T r e i n t a y c u a t r o

Capítulo 34

—¡No! —comenzó a reír de forma nerviosa —. Ni siquiera recuerdo el apellido de Zack. ¿Power? ¿Parker?

Diana le alzó una ceja.

—Prawel.

—¡Ese mismo!

—Violet.

No le gustaba esa mirada que Diana le daba. Olía a peligro a millas.

—Tengo que coger un taxi —se excusó, metiendo las manos en sus bolsillos y caminando de espaldas.

—¡Oh! Mi padre ya viene en camino. Podría llevarnos...

No le quedó más opción que aceptar ante las insistencias. Después de todo, era sabido que el padre de Diana era un buen hombre. Le gustaba mucho esa personalidad humilde y de hombre bueno que faltaba en la sociedad actual. Era como de esos hombres que, si no se hubiesen casado, hubiesen sido párrocos.

Llegó en un auto gris y no hizo partir el motor hasta que ambas se hubiesen puesto el cinturón de seguridad, lo que, de cierta manera, puso nerviosa a Diana y también a Violet. Creyó que iba a ser un momento incómodo, pero después de unos cuantos minutos de incertidumbre, el padre de Diana por fin comenzó a preguntarle cosas a la nueva amiga de su hija. Se interesó por Estados Unidos, por su amistad, por la escuela e incluso por la política. Era un hombre bastante delgado, cuya camisa le quedaba casi grande. Tenía aspecto amable y Violet deducía por su apariencia que era el tipo de hombre que trabajaba de lunes a viernes y horneaba galletas con sus hijas el fin de semana, aunque realmente no se veía del todo feliz. Su sonrisa tenía algo de nostalgia, lo que le hacía pensar que detrás de las galletitas con chispas de chocolate y las bromas con sus hijas, había un hombre que solo quería echarse en la cama a tomar una siesta, incluso sin estar cansado. Cuando se bajó del auto, lo escuchó decir algo sobre cuidarse y que le fuera bien en los estudios. Nunca se había tomado mensajes como esos tan en serio, incluso cuando sus mismos padres se lo decían diariamente, pero, dadas las últimas vivencias del hombre, asintió con la cabeza y le prometió de corazón que se cuidaría y estudiaría duro, deseándole a él también un buen día, mientras Diana agachaba la cabeza.

-xxx-

James Prawel se había mantenido sentado en frente de las dos portadas de diario toda la tarde. Se afirmaba la cabeza con las manos, se rascaba la nuca y, a veces, se paseaba de un extremo a otro, pensando qué hacer. Tenía miedo de que lo demandasen, pues había mucha gente que quería dañar su imagen y reputación, dado su gran poderío económico que lo mantenía en el pedestal de los más ricos del país y, por ende, lo convertía en uno de los hombres más populares del continente, dado su atractivo físico, su billetera forrada y su actualizado Twitter criticando la política del país o a cualquiera que se atreviese a insultarlo detrás de otro ordenador.

Sin embargo, ninguna de esas cosas que lo habían enorgullecido toda su vida, y que le habían otorgado los bienes que tanto disfrutaba, podían sacarlo del estrés que sentía y que le había provocado una migraña desde hace horas. No cabía en su cabeza lo que había ocurrido con el accidente. Él no era mucho de conducir, pues siempre contaba con choferes privados, mas, cuando lo hacía, era muy atento y cuidadoso. Con todos los años que tenía, jamás en su vida había chocado ni lo habían chocado. Mucho menos atropellado, ni siquiera a un ave o algún perro callejero. No podía creer que aquello le había sucedido a él y que estaba al borde de meterse en graves líos a causa de ello.

Apoyó dos dedos en el puente de su nariz y lo apretó sutilmente, cerrando los ojos, y creyendo que así su dolor de cabeza se esfumaría. Tenía tantos dramas que solucionar, que ya no sabía ni siquiera por cual empezar. Su esposa era uno de ellos; el peor de todos. Susan se había convertido en la mujer de alguien más, aunque siguiesen legalmente casados. Comía, bebía, vivía y respiraba fuera de casa y a veces ni siquiera dormía en ese apartamento, sino en el de ese hombre. Y, aunque lo negase hasta la tumba, en circunstancias sentía celos de ello, además de vergüenza y desilusión.

El piso de los Prawel, por lo general inmaculado y de decoración espartana, rebosaba soledad y ansiedad, las cuales aumentaban con el pasar de los meses y la llegada del invierno. James sabía que él también rara vez estaba en casa, ni siquiera los viernes o sábados por la noche. Entre sus reuniones y el obligatorio horario laboral, se había habituado a pasar cada vez menos tiempo con Susan y su propio hijo. Pero, a la vez, sabía que estaba haciéndolo por el bien de su familia y no por un bien personal. Era una persona trabajadora y emprendedora, además de muy activo. No era capaz de quedarse en casa y ver la televisión por horas, acurrucado en un rincón de su cama. Era de esas personas que se enfermaban de los nervios y le picaban los dedos si se quedaba quieto mucho rato.

Se quedó mirando los periódicos y luego le echó un vistazo a esa residencia que de familiar nada tenía. Más bien tenía esa pinta de apartamento de soltero, sin personalidad y sin encanto alguno, con sus dispendiosos ornatos y sus vistas privilegiadas de la capital. Y, además, era un tanto íngrimo.

Escuchó la puerta abrirse y supo que era su hijo. Dejó lo que hacía momentáneamente para encontrárselo en la puerta. Apenas vio su figura en la sobriedad del lugar, buscó su antebrazo, lo asió y lo llevó a rastras a la sala donde antes estaba, ignorando sus quejas.

—Papá, para —repetía en balbuceos agudos.

Él no dijo nada. Lo obligó a sentarse en una silla frente a él y le mostró la portada del último periódico que se atrevió a hablar sobre él.

—¿Es de tu escuela?

—Sí.

—Mierda.

Se tapó la cara con las manos, como si quisiera arañarla.

—No puede ser.

—¿Qué pasó? ¿Tienes problemas en la compañía por esto?

Negó con la cabeza, pero Zack aun parecía preocupado en su expresión facial. Por un momento, James creyó que era la primera vez que veía a su hijo con unos ojos así, pero después se dio cuenta que realmente nunca les había prestado atención. Estaba interesado en él.

Iba a preguntarle qué tal le había ido en la escuela, pero la inusual llegada de la madre de Zack a casa hizo que todos sus pensamientos se esfumaran y la ira volviese a consumirlo.

—Hola, cielo. ¿Qué tal el trabajo?

El hombre alzó un dedo índice, contando hasta diez.

—No me dirijas la palabra, Susan. Ya tengo el día bastante arruinado como para que tú aumentes mis ganas de tirarme a los rieles del metro.

Ella puso blancos los ojos y se quitó los aros colgantes de oro que llevaba puestos. Se soltó el cabello y este cayó detrás de sus hombros con la delicadeza de una cascada, hasta el comienzo de sus omoplatos. No saludó a nadie más y estaba por irse al cuarto matrimonial cuando se percató de otro periódico sobre la mesa.

—¿Salió otra cosa sobre nosotros?

James ya no hizo esfuerzo por esconderlo. Solo esperó a que llegara a su lado y leyera por sí misma.

—¿Qué es esto?

Lo tomó entre sus huesudas y blancas manos. Sus uñas estaban pintadas de rojo, lo que hacía juego con su vestido, bien pegado a su figura. Supuestamente había ido a jugar póker con sus amigas, pero Zack no le creía nada y, seguramente, James tampoco, pero ya no haría escándalos, pues se había rendido.

—¿Por qué no me contaste que chocaste el auto? ¿Sabes cuánto costará arreglarlo?

Zack frunció el ceño. Eso no era lo importante.

Su esposo le arrebató el diario.

—Ya lo arreglé y lo vendí. Me compraré uno mejor.

—¡Yo adoraba ese auto!

—Ni siquiera lo conduces, Susan. Siempre te lleva Alban en ese auto familiar horrible que tenemos o en el otro —dijo, refiriéndose a la limusina que siempre usaba su madre para trasladarse por la ciudad. Nadie más que ella la usaba. A veces, su padre quería despedir a Alban y vender ese carro, pero su esposa siempre se oponía.

—Era un gran auto, no deberías haberlo vendido. O al menos haberme consultado primero.

Zack volcó los ojos una vez más. No odiaba a su madre, pero a veces la encontraba tan ridícula y materialista que le daban ganas de ser sordo. Ella siempre bromeaba con sus amigas sobre que su hijo no salía con nadie ni traía novias a casa —seguramente porque quería alardear con alguien nuevo de sus posesiones —, pero tras escucharla no le daban ganas de hacer nada. Si algún día llegaba a salir con alguien, quería que esa persona fuese todo lo contrario a su madre.

—Eres muy despistado, James. Mira cómo quedó el auto.

—Por eso lo vendí.

—Sí, pero no tiene sentido que lo hayas dejado así solo por atropellar a alguien. ¿Acaso ibas a gran velocidad o algo?

El rostro de su padre se ensombreció.

—En serio, no quiero oír tus lamentos.

—No fui yo la que atropellé...

—¡Es suficiente! —gritó, dejando a su esposa pálida y minúscula en su lugar —. Llevo una vida entera escuchando quejas sobre mi persona y cuando tengo estas recaídas me gustaría llegar a mi casa y estar en paz. No me gusta llegar y verte a ti la cara de mentirosa y a Zack la cara de resentido, ¡lo odio!

Zack le estudió el rostro a su padre y algo se tensó en su mandíbula. A pesar de que sus palabras le habían dolido, no dijo nada.

—Escucha, James, sé que lo de Maximiliano debería habértelo dicho hace años, pero no fui capaz de hacerlo. Una parte de mí quería vivir y la otra quería seguir teniendo una familia. Sé que suena egoísta e infantil, pero estuve muy sola todo este tiempo, no puedes negarlo.

—¿Puedes por una vez en la vida dejar de pensar en ti, Susan? Cuando te metiste con ese insecto, solo estabas pensando en ti, ¡en nadie más! No me vengas con excusas baratas que ni tu madre te las creería.

—No nombres a mis difuntos padres aquí. No viene al caso —le subió también el volumen de voz —. Intenté hacer que este matrimonio funcionase, pero tú no pusiste ni una cuota de tu parte. Llegabas tarde, te emborrachabas y jamás hiciste nada por mí ni por tu hijo.

Como siempre, ya hablaban como si estuviesen solos en el planeta.

—¿No hice nada ni por ti ni por mi hijo? Entonces, ¿qué crees que hago en la oficina? ¿Jugar póker con mis colegas y acostarme con la secretaria? ¡Tú estás loca!

—Ah, no me vengas con eso de que has cumplido con tu rol en esta familia, James. Ser empresario y ser padre son cosas totalmente distintas y lo sabes.

—Tú fuiste una pésima esposa y madre siempre, Susan —los ojos de ella parpadearon, pero no revelaron nada —. ¿Qué clase de mujer mantiene relaciones sexuales con otro hombre a metros de la habitación de su único hijo?

De repente Zack, quien se había mantenido distante, tuvo la sensación de que le atrapaba un cansancio insoportable. Sintió la extraña necesidad de disculparse sin saber muy bien por qué.

—No quiero que me metan en sus asuntos —reprochó casi sin voz —. Realmente me molesta.

Solo su padre lo miró de refilón. Su madre continuó gritando.

—Tú no eres un buen padre ni esposo tampoco. Me dejaste seca como un cactus e ignoras a Zack siempre.

—Mamá...

—No, Zack, es la verdad —le clavó una mirada despiadada a su marido —. ¡Nos abandonaste!

—Mamá —repitió, queriendo mirarla, pero sus ojos se humedecían. Ella también lo había ignorado recién.

—No —repitió ella —. Esto no es diferente a un abandono. Se olvidó de quiénes somos.

Al hombre casi no le quedaba color en su rostro.

—Por eso estoy hablando con uno de mis abogados, Susan. Vamos a ponerle fin a este drama familiar que creamos —fue efusivo en el "creamos" para que dejase de vociferar.

Surtió efecto, pues el pecho de la mujer se infló como el de una paloma, pero no abrió la boca más que para soltar un «bien», que se quedó deambulando en la oscuridad de la sala, sobre sus cabezas durante al menos unos largos tres minutos.

Luego, su padre soltó otro «bien» que apenas se logró escuchar. La luz de la sala iluminaba la melancolía en sus rostros y el desagrado de tener que convivir con quien realmente no quieres.

Tras otro silencio doloroso, ella volvió a hablar, mirándose las manos.

—¿A quién atropellaste?

Se escuchó la fuerte y larga respiración del señor Prawel.

—Una estudiante —se agarró la cabeza, malhumorado —. Ahora en el trabajo me ven como un hombre descuidado. Hasta inventaron que yo venía ebrio —lanzó el diario lejos —. ¡¿Cuándo he conducido borracho yo?!

Sus últimas palabras habían salido de su boca como explosiones.

—¿Escuela o universidad?

—Es estudiante en la escuela de Zack.

—¿Y eso es importante?

James Prawel iba a mirar a su esposa, pero se arrepintió y solo se tapó parte de la cara con su mano izquierda, donde enseñaba aún el anillo matrimonial, hecho de oro, una argolla simple y con el nombre grabado de ella en su interior.

—Por supuesto que es importante. El artículo dice que la muchacha tiene dieciséis años, es de intercambio y de clase media baja.

Susan se irguió todo lo que pudo.

—¿Te demandó?

—¡Puede hacerlo! Está en otro país. Se supone que debería estar segura y no en una clínica, hospitalizada.

—Ya no está hospitalizada —habló Zack otra vez, mirando un punto fijo del suelo, sintiéndose vacío —. Y no va a demandarte, papá.

—¿Qué sabes tú? —interrogó su madre atropelladamente, dejándolo de piedra un breve momento.

No obstante, como ella había hecho desde que llegó a casa, él también la ignoró y enfocó la mirada en el rostro de su padre, apagado como una vela que ya no puede volver a encenderse por tantas veces que fue utilizada.

James nunca levantó la mirada, hasta que oyó a su hijo decir que ella iba en su salón.

—¿En tu salón? —volvió a preguntar, como si fuese imposible imaginarse tamaña coincidencia. Para mala suerte del hombre, su primogénito asintió con la cabeza y agregó:

—Incluso yo le hago clases particulares, papá.

-xxx-

Que Diana sospechase de algo era escalofriante. Era como si esperase verlos juntos en los pasillos o algo para luego echárselo en cara. Desde aquel diálogo, Violet tomaba extra-precaución para no cruzarse con Zack, por lo menos hasta el almuerzo.

A media mañana, llegó a la conclusión de que se estaba comportando de manera ridícula, pues, tal como Diana había dicho, ellos no hablaban casi nada durante la jornada escolar de todos modos. Casi todos los días se ignoraban hasta que llegaba el almuerzo y finalmente el momento en que él le enseñaba. Mantenían una discreta distancia y se comunicaban a través de miradas.

Antes de darse cuenta, ya estaba dedicándose a espirarlo desde detrás de una pared cuando revisaba seriamente unas carpetas frente a su taquilla abierta. Traía el ceño fruncido y la mandíbula marcada, como era habitual. No parecía pensar en nadie más que en esas hojas. Suspiró derrotada, apoyándose contra la pared, escondiendo su silueta por completo.

Meditó un momento y pensó que no había nada de qué preocuparse y solo debía caminar por los pasillos como lo hacía normalmente.

Así, salió de su escondite con una personalidad triunfante y miró sonriente a quien se le cruzase, esperando que Zack no se diese cuenta de su actuado caminar.

—Violet.

—Mierda —susurró, casi tropezando hacia adelante.

Escuchó la taquilla cerrarse tras ella y para cuando se dio vuelta, Zack estaba a unos centímetros de distancia.

—¿Por qué me miras así?

Ella parpadeó tres veces y apoyó una mano en la pared, intentando verse confiada.

—¿Mirarte cómo? —la voz le salió más aguda de lo que quiso, y de repente se sentía una tarada otra vez.

—A escondidas, allá atrás. Me mirabas como si yo fuese alguna clase de fugitivo peligroso.

Ella sospechaba que se daría cuenta, siempre lo hacía.

—Estás muy atento a lo que pasa a tu alrededor —soltó, intentando apartarse hacia un lado.

—Estás cambiando de tema.

Violet arrugó la nariz y asintió afirmativamente.

—Sí, perdón.

Se rascó el cabello detrás de la oreja y ya no supo qué decir.

—Sigues teniendo una expresión extraña en la cara —comentó él.

—Oh, después de lo que ha ocurrido... ¿qué esperas que haga? ¿Ponerme a bailar?

Los puntos suspensivos parecían el título perfecto para la inexistente respuesta que le brindaron a la chica.

—¿Qué? —preguntó ella.

Una mirada indescifrable se mostró en la expresión del chico.

—Nada. Venía a hacerte una pregunta.

Se relamió los labios y echó un vistazo a su alrededor como si comprobase que nadie los estuviese mirando. Al recordar a Diana, Violet hizo lo mismo hasta que sus miradas volvieron a cruzarse.

—¿Vamos a estudiar juntos o decidiste hacerle caso a Kris?

—No... —colocó un mechón rebelde de su cabello detrás de su oreja rápidamente —. Te veré donde siempre. A menos que no quieras.

—¿Tengo elección? —pareció aliviado —. Entonces, eso significa que puedo desertar...

Las pupilas de Violet se achicaron al igual que su cuerpo. El susto recorrió cada una de sus venas.

—No, no, no. ¡No pensarás en dejarme sola! Moriré sin ti —sobreactuó.

Sintió una sacudida en toda su espalda cuando él arqueó su ceja. Era escalofriante.

—Por favor —rogó y una sonrisa culpable se vislumbró en su rostro.

—No desertaré. No hagas eso, Dios..., que no puedas inferir cuando estoy siendo sarcástico...

—¡Gracias!

Iba a abrazarlo, pero él retrocedió.

—Aquí no.

Violet sonrió de lado.

—¿Afuera sí?

—Tampoco. Nunca.

Violet se avergonzó hasta la mollera.

—Nos vemos —dijo él, reservado.

—Está bien. Avísame cualquier cosa —le respondió ella cálidamente.

—Claro.

Le dio la espalda y se fue caminando en línea recta. Los grupos tuvieron que separarse para darle la pasada. Unas chicas de primer año pusieron una mueca de disgusto. Violet sonrió, dándose media vuelta y buscando con su mirada su casillero personal.

La escuela se sentía diferente sin Sean por ahí. Ya no sentía esa constante tensión en los huesos de que algo podría suceder durante o después del colegio. Eso sí, sabía que no todo el problema estaba solucionado. Todavía seguía habiendo pedantes y criticones. Después de la pelea en el baño, nada le garantizaba que Fanny y los demás fuesen diferentes. Es más... no sucedió.

—Hola, koala en celo.

Violet sintió inmediatamente que una piedra gigante e invisible se posaba sobre sus hombros.

—Tú otra vez.

Se encontraba en su taquilla en ese minuto, rebuscando un destacador que se le había perdido, cuando Fanny irrumpió su paz y se apegó a los casilleros. Llevaba el cabello suelto y podía oler su champú desde esa distancia, uno a menta que, la verdad, olía muy bien. El champú que ella solía usar era de melón, pero nunca realmente podía sentirle el aroma, por más veces que se oliera el cabello durante el día.

—¿Qué quieres? —le preguntó, mirando hacia el interior de su abultado casillero, como si hubiese una mínima posibilidad de encontrar el destacador en ese desorden.

—Verás... Violet, quería preguntarte, ¿mi ex te invitó a su fiesta?

—Sí.

—Dios, ese patán... —la escuchó decir entre dientes. Cuando se dio vuelta a verla, realmente parecía fastidiada. Y, si era sincera, sintió un poco de lástima al darse cuenta que había estado llorando, pues sus párpados estaban algo hinchados y enrojecidos.

—¿Pasa algo acaso, Stephanie? ¿Tienes algo que contarme?

—Ten cuidado si llegas a ir —dijo, sonriendo al ver cómo Rosie se acercaba a su conversación.

—¿Por qué? —preguntó Violet enseguida, odiando esa mirada de zorro astuto que Fanny traía siempre en el rostro.

—Porque siempre tiran a alguien a su piscina. Seguro que con tu mala suerte, te caerás por cuenta propia y vas a terminar ahogada ahí.

Violet hizo el amago de reírse, pero luego su rostro se endureció, lo que hizo reír a Fanny y a Rosie, un paso tras ella.

—Suerte.

—Gracias, Stephanie, la necesitaré —le contestó con el mismo sarcasmo.

Dejó que ella se fuera primero con Rosie, no supo realmente por qué. Volvió a buscar el lápiz y al cabo de un momento, se dio por vencida y cerró el casillero.

—¿Todo bien, Henley?

Casi perdió los estribos cuando Carpenter apareció de la nada junto a ella. Se llevó una mano al pecho e intentó de todas las formas posibles permanecer tranquila.

—Eh, sí señor.

Metió a la fuerza sus libros en la mochila. El director le alzó una ceja.

—¿De verdad? ¿Cómo va la recuperación?

—Bien, bien.

Se notaba en su cara que no le creía nada.

—Y... ¿tus amigos? ¿Todos felices y unidos?

Violet se lo quedó mirando. Se preguntaba si Carpenter realmente entendía cómo funcionaba la escuela y sus estudiantes.

—Sí, señor.

—Bueno, no tardes en ir a clases. Y... cualquier cosa que necesites, no dudes en ir a conversar conmigo, ¿sí? Si te sientes decaída, lo que sea. ¿Ya?

Se alejó antes de recibir una despedida. Saludó a unos cuantos alumnos y se fue a esconder seguramente a su despacho, donde pasaba la mayor parte del tiempo. Era como si ni siquiera le importase si algunos de sus alumnos estuviesen en estado repitente o en matemáticas correctivas.

Zack pensaba lo mismo cuando se encontraba en el camarín de varones junto al resto de la clase, cambiándose al buzo deportivo. La verdad es que llevaba pensando en Carpenter desde que se había ido a meter a su oficina, pensando si había sido o no una buena idea.

También había estado evitando toparse con Kobrinsky, ya sea en el pasillo en el salón de clases o en la calle, porque sabía las preguntas que tendría. Sin embargo, no pudo corretearse más y mientras los muchachos se cambiaban de ropa, se paseaban sin camisa para lucir sus músculos o prestaban desodorante en aerosol entre ellos, Kevin comenzó a acercarse. Zack tragó saliva al notarlo y se colocó la camisa deportiva rápidamente para ocuparse en algo, y luego se agachó para abrocharse las zapatillas de color blanco y cordones rojos, intentando actuar como que no se había dado cuenta de su presencia.

—Eh, Prawel.

Zack no pudo evitar verle la cara.

—Hola.

Kobrinsky se sentó a su lado. Traía el torso desnudo, como si quisiera que todos los hombres notasen sus abdominales y atractivos.

—¿Hablaste con el director al final?

—No te delaté, si es lo que quieres saber —se terminó de hacer el nudo e irguió su espalda por completo —. Pero puede que lo haga si me sigues hostigando.

El rubio se agitó, nervioso.

—Por favor, no. Apenas comienzo a salir con Diana y mi exnovia sigue siendo una espina en el culo.

Zack formó una sonrisa, observando cómo los demás chicos reían, echándole desodorante a uno de ellos en la ropa para después amenazar con que lo prenderían con un encendedor. Todo era risas, a pesar de lo peligrosa que sonaba la idea de por sí.

—Vaya, sí que tienes problemas graves, Kobrinsky —soltó entonces, esperando que sonara como si lo culpara.

El rubio no podía dejar de mirarlo de perfil.

—Oh, vamos, Zack. Sé que tú vida no es tan genial, pero no tienes que arruinármela a mí para... ¿vengarte?

Zack frunció las cejas y se volteó a verlo. Se estaba colocando la camiseta de gimnasia.

—¿Vengarme? ¿Me crees capaz de eso?

—No lo sé, Prawel —se acomodó el zapato —. Últimamente no puedes confiar en nadie, ni siquiera en tus mejores amigos.

—¿De qué hablas?

Se mordió el labio hasta que Zack se lo preguntó de nuevo.

—He permitido que las personas hagan cosas horribles y me utilicen —suspiró —. La gente habla, Zack, y no necesito que me sigan arruinando la reputación. No cuando ahora estoy con una chica que no merece nada de eso. Diana tiene un historial limpio y yo de por sí ya soy una basura. Necesito mantener mi reputación.

—¿Qué reputación, Kevin? ¿Es que no sabes quién eres a los ojos de los demás?

El rubio se levantó y asintió.

—Lo sé. Sé bien lo que piensa el resto cuando me ve. Que soy un tipo genial o que les gustaría ser como yo, y no me gusta, en nada me gusta. No soy esa clase de persona que vive gracias a su egocentrismo.

—No lo parece.

—Tomé malas decisiones. Creo que se me puede perdonar por eso.

El rostro de Zack mostró desagrado y sorpresa.

—Creo que hay cosas que uno no puede perdonar. No te hagas la víctima. Hacías lo mismo que Sean, aunque no hayan sido ideas tuyas.

Kevin se asustó cuando algunos chicos se percataron del diálogo que ambos mantenían. Sonrió y luego volvió a mirar al chico de cabello negro, que se veía muy descontento.

—¿No eras muy católico tú?

—¿Qué tiene que ver eso? —de repente sonrió con cierta picardía y se levantó también —. Ah, ya recuerdo que me rompieron mi última cadena de plata, que por supuesto no era nada barata.

—Zack.

—Nunca te disculpaste por eso, ni por nada. ¿Por qué habría de perdonarte? ¿Por qué habría de seguir escondiendo lo que me has hecho? ¡¿Eh?!

El rubio tensó la mandíbula cuando el chico le alzó la voz y su rostro se acercó para intimidarlo. Tragó saliva y esperó que los demás no se hubiesen dado cuenta de su enfrentamiento.

—Perdón —dijo, bajando la voz —. Y si eres católico, sabrás realmente que Jesús perdonó incluso a los más malos.

—Jesús también dijo "ellos no saben lo que hacen". Dudo que tú pertenezcas a ese grupo, Kobrinsky.

El joven no pudo responder a eso, porque tampoco se sabía La Biblia de memoria como para contraargumentar con inteligencia. Finalmente, con la cabeza hundida entre los hombros, se puso de pie y susurró algo que quizás era un "hablamos luego", alejándose hacia la puerta de salida, justo cuando la profesora de gimnasia entraba para apresurarlos. Kris se terminó de estirar la camiseta, observando a Zack con recelo. Éste no entendía de dónde venía tanto odio, pero le devolvió una mirada parecida.

—¡Vamos! ¡Hay que formar equipos! —agarró a Kris y lo empujó hacia la salida —. Apúrese, Bailey.

Unos chicos se rieron de él e intercambiaron miradas cómplices.

—Mientras nosotros disfrutamos ver a las chicas calentando, él sale para ver los bultos de los chicos en sus pantalones —comentó uno de ellos, aguantando la risa.

Su amigo le siguió, pero con los labios tan cerrados que parecía que tenía hipo.

—¿Cómo sabes que es homosexual?

—Solo lo sé.

Zack pasó por su lado y le pasó a llevar el hombro a propósito justo antes de salir. Seguramente después hablarían sobre su supuesta homosexualidad también.

Durante la clase deportiva, la maestra Jones dividió imaginariamente la descuidada cancha de fútbol en dos, colocando a las chicas jugando fútbol a un lado y a los chicos del otro lado. La cancha era bastante amplia, aunque había muchos sectores sin pasto, lo que hacía que las condiciones para jugar fútbol no fuesen las mejores.

Violet se encontraba sentada en las gradas, siendo la única allí, dado que no podía hacer deporte. Intentaba distraerse viendo a los cuerpos sudorosos estirándose y calentando los músculos, pero le parecía aburrido. Terminó pensando sobre si decirle al director que pusiese pasto sintético, mientras se turnaba, primero mirando a las chicas y luego a los chicos. Le parecía más interesante mirar a los muchachos, pues sus compañeras se la pasaban peleando, en especial porque Fanny las empujaba a todas. Si hubiese habido un árbitro le hubiese prohibido jugar a Fanny de por vida. Ya había empujado a Diana unas cinco veces y la pobre tenía todas sus rodillas rasmilladas.

La maestra no hacía mucho. Solo quería ver a sus alumnos sudar para combatir la obesidad, ya que, a pesar de que a simple vista la maestra se veía robusta, la verdad es que casi todo era músculo. Hacía lanzamientos de bala y, según los que la habían visto hacerlo, era muy buena en ello y, por supuesto, dedicada. Aquello explicaba su pasión por el deporte y lo enojada que se tornaba cuando veía a alguien agotado o pidiendo agua.

—¡Vamos! Muevan esas piernas —escuchó su grito en eco por la cancha.

Violet sentía la brisa cálida contra su piel sensible por los moretones que aún no sanaban del todo. Su cabello lo llevaba sujetado en un medio moño, dejando que se moviese al compás del viento, relajándola completamente.

—¡Henley!

Sus neuronas hicieron corto circuito.

La maestra la había ignorado todo el tiempo, hasta que por fin se le acercó. La vio caminar hacia ella, con esas zancadas que hacían temblar al mundo entero.

—¿Dónde está tu certificado médico?

Violet abrió su agenda rápidamente y se la pasó en la mano. La profesora leyó rápidamente, frunciendo las cejas.

—Bien. ¿Puedes ayudarme a ser árbitro de los chicos?

—Eso creo.

—No te muevas mucho. Creo que tienes menos posibilidades de que te llegue un pelotazo si estás con los chicos.

La ayudó a bajar de las gradas sosteniéndole la mano. Violet aceptó y caminó junto al arco porque Kris era arquero y no había recibido ni un solo gol, puesto que Kevin Kobrinsky, uno de los mejores jugadores, era parte de su equipo.

—¿Cuánto van?

Kris pasó de estar atento al partido a sonreír con ganas al verla a su lado.

—3-0. Nosotros ganando.

Violet sonrió y se apoyó contra uno de los pilares del arco, disfrutando la vista panorámica.

—La brisa se siente genial hoy.

Era una brisa de playa. Era cálida y suave, como una tela de seda que apenas te rozaba la piel. El cielo estaba lleno de tintes que pasaban del celeste al amarillo claro y luego a uno más oscuro que comenzaba a parecerse al naranja a medida que pasaban los minutos.

—¿Te gusta que se oscurezca tan temprano? —le preguntó a Kris, esperando no sonar tan profunda.

—Bueno, es invierno. Y no. Me gusta cuando el día es más largo.

Violet asintió, aunque no estaba muy de acuerdo. Le gustaba que el día fuese corto. Parecía menos agotador.

A la distancia, Kevin pegó una fuerte patada a la pelota y lanzó un gol esquinado. Todos los que estaban con petos azules comenzaron a celebrar. Kris saltó dando aplausos, aunque nadie podía verlo ni oírlo a esa distancia.

El arquero del equipo contrario, Michael, el único chico de rasgos completamente africanos de la clase, tomó el balón entre sus manos y se mostró enfadado ante los gritos de júbilo del equipo azul.

Violet buscó a Zack con la mirada. Estaba caminando en sentido contrario al gol, enervado, con las manos sobre sus caderas. Pasó de ver cómo jadeaba y transpiraba a notar que vestía peto rojo. Sonrió malévolamente.

—¡Vamos equipo azul! —dio un grito sagaz, lo más fuerte que su garganta le permitió. Kris comenzó a reír.

—¡Eso!

Como creía, Zack alzó la vista hacia ella, ofuscado. Su cabello negro estaba húmedo y su espalda un tanto encorvada por el agotamiento físico. Sus ojos se agrandaron al verla aplaudiendo para el equipo azul y su victoria. Frunció el ceño y se dio media vuelta, caminando de espaldas. El arquero del equipo rojo pateó la pelota y se retomó el juego.

Violet se giró hacia las chicas. Ellas usaban petos verdes y amarillos. Diana era parte del equipo amarillo y ahora, en vez de correr tras la pelota, intentaba agarrar a Fanny, que era del equipo verde. Alice también era del equipo verde, pero parecía dedicarse a mirar cómo Fanny jugaba con todo su enojo acumulado. Parecía imaginarse que el arco era Kevin y la arquera era Diana. A la pobre chica que hacía de arquera de verdad ya le habían llegado dos golpes con la pelota en el rostro. Era un milagro que no estuviese sangrando.

—¡Cuidado!

Violet se volteó justo en el momento en que Zack le pegaba un puntapié al balón. La pelota cayó esquinada en el lado donde Violet se estaba apoyando. Sintió el roce y luego una ráfaga de viento que la dejó blanca y rígida como si hubiese visto un fantasma.

—¡Gol! —gritaron los del equipo rojo, ignorando el hecho.

Kris agarró la pelota con rabia desde el rincón del arco.

—¡Igual les vamos ganando!

—Cierra la boca, Bailey —le dijo uno de los muchachos.

A Zack no le gustaba que lo tocasen mucho, por lo que solo recibió sacudidas de hombros, golpes en la espalda o felicitaciones por su tiro. Cansado, se agachó y apoyó sus manos en sus rodillas, obligando a los demás a que se separasen de él y volviesen a sus posiciones originales.

Violet lo observó en silencio, entre frustrada y molesta. Casi había muerto del susto. Esa pelota había estado muy cerca de darle en alguna parte del cuerpo, y ya estaba suficientemente adolorida como para aguantar algo así.

Kris puso la pelota en el suelo y retrocedió para darle una patada y alejarla de la zona de su equipo.

—¡No conseguirán empatarnos!

Corrió hacia la pelota y le dio un fuerte golpe. Sin embargo, la pelota no alcanzó a llegar más allá de la mitad de la cancha de juego. De todas maneras, Kevin supo controlarla y comenzaron a jugar otra vez.

Zack se irguió con bastante lentitud, respirando entrecortadamente, como si así pudiese quitar los nudos que se le habían formado. Intercambió una mirada con Violet. Le alzó las cejas y le dio la espalda, echando a correr tras la pelota.

—Zack juega fútbol bien —dijo ella, acalorada.

Kris la miró.

—Estuvo a punto de pegarte un pelotazo —gruñó.

Como ella no dijo nada, él añadió:

—Y no. Kobrinsky es el que juega bien.

Violet sonrió de lado. En todo el partido casi nunca miró a Kevin.

Cuando todo terminó, la profesora le agradeció su apoyo, aunque hubiese sido mínimo. Tras eso, aburrida, se escabulló hacia el camarín de chicas. Allí todas parecían pelearse por las duchas, ya que el trote más el fútbol no eran buenas combinaciones.

Aguantando aquel fuerte olor a sudoración y excesivo perfume mezclado con desodorante, Violet caminó entre cuerpos semi desnudos hacia Diana, quien se encontraba sentada en una de las banquillas. Se quitaba los calcetines y lució feliz de verla.

—¿Cuánto ganaron los chicos? —preguntó.

—Ganaron los azules, 4-1.

—Oh, en el nuestro ganó el verde...

—Sí, 6-0 —afirmó Fanny, haciendo una entrada triunfal en el camerino. Dejó su bolso sobre uno de los asientos y se quitó en seguida la camisa de deporte. Dejó ver un abdomen espectacular, incluso con lo transpirada que estaba, aunque sus hombros y espalda alta eran demasiado musculosas para el gusto de Violet, seguramente debido a la gimnasia. Sus muslos eran anchos y apretados también, al igual que su trasero. La rubia comenzó a reír hacia adentro al imaginarse a Stephanie terminado como una bola de músculos como la maestra Jones en un par de años.

No era la única que se estaba desvistiendo frente a todas. La mayoría caminaba en bragas y terminaban de quitarse todo dentro de la ducha, como comenzó a hacerlo Diana. Ella era delgada, pero sus senos eran como dos limones en comparación a los de Fanny.

Esta última se quitó el sujetador sin pudor y quedó completamente desnuda. Se giró hacia Violet y arrugó su nariz mostrando una sonrisa ladina.

—¿Celosa, Henley?

Violet y Diana se encontraban boquiabiertas.

La rubia se colgó la toalla al hombro y caminó a las duchas dejándolas a todas boquiabiertas. Era como si quisiese que todas notaran que nadie era superior a ella. En especial Diana, que ahora estaba comenzando a salir con Kevin.

—Debe haberse enterado que Kevin y yo tenemos una cita hoy —bufó —. Se lo comenté a Alice durante el partido. Ella debió decírselo.

Sus ojos cafés dieron a parar a Alice, quien se peinaba el cabello frente al espejo, ya bañada y vestida con el uniforme.

—Kevin me invitó a tomar un helado —le contó, sonrojándose.

—¿De verdad? Qué romanticón.

Diana sonrió, quitándose las calzas. Tomó la toalla y se alejó a las duchas en ropa interior. Violet respiró profundamente y apoyó su cabeza en la pared, un poco asfixiada con el vapor de las duchas calientes que poco a poco tomaban el control del lugar.

Pensó que Fanny era agotadora, pero al menos no tanto como Sean. Estaba segura de que si Sean hubiese estado jugando al fútbol, le hubiese llegado más de un pelotazo en el rostro, a propósito.

Con la mirada perdida, bufó en cuanto llegó Fanny envuelta en una toalla, con el cabello rubio, casi blanco, pegado a su húmeda piel, un tanto bronceada a pesar de la época del año.

Cuando la vio volverse hacia ella, dispuesta de nuevo a hacer comentarios negativos, se levantó, se abrazó a sí misma y abandonó del camarín, esperando haberla dejado asombrada allí atrás.

Varios chicos estaban ya afuera, porque era sabido que se demoraban menos que las chicas en muchas cosas, en especial si tenía que ver con higiene personal.

—Hola, Vi.

Violet se giró hacia la voz. Kris estaba allí con el bolso colgado al hombro. No se había cambiado a uniforme, lo que le hizo pensar que tampoco se había bañado y que tenía el pelo mojado por la transpiración.

Pero solo eran las apariencias. Olía a jabón, aunque la ropa lo opacaba con un agrio olor a sudor que para ninguna persona era agradable.

—¿Por qué no te pusiste el uniforme?

—La lavadora se echó a perder en mi casa. Tuve que usar esta ropa sucia —lamentó.

—Oh, lo siento.

—La arreglan esta noche, así que es solo por hoy.

Unos chicos pasaron por su lado, todos apestando a perfume.

—Oye Bailey, las audiciones para The Walking Dead terminaron hace meses —dijo uno.

Siguieron su camino dándose palmadas y riendo. Violet volcó los ojos y metió sus manos en los bolsillos.

—Agradables —comentó con ironía.

—Al menos tienes una gran familia que te apoya. No necesitas la aprobación de tipos así —lo consoló.

Kris arrugó la nariz.

—Una familia que no ha reparado la lavadora y me hizo venir a clases así.

Al ver el rostro algo decepcionado de la muchacha, asintió con la cabeza.

—Pero tienes razón. No los cambiaría por nada.

Una pequeña sonrisa se le dibujó en el rostro y eso lo hizo sentir mejor. Lanzó un suspiro viendo las pocas nubes en el cielo, finas como si hubiesen sido pintadas con acuarela por un niño.

—¿Tienes idea de algún tipo de vestido que usarás?

—¿Para...?

—El Baile de Invierno.

Vaciló un momento.

—No.

Mantenía su mirada fija en el horizonte, como si intentase recordar algo, pero no sabía qué.

—Espero que vayas... guapa.

—Es en julio.

—Aun así...

—Kris —se dio vuelta. Se estaba cansado que él insistiese con esas miradas y ese tono de voz.

—Lo sé, lo sé —alzó sus manos, derrotado —. Ya me dijiste. No continuaré.

Miró a su alrededor, buscando a alguien.

—Me comenzará a gustar esa de ahí —eligió a una de las chicas de espalda, rubia —. ¿Quién es?

La chica se dio la vuelta riendo y resultó ser Fanny. Kris puso una mueca de asco.

—Oh no, antes muerto.

Violet comenzó a reír.

La campana estaba por sonar y los alumnos lo sabían. Poco a poco, todos comenzaron a mover las piernas hacia el establecimiento otra vez, cargando sus bolsos, dialogando con los amigos cercanos y riendo ante el fin de una clase bastante agotadora.

Violet tuvo que deshacerse de Kris de alguna forma porque insistía en acompañarla a su casa, a pesar de las negaciones de su parte. Ya había perdido muchos días de estudio y Kristian no podía enterarse de aquello, por lo que apenas sonó la campana, salió corriendo hacia Adellia's. Empujó a unas cuantas personas y pidió perdón por su torpeza, mirando de vez en cuando hacia atrás para comprobar que ni Kris ni nadie la estuviese persiguiendo.

Corrió lo más rápido que pudo por las calles pese a que no debía hacerlo. Comenzó a dolerle el costado y se detuvo solo cuando nadie con el uniforme de la escuela estaba dentro de su campo visual.

Anduvo casi desfalleciendo hasta la cafetería, entrando a Adellia's hecha un ovillo. Lo primero que hizo fue sentarse con cuidado y espero a Zack allí, cansadísima.

Alguien subió la música del lugar y ella estiró su falda, contemplando aquel café envuelto en esnobismo, pero que de alguna forma le gustaba. Le gustaba la gente que atendía al lugar, diferente, pero amigable. Se reían entre ellos, hablaban de cosas contingentes que seguramente incluían números y política, algo que en su casa nunca se hablaría, y vestían abrigos de piel sintética que, de lejos, se veían la cosa más acogedora en el mundo.

Cuando Zack entró, Violet sintió sus neuronas despertar de repente. Tenía la horrible sospecha de que llevaba una cara de monstruo, por lo que intentó peinarse el cabello rápidamente y apretarse las mejillas antes de que él se sentase.

—¡Hola! —saludó, agitando su mano como cuando era pequeña.

Él enfocó su mirada en ella.

—Hola...

Ella traía una cara de querer conversar, pero él no perdió el tiempo. Sacó de su mochila los materiales para repasar francés, que era en lo que peor se encontraba, por obvias razones.

—Repasemos el vocabulario.

Violet asintió. Pareció un milagro, pero recordaba todas las palabras que habían practicado hasta ese momento. Cuando Zack la miró, intentando esconder la sorpresa de sus ojos, ella sonrió orgullosa de sí misma.

—Bien. Yo te daré una oración y tú me la dirás en francés —parpadeó mirando su cuaderno —. Recuerda la pronunciación y la modulación. ¿Sí?

—Sí.

—Bien.

Siempre le resultaba difícil iniciar una conversación con Zack. Quizá, él sentía que habían perdido mucho tiempo valioso. De todas formas, se encontraba algo más serio de lo normal.

—Gran parte de la zona protegida se quemó en un incendio forestal en 2007 —leyó algo. Violet enmudeció.

—¿No es muy difícil para empezar?

Je ne parle pas cette langue.

—¿Que no hablas mi lengua?

Zack se incorporó en su silla, admirándola. Ella se sonrojó levemente.

—Tradujiste eso bien.

—¿Ah? ¡Oh! Sí... Oui.

La cara le ardió. Comenzó a mirar hacia cualquier otro lado menos hacia él.

—Vamos, traduce la frase que te dije, yo te ayudo —la buscó con la mirada de nuevo en su cuaderno—. Gran parte de la zona protegida se quemó en un incendio forestal en 2007.

Une grande parte de la zone...

Partie —corrigió, forzando los ojos —. Continúa, vas bien.

Violet tragó saliva.

—Hum.

—¿Y?

—No sé qué sigue. Lo siento —se mordió el labio inferior, esperando que no se enojara. Lo escuchó bufar y abrió los ojos, encontrándolo con la mirada fija en el cuaderno.

Protégée...

—¿Lo ves? Muchas tildes.

—...a brûlé...

Violet apartó la vista, apoyando la barbilla en su mano.

—...en 2007 lors d'un incendie de forêt —completó.

Zack sonrió, aunque sus ojos se mantuvieron fijos y distantes.

—Perfecto.

El invierno había llegado de un día para otro. Se notaba hace días que todo se estaba volviendo más helado, pero los días seguían estando claros. Sin embargo, en poco tiempo, los cielos oscurecieron y para cuando terminaban la tutoría, las amenazas de tormenta eran tan claras que tuvieron que detenerse antes de lo acordado.

Violet se puso de pie y comenzó a colocarse la chaqueta. Él hizo lo mismo.

—¿Cómo te has sentido? —le preguntó a ella.

—Bien. Mejoro de a poco.

—Qué bueno —parecía distraído.

—¿Tu padre está bien?

Zack asintió.

—Algo frustrado, pero bien.

No quiso nombrar que temían la llegada de una demanda. No quiso decirle realmente lo fracasado que se sentía, al punto que se pasaba contemplando el techo por cuatro horas. Tampoco quería decirle lo sorprendido que pareció cuando se enteró que su propio hijo le hacía clases a la niña que casi asesina.

—Será mejor que no la vuelvas a ver... —le había dicho.

—¿Por qué?

—Puede estar intentando sacarte información.

—¿De qué...?

—Pues, para arruinarme. ¿Para qué más va a ser?

—Papá —casi se reía de lo disparatado que eso sonaba —. Eso es una...

—No sigas, Zack. No es no.

Había estado enojado tras eso y no pudo evitar observar a Violet, pensando si su padre tenía una pizca de verdad en lo que decía.

Violet intentaba ponerse la chaqueta, sin éxito. Era torpe, desaliñada y seguramente pensar en una demanda era lo último que haría en su vida. Ella no tenía malas intenciones. No venía de un mundo como el de su padre, en el que las personas son capaces de hacer cualquier cosa con tal de conseguir lo que quieren, aunque eso signifique arruinarle la vida a un tercero.

Violet subió una pierna sobre la silla y se arregló la calceta. Alzó la mirada y se encontró a Zack viéndola, lo que le provocó una extraña sensación de electricidad en el cuerpo.

—¿Por qué me miras así?

—¿Así cómo? —habló rápido, dejándola perturbada.

—De esa manera tan... —buscó la palabra adecuada —. Perturbadora.

—¿Perturbadora? —cuestionó indignado.

—¡Intensa! —se corrigió, mordiendo su labio inferior, bajando la pierna y acomodándose la chaqueta con esmero, esperando su entendimiento y respuesta.

—Ah —aclaró la garganta con fuerza —. Solo disfrutaba ver el cómo te ponías la chaqueta al revés.

—¿La chaqueta al...? —sus ojos grises se percataron del problema. Lanzó un bufido, sintiéndose estúpida una vez más. Se preguntaba si algún día habría la posibilidad de no caerse, no meterse en problemas y no ser tan tarada.

—Qué tonta —se acusó a sí misma, quitándose la chaqueta con rabia y sacudiéndola como si fuese a quitarle el polvo.

—Descuida, te espero.

Se sentó de nuevo y apoyó su cabeza sobre su mano, adormilado. Eso solo la estresó todavía más.

—Sí, ya sé lo que estás pensando —pronunció sintiendo su garganta arder.

—Que... ¿eres divertida?

Violet terminó de colocarse la chaqueta y mordió el interior de su mejilla. Ella iba a decir "estúpida".

—¿De buena forma o mala forma? —preguntó, echándose el cabello hacia atrás.

—¿Tú qué crees?

—De mala forma. No hago reír a la gente por mis chistes, sino por cómo actúo.

—Pues te equivocas —le dijo, con los ojos cerrados.

Violet enmudeció. ¿Ella le divertía? ¿Le divertía de una buena forma? ¿Acaso eso era posible?

Cuando Zack abrió los ojos y vio en los ojos de ella lo confundida que estaba su mente, lanzó una sonrisa acompañada de una risa casi imperceptible.

—Zack 3 – Violet 2.

Violet alzó el mentón.

—Te lo concedo. Me dejaste callada.

Zack siguió sonriendo y entornó los ojos al mirarla reír.

—Pronto empataremos —dijo ella, colgándose la mochila al hombro.

—Habrá que verlo.

También se colocó la mochila y caminó a la salida, sintiéndola brincar detrás de él.

—¿Quieres que te acompañe a casa?

—No es necesario —dijo él —. Sé cómo llegar.

—Qué gracioso.

Intentó que su voz sonara cargada de advertencias, pero la sonrisa de su rostro no se fue. ¿Por qué simplemente no volvía a ser serio y ya?, pensó. No tendría que andar preocupándose de sus mejillas ni de hacer las cosas poniendo el doble de esmero.

Se golpeó la sien con sutileza. Era obvio que seguiría siendo torpe. Tenía déficit de atención.

—Salgamos de aquí.

Salieron a la calle llena de gente. Ella chocó con una señora, pero logró ponerse al lado de Zack, quien se había quedado quieto en medio del camino.

—¿Qué tienes? —lo estudió. Él no pestañeaba y mantenía su mirada fija al frente, con la mandíbula más marcada de lo normal y los puños tensos. Pasó de verlo a llevar sus ojos en esa misma dirección.

—Hasta que los pillé.

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