Dieciseis
Me quedé pensativa mientras me lavaba las manos y andaba por el largo pasillo. "Un poco si me gusta, pero es mi amigo" pensé mientras llegaba a la habitación de Alejandra.
Al abrir la puerta y al sentarme en el frio suelo me di cuenta de que se estaban riendo y, dejando mis pensamientos atrás, les pregunte:
- ¿De qué os reis?
- Pues que Vea ha hecho un ruido raro, jajaja - dijo Alejandra sin parar de reírse.
- Ya... - dije mientras miraba asombradas a las locas de mis amigas tiradas en el suelo sin poder parar de reírse.
Cuando terminamos de jugar al juego de verdad o reto las tres caímos dormidas dentro de los sacos de dormir que estaban tirados por el suelo de la habitación de Alejandra.
El siguiente día nos levantamos pronto por el ruido de unas cacerolas de la cocina chocarse entre ellas. Nos levantamos sobresaltadas. Nos vestimos con la ropa que habíamos traído en nuestras mochilas y salimos perezosas de la habitación hasta la cocina.
En la cocina estaban la madre y el padre de Alejandra. El padre de Alejandra era alto, tenía los ojos verdes, el pelo rizado y rubio. En su cabello se podían contemplar algunas canas mezclarse con su pelo rubio. Llevaba una chaqueta de color azul marino y unos pantalones negros a juego con la corbata que le colgaba por el cuello.
- Hola papi. - dijo Alejandra abrazándolo por sorpresa y saludándolo. - estas son Lucía y Vea.
- Encantado. Bueno cariño tengo que irme a trabajar, que llego tarde. - dijo mientras nos saludaba y daba un beso en los labios a su mujer.
Nos sentamos en las sillas de alrededor de la mesa de la cocina y empezamos a comer el delicioso desayuno que teníamos enfrente. No tardé mucho en comerme los huevos a la plancha con salchichas y un vaso de zumo recién hecho.
- Uhm. - dije dejando los cubiertos a un lado y esperando a que terminaran Vea y Alejandra.
Más tarde, cuando terminamos todo, las tres nos dirigimos a la habitación a recoger todo e irnos a casa.
- Ah, Lucy, hoy quedamos a las 20.00 en el parque de la ciudad. Puedes, ¿no? - dijo Vea.
- Sí, si puedo.
Nos despedimos de Alejandra con un gran abrazo. Vea y yo en una calle más adelante nos separamos ella hacia la derecha y yo a la izquierda.
Llegué a casa y como me lo imaginaba no había nadie, mi madre en el trabajo, mi padre también y mi hermano en las colonias del colegio. Deshice la mochila que había llevado y luego me tumbé en la cama a oír música, era lo único que no me aburría en este momento.
Eran las 19.45 y ya estaba caminando hacia el parque para encontrarme con mis amigas. Al llegar no las vi, pero como todavía no eran las 20.00, pues me puse a esperar sentada en un banco. De repente vi a Hugo andando por el parque no muy lejos de donde estaba yo. No dudé ni un segundo en acercarme a hablar con él.
- Hola Hugo.
- Ah hola Lucía.
Se hizo un silencio incómodo.
- ¿Qué haces aquí? - le dije.
- Pues esperarte.
- ¿Por?
- Ayer me dijiste para quedar.
Ya entendía, mis propias amigas me habían hecho una cita inesperada, hay que ver.
- Ah es verdad. - mentí.
Se hizo otro silencio, en este caso lo interrumpió Hugo.
- ¿Sabes que hoy hay una lluvia de estrellas?
- No, no lo sabía. Nunca lo he visto.
- Si quieres podemos verlo hoy. En la colina del parque, tiene unas vistas preciosas.
- Ok.
Los dos nos dirigimos hacía la cafetería en la que habíamos trabajado los dos juntos hace no más de dos semanas para ganar algo de dinero para la universidad. Fuimos para coger algo de comer y beber mientras contemplábamos las estrellas con el telescopio que había en la colina.
Cuando cogimos todo lo necesario, nos pusimos en marcha hacía la colina verde del parque que tenía muy buenas vistas. Llegamos después de un poco de esfuerzo por las empinadas cuestas que llevaban hacia la cumbre. Los esfuerzos valieron la pena.
Pusimos una manta de picnic de cuadrados blancos y rojos en el suelo. Nos sentamos cada uno en un lado y sacamos la comida del cesto, en ese momento nuestras manos se tocaron y rápidamente las separamos y nos pusimos rojos.
No tuvimos tiempo de hablar de lo ocurrido, puesto que la lluvia de estrellas empezó en ese momento. Me tumbé en la manta y contemplé las brillantes y blancas estrellas que llenaban el cielo negro.
Mientras estaba mirando el precioso cielo que estaba encima de mí y a Hugo de reojo, que también lo estaba disfrutando, pensé:
"CUANDO LAS ESTRELLAS SE ALINEAN"
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