U n o

Capítulo 1

2013

La lluvia se intensificó sobre la ciudad a eso de la medianoche. Las gotas de agua se estrellaban contra el suelo con tal fuerza que en pocas horas ya había formado enormes charcos sobre los adoquines. Una ardilla corría en busca de un refugio en el hueco de algún árbol y las ramas se agitaban con pesadez a favor del viento. La gente se arropaba dentro de sus casas y en el radio anunciaban uno que otro atasco en las autopistas, recordándole a la gente que, si salían, no debían olvidar el paraguas.

Muchos pobladores esperaban las precipitaciones hace meses por sus propiedades, pues era sabido que todo se tornaba verde y colorido, las siembras brotaban y el aire se limpiaba de esmog. Sin embargo, esa era una consecuencia de esa lluvia, pues, mientras ocurría el aguacero, la gente, bajo sus abrigos, huía o se refugiaba bajo el techo de una tienda, contemplando la cortina de agua que se había formado casi encima de ellos. Para otros, los temporales les provocaban cierta nostalgia, donde las nubes oscuras y el frío sobre sus poros, los obligaba a recordar aquellos momentos tristes que marcaron un antes y un después en sus vidas.

Llovió toda esa noche.

El sol apareció desde detrás de las montañas a la mañana siguiente. Comenzó a cubrir la ciudad con su manto luminoso y lleno de color, extendiéndose colina abajo como cera derretida. Una copiosa gota cayó desde uno de los tejados y se estrelló contra una violeta que danzó junto a un rayo de luz que terminó abriéndose paso hacia el horizonte. Una ventana se abrió a medias y el viento helado se coló al cuarto de una de las lugareñas. La calle seguía vacía, como si nadie más que ella se hubiese percatado que la tormenta ya había pasado. Era la mañana de un 4 de febrero de 2013; fecha cuando la verdadera historia comenzó a ser contada.

Su nombre era Violet, como las flores, las flores que decoraban el jardín de la casa en la que vivía desde niña. Era hija única y vivía con sus padres en un adosado de ladrillos desteñidos en el que apenas cabía una persona, pero ellos se las arreglaban para que cupieran tres. Se encontraba en un pasaje sin salida en la que vivía en su mayoría ancianos, lo que hacía que la vida allí fuese más bien tranquila y aburrida, sin importar si era o no día festivo. No sabía muy bien qué había motivado a sus padres a quedarse viviendo allí por más de dieciséis años, pero tampoco se animaba a preguntarles. Lo único que ella tenía claro, es que se llamaba "Violet" por las flores de la casa. No hace mucho que había cumplido dieciséis.

La verdad es que solo ayer había sido su cumpleaños y no se sentía muy diferente. Le seguían disgustando las mismas cosas. Detestaba las arvejas, la cera caliente y el frío que provocaba el aguacero en invierno. Después de esas tres, no había nada que ella odiara más en el mundo que su aburrido horario semanal. Con ello incluía el colegio.

Caminaba sin ánimos, arrastrando los zapatos de charol azul marino contra la acera, intentando esquivar las lagunas que la precipitación había dejado tras de sí, ya que su madre detestaba que llegara a casa por la tarde con los calcetines húmedos. El sol no calentaba a pesar de estar ahí. Las temperaturas seguían siendo bajas y el invierno amenazaba con quedarse más tiempo del estipulado. Sus orejas se estaban tornando rojas porque había olvidado el gorro de lana en casa, aquel que su madre le colocaba sobre la cabeza todos los días desde que era una niña. Sin embargo, desde que dejó de tener trece, su preocupación materna había disminuido. Ya tenía que valérselas por sí misma, suponía.

Un día diferente, ella podría haber contado acerca de su niñez en aquel olvidado vecindario. El cómo su madre la regañaba tras llegar a casa cubierta de barro tras un buen día jugando en el parque. El cómo su padre le enseñó a montar en bicicleta en esa misma calle, o cuánto reía al tocar timbres ajenos y salir corriendo y gritando a esconderse detrás de algún seto. No podía evitar sonreír al recordar a la señora Berg chillando como desquiciada para que la atrapasen tras hacer esas travesuras. La mala suerte era que la señora Berg, con esos anteojos gigantes que usaba, sabía dónde vivía Violet: Al frente de su casona. No había necesidad de perseguirla. Violet pasó la mayor parte del tiempo castigada en su alcoba gracias a ella. Pero, cuando estaba allí, podía pensar. Pensaba en muchas cosas, como la creación de la Tierra o hacia dónde vuelan los pájaros cuando comienza a hacer frío. Era un tiempo valioso porque podía estar a solas consigo misma, sin escuchar voces cargadas de críticas hacia ella.

Sin embargo, había otra cosa de la que también pensaba mucho, y era las posibilidades que tenía de salir de allí. Quería incluso salir del país. No había día en que no se hablara de los que quieren llegar a Estados Unidos, «la tierra de las oportunidades». Nadie hablaba realmente de los que se quieren ir. Violet quería marcharse y no era un sueño tan difícil de cumplir. Hace unos meses, el rector de la pequeña escuela secundaria para chicas a la que asistía había anunciado que elegiría a diez estudiantes destacadas para ir a un intercambio por un año a Australia. Las alumnas que quisiesen ir debían postular en su oficina y los diez mejores promedios serían los ganadores.

Violet estaba intranquila, sintiéndose succionada por la propia incómoda silla de madera en la que se sentaba cada vez que alguien tocaba el tema. No era una estudiante mediocre, pero tampoco era brillante. Había alumnas que sin duda lo hacían mejor y, tal vez, se lo merecían mucho más porque llevaban años esforzándose más que ella. Aun así, sus padres la habían apoyado cuando les contó su intención de postular, quizás porque ni ellos creían que ella pudiese ganar, no porque fuesen malos padres, sino porque eran realistas. Postular no le garantizaba ganarse esa beca, por mucho que ella quisiese. Debía subir sus calificaciones y solo había tenido cuatro meses para lograrlo.

No decidió postular de un día a otro. Le tomó días y hasta semanas, en las que no sabía si era realmente la decisión correcta. Todavía era una niña y se sentía como una, no solo físicamente, sino también por su mentalidad. No estaba segura si fuera capaz de sobrevivir en el extranjero, lejos de su familia y de todo lo que conocía, por muy aburrido que lo considerase.

Sin embargo, Kiara fue la que provocó que tomase su decisión final.

La existencia de Kiara Smith se volvió una tortura inexorable de un día a otro, pasando de ser su mejor amiga de toda la vida a una conocida más. Las ganas de marcharse comenzaron a ser asfixiantes en el momento en que su amistad se desmoronó como un edificio que es derribado. Nunca lo olvidaría.

Aquel día había comenzado como cualquier otro. Después de su madrugada matutina, buscando el par de su guante favorito, caminó a la escuela, rezando para no perder el autobús y llegar tarde a clases, como muchas veces le había pasado. Sin embargo, su gran habilidad por distraerse hasta con las cosas más mínimas, la hizo perderlo y ni la corrida tipo maratón detrás del transporte lo hizo detenerse. Jadeó con las manos apoyadas en sus débiles rodillas, mientras el chofer aceleraba echando humo con sus ruedas. Alzó la mirada con un gesto enfebrecido. Una brisa álgida le revolvió el cabello rubio, esponjándoselo, a pesar de tenerlo peinado con dos trenzas, una a cada lado. Se acomodó la mochila al hombro con el ceño arrugado y se apresuró a seguir el recorrido del bus a pie.

Los haces de sol se filtraban entre las nubes, iluminando su camino con cada paso que daba. A pesar de que con el bus solo eran cinco paradas y llegaba al establecimiento, logró llegar a tiempo al colegio, tal vez unos quince minutos antes que sonara la campana que anunciaba el comienzo de la primera materia.

Fue a pasos de la entrada cuando notó la primera cosa extraña. Kiara Smith, eterna mejor amiga y quizás única amiga, estaba junto a la reja de entrada, hablando con unas chicas más grandes y con algunas de la clase que eran consideradas populares. Reían y se sonreían unas a otras como hermanas perdidas. Tal vez, si hubiese sido menos ingenua, aquella imagen le hubiese bastado para concluir que meses más tarde no recibiría ni un mensaje de Facebook de parte de ella deseándole un feliz cumpleaños. No obstante, no quiso juzgarla antes de tiempo y entró al establecimiento separada de ellas, caminando hacia el baño para primero remojar su cara y luego ir hacia la sala de clases. Se preguntaba qué podría haber sucedido para que su amiga hubiese estado hablando con esas chicas que, en un día normal, ni siquiera se hubiesen deseado los buenos días. Sabía que el deseo de Kiara siempre fue pertenecer a esos grupos selectos —quizás igual que ella —, pero eso jamás había sido posible por el simple hecho de que las populares no tenían gustos en común con ellas. Para esas chicas, Violet era la desordenada y torpe de la sala, mientras que Kiara era la callada sombra de Violet.

Con esa imagen mental, abrió la puerta del salón y su rostro somnoliento apareció entre los cuerpos femeninos minutos más tarde, llamando la atención de Kiara, quien para ella ese día sí era diferente a los otros, y estaba a punto de explicarle a Violet el porqué.

—¿Podemos hablar?

Se había acercado con una actitud amenazante y su rostro inmóvil, lo que le hizo pensar a la muchacha que algo estaba mal. Su rostro debió delatarla, pues solo pudo asentir con la cabeza y esperar a que ella comenzase. Después de todo, hace semanas que la había notado rara, distante, fría y, si se atrevía a decir, bastante distraída cuando intentaba hablarle de sus temas de interés.

—Hace poco estuve hablando con Jenny. Fue algo inesperado.

Con solo escuchar eso y ver la cara de incomodidad de su mejor amiga, pudo entender hacia dónde iba la conversación. Jennifer, o Jenny como era conocida por sus amigas, era una compañera de clase que ella tildaba de «malvada» desde que tenía conciencia, aunque ya no podía hablar mal de ella con sus padres porque se habían aburrido del tema. Su madre incluso una vez le dijo que seguramente le tenía envidia porque la chica era guapa, con un cabello negro que brillaba a la luz y era tan sedoso que podría venderlo. Sin embargo, Violet se negaba rotundamente a aceptar que le tenía celos, porque estaba segura de que no era así. No le disgustaba que Jenny fuese bonita, sino su forma de ser. Se conseguía amigas porque tenía dinero para comprarles regalos caros de sus viajes a otras ciudades o al extranjero. Además, sus únicos temas de conversación eran sobre cosas materiales o sobre los chicos de la escuela que quedaba a unas cuadras de distancia, ya que tener un novio buenmozo en ese momento parecía ser la prioridad de todas. Menos ella, claro está. Violet estaba preocupada de decidir si participar por una beca de estudio o no.

—¿Qué sucede? —interrogó sin quitarle la mirada a Jenny, quien la observaba de vuelta. Parecía una guerra de rayos láser que jamás acabaría.

Kiara miró a Jenny un momento y luego a Violet otra vez.

—Ella se mostró interesada en mí.

Detestaba que se refirieran a ella como si se tratase de algún famoso.

—¿Es lo que creo que sucede? —preguntó la rubia, girándose lentamente hacia Kiara, enarcando una ceja.

—Jenny me ha invitado a su fiesta de cumpleaños.

—Oh, pero qué conveniente —soltó sarcástica —. Justo cuando recordaba que a ti y a mí nos cae mal.

La pelirroja se encogió de hombros. Era bastante más baja que Violet y aun así no se veía ni incómoda ni inferior.

—Me dijo que solo podía ir si me alejaba de ti.

Eso era típico de ella, por muy inmaduro que sonase. Cuando tenían catorce años, Violet le había rogado, junto con Kiara, a Jenny para lograr ser parte del grupo de las populares. Ella le negó la entrada a su selectivo grupo a ambas y se largó a reír por horas. Ahora que Violet miraba el pasado desde su perspectiva actual, entendía lo patética que se había visto, tirando su dignidad al vacío solo por un par de chicas bordes.

Jenny había crecido como la princesa de un cuento, rodeada de unos padres que le consentían cada gilipollez que quisiese. Y vaya que peleaba como una niña pequeña, siendo el peor defecto que le veía, por sobre todas las cosas que ya le disgustaban de ella. A veces pensaba que tenía que agregarla en su lista de cosas que odiaba después de las arvejas.

—Y no vas a ir, ¿verdad? Somos mejores amigas. Vamos a todas partes juntas y a mí no me va a invitar, eso está claro.

Kiara se pasó una mano por su cabello rojizo y la dejó reposar en su nuca, consternada.

—Eres una gran persona, pero..., estoy contigo siempre.

Intentaba mantener su compostura, pero estaba furiosa, porque no podía creer lo que estaba escuchando. Era difícil ver que tu mejor amiga de toda la vida de repente te estaba dando la espalda por alguien más.

—...y no puede ser así todo el tiempo. Digo, ni si quiera sabemos si seremos mejores amigas todo ese tiempo —siguió explicando.

Los ojos de Violet se cristalizaron y no pudo hacer más que retener las palabras en sus temblorosos labios.

—En cambio, Jenny tiene un grupo muy popular y me dijeron que yo podía ser parte de ellas. Además, me contaron que conocen a un muchacho de la escuela de varones que está interesado en mí.

—¿Y realmente eso te importa?

Lo dijo tan alto que Jenny dejó de reírse con sus amigas y giró su cabeza para verlas, haciendo un gesto de desdén que le sentó muy mal a Violet.

—A mí me importa —Kiara sonrió a duras penas —. Quiero pertenecer a un grupo. Ir a fiestas, salir con chicos. Quiero... ser popular.

—¿No puedes hacer eso conmigo?

Se percató que no solo Jenny y su grupo de amigas las espiaban a lo lejos, sino que otras chicas cotilleaban sobre ellas, mirando en otras direcciones cuando sus miradas se cruzaban con la desesperada de Violet, quien aparte de odiar ser el centro de atención por malas razones, no quería perder la única razón por la que iba a la escuela.

—Tú odias las fiestas. Tampoco estás interesada en los hombres. Solo diste tu primer beso cuando jugaste a la botellita a los trece años. ¿Y después? No tienes una vida social muy activa que digamos.

—Es porque no he buscado. Soy...

Se calló. ¿Valían la pena las explicaciones?

—Lo siento, Violet. Si somos sinceras, no creo que estarían muy interesados en ti.

Eso la había descolocado. No es que ella fuese la última flor del desierto, pero no se imaginaba que pasaría desapercibida por todos los hombres de la Tierra. No era perfecta y sabía que más de alguna vez escucharía comentarios así, pero nunca pensó que su mejor amiga sería la que se lo diría, menos después de tantas memorias compartidas, ya que se conocían desde niñas.

—Es seguro que a ellos no les gustan las rubias tontas.

Y lo dijo. Lo dijo con una voz tan ronca y poderosa que resultaba no ser la de ella. Era el comentario de alguien más. Se volvió hacia Jenny en cuanto escuchó su gran y largo carcajeo, al que se sumaron las risas de sus amigas, con aplausos incluidos. No pudo responder hasta dentro de un rato, cuando en medio de la confusión y la pena, sus cristalizados ojos grises dieron a parar con la mirada de Kiara, quien no lucía convencida, quizás porque no esperaba que le afectase tanto.

—Violet.

La aludida apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.

—¿Eso piensas?

Asintió, sintiendo que el frío que entraba por una de las ventanas abiertas se internaba en su cuerpo hasta los huesos.

—Yo pienso que no vales ni un centavo como amiga.

Intentó irse, pero Kiara la detuvo por el brazo, al sentirse algo culpable de verle el rostro pálido y los ojos brillantes, los cuales hacían un gran esfuerzo por no pestañear o derramarían una lágrima.

—No me toques —susurró con frustración, desviando la cabeza en otra dirección, porque sabía que tenía los ojos enrojecidos. Podía sentirlo, aunque no se culpaba. Ponerle fin a algo toma coraje y eso la había atrapado por sorpresa.

—Lo siento —le dijo, obligando a Violet a alzar la vista, arrugando la frente, horrorizada —. Solo por esta vez.

"¿Es capaz de mirarme a los ojos y pedirme disculpas por esta actitud?".

—No te disculpes por algo que no sientes realmente.

Se soltó del agarre con cierta brusquedad, alejándose hacia su pupitre y dejándose caer sobre el asiento, haciendo su mejor esfuerzo por aparentar que lo que acababa de oír, no le dolía. Quería llorar, pero no debía hacerlo tampoco, porque Jenny era una experta en sacarle fotografías y distribuirlas por el internet. Cada vez que la profesora de ética la regañaba, el mundo lo sabía. Cada vez que chocaba con una pared, el mundo lo sabía. Cada vez que intentaba saltar la valla en educación física y en vez de eso se estrellaba contra esta, el mundo lo sabía. Y Jenny era la encargada de propagarlo todo. Era torpe, sí... y desaliñada. ¡Pero el mundo no tenía por qué saberlo! No podía creer que hasta chicos supieran de sus desgracias cuando su escuela era solo de chicas. Ella sabía que era torpe, si hasta su padre solía decir que era una característica muy propia de ella, lo que, en teoría, la hacían especial. Según él. Independiente a si su torpeza era algo bueno o malo, nunca se consideró tonta. Era verdad que no le iba tan bien en todas las materias y que una que otra vez hizo alguna estupidez producto de su inmadurez, pero eso no la convertía en una "rubia tonta". Jamás lo creería. Sin embargo, ahora que Kiara había decidido cambiar de bando, inevitablemente su autoestima se vio averiada en tan solo un par de horas, más cuando veía en los recreos a su ahora ex mejor amiga con esas chicas, esas mismas que antes se esmeraron tanto en hacerles la vida imposible a ambas. Sonaba tan ilógico que su corazón no podía dejar de bombear con tanta fuerza que llegaba a ser molesto. Conocía a Kiara tan bien, que se sentía traicionada. Sabía que era de esas chicas un tanto frías y poco sentimentales. Sus padres eran de esa misma clase, algo que a los padres de Violet nunca les sentó bien, lo que se traducía en que no eran muy cercanos como sus hijas lo eran. A Violet nunca le importó realmente que Kiara fuese esa clase de chica que no se emocionaba con las escenas románticas de una película, o que se deshacía con facilidad de las cosas materiales a pesar de que hubiesen tenido un valor para ella en el pasado, o que le costase, a pesar de los años de amistad, abrirse con su mejor amiga y contarle un secreto. Conocía muy bien a Kiara y no le disgustaba, tal vez porque nunca pensó que tendría una habilidad por deshacerse de las personas como se deshacía de las cosas que ya no tenían valor para ella.

Asimismo, también conocía a Jenny. Sí, era lógico pensar que ésta solo buscaba dañar sentimentalmente a su enemiga de toda la vida. Se habían conocido en el jardín infantil, cuando estaba jugando en el columpio, porque le gustaban mucho, y ella intentó botarla para subirse. Violet sabía que había pasado mucho tiempo columpiándose, pero no quiso entregárselo por la forma en el que lo estaba pidiendo. A pesar de solo tener tres o cuatro años en ese entonces, ya sabía diferenciar bastante bien el mal del bien, porque su madre había hecho un acucioso trabajo al respecto desde el día en que aprendió a hablar. Al parecer no fue el caso de la familia de Jenny. Se formó una pequeña riña que terminó en jaleo de cabellos y el llanto exagerado de la última, quien se llevó los abrazos de las maestras, mientras que la madre de Violet tuvo que venir a recogerla y regañarla en casa porque los golpes nunca serían una forma de solucionar los problemas. A pesar de haber seguido al pie de la letra todas las reglas que sus padres le habían enseñado para lograr ser una buena persona, llegó un momento en que ni su mejor amiga quiso estar a su lado.

Se encontraba encogida en el incómodo uniforme, sentada en una banca inestable, cuando se acordó de la propuesta de su rector. ¿Ir a Australia por un año? ¿Olvidarse de todo? La amistad con Kiara Smith había terminado y ya no veía razones para ir a la escuela. No tenía ánimos de estudiar y ahogaba unos treinta bostezos diarios porque su nula vida social le provocaba insomnio por las noches. Entonces, se decidió por inscribirse e intentarlo.

La oficina del principal era muy pequeña y cargada de estantes que la hacían parecer aún menos espaciosa. La ventana que había allí era más pequeña que la de su baño en casa y los libros en los estantes estaban cubiertos de polvo, lo que hacía lucir todo más desordenado. El rector era un hombre canoso que usaba gafas y tenía la nariz y las mejillas rojas todo el año. Su padre siempre decía que si tuviese barba podría pasar como Papa Noel, incluso sin el disfraz. Cada vez que Violet iba a su despacho tenía que evitar lanzar una risotada al recordarlo. Mas esa vez, cuando le explicó los motivos de su visita y lo vio reírse a él de ella, no pudo evitar ponerse de mal humor.

—Bueno, todo el mundo tiene derecho a intentarlo —había dicho, como si de todas, la hubiese descartado a ella de las primeras en la selección.

Violet solo pudo fingir una sonrisa malograda.

—Debe recordar, señorita Henley —habló de repente, sacando un formulario y un lápiz desde uno de los cajones de su viejo escritorio —, que debe tener muy buenas calificaciones para cuando escojamos a las diez afortunadas en unos meses más.

—Voy a estudiar muy duro —dijo, intentando no lucir tan abatida como realmente estaba. El director, quien se veía mucho mayor a la edad que realmente tenía, no sabía nada acerca de Kiara y el reemplazo rápido que encontró a su amistad. Incluso si le contase, jamás entendería. Le diría algo como que hay muchos clubes para unirse o que podría asistir al grupo de apoyo del colegio, guiado por la orientadora escolar. Y esa no era una opción si quería ocupar cada hora extra del día para estudiar y subir sus promedios.

—Lo mismo me dijo la última vez que vino porque estaba reprobando matemática, ¿recuerda?

—Pero eso fue el año pasado —se explicó, jugueteando con los dedos de sus frías manos.

—Me temo, Violet, que su historial escolar no me fía mucho y si de verdad quiere subir las notas, deberá poner mucho de su parte, ¿sí? Recuerde que solo las diez mejores son premiadas y si tuviese que elegirlas ahora, ya las tengo en la mira.

No hubo necesidad de que dijera algo más para asumir que él no la consideraba entre las diez mejores ni de ese año, ni del siguiente, ni del subsiguiente.

Mientras llenaba el formulario, se sintió bien consigo misma de todos modos. Si no llegaba a ganarse la beca, subiría sus calificaciones de igual forma y sus padres estarían muy orgullosos, ya que solo estaba en segundo año de secundaria y habría malgastado el primero con notas mediocres.

Luego, le contó lo de su firma a sus padres. Al principio estuvieron en desacuerdo, dada la sorpresiva propuesta. Pero, al enterarse que era todo pagado y que ella sacaría mejores notas para lograrlo, entonces, ¿por qué no?

Los meses comenzaron a pasar entonces. Fue una temporada dura, pues en cada trabajo grupal o en parejas, Violet era la única que quedaba sola. Sentía una vergüenza enorme cada vez que la profesora le preguntaba en voz alta si había quedado sin grupo, mientras sus compañeras se la quedaban mirando como si fuese un bicho raro. En esas circunstancias, Kiara ni siquiera se dignaba a mirarla a los ojos, por lo que se vio obligada a asumir que esas situaciones seguirían ocurriendo a lo largo del semestre, por lo que, en contraataque, tenía que subir las calificaciones y demostrar que eso no le afectaba. Si tenía que hacer los trabajos sola o con gente asignada, lo haría. Para ella era mucho más importante mantener su dignidad que echarse a morir.

Tras cuatro largos meses, el anhelado día llegó después de un temporal en el día de su cumpleaños, con una mañana tranquila y más soleada. A pesar del frío, su felicidad era enorme porque deseaba que algo bueno sucediese ese día. Algo como estar entre las diez afortunadas, por ejemplo. Habían sido cuatro meses de estudio intenso. Se la pasó día y noche con la nariz enterrada en los libros, durmiendo poco y pensando en fórmulas o textos la mayor parte del día. No dejó que el estrés la hundiese, ni que las críticas por el hecho de estar sola cada recreo la hiciesen sentir mal. Todo estaba sucediendo por una buena causa, estaba segura de ello y, en parte, todo se lo debía a Kiara. Pasó de odiarla a agradecerle en silencio, porque su rencor seguía siendo grande a pesar de todo. Había llorado muchas veces en su cuarto, no podía negarlo. También quitó todas las fotos que tenía con ella pegadas en su pared y las lanzó a la basura, y mordió la almohada de enojo cuando vio que la había borrado de su lista de amigos en Facebook. Le había dolido, de eso no cabía duda, pero tenía que demostrar fortaleza, también por salud mental. Así, no solo le estaba demostrando a los demás que ella no era una rubia tonta y torpe, sino también a ella misma. Era torpe, sí, pero decidida. Eso ni Jenny, ni Kiara, ni la caja vacía de notificaciones lograrían quitarlo.

Mientras corría para no perder el autobús, echaba un vistazo a los parques o a las copas de los árboles. Le gustaba el aroma del césped en invierno, cuando amanecía cubierto de rocío y escarcha. Todo parecía pintado de acuarela si se miraba de lejos, lo que la hacía correr con más ganas bajo ese cielo grisáceo y sombrío, que cada cierto tiempo amenazaba con tormentas, como la de la noche anterior. Sin embargo, algo dentro de ella se estancaba cada vez que veía esas imágenes, y era el hecho de verlo todos los días. Quería salir a conocer nuevos lugares, nuevas culturas, nuevas personas. Estaba segura de que la vida era mucho más entretenida en Australia de lo que allí era. Se había auto convencido de que así era.

No le gustaba la escuela, creía que eso había quedado claro desde un principio. Sus compañeras ya estaban en grupos desde hace años. Nunca se había percatado porque la presencia de Kiara en su vida era suficiente para sobrevivir a esa pesadilla. Cuando su amiga de pronto decidió ya no serlo más, se vio obligada a abrir los ojos y darse cuenta de que su error fue no darse el trabajo de conocerlas a todas. Sin embargo, creía que ya no era tiempo. Todas sabían quién era Violet Henley y ya no causaría sensación como la llegada de una compañera nueva. Era hora de asumir que ya era tarde para formar parte de un grupo. Tendría que ser un milagro, como el de Kiara.

No perdió el autobús esa mañana, por lo que llegó a tiempo a la escuela y más tranquila, como si creyera en la superstición de que, si no pierdes el transporte, vas a tener un gran día.

Dejó su mochila sobre la mesa y se sentó de golpe, echándose las trenzas por detrás de los hombros y comenzando a sacar sus libros de biología. Jenny la miraba de lejos como si estuviese fascinada con lo ridícula que lucía con las trenzas su enemiga permanente. Por ello, ella se echó su envidiable melena detrás de los hombros y siguió conversando animadamente con sus amigas cercanas, incluyendo a Kiara, que la admiraba como si se tratase de Mahatma Gandhi, aunque sin los buenos modales.

La campana sonó prontamente y las muchachas comenzaron a arreglarse en sus pupitres. No tardó en entrar el profesor de la asignatura de biología, que era un muchacho de veintisiete años que había hecho un muy buen desempeño durante su práctica y terminó reemplazando al último maestro del ramo después de su jubilación.

Sin embargo, en cuánto Violet iba a abrir su libro en la unidad que estaban estudiando, el rector entró.

—Buenos días a todas.

El saludo fue correspondido casi en un murmullo, típico de un somnoliento lunes. El frío tampoco ayudaba para la concentración. Jenny masticaba chicle de una forma que bordeaba lo grotesco, a pesar de que estaba prohibido. Violet quería que la pillasen y la echasen de la sala, solo para reírse un rato internamente. Mientras el rector hablaba sobre las inclemencias del tiempo, Violet miró a Kiara frunciendo el entrecejo al notar que sonreía y enderezaba la espalda con arrogancia, con los ojos siempre clavados en la autoridad. Había escuchado que Kiara también se había ido a postular, pero sus calificaciones eran tan mediocres como las de Violet. La única diferencia era que Kiara no había estudiado mucho en esos cuatro meses, porque la prioridad era salir a fiestas con chicos. Aun así, sonreía como si todo en su vida fuese miel sobre hojuelas, lo que a Violet le provocaba un temblor en las comisuras de los labios de la rabieta, especialmente porque era el primer cumpleaños que había pasado sin ella y sin su saludo.

Agitó la cabeza y anotó la fecha en su cuaderno: lunes 4 de febrero. Ya no era su cumpleaños. Tenía que dar vuelta la página.

—Bien, algunas se preguntarán por qué el rector está aquí—comenzó a decir el maestro, mientras se sobaba las manos como si las estuviese enjuagando —. Y es que viene con muy buenas noticias.

Se miraron dándose una señal con los ojos. El rector hablaría.

—Exacto. Tal como dijo su maestro, vengo por el hecho de las becas que nuestra escuela ofreció para diez estudiantes destacadas del recinto —los ojos de las alumnas comenzaron a brillar —. Es un convenio que tenemos con ciertas escuelas en Australia. Una oportunidad única y especial que muy pocas tendrán el privilegio de experimentar. Cabe decir que, si no postularon en mi oficina, es obvio que no están consideradas dentro de la selección.

El asunto se estaba alargando. Violet pegó un bostezo, mientras dibujaba flores por todo el cuaderno.

—Y es que traigo precisamente buenas noticias respecto a eso. Pero antes de llegar al punto que quiero llegar, resolveré ciertas dudas que me han llegado.

Mientras explicaba cosas cómo qué era un intercambio, en qué consistía y resolvía dudas como los lugares en dónde dormirían, comerían, entre otros, el principal fue paseándose lentamente puesto por puesto, con las manos juntas tras su espalda y esa sonrisa llena de sorna, como si no pudiese aguantar más un secreto entre los labios. Se detuvo frente al puesto de Violet.

—Violet Henley. ¿Serías amable de pasar al pizarrón?

Ella se quedó sentada allí con la boca abierta de par en par.

—¿Qué?

Algunas risitas.

—Digo que pases al pizarrón —habló otra vez, aumentando el volumen de su voz.

Se volvió hacia su profesor, quien le apuntó la pizarra, sobresaltándola.

—No recuerdo que hubiese examen oral —farfulló.

Las carcajadas se tomaron el salón. Creyendo que estaba perdiendo autoridad, el director la tomó del brazo y la ayudó a ponerse de pie. Su expresión interrogante fue reemplazada por una risa nerviosa, como si quisiera cumplir el papel de simpático y encajar en el mundo de las alumnas.

—Quédate aquí, ya no importa —la apuntó, abrazándola con fuerza con uno de sus brazos, lo que la hizo sentir inmediatamente inferior, ya que él era varios centímetros más alto que ella.

La verdad, Violet era una de las más bajas en su salón, siendo algo así como la quinta o sexta de la fila de la más baja a la más alta de un curso de diecinueve alumnas.

—¿Hice algo bueno? —le preguntó en voz baja y él le sobó el hombro con brusquedad, como si también acariciase así a sus mascotas. Se giró al curso y alzó su mano desocupada al cielo, como el líder revolucionario de un poblado.

—Solo vengo a dar la noticia de que Violet Henley es una de las diez afortunadas que irá a Australia de intercambio desde marzo.

Todas se sorprendieron en seguida, pero la noticia fue tan inesperada para Violet que pensó que no lo había oído bien.

—¿Disculpe?

—Así es. Quedaste seleccionada novena en la lista de las diez. Tus notas se elevaron como un ascensor sin fin —dijo, imitando un ascensor con su mano libre. Violet se había quedado sin palabras.

—¿Yo? —titubeó, apuntándose a sí misma.

—Bueno, eres la única Violet Henley del establecimiento, ¿quién más?

Sus ojos se habían puesto vidriosos de la pura emoción y no pudo evitar mirar a la clase, todas con los ojos clavados en la muchacha, algunas sorprendidas y otras con envidia, como si jamás se lo hubiesen esperado de ella. Y no pudo evitar entonces volverse al hombre y abrazarlo con una gran sonrisa. Él comenzó a reír, con esa risa que se asemejaba a una tos, tan característica suya.

—Prometo que no lo decepcionaré.

Él le devolvió el abrazo.

—Ya no lo hizo, señorita Henley. Y, por cierto —se acercó un poco a ella —, feliz cumpleaños atrasado.

Y luego prosiguió a pedir que todas le aplaudieran. Hasta Jenny se vio obligada a hacerlo.

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