Holly y Addam, son como agua y aceite. No se pueden mezclar y tampoco quieren hacerlo.

A tan solo días de estar en éste hospital, no tardó en mostrar ese lado negativo y pesimista. Desde que entró al hospital no ha parado de dar problemas a los doctores, enfermeros y a cualquier cosa viva que se le acercara. Sus probabilidades de sonreír son tan nulas como aprender un ejercicio de matemáticas a la primera explicación.

Pero puede haber una esperanza: Holly Hoddson. Una joven alegre y positiva ante toda situación, que tiene sus altibajos pero logra salir adelante. Su propósito en el hospital es que nadie pierda la certeza de que no saldrá de aquel lugar. Y su mayor obstáculo se presenta una mañana lluviosa. 

Ella se encontraba sentada al lado del joven y con miedo de saber la respuesta, le preguntó:

—¿Por qué quieres morir? —Lo mira con miedo de saber la respuesta

—¿Para qué vivir? —contradijo sin expresión alguna en su rostro. Quedó sin habla la joven, no sabía qué contestar. El chico notó su desconcierto y realizó una sonrisa torcida—, a lo que me refiero es que no tengo a nadie por quien vivir; mi familia es lo único que tengo y no les importo.

La habitación quedó en completo silencio, nadie se atrevía a objetar algo. Pasaron unos segundos hasta que un señor de tercera edad, que estaba a dos camillas de diferencia, pronunció:

—¿Y qué me dice de esta hermosa señorita? —Addam lo observó curioso— ¿No le da ganas de seguir luchando? Mi esposa murió, mis hijos nunca me visitan y si no fuera por Holly, ya me hubiera dado por vencido. —observó con tristeza al chico y luego volvió su mirada al techo reincorporando su posición.

— Puede ser. —concluyó respondiendo al señor y dejando muchas dudas en la cabeza de la joven sentada a su lado, la cuál solo se levantó y despidiéndose de los pacientes, salió de la habitación.

Lo que ella no sabía era que aquel chico cambiaría sus estados de ánimo, sus pensamientos y hasta su sonrisa...