V e i n t i u n o
Capítulo 21
El pavimento estaba más helado que la noche anterior. El clima fue empeorando como se pronosticó a medida que las horas pasaron. Lo que comenzó como un día normal, terminó con unas nubes grises que bordeaban el negro, tan esponjosas como algodones de azúcar y que cubrían con furia el cielo completo. El vecindario se mantenía gris, hundido en una soledad desgarradora. No había ni siquiera aves sobre los tendidos eléctricos.
La noche fue larga y fría, y el panorama no cambió nada apenas fue la hora de ir a la escuela otra vez. El cielo seguía mostrándose lúgubre como de película de terror, y un viento helado se metía entre la ropa de los transeúntes, entumeciéndolos.
La tía no quería que Violet saliese tan temprano de casa porque temía que se enfermase. Pero Violet reía, diciendo que lo máximo que tendría si llegaba a resfriarse —lo que ya era una lejana posibilidad —, sería un poco de estornudos y dolor de garganta.
Su pelo estaba hecho una pena después del baño, como siempre. No entendía qué pasaba con él. Su madre no tenía el pelo así y el cabello de su padre era tan sedoso como el de una muñeca. Su madre solía decirle que era por la pubertad y todos los cambios hormonales, pero seguía sintiéndose como un pez fuera del agua. No sabía qué secretos tenían las otras chicas, pero la mayoría lo tenían genial.
"Se lo planchan", diría su madre. "Luego, con los años, verán las consecuencias de habérselo quemado todos los días, mientras tú tendrás un cabello sano y sedoso".
Ya quería que ese día llegase.
Volvió a mirar a la chica rubia de ojos un poco grandes que la miraba en el vidrio. Soltando un bufido, decidió trenzarse el cabello, pero cambiar un poco su peinado para no recibir comentarios negativos. Así, después de tener una trenza a cada lado de su cabeza, se las pasó ambas por la coronilla, creando una corona de trenzas que afirmó con unas horquillas. No le quedó perfecto, pero para hacerlo con un cabello tan rebelde, estaba bien. Uno que otro cabello suelto no iban a hacer que el peinado fuese horrible.
Así, bajó la escalera para tomar desayuno antes de salir, ya que en esa casa era muy importante desayunar antes de ir a cualquier lado. La tía se estaba preparando un café puro y el olor que emanaba era tan agradable que se hubiese quedado todo el día sentada allí.
—No quiero que te resfríes o que alguien te acose. No quiero preocupar a tus padres —le decía la señora Sanders con su característico semblante de preocupación —. Tampoco tengo un dineral para llevarte a una clínica.
—Descuide —la calmó Violet, mientras bebía té caliente —. No suelo enfermarme. Y mis padres siempre me llevan a un hospital cuando algo es muy grave.
—¿Muy grave? —preguntó Liam, quien había madrugado debido a las semestrales en la universidad. Sus ojeras eran tan grandes que podría haber pasado como la cría de un panda.
—Sí, bueno. Tuve apendicitis hace unos años y me llevaron a un hospital público. Todo salió bien y ha sido lo más complicado que me ha pasado.
La señora sonrió, pero las comisuras de sus labios temblaron.
—Es bueno saberlo —comentó con voz ronca por el sueño que tenía. Al parecer tampoco había dormido bien por el frío —. De todas formas, abrígate bien para salir.
Y así lo hizo, aunque descartó colocarse gorro porque arruinaría su peinado. No habría valido la pena levantarse diez minutos antes para lograr hacer algo con su pelo.
Luego, disfrutó la calefacción dentro del carro de Liam, uno viejo y usado que no siempre usaba, ya que muchas veces le faltaba aceite o no tenía batería. Pero tenía calefacción y radio, que era lo importante en ese momento. Le gustaba porque en Australia se manejaba por el carril izquierdo, entonces los manubrios estaban a la derecha, lo cual era algo completamente interesante.
Liam le dijo que usaba el auto solo en ocasiones especiales, como cuando iba a una fiesta muy lejos o cuando hacía mucho frío.
—No cae nieve —decía Liam, poniendo las manos cerca del calefactor. Seguían en el estacionamiento —. Pero hace un frío del demonio, te lo garantizo. Las calles se llenan de escarcha, y a veces llueve con granizo —comenzó a sacudir su cuerpo, fingiendo que le corría un escalofrío.
Violet sintió la risa subir a través de su garganta, pero la reprimió.
—Gracias por ofrecerte para llevarme a la escuela.
Aun no hacía partir el auto. Estaban esperando que les dieran diez para los ocho para ir.
—¿Estás segura de que quieres esperar tanto? —Liam miraba el reloj de pulsera —. Digo, mis clases siempre parten a las nueve, así que tengo tiempo de sobra. Y tú..., pues tú sueles llegar muy temprano a clases.
Era cierto. Recordaba perfectamente la vergüenza del primer día en que llegó transpirada y nerviosa; el maestro la miró con asco y toda la clase pensó que era un fenómeno. No iba a volver a llegar tarde para que todos lo mirasen así otra vez.
—Hace frío. No tengo prisa —se excusó, apartándose un mechón de pelo de la cara.
Quería estar el menos tiempo posible dentro de la escuela. Ni siquiera la presencia de Kris y Diana la animaban del todo. No quería ni pensar qué haría el día que ambos faltasen.
—Como quieras.
Le sonrió y desvió la mirada hacia la ventana, cubierta de gotas calidad y pesadas, como si estuvieran en los trópicos. Sonrió ante los cielos y supo que pronto habría ráfagas de viento y lluvia. No quería ni pensar en cómo se le pondría el pelo con el cambio de temperatura.
Entonces, se sobresaltó cuando, a través del pequeño espejo retrovisor de su costado, vio pasar a Zack Prawel. Escuchaba música con sus auriculares, estaba serio como siempre, y podía ver las nubes blancas que salían de su boca al exhalar. También moría de frío, se notaba en sus pómulos y labios que estaban de color azul.
—¡Cambié de opinión! —gritó, espantando a Liam. Se colgó la mochila al hombro y abrió la puerta —. ¡Me iré caminando!
—¡¿Cómo?!
Le cerró la puerta en la cara y echó a correr. Rápidamente sintió cómo el frío se impregnaba sobre su cuerpo y lo amoldaba. Las manos comenzaron a dolerle y las piernas le temblaban como si caminase en una cuerda floja sobre un abismo. A pesar de haberse puesto leotardos, seguía sintiendo como si la piel se le estuviese despellejando con cada brisa. Finalmente, con las mejillas sonrosadas y el desaliento en la garganta, alcanzó a Zack y de un salto se situó frente a él.
—¡Bu!
Él no se movió y su rostro tampoco se desfiguró. Estaba molesto, o eso parecía. Una enorme nube cernía sobre ellos.
—¿No te asusté? —preguntó en un tono torpe, sabiendo que su llegada era totalmente inoportuna y no deseada.
—No.
Se quitó los auriculares con hastío. Violet se mordió el labio inferior.
—Lo siento.
—¿Qué haces aquí? Sueles estar en la escuela cuando yo llego.
—Es que tú me dijiste que salías antes que los pájaros cantaran. Así que, ¡voilà!
Pegó un brinco y abrió los brazos con una sonrisa estúpida, pues sabía que esa pose era ridícula.
Él le alzó una ceja, haciéndola sentir peor. Creía que, si Zack tuviera que describirla, en una palabra, utilizaría el concepto de "agotadora".
—¿Qué hay con esa pose? —la apuntó. Ella volvió a enderezarse, tosiendo varias veces.
—Solo decía. De todas formas, no te estaba esperando. Solo disfrutaba de la calefacción dentro de un auto.
Él alzó la barbilla, tensando su mandíbula.
—Lo de los pájaros era una mentirita para zafarme de ti —metió sus entumecidas manos en los bolsillos de su chaqueta —. Me gusta andar solo.
—Sí, lo sé —intercambiaron miradas sarcásticas —. Te dije que soy mejor que tú en la parte social. Y soy más sentimental también, ¿no?
—Como si eso te hiciese especial —blanqueó los ojos y volvió a caminar —. Y si no soy sentimental contigo es porque no quiero.
Violet lo apolilló con la mirada. A veces le daban ganas de plantarle un puñetazo en la cara. En especial cuando se comenzaba a dibujar esa imperceptible, pero traviesa sonrisa en su rostro, como si le gustara verla enfadarse.
—Entonces, Violet Henley, ¿eres mejor que yo si no me conoces?
Caminó a su lado, sintiendo cosquillas por toda su espalda.
—No..., bueno, depende —reconoció, utilizando sus manos para gesticular cada palabra, a pesar de que se estaba congelando —. Pero estoy segura de que, si te conociese más, sería lo mismo.
—No sabes lo que dices.
Apresuró el paso, notando que se les hacía tarde. Violet le siguió unos dos pasos más atrás, pensativa. Pudo ver cómo Liam pasaba con su viejo carro por la avenida y hacía tocar el claxon varias veces. Se sonrojó aún más.
—Eh, Zack.
Zack puso los ojos en blanco antes de que ella lo alcanzase otra vez.
—Cuándo me dijiste que era bonita, ¿lo decías en serio?
—¿Por qué crees que te lo diría si es mentira?
Hablaba tan serio que no sabía qué pensar de él, menos cuando ni siquiera se dignaba a mirarla. Estaba muy distraído en el tráfico de la mañana y las continuas bocinas que se escuchaban en distintos puntos de la avenida.
—Bueno, es que no todos los días escuchas un halago como ese, por eso la pregunta.
—No era un halago —dijo, deteniéndose en un cruce. Estaba en rojo para los peatones.
"Entonces, ¿qué es?", divagó.
Se quedó muda, como si estuviese en un bote en medio del océano, perdida y desamparada. No supo qué decir, así que se quedó parada junto a él, esperando el cambio de luz. Él debió notar su incomodidad.
—Escucha, no es algo que debieses tomarte muy a pecho. Solo me molesté porque le estabas dando la razón a la estúpida de Stephanie. Y yo no soporto nada de lo que ella diga.
—Entonces, ¿lo dijiste para desquitarte?
El muchacho tragó saliva y su rostro se encendió.
—No.
Eso suavizó todo. Quiso esconder la sonrisa que se formó en su rostro, por vergüenza a escuchar una broma irónica de su parte. Como no lo hizo, sonrió como boba hacia el frente, disfrutando la brisa, muy confiada. Hasta pudo sentir su propia calefacción creciendo en su interior.
—Bueno, eso mejora las cosas —comentó de repente, notando que la luz iba a cambiar en tres segundos.
—¿Mi comentario te hace feliz? —le alzó una ceja. Ella le miró haciendo un mohín que solo reprimía las ganas de reír.
A pesar de que les dio la luz verde, seguían allí de pie, estorbando a los peatones que sí querían cruzar.
—No —contestó ella al final, cuando recuperó el habla —. Me deja satisfecha. Y estar satisfecho no es lo mismo que ser feliz.
Zack casi se ríe, sin entender.
—Pero... ¿eres feliz?
—¡Lo soy! —contestó, haciéndose la interesante —, pero mi felicidad no depende de tus comentarios si eso crees, Prawel.
Le guiñó un ojo y él desvió la mirada, cruzando la calle rápidamente. Lo escuchó bufar y eso le ensanchó la sonrisa, siguiéndole el paso. Ya se podía ver la escuela a lo lejos.
—¿Hoy los resultados estarán en el hall principal?
—Así es.
Él miraba en otras direcciones. Hacia los árboles, las calles, o los demás alumnos que caminaban en la misma dirección que ellos, o se detenían a fumar un cigarro antes de entrar. Pudo reconocer a Alice sentada en una de las bancas con otros chicos, todos fumando, incluyéndola. Reían y hacían planes para salir el fin de semana. La joven se sintió observada y captó a Violet. Arrugó la frente, más aún cuando la chica le alzó la mano en señal de saludo. No se lo correspondió, lo que dejó a Violet sin aliento.
Abochornada, apresuró el paso y se inclinó hacia adelante para verle la cara a Zack.
—¿Vas a ayudarme si me fue bien? —preguntó mordiéndose el labio inferior. Sus ojos brillaban como dos lejanas galaxias.
Él frunció el ceño, devolviéndole un mirar escéptico.
—No finjas que te ayudé por motivos altruistas. Sabes bien que solo me convenciste por eso de la nivelación. Apenas vea que te has nivelado con el curso, no estudiaremos más juntos.
—¿Qué significa «altruista»?
Se detuvieron unos pasos antes de llegar a las escaleras que daban fin a los preciosos y verdes jardines delanteros. Zack se volteó hacia ella, imponente.
—Debe ser una broma.
—Eh, no suelo leer el diccionario..., incluso, no soy la chica que suele leer libros. No como Diana. Los rastros de humanista en mi interior son nulos.
Zack vaciló, retomando la caminata, pero algo más lenta.
—Una persona altruista es alguien que es... caritativo, generoso, filántropo.
—¿Qué es «filántropo»?
Él la fulminó con la mirada.
—Altruista.
Iba a preguntar qué era, pero recordó que acababan de explicárselo, por lo que prefirió callar y sonreír.
Entraron al edificio y enseguida él se separó de ella. No miró las notas en el mural, si no que se fue directamente al salón. Lamentó su huida tan irracional, pero ella sí tenía que chequear los resultados. Comenzó a empujar a todo el alumnado que chillaba frente al mural. Era un grupo numeroso y ruidoso. Se empujaban entre todos, algunos llorando y otros lanzando gritos de júbilo con abrazos incluidos. Violet, con el corazón a dos manos, logró llegar al frente de la lista, aunque sentía que en cualquier momento perdería el equilibrio por el movimiento de la gente, que la hacían sentir como si estuviera ahogándose en el mar abierto. Con la ayuda de su dedo índice buscó rápidamente el papel de su clase. Efectivamente, los nombres estaban dispuestos del mejor al peor. El primero era Zack Prawel, con puntación perfecta.
"Deberían estar llamándolo de Harvard", pensó.
Bajó rápidamente, pero no se encontró entre las últimas como siempre pasaba. Con desconfianza, decidió repasar la lista con más precaución, de arriba abajo. Entonces, con pasmo, se dio cuenta que su nombre se hallaba en el quinto lugar de la lista. Su puntuación fue de 86/100.
—¡POR DIOS!
Retrocedió de espaldas hasta que salió del alborotador grupo de gente, con una mano sobre su boca y la otra sobre su pecho, sintiendo sus rápidos latidos cardiacos. No podía creerlo. Había obtenido una puntuación muy buena, a pesar de que antes era un asco en matemática. ¡A pesar de que la sustituta la había dejado en ridículo en su primer día de trabajo! ¡Lo había logrado!
Zack definitivamente había sido un apoyo vital. Si continuaba haciéndole clases, estaba segura de que, incluso, mejoraría esa puntuación.
—¡Violet! —Diana le dio un abrazo repentino. Ella aún estaba en shock —. ¿Cómo te fue?
—Saqué 86/100 —murmuró, quitándose lentamente la mano que estaba sobre sus labios. Diana abrió los ojos como nunca, sin creerle.
—¡¿En serio?!
Violet asintió. No sabía si reír o llorar. O ambas.
—No lo puedo creer —musitó.
Diana le sacudió los hombros, con una sonrisa.
—¡Felicidades!
—Gracias —se pasó un dedo por debajo de sus húmedos ojos —. ¿Y a ti?
—Conseguí un 65/100. No es tan genial como el tuyo, pero estoy satisfecha.
Violet sonrió dulcemente.
—¿Y feliz?
Diana la miró en silencio por unos segundos.
—Sí, y también feliz —pareció tímida —. Aunque sé que puedo mejorar para la próxima.
Comenzaron a caminar a un buen ritmo rumbo a la sala, riendo. Diana quería contarle que su padre había estado husmeando en una página online de citas y que le había pedido su opinión sobre unas cuantas cuarentonas. A ella le entusiasmaba la idea porque creía que Amanda, su hermanita, necesitaba una madre.
—Creo que mi papá necesita distraerse también. Se hace cargo de la casa, de nosotras y tiene que trabajar hasta con turnos de noche para rendir a fin de mes. Creo que necesita una compañía... alguien con quien charlar.
—Me alegro de que tu padre se esté dando una oportunidad.
Diana dejó la mochila sobre su mesa y aplanó los labios.
—No lo hace por él, lo hace por nosotras.
A Violet le interesaba ese tema porque sentía que se formaba un vínculo entre ambas, pero también sentía siempre que la ponía triste. No supo qué decirle para animarla y tampoco era que tuviese mucho tiempo. Debía informarle su calificación a Zack.
—¿Me disculpas un segundo?
Diana asintió, vacilante, observando cómo Violet se dirigía al puesto de Zack, a pesar de que este no parecía de humor para hablar con nadie.
—Sacaste la puntuación más alta.
—Ya lo sé.
"Qué soberbio", pensó inmediatamente, haciendo una morisqueta de desagrado con los labios.
—Ah, bueno.
—¿Cómo te fue a ti? —alzó la mirada hacia ella, extrañamente curioso.
—¿Te interesa?
Le lanzó una mirada inflexible.
—¿Por qué crees que pregunto? ¿Para hacer la gracia?
—Ah, bien —se balanceó de adelante hacia atrás con sutileza —. Me ha ido bien. Tuve un 86/100.
Él parpadeó, abriendo más los ojos. Ni siquiera pudo decir algo.
—¿Te sorprendí?
—Un poco —admitió en voz baja.
Ella pegó un saltito.
—Entonces, ¿las clases siguen?
—Me temo que sí.
—¡Genial!
Él volcó los ojos.
—Sí, genial...—resopló, irónico.
Ella le pegó un codazo y se sentó en el puesto vacío de su lado, bastante entusiasmada.
—Entonces, ¿con qué partimos? ¿física, francés...?
—Ya veremos. Podemos hacer un poco de las dos en cada clase.
—Me parece bien. Tú eres el tutor.
Se levantó, decidida. Antes de volver a su banco, masculló un "gracias", que esperaba que no se oyese tan alto para no llamar la atención de terceros.
—De nada.
Con una sonrisa de oreja a oreja, volvió a su lugar. Kris se encontraba ya allí, mirando su lápiz.
—¿Cómo te fue? —se sentó a su lado, más contenta que de costumbre.
—De nuevo segundo, 96/100 —se encogió de hombros —. Seguramente por la pregunta que dejé en blanco.
—Bueno, te fue bien para no haber contestado una pregunta.
—¿Aún no lo entiendes o sí, Violet? —se giró hacia ella, frunciendo el ceño —. Las mejores universidades son las más caras. Solo los hijos de ricos pueden entrar allí, a veces sin importar sus notas.
Por un momento, ella se quedó sin palabras.
—No es mi realidad. Yo vivo en el primer piso de un departamento antiguo que sufrió un incendio en el 2002, y fue restaurado a medias. No hay pintura, hay rastros del fuego y muchos pisos fueron abandonados.
Miró hacia abajo, donde su pantalón —ya largo por el frío —, estaba desteñido y tenía una mancha de pasta dental.
—En cambio, Zack... podría ser el segundo en todo. Hasta el tercero o el cuarto de la clase, porque él sí puede pagar esas universidades. Su padre es dueño de una empresa de cosméticos. ¡Está forrado! Es dueño de farmacias, centros de belleza..., de ahí es que conoció a la perfecta madre que tiene. No sé cómo se conserva esa mujer. No sé si son las carísimas cremas que vende su marido o el Botox.
Violet se inclinó hacia atrás, inquieta.
—Es inaudito —gruñó el chico.
Violet no conocía esa parte de Zack. Incluso pensó que él podría haber vivido en el barrio donde se hospedaba, pero ahora se estaba enterando que tenía un buen pasar, como la mayoría en ese curso.
Se giró a verlo. El chico miraba más allá de la ventana, nostálgico. Se preguntaba por qué siempre se veía así, si tenía una vida económica estable. Algo en su vida no estaba bien, y dudaba que fuese todo culpa de Sean Glover.
—Zack asiste a eventos, salen noticias sobre su familia, vive como un rey. ¡Hasta su mascota debe ser sofisticada! ¿Y yo? —golpeó la mesa, irritado —. Yo no tengo nada. Mis padres se comen las uñas pensando en que mi futuro o el de mi hermana podría ser parecido al de ellos.
—Lo siento —murmuró la rubia, al darse cuenta de que cualquier cosa que ella dijera no cambiarían ese sentimiento de envidia.
—Solo quieren lo mejor para mí.
—Obviamente.
Posó su fría mano sobre su hombro y le lanzó una sonrisa.
—No te preocupes. Queda gran parte de este año y el próximo. ¡Tú puedes!
Él le sonrió. Aun así, ella sintió que ni él confiaba en sí mismo.
—¿Sabes cuántas veces le he ganado a Zack?
Ella sacudió la cabeza negativamente.
—Cero.
—Dios.
—Por eso Zack y yo no somos amigos.
Violet lo miró con pena, pero no pudo entenderle. Pensó que aquello que había dicho era injusto.
Iba a decir algo sobre eso, pero una mano se apoyó en su hombro, borrando todo rastro de pensamientos de su conversación anterior. Inclinó su cabeza hacia atrás y vio a Fanny sonriéndole de una forma que no le gustó nada.
—¿Y ese peinado, koala? ¿Te recoges el pelo como la princesa Leia ahora? —señaló con un gesto su corona de trenzas.
—Creo que lo que hago con mi cabello es cosa mía.
Los ojos de Fanny se entrecerraron de manera perturbadora. En silencio, se sentó sobre su pupitre y suspiró.
—¿Cómo te fue en el examen?
—Bien —respondió orgullosamente —. 86/100.
Kris parpadeó, sorprendido. Se había olvidado de preguntarle y ahora no podía dejar de mirarla, boquiabierto. Fanny gruñó.
—Ah, pues. Igual no alcanzaste el noventa.
Violet hizo una mueca de satisfacción. No le importaba en absoluto haber alcanzado el 90/100. Estaba muy conforme con su resultado. Por otra parte, Fanny refunfuñó cuando Violet no mostró interés en su examen.
—A mí no me fue mal, por si te interesa.
La verdad, es que le importaba un rábano, pero estalló en risas cuando Rosie la delató.
—¡¿Qué dices?! ¡Pero si sacaste 14/100!
El rojo subió en la cara de Fanny.
—¡Cállate, Rosie!
Hasta se logró escuchar la melodiosa risa de Kevin desde su asiento.
—¡Vaya! —exclamó Violet, aguantando la risa —. Te fue bien.
La ironía hizo enfadar a Fanny.
—Te crees muy lista, Henley, ¿eh? Pero yo no olvido que sacaste una pésima calificación en tu primer examen de francés.
Violet recorrió su expresión con la vista y frunció los labios.
—¿Será porque no me hacían francés en Estados Unidos?
—Eso es problema tuyo —terminó por decir, guiñándole un ojo. Se retiró antes de que ella pudiese decir otra palabra.
—¡Qué carácter! —farfulló, acomodándose en la silla.
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—Nunca fui problemático, sino todo lo contrario.
Zack y Violet caminaban de vuelta a sus casas, uno al lado del otro, después de un agotador día de escuela, envueltos en un aire polar que le hacía imaginar que estaban en Finlandia en vez de Australia.
Violet creía que se había instalado una especie de rutina entre los dos desde la primera vez que anduvieron juntos por la calle. Además, caminaban en la misma dirección para llegar a sus hogares. Zack no era de hablar mucho, eso estaba claro. Siempre se limitaba a mirar y contestar, en especial cuando se trataba de sus repentinas apariciones. No obstante, cuando se lo topó en la salida para agradecerle de nuevo su ayuda en el examen de matemática, él no mostró rechazo ni le pidió que se alejase dos metros de distancia. Ese día, incluso, decidió dejar de escuchar solamente y hablar un poco de algo que le interesaba a Violet: el abuso escolar.
Todos le tenían miedo a Sean y Kevin, pero más al primero. Sean tenía un historial policial que no llegaba a ser gran cosa en comparación a otros delincuentes, pero existía. También, su hermano mayor estaba en la cárcel y su padre era un empresario corrupto. Según lo que le contaba Zack, él no era tan sumiso como Kris, quien sí estaba dispuesto a entregar todas sus tareas con tal de no recibir un bofetón. Él... no. Dijo que la primera vez que decidió negárselo, fue la primera vez que su cabeza nadó en un inodoro. Fue una experiencia traumática y eterna. Tampoco iba a ser la última vez que sucediera.
—Sean siempre consigue lo que quiere. Ni los maestros le llaman la atención si te has dado cuenta. A la única a la que regañan de ese grupo es a Fanny.
—Bueno, se lo merece —gruñó Violet, recordando la última conversación que tuvo con ella. Le parecía una persona tan desagradable, que no sabía por dónde comenzar a criticarla.
—Yo aún no puedo creer que ustedes dos hayan sido amigas durante tus primeras semanas de escuela.
—Eh, no me culpes. No había nadie más con quien charlar. Literalmente fue la única persona que se me acercó.
Él la miró, ciertamente divertido, pero no dijo nada. Dejó que ella se siguiese explicando:
—Tuve razones para juntarme con Fanny. No conocía a nadie, tenía mucho miedo porque estoy en un país diferente con gente diferente y... también... tenía un poco de miedo de que me pasara lo mismo que en Boise.
—¿Te pasaba algo similar a nosotros?
Se detuvieron en un cruce. Fue cuando se percató que todo ese tiempo había sido una malagradecida. Ella nunca fue víctima de alguien como Sean en Estados Unidos. Ni siquiera Jenny había sido tanto ruin. Ella nunca la amenazó ni sumergió su cabeza dentro de un váter. Cuando eso le sucedió por primera vez en Southern Cross, su opinión de la escuela cambió radicalmente. Pasó de tener ganas de asistir a clases a tenerle miedo a la escuela.
—No... —bajó la mirada —. Eran unas estúpidas peleas entre niñas inmaduras. Es todo.
Las comisuras de los labios de Zack se alzaron lentamente.
—Sé lo que te hizo Sean —adivinó lo que pensaba —. Es un gran idiota.
—Sí, bueno, ya lo superé.
—No lo creo —siguió caminando cuando la luz cambió a verde —. Sean es capaz de crearle un trauma a las personas. Un trauma real.
La muchacha alzó una ceja, intrigada.
—¿A qué te refieres?
Zack miró a sus lados, algo dudoso.
—A Kris una vez le gustó una chica llamada Bianca. Estábamos en décimo...
—¿Cómo era?
—Era una chica de cabello anaranjado, algo baja al promedio, pecosa como Alice —se apuntó la cara y luego el cuerpo —, pero esta niña estaba pasada varios kilos —suspiró en tono de disculpa —. La cosa es que Sean la molestaba a diario y si él la molestaba, todos lo hacían.
—¿Por qué la molestaba? —preguntó, frustrada —. ¿Solo por ser gorda?
—Sí. La llamaban mastodonte, entre otros insultos.
—¿La llamaban?
—Él y otros más.
Violet frunció el ceño al máximo, casi enseñando una mueca de dolor entre los labios.
—¿Qué tiene esta escuela con los sobrenombres que hacen alusión a animales? —sacudió la cabeza —. A mí me llaman koala en celo. ¿Tengo cara de koala?
Zack comenzó a reír. No recordaba haberlo visto reír antes.
—Claro que no —negó con la cabeza —. A mí me llamaban "Poochie", porque es el nombre común de un perro, y me consideraban la mascota de Sean. Ese sobrenombre lo creó Fanny —se encogió de hombros —. Pero al poco tiempo, Sean lo cambió por "el estúpido de Zack" y se ha quedado así hasta ahora.
Violet comenzó a reír. No pudo reprimirlo.
—Quizá tener sobrenombres no es tan malo.
—Quizá lo es cuando lo usan para minimizarte.
La sonrisa de ella despareció y él apartó la mirada. Se detuvieron en otro cruce, distrayéndose con el tráfico de hora punta y las bajas temperaturas. Las nubes en el cielo ya eran blancas como la nieve, pero seguían cubriendo completamente el cielo, como una capa de azúcar flor.
Zack tosió hacia adentro, atrayendo su mirada.
—Como sea, el caso es que esta chica, Bianca, no soportaba estos insultos. Bueno, ¿quién lo haría?
Violet se lo quedó mirando, sin atinar a hablar o parpadear.
—Creo que todo empeoró cuando se enteraron de que Kris estaba enamorado de ella. Así, no solo la llamaban gorda o mastodonte, sino también "enamora-nerds".
—¿Cómo se enteraron?
Zack parpadeó a mirarla.
—Creo que a Bailey se le nota mucho cuando le gusta alguien. Es muy celoso y algo... ¿posesivo? ¿Tal vez?
Le sacó una sonrisa verlo tan pensativo, porque nunca lo había visto haciendo ese tipo de expresión vacilante. Sin embargo, volvió a ponerse seria, mientras cruzaban la calle a paso lento.
—¿Y toda la escuela la molestaba? —volvió a interrogar ella, muerta de curiosidad.
—La gran mayoría. Gente como yo..., Diana..., no se mete en esos asuntos, solo se enteran...
—Y no hacen nada —se le salió.
Él se giró a verla, serio. Una corriente de viento heladísima le agitó el cabello.
—¿Qué podemos hacer? Solo conseguiríamos que nos molestasen más. Imagínate, recién ahora el director sospecha algo raro y ni siquiera se ha movido para averiguar si su hipótesis es correcta. Sin importar cuantas personas vayan a decirle lo mal que está todo, él va a continuar ahí sentado, pensando en sus propios problemas y siendo un incompetente.
Sus ojos estaban llenos de impotencia.
—Antes de que tú llegarás, Carpenter ni siquiera se había detenido a pensar en mí o en Kris.
La rubia tragó saliva, con dificultad. Casi se tropezó al pisar mal sobre una grieta en la acera.
—¿Y qué pasó después? —preguntó, mirándose los cordones de los zapatos. Uno amenazaba con soltarse.
—¿De verdad quieres saberlo?
—Sí —lo miró, pero él ya no hablaba ni le dirigía la mirada —. Zack.
El silencio repentino la alteró. Agarrándolo del hombro, lo obligó a detenerse y mirarla a los ojos. Sintió el pánico subirle a través de sus venas hasta atascarse en su garganta. Sintió ganas de llorar y gritar, sin saber de dónde provenían las causas. Necesitaba que terminase la historia.
—No se suicidó, ¿verdad?
Él respiró profundamente.
—Técnicamente no.
—¿Técnicamente no? —repitió ella, con el corazón acelerado. Él se relamió los labios y se tomó un momento antes de contestar.
—Sufrió de anorexia. Estuvo muy grave.
—Entonces, ¿vive?
Los ojos de Zack se mantuvieron fijos en ella. Con esa mirada tan intensa, había terminado la historia sin decir una palabra. Violet sintió que sus piernas ya no podían sostener su peso, que su corazón se estaba rompiendo despacio y que no podía evitar sentir compasión por esa niña.
Dejó de mirarlo, contemplando la hierba rala junto a las gruesas raíces de los árboles que decoraban la alameda. No quería oír el final de la historia, aunque ya se lo imaginaba.
—Yo... —Zack cerró los ojos un momento —. Yo lo llamo un homicidio, aunque en silencio. Bianca murió por anorexia.
Violet cerró lentamente sus ojos sintiendo una pesadez en su cuerpo, difícil de explicar. La mandíbula le tembló y una lágrima traviesa recorrió su pálido rostro, hasta quedar colgando en su barbilla. Finalmente se soltó, dejándose caer al vacío, muriendo.
El cuerpo de Zack tembló. Se plantó frente a ella en un suspiro, arrepentido.
—Lo siento, no quise...
—No —lo detuvo, abriendo los ojos —. Gracias por decirme. No puedo creer que ese malparido venga a la escuela como un hombre libre. No lo merece.
Se pasó las frías manos por los párpados y respiró hondo. Se repetía así misma: "pobre chica, pobre chica". Se preguntaba cuántos podrían estar sufriendo en silencio como ella. Cuántos podrían estar pensando en la muerte como la única solución porque se sienten desamparados, solos, tristes. Terminan creyéndose lo que un estúpido sujeto les repite todos los días y sus vidas terminan arruinadas cuando solo merecen cosas buenas.
Sus ojos grises, dominados por una furia muda, se alzaron lentamente hacia los de Zack. Él le devolvió una mirada intensa. Sintió algo extraño, como si alguien le estuviese guardando un secreto.
—Perdóname por hacerte llorar —se disculpó fríamente, espabilándola —. No era mi intención.
Ella no desvió la mirada, perturbándolo. Se removió sobre su eje y asintió con la cabeza.
—Vamos a casa, está helando.
Siguió caminando, ella le siguió en silencio. Pensó que la mejor forma de romper esa incomodidad que se había formado era cambiando de tema. Aprovechó la ocasión cuando un niño de unos doce años, con el uniforme de otra escuela, le pasó a llevar el hombro a Zack sin intención. Recibió una disculpa y para cuando se dio vuelta, Violet lanzó la pregunta.
—¿Vamos a tener clases?
—¿Clases? —preguntó él, con la mirada fija en la calzada. Estaba distraído todavía por la conversación anterior.
—Tutorías —especificó, intentando ver sus ojos —. Ya sabes, para las siguientes pruebas.
—Ah, sí —estaba desconcentrado, como si le estuviesen mencionando algo ocurrido cinco años atrás —. Como te fue bien en el examen, mañana te ayudaré con otras materias.
Quiso saltar de felicidad, pero se limitó a sonreír hacia adentro y mirar los pájaros que saltaban y cantaban entre las ramas de los árboles, justo arriba de ellos. Algunos se habían posado sobre el tendido eléctrico y miraban curiosos hacia abajo. Llegaron a la casa de ella, tan lúgubre y solitaria como siempre. Ella pegó el pie contra el pavimento con fuerza, dando un giro torpe de bailarina para verle.
—Así que —comenzó a decir él —. Mañana nos vemos después de clases, como siempre.
—Muy bien.
Rebuscó las llaves de la puerta en su mochila.
—Si llegas tarde o se te olvidan los libros, no dudaré un segundo en...
—Sí, ya sé —le interrumpió ella con una sonrisa —. Traeré todos los materiales y mis ganas para aprender, en especial el francés, que está tan sobrevalorado en estos días.
Zack frunció las cejas y ella sonrió amistosamente.
—Gracias por acompañarme.
Él puso una cara de no entenderla. Quizá nunca quiso acompañarla. Después recordó que fue ella quien lo alcanzó a la salida de la escuela y no él a ella.
—Gracias por dejarme acompañarte —se corrigió y él asintió, más de acuerdo.
Aun así, no dijo nada, lo que comenzó a ponerla nerviosa. No le gustaba ser la que llevaba el mando en las conversaciones, porque casi siempre era una torpe que arruinaba todo. Pero con él no le quedaba más remedio.
—Este... ya me voy —dijo a modo de despedida, sonrojada. Entró a la casa lo más rápido que pudo y cerró la puerta tras ella sin mirar atrás.
Después le pareció una descortesía.
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