T r e i n t a y n u e v e

Capítulo 39

Tomó la colcha entre sus manos y la apretó con todas sus fuerzas.

—¿Qué has dicho? —preguntó él en voz baja, clavándole la mirada.

—He dicho... —tomó aire y con voz suave repitió—: Oui.

Él parpadeó rápidamente, para luego separarse con lentitud, ruborizado, dejándola sin aliento.

—Lo has dicho bien —susurró, mirándose los muslos.

Ella debió haberse quedado perpleja.

—¡ZACK!

La puerta principal del departamento se abrió de golpe. Violet se echó hacia atrás rápidamente, golpeándose la nuca con la pared. Zack se movió bruscamente en la silla y terminó cayéndose de esta. Unas pisadas se acercaron a toda velocidad a la alcoba. La puerta entreabierta se abrió en su totalidad, dejando ver a un hombre casi en los cincuenta, pero que se conservaba bastante bien, a pesar de las arrugas en los costados de sus labios y ojos, o las inevitables canas en las patillas.

Su mirada viajó desde su hijo en el suelo a la muchacha acostada en la cama.

—Espero que no esté pasando lo que creo que está pasando —dijo con voz autoritaria, dando un paso al frente y colocando sus manos en su cintura.

—¡Papá! —Zack se levantó de inmediato, sacudiéndose el uniforme —. Esta es...

Violet seguía acostada. Zack no dudó y la agarró del brazo con fuerza, colocándola de pie.

—Ella es Violet Henley.

Los ojos del padre se abrieron como platos.

—¿Qué?

—Ah... —se miraron, recordando el accidente —. Está aquí porque estamos estudiando para el examen de mañana.

Violet asintió, sabedora de que estaba tan o más colorada que Zack.

—Sí, soy una compañera de clase —le estiró su mano —. ¿Qué tal?

El rostro del hombre no se movió ni un poco, algo en común que tenía con Zack, cuando este andaba irritado.

—Un placer conocerla. James Prawel.

—El placer es todo mío.

Parecía incómodo.

—Y... ¿cómo te sientes? Ya sabes, después del accidente.

—De maravilla. ¿Y usted?

Su buen ánimo lo tranquilizó de cierta forma.

—Bien también, gracias —lanzó un suspiro —. ¿Tienen hambre? Recalentaré el espagueti que Laura hizo durante la mañana. Espero que no les incomode.

—Oh, no. Yo como comida recalentada en mi casa siempre —dijo Violet, y enseguida se arrepintió, más cuando ni Zack ni su padre hicieron comentarios.

Alguien tosió.

—Sí, bueno, no nos queda de otra, porque Laura no está. Así que recalentaré los platos y los llamo, ¿está bien?

—Claro —respondió ella, casi atragantándose con su propia saliva.

—Entonces, estén atentos —iba a salir, pero apoyó su mano en la puerta —. Y... Zack.

—¿Sí, papá? —dijo él, emanando falsa seguridad.

—Dejen la puerta abierta —ordenó, medio serio, medio burlesco.

E ignorando el enrojecimiento de sus caras, salió de allí rumbo a la cocina, siendo seguido por los maullidos de Phil.

Cuando estuvieron solos, Violet se echó en la cama de nuevo, lanzando un bufido. Zack ya no la miraba, y ordenaba innecesariamente los libros que llevaba en su mochila en un estante, cuando ni siquiera debía hacerlo realmente.

—¿Quién es Laura? —preguntó para que el ambiente se relajara —. ¿Tu madre?

—No, es la señora que cocina. Hoy tenía que ir al cementerio —se encogió de hombros, sentándose a su lado en la cama —. Mi madre se llama Susan.

—Es un bello nombre —dijo sin pensarlo.

—Hum.

Zack mantuvo su mirada fija en la pared de enfrente.

—Mi mamá se llama Margaret —dijo de repente, relamiéndose los labios —. Mi familia tiene algo con los nombres medio antiguos... en las mujeres claro.

Lo que acababa de suceder era un tanto extraño. No encajaba en la mente de Violet, y tampoco sabía cómo remediarlo.

—Les gustan... los clásicos... supongo.

Zack se veía en aprietos. Jugaba con sus manos sin notarlo y sus ojos se mostraban inseguros a pesar de no estarla mirando fijamente. Sin embargo, el alma de Violet le decía que aquello era lo más real que le hubiese sucedido nunca. Habían vivido experiencias horribles hasta ese momento, cosas que intentaban estresarlos y echarlos en un hoyo negro sin fin. Sentía claramente el temor en sus venas, pero sus sentidos le estaban trasmitiendo algo más después de haber estado así de cerca con él. Algo diferente a pesar de todo lo malo.

—¿Vas a seguir enseñándome?

—Sí.

Evitándola, se levantó y comenzó a hojear su libro de francés, paseándose lentamente de una esquina del cuarto a la otra. Violet lo miraba con sus ojos color tiniebla y su sonrisa dulce. Sabía que él no la miraría, pero no quería crear un momento incómodo. Quería que se diese cuenta que aquello era normal, que no había nada de qué avergonzarse.

El aroma a espagueti se hizo presente en los pasillos y se adentró hasta volverse parte de la habitación de Zack. Violet sintió su estómago rugir, definitivamente deseando ya ese plato de comida, pues no comía nada desde el almuerzo en la escuela.

—Mañana debes mostrar seguridad frente al profesor —dijo Zack de repente, frunciendo el ceño ante el libro —. Él es muy preciso. O está bien o está mal. No hay término medio.

—Parece un amante de la justicia.

—Hoy en día todos parecemos serlo.

Cerró el libro de golpe. Le erizó la piel.

—Entonces, yo creo que estás lista.

—¡Ni hablar! —la rubia se levantó de un salto de la cama. Sus trenzas seguían el ritmo de sus movimientos —. La apuesta dice que debo sacar 100/100.

Zack volcó los ojos, mientras ella continuaba diciendo:

—Tú eres el único que obtiene el puntaje perfecto en todas las malditas pruebas. ¡Ni siquiera sé cómo lo logras! Definitivamente eres algo más que inteligente —él lanzó una risita. Ella lo fulminó con la mirada —. Lo digo en serio, Prawel. Puedes reírte, pero es imposible que alguien como yo obtenga el puntaje máximo.

—¿Por qué?

—¿Por qué? Porque yo soy la chica que se tropieza con sus propios pies, que..., aunque se peine se ve mal y... y... estuve a punto de reprobar matemática en primer año. ¿Acaso olvidas con quién estás hablando?

Él pegó una risita y sus hombros se movieron con él.

—¿Y eso qué? Estudiamos juntos, te preparaste e hiciste todas las tareas que te di. No hay nada más que estudiar.

—Pero... tú llevas años estudiando francés. ¿Cómo podría comparársele? —parpadeó, volviendo a acomodarse en la cama —. Ni siquiera Kris obtiene 100/100.

Ahora pareció que ni el aroma de los fideos la animaba. Zack se sentó a su lado en la cama, con una mirada compasiva.

—Entiendo tu temor, en serio. Pero... no puedes permitir ser derrotada cuando ni siquiera es el día del examen —lanzó un suspiro, marcando su mandíbula —. Además, Kris es inteligente, pero es muy ansioso. Hace las pruebas y trabajos con la mentalidad de la beca y de ganarme. Eso lo pone nervioso, lo frustra y comete errores tontos. Como el menos por menos, ¿recuerdas?

—Sí, es menos.

Lo miró y él ya tenía la ceja levantada.

—Era broma. Lo siento.

—Confía en ti, Violet. Honestamente, eres mucho más inteligente y capaz de lo que crees.

Ella lo miró fugazmente. Quería creer esas palabras antes de que fuese demasiado tarde.

—No me siento capaz.

—Eres capaz de lo que sea si te lo propones.

Frunció el ceño y se lo quedó mirando.

—No es por subirte el egocentrismo, pero creo que eres la primera persona que tiene ciegamente fe en mí. Creo que ni siquiera mis padres me han dicho lo que tú me dices.

—No es creer ciegamente. Es observar y sacar conclusiones —ladeó su cuerpo hacia ella y se acomodó —. Tú misma me lo dijiste cuando me convenciste para hacerte clases. Tienes los dieciséis años recién cumplidos y ya has sacado mejores calificaciones que otros.

—Ya, pero eran otras asignaturas.

—Pero lo lograste, Violet—dijo, frustrado.

—Sin tu ayuda, ya estaría en un buque rumbo a Kenia.

Negó con la cabeza.

—Yo solo soy un soporte. El empeño, las ganas y quien finalmente hace el examen eres tú.

Entonces, el señor Prawel los llamó por sus nombres desde la cocina.

Zack sonrió con satisfacción y fue el primero en levantarse y caminar hacia la puerta. Ella lo siguió a los pocos segundos.

El comedor era amplio y con una vista hermosa hacia la ciudad y sus rascacielos. La mesa estaba impecable, como en un comercial de televisión, y la comida parecía haber sido hecha por un cocinero profesional de Francia, de esos que cocinan solo si les lanzas una bolsa de monedas de oro.

—Tomen asiento, por favor.

El padre se sentó frente a Zack, como si esos fuesen sus asientos siempre. Violet prefirió el asiento al lado del muchacho.

El señor le preguntó a Violet si quería los fideos con salsa.

—¿No se come con salsa siempre?

—Debería ser así, pero mi hijo es un mañoso. Por eso preguntaba.

Zack bufó.

—No soy mañoso. Solo no como carne.

Ignoró completamente su reclamo y le insistió a Violet.

—Sí, comeré con salsa.

Él le sirvió entonces. Zack ya parecía malhumorado con su padre. Tomaba con fuerza el tenedor y lo taladraba con la mirada, esperando que lo llamasen por celular o algo, para que así los dejase a solas.

—¿Por qué no comes carne, Zack? Creo que nunca me explicaste por qué —comenzó a decir Violet, con tal de romper el silencio, pues era algo turbulenta la incertidumbre que se formaba cada dos segundos en aquella mesa.

—No me gusta el sufrimiento ajeno —contestó.

Su padre pareció hacerle la ley del hielo, mientras que Violet quiso escupir el pedazo de carne que se había llevado a la boca.

El señor Prawel se sentó a la mesa. Se colocó una tela blanca encima de las piernas, como en los restaurantes caros. Probó la copa de vino y luego su obra recalentada. Sonrió ante el buen sabor.

—Así que, Violet, ¿eres estudiante de intercambio? —cambió de tema el hombre, de buen humor.

—Algo así —probó los tallarines, los cuales se deshicieron en su boca de los buenos que estaban —. Obtuve una beca en mi escuela que me permitió venir hasta aquí. Fue por mis buenas notas.

—¿Y por qué te ayuda mi hijo entonces?

—La adelantaron a tercer año cuando llegó —contestó Zack por ella, un tanto enfurecido —. Mientras ella seguía viendo logaritmos, nosotros ya estábamos viendo física cuántica.

James Prawel no tomó en cuenta la expresión de ira de su hijo.

—Vaya, debió ser complicado. Y... ¿de qué ciudad de Estados Unidos eres?

—De Boise.

—Ah, lo conozco. Estuve de paseo allí cuando hice una gira laboral a Portland. Tengo una empresa allí. Me gusta Boise. Es una ciudad pintoresca. Aunque cada vez menos conforme te vas alejando del centro de esta —lanzó una enorme risa, como si hubiese dicho un chiste excelente, digno de un premio de índole internacional. Violet desvió la mirada, incómoda. Zack dejó de masticar y lo fulminó con la mirada.

Claramente, Violet vivía bien alejada del "centro pintoresco" de Boise.

—¿Dije algo malo?

—No importa, papá —le cortó Zack, continuando con la cena.

Su padre también tenía ojos penetrantes. El silencio obligó a Violet a sentir un vuelco en el estómago y un dolor en el pecho.

—¿Tus padres te apoyaron en esta decisión? —preguntó de repente, sin reírse.

—Sí. Digo, no es fácil, pero me apoyaron.

—¿Cómo se llama tu padre?

Violet puso cara interrogativa.

—Eh... Richard.

—¿Richard Henley? —ella asintió —. No lo he escuchado dentro de los nombres de mis colegas en Estados Unidos.

Zack quiso pegarse una cachetada o saltar desde aquel piso a la avenida. No podía creer que su padre anduviese pensando en negocios todo el día.

Violet comenzó a reír, nerviosa.

—Oh, es que mi padre es ingeniero comercial, no empresario.

—¡Oh! ¿Trabaja en alguna empresa?

Violet se mordió el labio inferior, dejando el tenedor a un lado.

—La verdad, ahora está cesante así que hace clases particulares de matemática a niños de primaria... cuando puede.

Nunca le había molestado que su padre estuviese cesante, a pesar de que iba a cumplir un año sin un trabajo estable. Todo era más difícil, pero ella nunca tuvo miedo o vergüenza de decirlo. Incluso, Jenny solía decir que la cesantía de su padre era debido a la flojera, "lo que era heredable", según palabras suyas. A pesar de escuchar eso, no se ofendía. Ella conocía a su padre y sabía que era un hombre honesto, trabajador y humilde. Se demostraba cuando se encontraba con su exjefe en el supermercado y lo saludaba, a pesar de que podría tener resentimientos.

Pero en aquella cena, Violet sintió náuseas y su rostro palideció considerablemente. Su padre era nadie en comparación a James Prawel, un erudito con un imperio económico detrás de sí. Era alguien que formaba escándalos, salía en los diarios y tenía colegas en muchos países. Su padre antes tomaba el bus para llegar al trabajo porque el carro se averiaba siempre.

—Es una lástima oír eso. Espero que encuentre trabajo pronto —dijo el hombre a modo de consuelo.

Zack suspiró, agarrándose la frente.

—Le puede pasar a cualquiera —siguió diciendo el empresario.

—Papá —Zack alzó la mirada con los ojos bien abiertos, controlando la ira —. ¿Es necesario?

James Prawel dejó de masticar y volvió a mirar a Violet, como si Zack no existiera.

—En la primera reunión de padres nos presentaron a ti. El director, Carpenter, dijo que eras muy habladora —la apuntó con el tenedor —. Pero ahora no lo pareces. Estás muy callada.

Violet no quería decirle que era debido a que se sentía muy incómoda.

—Los he oído a los dos riendo allá dentro. ¿Qué ha pasado?

Violet abrió la boca, pero Zack se adelantó.

—Papá, ¿te importa?

—¿Qué te pasa a ti? —por fin se comenzó a notar su irritación —. Siempre con la cara de dos metros, ese tono de voz que me disgusta y... finalmente solo eres un dolor de huevos, Zack.

Violet no pudo seguir comiendo.

—No estoy hablando de mí. Estoy hablando por ella. Tus preguntas la están incomodando, ¿que no te das cuenta?

—Ella no ha dicho nada.

—Papá —le cortó, apretando los puños —. Estás pasando el límite.

—¿De qué? ¿De aguantar tus groserías?

—No. De mi paciencia.

James Prawel se llevó el tenedor a la boca, divertido.

—Siempre creyendo que eres el único que tiene la razón. Es el peor defecto que tienes.

Violet sintió un pánico instintivo ante la idea de que Zack y su padre se pusieran a pelear con mayor intensidad.

—¿Por qué insistes? Ve y comunícate con los rusos, que es lo que sabes hacer bien...

El hombre golpeó la mesa con una mano, sobresaltándolos.

—Cállate, Zack.

Este iba a abrir la boca de nuevo, pero él le alzó la mano.

—No quiero oír una palabra más, insolente. ¿Qué imagen crees que me dejas?

Zack mordió su mejilla por el interior.

—Siempre es tu imagen la que importa, ¿no?

Sin pedir permiso, se puso de pie y se alejó hacia su cuarto con paso decidido.

—Vuelve a la mesa. No has terminado.

La única respuesta fue el portazo a la puerta. Violet parpadeó, pensando si podría esconderse bajo la mesa sin que nadie se diera cuenta.

—Disculpa este bochorno, Violet, pero él es tan... —gruñó y se tapó la cara con sus manos.

—Quizá deberían hablar más.

—¿Hum?

Cuando se miraron, Violet continuó:

—Se nota que hace falta comunicación. No lo culpo del todo.

Se levantó en silencio, dispuesta a irse a casa. Zack sabría cómo explicarle las cosas al siguiente día.

Cogió la mochila y rodeó la mesa, sin mirarlo. Cuando pasó a su lado, el hombre la detuvo con un tono de voz que no logró ocultar su amargura:

—¿Cuáles son tus intenciones con mi hijo?

Violet se detuvo, boquiabierta. Esa clase de pregunta jamás la había escuchado, y nunca pensó que se la preguntarían. Tragó saliva y lentamente se volteó a ver al hombre, quien seguía con la mirada fija en el horizonte de edificios plateados que cubrían Canberra.

—¿Señor?

—¿Qué intenciones tienes con mi hijo?

Sin levantarse, alzó su inquietante mirada hacia ella.

—Ninguna, señor... ¿por qué...?

—¿Crees que soy estúpido? —se levantó por fin, intimidándola —. ¿Crees que llegué a donde estoy por ser un estúpido?

La muchacha no pudo siquiera pensar en algo.

—Después de haberte casi asesinado, ¿piensas que voy a creer que estás en mi casa porque necesitas ayuda con los estudios?

Su voz sonaba cada vez más pujante. Sin darse cuenta ella había estado retrocediendo conforme él avanzaba hacia ella.

—Necesito su ayuda.

—Mi hijo es inteligente, yo lo sé. Algún día tendrá el privilegio de manejar mis empresas —la miró con gracia —. La gente pobre solo busca eso en la vida, ¿no?

—¿Qué?

—Hablo de aprovecharse.

Ante su silencio, el hombre prosiguió:

—Eres joven, Violet. Apenas una estudiante de tercer año. Una joven pobre y sin muchos sueños como tú busca a alguien como Zack: un niño rico, pero con autoestima baja. El plan perfecto para tener la vida perfecta —sonrió de lado —. "Y, esperen. Su padre estuvo a punto de asesinarme, por lo que podré demandarlos y sacar mucho dinero de allí, dada mi condición de estudiante de intercambio", ¿no es así?

Su forma de hablar como si contase una historia, le aterraba.

—Señor, yo jamás pensé en demandarlo —dijo con la voz en un hilo —. Es más, pienso que la culpa del choque fue casi en su totalidad mía.

—Puras calumnias.

—Y no estudio con Zack por su dinero. Incluso, fue mi tercera opción como tutor.

James Prawel entrecerró los ojos sin creerle ni una palabra.

—Será mejor que salgas de mi casa.

—Lo haré.

Estaba furiosa, pero no dijo nada hasta que abrió la puerta. Desde allí le dijo:

—Agradezca que no decido demandarlo por esta actitud, señor Prawel.

Él comenzó a reír.

—¿Qué clase de amenaza es esa, niñita?

—Una muy seria, señor —contestó con seguridad —. Lo haría y tengo las agallas para hacerlo. Usted no debería tratar de esa manera a una menor de edad y le consta.

—¿Vas a demandarme? —preguntó alzando el mentón con superioridad.

—Lo haría, pero no lo hago solo para no dañar la imagen de Zack. Él me importa mucho más que usted.

Cerró la puerta antes de escuchar cualquier sílaba que saliese de sus labios. Sin poder creerlo aún, caminó despistada hacia el ascensor, donde esperó su llegada rogando que al señor Prawel no se le ocurriese seguirla.

—Por Dios. ¿Por qué no pudiste mantener esa boca cerrada? —se preguntó a sí misma, ya dentro de aquel cubículo lleno de espejos. Comenzó a sentir claustrofobia ante la incertidumbre. ¿Y si él le contaba otra historia a su hijo?

-xxx-

Susan Prawel tomó asiento en el escritorio frente a su abogado, Wladimir Fury.

—Bien, Sue, ¿segura que tu marido no sabe que estás acá?

—No lo sabe. No tiene porqué saberlo.

—¿Alguien sabe que estás acá?

Susan estudió su mirada picarona.

—Sí. Mi actual pareja.

El abogado mostró decepción.

—Bueno, Susan —aclaró la garganta —. ¿Estás viviendo con él en definitiva o no?

—No. A veces me quedo en su departamento y otras veces en el mío.

Recordó que ahora Max estaba cesante. Cuánto deseaba que hubiese estado trabajando en otra empresa y no para su marido, para así evitar todos los problemas que acarreaba no tener un trabajo estable.

—¿Por qué no te quedas solo en un lugar? —interrogó mientras escribía sus respuestas en una agenda.

—Porque quiero pasar tiempo con mi hijo también.

Wladimir detuvo su escritura.

—¿Puedes darme el nombre y fecha de cumpleaños de tu hijo?

—Zack James Prawel —le dio urticaria decir su segundo nombre —. Y tiene casi diecisiete.

—¿Fecha exacta?

Susan alzó la mirada a las lámparas luminosas del techo, innecesariamente prendidas cuando todavía no era ni de noche afuera. Estaban en un onceavo piso, y la vista a la ciudad era espectacular.

—Hum... —se mordió su labio inferior, pintando con un labial oscuro —. 11 de julio de 1996.

—11 de julio... —comenzó a repetir el hombre.

—¡12! —corrigió, alarmada ante la equivocación —. Lo siento. Tantas cosas que memorizar, ya sabes.

Pareció fastidiarlo. Pegó un rallón y siguió escribiendo.

—¿No intentaste tener más hijos?

La mujer casi se ríe.

—Tengo algunos problemas para concebir hijos —desdibujó una sonrisa torcida —. Además, uno solo ya da mucho trabajo. Ni te explico lo maldadoso que era Zack de pequeño.

—¿Lo sigue siendo? —preguntó a modo de broma.

La señora Prawel respiró hondo, negando con su cabeza.

—No. Ya maduró. Luce como todo un hombre ahora. Es como su padre.

Wladimir intentó esconder su sonrisa burlona. Conoció a James Prawel cuando ambos iban en la universidad. Detestaba a ese hombre, en especial cuando se casó con Susan. Ella era una mujer grandiosa, sensual en la parte física y con un humor tan negro como el suyo. La adoraba, quizás todavía, pero ya había asumido que había perdido la batalla. Sin embargo, aun sabiendo que no ganaría nada de ese divorcio, quería ver a James Prawel destruido.

—Creí que odiabas a James. ¿Por qué lo comparas con tu hijo?

Susan se cruzó de brazos, inclinándose en ese asiento. Se veía muy guapa con esos vestidos cortos y apretados, luciendo sus piernas largas y bronceadas.

—Si puedo rescatar algo bueno de James, es que sabe manejarse en lo que se dedica. Es un hombre poderoso y con opinión. Astuto —alzó una de sus tupidas cejas —. Siempre sabe salirse con la suya, por eso te contraté.

Wladimir tragó saliva con dificultad.

—Y Zack tiene esa esencia de él. Te aseguro que sé que mi hijo triunfará en lo que sea que haga. Después de todo, es el mejor alumno de su promoción. Siempre lo ha sido.

Tomó el vaso de agua purificada que se encontraba frente a ella. Bebió sin apartar sus intimidantes ojos de él.

—Ah, es un muchacho listo —dijo él. Aunque no quería, no pudo evitar hablar desde la herida. Él nunca se casó ni tuvo hijos. Era difícil aceptar que el hombre que odiaba tuvo un hijo con la mujer que amó alguna vez y que podría seguir deseando.

—¿Zack? Sí. Deberías conocerlo, te sorprendería.

—Hum. ¿Y tiene novias? —tosió, sonrojado —. Digo, James era todo un casanova cuando joven.

No logró enfurecer a Susan, como buscaba. Al contrario, ella sonrió de lado.

—No, pero estoy segura de que lo hará. Tiene ese aire de misterio que Jamie también tenía.

Wladimir alzó una ceja.

—¿Estás segura de que quieres divorciarte?

En ese instante, ella se indignó.

—Por supuesto. James dejó de ser ese hombre dulce y carismático hace mucho tiempo. Ahora es un trabajólico, patán y ebrio de pacotilla.

Se llevó el dedo índice a la sien derecha, sintiendo un leve dolor de cabeza.

—Ese hombre me agota más de lo que puedes imaginar.

—¿Y cómo se está tomando tu hijo este tema?

Susan cerró sus ojos.

—No lo sé. No hemos tenido tiempo para platicarlo.

Fury estudió a la mujer detenidamente por unos segundos, mientras se mordía la uña de su dedo índice. El despacho estaba cálido por la calefacción, pero sus mentes se mantenían frías. Era un tema serio.

—¿Cómo está la relación con Zack?

—Él es un chico de lo más misterioso, ¿sabes? No habla conmigo nunca.

El abogado se inclinó hacia adelante, conectando su mirada con la de la mujer.

—Susan, si quieres ganar este caso, deberás probarle a la fiscalía que eres una buena madre y puedes cuidar de Zack.

—Pero sí lo soy.

Él negó con la cabeza lentamente.

—Si lo niega, la custodia la tendrá su padre.

La señora Prawel casi se levanta de la silla por la indignación.

—¡¿Con James?! Zack y su padre ni se soportan, Wladimir. Apenas se hablan el uno al otro —tragó saliva con dificultad —. Estoy segura de que querrá quedarse conmigo. No estaremos peleando todo el tiempo y yo estoy formando una nueva familia, bien constituida.

—No lo sé, Sue. No es tan fácil. Además, me dijiste que tu nuevo hombre no tiene un trabajo estable y tampoco te has casado con él. No viven juntos. Todo eso la justicia lo puede tomar como que no hay una buena convivencia, ni estabilidad emocional dentro de tu familia.

Los ojos oscuros de la mujer se movían en todas las direcciones, pensando en un futuro que no le convendría.

—Susan, aún estás a tiempo para revertir este asunto.

Ella se pasó una mano temblorosa por la cara. Sentía sus mejillas arder.

—Es imposible que le den la custodia a James. Sería un golpe duro para mí y para Zack. Puedes no creerme, pero James no le presta atención jamás y a mí menos. Lo único que hace es pensar en sus estúpidos negocios.

—Créeme, al momento de presentar las pruebas, la fiscalía decidirá lo que mejor lo convenza, y eso incluye la versión de Zack.

—Pero si es menor de edad.

Wladimir alzó sus manos.

—La ley australiana le permite a su edad hacer este tipo de fallos, a pesar de no tener la mayoría de edad.

Susan cerró sus ojos un momento, apretándolos. No podía dejar ganar el caso a James. Ese sería el inicio de la construcción de su lecho de muerte.

—Bien. Entonces, ¿qué propones que haga?

Fury sonrió de lado.

—Aprovechar este tiempo y hazle ver a Zack de que vivir contigo es mejor que vivir con James. De que puede ser feliz con esta nueva oportunidad que le das. Convéncelo.

—Suena como si estuviese comprando a mi hijo.

—Técnicamente, lo estás haciendo. Y James también. Sé que suena abrupto, pero es lo que veo.

Revisó sus hojas, leyéndolas rápidamente de arriba abajo.

—Tu marido ya tiene la ventaja de tener en sus manos la propiedad en la que actualmente viven. Él usará ese argumento con la excusa de que Zack vive ahí desde que era un crío y, por esa razón, es mejor que se quede en ese espacio tras el divorcio para no alterar su vida.

La mujer volcó los ojos.

—Te lo dije, Wladimir... James es astuto.

El hombre cerró su carpeta de golpe.

—De todos modos, Susan, esa es tu última carta.

Se miraron por un breve silencio, antes de que Wladimir Fury completara su frase:

—Demuéstrales a los jueces que tú eres la madre de Zack y saldrás victoriosa del caso.

-xxx-

—Así que te fuiste a meter a Southern Cross de nuevo —Russell se llevó el cigarro a la boca, divertido —. Vaya, hermanito, tienes agallas.

Sean estaba sentado frente a él desde hace unos quince minutos. Le había contado su venganza mientras él fumaba un cigarro tras otro. Quería decirle que dejase de fumar, pues el tabaco le estaba poniendo los dientes muy amarillos, el aliento muy malo y la cara se le llenaba de espinillas. Había contado dieciocho solo en su cara durante todo ese tiempo.

—¿Por qué lo hiciste? —le preguntó.

—Debía hacerlo. ¿No era nuestro trabajo arruinarle la vida a Prawel?

—Sí, pero no tanto —comenzó a reír —. Te teñiste el cabello y te hiciste llamar Sam con tal de pasar inadvertido. ¡Estás loco!

Estaban a solas en su escondite en los suburbios, con la menor cantidad de lámparas encendidas.

—¿Papá te apoyó en esto?

—Me tiene miedo. Hará lo que le diga con tal de que lo dejemos tranquilo.

—Hablé con él hace dos días para que me depositara dinero y no me mencionó nada de esto. Lo que si me contó fue sobre la madre de Zack. Contrató a Wladimir Fury para su caso, mientras que James Prawel contrató a un tal abogado turco.

—¿Murat?

—Ese mismo. Dicen que ese demente puede sacar hasta a Hitler de la cárcel.

Sean comenzó a reír por lo estúpido que sonaba eso.

—Wladimir Fury también es un buen abogado. Ayudó a papá a salir impune del caso de evasión de impuestos, ¿recuerdas?

Russell volcó los ojos, fumando otro poco más.

—Sí, pero el idiota no logró que me dejaran libre por el tráfico de armas, ¿recuerdas? No es tan bueno como dicen. Seguro Zack se queda con su padre.

Hizo una pausa.

—Va a ser un caso de lo más emblemático —concluyó Russell —. Y el más perjudicado va a ser Prawel hijo.

Sean sacó la lengua, insinuando al asco.

—Por mí, Zack Prawel se puede ir a la mierda. Es un llorón que no sabe vivir la vida como un hombre —se levantó a servirse un vaso de vodka —. Su mismo padre decía que la vida es como la ley de la jungla: El más fuerte es quien gana.

—No le pidas razonamiento a Prawel. Se ha creído especial desde que tengo memoria, pero no es más que basura para todo el mundo. Es una de esas personas que terminas olvidando con facilidad. No hay nada nuevo en él, nada interesante. Se ha escondido detrás de las faldas de su madre toda la vida. No sabe resolver sus problemas.

Sean le sirvió un vaso a su hermano. Juntaron las copas en el aire y éstas brillaron al momento del agudo choque. Con sonrisas burlonas, lo bebieron al seco sin respirar.

—Y, ¿qué propones, Rus?

—¿Sobre...?

—Zack. Quiero darle fin de una vez por todas.

Russell apagó su cigarro contra la mesa de vidrio, sin quitarle los ojos de encima.

—¿No estarás pensando...?

—Sí. Quiero acabar con su vida. Y después de él sigue nuestro maldito padre.

Se levantó y caminó al espejo descuidado que se encontraba contra la pared. Admiró su masculina figura y apretó los músculos de sus brazos. Se sentía mejor que nunca.

—Zack morirá y no por un suicidio.

—Sean, te pillarán.

—Lo haré ver como un accidente.

Russell sonrió de lado.

—Entiendo tu odio, pero...

—Estoy cansado de que sea un niñito perfecto, Rus. Por años nuestro papá lo mimó a él como si fuese su propio hijo. A nosotros nos golpeaba y solamente se nos acercaba para hablar de negocios. Desde que mamá murió, se ha enfrascado en ignorarnos, especialmente a mí. Sabes que él me considera totalmente culpable de la muerte de nuestra madre, aunque no lo diga en voz alta. Luego, se enojó contigo por la pena de cárcel y terminó desligándose de todo para que la gente no lo asociara con nuestros sucios nombres —se arrodilló frente a él, buscando comprensión —. Él nos metió en estos caminos. Lo sabes, ¿verdad?

—Claro que sí, pero no puedes decidir asesinar a Prawel solo porque era "el niñito perfecto" —se mordió el labio inferior —. Además, no somos niños ya, Sean.

Sean sonrió de lado, incorporándose.

—Exacto, Rus. Resolveré esto en las calles como adultos —tomó su mochila, dispuesto a partir —. Y luego me encargaré de nuestro padre. Lo haré sangrar como a un cerdo.

—No me metas en tus planes malvados, ¿sí? —Russell comenzó a reír, encendiendo otro cigarro. Tal vez pensaba que Sean no era capaz de hacer nada, porque era tan solo un chiquillo de diecisiete años siguiendo los pasos de la mafia. Sin embargo, no reparó en la forma en que cerró la puerta del escondite, fuerte y claro. Aclaraba muchas dudas.

-xxx-

—¡Buenos días!

La mujer abrió las puertas de par en par. Zack saltó en la cama.

—¿M-mamá?

—Vamos, levántate. Hoy tomaremos desayuno como familia.

Creía estar teniendo una pesadilla. No existían los desayunos en familia y mucho menos su madre se levantaba con ese ánimo.

Revisó la hora en su despertador.

—Todavía me quedaban diez minutos para dormir.

—Entonces llegarás diez minutos antes a la escuela —le quitó las sábanas, reparando que solo dormía con una camiseta blanca y unos shorts celestes viejos —. Vaya, voy a tener que comprarte un pijama.

—No es necesario —murmuró el chico, buscando algún suéter con el que cubrirse.

—Venga, levántate.

Zack volcó los ojos, dirigiéndose hacia su armario y descolgando el uniforme, planchado y perfumado. Escuchaba los tacos golpeando el piso de madera cada vez que se movía de un lado a otro de la habitación.

—Ducha corta, que el tiempo no lo regalan.

Zack frunció el ceño, mientras la veía abriendo las ventanas para que entrase aire fresco, como si quisiese liberar la casa de espíritus.

—¿Estás segura de que te encuentras bien?

Por fin se detuvo y lo observó de pies a cabeza.

—Claro que sí, mi niño, como siempre.

Zack arqueó una ceja, sin creer palabra alguna.

—De verdad —insistió ella.

La mujer se acercó y besó su frente con exagerado cariño.

—Dúchate y ven a desayunar.

Asintió, inexpresivo, entrando a su baño personal y cerrando la puerta con cerrojo tras de sí. Susan lanzó un suspiro de alivio y corrió al comedor, donde se encontraba su marido, tomando café mañanero y leyendo el periódico, como siempre.

—En la sección de negocios apareció que nuestros ingresos aumentaron un 6.6% —anunció.

La señora se sirvió una taza de té.

—¿Y a mí eso qué me importa?

James Prawel bajó el diario y alzó la vista.

—¿Me crees tarado, Susan?

Ella bajó la taza y negó con la cabeza, inocente.

—Para nada, ¿por qué?

—Escuché tus palabritas con nuestro hijo —frunció el ceño y le clavó la mirada —. ¿Crees que yo nací ayer? ¿Que no me doy cuenta?

Susan Prawel enmudeció. Por el contrario, él sonrió.

—He estado casado contigo por veinte años —tomó un pan tostado y comenzó a esparcir la mermelada de mora encima de este —. Te conozco como la palma de mi mano, ¿sabes por qué? Porque estoy entrenado mentalmente para entender a las personas y el cómo funcionan las cosas en esta vida.

Ante su confusión, él agregó:

—Por eso me va tan bien en lo que hago.

—Si conoces tan bien a las personas, ¿por qué has dejado que esta familia se hunda como el Titanic? ¿O es que ocupas tus conocimientos para tus porcentajes estúpidos solamente?

James frunció los labios, molesto.

—Sé que contraste a Fury para tu caso. Y sé cómo trabaja él y sé cuán fácil es manipularte a ti. Con tal de conseguir lo que quieres, eres capaz de jugar con las emociones de un adolescente.

Ella lo destruyó con la mirada, pero no reprochó.

—¿Cómo eres capaz de tratar así a Zack de un día para otro? ¿No piensas que lo confundes? ¿Lo dañas? ¡Qué te va a importar a ti! Loca de patio.

Susan separó los labios, pero fue incapaz de emitir algún sonido.

—Ni siquiera dormiste aquí las últimas noches. No hablas con él, no lo llamas, no asistes a sus reuniones de apoderado. Y ahora, llegas y comienzas a abrir cortinas y a cantar canciones de Disney con tal de ganarte su afecto... ¡Vaya clase de persona que eres!

—Ja. ¿Y tú te crees muy divino acaso? "El padre del año". Porque para hablar mal de otras personas, tú eres un experto, pero de ti ¡ni hablar! Eres igual de culpable en lo quebrada que esta esta relación, ¿o es que te crees el superhéroe?

—No, pero al menos no estoy sobreactuando —le dio un mordisco a su pan —. Sigo siendo yo y así va a ser, me cueste lo que cueste.

—Ah, o sea, ¿no te importa quedarte con la custodia de tu hijo?

—Me gustaría, sí —alzó ambas cejas —. Pero los fiscales no son idiotas, Susan. Ellos harán un estudio, interrogarán a Zack. En un mes no podrás cambiar el daño que le hiciste por años.

—Que le hicimos —corrigió.

Él terminó de masticar.

—No soy yo el que está actuando, ya te lo dije.

Zack apareció desde el pasillo, con el uniforme ya puesto y secándose el cabello con una toalla blanca. Pequeñas gotitas caían desde su cabeza a sus hombros o directamente al piso.

—¿Pasa algo?

Sabía qué sucedía. No era la primera vez que los escuchaba discutir. Ya se estaba volviendo tan común que a veces ya ni le importaba saber sobre qué discutían.

—Nada hijo, solo come —dijo su padre, apuntándole el asiento de enfrente.

Susan no pudo contenerse.

—Actor de segunda clase —le llamó entre dientes.

Zack se limitó a mirarlos. No pudo moverse.

—Siéntate —le ordenó su padre, más autoritario.

Entonces, recordó la forma en que trató a Violet y el apetito se le esfumó.

—Mejor ya me voy. Tengo examen de francés.

—Pero...

El muchacho corrió por el pasillo para lavarse los dientes y partir. James apretó los puños.

—Bien hecho, Susan. Ya lo espantaste... otra vez.

Ella tomó las llaves del auto y salió de casa sin mirar atrás. Muy pronto, su hijo la seguiría, ansiando que su padre le desease suerte en el examen. Sin embargo, cuando pasó por el comedor otra vez, lo vio tan concentrado en las noticias impresas que supo de inmediato que se le había olvidado el numerito de hace poco.

-xxx-

El despertador comenzó a sonar como un sorpresivo trueno en medio de una tormenta. Deslizando su brazo fuera de las cálidas y suaves sábanas, alcanzó el reloj y le pegó un puñetazo para que dejase de sonar. Aquel era el día. Se enteraría sobre qué puntaje había sacado en la prueba de física y también debía sacar 100/100 en la evaluación de francés. Gruñó bajo el edredón porque no estaba lista.

El día anterior por la noche su abuelo había llamado. Empezó la conversación contando que había ido a la biblioteca que quedaba cerca de casa, la cual habían remodelado después de que se inundara con esa inusual y larga tormenta de febrero. Violet reía, recordando que no había pisado esa biblioteca seguramente desde que tenía unos once años, posiblemente por el temor a que la recordaran entre las personas como la chica que nunca devolvió "El diario de Ana Frank". De ser así, tendría que pagar una multa de cuatro dólares y su cara aparecería en las puertas de entrada con un cartel que dijese "se prohíben ladrones de libros". No había sido su intención robarlo. Solo se le perdió.

Se sentó sobre la cama con el teléfono arrimado a su oreja derecha, prestando atención a cómo había estado su día. Debido al avance del Parkinson, su voz ahora también sonaba temblorosa. Le costaba concentrarse y a veces soltaba una risa media tímida, avergonzado de tener una lengua traposa. Por fortuna, Violet se tomaba aquello como algo normal. No hacía comentarios ni le preguntaba dos o más veces lo que había dicho. Intentaba a toda costa que su Boppa se sintiese bien consigo mismo, a pesar de la distancia. Si él había estado allí para ella, ella debía estarlo para él.

—Hoy estaba sentado en el columpio y me acordé de ti. ¿Cómo te ha ido en ese país tan extraño en el que te encuentras? ¿Te tratan bien?

Violet soltó una risa y se miró los calcetines, una talla más grande que la suya, pero que abrigaban bastante en invierno.

—Está helando mucho aquí, abuelo. A veces estoy diez minutos en la calle y ya se me congelan todos los dedos de las manos.

Él comenzó a reír con ganas y ella se alegró de escucharlo feliz.

—¡Vieras cómo se han puesto de verdes los árboles este año! Nunca había visto un color verde tan fuerte como ahora —inspiró, con una sonrisa de oreja a oreja —. Creo que puedo sentir a tu abuela entre nosotros otra vez.

El árbol de la casa siempre fue de hojas grandes, pero desteñidas. Que su abuelo le dijese que ahora estaba verde y frondoso era realmente un milagro. La ponía tan celosa que allá la primavera estaba dando espacio a un verano caluroso y florido, mientras que allí se estaban sumiendo en un invierno solitario y oscuro.

—¿En serio?

—¡En serio! ¡Puede ser una señal!

—Totalmente —coincidió ella, somnolienta —. Ay, Boppa, qué daría por tener un árbol similar aquí o al menos un columpio. Pero en los parques, o están ocupados por pequeñajos o están en malas condiciones.

Huir de los problemas gracias a la naturaleza era lo más encantador y tranquilo que se le había ocurrido jamás a su abuelo. Construir ese columpio fue la mejor idea que podría haber tenido en mil años.

—Pronto tendrás la oportunidad —pareció que el teléfono tembló en su mano por culpa del Parkinson —. Este... y pronto volverás. Ahí podrás columpiarte todo el día si quieres. Ya sabe cuánto me agrada que vengas a visitarme.

Violet miró más allá de la ventana y se quedó pensando en aquellas palabras. Sonaba como si su abuelo todavía no aceptaba el hecho de que debía obligatoriamente irse a vivir con sus padres o en un asilo, pues ya no podía hacer muchas cosas por culpa de su enfermedad.

—Claro que sí, abuelo...

—Bueno, colgaré ya, es tarde. Espero que te vaya excelente en aquella prueba de la que me contaste.

Violet agradeció de corazón esas buenas vibras.

—Sé que inteligencia no te falta, pequeña —completó él —. Tus padres te mandan muchos besos a larga distancia también. Buenas noches.

Violet no podía quitar esa mirada entre nostalgia y felicidad.

—Buenas noches, Boppa —dijo en voz baja, dejando caer el teléfono suavemente, colgando. Suspiró con profundidad y se fue a dormir casi de inmediato.

Conseguir 100/100 era difícil, sin duda, pero debía confiar en las palabras de Zack y ahora en las de su abuelo. Si ellos creían que era capaz de lograrlo, ¿por qué ella no?

Así fue como se despertó a duras penas como cada mañana. Se dio una ducha corta, pero reponedora. Tomó desayuno saltando en un pie para lograr ponerse los zapatos de colegio mientras Liam la admiraba, divertido. Después se maquilló naturalmente y se armó las trenzas con facilidad ante la práctica. Sonrió ante su reflejo, algo que antes le costaba demasiado hacer.

—Este es tu gran día, Violet. Nada lo arruinará y conseguirás todo.

Se inclinó hacia adelante y besó el espejo.

—¿Qué estás haciendo?

Se lanzó hacia atrás y se pegó contra la pared.

—¡Ay! —sus ojos dieron a parar a la señora Sanders que yacía sorprendida en el marco de la puerta —. Nada, tía.

Comenzó a sobarse la nuca y salió de allí lo antes posible, totalmente avergonzada.

—¡Suerte en tu examen! —escuchó que le gritaban, pero ella no quiso mirar atrás.

—Dios santo, ¡qué bochorno! —habló por lo bajo saliendo en dirección a la calle. El sol salía tras las colinas anunciando un bello día, quizá no tan frío como los anteriores. Eso le hizo sentir una gota de esperanza en su interior. Repitió en su cabeza cuantas veces le fue posible que todo iba a salir bien.

Se fue fijando en las personas, todas distintas e interesantes. Transitaban apresuradas por la avenida, casi todas en sentido contrario a ella porque se dirigían hacia la zona empresarial, la zona que le daba trabajo a los obreros.

Zack Prawel salió del edificio con el rostro endurecido como piedra. No le habría dirigido ni la mirada ni la palabra a su padre. No le había gustado el tono con el que le había hablado a Violet el día anterior ni las preguntas estúpidas que hizo sobre la mesa. Tampoco le había gustado la atípica forma en la que su adre se había dirigido a él esa mañana.

Esperó en el cruce de la gran avenida y suspiró con frustración. No podía creer que su vida pareciese empeorar día a día en vez de mejorar. Era verdad que había tenido días peores, se decía a sí mismo, pero aun así todo le resultaba muy deprimente.

Cruzó la calle cuando le dio la verde mirándose los zapatos. Había salido tan apresurado que había olvidado lustrarlos y una mancha de polvo se veía claramente en las puntas, como solían verse los zapatos de Violet.

—Zack Prawel.

Sus piernas se detuvieron. Aquella voz entró hacia su cabeza y le sacudió el cuerpo entero. Con temor, alzó la mirada lentamente hacia el joven que se encontraba frente a él.

—Sean.

—Nos volvemos a encontrar.

Zack los observó durante unos instantes, pues no venía solo. Sean se encontraba frente a él, con las manos metidas en los bolsillos de sus viejos vaqueros, con la espalda erguida, mentón en alto. Al moreno le pareció percibir un fugaz atisbo de abatimiento en el semblante de Zack. Lo pilló mirándolo con temor y sonrió rápidamente, como si le encantara intimidar a las personas.

Dio un paso al frente y Zack inmediatamente dio uno hacia atrás.

—¿Qué es lo que quieren? —balbuceó en un tono de voz agudo que los hizo reír.

—Quería preguntarte si disfrutaste el regalo que les hice ayer. Al parecer la escuela lo disfrutó bastante.

Zack parpadeó, lo que enfureció a Sean.

—¿No te sorprende?

—No puedes estar aquí —miró a su alrededor esperando ver a un policía —. Está prohibido. Tienes una orden de alejamiento. Yo...

—Nadie lo sabe, Prawel —sonrió de lado —. Y, ahora, contéstame. ¿Por qué no te sorprende?

—Porque era obvio que eras tú. ¿Crees que soy idiota? —le dijo, prepotente.

—Eh, no me alces el tono —se acercó, intimidante y con su dedo índice comenzó a golpearlo en su frente. Sus amigos reían —. Ese fue un regalo para que tu vida siguiese siendo una mierda, como debe ser.

—¿Qué?

—¿Creíste que porque me expulsaron me iba a dar por vencido? —se dio vuelta a mirar a sus amigos, que se reían y cruzaban de brazos, como dos guardaespaldas —. Pues, creíste mal.

—¿Por qué no superas de una vez esta rivalidad que has creado entre nosotros, Sean?

—No —alzó las cejas —. Te odio demasiado todavía como para dejarte ir.

Nunca había sido golpeado de la manera que Sean lo hacía con él. A lo más recordaba esas típicas peleas con los brabucones más grandes durante la escuela media, donde todos se peleaban en grupo por una pelota o por una de las mesas del casino. Cuando entró a la secundaria, por un lado, estaba preocupado y, por otro, un pelín aliviado por el mero hecho de tener que empezar todo de nuevo, de poder conocer gente nueva y vivir pacíficamente sus últimos años de escuela.

Se equivocó.

Pensó mucho en Sean y lamentó que las cosas hubiesen terminado mal entre ellos. Se conocían de niños y, a pesar de jamás haberse llevado bien, nunca pensó que se odiarían a muerte y solucionarían las cosas a gritos y golpes. Sean nunca le explicó qué odiaba de él ni quiso sentarse a platicar. Resolver las cosas peleando hablaba de una reacción muy impulsiva y fuera de lugar de su parte. Además de cobarde, pues eran tres contra uno en ese momento.

El primer día que Sean lo golpeó no lo olvidaría nunca. Zack se había negado a pasarle un ensayo de literatura, por lo que se lo llevó al baño de chicos y cerró con pestillo, dejándolos a ambos a solas allí dentro. Empezó a golpearlo hasta romperle el labio y causarle hematomas en distintas zonas de su cuerpo, tales como las costillas o los muslos. Zack, a duras penas, se arrastró por el húmedo piso hasta encerrarse en un cubículo. Era como una guerra, cuando los soldados se arrastraban en el lodo rumbo a las trincheras, esperando no tener la mala suerte de ser atacados y morir. Gritaba con todas sus fuerzas esperando que alguien viniese a socorrerlo, pero nadie lo hizo. Solo tenía catorce años y jamás le habían golpeado de esa forma. Nadie; nunca.

—¡Eres un cobarde! Sal y pelea como hombre —le había gritado, dándole patadas a la puerta.

Zack se había sentado sobre el retrete. Tocaba las paredes buscando refugio, asustado ante las patadas y golpes que Sean daba contra la puerta, que retumbaban con un ritmo constante y ensordecedor. El chico lloraba. Le pedía a Dios que parase. Quería salir de allí.

—Bien, tú te lo buscaste.

En medio de lágrimas y sangre, Zack alzó la vista cuando sintió que se bajaba la hebilla del pantalón. Tembloroso, se fijó en el suelo y vio la orina de Sean escurrirse por debajo de la puerta en dirección a él.

—Cuando salgas te verás obligado a pisar mi orina, bastardo.

Una mueca de asco se formó en su rostro. Sintió una opresión en el pecho y náuseas. Nunca había sido humillado de esa manera y tampoco sabía cómo responder ante esa situación tan chocante para él.

—Y recuerda, Prawel: Nunca fuimos amigos.

Cuando lo oyó salir por la puerta y cerrarla de golpe comenzó a llorar con más fuerza. Se abrazó a sí mismo, sintiendo sus vertebras temblar al igual que su labio inferior. Tenía frío, miedo y sentía una soledad inmensa. Nadie estaba allí para ayudarlo, escucharlo, ni animarlo.

Todo eso se fue juntando por años, más los problemas que vivía en casa y que nadie conocía entonces. Eso lo llevó a decidir atentar contra su vida aquel verano que se le hacía difícil olvidar.

Un sabor amargo comenzó a sentirse en la boca de Zack ante aquel horrible recuerdo. Volvió a retroceder, preguntándose si correr le serviría de algo.

—¿En qué topamos, Zack?

—Déjame tranquilo, por favor.

—¡Miren! Me pide por favor.

Sus amigos rieron a carcajadas, intimidando más a Zack. Mientras se burlaban de aquello, Zack aprovechó de mirar a su alrededor, esperando que alguien estuviese cerca para pedir ayuda. Irónicamente, tuvo la sensación de que todas las personas se habían alejado o estarían demasiado ocupadas como para siquiera levantar la vista de las pantallas de sus celulares.

—¿Me estás pidiendo "por favor"? —le preguntó con cierta sorna, atrayendo su mirada

—Sí —repitió Zack, alzando su rostro hacia él con fingida seguridad —. Por favor, déjame ir a la escuela a rendir mi examen. Solo te pido eso. Tienes todos los otros días del año para vengarte, pero te pido que hoy no. No estoy de humor para lidiar con problemas.

Sean parpadeó y sus compañeros enmudecieron. Los ojos de Zack se habían cristalizado.

—Por favor, te lo pido. Hoy no.

El silencio le dio cierta esperanza. Pensó que lo convencería y que todo se transformaría en una despedida sin rencores ni remordimientos. Pero cuando Sean comenzó a reírse, supo que el bruto no le entendería, aunque se pusiese de rodillas. Se reía y los otros dos lo siguieron como si estuviesen programados para hacer lo mismo que él hiciera.

Lanzó un suspiro derrotista.

—Eres bueno actuando, Prawel —sin hacer preguntas, lo agarró con brusquedad de la camisa —. Está bien, te dejaré tranquilo después de una última vez.

—¡Pero yo no quiero una última vez!

—¡Eso no te lo pregunté!

Entonces le llegó un primer combo en el rostro. Como peso muerto, sus piernas dejaron de sostener su cuerpo, obligándolo a inclinarse hacia atrás. Su corazón dio un vuelco, y un instante después lo siguió el resto de sus extremidades, como en un mal sueño que siempre se repite. Tal vez pegó un grito y luego, su cabeza dio a parar contra las frías baldosas. Se escuchó un golpe y luego un gemido. No pudo abrir sus ojos.

—No te quejes como niña, Prawel.

Entre quejidos, oyó cómo lo rodeaban. El dolor era tan punzante que no podía ni abrir los ojos.

—Estúpido —escuchó que uno de los otros lo insultaba.

Le llegó un puntapié y luego otro. Sentía como si sus costillas se estuviesen partiendo por la mitad. No sabía si gritaba o no. El tormento era agudo. No podía respirar ni moverse. Quería gritar por ayuda, detener el calvario.

Las patadas le caían encima como lluvia de meteoros. Escuchaba las risas y los insultos, nadie se detenía. Querías decirle que se detuvieran, pero le distraía el dolor punzante de las piernas y las costillas. Su rostro pasó de estar rojo a azul en pocos minutos, intentando aguantar.

—¡Ayuda! —exclamó, aunque no sabía si realmente lo había dicho en voz alta.

Su cuerpo se tensaba y arqueaba ante el impacto y la angustia. Su garganta ardía ante los gritos que le arrancaban el alma.

Entonces, uno de ellos se detuvo, totalmente perturbado ante los gritos desgarradores del muchacho. Sus manos temblaron y sus ojos se empañaron. Se fijó en la cara de Zack, fría y temblante. Su rostro de desesperación y trauma ante los bofetones y puntapiés lo descolocó completamente.

—No te detengas —le dijo el otro de sus amigos, que seguía tan o más concentrado que Sean.

Sin embargo, aquel muchacho no pudo volver a acercarse.

—No...

Zack volvió a arquear su espalda escupiendo sangre caliente por la boca. Sus mejillas se tiñeron de rojo y la lengua le sabía a hierro. Se estaba yendo.

El chico no pudo más y echó a correr, llamando la atención de dos ancianas que paseaban. Ambas mujeres captaron la escena y, despavoridas, se aferraron a sus carteras y echaron a correr detrás del chico.

—¡No! —Zack intentó arrastrarse, pero Sean lo agarró de una pierna y lo arrastró por la calle. Aguantó el dolor y cerró los ojos ante las manchas de sangre que se encontraban esparcidas por la vereda. No quería creer que fuese tan grave.

—Por favor... —intentó decir, pero se atragantó con su propio jadeo, sintiendo que el dolor de sus piernas comenzaba a subir en dirección a su pecho.

Sean lo agarró de la camisa y lo levantó sin mayor esfuerzo, enfrentándolo.

—¡Te odio, maldición, te odio!

Su otro amigo también frenó al ver los ojos de Sean inyectados de sangre.

—¡Eres un miserable, Ambrose Glover! ¡Un miserable, te odio!

—¡¿Ambrose?! —el segundo amigo se acobardó.

—¡Sí! —apretó los dientes sin dejar de mirar a Zack —. Te asesinaré. Descuartizaré todo tu cuerpo y lo colgaré en la Plaza Central.

Zack cerró sus ojos y esperó el final.

—¡Hey!

El joven que arrancó primero se había topado con un policía, vestido con la clásica camisa celeste. No tardó en declararse culpable y pedirle ayuda, pues creía que la situación se estaba saliendo de control.

Sean giró su cabeza hacia el hombre uniformado que corría hacia ellos. Con una mano afirmaba con fuerza el arma que mantenía ajustada contra su cinturón, en caso de tener que usarla, y con la otra movía el brazo para hacerle una seña de que ya lo había visto.

—¡Suéltelo! —gritó, pero su voz apenas se escuchó, o al menos Zack lo sintió así.

—Esto debe tener un fin —graznó Sean.

Zack volvió a tocar el piso, aliviado, mas no notó que Sean se giró rápidamente detrás de él y lo empujó con todas sus fuerzas. Dando un traspié, Zack dio tres pasos hacia la avenida.

Alguien gritó con euforia, tal vez el policía. Todo sucedió en cámara lenta. Sintió un torbellino intrínseco, una repentina subida de sus mareas internas, y, justo cuando pensó que se iba a dejar hundir en ellas, se escuchó una bocina estridente. Su débil cuerpo se giró hacia el automóvil negro que ya estaba en su camino. Logró ver un asombro en los ojos del conductor a través del vidrio que reflejaba el propio asombro del muchacho. Oyó gritos ensordecedores, el ruido de las ruedas frenando contra el pavimento, incapaces de detenerse a tiempo. Un hormigueo frío subió por su espina dorsal y sus ojos se agrandaron a su punto máximo ante las luces blanquecinas y cegadoras que se apoderaron completamente de su campo visual. Luego, el impacto.

Sus ojos se cerraron cuando todo se estrelló. El chirrido de las ruedas y el cuerpo golpeando la ventanilla frontal fue todo lo que el policía pudo ver, pálido como un fantasma junto a dos muchachos arrepentidos. Se sintió la explosión de vidrios, fierros y sangre, todo volando por los aires a una velocidad poco creíble.

El joven pasó de largo, rodando por el techo del vehículo y cayendo herido en la calle, detrás del carro que pocos metros más allá logró detenerse, destruido y echando humo. Su cuerpo lesionado quedó mirando hacia el cielo, aunque su rostro quedó ladeado contra el pavimento, extrañamente sereno.

Ya todo se había ido a negro cuando desconocidos se acercaron a socorrerlo o a pecar de curiosos. Ya no oía voces, no veía luces y ninguno de sus sentidos se encontraba vigente.

Sean se dio a la fuga antes de que los testigos se percataran de su presencia.

Y luego... la nada. 

-xxx-

¡Regresé! Hola, tanto tiempo xd. *Arranca antes de que le peguen*. Por cierto, tengo una nueva historia disponible en mi perfil llamada "Insidia", que sigue la historia de un chico danés acusado de lanzar a un compañero desde la ventana de un cuarto piso de una escuela. No les diré más porque eso sería arruinar el drama. ¡Pero los invito a leer! Gracias =)


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