T r e c e

Capítulo 13

La llegada de la profesora sustituta de matemática fue lo que marcó la diferencia entre una etapa en Southern Cross y la otra; la nueva. La noticia de que su profesor original, aquel que le había dado la bienvenida a Violet en su primer día de clases, iba a ser papá, voló rápidamente por todos los rincones de la escuela. En su reemplazo, llegó una maestra de unos cincuenta y cinco años, que llevaba tiempo dedicándose a la docencia en colegios públicos y esa era su primera vez en una escuela privada. Corrió el rumor de que era una mujer dura, seria y que nadie lograba hacerle sombra nunca. Tenía una cara de ser una persona poco comprensiva con quienes no pensaban como ella, como si ser estricta y dedicada al trabajo fuesen sus prioridades.

Violet supo que los rumores eran ciertos en cuanto entró a la sala con cara de pocos amigos. Llevaba el cabello peinado hacia atrás con gel y el teñido de color avellana no le había cubierto todas las canas ni las raíces. Las arrugas en su cara eran más por malos ratos que alegrías, de eso estaban todos seguros.

"Callados todos o se llevarán una suspensión. Y externa", fueron las primeras palabras que salieron de su boca.

Kevin se inclinó inmediatamente hacia Sean.

—Vaya mierda, nos ha tocado Hitler de profesora.

Violet parpadeó, sacando sus libros desde debajo de la mesa, pensando que ella era la antítesis de su profesor anterior.

—Buenos días —saludó con una voz ronca y que le erizó los cabellos a más de alguno —, como habrán notado su profesor de siempre no ha asistido hoy y no asistirá durante el resto del año por razones familiares. Soy la señorita Spears y solo espero un buen rendimiento de su parte.

Escuchó una risa aguda y su mirada acusadora se posó sobre Kevin Kobrinsky.

—¿Algo le parece gracioso, joven?

Kevin miró a Sean y luego a la nueva prefecta.

—Tiene el mismo apellido que Britney Spears —dijo y alzó las cejas como si algo insinuara. La mujer entrecerró los ojos y ladeó un poco la cabeza.

—Señor Kevin Joel Kobrinsky, nacido el 1 de junio de 1996. Mide un metro con ochenta y cinco y pesa 71 kilos. Tipo de sangre B, tiene una hermana mayor y ambos padres casados. Según el indicador de tipo de Myers-Briggs, su tipo de personalidad es ESTP. Según maestros anteriores, una persona muy sociable y algo inmadura para su edad. Ha estado condicional desde primer año por ciertas actitudes agresivas tanto a otros compañeros como profesores. En segundo año, firmó un compromiso con el rector de esta escuela para subir sus notas en historia, que lo estaba reprobando y eso pondría en juego su matrícula. Este año podría ocurrir lo mismo con matemática.

Kevin se mantuvo firme y con los ojos abiertos por la sorpresa y la ira. La maestra sonrió hacia él y luego a la clase.

—Si no quieren escuchar su hoja de vida también, les aconsejo guardarse a sí mismo las cosas que no aportan a nuestra clase. ¿Entendieron?

Los alumnos se miraron las caras, pues, como creían, los rumores se habían acercado a la realidad. La maestra enseñó una sonrisa, como si se riera de sus expresiones, para luego caminar sobre sus tacones hasta el calendario colgado junto a la puerta donde se mostraban los días que había exámenes durante ese mes.

—Le he estado echando un vistazo a la programación de su profesor y no estoy de acuerdo con el tiempo que les ha dado para el próximo examen. Por ello, lo he cambiado.

Rostros de sorpresa y confusión se apoderaron de todos los alumnos de la sala. La maestra se volteó y sonrió aún más al ver el pequeño caos que había formado.

—Así es. He adelantado el examen para la próxima semana. La escuela se llena la boca con que tienen una educación de excelencia, pero les dan un mes para preparar unos cuantos contenidos.

Los reclamos no tardaron en salir de las bocas de algunos. No se podía ni entender lo que cada uno decía porque todos hablaban a la vez desde el pánico y la extrañeza.

Alice White, líder como de costumbre, se levantó de su asiento para hablar por ella y los demás.

—Profesora, no puede ser que nos dé una semana más para prepararlo, es que... ¡es descabellado!

La profesora revisó de nuevo el calendario en el libro de clases y frunció los labios.

—Es en una semana y media más para ser exactos. Tiempo suficiente, tomando en cuenta que la matemática se aprende ejercitándola.

—Pero... ¡no es justo!

—Señorita Alice White, ¿quiere que dé un discurso de su biografía también? Porque, aunque no me crea, da mucho para que hablar.

La chica de cabellos dorados parpadeó y volvió a tomar asiento lentamente. La dura mujer, por su parte, volvió a contemplar al salón, esperando que algún valiente siguiera discutiéndole. Así fue. Fanny se levantó, moviendo su coleta, emanando seguridad junto a una sonrisa encantadora.

—Querida profesora —le habló en un tono descaradamente dulce —, no es por defendernos, pero las pruebas de matemática tienen una fama por ser muy complicadas. Todos los años reprobamos, por eso el profesor nos dio más plazo. Además, tenemos más asignaturas a las que debemos dedicarles tiempo.

La maestra se encogió de hombros, colocando sus manos sobre su cintura. Tenía una buena figura a pesar de su edad.

—No conseguirán convencerme —le habló en el mismo tono.

—¡Incluso los de último año lo dicen! Dicen que tercer año es mucho más difícil que el último año — La maestra reía mientras revisaba el libro de clases, como si estuviese eligiendo a una víctima. A pesar de que claramente la ignoraba, no se rindió —. Por eso nuestro maestro nos da más tiempo, como Alice dijo. Además, recién estamos viendo la mitad de la materia que entra en el examen.

—Bueno, lamento informarle, señorita, que yo no soy su profesor, y si sigue reclamando, voy a hacer un Power Point con su biografía, comenzando por el robo de un examen de química en su primer año de secundaria que casi la dejó sin matrícula para el año siguiente —le volvió a sonreír con cinismo —. Estudien.

Fanny se volvió a sentar, mirando a sus compañeros, esperando que no comenzaran a hablar mal sobre ella. Violet se revolvió en su asiento con el estómago oprimido cuando la maestra comenzó a pasar la materia. Ella ni siquiera tenía claro los contenidos del examen y estaba segura de que esa nueva profesora no tendría ningún tipo de piedad por ella.

—¿Violet Henley? ¿Quién es Violet Henley? —preguntó de repente la profesora, repasando con su huesudo dedo índice la lista de la clase. La muchacha alzó la mano con apocamiento, orando para que la mujer no la dejase en ridículo como otros profesores lo hacían, como el de francés, o publicase su vida y obra en el mural del establecimiento.

—Ah, tú eres la que tiene notas deficientes en mi ramo.

La rubia se sonrojó al sentir las miradas de todos sobre ella.

—Bien, Violet, mi tarea aquí no es dejar a nadie afuera —se paseó por los bancos en dirección al suyo —. Yo quiero exigir, pero también quiero ver resultados, ¿entiendes?

Violet asintió con agonía. El lápiz le temblaba sobre la hoja en blanco. La profesora sonrió de forma afilada cuando vio que no contestaba nada.

—Dime, Violet Henley, ¿sabes resolver una ecuación de primer grado con dos incógnitas?

Sus ojos llorosos se enfocaron en el libro.

—Sin espiar —canturreó, moviendo sus brazos con la ligereza de un flamenco, hasta que se los cruzó sobre el pecho —. Vamos. Usa tu memoria.

Ella asintió, mordiéndose el labio inferior, sintiéndose tan patética como nunca. Quería decirle que tenía una pésima memoria, pero la juzgarían. Sin embargo, no podía enojarse con la maestra. Sabía que estaba mal no ir al ritmo de la clase y, si la reprendía, estaba en todo su derecho de hacerlo.

—Eh... recuerdo que había tres formas.

—Vaya, ¡hablas! —la clase dio un intento de risa —. Bien, dime, ¿recuerdas esos tres métodos?

Pero no lo hacía. Lo negó casi avergonzándose de sí misma. La maestra hizo una mueca de disgusto.

—Si no fuera porque te veo más asustada que gato en el agua, ya habría repetido toda tu biografía de memoria.

Violet frunció el ceño con rechazo, casi como un reflejo. Lamentablemente, la mujer la vio.

—Ah, ¿no me crees? —Violet intentó justificarse, pero ya era tarde —. ¿Crees que porque vienes de afuera no tienen tus papeles en la sala de profesores? Violet Theresa Henley, nacida en febrero de 1997. Vive en la ciudad de Boise con sus padres y es hija única. Asistía a la escuela pública "Hillside High School", de puras mujeres, donde no alcanzó a terminar segundo grado cuando quedó seleccionada para este intercambio, donde terminaron adelantándola.

Acercó su cara a la suya cuando notó que estaba por ponerse a llorar.

—Si no quieres que continúe la próxima clase, deberás saber la materia al revés y al derecho. ¿Sí? —dicho aquello, se alejó de su pupitre. Lo único que Violet agradecía, más que no alcanzase a decir su tipo de sangre o que era hija única, era que no dijese nada sobre el déficit de atención. No quería que el mundo lo supiese y la mirasen como un bicho raro.

Zack Prawel fue quien contestó más tarde a la pregunta que le habían hecho, respondiendo que eran por sustitución, igualación y reducción. Se juró a sí misma que aquello no podía seguir pasando o todos evitarían hablarle por tonta.

Entonces, decidió que después de clases se quedaría un rato a estudiar en la biblioteca. Leer otros libros podría ayudarle a avanzar o entender un poco más las materias en las que no estaba sacando sobresalientes. Así, durante el almuerzo, Diana y ella se sentaron juntas, hablando de la tutora nueva y el cómo se había comportado con varios alumnos del curso.

—Tengo que admitirlo, ha sido muy mala contigo —le dijo Diana, mientras comía de sus chuletas —. Creo que no entiende que eres menor al resto y de otro país.

—No, tiene razón. Es patético que haya cosas que no entienda todavía —se agarró la cabeza —. Maldito déficit de atención.

Los ojos de la castaña se abrieron aún más.

—No sabía que lo tenías. ¿No deberías decirlo? ¿Al menos a los profesores?

Violet parpadeó, notando lo que acababa de decir.

—No, paso de eso. Me tratarán peor de lo que lo hacen. Ya sabes cómo juzgan todos. ¡No puedes contarle a nadie!

—Descuida, no lo haré. No es como si fuese un secreto de Estado de todos modos. No es algo de lo que debas avergonzarte.

—Aun así, no quiero que nadie se entere —apoyó su mejilla en su mano —. No lo entenderían.

A través de los amplios ventanales pudo observar a Zack paseándose por el patio hasta encontrar una banca, en la que se echó a tomar una siesta bajo la copa de los árboles. Lucía algo deprimido.

—He notado que Zack nunca está en el horario del almuerzo —acotó Violet, también recordando que fue él quien respondió por ella en clases.

Diana siguió la dirección de la mirada de su amiga. Notó también a Zack en el jardín.

—No lo sé. Él nunca almuerza.

—¿No te parece extraño?

Diana asintió, bebiendo un poco de jugo. Pudo inferir que realmente no estaba interesada.

—Además es vegetariano —agregó ante el silencio de Violet —. No comería ahora, aunque lo obligasen.

Eso pareció interesante y a la vez extraño a sus ojos. Nunca había conocido a un hombre vegetariano. Se preguntaba si sus razones eran para llevar una vida sana o por amor a los animales.

De repente, Kris irrumpió, llegando junto a su bandeja.

—¿Puedo sentarme?

Diana y Kristian no hablaban en los recreos ni en las clases. Antes de Violet, tal vez ni conocían el apellido del otro. Por tal razón, Diana solo pudo mirar a Violet, dándole a ella el veredicto.

—Sí, claro —accedió, volviendo a sonreír —. Toma asiento.

—Gracias.

Kris se acomodó las gafas y se sentó junto a Violet, lanzándole una media sonrisa a Diana, que no dejaba de estudiarlo con seguridad.

—No sabía que ustedes dos eran amigas —comenzó a decir el chico, tomando un tenedor, solo mirando hacia su plato.

—No ha pasado mucho desde que somos amigas —explicó Diana, lanzándole una mirada inquisitiva —. Yo no sabía que ustedes dos eran amigos.

Violet lanzó una risa.

—Nos sentamos juntos. Tenemos que intercambiar algunas palabras.

El casino estaba bastante ruidoso. Stephanie estaba sentada a unas mesas de distancia con sus amigos, hablando con mucha efusividad y seriedad, por lo que descifró que también les estaba contando sobre la sustituta de su profesor de matemática. Entre los amigos, estaba Sean. Cada cierto tiempo, el moreno lanzaba una de sus miradas siniestras hacia donde estaba Violet, temiendo que esta abriese la boca y contase a sus amigos lo que vio esa noche.

—¿Qué harán hoy en la tarde? Podrían venir a mi casa —Diana interrumpió sus pensamientos, relamiéndose los labios y limpiándose con una servilleta —. Papá ha hecho galletas.

Violet se llevó la mano a la otra mejilla. Ya había hecho planes para sí misma.

—Lo siento, he decidido que hoy estudiaré en la biblioteca. Tengo que avanzar con mis materias para que así los profesores no me tengan bronca, en especial la de matemática y el de francés.

—Y la de química —agregó Kris. Diana volcó los ojos y Violet le dio una palmada en la espalda.

—Gracias por tu apoyo, Bailey.

La posible junta se dejó para otra ocasión porque los exámenes se acercaban y el único que lo estaba haciendo bien era Kristian. De todas maneras, los tres no dejaron de sonreír durante todo el horario de almuerzo, porque sabían que sentarse juntos a comer era mejor que estar solos y sentirse observados todo el tiempo. Diana incluso les confesó que, algunas veces, tuvo que almorzar en el baño de chicas porque le daba vergüenza que la viesen sola.

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Violet creía que lo estaba haciendo fatal en todas las asignaturas y que ninguna realmente le interesaba, aparte de las artes. Se equivocó, pues la última clase de la jornada fue literatura y filosofía, una clase que iluminó su mente antes de irse a estudiar a la biblioteca, lo que no la motivaba, aunque sabía que era muy necesario.

—El amor es algo que no podemos definir. Siempre tendrá definiciones distintas basadas en la experiencia y edad de los seres humanos. Un niño no piensa igual acerca del amor que una persona mayor. Y alguien a quien le han roto el corazón no piensa igual acerca del amor que una persona que está por descubrirlo —sonrió para sí mismo —. O que ya lo encontró.

Violet pudo notar cómo brillaba más el anillo de oro en su dedo anular izquierdo del joven profesor. Tenía su encanto; Fanny no dejaba de suspirar. Tener a un maestro guapo que hablase como Shakespeare era como un sueño hecho realidad, aunque Violet intentaba entender su ramo más allá que caer rendida ante simples palabras bonitas. Estaba un poco obligada hacerlo tras los últimos sucesos.

—El amor es un misterio que nos hace actuar como unos locos. Puedo preguntar a personas aquí qué es el amor y todos tendrán respuestas distintas, por seguro —respiró profundamente y alzó su mano —. ¿Quiénes de aquí tienen novio o novia?

Fanny fue la primera en levantar la mano, orgullosa. Unos cuantos más la siguieron. Formaron diez personas en total en el frío salón.

—¿Y ustedes se preguntaron "¿qué es el amor?" cuando estaban con esas personas que aman?

Hubo un silencio largo, hasta que por fin negaron con las cabezas. El profesor sonrió, moviendo sus manos mientras se paseaba por los bancos.

—Claro, no lo hicieron. La gente, en la vida cotidiana, y más a su edad, no se pregunta cuál es la definición de amor. Porque el amor no se define. Se siente. Se vive.

Los ojos de Violet estaban adentrados en un mundo de fantasía. No podía dejar de mirar al maestro, curiosa, sintiéndose enamorada sin estarlo. Era algo muy loco.

—Eso es exactamente lo que les pasa a los poetas. Ellos plasman a través de palabras lo que sienten sobre ciertas cosas. Ellos no se informan, no redactan definiciones, nada. Ellos expresan, es algo muy diferente.

Su mirada dio a parar al rostro de Violet, que era un poema. Él le sonrió, ladeando su cuerpo un poco para volver a observar a la clase.

—¿Alguno de ustedes conoce a algún poeta latinoamericano? —detuvo su paseo y alzó las cejas —. ¿Alguien?

Kris alzó la mano.

—Yo conozco a un tal César Vallejo.

—Bien, él es peruano, pero no escribe los tipos de poemas que estoy buscando. Él era más bien modernista... y algo vanguardista al final de su vida.

—Oh, lo siento.

Sean comenzó a burlarse de él por lo bajo. Aun así, Kristian no le tomó atención. Quería aprender.

—No te disculpes. Fue un gran ejemplo que utilizaremos en unas clases más —le guiñó un ojo —. Es uno de los grandes poetas del Perú.

—Sí. De todas formas, no puedo entenderle muy bien —sonrió, nervioso —. No hablo el idioma.

—No importa, no importa. Aquí los entenderán sin necesidad de aprender el español —dijo el profesor, orgulloso de que la clase fluyese y le estuviesen poniendo atención —. ¿Alguien más conoce a otros poetas?

—Julio Iglesias —dijo Fanny. Violet no pudo evitar comenzar a reírse de forma silenciosa. Tuvo que esconder su rostro entre sus manos.

—No, Stephanie —el profesor intentó controlar la sonrisa de su rostro —. Él es un cantante.

Fanny parpadeó, sin entenderlo.

—¿No ha oído sus letras?

Las risas no se dejaron esperar.

—Gracias a Dios, no. Ese ejemplo estaría bueno en un taller de música. O quizá en el club de coro de la escuela. Podrías unírteles.

Fanny sintió un sabor amargo en el paladar y dejó de tomar apuntes.

—Bien, ¿los demás? ¿Alguno conoce a otro poeta? —Comenzó a caminar por las filas otra vez —. Vamos, chicos. No puede ser que solo Kristian conozca poetas.

Los estudiantes seguían en silencio. El maestro buscaba como respuesta nombres de poetas románticos. La clase pasada había hablado solo del amor, el amor en Latinoamérica, una parte del continente que hablaba en su mayoría español, un idioma que, según él, era uno de los más románticos en el mundo. Quizá, el maestro estaba lleno de amor porque se había casado hace poco. Tenía treinta y cinco años.

—Vamos, chicos. ¿Nadie conoce a un poeta latino? ¿Alguno que hable sobre el amor o la vida?

Kevin reía. Quizá le parecía gracioso que los adolescentes leyesen poesía. Entonces, el profesor se detuvo a un lado de Zack.

—¿Zack?

El joven dejó de escribir, levantando la vista con lentitud hacia la figura de autoridad. Tardó un momento en contestar, en el que aprovechó de ver cómo todos habían fijado sus miradas en él.

—Me gusta —aclaró la garganta al sentir que su voz había salido demasiado suave —. Me gusta Pablo Neruda.

—¡Vaya! Eso no me lo esperaba. ¡Gran ejemplo! —caminó rápidamente a su escritorio, siendo seguido por las miradas curiosas de sus alumnos —. Y es que justo aquí tengo un poema de él. Traducido, por supuesto. En el idioma original suena mil veces mejor.

Tomó una hoja plastificada desde su carpeta y se acercó a Zack, tendiéndosela.

—¿Quiere que la lea?

—Por favor.

Cuando Zack recibió la hoja y comenzó a levantarse, el maestro caminó hacia su escritorio diciendo:

—Presten atención. Este es uno de mis poemas favoritos. Puede tener un significado en la vida de todos.

Violet se fijó en Zack, interesada, esperando que se pusiese a leer. Parecía algo nervioso, sin querer hacer contacto visual con ninguno de sus compañeros. Sentirse observado le ponía las mejillas rojas.

No te amo como si fueras rosa de sal, topacio
o flecha de claveles que propagan fuego:
Te amo como se aman ciertas cosas oscuras,
secretamente entre la sombra y el alma.
Te amo como la planta que no florece y lleva
dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores,
y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo
el apretado aroma que ascendió de la tierra.
Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni dónde,
te amo directamente sin problemas ni orgullo:

Así te amo porque no sé amar de otra manera,
si no así de este modo en que no soy ni eres.
tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía,
tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño.

Alzó la mirada, iluminado.

—Soneto XVll.

La clase lo siguió observando, serios y sumidos en las letras que él acababa de leer de una manera que parecía fantasía. Una manera que a ella le hizo recordar esas frías noches de invierno detrás de una ventana, viendo la nieve dorada caer, como si en algún momento, los sueños se hicieran realidad. Había leído y escuchado muchos poemas, pero aquellos versos fueron los más hermosos que podría haber escuchado en su vida, podía jurarlo de rodillas. La campana sonando a lo lejos los despertó a todos, recordándoles que la jornada escolar había terminado.

—Bien, hemos terminado por hoy —el maestro parpadeó varias veces, regresando a su realidad —. Hablaremos más de este poema, y otros, la próxima clase, así que investiguen y traigan algunas ideas.

Los estudiantes comenzaron a ordenar sus puestos y mochilas. Algunos conversaban, pero en un volumen más bajo a lo usual. Zack se acercó al profesor, solo para devolverle su poema.

—Quédatelo —le contestó con una sonrisa —. Es un obsequio. Ya debería haberte dado uno hace tiempo por tus excelentes calificaciones en mi ramo.

Zack miró la hoja y comenzó a negar inmediatamente.

—No, no creo que yo...

—¿No? ¿Por qué no? El amor plasmado en papel es algo con mucho valor, Zack. Y todos tienen derecho a tener «amor» en sus vidas.

Violet se colgó la mochila al hombro y elevó su cabeza al escucharlos conversar. Ya se estaba sintiendo mal de espiar tantas conversaciones ajenas. Estaba por abandonar la sala, cuando el profesor le dijo a Zack algo que debería haberle dicho a toda la clase.

—El amor es la razón por la cual existimos. Si no fuese así, mi clase no tendría ningún sentido.

Violet sonrió y supo que Zack también lo hizo en su momento, aunque, como siempre, el joven tenía un contraargumento.

—Pero, no puede ser así de fácil, profesor —observó el poema entre sus trémulas manos —. No todos pueden amar o sentirse amados. Es algo que ocurre, ¿no?

—¿Cómo así?

—A veces sucede. Y no solo hablo del amor de parejas, sino también en el familiar o en la amistad. ¿Qué pasa cuando uno está solo?

El maestro se sentó sobre su escritorio y lo miró con interés, mientras sus alumnos seguían abandonando la sala de clases.

—Continúa.

Zack infló el pecho, apagándose.

—Por ejemplo, existen los amores no correspondidos. Si vives un amor correspondido, inevitablemente sabrás lo que quieres y serás feliz. Pero... ¿Y si no? ¿Qué le queda a esa persona? ¿Sufrir en silencio?

—Es una interesante idea...

—Hay gente que ni siquiera quiere levantarse en las mañanas por el hecho de sentirse solos en el mundo —sus ojos brillaban, pero de pena —. Entonces, ¿qué?

El tutor achinó los ojos y estudió su rostro, pensando en algo. Una sonrisa paternal se desdibujó en sus labios al cabo de un rato. Juntó sus manos, suspiró y le alzó las cejas.

—La verdad, es que podría decirte algo que escuchamos a menudo: Las cosas van y vienen. Así como hay buenos momentos que se van, lo mismo sucede con los malos. Nada es para siempre... por eso la vida tiene un principio y un fin.

Lo miró atentamente a los ojos y apoyó su mano en su hombro.

—Pero si hay algo que debes recordar, Zack, es que siempre hay esperanza. Como nuestro buen amigo Aristóteles decía: "La esperanza es el sueño del hombre despierto".

Los ojos de Zack enseñaron una lejana alegría y una pequeña sonrisa de gratitud se formó en su rostro.

Por su parte, tras escuchar aquella moraleja, Violet agarró sus cosas y salió corriendo de la sala hacia los pasillos llenos de estudiantes. La mayoría de los rostros revelaban el cansancio de la semana y lo agradecidos que estaban de volver a casa. Violet no. Ella pasó a comprar un jugo de piña a la cafetería y, con una mentalidad enfocada en los estudios, arrastró los pies hasta la biblioteca que se encontraba en el segundo piso del establecimiento.

Ya había entrado antes para hacer el trabajo de historia con sus compañeros, no obstante, se sintió como si entrase por primera vez, quizás porque en ese momento tenía otro objetivo por delante: Subir las calificaciones.

La biblioteca cerraba a las siete, por lo que tendría casi dos horas para aprender algo de matemática. No podía desconcentrarse y menos perder el tiempo. Esa podría ser la única oportunidad en que se sintiese tan comprometida con lograr algo.

Saludó a la bibliotecaria, que jugaba damas en su computadora. Dejó su mochila en una de las mesas de madera y se adentró por los pasillos, con el poema aun en su cabeza. No podía dejar de pensar en las palabras de Neruda, tan románticas como sabias. No se consideraba una persona que se maravillase con unos cuantos versos, pero aquel fue diferente.

"Te amo como se aman ciertas cosas oscuras...".

Se paseó por los estantes, pasando su mano sobre los empolvados libros, sin dejar de sonreír como una boba. Los pocos alumnos que concurrían allí después de clases estaban estudiando en silencio, sin mover ni un músculo. El único ruido que se escuchaba era el de las hojas al cambiar de página. Eso, de algún modo, la estaba motivando a elegir rápidamente un libro e imitarlos.

Titubeó entre las hojas, dudando cuál elegir.

"La esperanza es el sueño del hombre despierto".

Volvió a caminar y franqueó al siguiente pasillo. Sin embargo, gracias a su divina suerte, el lector de poemas se encontraba buscando libros en esa sección. Antes de siquiera tragar saliva, se escondió tras el estante más cercano y aguantó la respiración en sus pulmones. Desde que habían hablado en la enfermería, justo después de su berrinche bajo la lluvia, le había causado algo de vergüenza volver a verlo. Desvariar sobre aquello era inevitable. Como si ayudase, sacudió su cabeza para no pensar más en ello.

—¿Estás escondiéndote de alguien?

Pegó un grito escandaloso ante la voz y la aparición repentina del sujeto. La bibliotecaria le chistó y varios alumnos se quejaron del escándalo. Violet no pudo ni pedir perdón. Con un aspecto fantasmal, se giró a ver a Zack, quien la observaba con su inexpresivo rostro.

—¿Te escondes de mí acaso? —preguntó, siempre hablando en un tono de voz moderado.

Violet sacudió la cabeza con más fuerza que la primera vez.

—No, yo... —lo atravesó con la mirada —. ¿Qué haces aquí?

Sus mejillas rojas delataban la vergüenza y el pasmo que sentía; y también sabía que él podía notarlo. Sus latidos cardiacos podían escucharse como la bocina de un camión.

—Solo estudio —contestó él, apoyándose de lado contra el estante —. ¿Y tú?

Sonrió de oreja a oreja y brincó.

—¡Yo también!

Una joven la hizo callar desde una mesa, malhumorada. Zack sonrió de lado, fijándose en sus manos vacías.

—¿Sin libros?

Se le trabó la lengua y tragó saliva con dificultad, apuntando la estantería más cercana.

—Este..., iba ahora por ellos.

—Claro.

Pasó por su lado y se fue a sentar a una mesa. Violet debía ser sincera, pues ni siquiera sabía qué libro elegir. No sabía por dónde empezar. Podrían pasar cuarenta y cinco minutos en los que iba a estar pegada a las repisas, vacilando e intentando decidirse por uno de los miles. A su mente llegaron los recuerdos de las numerosas veces que Diana y Kris le dijeron que no podían ayudarla con los estudios. Era increíble que ni ellos tuviesen tiempo para ayudarla. Además, eran mejores alumnos que ella y jamás los había visto tan estresados por no entender algo, ni siquiera a Kris. Entonces, su cabeza se iluminó y se volteó hacia donde Zack se había ido. Tenía que intentarlo con alguien más.

De puntillas, se acercó a la mesa donde había dejado tirada su mochila y el jugo. Los tomó con rapidez para después ocupar lugar frente a Zack, asombrándolo.

—¿Qué haces?

Siempre fruncía el ceño al hablar, como si estuviese enojado con todos sin razón alguna. Violet se relamió los labios, abochornada, ante su mirada intransigente, creyendo que la echaría o terminaría abandonándola allí. Un nudo en la garganta no la dejaba expresarse, creyendo que estaba a punto de meterse en un gran lío. Aun así, sus ganas de ser alguien en la vida fueron mayores, por lo que se atrevió a plantearle su idea.

—¿Podemos estudiar juntos?

Le regaló la sonrisa más amigable que sus labios pudieron crear. En cambio, él levantó aún más sus cejas, sin saber si reírse de ella o escapar.

—¿Qué?

—Estoy atrasada con mis materias y necesito un tut...

—No.

Su respuesta la dejó helada. Solo pudo observar cómo él desvió su mirada al libro y comenzó a subrayar algunas explicaciones con un destacador celeste. No podía creer que no se había tomado el tiempo ni de pensarlo. Eso le ofendía, pero quiso asegurarse de todas formas.

—¿En serio?

—En serio —le contestó con cierta pizca de sarcasmo, provocando que toda su espina dorsal temblase.

"¿Así o más pesado?".

Violet apretó su mandíbula y torció un poco sus cejas.

—¿Por qué no?

—Porque soy esa clase de persona que no tiene paciencia para sentarse horas a explicarle a alguien cómo usar una fórmula.

"Oh Dios", pensó. "No voy a poder con este". Tragó saliva e intentó no estremecerse, a pesar de que sabía que tenía la cara rígida.

—Tengo dieciséis años.

—Lo sé —levantó su mirada hacia ella —. La mayoría en la clase tiene esa edad.

Siguió en lo suyo y ella volvió a acercarse.

—Sí, pero la mayoría también cumplirá diecisiete este año. Yo no. Yo estaba en un curso menos en mi país natal. En segundo. La misma sustituta de hoy lo dijo.

—Qué mala suerte —ironizó.

Violet apretó sus puños y revisó la hora en su reloj de pulsera. Estaba perdiendo tiempo valioso por hablar con un chico que solo la fastidiaba más.

—Vaya, qué pedazo de idiota eres.

Comenzó a ordenar su mochila, hecha una furia.

—¿Soy un idiota por negarme a tu pedido? Vaya, debes andar insultando gente a menudo, porque dudo que todos hagan lo que a ti se te plazca.

La muchacha respiró hondo, intentando entrar en razón con él. No quería descontrolarse, menos en un lugar tan pacífico. Inhaló y exhaló al menos cuatro veces, hasta que se sintió en paz otra vez.

—No fuiste mi primera opción.

Como ni siquiera se dignó a mirarla, continuó:

—Ya le pregunté a varios y nadie quiere ayudarme.

—¿No te has preguntado las razones que tienen?

Eso la afrentó. Contó hasta diez antes de perder el juicio como lo había hecho con Sean Glover.

—Oye, no soy mala onda ni nada. Nadie tiene tiempo.

Él la miró.

—No decía que fueses pesada. Decía que, justamente, nadie tiene tiempo. Y... —aclaró su garganta —. Yo no le hago clases particulares a nadie, como ya dije.

—¿Ni siquiera a un caso especial como yo?

—Eres lo suficientemente inteligente como para entender las cosas por ti misma.

Nunca pensó que alguien la llamaría "inteligente", menos después de todos los malos ratos que tuvo que pasar porque los profesores no la entendían.

—¿Acaso no has visto todas las veces que he quedado como una ignorante frente a los profesores? Hoy me humillaron públicamente.

—Eso no te hace menos inteligente.

Con una expresión sombría, se levantó a buscar otro libro a la misma sección donde se habían topado antes. Ella se quedó sentada un momento, observando el libro del chico, abierto y subrayado. Sus libros jamás se habían visto así. Su madre siempre la retaba con que sus libros llegaban como nuevos a final de año, como si nadie jamás los hubiese abierto. Tenía razón. Por ello, se paró y siguió el recorrido de Zack, dispuesta a insistir hasta que se cansase de ella. Era el mejor alumno de su clase. No podía dejar escapar una oportunidad como esa.

Lo encontró en medio del pasillo. Se encontraba estirado para alcanzar un libro en altura. Dejó de esforzarse al notar su compañía, y maldijo internamente.

—Me gustó mucho el poema que leíste hoy.

Zack sonrió de lado, aunque notaba el sarcasmo en sus ojos de azul oscuro.

—Coquetear conmigo no te ayudará, Violet —zanjó.

Sacó un libro que se encontraba más a su alcance para leer su índice. Era la primera vez que la llamaba por su nombre y no pudo evitar sonreír al escucharlo.

—Solo decía. Conozco a Pablo Neruda. Gran escritor, pero pésimo orador.

Ahora fue él quien sonrió a medias, intentando esconderla al darle la espalda. Ella lo rodeó, quedando frente a él nuevamente.

—Por favor, Zack. Te lo ruego.

—Deja de atosigarme —le dio la espalda otra vez. Ella no se rindió, por lo que volvió a rodearlo y quedó frente a él con un rostro de perro mojado.

—Necesito clases particulares. Estoy preocupada por mis notas.

—Y yo por las mías...

—¿Qué? —su cara mostró confusión —. Sacas 100/100 en todo y, ¿estás preocupado por tus notas? ¡Debe ser un chiste!

La bibliotecaria le chistó, enojadísima. Le hizo una seña de que la degollaría si escuchaba su aguda voz otra vez.

Aguantando la risa, Zack dejó el libro en el estante y se adentró aún más en el corredor para no ser vistos por la anciana. Ella le siguió, orando para que accediera.

—¿Por qué necesitas clases? —se dio vuelta al detenerse y arrugó la frente —. ¿No se supone que ganaste una beca por tus calificaciones?

—Sí, pero estoy atrasada con respecto al resto. Me adelantaron al venir aquí sin avisarme. No me molesta la idea, pero me asusta seguir sacando malas calificaciones. ¡Hay muchas cosas que no logro entender! —se encogió de hombros —. Por ejemplo, el maestro de francés siempre se ríe de mí porque soy la única que va mal en su asignatura, pero él no me pregunta si me enseñaban francés en mi antigua escuela. Y ya viste que hoy casi me pongo a llorar cuando fui una de las desafortunadas a la que le repitieron la hoja de vida en su cara y frente al curso. Además, si saco malas notas, no me convalidarán este año en Estados Unidos y tendré que volver a ver a todas mis compañeras odiosas.

Su apasionado discurso hizo que él alzase una ceja, cruzado de brazos. Ella puso sus manos juntas en forma de rezo. A eso le agregó un puchero.

—Por favor. Solo necesito ayuda en matemática, física y francés. ¡Oh! Y química. Lo demás está relativamente bien... espero.

—Como si eso fuese muy poco —dijo él, negando con la cabeza.

—¡Por favor! —le suplicó entre susurros para que la bibliotecaria no los echase del lugar de estudio —. Solo... nivélame.

Él la recorrió con sus ojos, desde los zapatos de charol hasta sus ojos grises, que le suplicaban piedad. Lanzó un profundo suspiro.

—Está bien — los ojos de la muchacha destellaron y la sonrisa se ensanchó en su cara —. Pero no puedes decirle a nadie. No quiero más rumores falsos en mi vida.

Se alejó, mientras ella pegaba saltitos y gritos de júbilo en su interior. Por fin podía sentir la sensación de éxito en sus venas que por años le había hecho falta. Nadie la llamaría rubia tonta ni le preguntaría si tenía problemas para concentrarse. Ya no tendría la mirada perdida en matemática ni lágrimas en los ojos al recibir un 2/100 del profesor de francés. Ahora solo iba a ser Violet Henley, "una alumna en busca de algo mejor".

—¿Qué haces allí? —él había vuelto con cara de pocos amigos —. Ven, empezaremos ahora mismo con matemática, que creo que es lo que tienes más atrasado.

—Si no contamos francés...

Él volcó los ojos, siendo paciente. Ella asintió, rendida.

—Vale, vale, comencemos con matemática.

Lo siguió de vuelta a la mesa y se sentaron frente al otro. No perdió el tiempo y abrió el libro en la primera unidad de tercer año. Ella se mordió el labio inferior y siguió sus instrucciones al pie de la letra, haciendo un esfuerzo por verse seria, aunque le era imposible. Estaba tan contenta de demostrar que podía mejorar, que todo lo malo había quedado atrás. Cuando él empezó a introducir la materia supo que estaba lista para aprender junto al mejor estudiante de su clase.

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