V e i n t i s i e t e
Capítulo 27
—Tendremos una cita.
Intentó recordar cómo había llegado a eso punto.
Había pasado un día agotador, aburrido y triste. Le pidió a Zack que solo le diese las guías con ejercicios que él le hacía y dejaran la clase para otro día. No estaba de humor. Todo le había salido mal y quería estar un rato sola en su alcoba, en silencio, a oscuras.
Sin embargo, a pocas cuadras de su casa y de obtener tal privilegio, se encontró cara a cara con el "señor ausente": Sean Glover.
Casi pegó un grito cuando lo vio caminar hacia ella. No quiso creer lo que sus ojos veían. Se pellizcó esperando despertar de una pesadilla.
—No fui a clases porque tenía un asunto pendiente con mis amigos —le alzó las cejas. Esos amigos eran los traficantes de droga, estaba segura —. ¿Me extrañaste?
Violet se mostró incómoda. Quiso morderse las uñas o salir corriendo y tomar el primer vuelo a Mongolia, lejos de todo. En cambio, se quedó allí, mientras él hacía círculos a su alrededor como un buitre, riendo al ver que su cabello estaba húmedo y olía pésimo.
—Por lo que veo, hoy tuviste bastante diversión con las chicas.
Se tapó la nariz al sentir el olor a huevo podrido, riendo por lo bajo. Violet cerró los ojos y apretó su mandíbula con fuerza, sintiendo sus dientes rechinar. De todos los países del mundo, de todas las escuelas, justo Sean vivía y estudiaba allí.
—Eres una bestia.
—Y tú una tonta. Además, tenemos que aparentar ser felices para que a ti te caiga más mierda.
—No lo haré ni en un millón de años. Y anda diciendo la verdad o te acuso con el director.
Comenzó a reírse, aminorando su energía mental. Al joven no le daba ni una pizca de miedo esa amenaza. Después de esa vez que vio al director hablando tan animadamente con el padre de Sean, supo que Diana tenía razón. Los ricos tenían siempre cierto tipo de privilegios frente a los demás.
—Entonces, tengamos una cita.
Y lo dijo. Violet no pudo creer lo que acababa de oír. Se esforzó en encontrar las posibles razones de por qué se esforzaba tanto en hacerla sufrir.
—¿Una cita? ¿Para qué? ¿No te bastó con darme un beso en los labios frente a todos?
—¡Por favor! —se mofó —. Ni que hubiese sido gran cosa. Yo creo que deben vernos fuera de la escuela..., así se lo tragarían.
—Jamás tendría una cita contigo —se quejó Violet, retrocediendo.
—Como si realmente lo fuese —ironizó —. Solo nos sacaremos un par de fotos, dónde y cómo yo quiera, y luego las enviaré a todos mis contactos.
—¿Qué?
—Al siguiente día, tu vida social estará acabada y tendrás que devolverte a Bronx, koala.
Violet ya no era capaz de respirar adecuadamente.
—Hay tantas formas de hacer mi vida un desastre. ¿Por qué lo intentas de esta manera?
—No hagas tantas preguntas, Violetta. Sé que eres de esas chicas románticas que esperan un final feliz.
—¡Lo hago! Pero tú lo arruinas.
—Exacto —sonrió de lado —. Quiero que las chicas te odien y los chicos te vean como una perra más en el instituto.
Los pájaros cantaban y el sol se ponía tras las colinas. Podía ver sonrisas en los rostros de los australianos, pero el mundo de Violet daba vueltas y vueltas. Si pensaba seriamente en ello, lograba comprender que Sean era más astuto de lo que pensaba. Seguía siendo un idiota con pocas neuronas, pero era astuto. Podía idear planes y convencer a la gente de que él era como él quería que lo vieran. Quizá por eso era tan bueno en lo que hacía, a pesar de que era un mal camino.
—No me gustas —dijo ella.
—¡Genial! Porque tú tampoco me gustas. Así que dejemos las cosas claras, ¿quieres?
Violet se cruzó de brazos, molesta.
—Yo soy demasiado bueno para ti. Tú en cambio eres un chiste que, con un poco de suerte, solo lograrás gustarle a alguien como Kristian Bailey.
Violet abrió la boca, indignada, pero Sean continuó:
—Una persona como yo solo tiene contacto con gente como tú cuando necesita liberar un poco de tensión, ¿comprendes? —sonrió otra vez —. No eres un buen partido para nadie, Violetta. Asúmelo. Eres rubia y tonta. ¿Qué más puedes pedir?
—¿Disculpa?
—Además, uno de nosotros tiene cara de idiota y no soy yo, nena.
—¡Suficiente! —gritó, atrayendo la mirada de dos señoras que conversaban animadamente en la banca más cercana —. No soy alguien que se deja criticar por alguien tan insignificante y pobre de alma como tú.
—Eh, eh —alzó la mano, interrumpiéndola —. No me provoques, Violetta. A la más mínima provocación te dejaré el ojo como una vez se lo dejé a Zack Prawel en esta misma vereda, ¿capisci?
Violet mantenía la mirada clavada en él. Era tan insoportable que estuvo a punto de dejarlo plantado, pero las consecuencias la mantenían de pie allí, cansada y asustada.
—¿Capisci? —repitió.
Estaba comenzando a enfadarse con él y con el mundo. No quería sentirse como una hormiga que tiene que trabajar para sobrevivir y de repente la pisan. Quería ser como la hormiga del texto que les leyó el profesor de Literatura. Y quería que Sean fuese el ave. No podía estar un minuto más escuchándolo, por lo que, con la misma frialdad, se alejó. Él seguía gritando que, al siguiente día, martes, quería que se encontrasen en el parque más cercano a las ocho en punto de la tarde.
—¡Si no apareces, considérate muerta! —gritó.
Unos testigos de Jehová que pasaban tocando timbres en grupo, quedaron encandilados con tamaño amago. Algunos alzaron la mirada al cielo, quizá rogando por el perdón del alma de aquel joven. Violet se encogió de hombros y caminó lento, pateando una piedra. No podía creer que en esa larga conversación no pudo hablar casi nada. Y tampoco pudo terminar el problema.
-xxx-
Ese martes, mientras toda la clase estaba en biología, Sean discutía con Kris y Zack en el baño de varones del segundo piso, asegurando estar lejos de cualquier autoridad o alumno que pudiese escucharlos.
—¡Yo sé que ustedes saben algo de Kevin!
El moreno notó que su mejor amigo había estado actuando de manera extraña las últimas semanas. Kris lo había advertido también, quizá más que Zack.
—¿Le dijeron algo? ¿Ah? —se acercó intimidantemente. Kris perdió el equilibrio del susto y cayó al suelo, quejándose de dolor —. ¡¿Le dieron consejos acerca de la vida universitaria?!
—Nosotros no hablamos con Kobrinsky —siseó Kris, alzando sus manos en señal de derrota.
Sean lo agarró del cuello de la camisa y lo levantó. Sus lentes se habían rayado un poco.
—No me vengas con mentiras, cuatro ojos. Yo sé que ustedes son como los brujos. Prometen rosas, pero luego solo dan un tallo con espinas.
Zack se había mantenido de pie, de brazos cruzados. La sonrisa que se formó en su rostro hizo que Sean dejase caer a Kris con todas sus fuerzas. Se acercó a él sin quitarle la vista de encima.
—¿Algo te pareció gracioso, Prawel?
A pesar de su mirada, Zack se sintió transparente.
—Sí. No sabía que alguien como tú podía jugar con las palabras de la manera en la que lo hiciste.
—¿Qué? —parecía como si le hubiesen dicho una mala noticia.
—¿Rosas? ¿Espinas? —lanzó un suspiro —. Parece que pasar tiempo con Violet ha surtido efecto en ti.
Sean abrió más los ojos y los labios. A pesar de ser más alto, de manera considerable, Zack siguió sonriendo de esa manera que lograba hacer sentir incómodo a cualquiera.
—¿Qué sabes tú sobre Violetta Henley? —interrogó Glover, esforzándose por no verse aminorado.
—Más que tú, te lo aseguro.
Entonces, Sean lo empujó, sin remordimientos. Zack cayó al piso de espalda y se golpeó la nuca contra las húmedas baldosas. El gemido de dolor que salió de entre sus labios, sobresaltó a Kris, quien intentaba pasar desapercibido en un rincón.
—Hoy te patearé el trasero —bramó Sean. Lo apuntó con su dedo índice, a pesar de que Zack no podía mirarlo producto del malestar de la caída —. Quiero que aparezcas un cuarto para los ocho en el parque que está frente al museo. Si no apareces, eres hombre muerto.
Volvió hacia Kris, que aún se ubicaba en el suelo, acurrucado como un perro que fue castigado. Se inclinó casi sobre él, haciéndolo temblar.
—¡Y tú también! O ya sabes lo que soy capaz de hacer.
Salió del baño y cerró la puerta tan fuerte que las espinas dorsales de los chicos temblaron como resortes. Kris lanzó un bufido y se abrazó las piernas, como si alguien le hubiese golpeado la cara. Zack se sentó, con una mano sobre su alborotado cabello, haciendo muecas de malestar. Sus ojos oscuros dieron a parar a la figura de su compañero, compadeciéndose de él.
—¿Estás bien?
—Sí —dijo, pero parecía que no se daba cuenta de nada.
Había recordado la vez en la que su hermana había pagado el costo de su cobardía. Fue tan solo el año pasado, donde este se había ausentado a una de esas juntas con Sean en el parque. Tuvo miedo y prefirió quedarse en casa. Al siguiente día, todo parecía normal, para beneficio suyo. Sean siguió ligando con chicas, haciendo deporte y durmiendo en clases. Todo iba demasiado bien que resultaba sospechoso, pero Kris estaba tan alegre debido a no sufrir en sus garras, que no se detuvo a pensar en eso.
Entonces, ocurrió. Llegó al jardín infantil a retirar a su hermana como cada tarde, pero ese día, la maestra le dijo que ella se había ido con un chico.
—Era moreno y alto, muy alto. Dijo que era primo tuyo. Venía con el mismo uniforme de la escuela —añadió innecesariamente. Kris dedujo de quien estaba hablando.
—¡¿Por qué la ha dejado irse con él?! —le gritó, sin medir el volumen de su voz. La mujer no supo explicarse, lo que días después le costó el trabajo. Había cometido un grandísimo error, y solo Kris podía remediarlo en ese minuto.
Tuvo que pagar 100 dólares para rescatar a su hermana. Lo peor es que debió sacarlos de la cartera de su madre a hurtadillas, lo que no lo salvó de una gran paliza de parte de Sean, además del incesante llanto de su madre, creyendo que le habían robado el dinero que utilizaría para comprase un vestido para la boda de una colega de trabajo. Fue una experiencia tan arrolladora que siempre intentaba olvidarlo. Zack se había enterado porque no era la primera vez que Sean lo amenazaba con secuestrar a su hermana nuevamente.
—Lo siento mucho —dijo Zack, al fin, atrayendo su mirada y alejándolo de esos pensamientos. No se había dado cuenta que lloraba.
—Tengo miedo, Zack —susurró, porque de verdad lo sentía. Su hermana era tan preciada para él, que, si le ocurría algo malo, él estaba dispuesto a morirse por ella.
Una gentil mano se apoyó en su hombro.
—Estaremos bien —se mostró comprensivo —. Estaré allí contigo.
Una sonrisa se formó en la cara de Kris, conforme las últimas lágrimas le caían a través de sus pálidas mejillas.
—Es cierto. Al menos estaremos juntos en esto.
Zack sonrió, apretándole suavemente el hombro, como si le diese ánimos.
—Siempre estamos juntos en esto.
Y Kris sonrió de una forma tan honesta que lo acabó sorprendiendo. Pasó toda su vida odiando a Zack, pero en ese momento, en ese preciso instante, se dio cuenta que no eran tan diferentes.
Nunca fueron tan diferentes.
-xxx-
Violet escribía en su cuaderno las nuevas palabras en francés que Zack le había enseñado esa tarde de estudio. Salut, merci...
Respiró hondo, sin creer lo que sucedería en unas horas más. Quería que su tiempo en la cafetería fuese eterno, pero no podía evitar mirar el reloj colgado en la pared de ladrillos rojos y bufar al reparar en que el tiempo volaba.
—Luces distraída... —comentó Zack, que no había podido dejar de mirarla en un buen rato.
—No lo estoy —dijo, en tono de disculpa, aunque no estaba segura de qué se estaba disculpando precisamente.
Se quedaron allí, inmóviles y silenciosos. La gente a su alrededor parecía tan divertida, que Zack se revolvió en su asiento, incómodo. Se pasó una mano por el pelo.
—Violet, ¿pasó algo?
Ella levantó la cabeza, sin expresión alguna. Eso parecía preocuparlo, porque ella no era así. Llegaba a ser agotador verla sonreír tanto, por lo que verla tan abstraída era toda una incógnita.
—¿Es por lo de ayer?
Recordó todas las cosas que habían sucedido aquel lunes y no supo a cuál se refería Zack en concreto. ¿El agua? ¿el huevo? ¿su llanto? ¿Zack abrazándola? ¿su búsqueda en el internet?
—Probablemente, sí.
—¿Es por mí?
Violet lo miró a los ojos y comenzó a negar.
—No, Zack. Es por Sean.
—¿Otra vez te dijo algo?
La muchacha se asió la cabeza, queriendo esconderla debajo de la tierra como un avestruz. No podía con esa fiebre. Ni un paracetamol podría ayudarla en ese momento.
—Prefiero lidiar con mis problemas yo sola.
Zack frunció los labios y se irguió todo lo que pudo.
—Creo que esta conversación ha llegado a su fin.
Ella pareció sorprenderse, pero poco a poco su rostro se volvió igual de inexpresivo que el suyo.
—Así parece.
Zack asintió y cerró el libro con fuerza, levantándose. Violet no preguntó el por qué se iba, porque la respuesta le pareció obvia. Ajustó la mochila al hombro, rígido y circunspecto, como un soldado, y salió rápidamente por las puertas de cristal, cerrándolas tan fuerte que sobresaltó a una de las meseras. Desapareció en medio de gente vestida de gris, todos iguales. Ella suspiró, también guardando sus cuadernos, a diferencia de él, con gran lentitud. No quiso decirlo en voz alta, pero apenas las puertas se habían cerrado, ella reparó en que estaba temblando.
Los nervios fueron creciendo a medida que pasaban las horas. Mirando su deprimente reflejo en el espejo, la tía le hacía los rulos a máquina, muy emocionada por la cita de su invitada.
—El afortunado quedará anonadado de solo verte.
Y es que él no era afortunado y tampoco se sorprendería. No había podido decir la verdad, por lo que la señora Sanders y su hijo solo pensaron que era una cita inofensiva con algún chico de la escuela.
—Es con ese chico de la otra vez, ¿verdad? —se llevó la mano al mentón justo antes de recordar su nombre —. ¡Zachary!
Deseó que fuera cualquier persona menos Glover, pero nada iba a cambiar. Violet usaba un vestido azul que le llegaba un poco más arriba de la rodilla. Tenía mangas tres cuartos, ideal para el clima semi frío de mayo, que estaba pronto a llegar. También estaba usando unos leotardos azules brillantes y zapatos negros de charol. Estaba tan arreglada que se le formó un nudo en la boca del estómago, sin saber si era rabia o pena de que alguien como él la viese así. Todo era una farsa.
—Te ves como un hada —la halagó la tía, intentando sacarle una sonrisa.
—Más bien se parece a "Ricitos de oro" —opinó Liam, apuntándole los rizos, que parecían un montón de tornados en su cabeza.
Violet gruñó. Esperaba que nadie más pensase lo mismo cuando la viesen caminar a solas en la oscura calle.
La tía le pidió que no se alargaran tanto. Le dio consejos amorosos y calmó sus "nervios" diciéndole que los chicos se ponían muy nerviosos cuando tenían a una linda chica cerca. Pero ella lo dudaba. No sabía por qué estaba haciendo lo que estaba haciendo.
Salió a la calle, con un rostro triste que ni el maquillaje podía reemplazar. Hacía frío y se sentía mal consigo misma, caminando bajo las pálidas luces de los faroles que iluminaban la avenida. Los árboles danzaban junto a las corrientes de aire y unas pocas estrellas decoraban el cielo nocturno. Iba pensando en lo tonta que era, mientras movía las piernas lo más lento posible, quizá para llegar atrasada... o nunca. Pero, si no llegaba, ¿qué podía hacer Sean? No podía imaginarse en las numerosas ideas que podrían aparecer en la cabeza de Glover al momento de una venganza. Era mejor prevenir, aguantar y seguir viviendo. Solo seguir viviendo.
Un cuarto para las ocho, Sean ya estaba en el parque frente al museo, pues tenía que hacer un ajuste de cuentas antes de chantajear a Violet Henley.
—¡Mira! —Sean estaba sentado en una de las bancas cuando vio a Zack llegar, con un tímido Kris tras su espalda —. Aparte de ser inteligente, eres muy puntual —revisó la hora en su reloj de bolsillo, uno de oro, que le había robado a un señor de la tercera edad en una tienda —. Quizá demasiado.
—No soy un cobarde. Por eso vine.
El parque estaba prácticamente vacío. Las luces de las farolas de estilo fernandino iluminaban el paseo de una extraña manera, que hacía que todo a la lejanía se viese difuso, como cuando ha caído una espesa niebla que no quiere irse.
Sean se le acercó y le dio un puntapié en la parte frontal de su pantorrilla. Zack chilló de dolor, pero logró mantener la compostura, lo que exasperó al moreno:
—¿Por qué siempre intentas parecer valiente? No eres más que un cobarde y lo sabes. Yo lo sé. Sé que intentaste matarte el verano pasado y que podrías estar cerca de hacerlo de nuevo —comenzó a reír —. ¿Crees que alguien que quiere suicidarse es valiente?
Zack alzó la barbilla en un gesto altivo, a pesar del dolor punzante que se había apoderado de la parte frontal de su pantorrilla.
—Pienso que el valiente es aquel que sigue viviendo cuando su mente le pide hacer lo contrario.
Sean sonrió de lado, pero enseguida se mostró severo otra vez. Lo cogió por un costado del cuello de la camisa.
—Tú no juegues conmigo, Prawel. Eres cobarde, estúpido e hijo de una prostituta. Tu madre se vende y ahora el país entero lo sabe, ¿no es así?
Zack quitó su mano del hombro con fuerza.
—Lo que haga mi madre no es mi asunto ni el tuyo.
—Claro. ¿Eso le dices a todos cuando te dicen la verdad a la cara?
Zack lo desafió con la mirada. Su mirada era siniestra y oscura, por lo que Sean dejó de verlo y se enfocó en Kris.
—¿Y tú? ¡Allí atrás! Doblemente cobarde. Escondiéndote como un ciego detrás de un perro.
Kris se encogió más aún, como si fuesen a dispararle.
—Al menos el ciego tiene el privilegio de no ver tanta porquería que hay en este mundo —lo defendió Zack, aumentando el volumen de su voz. Sean se giró lentamente hacia él.
—¿Qué dijiste?
—Hablaba de ti —contestó secamente, mientras Kris lo observaba con miedo y admiración a la vez —. He pasado mucho tiempo pensando cómo se siente la muerte y en cómo uno puede llegar a pensar tan libremente sobre ella, como si fuese una opción —ladeó su cabeza para verle mejor —. Tú haces que personas como yo o Bailey suframos una y otra vez para darte el gusto a ti, porque es a ti al que te hace sentir superior y realizado. No piensas en las consecuencias.
—¿Y por qué no te mueres y ya? Le harías un favor al mundo.
Kris apretó los puños y bajó la mirada. La pregunta lo había helado, más Zack aún yacía serio, como si nada de eso le afectase, cuando, en realidad, sí lo hacía.
—Vamos, Zack —insistió Glover, divertido al ver cómo se endurecía la expresión de Prawel —. Anda, mátate de una buena vez. Estoy cansado de ver tu carita de niño inocente. El mundo será un lugar mejor sin ti, así que decídete de una vez y salta de algún edificio o algo y mátate.
Zack mordió la parte interior de su mejilla izquierda.
—¿No crees que lo sigo pensando? Tú le jodes la existencia a los demás sin ni siquiera preguntarte si ellos ya tienen la vida bien jodida.
—Mi vida es jodida, Prawel. No sabes nada de lo que hablas —rumió, alzando su puño —. Pero al menos yo no ando divulgando lo jodida que es, ni busco protagonismo a través de eso.
—No lo es, Sean. No lo entiendes —su pecho se infló como el de una paloma —. No tenemos la oportunidad de elegir nuestras vidas. Y otros no tienen la oportunidad de seguir viviéndola.
Habiendo dicho eso, se apartó de ambos con los ojos brillantes. Sean y Kris lo vieron alejarse hacia el cruce de peatones en silencio. Ninguno de los dos lo llamó o hizo un comentario sobre su ida.
Sean miró la hora.
—Mierda, ya debe estar por llegar —se giró hacia Kris. Al verlo tan indefenso le plantó su puño directo en el estómago.
—Sal de aquí antes de que te provoque una diarrea.
A duras penas y abrazando su estómago, Kris se fue cojeando en dirección contraria a la de Zack, quien ya había desaparecido en la oscuridad de la noche, rumbo a los edificios plateados que iluminaban la ciudad más allá de los barrios residenciales.
—Vaya, estúpido Prawel —Sean habló para sí mismo, furioso —. Sin duda eres un alma oscura...
Entonces, la vio. Violet caminaba mirándose los zapatos. Vestía como la noche, con un vestido oscuro y precioso. No le causó sorpresa. Más bien estaba molesto porque trajese esa cara de culo.
—¿Por qué llegas tan tarde?
Su mirada recobró altura de golpe porque no lo había visto. Sus confundidos y grandes ojos pasaron de ver su cara de enojo a observar su reloj de pulsera.
—Son las ocho en punto, como me dijiste.
Él agarró su muñeca y se la giró bruscamente para poder ver la hora en su reloj. Ella gimió.
—Es cierto. Qué puntual.
Ella volcó los ojos, quitando su mano y acercándola a su pecho, resguardándola.
—Entonces, ¿cómo quieres tus fotos?
Creía que, si no salía rápido de eso, le daría un síncope. Sin embargo, Sean parecía querer tomarse todo el tiempo del mundo.
—Eh, tranquila, nena.
Iba a decirle que no la llamase "nena", pero de repente él la agarró de la cintura y la atrajo hacia sí. Puso el celular a una distancia prudente. Apretó. El cañón de luz blanca que salió del teléfono la cegó. Para cuando la fotografía estaba tomada, Violet aún seguía en sus brazos, aturdida.
Entonces, la mano de Sean bajó desde su cintura a su trasero. Lo agarró con una fuerza y sensualidad no permitida. Saltó entre sus brazos y se separó, ofendida.
—¡¿Cuál es tu problema?!
Él se encogió de hombros, sin entender por qué estaba tan sobresaltada.
—¿No eres así con los demás chicos?
Sin ni siquiera pensarlo, le plantó un bofetón en la cara; tan fuerte que le quedó doliendo su mano. Sean no se movió y por fin cerró la boca.
—El jueves vas a decirle a todos la verdad. Vas a decirles que nosotros no somos nada —escupió con una voz tan pujante que no parecía la suya —. Si no lo haces, tomaré medidas.
El moreno giró la cabeza, medio riendo. Traía la mano perfectamente marcada en su mejilla izquierda. Violet supo que le quemaba en cuanto vio sus ojos brillosos.
—¿Le vas a decir al director? ¡Me muero de miedo! —ocupó la ironía para hacer burla de su persona.
—No —contestó atropelladamente —. Hablaré con la policía.
Se dio media vuelta y se fue, apretando los puños y pisando con tanta fuerza que podría haber agrietado las veredas. Sean se quedó allí sobándose el pómulo, extrañado. Ella no quiso mirar atrás. De repente se halló llorando, corriendo rumbo a su casa otra vez. Se había sentido tan transgredida, tan vulnerable, que el estómago se le retorcía. Sabía que estaba corriendo, pero ya no sentía sus piernas.
Y lloró. Y esa vez no fueron sollozos. Las lágrimas la abandonaban en silencio, hundiéndola en la soledad de la fosca. Un sentimiento de culpa creció en su interior, lo que la obligó a detenerse contra una muralla para lograr respirar. Apoyó su mano y equilibró su peso hacia los ladrillos. Tenía miedo. Seguramente siempre lo tuvo.
Negó con la cabeza para evitar que aquellos pensamientos la atormentasen, y comenzó a correr de nuevo. Mas su cuerpo se estrelló contra otro. Llegó a ver estrellas.
—¡Violet!
La voz de Zack la estremeció. Levantó la cabeza y abrió la boca al verlo en frente de sí. No supo qué hacía allí, vagando tan tarde por las calles, pero no preguntó y tampoco pudo evitar hacerse un hueco en sus brazos y gimotear contra su pecho.
—Violet.
Zack tragó saliva con dificultad. Mantuvo sus manos en el aire, temeroso, pero luego creyó que lo mejor era devolverle ese fuerte abrazo. Le sobó la espalda suavemente, preguntándose qué había sucedido y por qué lloraba de esa manera. Las calles seguían atrapadas en un silencio de ultratumba y la noche se abría paso con mayor intensidad con el pasar de los minutos.
—¿Vas a decir qué ocurre? —interrogó Zack en voz baja junto a su cuello. Ella pegó sus labios contra su hombro.
—No puedo —balbuceó.
Zack mantuvo el silencio. Ella se separó, pasándose una mano debajo de los párpados.
—¿Qué haces aquí?
—No quiero ir a casa. Papá tiene una cita con su abogado —explicó, estudiándola de arriba abajo —. ¿Qué haces tú aquí?
Iba bien vestida y su maquillaje se había escurrido producto de las lágrimas, dejándole los dedos de sus manos de color negro producto del rímel humedecido. Se sentía fatal.
—Nada..., voy a casa.
—No estás diciendo la verdad.
Violet apartó la mirada. Sentía su mirada oscura y escrutadora fija en ella y deseaba que no fuese así. Quería decirle que se hiciese a un lado, pero él tenía razón. No estaba diciendo la verdad. Sus manos temblaban y una soga invisible le estrujaba la garganta. Jamás le creería que "nada" pasó.
—Es Sean...
—Lo vi hace un momento —puso cara de descontento —. ¿Qué pasó?
—Nada..., una estupidez —casi se quiebra.
—Violet.
Ella apretó los ojos y ladeó su cuerpo.
—¡No quiero hablar de eso!
No quiso ver su reacción. Solo sentía que había ciertas cosas que la gente no podía saber. La paliza que le otorgó a Sean parecía ser la clave para que dejase de entrometerse en su vida, su pequeña vida; pero no podía darlo por hecho. Ella tan solo no quería más problemas. No quería malos recuerdos, menos cuando estaban plasmados en la fotografía que se habían sacado segundos antes. Se odiaba más por eso.
"Dios mío...", pensó, levantando la cabeza con temor hacia él. Se sonrojó por la vergüenza. Fue consciente de que él todavía la miraba.
—Lo siento —musitó.
En la calle del frente, una pareja pasaba caminando de la mano. De repente se detuvieron a la entrada de un departamento antiguo. No podía verle las caras debido a la oscuridad y la niebla, pero pudo ver que se abrazaron y ella subió las escaleras con entusiasmo. El hombre metió sus manos en los bolsillos del pantalón y se alejó en dirección opuesta, cabizbajo.
—Si te cuento algo privado, ¿te relajarás y me dirás?
Ella volvió a mirarlo ante el sonido de su voz. Le observó de una manera extraña, sin saber qué esperar de aquello, pues tras la última anécdota que le contó en la biblioteca, ya no sabía con qué la podía sorprender.
Después de unos treinta segundos, asintió con la cabeza.
—Vale.
Zack inspiró, alejándose a un banquillo bajo un árbol desnudo junto a la calle vacía. Ella aplanó los labios, con los ojos todavía ardiéndole por las lágrimas. Finalmente, se sentó lentamente a su lado, interesada en oír su historia.
—Cuando tenía siete años, encontré a mi madre teniendo relaciones sexuales con un hombre.
Las cejas de Violet se elevaron del asombro.
—Ese hombre no era mi padre. Era un hombre moreno, alto, con una belleza afrodisiaca que lo hacía aún más interesante. Y era... joven... muy joven.
Las características se parecían a Sean, aunque este ni se acercaba a ser «belleza afrodisiaca» y de seguro era mucho menos interesante que el personaje de esa historia.
—Se llama Maximiliano, pero mi madre lo llama Max —lanzó un suspiro, mirando el horizonte —. Al pillarlos, ella me castigó. No fue un castigo común, encerrado en la pieza o algo así. Fueron golpes... golpes reales.
Un músculo se le dilató y contrajo en la mandíbula, frustrado.
—Y me amenazó.
Violet respiró hondo. Ahora deseaba que él la mirase a los ojos, pero no lo hacía.
—¿Con qué te amenazó? —preguntó con la voz tan frágil que casi enmudeció.
—Me amenazó con echarme de la casa si le contaba a mi padre. Solo intenté decírselo una vez, cuando era pequeño, pero él no me creyó y mi madre pudo defenderse bien en esa situación. Quedé como un mentiroso y me castigaron, así que... —la voz le trepidó, lo que lo puso de mal humor —, así que guardé silencio hasta que se enteró por la prensa.
Sus palabras flotaban en el aire. No podía quitarlas de su cabeza.
—Mi padre se enteró y, a pesar de que nada de culpa tengo, me insultó y me pegó una cachetada. Creyó... que yo lo había escondido todo este tiempo para hacerles un mal. Siempre ha tenido la idea de que soy un busca pleito o un necesitado de atención, así que te imaginarás que esta no fue la excepción.
Tragó saliva lentamente, finalmente mirándola, como ella quería que lo hiciese.
—La gente detesta cuando se habla sobre mí. Hacen bromas, dicen que me hago el interesante o que debería acabar con mi vida, así nadie se molestaría en saber cuánto sufro. Y, a veces, creo que tienen razón. A veces siento que tengo claustrofobia de mi propia vida; que no puedo lidiar con ella ni con nadie. Que nunca podré amar ni ser amado o que nunca podré dormir profundamente al menos una vez y soñar. Soñar sobre mi futuro y no pesadillas sobre este —sus ojos se iban cristalizando más y más a medida que hablaba. La voz comenzaba a fallarle —. Me gustaría despertar e ir con una sonrisa a la escuela. Saludar a mis amigos, hablarles de lo que hice el fin de semana y planear sobre qué hacer en los próximos —cerró sus ojos y se relamió los labios —. Pero en cambio me despierto y deseo que el día termine ya, porque no hay nadie con quien charlar o con quien reír. Esa es la verdad.
—Me tienes a mí —dijo Violet en voz baja, sin saber lo que estaba diciendo. Logró que él sonriese, un poco.
—Lo sé. Eres la primera persona con la que puedo hablar realmente.
Hizo una pausa.
—Y siento que fue una buena decisión haber accedido a ser tu tutor.
Ella parpadeó en medio de la oscuridad, agradecida ante esas palabras tan honestas.
—Lo juro —declaró para acentuar la importancia de esa amistad para él. La muchacha sonrió y el silencio caló a sus interiores. Por un momento, solo pudieron escuchar el suave coro de los grillos entre las malezas y el ligero recorrido del agua en los alcantarillados.
—Entonces, Violet Henley, después de escuchar lo que tenía que decirle a alguien, a pesar de ser muy personal, ¿vas a darme el privilegio de oír lo que pasó hace un rato?
Miró al joven con intensidad.
—No le digas a nadie lo que voy a contarte. A ningún compañero y menos a Carpenter. Esto queda entre nosotros dos.
Y se lo contó.
Tenía que contárselo a alguien.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top