Déjà vu
Suele existir un gran debate sobre el déjà vu, aquel fenómeno en los que al presenciar algo nos provoca la sensación de haberlo vivido antes. Es un fenómeno extraño y que muchos hemos experimentado, al menos una vez. Incluso leí que hay diferentes tipos de déjà vu: Déjà Senti, déjà vécu y déjà disité. Los científicos dicen que esto es solo un pequeño lapsus o retraso a la hora de percibir un estímulo externo. Pero el mito sobre este tema dice que es tal vez producto de un mundo paralelo, una premonición del futuro o un recuerdo de una vida pasada.
Estoy teniendo un Déjá vu.
Esta vez, pese a saber y entender cómo funciona esto en mi cerebro, mientras estoy de pie en el aeropuerto de Seattle, creo que de alguna manera regreso aquella noche donde volé Alemania, aquella noche donde me despedí de él. Esta vez el mito se mezcla con la ciencia porque de alguna manera fue una premonición del futuro, aunque no creo en la premonición, o un recuerdo de una vida que me hubiera gustado tener.
Solo espero que, en algún universo paralelo, la Nicole Sullivan de aquel universo, no se quede de pie en un aeropuerto lleno de gente tratando de luchar contra los fantasmas de su pasado.
—¿Está todo bien? —me pregunta Cassian.
Miro a mi amigo y por un instante quiero decirle que nada está bien, que me siento incompleta, que solo estoy bien mientras estoy encerrada en las cuatro paredes blancas de mi laboratorio porque no me gusta salir de ahí e ir a un apartamento vacío, que hay veces donde duermo en el laboratorio por miedo a enfrentar mi soledad.
Quiero decirle que me gusta y soy feliz en mi trabajo, pero eso es todo, no hay nada más en mi vida aparte de eso y se siente mal, se siente un vacío asfixiante que me envuelve algunas noches. En esos momentos me siento como un barco cuyo destino siempre fue naufragar en el mar, me siento como un edificio destinado a colapsar, una bomba de tiempo que en cualquier momento va a explorar. Pero no digo eso y solo dibujo una sonrisa en mi cara, finjo que todo está bien.
Después de todo soy una Sullivan y eso es lo mejor que sabemos hacer.
—Sí, todo está bien. Solo es extraño volver, ya sabes, han pasado casi dos años desde que dejé Seattle. Estoy segura de que muchas cosas han cambiado.
Y eso es inevitable, el cambio es lo único constante. Tal vez es esa la razón por la que siempre me gustó la ciencia, la forma en la que está en constante cambio. Evolucionando. Siempre hay algo nuevo que aprender, algo nuevo que descubrir, siempre está la emoción de un nuevo proyecto, algo que representa un cambio para la sociedad. Algo que ayuda a mejorar el mundo. Nunca me vi como alguien que podría pasar horas encerrada en una oficina, pero podía verme horas encerrada en un laboratorio y ser feliz con eso, pero al final del día eso fue todo lo que quedó.
—Está lloviendo —dice Cassian cuando salimos del aeropuerto.
Lo veo mirar la lluvia con una sonrisa y no puedo evitar pensar en él, en Harry al cuadrado.
No suelo pensar en él con frecuencia, pero me suele resultar casi inevitable no dejar que mis pensamientos vayan hacia ciertos recuerdos cuando veo la lluvia caer. Pienso en la forma que le gustaba ver la lluvia o como solía mirar el cielo para predecir cuanto tardaría en llover.
Nota importante: No suele pensar en Harry, excepto en los días lluviosos como este.
—Si capitán obvio, esto es Seattle, aquí siempre está lloviendo.
Es una de las cosas que me gusta y me disgusta de este lugar. La lluvia. A veces es buena. Me gusta. Los días lluviosos son mis favoritos, pero cuando vivía aquí y tenía un día malo me sentía dentro de una mala película de drama y eso no me gustaba porque solo alargaba mi tristeza o nostalgia.
Además, en mis peores momentos, ha estado lloviendo.
Estaba lloviendo la primera vez que mi padre me golpeó porque me parecía a mi mamá. Estaba lloviendo la primera vez que me rompieron el corazón. Estaba lloviendo cuando le dije adiós a Harry Hessel.
—Es agradable —me dice Cassian.
Muevo mi cabeza hasta donde están los taxis.
—Eso lo dices porque no vives aquí. Cassian, necesito ir a un lado ¿Te importa esperar en mi casa?
Cassian me mira entre confundido y curioso mientras yo saco las llaves de mi casa de mi bolso y las muevo frente a él esperando su respuesta. Él toma las llaves y veo que quiere preguntar a donde voy, pero me conoce lo suficiente como para evitar hacerlo.
—Estoy bien y voy a estar bien —le digo.
Le doy un beso en la mejilla y caminamos hasta tomar un taxi, el conductor del taxi guarda nuestro equipaje y mi amigo me dice que tenga cuidado antes de subirse al auto.
Tomo otro taxi y doy la dirección de aquel lugar tan familiar para mí y me siento algo ansiosa mientras recorro las calles con la mirada.
El auto se detiene frente aquel edificio y tengo que respirar hondo antes de bajarme del taxi y pararme frente aquel lugar. Camino despacio hasta la entrada y me detengo en la puerta junto al escáner de manos, aquel escáner deja de funcionar cuando el empleado termina su contrato y aquella puerta solo la pueden utilizar los empleados del laboratorio.
—No va a funcionar —me digo antes de levantar mi mano hacia el escáner.
Mientras hago eso, recuerdo mi primer día de trabajo aquí, la emoción que sentí al saber que iba a trabajar para el doctor Gabriel Avery, el joven científico que estaba revolucionado el mundo de la ciencia con sus descubrimientos y proyectos.
—Buenos tardes, doctora Nicole Sullivan.
No pensé que volvería a escuchar aquella voz del escáner o ver mi nombre en aquella pantalla de nuevo mientras el inconfundible chasquido de la puerta suena al abrirse para mí, pese a no trabajar aquí.
Estoy segura de que fue Gabriel quien no quitó mi huella de manos del escáner.
Entro en el lugar y camino hasta los ascensores. No hay casi nadie alrededor del lugar, es sábado, así que solo hay unos pocos trabajadores aquí y allá que no prestan atención mientras yo salgo del ascensor y camino por aquel familiar pasillo hasta que me detengo frente a una puerta de vidrio que conozco muy bien y hace casi dos años llevaba mi nombre en ella. Levanto mi pulgar hacia el escáner junto a la puerta y escucho el clic de la puerta al abrirse.
—Espero que quien ocupé este lugar ahora no se moleste por esto.
Entro en mi viejo laboratorio y lo primero que noto es la taza negra con puntos blancos sobre el escritorio, esa es mi taza, la dejé ahí y olvidé venir por ella.
Noto los papeles sobre el escritorio, mi equipo tal y como lo dejé. La computadora luce como si no hubiera sido utilizada en mucho tiempo. Camino hasta el microscopio azul y no puedo evitar inclinarme y mirar sobre él.
Este es mi lugar, aún huele a limón y desinfectante, las paredes son de aquel tono blanco que se acerca mucho al beige. Mi bata aún cuelga sobre el perchero junto a la puerta y tengo que reprimir el impulso de ponérmela. Mis libros aún están sobre aquel librero y todo lo demás está igual a como lo dejé.
—Es tan extraño volverte a ver aquí.
No escuché abrirse la puerta o el inconfundible sonido de su silla de ruedas al cual llegué a familiarizarme tanto, pero cuando él se detiene a mi lado, me doy cuenta de que él no está aquí por error o por una violación a la privacidad del lugar, él sabía que vendría y me estaba esperando.
Me giro para mirar a Gabriel Avery que está sentado en su silla de ruedas y me mira con aspecto sereno y un poco divertido.
—Dr. Avery, qué agradable sorpresa —le digo—. ¿Se puede saber que lo trae a mi laboratorio?
Él sonríe y lo veo moverse con pericia alrededor del laboratorio y mientras lo veo, pienso en lo difícil que fue todo para él después del accidente. Recuerdo que se veía mal sentado en aquella silla, mirando solo hacia adelante, pero sin ver nada realmente.
Era su primer día en su casa después de salir del hospital, él no quiso visitar la tumba de su hermano y cuñada, dijo que solo quería ir a casa. Yo salí a comprar algunos comestibles y cuando regresé, él estaba sentado inmerso en sus pensamientos y se veía tan derrotado. Se veía como alguien que había aceptado su derrota y cuyos sueños se habían estrellado. Recuerdo que lo llamé por su nombre como una forma de distraerlo de sus oscuros pensamientos.
Lo siento, fallé — fue lo único que respondió.
Odiaba verlo de aquella manera, ver la derrota en su mirada, cuando antes solo había fuego, pasión y dedicación por lo que hacía, porque aquella pasión dentro de él parecía solo un recuerdo en ese momento. Aquel hombre había pasado días mirando por la ventana con ojos vacíos, mirando el cielo y la lluvia a través del cristal.
Siempre voy a recordar esa imagen de él porque fue una de las cosas más tristes que pude presenciar.
—¿Cómo sabías que iba a venir? — le pregunto después de un momento.
Detiene la silla frente a mí y veo cómo sus dedos se mueven por el control eléctrico en su lado derecho. Yo había visto lo frustrante que había sido para él moverse con aquella silla eléctrica, la mirada enojada y lo degradante que se había sentido al pedir ayuda, a perder parte de quien era al tener que acostumbrarse aquella silla. Recuerdo que no dejaba que ningún otro empleado lo viera fuera del laboratorio aquellos primeros meses después del accidente, sin embargo, me dejó a mí ayudarlo, me dejó entrar y ser su amiga.
—Somos amigos y te conozco. Tu laboratorio está ahora a millas de distancia y esto es lo más cerca que tienes, así que eventualmente ibas a venir aquí para dejar de fingir que todo es bien y tratar de recobrar quién eres y prepararte para mañana.
Gabriel Avery fue mi ídolo en mis días de Universidad e incluso voy a reconocer un amor platónico en aquella época. Pero cuando lo conocí, la primera vez que mis ojos verdes miraron aquellos profundos y casi hipnotizantes ojos azules, todo se intensificó.
Lo conocí y mi cerebro probó la estimulación mental que había estado deseando desesperadamente por mucho tiempo. A él no le parecía aburrido lo que decía o me pedía que hablemos de otra cosa, él me entendía y podía debatir sobre ciencia con él. Después de aquel encuentro, me pidió trabajar para él, yo no podía creer que aquel hombre que estaba revolucionando el mundo de la ciencia y que era vicedirector de uno de los laboratorios más importante del país, me estaba ofreciendo un trabajo.
Poco tiempo después yo comencé a trabajar para él, aunque él siempre decía que yo trabajaba con él y no para él.
—Mañana es la boda de Ander —le digo a pesar de que él ya lo sabe porque también fue invitado—. Harry va a estar ahí y no me siento lista para enfrentarme a él, para verlo con Claudia. No me siento lista para verlos juntos.
—¿Aún te duele?
—Es una sensación extraña. Más que doler, creo que es la incertidumbre de lo que pudo ser, pero esto es algo que yo elegí, yo decidí irme y dejarlo, yo decidí no responder aquella carta.
Él asiente y me mira atentamente, me mira con el mismo escrutinio intenso que aplica a todo, pero enmarcado con una suavidad que de alguna manera solo se aplica a mí, a nadie más. Con los demás siempre mantiene aquella mirada fría y calculadora, la mirada de CEO como yo le digo.
—¿Te arrepientes de irte?
—No. Era una oportunidad única.
—Eso es bueno. Solo recuerda que eres humana y haces lo mejor que puedes, no hiciste nada malo, solo estabas siguiendo tus sueños.
—Eso también lo entiendo, pero cuando decidí irme, en parte lo hice porque tenía miedo de seguir mi corazón. La última vez que lo hice, terminé con mi corazón roto y no es un sentimiento agradable. No se sintió nada bien. Así que tuve miedo de arriesgarme de nuevo y en parte, fue lo que me impulsó a irme.
—Y a dejar de responder sus cartas.
Asiento con la cabeza.
Camino alrededor del escritorio y me siento en el gran sillón de cuero blanco. Recuesto mi cuerpo en el respaldo del sillón y miro el lugar.
Algo que me ha gustado casi toda mi vida, es el control. Aprecio el control, la organización y la lógica. Cuando era pequeña era algo importante en mi vida, sentía que la lógica y la ciencia era lo único que me mantenía a flote.
Aún tengo algo de aquella creencia, pero mi vida se volvió todo menos ordenada, una vez que empecé a estar con Harry, mi vida de adulta fue caótica, ruidosa, impredecible y solo era predecible en mi imprevisibilidad. Me dijeron que era bueno, que debía salir de mi zona de confort, que no podía vivir mi vida encerrada en mi laboratorio yendo siempre a lo seguro.
Y lo creí.
Hasta que estuve lejos y los miedos empezaron a reconstruir las paredes que habían sido destruidas. Me volví a encerrar en mi trabajo, ya que, en mi laboratorio, puedo mantener el control, todo es silencioso y ordenado, todo está bien y es por eso que me refugió aquí cuando todo a mi alrededor se vuelve demasiado difícil de sobrellevar.
—Nicole, lo siento.
—¿Por qué? ¿Por qué lo sientes? No hay nada que sentir o lamentarse.
Él ha acercado su silla hasta el escritorio y yo levanto mi mano en su dirección para detener lo que sea que vaya a decir. No puedo hacer esto ahora.
—Gabriel, no quiero o necesito que me expliques nada, todo quedó muy claro hace años. ¿Recuerdas? Lo superé y salí con Harry. Seguí adelante.
—Lo siento —repite—. Te merecías a alguien mejor de lo que yo era en ese momento y te mereces a alguien mejor que Harry.
Es extraño escuchar una disculpa de un hombre que jamás pide disculpas por nada. Es extraño y placentero, pero también es una pérdida de tiempo y algo sin sentido, que él se disculpe ahora o que lo hay hecho hace años, no quita el dolor que sentí ante su rechazo. Y es cuando cometo el error de mirarlo a los ojos, que la pared alrededor de mí se cae a pedazos, pero no le dejo ver cuanto aún me duele aquello.
—¿Por qué crees que merezco a alguien mejor que Harry? No lo conoces.
—No, es verdad, pero si yo hubiera estado contigo, te esperaría hasta que quisieras llegar porque te conozco lo suficiente como para saber que a veces te sales del camino por miedo a donde te está llevando, pero después lo analizas y decides regresar.
Pero tú no quisiste estar conmigo —quiero decirle.
—Fui estúpida, seguí mi corazón y me arriesgué, te dije que te quería, que quería estar a tu lado e intentarlo — cierro los ojos ante el recuerdo—. Pero tú no querías eso, me llevó tiempo, pero lo acepté y cuando Harry me invitó a salir aproveché aquella oportunidad de seguir adelante y lo hice. Ahora estoy aquí frente al hombre que nunca me amó y por el cual me arriesgué pensando en el hombre que me amó, pero por el cual no luché. Bastante irónico. ¿Verdad?
Cuando abro los ojos y lo miro antes de mirar hacia la puerta, él entiende que quiero estar sola y a pesar de que el laboratorio es suyo, asiente con la cabeza y comienza a alejarse, pero se detiene y mi cara gira hacia él, lo veo levantarse con una leve mueca de esfuerzo mientras apoya su peso en su brazo derecho y se inclina hacia adelante para besar suavemente, y de manera prolongada, mi mejilla.
Lo veo recostarse de nuevo en su silla y alejarse del laboratorio, dejándome sola con mis pensamientos y en la quietud de la que fue mi oficina, mi teléfono suena haciéndome sobresaltar un poco, saco mi teléfono y veo que es un mensaje.
Harry: ¿Qué le dices a un ácido que se va a portar mal contigo? A mí no ácido. No está de más un chiste sobre ciencia para darte la bienvenida a la ciudad, espero y nos podamos ver. Necesito hablar de algo contigo.
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