playa y me han preguntado quién era. Les dije que estaba en tu casa y me preguntaron si quería ir mañana con ellas al centro, me hablaron de un tour por la ciudad...
—Me parece bien, deberías ir. Yo solo conozco a Carmiña, pero sé que tiene un grupo de amigos divertidos... suelen hacer fiestas en la casa —informó.
—Me han caído bien —asintió—. ¿Entonces te parece buena idea que vaya?
—Sí, pensaba presentarte a las chicas el fin de semana...
Ella asintió y siguieron caminando hasta que ella habló de nuevo.
—Cuéntame de Isabella —solicitó.
—Eres demasiado curiosa y preguntona —añadió sin tener claro qué decir de ella.
—La vida es una escuela, hay que preguntar, indagar para aprender... Además, todo lo que me dice la gente me sirve para futuros libros, algún día escribiré algo tan bueno e interesante que no le quedará otra opción que ser un bestseller —comentó con seguridad y desparpajo.
—No hay nada que hablar de Isa...
—No la has visto en todos estos días, ¿están peleados? —inquirió.
—Sí, no le ha gustado la idea de que te quedaras en casa...
—¿No? Debí suponerlo... Mel dijo que era un poco posesiva —añadió y él la miró con curiosidad.
—Ah, ¿sí? Pero si Mel no la conoce...
—No hace falta, sabe que se pelean mucho, que ella quiere dominarte y que tú te dejas.
—Vaya, me encanta tener privacidad —añadió con ironía.
Ella sonrió y negó.
—Supongo que llegará uno de estos días así que lo mejor es que esté preparada. ¿Qué le has dicho de mí?
—Que eres algo así como una hermana menor —comentó.
—Vaya... —murmuró con sorpresa.
—No podía decirle otra cosa... —añadió Ian a la defensiva.
Paloma lo observó.
—¿Por qué le tienes miedo?
—¿Qué? ¡Yo no le tengo miedo! —exclamó él como si aquel comentario lo hubiese ofendido.
—Se nota a leguas que sí —comentó ella con desparpajo—. Bueno, tengo que admitir que la situación es un poco confusa, en su lugar creo que tampoco me agradaría la idea, más con una chica tan bella como yo, ¿no? —bromeó e Ian negó con diversión—, pero se supone que en una pareja debe haber confianza, hace mucho que están juntos, ¿acaso ella cree que tú arrojarías por la borda la relación que tienen por una chiquilla como yo?
—Pues, por lo visto no confía demasiado —dijo encogiéndose de hombros—. Pero de todas maneras ya me estoy cansando un poco de sus actitudes.
—¿Un poco?
—No sé qué es lo que tú sabes o qué te ha dicho Mel, pero tienes que pensar que es probable que a mi hermana no le guste ninguna mujer para mí...
—Tonterías, Mel es una persona inteligente y abierta, quiere lo mejor para ti, pero sabe que esta mujer no te conviene.
—Ah, ¿no? ¿Cómo lo sabe? ¿Y tú cómo lo sabes?
Paloma se detuvo y lo miró a los ojos antes de hablar.
—No sé mucho del amor, Ian, no es algo que quiera saber tampoco —afirmó—, lo poco que sé, lo sé de mis padres... Alguien que te ama te respeta, no quiere cambiarte ni convertirte en su juguete, no intenta que pienses igual que él o que modifiques tus opiniones o conductas solo para agradarle. Así es como se aman Mel y papá... así es como yo veo el amor...
—Tienes razón —admitió él y bajó la vista hacia los dedos de su pie derecho que jugueteaban a hundirse en la arena fresca—. A veces es confusa la línea, ¿sabes?
—¿Cuál?
—Esa... de saber hasta dónde es amor y dónde comienza la manipulación.
Paloma lo observó y asintió.
—Mi pregunta sincera es, ¿por qué dejas que alguien te trate así? Si te dejas manipular ni siquiera te amas a ti mismo. ¿Por qué?
Él la miró a los ojos y suspiró, el viento hacía volar su cabello de color miel en todas las direcciones y sus ojos brillaban casi como las estrellas que se veían en el fondo. Paloma era joven, pero era sabia, escucharla hablar era refrescante y a él le resultaba sencillo abrirse a ella y contarle cosas que no comentaba con nadie más que con él mismo. Se dejó caer en la arena y perdió la vista en el mar.
—No lo sé —respondió con sinceridad.
Paloma se sentó a su lado y suspiró.
—Pues debes averiguarlo...
Ian asintió y se quedaron en silencio por un buen rato, el viento los abrazaba y los hacía sentir como si flotaran en un espacio en el que no existía nada más que ellos, el silencio y el mar.
—Supongo que espero que cambie —dijo de pronto—, he intentado terminar varias veces, pero ella se pone mal, me dice que me ama y que cambiará... y yo...
—No va a cambiar, al menos no por ti —aseguró Paloma—. La gente no cambia por amor, Ian, a estas alturas ya deberías haber aprendido esa lección, creo que es la número uno del libro «Enamorarse y no morir en el intento» —añadió con tono jocoso para alivianar la carga que se sentía en el ambiente. Él la observó y sonrió con dulzura.
—¿Quién escribió ese libro? —preguntó.
—La vida, las personas que aman, sufren, creen que se van a morir de amor y luego se reconstruyen y vuelven al punto de inicio para intentarlo una y otra vez —explicó—. Es así, constantemente... pero lo primero que aprendes allá cuando tienes trece o catorce y te enamoras por primera vez del chico malo del curso, mientras crees que lo vas a convertir y a redimir con tu amor, es que eso no sucede, y lo aprendes por las malas, cuando te pone los cuernos o no te trata como te mereces, cuando comprendes que todo lo que decía era solo para lograr lo que quería —añadió y se encogió de hombros.
—Sabes demasiado de la vida para ser tan joven...
Ella negó y jugueteó en la arena con sus dedos.
—El dolor es un buen maestro y también los libros —explicó con diversión—. Pero, ya en serio, el amor consiste en amar al otro como es, aceptarlo... tengo entendido que ella no hace eso contigo.
—Quiero pensar que me ama, a su manera...
—Eso no me gusta, nunca me ha gustado... —se quejó al tiempo que recogió una piedrecita que estaba enterrada en la arena, la sacudió y la acercó a sus ojos para mirarla de cerca.
—¿Qué cosa? —preguntó mirándola con atención. Ella daba vuelta la piedrita entre su dedo índice y el pulgar y la estudiaba con curiosidad.
—Eso de que alguien te ame a su manera, es una forma de conformarse con poco, y nadie merecería conformarse con poco y menos en cuestiones de amor —añadió con seguridad—. Es o todo o nada, no a medias ni a su manera. Según yo, y lo poco que sé, ella no te ama porque no te respeta y siempre ha intentado manipularte. Hasta ahora no entiendo cómo se lo has permitido, porque déjame decirte que eso tampoco es amor, Ian, dejarle al otro hacer lo que quiere contigo ni siquiera es amor propio.
—Lo sé, pero... es complicado...
—Y no quieres hablar de ello —adivinó.
—No... pero tú al parecer sí —bromeó, ella se encogió de hombros—. Y ya que sabes tanto de amor, ¿cuántas veces te has enamorado?
—Tengo una teoría al respecto —explicó y comenzó a dar brincos en su sitio como si compartir con Ian su teoría le resultara de lo más interesante.
Se puso de pie y caminó hasta una roca donde se sentó y dejó los pies en el aire para que el agua los alcanzara al romper contra la piedra. Entonces, Ian se acercó y se sentó a su lado. Hicieron silencio de nuevo mientras se dejaban llevar un rato por la oscuridad y el sonido del mar que le ponía música de fondo a la conversación.
—Yo creo que uno puede enamorarse miles de veces a lo largo de la vida, de una misma persona o de otras, de uno mismo, de la vida o de una situación. Puedes enamorarte de cualquier cosa que te haga sentir vivo, un viaje o un libro...
—Vaya...
—Pero el enamoramiento siempre es pasajero, dura lo que dura el viaje o el libro, lo que duran las mariposas en la panza cuando besas a alguien por primera vez o lo que dura al éxtasis del sexo con alguien nuevo.
—Muy descriptiva —añadió Ian y ella se echó a reír.
—No te pierdas el punto central de mi teoría —regañó como si fuera una maestra de escuela hablando sobre un tema que saldría en el siguiente examen—. Pero el amor, el de verdad, ese sí que es difícil de alcanzar... Siempre empieza con un enamoramiento, que a la vez funciona como un telón que cubre el escenario real, el verdadero amor... Lo que sucede en la etapa del enamoramiento se da antes de que se abra ese telón, como cuando hay músicos que actúan antes de la estrella principal, ¿me sigues?
—Te sigo —respondió Ian y sonrió por la frescura y la profundidad de sus palabras y por esa manera mágica en la que parecía concebir el mundo. Sabía que Paloma siempre había sido una niña especial, había conquistado a Mel desde que la vio por ese corazón tan cargado de amor que le había entregado a ciegas, pero ahora se había convertido en una mujer magnífica y él no podía evitar pensar en lo mucho que comprendía a su hermana cuando le hablaba con tanto orgullo de aquella muchacha.
—Bueno... entonces un día, luego de unos meses de que ha empezado el enamoramiento, el telón se abre y tienes como una revelación: ni la persona es tan perfecta como lo veías hasta ahora, ni todo tan mágico como creías. Las mariposas comienzan a morir en tu estómago, porque ¿cuánto tiempo viven las mariposas?
—Entre dos semanas y un mes —respondió él y ella asintió—, aunque depende bastante de la especie —acotó.
—En su ambiente natural, señor biólogo —añadió ella con tono de científica—. En el estómago, no sé por qué, quizá por los ácidos —explicó como si lo dijera en serio—, pero alcanzan a vivir un poco más, a lo mejor tres meses... aunque los artículos que leí dicen que la etapa del enamoramiento dura de entre seis a ocho meses... Si tengo que ser sincera nunca me ha durado tanto... —aclaró.
—¿Lees sobre estas cosas?
—Claro, te he dicho que escribo sobre amor, tengo que informarme —añadió—. Cuando ese telón se abre, comienzas a ver en realidad lo que hay atrás, no lo que te has imaginado o lo que has idealizado.
—El príncipe azul se destiñe —admitió él y ella asintió.
—Y la princesa no siempre huele a flores y también tiene vellos en el cuerpo —comentó y se tocó las piernas para demostrar su punto—. Entonces, huyes o te quedas...
—Comprendo...
—Si huyes, es que no hay amor en realidad... si, aun así, cuando ves todo lo que hay ahí, tienes más ganas de quedarte, es amor, o al menos el verdadero inicio de una relación real. Como papá y Mel, cuando ella le contó su secreto y él la amó más por ello o cuando él le contó sus miedos y ella no se fue de su lado.
—Eso suena hermoso, lo admito...
—Y regresando a tu pregunta. Me he enamorado, muchísimas veces, lo estoy ahora de estas playas y de estas piedritas que parecen tener brillo interno —comentó y señaló el océano y las piedras que acunaba en la palma de su mano y que había ido juntando desde que habían comenzado la caminata—, pero no he llegado a quedarme nunca cuando se abre el telón.
—Es decir que no has amado jamás...
—No a un hombre en calidad de pareja... sí amo a mi padre, a mis madres, a mi abuela, a mi tía, a mi hermanito y a mis amigos... pero nunca he amado a un hombre de la manera en que mi madre amaba a mi padre o de la forma en que Mel lo ama.
—¿Por qué no? ¿No se ha dado la oportunidad? ¿No lo has conocido?
—A lo mejor tengo miedo —admitió sin ningún pudor, e Ian se asombró por lo valiente que resultaba alguien que era capaz de asumir sus miedos con tanta facilidad—. No quiero enamorarme, Ian, no quiero.
—¿Por qué amar te daría miedo? —inquirió confundido tras aquella confesión tan sincera.
—Amar es entregarse por completo, Ian, darle al otro lo mejor de uno mismo, compartirlo todo. Y yo no sé si estoy hecha para eso, soy demasiado libre para atarme a nadie, ¿qué pasaría si un día quiero irme? No puedo andar por el mundo rompiendo corazones ajenos por mis inseguridades o mis temores.
—Vaya... ¿quién piensa así? La mayoría lo que hace es usar a los demás para aprender a costa de sus corazones, no protegerlos...
—Lo sé, pero no me gusta ser esa clase de personas. El corazón es frágil, Ian, es lo más frágil que tenemos, todo lo demás es fácil de recuperar, un corazón roto tarda demasiado, a veces ni se recupera...
—Lo sé...
—El corazón no solo lo rompe una pareja, de todas maneras, hay personas que no saben amar porque sus corazones fueron rotos cuando eran niños, por padres, madres, adultos irresponsables... por circunstancias que no eligieron. Hay otras, como mi Mel, que fueron destrozadas por personas malas que le dañaron el cuerpo —dijo refiriéndose al abuso que sufrió la muchacha y que la hizo cerrarse en banda al resto del mundo por muchos años.
—Pero llegó tu padre y las cosas cambiaron para ella —comentó Ian.
—Porque el amor también sana...
—¿Por eso escribes de amor? ¿Porque crees mucho en él a pesar de temerle?
—No le temo al amor, me temo a mí misma, a no poder estar a la altura... a no saber amar... A no ser capaz de hacerlo...
—¿Pero lo deseas? ¿Amar y sentirte amada?
—Mentiría si te dijera que no, ¿hay alguien en el mundo que no lo desea? —inquirió y él se encogió de hombros.
—Hay gente como Isa que no lo valora —respondió Ian.
—No, ella no te amó nunca y probablemente tú a ella tampoco.
—¿Cómo puedes asegurar algo así? No nos conoces... hemos estado juntos mucho tiempo.
—A veces todo se resume a comodidad o rutina —explicó y tras aquella acotación Ian se sintió molesto. Aquello se sentía muy personal y ella parecía tener muchas teorías, pero poca experiencia, ni siquiera se había atrevido a amar—. Ya sé que te molesta esto que te digo —afirmó sabionda, como siempre.
—Es que no creo que sepas de lo que hablas... Al menos me juego por alguien, ¿no?
—Mira, te diré una cosa —añadió ignorando esa especie de ofensa que él intentó filtrar en la conversación—, te enamoraste de ella y probablemente ella de ti, estuvieron entre besos y caricias el tiempo que vivieron las mariposas en sus estómagos, luego... murieron, se abrió el telón. ¿Qué viste?
—Vi a una mujer con la que podría armar una vida, con la que era compatible, una mujer con la que me imaginé un futuro...
—Sí, pero eso no es lo que viste en ella, eso es lo que tú proyectaste en ella, que no es lo mismo —añadió y él suspiró—. ¿Acaso creer en el amor y soñar con amar y ser amado justifica aguantarse cualquier cosa? ¿Acaso desde el momento en que tu pareja deja de respetarte y comienza a pasarse por encima tus opiniones no deja automáticamente de ser amor? ¿A qué le temes, Ian? —preguntó.
Él no respondió, era demasiado lo que estaba descubriendo y no encontraba palabras en su interior.
—¿A qué le temes? —volvió a preguntar.
Ian supo la respuesta, pero no fue capaz de decírsela.
—Es tarde, creo que deberíamos volver —acotó.
Paloma sonrió y asintió, se puso de pie y caminó hacia la casa. Lo hicieron en silencio, perdidos en sus pensamientos y en una extraña sensación que oscilaba entre el confort y la incomodidad. Una vez en la casa, ella se detuvo en la puerta.
—Ese es un buen secreto —admitió y lo volteó a ver—, cuando estés listo para contármelo, recuerda que tu temor es tu gran secreto.
—¿Cómo estás tan segura?
—Porque todos guardamos en secreto aquello a lo que más tememos, nos hace vulnerables y nos da miedo que los demás lo descubran. Está claro que en este mundo si alguien conoce tus debilidades puede aprovecharse de eso y nadie quiere que eso le suceda, ¿no?
—A veces va más allá de eso, a veces decir en voz alta el miedo lo hace más tangible...
—Puede ser, aunque yo creo que cuando lo enfrentas es cuando le sacas su poder... Deberías intentarlo, enfrentar eso que tanto temes.
—¿Tú por qué no lo haces?
Ella se encogió de hombros.
—Supongo que tienes un buen punto —admitió con una sonrisa antes de ingresar al cuarto y cerrar la puerta.
Ian se quedó un buen rato contemplando la puerta cerrada tras la que dormía una muchacha que había aparecido de la nada para ayudarlo a resolver un rompecabezas que llevaba armando sin éxito toda su vida, el de su propia historia, el de sus miedos.
No se pueden quejar, porque este capítulo tiene más de 4mil palabras jaja
Besitos.
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