V e i n t i n u e v e

Capítulo 29

Cuando estuvo sola en casa, lloró. Lloró hasta que no le quedaron lágrimas. Sintió sus ojos amoratados y no quiso verse al espejo. Intentaba ser fuerte, pero esas palabras le habían dolido. Sentía que lo había arruinado todo. Que no era buena amiga ni compañera, como creía ser.

Se pasó una mano temblorosa por debajo de los ojos y respiró profundamente. Se había sentado en la cama, sintiendo cómo la lluvia golpeaba su ventana, como si la invitase a salir corriendo a las calles. Hizo oídos sordos.


Una hora había pasado cuando la señora Sanders empujó la puerta e hizo acto presencia. Llevaba una taza de té humoso en una mano y el teléfono en la otra, junto a su pecho. Le preguntó si estaba bien, pero la chica no contestó.

—Tu abuelo está al teléfono —dijo, atrayendo sus ojos hinchados y adoloridos.

Entonces, se levantó. Aceptó la llamada y pidió privacidad. Cuando estuvo sola, respiró hondo, relajándose, a pesar de los dolores musculares que eran un tedio. No podía llorar, porque su abuelo era esa clase de persona que repetía que llorar no conduce a nada. Cuando era pequeña, solía reprenderla cuando lloriqueaba tras una caída o porque algo no salía como se esperaba.

—Las mujercitas no lloran —repetía, limpiándole las lágrimas con su pañuelo de seda, que siempre mantenía en su bolsillo en casos de emergencia.

Ahora que estaba crecida, se enojaba porque su abuelo nunca le advirtió que, a medida que uno crece, las razones para llorar aumentan.

—¿Diga? —murmuró con la garganta seca.

—¡Vivi! —era el apodo por el cual se dirigía a ella cuando estaba de buen humor. No le gustaba de niña, pero terminó acostumbrándose —. ¡Por fin tus padres se dignaron a darme el número de teléfono de donde te hospedas!

Sonaba somnoliento. Allá era más tarde.

—Hola, Boppa. Me alegro de que lo hicieran, ya que te extrañaba un montón —dijo, intentando no sonar demasiado seria.

Él comenzó a reír a carcajadas.

—No me llamabas Boppa desde que eras una niña —siguió riendo casi con hipos —. ¿Cómo has estado?

Boppa era el apodo que ella le inventó cuando tenía menos de dos años. Se llamaba Robert, pero todos lo llamaban Bob de cariño. Su madre quería que su hija lo llamase "Papa", pero Violet terminó confundiéndose y llamándolo "Boppa". A su abuelo nunca le disgustó la idea, por el contrario, parecía encantarle. Ella siguió llamándolo así hasta alrededor de los diez años, cuando Jenny la escuchó. Había sido en una presentación de la escuela en que se habían disfrazado de vaqueritas, donde todos los papás asistían con sus cámaras fotográficas o de vídeo. Sus padres se habían atrasado buscando un estacionamiento, por lo que su abuelo se adelantó para ayudarla con el maquillaje, el peinado y el traje, al igual que los otros apoderados. Fue ahí cuando Violet le dijo:

—Boppa, ¿puedes tenerme el sombrero? Es que el botín me está molestando.

Al segundo, escuchó a Jenny reírse con su grupo de amigas, no muy lejos de donde estaban.

—¿Oíste cómo le llamó? Es como una niña pequeña.

En ese momento le afectó tanto que comenzó a llamarlo "abuelo" inmediatamente. Su mayor anhelo era ser aceptada por sus pares, por lo que los comentarios de Jenny le llegaban tan duro como el golpe de una piedra en la frente. Ahora que lo pensaba, había sido una tonta. Por supuesto que era una niña pequeña y tenía todo el derecho de llamar a su abuelo como quisiese, mientras él estuviese de acuerdo. Que Jenny no fuese cariñosa con sus abuelos era problema de ella.

Al oír lo feliz que se encontraba su abuelo al escuchar ese sobrenombre, que yacía como un recuerdo en su frágil mente, decidió volver a llamarlo así.

—Todo bien, Boppa. La escuela me gusta y tengo unos cuantos amigos. El agua gira en sentido contrario aquí también.

—¡Alucinante!

Hasta esos detalles asombraban a su abuelo. Recordaba que a él le encantaba estudiar esos datos curiosos de cualquier parte del mundo. Su casa entera estaba repleta de enciclopedias o libros clásicos. Era todo un aprendiz de la vida.

Por eso, se dedicó a hablarle de Canberra con precisión. Si hasta le fascinaba el hecho de que Australia se estaba adentrando al invierno mientras que Estados Unidos se adentraba al verano.

—Creo que te lo estás pasando muy bien, Vivi, basándome solo en lo que me cuentas.

Ella ladeó la cabeza, cansada.

—Lo intento, Boppa. Y, de verdad, muchas gracias por llamarme. Necesitaba oír una voz familiar.

Pudo sentirlo sonreír.

—Descuida, cuando gustes —le lanzó un beso —. Duérmete temprano, princesa.

Le mandó buenos deseos y un beso, esperando que pronto volviesen a llamarse. Siempre consideró que su abuelo era demasiado bueno para ese mundo, al igual que su difunta abuela Theresa. No cabía duda porqué ambos se enamoraron a una edad tan joven. Además, su abuelo no había planeado casarse de nuevo. Repetía que la dulce Theresa era su gran y único amor.

Al colgar, sintió un vacío, volviendo a escuchar la sacudida de la tormenta, al otro lado de su ventana. Se recostó en la cama, triste, con la contestadora entre las manos. Su cuerpo se colocó en posición fetal y, como cayendo en un hechizo, se durmió. Cuando la tía entró a media noche, se encontró con que la taza estaba llena y congelada, y que Violet dormía abrazada al teléfono, como si su vida dependiese de ello. Le dio tanta pena que, después de cubrirla con mantas, se dirigió a la habitación de Liam y lo abrazó por la espalda.

-xxx-

—Los gráficos tienen que hacerse con paciencia y precisión.

En la clase de física, el profesor les explicaba cómo hacer los gráficos en base a las ecuaciones, y cómo encontrar el valor de x e y. De seguro su Boppa ni se imaginaba lo difícil que sería esa clase justo después de que su tutor se descargase con ella.

—...esta es la ecuación de la recta en el Movimiento Rectilíneo Uniforme —Trazó un gráfico con una línea recta —. Los cambios de posición respecto al tiempo son uniformes.

Violet frunció el ceño sin entender una palabra de lo que el profesor hablaba, menos al recordar la discusión del otro día con Zack. Había pasado de sentirse triste a sentirse enfadada. Entendía que él estaba en su derecho de estar mal cuando quisiese y de buscar apoyo o soledad, pero no entendía la culpa que ella tenía. No entendía por qué él había pensado que ella se había acercado a él por interés. En parte, era cierto, sí, quería que él fuese su tutor, pero también quería tenerlo como amigo. ¿Tan desconfiado estaba del mundo que no podía diferenciar entre una mano amiga y un impostor?

Se giró a verlo. Para su sorpresa, él estaba mirándola, con las cejas fruncidas y una mueca dura entre los labios. Ella también le gruñó como perro rabioso, provocando que este escondiese su cara detrás de su libro.

—¡Señorita Violet Henley! —el maestro golpeó su mesa, sobresaltándola junto a un grito ahogado.

—Sí... sí, sí, sí —Su cuerpo completo tembló —. ¿Qué pasa?

El maestro hizo caso omiso a su sonrisa amable y le apuntó la pizarra.

—Dime la expresión matemática de la recta o te mando a la oficina del director por andar de distraída.

Violet observó la pizarra rápidamente, sintiendo ansiedad. Intentó recordar. Repasó los libros en su mente rápidamente, la voz de Zack hablándole, los ejemplos, los dibujos. ¿Cuál era?

—Este... —tragó saliva, esperando atinarle —. Es y = m + bx

La sonrisa del profesor era socarrona.

—Excelente.

Violet sonrió, aliviada. Se giró disimuladamente y la comisura izquierda de su labio se elevó con supremacía al ver a Zack Prawel, quien parecía molesto ante la respuesta.

—Debo decir que me ha impresionado, señorita Henley. Se nota que ha puesto atención a la clase.

Fanny se quedó bastante resentida y Rosie la imitó. Entre tanto halago, también de parte de Kris, Violet se sintió algo incómoda. Y es que, desde esa discusión durante el temporal, ella y Zack no volvieron a cruzarse en toda la semana, suspendiendo totalmente eso de las clases y, por supuesto, el desarrollo de una amistad.

Cada vez que terminaban las clases, Zack salía rápidamente del salón y se perdía entre la multitud. No le dirigía la palabra en todo el día, por lo que Violet asumía que ya era hora de estudiar sola. En casa, resolvió todos los ejercicios que él alcanzó a darle antes. Luego, hojeaba los libros, somnolienta y aburrida. Liam se pasaba por la puerta del cuarto y le preguntaba si iba a salir a estudiar con ese muchacho. Violet apoyaba su mano en el mentón y pasaba las páginas con cuidado, apenas leyendo su contenido. No se sentía animada del todo.

—No. Creo que eso se ha acabado —le respondía.

Liam no era de entrometerse mucho en su vida privada. Hacía bromas, sí, pero a la hora de hablar seriamente, se cohibía. Parecía que quería salir de allí cuanto antes, porque no estaba cualificado como psicólogo. Menos de adolescentes.

—¿Necesitas ayuda? —solo logró preguntarle una vez.

Violet no lo miró. Con la misma voz monótona contestó:

—Si tengo dudas en biología, te llamaré.

—Bien.

Antes de salir por la puerta, se giró de nuevo. Quizás, al verla tan ensimismada, y podría apostar que algo triste, decidió darle un pequeño consejo.

—No importa lo que haya pasado, Vi. Recuerda que todo esto es para tu futuro.

Violet detestaba hablar del futuro, más cuando aún lo veía tan lejano. Respiró muy aliviada cuando él cerró la puerta. Se reclinó en la silla un momento, pensativa, prestando atención a esa pequeña habitación, empapada de un color y diseño anticuado. No era muy diferente a la suya en Boise, pero extrañaba la sensación de estar en su propia casa, con sus cosas. Ahora que estaba lejos por miles y miles de kilómetros, comenzaba a valorar algunas cosas, pequeñas, pero importantes, como la hermosa estela de luz que entraba por su ventana cada día y cada noche. También el aroma al caldo de pollo que su madre preparaba en los días nublados, o los gritos de la vecina viuda cuando sus flores se marchitaban. Y también recordó las violetas del jardín delantero de su casa. Su exquisito perfume que le acordaba a la primavera sin importar la estación del año. Todo era tan especial en su vida, que lloró otra vez esa noche.

Cada día que pasó de esa semana fue más apagado que el anterior. Ni siquiera durante la conmemoración de la Copa Adelaida se sintió animada, aun cuando estaban todos chillando como en la mismísima Super Bowl.

Violet no lograba entender cómo se le ocurrió a la maestra Jones relacionar la Copa Adelaida, que era una carrera de caballos, con el atletismo. Aun así, había logrado que el grupo se tomase en serio las competencias, lo que era como un logro en su vida personal.

La semana se le hizo eterna. Hubo un examen de biología ese jueves y los resultados salieron al siguiente día, tal como en matemática; de la mejor a la peor. Al leer que Zack Prawel había obtenido la puntuación más alta, sintió un vuelco en su estómago. Ella obtuvo 61/100.

A pesar de que las calificaciones en esa asignatura no estuvieron del todo buenas, la mayoría estaba feliz porque era un viernes con temperaturas agradables. Stephanie Hall era una de las más contentas, pues iba a celebrar el fin de semana su decimoséptimo cumpleaños, con su grupo selecto y amigos de cursos superiores. No estaba en contra de la felicidad de Fanny. Ni siquiera lanzó unos de sus comentarios poco acogedores o una broma de mal gusto en su contra. No obstante, el hecho de verla pegando brincos de felicidad, hizo que se sintiese ausente. Se colocó la chaqueta y luego la mochila con lentitud extrema. Kris debió haberlo notado.

—Estás muy callada —objetó.

Hizo un leve sonido con los labios cerrados.

—¿Te enojaste conmigo?

—No.

—¿Hice algo mal?

—No, Kris —alzó la vista, inquieta ante tantas preguntas —. Solo quiero estar sola, es todo.

—Bueno —vaciló —. Te veo entonces, ¿sí?

—Bien.

Ella se volteó, justo cuando Sean le puso el pie. La zancadilla dio resultado, pues cayó de bruces al suelo, sosteniendo su peso en sus rodillas. Varios rieron. Otros miraron consternados.

—¡Já! Fíjate por donde caminas, estúpida —escuchó su voz. Luego lo vio saliendo por la puerta con el mentón en alto, como un triunfador.

—Como en los viejos tiempos —musitó ella, levantándose sin ayuda. Se había rasmillado ambas rodillas y en una le había salido un moretón de mayor tamaño.

—¿Estás bien? ¿Te llevo a la enfermería?

Le agradeció el gesto a Kris, pero prefirió irse a casa. Cojeando y aguantando el ardor, caminó todas esas cuadras sin ayuda ni apoyo. Apretaba los dientes y los labios, siempre con la frente en alto, aunque no representase realmente cómo se sentía por dentro. Apenas llegó, escuchó el canturreo de la tía desde la cocina. Liam estaba sentado en el sofá besándose apasionadamente con Natalie, por lo que no escuchó el ruido de la puerta. Ella lo agradeció. Subió las escaleras contando las pisadas que separaban el primer piso del segundo. Era un día tórrido, quizá uno de los últimos hasta la primavera. A través de la ventana se podían ver los árboles, casi desnudos. Las calles estaban cubiertas de hojas. El vecino las barría a regañadientes.

Ella entró a su cuarto, precavida, quizá temiendo encontrase con alguien en su interior, a pesar de que lógicamente era imposible. Se quitó los zapatos suavemente, preguntándose cómo era posible que cuando quería que el tiempo volase, andaba más lento que un salto sobre la luna. ¿Era alguna clase de truco o broma pesada del más allá?

El rostro de Violet daba la impresión de que no estaba dispuesta a nada. Cerró las persianas y se recostó sobre la cama. No cenó, ni tampoco repasó para las pruebas que se avecinaban. Solo esperó. Esperó a que llegase el sábado.

Cuando más necesitaba descansar, la noche pasó como un abrir y cerrar de ojos. Sin darse cuenta se halló tapándose los oídos con la almohada ante el incesante canto de los gorriones. Se había dormido con el uniforme puesto, por lo que se sintió más sucia que nunca. Obligada, se bañó, disfrutando el agua caliente sobre su tenso cuerpo. Una ducha siempre iba a ser reponedora, aunque pretendiese negarlo. Incluso se sintió de mejor humor apenas salió cubierta con una toalla.

—Eh, Vi —Liam iba a asomarse a su habitación, pero al notar que se estaba vistiendo, se dio media vuelta y apretó los ojos cuando escuchó un chillido desde el interior —. Perdón. Solo quería decirte que hoy viene un grupo de amigos a estudiar.

—¿Qué?

Era una mala noticia. Una casa pequeña cubierta de jóvenes grandotes no era una idea grata. Además, ella tenía que estudiar. Jamás se concentraría, menos cuando las juntas de estudio de universitarios siempre terminaban en desórdenes y caos. Sabía que aquello no sería la excepción.

—Tengo que estudiar —le informó.

Liam hizo una mueca, sin voltearse.

—¿No hay un parque o café al que puedas asistir? Ya sabes, solo por hoy.

Fue fácil convencerla. Se colocó un vestido blanco de invierno. Era de invierno por el tipo de material, pero era tan corto como los de verano. Se colocó calzas y leotardos negros, las que hacían juego con sus botines, del mismo color, por supuesto. Caminó con confianza a Adellia's, solo porque no recordaba haber visto otra cafetería cerca. Además, le encantaba el aroma de los dulces y los cafés, sin importar si eran de los puros o los saborizados. No pudo ir a otro sitio solo por esa pequeña razón. Las bancas de los parques estaban húmedas después de la lluvia y la escuela cerrada.

Apenas entró, notó que no había moros en la costa. Se sentó en la mesa en la que solían estudiar ellos dos, solo que esta vez en el lugar que ocupaba Zack siempre, para tener una visión de la entrada. Liam le había otorgado dinero —por eso la convenció también —, así que pidió un café puro y dos medias lunas, con un aire sofisticado. Ya se sentía parte de la clase alta de Canberra.

En cuanto llegó la mesera, Violet probó el café y abrió los ojos, reparando en que lo necesitaba para despabilarse. Tras ello, sacó su libro, su regla y sus lápices. Comenzó a practicar lo de hacer gráficos y cómo entenderlos, ya que no mucho entendió de la última clase de física.

Afuera todo estaba resplandeciente, pero fresco. La hierba de los parques se hallaba mojada al igual que las baldosas de la vereda. Podían haber sido menos de diez grados, por lo que ella ya estaba maldiciendo no haberse puesto una chaqueta encima. Por muy de invierno que fuese su vestido, las piernas no estaban cubiertas por este, lo que hacía que la piel se le crispara. Además, concluyó que había sido un error ponerse leotardos porque solo ayer se había hecho una herida. Con el roce de las medias le picaría toda la noche.

Cerró sus ojos un momento, estresada, pero los abrió cuando sintió la repentina campana del local resonar por todo el lugar, como un eco. Escuchó pasos que caminaban hacia ella. Sus ojos grises se clavaron en las letras y dibujos del libro, para luego elevar la cabeza con lentitud. Allí se había detenido, a unos pies de distancia, Zack Prawel.

Ambos se sorprendieron al verse uno al otro, sin entender porque se encontraban allí, un sábado por la mañana. Se mantuvieron rígidos y sumidos en un incómodo silencio por bastante rato. Los ojos azul oscuro de Zack se clavaron en los de ella, siempre serio, y ella le devolvió el mismo tipo de mirada. Fue un momento extraño, en el que, sin importar la gente y sus voces, cada uno podía oír sus agitadas respiraciones y los rápidos latidos de sus corazones. Violet se llevó una mano al pecho, sintiendo la fuerza brutal de este. Entonces, Zack alzó la barbilla y con voz seria dijo:

—¿Estás haciendo ejercicios sin mí?

Se puso colorada, pero seguía molesta.

—Solamente uno —contestó.

Las comisuras de sus labios se elevaron suavemente hasta formar una sonrisa. Ella parpadeó hacia su cuaderno, tímida. Ni siquiera había terminado de hacer el primer gráfico. En cualquier caso, sintió algo perturbador dentro de ella. Dejó de pensar tanto. Se le detuvo la respiración cuando volvió a alzar la vista y vio que esos ojos miraban fijamente a los suyos todavía.

—¿Por qué estás aquí?

Sorprendentemente, él fue quien hizo esa pregunta.

—He estado estudiando por mi cuenta. Liam tenía visitas y me he —aclaró la garganta, sintiendo sus mejillas arder aún —. Y me he buscado un lugar más confortable —tosió, desviando la mirada —. ¿Tú?

—He venido aquí todos los días.

Era una mentira. Violet pensó que debía serlo. ¿Cómo era posible que haya estado allí toda esa semana? Se habían ignorado las 23 horas, 56 minutos y 4 segundos de cada uno de los últimos días.

—No entiendo —negó con la cabeza —. Creí...

Él tomó asiento en la silla libre frente a ella, dejándola en blanco.

—¿Creíste? —entrecerró los ojos, inclinándose hacia ella —. ¿Te dije explícitamente que dejaría de venir?

—No, pero —sentía la transpiración en su cuello y frente —. ¡Pero se infirió! No pensé que querrías verme después de esa discusión.

Él frunció el ceño, sin entender, lo que le puso la piel de gallina. ¿Había inferido mal?

—Sí, discutimos —admitió —. Pero...

Se detuvo, tragando saliva con dificultad. Ella se mostró curiosa. Hasta una sonrisa se dibujó en su colorido rostro.

—¿Pero?

Él respiró profundamente.

—Pensé que fui grosero y que había prometido ayudarte —se encogió de hombros y le apuntó el cuaderno —. Además, parece que te esfuerzas.

—Claro, pero —todavía no podía entenderlo —, ¿por qué no me dijiste? Esta semana nos hemos ignorado más que nunca. Pensé que hasta odiabas oír mi nombre en conversaciones ajenas.

—Tal vez —ella abrió los ojos aún más al escuchar esa honestidad tan natural con la que se explayaba —. Pero tú tampoco viniste. Yo podría haber inferido que no querías verme. Después de todo, te ofendí.

—No pude comprenderte.

—Lo sé.

No quería mirarlo.

—Espero que entiendas que no te veía ni te veo solo como un tutor.

No dijo nada.

—Tal vez al principio te hablé porque estaba preocupada de mi rendimiento, pero eso ha cambiado, ¿lo comprendes?

Hizo un leve movimiento de cabeza, lo que tomó por un sí, ya que siguió estando callado.

—Y, bueno... —despistadamente, comenzó a dibujar florecillas y pájaros —, supongo que no se me ocurrió venir. Pensé que sería una pérdida de tiempo.

Hubo un silencio que se les hizo eterno y torturador a ambos.

—Discúlpame.

Violet abrió los ojos de súbito al oír esa palabra salir de los labios de él. Corta, precisa y que significaba mucho.

—Te traté muy mal el día que llovió. Supongo que me descontrolé por todos los problemas que hay en mi casa... y en la escuela —asintió y alzó su mirada inexpresiva hacia ella otra vez —. Lo siento.

El rostro de Violet se relajó poco a poco. Sus labios se tornaron en una sonrisa y asintió con la cabeza.

—Está bien... Acepto tus disculpas —ladeó su cabeza —. Violet 2 – Zack 1.

El muchacho casi se ríe.

—Te lo concedo.

Ella dio un pequeño brinco en la silla. Él estudió su expresión facial.

—Por curiosidad, ¿por qué no me miraste con enojo cuando entré y me viste?

Ella se mordió el labio inferior y negó con la cabeza porque no se había percatado. Ahora que lo pensaba, ¿debería haberse enfadado con él? Incluso lloró tras la discusión y después se ignoraron como si jamás se hubiesen visto antes. Alzó la mirada y lo vio allí, frente a ella, expectante. Debía admitir que cuando lo vio aparecerse en la cafetería, sintió su corazón acelerarse, como si fuese a salir disparado desde su pecho. Una parte de ella le incitaba a decirle la verdad.

—Supongo... —no podía creer lo que estaba a punto de decir —, supongo que tenía la esperanza de volver a verte por aquí.

Él cambió el peso de sus hombros hacia la izquierda, en silencio, lo que hizo que se sintiese algo patética. Roja como un tomate, le acercó su libro y le pidió consejos para hacer los gráficos sin equivocarse, esperando que no insistiese con el tema de la discusión.

—Ah —el rostro de Zack se volvió distante —. El profesor siempre es muy riguroso con las rectas. Tienen que pasar por el medio de cada punto. Si haces la línea mal y la trazas cerca o rozando el punto, te descontará puntos.

—¿Tan sádico?

Zack sonrió, inclinándose más en la mesa para tener mejor visión del ejercicio.

—Sí. No baja mucho, pero esos puntos te pueden servir si tienes un ejercicio malo en otro lado de la prueba.

—Tiene sentido.

—Obviamente.

Ella ignoró el sarcasmo.

—Entonces, déjame ver cómo trazaste la línea de este gráfico —dijo él, quitándole el cuaderno antes de que pudiese reprochar.

La observó al detalle. En un par de segundos había borrado su trabajo. Había trazado la línea llena de hondas.

—Es que soy insegura —intentó justificarse.

—Al profesor no le importa eso —le entregó el lápiz —. Trázala otra vez.

Violet puso su regla en posición. Cuando acercó su lápiz para trazar, Zack la detuvo. Posó su fría mano sobre la de ella, regulando la posición de la regla.

—¡Estás congelado!

Él le chistó, frunciendo el ceño. Acomodó la regla en una posición que sí quedó perfectamente perpendicular al gráfico dibujado. Sin quitar su mano de encima, le ordenó:

—Trázala.

Ella acercó el lápiz, temerosa.

—Con seguridad —agregó él con voz fuerte. Ella tragó saliva, asintió y posó el lápiz con fuerza. La punta se quebró.

Los ojos de Zack, muy cerca de los suyos, la fulminaron con la mirada mientras su mejilla derecha se contraía. Sin pensárselo dos veces, tomó la regla entre sus manos y le dio con ella en la parte frontal de la cabeza.

—¡Ay!

—¡Dios, qué niña!

Violet chilló y se acarició la cabeza haciendo un mohín. Si no hubiese dicho «con seguridad», eso no hubiese pasado, estaba convencida de ello.

"Todo es tu culpa", lo increpó en su cabeza, cuando él le sacaba punta al lápiz. También le sacó la lengua cuando parecía distraído con la calculadora.

—Deja de hacer niñerías y trázala otra vez.

Sin dejar de hacer morisquetas, volvió a trazar en silencio, lenta y cuidadosamente. No le quedó perfecto, pero sí mejor que el primero. Así, con confianza siguió con los siguientes ejercicios, hasta que la mano le dolió tanto que dieron por finalizada esa clase y, asimismo, ese reencuentro.

-xxx-

Para el siguiente lunes, su ánimo había vuelto. A pesar de sufrir cada mañana con el ruido del despertador, llegaba a la escuela con un semblante sonriente y optimista. Kris también se mostró más motivado al verla feliz. Intentaba conversar con ella cada vez que podía, no solo en clases, donde también se ofrecía a ayudarla, sino también en los pasillos.

—Eh, Violet, ¿aún necesitas un tutor?

Violet abrió su casillero, quedándose helada por breves segundos, sin saber qué respuesta darle.

—Es que, estaba pensando hacerme un poco de tiempo y podríamos estudiar juntos —aclaró su garganta, enrojecido —. Ya sabes, dos cabezas piensan mejor que una y se nota que te esfuerzas para nivelarte con la clase, siendo que eres menor.

Violet viró sobre su eje para hablarle de frente con mesura, pero Sean llegó tan inesperadamente como un rayo y vapuleó a Kris contra las taquillas. El ruido de su espalda contra estas había sido espantosamente fuerte y su rostro lleno de pánico lo demostraba. Sean se despidió con el saludo militar y siguió caminando por el pasillo, riendo para él mismo. Algunos contemplaron la escena con asombro, pero no se acercaron a ayudar. Básicamente adoraban esas escenas para tener algo de lo que conversar durante el almuerzo.

Violet levantó a Kris del suelo.

—¿Estás bien?

—Qué gran susto —susurró con la respiración agitada. Se llevó una mano al pecho y, sin formular nada, salió corriendo tras el agresor en busca de una explicación. Estaba cansado de aquellos golpes sin razón alguna. Pensó que, tal vez, si se lo hacía saber, él cambiaría de opinión como con Violet.

Lo encontró hablando junto a una muchacha.

—Puedo pasar por ti a las ocho. Tengo la casa sola. Mi padre trabaja y mi hermano, pues..., ya sabes.

La chica se ruborizó en cuanto vio al chico de anteojos detrás de Sean. Era mucho más bajo, apenas llegándole al hombro, lo que naturalmente lo hacía ver inferior. El moreno se dio vuelta y sonrió de forma burlona al ver al joven tras él, con esa cara de buscar revancha.

—Hola, Kris. No te veo desde que te empujé contra las taquillas.

La niña agachó la cabeza y se cubrió parte de su cara con una mano discreta, saliendo de allí como una cebra corriendo de un león. Sean suspiró lleno de frustración.

—Acabas de alejar a la puta con la que me iba a acostar esta noche.

Kris apretó más la mandíbula, armándose de valentía. Infló tanto el pecho que parecía Napoleón.

—¿Cuál es tu problema?

—¿Disculpa? —abrió su casillero con furia y sacó una carpeta —. Tú no deberías ni dirigirme la palabra.

—Pues lo hago ahora, porque estoy cansado de...

Entonces Sean cerró la casilla con toda su fuerza, mientras que con su mano libre lo empujó contra el piso. Kris cayó contra su costado y sus lentes se trizaron. La risa del joven y de algunos presentes no tardaron en llegar. Para cuando Kris se colocó otra vez los lentes, Sean ya estaba caminando, perdiéndose entre la multitud de miradas acosadoras. La campana sonó y Kris se vio obligado a levantarse sin ayuda del piso, con las mejillas enrojecidas de vergüenza y el dolor creciente en sus rodillas y algunas otras partes de su cuerpo.

Durante el almuerzo, este siguió manteniéndose callado, observando con molestia su comida, imaginando la cara de Sean en este. Enterró su tenedor con fuerza sobre la papa.

—Kris, dinos, ¿por qué traes esa cara? —preguntó Diana, quien ya había notado esa extraña actitud desde hace rato.

—Es Sean. Lo odio —lanzó un bufido —. Estoy esperando el momento preciso para hacer que lo expulsen.

Michael pasó por el lado de su mesa, interrumpiendo la conversación.

—Hola, chicos, ¿tienen sal?

Asintieron y él agradeció el gesto. No obstante, no pudo irse. Con una sonrisa ciertamente incómoda, le hizo una pregunta al grupo, sin sonar del todo convincente.

—Por cierto, ¿ustedes saben si yo le caigo mal a Alice?

Los tres se miraron en silencio. Kris se atrevió a preguntar por qué creía eso.

—Dijo que podía ensuciarle el frasco de sal que ella trae siempre —se encogió de hombros —. Simplemente me extrañó porque ella y yo casi no hablamos.

Violet recordó una de las primeras conversaciones que tuvo con las chicas. Alice venía de una familia de blancos racistas. Tenía un pariente que había sido amigo de nazis o... aun lo era. No recordaba bien. Sus ojos no pudieron evitar dirigirse hacia donde Alice estaba sentada, insegura entre un montón de hombres mayores que se lanzaban lechuga unos a otros, riendo y hablando cosas que seguramente ella no entendía. Por alguna razón, no pudo culpar esa actitud tan reprochable. Después de todo, seguía siendo una niña que vivía bajo el techo de una familia que todos los días le inculcaba "lo que está bien y mal" desde un punto de vista personal.

—No que nosotros sepamos —se adelantó Diana —. ¿Te molestó su comentario?

—No lo entendí —admitió el chico. Frunció las cejas y negó con la cabeza —. No importa. ¡Gracias por el sobre de sal!

Violet se limitó a sonreír, viéndolo alejarse a una mesa que compartía con chicos de cursos menores, todos ellos de color. Un estremecimiento le recorrió la columna, y no quiso pensar más en ello, porque le ponía triste y con un sabor raro en la boca.

—Entonces —Kris retomó la conversación —. Les decía que estaba esperando el momento exacto para que expulsen a Sean.

—¿Cómo es eso? —preguntó Violet, tomando un sorbo de su jugo para cambiar el gusto en su lengua y paladar.

—Pensaba llevarlo cerca de una comisaría y que me golpease allí.

Diana colocó bizcos los ojos.

—Es la idea más estúpida que he oído en mi vida.

—¿Qué? —Kris se indignó.

—Sean es como un perro callejero. Es astuto. Conoce todo como la palma de su mano. Jamás te golpearía cerca de la policía, no es estúpido.

Violet asintió de acuerdo. Kris se sonrojó malhumorado. No quería quedar como idiota frente a ambas chicas, mas no pudo evitarlo, pues Diana se esmeraba en hacerlo sentir mal con un peculiar movimiento de cejas.

—Oh, deja de menear las cejas así, Miller.

Ella carcajeó, retomando su comida, al igual que su compañero.

Los ojos de Violet se descarriaron hacia la figura de una persona que se había detenido a pies de su mesa. Zack apareció otra vez con su bandeja, esperando a ser invitado a sentarse. Era la segunda vez que lo hacía, dado que la semana que ignoró a Violet, ignoró a todos. Seguramente, esos días se había ido a echar una siesta bajo los árboles como siempre solía hacer.

—Hola, Zack —saludó Violet, incrédula. Kris no escondió su fastidio, mas se mantuvo mudo.

—¿Puedo sentarme? —preguntó el chico; temblándole las piernas.

—Por supuesto.

Zack se sentó junto a Violet. Esta vez, Kris era el que estaba en frente. Había dejado de masticar y hasta de respirar al verlo sentado frente a sí, tomando casi con miedo el tenedor en su mano. Una mueca de desprecio se desdibujó en su cara y, sin poder evitarlo, le dio un puntapié en la pantorrilla para descargar su ira inherente.

Zack pegó un agudo alarido ante el impacto de la punta del zapato con la parte frontal de su tibia derecha. Kris se llevó teatralmente la mano a los labios.

—Oh, lo siento. No sabía que allí estaba tu pierna.

El muchacho, adolorido, le lanzó una mirada llena de furia y recelo. Diana tragó con dificultad y miró a Violet, sin comprender lo que sucedía. Ella no pudo moverse, pues creía que cualquier movimiento en falso podía delatarlos. El tema tutor-alumna seguía siendo un secreto y así debía mantenerse hasta el final si no querían ser la burla escolar.

—Eh, Zack —Kris alzó el mentón, buscando pelea —. ¿Por qué te sientas con nosotros?

—¿La mesa es tuya?

Kris abrió los ojos aún más, quedándose taciturno, pues no contaba con que le responderían eso. Tosió, enrojecido, y explicó que le parecía algo extraño que ahora se sentase, ya que solo lo había hecho una vez y el resto de la semana los ignoró como si ninguno de ellos existiera.

Zack sonrió de lado y comenzó a revolver la lechuga.

—Pasé por una mala racha que me hizo evitar el contacto visual con gente como tú —le contestó atropelladamente —. Ahora... decidí almorzar.

—¿En nuestra mesa?

—Kris...—gruñó Diana por lo bajo, notando hacia donde iba la discusión. Kris volvió a gruñir.

—Yo me siento aquí desde antes. Tengo derecho a preguntar y cuestionar.

—¿Tengo que pedirte autorización acaso?

Violet lanzó una risa nerviosa al reparar en esas miradas despiadadas.

—¡Eh, muchachos! Pensé que ustedes se estaban llevando mejor.

—Eso creí también, Vi —dijo Kris, sonriéndole —. Pero mi paciencia tiene un límite.

—Eres libre de marcharte —le contestó Zack, enseñándole la dirección a la puerta con un elegante movimiento de mano.

—Como dije, yo llegué aquí antes. Además, no te gustaría que empezásemos a hablar sobre el periódico, ¿o sí? —sus ojos eran retadores y su sonrisa era malévola —. A mí no se me olvida. ¡A nadie se le olvida!

—Tú dices una palabra sobre aquello y yo le digo a Violet lo que dijiste en la enfermería.

Violet se quedó petrificada como una estatua de museo. Diana dejó de comer, sintiendo la piel de gallina. El silencio que se formó fue terso y angustioso, como soldados escondidos en una trinchera después de un bombardeo. Las preguntas se mezclaron en su mente como una telaraña. La palidez en el rostro de Kris delataba que algo no estaba bien.

—¿Qué... cosa?

—Tú sabes bien.

Kris tragó saliva. Hizo un esfuerzo para no mirar a Violet, o escupiría la verdad él mismo. Tras dos minutos de profundo silencio, apoyó las manos sobre la mesa y la seriedad se apoderó de su rostro.

—Quiero hablar contigo a solas, Zack.

Se levantó primero y caminó hacia las puertas de vidrio que los separaban del patio trasero de la escuela. Cuando se detuvo en medio del jardín, Zack se levantó. Cerró los ojos un momento, frunciendo el ceño. Después, salió tras él, sin mirar a las chicas que se habían quedado expectantes ante la escena, sin saber cuándo era el momento de romper el silencio. Sin embargo, una voz las sacó del estado de coma, una vez que Zack y Kristian ya estaban lejos.

—¿Puedo sentarme con ustedes?

-xxx-

Kris se encontraba contra el viento. Su cabello se movía en todas las direcciones y detestaba el hecho de que su lente estuviese trizado. Al menos en casa tendría unos de repuesto.

El día estaba ventoso desde la madrugada y la mayoría de los árboles estaban al desnudo esperando los fríos días que traería junio. Respiró profundamente cuando sintió las pisadas de Zack contra la tierra y las hojas secas, justo detrás de él. Cuando se detuvieron, Kris se giró por completo, enseñando su molestia al fruncir el entrecejo y al arrugar la nariz.

—¿Por qué has dicho eso?

—¿Es mentira?

—¡Es un secreto!

A Zack también se le movía el cabello suavemente contra las heladas brisas de Canberra que ese día se dirigían al norte. Kris apretó los puños con mayor fuerza.

—Me gusta Violet. Y antes de que hagas tus bromas de mal gusto, quiero que sepas que me gusta de verdad.

Zack alzó una ceja, cruzándose de brazos contra su pecho.

—Me gusta por cómo es conmigo. Cuando estoy con ella, siento que nadie me está juzgando de ninguna forma.

Le echó un vistazo al patio y su mirada se detuvo en los ojos azul oscuro de Zack, que lo miraban fijo y entrecerrados, como si todo el tiempo lo estuviese juzgando en silencio.

—Es a la única chica a la que he querido de verdad —se lamentó —. Al igual que Bianca, pero ella y yo jamás tuvimos oportunidad de estar juntos —apretó los labios y lo taladró con la mirada —. No lo arruines.

—¿Arruinarlo?

—¿Lo que acabas de hacer no te parece horrible?

Zack frunció el ceño sin entender.

—Dices que la quieres, pero te da pánico que lo sepa —negó con la cabeza —. Muy lógico.

—Quiero que lo sepa a su tiempo. Cómo y cuándo yo quiera. No te metas en eso. No tienes por qué meterte.

Zack se encogió de hombros y alzó las manos, volviéndose a la escuela.

—Si eso es todo, me voy.

—Zack.

Su voz sonó potente, lo que obligó a Zack a tornarse y mirarlo seriamente otra vez. Alzó las cejas, esperando. Kris sabía que hablar con él era una pérdida de tiempo. No se llevaban bien y tampoco tenían mucho en común, o así parecía. Sin embargo, se vio obligado a decir algo que realmente no necesitaba decir. Mas el temor que sentía en su alma era mayor.

—Quiero que te mantengas alejado de ella.

—¿Qué?

Sorpresivamente, el muchacho lució indignado.

—Es solo que... como buen amigo —pareció tímido —, porque todavía lo somos, quiero protegerla. Y tú no eres precisamente una persona de buenos modales. Me quedó claro con la escena que montaste allá dentro.

—Eh, para tu carro —le calló Zack, abriendo más los ojos, sin dejar de fruncir las cejas —. Ella tiene dieciséis años. Lo que menos necesita es un policía que le diga qué hacer.

Kris le vio su cuello de la camisa y el increíble contraste con la chaqueta beige del uniforme. Parecía hecho a la medida, lo que hacía que lo detestara aún más. Su uniforme era usado y desteñido, nada comparado con el de él y el de muchos estudiantes con envidiable situación económica en Southern Cross.

—Solo... mantente alejado. Te lo advierto.

—Lo que me pides es indignante, ridículo y muy inmaduro, Bailey. Tú no me mandas.

—¡Si quiero, lo hago! —gruñó elevando el volumen de su voz —. ¿Sabes por qué? Porque creo que tú le gustas a ella.

Zack se quedó inmóvil. Tensó el cuello y la espalda a la vez. Una mueca extraña surcó sus labios y sus ojos se desviaron al suelo.

—Ella me ayuda y me sonríe, pero lo hace con todo el mundo. Contigo se comporta de forma diferente.

Su compañero puso los ojos en blanco, soltando un bufido teatral.

—Estás soñando. Yo no le gusto.

Se iba a retirar.

—Pero a ti sí, ¿o no?

Zack apretó los puños y detuvo su caminar por medio segundo. Respiró forzadamente, agitó la cabeza y volvió al casino, primero caminando rápido y luego trotando, como si quisiera alejarse de él cuanto antes. Kris quiso llorar, pero se contuvo. No quería demostrar debilidad, aun cuando se encontraba solo en medio del vergel. Sintiéndose constipado, caminó despacio, siguiendo sus pasos, esperando que lo que dijo Prawel fuese cierto. "Estás soñando".

Al llegar, notó que este último no se había sentado. Más bien parecía sorprendido junto a la mesa, rígido como el tronco de un roble. Le miró la espalda un momento, para luego también mirar la mesa. Una nueva persona ocupaba una silla en su mesa.

—Hola, florecillas —saludó a los muchachos.

Era Alice.

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