29. Soledad amenazante.

Tras una semana, estaba agotada.

Chrom estaba cansado siempre además de confundido y triste por la desición de su mejor amigo de infancia. Los Venerables estaban preparando todo para su retiro y comenzaban a ser más agobiantes las largas horas en donde me enseñaban a dirigir a un reino. De Robin no sabía abosolutamente nada, no estaba en la biblioteca como todas las noches y ni siquiera se tomaba la molestia de aparecer en el desayuno. Y por último, estaba esa amenaza que me hizo la mujer doméstica; me mantenía pensando día y noche. ¿Quería dinero o que demonios quería queria? Porque yo no era adivina y un desastre pensando en como solucionar mis problemas y eso todos ya lo sabíamos.

Cuidar del jardín, ya no podía darme esa paz momentánea que siempre me brindaba cuando estaba en alguna situación complicada como esa, pero aún así, con esperanza seguía dandole todo de mi.

Tras pasar unos cuantos días más, el esperado viaje al Reino de Plegia no pudo ser ignorado y así fue como Emmeryn-sama, Alfonse-sama, Chrom y Henry, partieron prometiendo a su pueblo traer buenas noticias con su regreso.

Cuídate mucho y también cuida a Lisa por favor, volveré antes de que te des cuenta. Te amo, Caroline...

Habían sido las últimas palabras de Chrom en la puerta del castillo, antes de besarme con cariño la frente y después hacerlo con la pequeña Lisa.
La Venerable también me encargó mucho a su hija y yo de alguna manera estaba feliz de poder darle esa confianza de darme tal trabajo, ya que no podía llevarla en su viaje siendo tan pequeña.

A pesar de que el Castillo de Yllisstol nunca había estado atiborrado de personas, durante esos días lo sentí tan solitario. De no ser por la risa o acciones de la pequeña, tal vez me hubiera sentido más sola que nunca. Era extrañamente diferente a cuando vivía sola.

Durante el desayuno, me sentaba en la mesa y daba de comer a Lisa, extrañando la presencia de Chrom en la silla de a lado y las irrelevantes bromas que de vez en cuando Emmeryn-sama hacia a su esposo. Robin estaba en el castillo, pero más bien parecía que no era así y eso se notaba desde antes que ellos partieran en su viaje hacia Plegia. Muchas veces me encontré pidiendo que se presentará a la mesa y hablará tal como lo hacía cuando me ayudaba con el jardín. Su presencia y forma de ser... no había manera de no aceptar que me gustaban. Cuando él quería, podía ser amable, pero ya veíamos que si no quería, podía ser una auténtica pesadilla andante.

Más de una vez, la mujer doméstica había vuelto a amenazarme; había vuelto para recordarme que podía echar abajo mi matrimonio con solo unas palabras. Lo único que no sabía ella, era que eso era imposible, más no podía dejar de preocuparme por esos momentos al ni siquiera saberlo yo.

Uno de esos días, me encontraba acostando a la pequeña Lisa en su cuna, en su respectiva habitación. No había problema con las distancias de nuestras habitaciones, ya que la pequeña dormía, y lo hacía de largo hasta el amanecer cansada de jugar todo el día en el jardín "secreto". Así que para no desacostumbrarla, no dormía conmigo a pesar de estar "solas". Claro que sí, cerraba su habitación con llave, además está era muy segura por ser la Princesa y  por si algún problema pudiera presentarse.

Tal como siempre hacia desde que Chrom había estado de viaje, cerré la puerta y me quede la llave entre mis manos. Con rumbo a mi habitación, un ruido me hizo cambiar la dirección.
Terminé asomando mi mirada desde la escalera hasta la puerta principal del castillo, en donde alguien había entrado y había azotado la gran puerta detrás de él.

Tambaleando con su andar borracho, supuse que Robin intentaba dirigirse a su habitación.
No iba a ayudarlo, en realidad me daba miedo acercarme a él estando en ese estado en el que no había tenido la suerte de ver, hablando sarcásticamente.
Más de pronto, mis piernas se movieron solas y corrieron hasta él, que en un intento de subir las escaleras, casi cae hasta abajo. Definitivamente no podía dejar que se lastimara. Estaba sola y no había nadie que pudiera ayudarme si realmente eso sucedía.

— ¿Que... qué haces? — me preguntó cuando coloqué uno de sus brazos alrededor de mis hombros.

— Le ayudaré a llegar a su habitación — simplemente contesté.

Con su mano libre, se tomó el rostro mientras agachaba la cabeza. Creí que iba a desmayarse.

— No, no lo hagas... — se deshizo de mi agarre y terminó recargado en el barandal de la escalera — ¡No te acerques a mí! — me gritó haciendo que en el gran salón resonará el eco y retrocedí asustada.

Sus ojos cansados me observaron con hostilidad. Yo ya conocía bien esa mirada fiera y llena de rencor.

— Por favor, déjenme ayudarle, Robin-sama, por lo menos solo a subir la escalera — le pedí preocupada.

— ¡No! — volvió a sentenciar — No te me acerques más. Tú, mujer, no me confundas aún más — ya no gritaba, pero su mirada se tornó complicada.

Me pregunté en ese momento a que se refería con sus palabras, pero solo había una respuesta y yo no era tonta.

— No es lo que busco, señor...

— Claro que lo haces — me interrumpió — Desde que te ví aquella vez en el jardín es lo que buscas y ya es suficiente. Caroline, yo también merezco ser felíz, y es por ello que tienes que alejarte de mí y yo tengo que hacerlo de tí.

A pesar de estar tomado, articulaba sus palabras de forma correcta y razonable. Parecía que eso había querido decir desde siempre, pero solo el alcohol le daba la fuerza para hacerlo.

Pidiendo que en realidad tuviera suerte de llegar a su habitación sin un rasguño, me di la vuelta sobre el escalón y subí unos cuantos más.

— Si necesita ayuda... — fue lo único que pude pronunciar, ya que un sonido de golpe seco me interrumpió.

Abrí los ojos como platos cuando le ví tirado al inicio de la escalera con los ojos cerrados. No era adivina para saber lo que le sucedería si seguía insistiendo en subir las escaleras sin ayuda.

— ¡Robin-sama! ¿Se encuentra bien? — no pude no correr en su rescate. No podía dejarlo tirado ahí, ¿o si?

Al ver que no abría los ojos, me senté en el suelo y con fuerza que no supe de donde saqué, coloque su cabeza y parte de su cuerpo en mi regazo intentado despertarle. De pronto los abrió dejando su mirada perdida en el techo del castillo y suspiro cansado. Parecía que el golpe le había hecho entrar en razón.

— No puedes entenderlo, ¿cierto? — se sentó en el suelo dándome la espalda, nuevamente se tocó la cabeza, pero ahora con las dos manos — Dices que lo haces, pero por más que te digo que te alejes de mi, terminas volviendo cuando se te presenta cualquier excusa. Ya no se quien tiene la culpa... pero esto... — de pronto se volteó completamente hacia mi y se acercó hasta que su rostro su rostro quedó frente al mío. Yo no retrocedí — Parecias estarlo pidiendo a gritos.

Nada más temino de decir, me besó con rudeza. No me aparte y no iba a hacerlo, pero era difícil seguirle aquel ritmo tan extremo. Colocó una de sus manos en mi nuca e impidió que escapara, pero como ya había mencionado, no iba a hacerlo porque al parecer si estaba pidiendo eso a gritos inconscientemente.

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