V e i n t i o c h o

Capítulo 28

—¿Cómo te fue en la cita?

Fue la pregunta que oyó apenas dio un paso en el porche de la casa. Ella sonrió de buen humor.

—Me fue bien. Estupendo.

Sonrió tanto que Liam y su madre se miraron extrañados.

—¿Estás segura? —le preguntaron a coro.

—Completamente.

Decidió subir rápidamente las escaleras. Se quitó los zapatos y se escondió bajo las sábanas de la cama, sin siquiera cambiarse de ropa. Comenzó a recordar lo ocurrido hace poco, colocándose en posición fetal.

—Madre mía.

Ladeó su cuerpo de cara al techo y pegó su antebrazo contra su frente ardiente, parpadeando en la oscuridad, donde su cuarto había adquirido un tono azul irreal debido a la luz de la luna llena que se atrevía a intrusear en sus aposentos.

Escuchaba a un vecino practicando una composición en violín, dejando una estela musical que se esparcía por el vecindario completo. Cerró los ojos y, durante unos segundos, llegó a olvidar la conversación que había tenido con Zack Prawel.

Solo después de que se cumplieran siete minutos, abrió los ojos con pesadez, recordando la voz y mirada que tuvo el joven mientras le contaba todo.

—Él... —le costaba hablar frente a otro hombre sobre ese tema —. Él me ha tratado muy mal, ya sabes —respiró profundamente, armándose de valor —. Pero hoy me ha tocado... el trasero...

Bajó la mirada, avergonzada.

—Sé que suena como algo pequeño, pero he tenido que soportarle tantas cosas que hasta lo más mínimo me derrumba.

Sus mejillas se encendieron, porque sentía vergüenza.

—No es algo pequeño y no es tu culpa —dijo Zack en voz baja, pero ella creyó que lo decía para hacerla sentir mejor.

—Claro que sí. He sido una tonta desde el primer día que llegué. ¡Quizá de antes! Primero aparenté ser alguien que no soy para evitar que los populares me hiciesen la vida imposible...

—No.

—Sí, Zack. Siempre he sido una arrastrada, tengo que admitirlo. En Boise también deseaba con todas mis ganas que las chicas populares me tomasen en cuenta... —se frotó la nariz —. Nunca lo hicieron, igual que aquí.

Zack no apartó la mirada de los vidriosos ojos grises de la chica, quien aún no podía quitar de su cabeza todas aquellas memorias.

—No fue culpa tuya —reiteró —. Y tal vez... no ser parte de esos grupos ha sido algo bueno. ¿No crees?

—No lo sé. Creí que lo estaba haciendo de maravilla... y ahora, obtengo el karma que me merezco. ¡Yo soy el ave! —gimió, citando a su maestro de literatura. Fatigada, dirigió los ojos hacia él y arrugó la frente. Zack le lanzaba una mirada compasiva que ya estaba detestando.

—No me mires así.

—¿Por qué?

—Porque me pone de los nervios —respiró con fuerza para evitar explicaciones profundas —. Me siento como la niña que deseó muchas cosas, pero en cambio se las quitaron todas.

—Violet. Todo lo que te ha sucedido en esta escuela no ha sido tu culpa. Siempre ha sido así.

—¿Qué hay de mis errores?

Zack ladeó su cabeza. El flequillo le cayó sobre la frente.

—Como tú has dicho, eres una niña. ¡Apenas tienes dieciséis años! Todos se equivocan, incluso de adultos.

—¡Exactamente! Tengo dieciséis años y ya he hecho cosas de las que no me siento orgullosa.

Cerró sus ojos y tembló. Algo que le asustaba aun más que los errores del pasado, era el hecho de que la gente se enterase de estos. En el barrio de Boise en donde vivía, todos los vecinos se enteraban de absolutamente todos los cotilleos. Suponía que así era vivir en una ciudad pequeña y en un vecindario tan aislado como el suyo. Su vida, por ser la menor de su calle, se había convertido en dominio público. Todo lo que hacía fuera de casa automáticamente era sabido por todos. Por eso, no era raro que sus padres se enterasen de distintas travesuras que hizo a lo largo de su vida, como cuando robó un carrito de supermercado con Kiara para usarlo como trineo en una pendiente. O cuando una vez cruzó en bicicleta la avenida con luz roja y casi fue atropellada por un camión. A pesar de que el hecho había ocurrido al otro lado de la ciudad, alguien la vio y le fue con el chisme a sus padres. Por ello, si eso ocurría en Boise, no podía dejar de pensar que a la gente en Canberra también podría interesarle los detalles de la vida cotidiana de terceros, solo porque sustentaba sus propias vidas aburridas.

—Entonces, déjalo ir.

Volvió a contemplarlo. No sabía cómo reaccionar.

—¿Dejarlo ir? No... puedo...

—Claro que puedes —se acomodó mirando el cielo oscuro —. No es sano para ti arrimarte a esta mala experiencia. Como tú misma me dijiste una vez... eso es lo que ellos buscan: Verte siendo aplastada por estas emociones negativas.

Hizo una pausa.

—No dejes que ellos tomen el control de algo tan personal tuyo como son los sentimientos. Si lo hacen, estarías cediéndoles el control casi completo de tu vida.

Ella se sintió un poco remisa.

—Hum.

—Cuando menos lo esperes, se te irán juntando las malas experiencias, en vez de solo buenas. Llegará un momento en que tu cuerpo te pedirá verle el lado bueno a esas cosas malas, y eso no es precisamente sano, ¿sabes?

Logró sacarle una sonrisa después de todo ese llanto, a pesar de que sentía sus ojos hinchados y agotados.

—¿Cómo sabes tanto sobre eso?

Apenas lo veía en la penumbra, pero supo que él también había sonreído.

—Porque es algo en lo que aún trabajo.

-xxx-

El 1 de mayo estuvo nublado, pero los rostros de las personas mostraban felicidad y relajo, en especial los estudiantes, tanto colegiales como universitarios. Añoraban ya las vacaciones de verano pasadas y esperaban con ansias las de invierno, en julio.

Violet se levantó y se escabulló a la computadora de Liam. Agradecía que fuese feriado, porque él se tomaba esos días como verdaderas vacaciones. Dormía hasta tarde, pasaba horas hablando con su novia, Natalie, o salía a beber con sus amigos a algún bar de los barrios altos.

El termómetro marcaba siete grados y dos décimas. La hierba se había secado y conservaba un color amarillento, como si rogase por un poco de lluvia. El viento sacudía las ramas oscuras de los árboles y los niños en los parques jugaban a saltar sobre un montón de hojas otoñales.

Violet no perdió tiempo en pensar en otra cosa más que en las respuestas del blog. Se metió al internet con las expectativas bastante altas. Cuando llegó a su publicación, se llevó la sorpresa de que la mismísima Jenna y unas cuantas personas más le habían contestado.

Querida Vivi:

Siempre leo por aquí comentarios de gente que sufre depresión o que ya está curada. Nunca me había tocado leer específicamente el mensaje de alguien que busca cómo ayudar a una persona importante en su vida. ¡Eso me alegra mucho! Me recuerdas a mi madre y el rol que cumplió durante mis malos meses. Intenta que tu amigo hable con un psiquiatra o sé tú misma su psiquiatra. A veces, escuchar a las demás personas en silencio es el mejor de los remedios. Deja de darle consejos tontos que parecen más una obligación: "Sé fuerte, sé feliz, sé tú mismo, sé... sé... sé". Di: Se acabó. Busca una solución creativa y original. Enséñale cuan buena puede ser su vida y a amarse a sí mismo, porque solo así él comenzará a amar su vida. Se ve que eres una persona buena y preocupada. Sé que lo pasarían bien juntos. Es muy afortunado de tenerte y, créeme, tarde o temprano, lo notará. Xoxo.

Jenna, King's Lynn, U.K.

Violet dudó un poco. No podía imaginarse a Zack sonriéndole todo el tiempo, dándole las gracias o diciéndole lo importante que era en su vida. Se dio cuenta que ella no quería ser una anestesia para Zack. Quería que toda su perspectiva de la vida cambiase. Quería que viviese.

Agradeció el comentario y miró las demás contestaciones de gente que, seguramente, solo se motivó a escribir porque la famosa Jenna lo hizo.

Anthony, Viena, Austria: ¿Es amigo o novio? Cuando son novios o maridos, hay un vínculo más fuerte. No creo que puedas hacer nada por él

Ignoró el comentario y pasó al siguiente.

Georgina, Islas Marshall: Como dice Jenna, la compañía y el saber escuchar es la mejor clave. Si eres parlanchina como yo, también puedes hablarle de muchas cosas. Eso lo distraerá, aunque si notas que sigue serio o comienza a ignorarte, calla y deja que hable. ¡Te mando buenos deseos! Te dejo un link sobre algunos terapistas que viven en Australia.

Violet chequeó la información, pero solo uno trabajaba en Canberra. Los demás estaban repartidos entre Sídney y Melbourne. Respiró forzadamente. No quería meterse en esas decisiones tampoco.

—¡Violet! No has desayunado —oyó que le gritaban de abajo.

—¡Ya voy!

Isabella Evans, Washington D.C: ¡Qué Dios esté contigo!

"Y Alá, Buda y el Señor de los Anillos", pensó Violet, pasando a la siguiente respuesta.

Nathan Johnson, Baltimore, U.S.A: Querida Vivianne: ¿Crees que tu amigo tiene la fuerza suficiente como para ayudarse a sí mismo? Yo también sufrí bullying en la escuela y es un asco. Tengo treinta y dos años y no es como: ¡Yo también fui víctima de bullying! ¡Genial! (No es un tema de conversación, claramente). No lo sé, creo que deberías buscar una forma de que su vida se solucione poco a poco. Si no tiene apoyo familiar, sé tú su apoyo y motiva a otros a ayudarlo. Demuéstrale que no está solo. Aunque, viéndote por estos lados, estoy seguro de que te quedarás a su lado para siempre.

Posdata: Por curiosidad, ¿qué edad tienes? ¿Hay alguna forma de ponernos en contacto?

Violet ya le había dado tedio ver "Vivianne" en vez de su nombre de pila real. Sin embargo, sus últimas preguntas le habían quitado todo lo especial a su mensaje.

Peter, Irlanda: Creo que puedes ayudarle a superar el bache de la escuela. Pero... ¿problemas con su familia? ¿Cómo crees que podrías solucionar eso? Mi amigo tenía problemas con las drogas y con su familia. Su padre le maltrataba feo. Quise hacer de todo. Incluso llamé a la policía y no impidió a que se suicidase. No quiero echarte mierda, pero solo lo estoy advirtiendo. ¿Qué harías?

—¡Ven, Violet! Tenemos que salir —escuchó que le gritaban otra vez.

Violet blanqueó los ojos y apagó la computadora, borrando antes que nada todos los rastros en el historial. Prefirió desligarse de los comentarios ajenos y hacer las cosas a su manera. Estaba segura de que no sería un total desastre, pues su mayor virtud era su optimismo y decisión.

La tía condujo a una feria artesanal que ella adoraba. Quedaba a cuarenta y cinco minutos de la residencia, pero valió la pena. Todo era muy colorido, lleno de música folclórica, banderas australianas de distintos tamaños y globos de muchos colores fluorescentes. Los niños comían algodones de azúcar o correteaban jugando a las escondidas. Parecía ser otro mundo, perfecto para desconcentrarse de la vida escolar y sus variantes. Compraron ropa de invierno y degustaron sabores de comidas típicas y helados, lo que por un momento la hizo olvidarse del blog y de Sean Glover.

Sin embargo, el feriado acabó y la vuelta a clases la obligó a sentar cabeza. El jueves fue un día de lluvia tibia, donde el pasto recobró su color verdoso natural. La muchacha salió de casa bajo un paraguas negro que Liam le había prestado para llevar al colegio. En el trayecto no podía evitar notar que todas las chicas llevaban paraguas de colores o con diseños. Se volvió a sentir como una rata de laboratorio, más cuando llegó a la escuela y varias se quedaban mirando esa horrible sombrilla que era más grande de lo común. Lo sacudió frente a su taquilla, sintiéndose húmeda a pesar de estar seca. Todavía sentía las odiosas miradas sobre ella, pero intentó pasarlas por alto. Guardó sus cosas y sacó los libros para la clase de física.

—Lindas trenzas, nerd —comentó una morena a su lado, cerrando su taquilla y caminando con desbordada confianza hacia su salón. Violet cogió aire, cerrando con lentitud su casillero. Quizá todos podían pensar que era una fulana, pero si no se sentía así, entonces no había nada que temer.

Sean se encontró con ella cuando estaba metiendo sus libros dentro de la mochila.

—Eh, Violetta.

—Es Violet.

El moreno volcó los ojos.

—Lo que sea, Victoria. Vine a hablar sobre lo de ayer.

—¿Vas a parar o no? —le encaró, alzando la voz. Unos chicos de último año se los quedaron mirando, para luego desconcentrarse con una manzana podrida, jugando con ella y evaluándola como si fuese su siguiente experimento de ciencias.

—Vengo a confirmar que no hayas ido con la policía.

—¿Te preocupa?

—Sí, porque tengo un hermano en la cárcel.

Violet metió sus libros con más fuerza, queriendo desaparecer.

—No hablaré si tú dejas de hostigarme. Creo que es lo más justo.

Se notaba que odió la idea, pero asintió.

—Bien, tú ganas. No quiero que me arruines la vida.

Violet entrecerró los ojos.

—¿Yo te arruino la vida, Sean? ¿En serio?

Glover se relamió los labios, recargando su peso contra las taquillas.

—Antes de que tú llegaras, todo estaba bien.

—No, no estaba bien —pateó el suelo con fuerza y caminó dos pasos hasta quedar frente a él, con su mirada furiosa —. ¿Crees que lo que le hiciste a Bianca está bien?

Sean frunció el ceño.

—Tú no sabes nada sobre eso.

—¡Sí lo sé!

Unas chicas se quedaron sorprendidas ante los gritos.

—¿Primera pelea de pareja? —comentó una, alejándose junto a un compañero. Eso la hizo enojar más.

—Sí, lo sé, Sean. Para tu desgracia, sé que tú la hostigabas.

—¡Qué mentiras dices!

—No es ninguna mentira.

Había incrementado tanto el volumen de su voz que logró sonrojarlo de la vergüenza y que admitiese parte de la verdad que ya conocía.

—Bianca Foster fue una estúpida —dijo él con una voz que apenas logró escucharse —. Ella se suicidó para llamar la atención de todos nosotros y falló en el intento.

Intentó alejarse, pasándole a llevar el hombro, pero la rubia estaba tan sorprendida que lo siguió a través del corredor. Aquellas palabras le habían dolido hasta a ella.

—Bianca no se suicidó. Murió de una anorexia que tú le provocaste.

—Henley, en serio, cállate. Deja de meterte en donde nadie te llamó —había apretado los dientes, causándole escalofrío —. Bien, diré que esto entre nosotros dos nunca ocurrió. Fue una farsa. Pero no me sigas fastidiando.

Miró a sus lados, nervioso al ver a estudiantes observándolos.

—Y no vuelvas a hablar sobre Bianca Foster. Está muerta. Nadie la recuerda y no puedes cambiarlo.

Se alejó, perdiéndose entre el tumulto de gente. La muchacha se cruzó de brazos, en medio de un mar de caras desconocidas. Sean estaba desquiciado, no cabía duda. Después de escuchar sus palabras, tuvo unas ganas intensas de traer a Bianca a la vida y ayudarle. Sabía que no la había conocido, pero no podía dejar de pensar en su dolor y en las nuevas víctimas de Sean Glover.

Al menos, lo del noviazgo terminaría. Esperaba que Sean cumpliese esa parte del trato, pero ¿qué había de la otra parte?

Se dio una media vuelta para caminar en dirección contraria a él, pensando en ello. Muchas veces había visto a Sean botándole cosas, como bandejas o cuadernos, a chicos o chicas de cursos menores, como también lo había visto haciendo mofas del físico de alguien o zancadillas a quien se atreviese a cruzarse en su camino.

Sin duda alguna, algo en su cabeza no andaba bien. Y debía averiguarlo.

El timbre sonó, dando la alerta de que las clases comenzaban. Corrió por el blanco pasillo y un poco antes de llegar al salón vio a Sean rodeado de chicas otra vez. Se veía contento, despidiéndose de cada una de ellas con un toqueteo más allá de lo permitido, como si fuesen muñecas inflables o algo parecido. Una de ellas dio un paso atrás y pudo verla. Era una castaña muy guapa, de ojos azules y pestañas largas. Sonrió de lado al verla.

—¿Es cierto que ustedes dos no son novios ya?

Violet alzó el mentón y sonrió.

—No, ¿verdad, Sean?

Sean pareció acorralado con las miradas expectantes de las muchachas. Lanzó un bufido, recordando la amenaza de Violet.

—No. Era una broma para ver cuántas de ustedes querían salir conmigo. A ver, ¿quién dijo yo?

Las chicas se volvieron locas alzando sus manos. La castaña comenzó a reírse y se acercó a una morena que parecía ser una amiga cercana de ella.

—No pudo durar ni un mes con él. De seguro fue porque no quiso llegar a segunda base.

Rieron. Violet tornó los ojos bizcos y agarró firmemente las amarras de su mochila. Todos iban a clases y era hora de que ella se desligase de un problema menos y también fuese a clases, aunque eso no significaba que se olvidaría de los malos actos de Sean Glover.

Lanzó un suspiro, dándose cuenta de que, después de todo, por fin era libre. Le había parecido una eternidad, pero logró entrar al salón con una sonrisa, después de mucho tiempo.

Lo primero que vio fue a Zack en el rincón donde se sentaba. Se detuvo. Admiró su seriedad y la distracción presente en sus ojos, cubiertos por un velo opaco, que lo hacían parecer como una máquina que ha sido desenchufada.

La sala comenzó a llenarse rápidamente, seguramente porque el profesor de turno ya venía en camino. Imitando a los demás, caminó a su banco y saludó a Kristian, quien le devolvió una sonrisa.

—Te ves notoriamente más contenta —comentó.

Dejó su mochila sobre su mesa y se sentó, asintiendo.

—He arreglado las cosas con Sean —le contó —. Ahora puedo andar tranquila por la escuela.

—¿Fue posible?

Violet asintió de buen humor, justo cuando el profesor hacía su entrada triunfal. Kris desvió su mirada un momento, pero luego no pudo evitar observarla, divertido. Era algo desordenada. No llevaban ni quince minutos de clase y se le habían caído los cuadernos al piso dos veces y maldijo cuatro.

El cansancio era notorio en cada uno de los presentes. La clase era aburrida para la gran mayoría, a pesar de que el maestro mostraba con orgullo un vídeo explicativo para todos que él mismo había editado en casa. Creía que esa nueva moda de usar la tecnología en clases iba a hacer que sus alumnos se interesasen por la física. Violet no odiaba la física. Le parecía interesante, pero difícil. Aun así, creía que, si estudiaba más y le iba mejor, terminaría agradándole la materia.

Oía el viento con una claridad meridiana gracias a algunas ventanas semi abiertas. La lluvia golpeaba con un sonido metálico sobre los automóviles estacionados junto a la calzada. Los vidrios estaban llenos de gotitas gordas, deslizándose suavemente de arriba abajo, como en una carrera por quien llega antes al borde.

Una de ella, a la altura del escritorio del profesor, yacía entreabierta, dejando entrar el aroma a tierra mojada y brisas repentinas. A Violet le gustaba escuchar la lluvia y ni se había percatado de lo embelesada que se hallaba por ella.

La abrupta bajada de temperatura comenzó a molestar a algunas personas, como Fanny, quien alzó la mano, interrumpiendo el video.

—Profesor, ¿puede cerrar la ventana?

Violet bajó la mirada. Era una belleza natural ver los árboles tornándose más verdes, agitándose en la brisa como si tuviesen frío. Era el último mes para ver los árboles cubiertos con sus hojas, antes de que llegara el invierno y los desnudase a todos. Además, casi nunca veía tormentas de ese calibre, con una furia que le parecía destellante, y que todo siguiese normal. En Boise, todos hacían un escándalo hasta por la más mínima nieve o aguacero que cayese. Los habitantes desaparecían de las calles, refugiándose en sus casas y llamando a sus seres queridos que vivían lejos, como si se despidiesen... por si acaso.

El profesor cerró la ventana con fuerza, despertando a los somnolientos, entre esos ella. En ese instante se sumieron en un silencio poco acogedor, como si los hubiesen encerrado en un cuarto aislado del mundo real.

—Bueno, continuemos. En el vídeo explicativo se mostraba que...

Violet vaciló. La lluvia arreciaba contra las ventanas, como si intentase de todas formas entrar. Tomó su lápiz y sonrió, concentrándose en la explicación. Pronto las clases terminarían y deseaba que la lluvia no cesara para entonces. La humedad sobre el rostro era una sensación aún mejor. Se le electrizaba la piel de solo imaginarlo. Aunque esperaba que no sucediese lo mismo con su cabello, cuando se quitara las trenzas en la noche junto a la cómoda.

Durante el almuerzo, Violet mantenía la mirada perdida más allá de las vidrieras, hacia el jardín de atrás. A lo lejos se podía ver la cancha de atletismo y de fútbol, abandonadas y rebalsadas de agua, como aquella vez que le lanzó el jugo a Sean y ese fue su refugio.

—Creo que todos se ven algo solitarios hoy —escuchó que Diana dijo, obligándola a despegar sus ojos de lo que parecía la libertad. Aun así, no dejaba de sentirse como un alma en reposo, como si fuese parte de otra dimensión. Miró su plato, jugando con el tenedor y las desabridas arvejas.

Diana y Kris siguieron conversando y, luego el silencio volvió a caer sobre ellos como una maldición. Cuando creía que Kris y Violet se habían concentrado en otra cosa, Diana alzó sus ojos hacia el grupo de los más populares.

Kevin, Sean, Fanny y Rosie tenían la costumbre de almorzar con los de último año, quizá sintiéndose más poderosos. Les prestaban sus chaquetas adornadas con los colores de la escuela y les contaban los últimos chismes del día. Alice solía sentarse con ellos, pero, después de una supuesta discusión entre ella y Stephanie, ahora solo vagaba de grupo en grupo, casi siempre compuestos de hombres.

Diana se fijó en Fanny cuando se inclinó hacia su novio, acunó su rostro entre sus blancas manos y llevó sus labios a los suyos. Se besaron mientras ella formaba una sonrisa encantadora en medio del acto, dejándose acariciar las piernas por él. La castaña bajó la cabeza solo medio segundo para luego subirla y fijarse que sus dos amigos la contemplaban.

—¿Vas a admitir que te gusta? —preguntó Kris.

Diana contrajo las cejas, ofuscada.

—¿Qué?

—Te he visto. Estás loca por Kevin Kobrinsky.

Diana lo molió con la mirada.

—Y yo también he notado que tú estás loco por alguien.

Kris le devolvió una mirada asesina y actuó desinteresadamente.

—No es así. Yo soy muy obvio cuando me gusta alguien.

—Sí, ya lo sé. Por eso lo he notado.

Kristian se sonrojó, bebiendo de su jugo hasta que se lo terminó.

—Te gusta Kevin —dijo de nuevo, para desviar la atención.

—No es así. Además, no soy su tipo. ¿No ves cómo se besa con Fanny?

Kris miró de soslayo, pero como Violet estaba de espaldas a la escena, se volteó sin disimular. Fanny se percató en seguida y le lanzó una mirada cargada de furia, acompañada de su dedo del medio.

—Es encantadora, ya veo por qué le gusta —dijo Violet, dándole la espalda al grupo y observando su plato lleno todavía. Le quedaban un montón de arvejas y no tenía ganas de comerlas.

—Yo creo que estás equivocada, Diana —siguió diciendo Kris —. Eres inteligente, honesta, benévola y guapa. ¿Por qué no se fijaría en ti?

La muchacha abrió la boca ante los halagos de Kris. Algo en común con Violet. Eran intolerantes a los halagos porque no creían en ellos.

—¿Lo dices en serio?

—Claro. Soy hombre.

Le lanzó una mirada incisiva.

—Ser hombre no hace tus halagos más verídicos.

Kristian intentó reprochar, pero tragó mal y comenzó a toser con fuerza, irritándose la garganta. Tuvo que tomar un poco de jugo y sus mejillas se volvieron rojas ante el súbito ataque de tos. Violet alargó su mano y la dejó descansar en el antebrazo de Kris, aguardando a que se le pasara el ahogo y se sintiese mejor.

—¿Ya pasó? ¿Voy a buscar agua?

El muchacho sonrió con afabilidad, muy agradecido con la pregunta, mas no pudo contestar. La sombra de alguien más hizo que los tres se girasen, medrosos.

—¿Puedo... sentarme con ustedes?

Zack Prawel, por primera vez, estaba frente a ellos tomando con fuerza la bandeja en sus estremecidas manos. Quería demostrar seguridad, pero su cara y voz lo traicionaban. Ni siquiera esos ojos negro azabache, que resultaban tan intimidantes en su momento, le quitaban esa mirada de irresolución.

Los tres se miraron rápidamente.

—Claro, siéntate —habló Diana primero, invitándolo a sentarse frente a ella, al lado de Violet, quien se revolvió en su silla, incómoda. Nadie sabía que ellos dos hablaban más de la cuenta después de la escuela y mucho menos sabían que ella se había lanzado a sus brazos a llorar tras la falsa cita con Sean. Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que por un momento dejó de prestar atención a la conversación que se había formado.

—... creo que todos nos alegramos de que decidieras comer hoy, pero ¿qué te hizo cambiar de opinión?

Kris era muy curioso cuando quería serlo. Zack se encogió de hombros tras probar la sopa que había pedido, lo que Violet no consideraba realmente como un almuerzo.

—Hoy me dio hambre.

—Independientemente, esta es la primera vez que te sientas a almorzar —comentó Diana, alzando la mirada un segundo —. Fanny y su grupo nos avizoran como los buitres.

Violet volvió a girarse sin discreción. Fanny le sacó la lengua mientras se colgaba como un mono del cuello del rubio.

—Patética —confirmó, volteándose otra vez —. De todas formas, Zack, me alegro de que comas.

Ella esperaba que la vez que lo obligó a comer en la oficina en donde estuvieron encerrados le hubiese servido como impulso para hacerlo siempre.

Diana y Kris se miraron como dos integrantes de una mafia rusa, como si hubiesen captado algo extraño entre ellos dos.

—Eh, Zack —comenzó a decir Kristian. Zack lo golpeó con su mirada, perturbándolo —. Este... Violet nos ha contado que ustedes dos estuvieron encerrados en la oficina de los castigos.

Zack apenas ladeó su cabeza para incrustarle una mirada molesta a la muchacha. Ella alzó las manos.

—¿Qué?

—Sí, así fue —dejó de mirarla y se giró hacia Kris, tenso —. Me castigaron por su torpeza.

Violet volcó los ojos y se llevó con furia una arveja a la boca. Soportó el sabor amargo.

—¿Y qué hacían juntos...? —preguntó Kris, pero Violet fue rápida en interrumpirlo.

—¡Dios! Qué mal saben las arvejas —tosió exageradamente, golpeándose con el puño en el pecho —. ¿Hay algo que sepa peor que estas?

Zack suspiró, bebiendo su sopa sin levantar la mirada, intentando no ponerle atención a la cara de Kris, con la mirada fija en él y la mandíbula tensa, inamovible.

—Afuera sí que llueve. Gracias a Dios tengo paraguas —dijo Diana, mirando hacia la ventana. Quizá también tenía miedo de que su cabello se pusiese mustio con la lluvia. Así como Violet, Diana siempre usaba su cabello en una cola alta. El día que la viese con otro peinado, sería el día que jugaría a la lotería.

Diana se arregló el flequillo y le sonrió a Violet.

—Me gustan tus trenzas.

Entonces, Violet se percató que ellas dos no eran muy diferentes. Sonrió de tal manera que la sonrisa le fue contagiada a Diana y ambas terminaron riendo a carcajadas, mientras los chicos no entendían su loquera.

La lluvia no cesó. Los vientos aumentaron su potencia y afuera todo era tupido y gris. Diana dijo que su padre había apostado veinte dólares con el vecino a que iba a llover todo el día, y no dejaba de reír pensando que su padre estaría muy alegre por haber ganado. Violet no pudo impedir pensar que tal vez era difícil ver a su padre reír después de la pérdida de su esposa, lo que la desanimó un poco y también la hizo agradecer, una vez más, que su familia estaba completa y unida, a pesar del gran océano que los separaba.

Mientras ellas hablaban juntas en el pasillo, justo después de que la campana de salida sonase, vio que Zack pasó por su lado, sin quitarles el ojo. Cerró los ojos un breve momento junto a una leve inclinación de cabeza. Creyó que se despedía, pero dado que después se veían para las clases, lo tradujo como un "nos vemos luego".

—Voy a mi taquilla. Debo sacar mi paraguas —se excusó con Diana.

—Yo igual. Entonces, nos vemos mañana.

—¡Gracias a Dios mañana es viernes!

Ambas rieron, retirándose en direcciones opuestas.

Al momento de salir de la escuela, Violet estiró su mano para sentir la potencia de la lluvia. La golpeaba con tal fuerza que temió que su paraguas se rompiese, dada su mala calidad.

Miró de una esquina a otra de la calle, contemplando a todos los alumnos que salían bajo sus paraguas, perdiéndose en la fría neblina. Le costó abrir el paraguas antes de seguirlos a través de la avenida.

Aunque quisiera negarlo, su vida se había convertido en una rutina. Ella, el perfil de la ciudad, el consuelo de la lluvia, la matutina y solitaria caminata a Adellia's, y la certeza de que allí en Canberra nadie sabía quién era. Levantó el paraguas para observar los goterones cuajados cayendo desde lo más alto del cielo a la punta de sus zapatos, sintiendo las brisas invernales; escuchando las risas provenientes de los bares, el golpe amortiguado de un perro volcando un bote de basura, el tráfico serpenteando en dirección a la ciudad empresarial. Le gustaba ver, en especial de noche, el interminable torrente rojo de luces traseras de los carros, todas como un flujo sanguíneo, o el sublime espectáculo de coloridas luces de los edificios y tiendas reflejadas en los grandes charcos del suelo.

Hacía frío y todo estaba muy oscuro para ser recién pasadas las cinco y media. Violet saltaba y caminaba a grandes zancadas. Sentía las extremidades entumecidas y los calcetines húmedos. Se escuchaban las bocinas. Había un tráfico horrible debido a la lluvia, ya que las calles estaban rebalsadas de agua y había mucha gente corriendo a sus casas, en busca de un chocolate caliente y una acogedora chimenea. Quería lo mismo, pero los estudios iban antes.

Cuando consiguió llegar a Adellia's, después de una caminata de casi 3 kilómetros, sintió un alivio en su interior. Cerró el paraguas y lo sacudió rápidamente. No quería que la humedad le arruinase el cabello. Tampoco quería enfermarse por culpa del frío viento y las gotas de lluvia que caían sin dirección predeterminada.

Aun cuando entró, al sentir el drástico cambio de temperatura, se sintió empapada. El paraguas goteaba y uno de los meseros le lanzó una mirada furiosa. Ella mostró una sonrisa algo ladeada e incómoda. Caminó, medrosa, hacia la mesa en donde siempre estudiaban juntos, observando a los clientes de manera extraña. Cada vez que alguno parecía molesto, ella se encogía en señal de disculpas.

Y es que no pudo llegar y refugiarse en la mesa tras el menú. Si ella creía que estaba haciendo el ridículo por andar dejando un camino de gotitas rumbo a la mesa, Zack era de otro planeta. Estaba completamente empapado.

—¡Zack!

Bajo sus pies se había formado un charco. Él miraba a través del ventanal, temblando de frío, aunque no quisiese admitirlo. Su cabello negro se encontraba húmedo y revuelto y sus labios y pómulos se habían tornado de color violeta. Iba a enfermarse.

Ella dejó rápidamente su mochila sobre su silla. Se acercó a él y le posó su mano sobre la frente. Hervía.

—Tienes fiebre. Estás ardiendo.

Se quitó la chaqueta rápidamente, atrayendo su atención. No importaba cuantas veces la mirase de esa manera, seria y desconcertante, ella lo ayudaría de todas formas. Tras colocarle su chaqueta sobre los hombros, corrió hacia el estante donde se pedían los dulces y helados o cosas para llevar. La chica de la caja, muy guapa, le sonrió.

—Hola, ¿desea ordenar algo?

Violet parecía intranquila.

—Deseo una manta y un chocolate caliente.

La mujer parpadeó.

—¿Una manta?

—¡Sí! O lo que sea. Solo algo que abrigue a mi amigo. ¡Tiene fiebre!

La chica miró por sobre su hombro. Vio al descuidado estudiante, todo empapado, sentado sobre una silla inestable. No parecía estar sufriendo, pero decidió ayudar a la desesperada niña.

—Deja ver qué puedo hacer.

—Gracias.

Tardó bastante, al menos diez minutos, en los que se daba vuelta a mirar a un Zack entumecido de pies a cabeza. Al rato, volvió con un chocolate caliente y una manta de polar. También trajo dos toallas pequeñas.

—Mi jefe dice que después tienes que devolverlas.

—Por supuesto —se las puso bajo el brazo —. ¿Cuánto por el chocolate?

—Gratis —anunció con una sonrisa —. Aquí atendemos a la gente con el corazón.

No se tragó el discurso de amor y paz, pero dio las gracias cuantas veces pudo, antes de que se arrepintieran de la bondadosa acción. Caminó de vuelta con sumo cuidado, intentando mantener el equilibrio, ya que las miradas fisgonas la ponían nerviosa. Zack se volteó a verla. No pudo ocultar su rostro de sorpresa.

—¿Qué haces?

—Pues, te ayudo —dejó la taza sobre la mesa y le entregó las toallas —. Sécate, por favor.

Confundido, comenzó a secarse el cabello y lo que pudo del uniforme. Se dejó cubrir por la manta, mientras ella recuperaba su chaqueta, que había quedado completamente mojada. Iba a morir de frío sin ella al momento de salir, más cuando el clima se ponía peor a medida que las horas pasaban.

—¿Por qué llegaste tan mojado? —preguntó ella, tomando asiento por fin.

—No tengo paraguas.

—¡Podrías haberme dicho! —reprochó —. Podríamos haberlo compartido.

Zack levantó los hombros y escondió parte de su expresión tras la taza humeante que se llevó a los labios. Cerró los ojos tras sentir el aroma a chocolate y su calidez. La serenidad volvió a su cuerpo en cuanto dejó la taza sobre la mesa. Alzó los ojos y admiró el rostro de preocupación de la rubia.

—¿Estabas preocupada?

—Por supuesto. Estás afiebrado.

—Estoy bien.

Violet lo miró con un gesto desdibujado. No era fácil creer eso tras saber un poco más de su historia personal.

—¿Cuánto te ha salido esto? —dijo, intentando sacar la billetera de su bolsillo. Mágicamente estaba seca.

—Nos lo regalaron. Así que procura verte como un indigente el resto del tiempo que estemos aquí para que no se arrepientan.

Zack apartó la vista de la billetera y le sonrió. No fue una sonrisa encantadora, pero sí acogedora. Sus ojos se mostraron más bien tristes y reflexivos.

—Bien — la había consumido el temor —. ¿Vamos a estudiar o...?

—No me mojé completamente para que te vayas a casa —le cerró un ojo, acomodándose la manta sobre los hombros —. Vamos, comencemos con francés.

A pesar de que quiso entablar una conversación más profunda con Zack, creyendo que la confianza entre ellos había aumentado, le fue imposible. Conforme los minutos pasaban, la personalidad de Zack se iba apagando y su mirada se mostraba vacía, un poco como el clima de afuera. Un par de horas después, salieron del lugar sin que les cobrasen nada, pero dejaron una generosa propina para el caballero que limpiaría el charco de agua que dejaron bajo la mesa.

El temporal seguía siendo bastante torrencial y caótico, dándole un aspecto umbrío al horizonte, debido a que el sol ya se estaba escondiendo detrás de las verdes colinas que bordeaban los límites de la capital.

Violet abrió el paraguas y el ruido de las gotas gordas golpeando la tela impermeable se hizo presente. Se cubrió bajo este y giró sobre sus pies para ver el semblante de Zack tras ella, refugiándose al borde de la puerta, justo donde terminaba el techo. Miraba hacia el cielo lóbrego y tormentoso, y arrugó la frente y la nariz, como si estuviese calculando cuánto se demoraría en correr a casa sin mojarse de pies a cabeza de nuevo.

Ella no tenía prisa, por lo que dio un paso hacia él y le ofreció acercarlo a su casa, mas él se negó.

—No es necesario, no es muy lejos de aquí.

—Oh, vamos, no puedo dejarte aquí. Además, no es ninguna molestia.

Él alzó una ceja.

—Estás muy piadosa hoy.

—Pues claro, siempre lo soy —sonrió, pestañeando varias veces. También lo asió del brazo —. Ponte a mi lado y camina a mi ritmo.

Anduvieron lento. Sus brazos se rozaban constantemente, ella afirmando el paraguas, él debilitado. Ambos miraban al frente, sin intercambio de palabras. Sus respiraciones formaban nubes pálidas que subían hasta perderse en el cielo con las demás. Había una gran cantidad de gente trajeada corriendo por las calles, tapándose incluso con periódicos con tal de evitar empaparse. El tráfico de Canberra ya era lento y denso a pesar de que solo eran recién pasadas las siete y media. Las calles estaban resbaladizas por el agua y una luz grisácea brillaba en el reflejo del borde de la autovía.

Cohibida en ese mundo de pijos, Violet miró a Zack. Parecía triste.

—Luces melancólico.

—Es cansancio.

Violet lo miró con pena, aferrándose al paraguas. Sintió que sus ojos ya se parecían a las nubes: grises y cristalinas. En su momento le causó gracia, sin embargo, se giró rápidamente hacia Zack, preocupada.

—No digas eso. Me siento culpable. Siento que te estoy incomodando.

—No eres la causa de mis problemas, Henley —se giró a verla —. A veces creo que los solucionas. Al menos... por un breve momento.

Violet sonrió ante el cumplido, aunque él observó el suelo, como si buscase su reflejo en los charcos.

—Me alegro. Para eso son los amigos.

Hizo una mueca medio extraña.

—Sigue siendo deprimente.

Su voz se perdió un momento por un coche que pasó, y cuyas ruedas rechinaron con fuerza en el asfalto mojado, levantando un chorro de agua hacia unos transeúntes que esperaban por un taxi desocupado, quienes gritaron groserías al viento helado y levantaron sus brazos en protesta.

—¿Puedo preguntar por qué te sientes así con tanta constancia? —volvió a hablar Violet, aumentando el volumen de su voz ante el ruido del tráfico —. ¿Es porque no te sientes integrados en el aula?

—Ellos me ven como alguien diferente. Diferente para mal.

Violet sintió sus manos congeladas y un sentimiento de incomodidad en el alma.

—Pero —sus labios temblaron —. No lo eres.

—No es lo que ellos piensan —la interrumpió, tajante.

Ella se relamió los labios. Sentía la sangre arder en sus venas, pero debía tranquilizarse. Tras oír la historia de Bianca, no le gustaba que la gente se tomase muy a pecho lo que los demás pensaban, en especial cuando eran idiotas como Sean Glover.

—Ser como todos es ser nadie. Es mejor ser único.

—Y al ser único te juzgan por esa razón.

Frunció el ceño y cerró los ojos, adolorido. Violet sonrió de modo alentador, a pesar de no sentirse muy a gusto. Caminaban por las calles repletas de gente con vidas realizadas. Ellos solo eran dos estudiantes perdidos en un universo enorme con falta de valores.

—Todos estamos algo rotos —comentó Violet, fijándose en los modernos rascacielos de aquella cuadra. Le causaba escalofríos pensar que esa no era ni sería nunca su realidad —. Además, aquí... tú lo tienes todo. Todo.

—Pero no soy feliz. El dinero no compra mi felicidad —ni siquiera se detuvo a mirarla a los ojos —. Y no soy el primero que lo dice. Deberías quitarte esa idea de la cabeza. La gente que lo tiene todo no está obligada a ser feliz. Es ridículo pensar así.

Se detuvo él y ella paró en seco, intentando cubrirlo con el paraguas. Captó que se habían detenido frente a un edificio gris, muy alto y moderno. Una puerta giratoria conectaba el exterior con el interior, níveo y hecho de una arquitectura de última generación que llegaba a ser gracioso. Violet parpadeó, con la boca abierta y la vista enfocada en la punta del inmueble, tan inalcanzable como el cielo nublado.

—¿Vives aquí?

Se giró hacia ella lentamente. Él no se percató, pero ella estiró el paraguas hacia él, para evitar que la lluvia lo atacase. Sintió su espalda empaparse, pero no le importó.

—Gracias por traerme —dijo, apartando la mirada.

—No es nada. Y estarás bien. Prometo no volver a decir lo que dije.

Él la miró. La miró de una manera que logró que le temblaran las piernas. Era más bien fría y tenebrosa, como si de un momento a otro, hubiese decidido detestarla. Estaba tan serio, tan inexpresivo, que a ella le entró el pánico y bajó la mirada de porrazo.

—Tú no me conoces, Violet. Tú solo has conocido lo que yo quería que conocieras. No suelo abrirme a la gente. De hecho, nunca lo hago. Por esa razón, tú no me conoces. No sabes lo que yo hago cuando cruzo la puerta giratoria de vidrio, subo el ascensor y llego a mi apartamento. No sabes nada.

Había quedado anonadada con esas palabras. Nunca las habría esperado, pues había estado intentando, desde que se enteró de su biografía, ser una amiga para él, un apoyo. No podía descifrar esa nueva forma de mirarle, tan retadora.

—No entiendo. Creí que era la que más te conocía de toda la escuela —murmuró ella, abrumada.

—A veces creo que fingías conocerme para que así no me arrepintiese de hacerte clases particulares. ¿No es así?

Violet abrió la boca, estupefacta. No podía creer que estuviese enojado.

—¡No! —gritó. Algunos transeúntes se giraron a verla con sorpresa —. ¿Me crees capaz de hacer algo así?

—No puedo confiar en nadie —pronunció en un suspiro camuflado —. La gente no es digna de confianza en ningún caso. No intentes darme falsas esperanzas al decirme que hay alguien diferente a ese molde por ahí, ¿está bien?

—Pero... —a Violet no le cabía en la cabeza —. Ayer estábamos bien. Te he visto sonreír... ¡Incluso reír! Yo, de verdad... yo no...

Zack casi se ríe, aunque seguía con un semblante de fastidio.

—¿En qué momento la felicidad pasó a ser tan monótona?

Violet sintió una lágrima recorrer su mejilla. Con las emociones a flor de piel, le fue difícil hablar sin titubear.

—Zack, te juro que no he fingido ser simpática contigo. De verdad me agradas. No sería capaz de inventarme esta personalidad para sacar un provecho. No soy así.

—No me hablaste como lo hacemos hasta que me preguntaste si podía ayudarte, ¿o sí?

Violet negó rápidamente, histérica.

—¡Porque no suelo hablar con nadie! ¿No viste con el tipo de gente con la que me relacioné y lo que tuve que sufrir por malas decisiones? Eso no tenía nada que ver contigo —intentó controlar su respiración —. Además, como tú mismo dijiste, no eres precisamente una persona abierta. Y, precisamente, no deberías meter a todas las personas en un mismo saco solo porque algunas no resultaron ser lo que esperabas. Eso está mal. Todavía queda gente buena allá afuera, entre esos yo.

El joven arrugó la frente, un tanto ofendido con aquellas palabras.

—Hum —observó la lluvia y después a ella —. También eres de esas personas que se ven con el derecho a opinar sobre las decisiones de terceros. Estás haciendo lo que todo el mundo hace.

Violet se mantuvo en silencio un instante, pálida y triste.

—¿Qué estás intentando decirme, Zack? En serio, no fingí ser amiga tuya. De verdad quiero serlo.

—Pruébalo.

Iba a retirarse, pero ella gritó:

—¡Zack! Por favor —su mano temblorosa apenas podía afirmar bien la sombrilla, que ahora solo la cubría a ella —. No quiero que te vayas creyendo que soy una de esas. No soy esa clase de persona.

Con la vista nublada por las precipitaciones, la miró. Solo la miró. Luego de un momento que pareció eterno, dijo:

—¿Y si te pones en mi lugar y te das cuenta lo que es estar perdido dentro de ti mismo?

Violet lo miró fijamente a los ojos sin mover un músculo. Sentía sus extremidades entumecidas, sus ojos llorosos y la mente ida. No podía procesar ninguna de sus palabras y ni siquiera pudo detenerse a pensar que él estaba mojándose de nuevo.

Luego de un minuto, él negó con la cabeza, fastidiado nuevamente.

—Por supuesto que no lo harás.

—Zack.

No pudo detenerlo. Su mano quedó suspendida en el aire, al igual que su mesura. Él se alejó rápidamente bajo la lluvia hasta alcanzar la puerta giratoria, haciendo chapotear las pozas con sus ágiles pisadas. Desapareció en el interior de la edificación, sin voltearse más.

Y allí quedó ella, rodeada de un frío perenne, en medio de personas, todos indiferentes a sus emociones y pensamientos apesadumbrados. En un mundo solitario y sin colores, donde ella era solo una niña bajo un paraguas.

Una desconocida más bajo la lluvia.

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