S e s e n t a

-F I N A L-

James Prawel caminó junto a las celdas, sin un guía o un guardia de seguridad. Su aspecto había cambiado. No se había afeitado y sus ojeras estaban tan oscuras como el cabello de su hijo, al cual, tal vez, jamás volvería a ver. Ni un mensaje, ni una carta, ni un llamado. Había desaparecido casi por completo, pues solo le había dejado encargado a su gato, Phil, seguramente para no abandonarlo por completo. Aun así, el hecho de tener a su cuidado al gato de su hijo, no se comparaba con tener a su niño en físico, lo que lo obligaba a pensar en sus actos hasta ese punto. Así, decidió hacer una visita a la cárcel. Solo se dirigió a una celda en particular para pedir que le abriesen la reja. Quería conversar en persona con el abusador de su hijo.

—¿Tú eres Sean Glover?

El moreno se puso de pie. Nadie lo visitaba. Ni su hermano, ni su horrible padre. Todos parecían haberse olvidado de él para siempre, tal como sucedía con el señor Prawel, quien no sabía nada ni de su hijo ni de su exesposa desde hace un tiempo.

Las cosas con Sean se habían desequilibrado. Como Russell, su hermano mayor, también había estado en prisión por tráfico ilegal de armas, no podía simplemente volver como visitante. Su padre, por otro lado, debía cuidar su imagen frente a los medios, puesto que era un empresario respetado e importante. Siempre evitaba hablar de su hijo menor en cámara, lo que explicaba el porqué nunca había venido a verlo. Entonces, cuando el padre de Zack se situó sorpresivamente frente a él, quedó impactado.

—Sí... —lo tuvo que mirar dos veces —. ¿Señor James Prawel?

—Él mismo —se dio vuelta y le dio la señal al guardia para que cerrase la reja tras él —. Por fin puedo hablar contigo de hombre a hombre.

—No creo que sea buena idea.

No quería hablar con nadie. Llevaba tiempo deprimido, solitario y enfadado con el mundo.

—¿Quién diría que el hijo de uno de mis amigos terminaría en la cárcel? Y justo el niño que solía jugar con Zack...

—Yo no jugaba con Zack.

—A otro perro con ese hueso, Sean.

—¿Señor?

James sonrió fríamente.

—Luces deprimido —comentó.

—¿Por qué lo dice?

—Para hacerte la gracia —contestó sarcástico —. ¿Por qué va a ser? Mi hijo pasó años deprimido. Creo que puedo reconocer a una persona depresiva cuando la veo.

Sean tragó saliva con dificultad. Tenía un moretón en el ojo, seguramente por haber reñido con otro de los presos. No había buenas relaciones allí adentro, ni siquiera con los guardias. Estaba deprimido porque por fin sabía lo que era estar solo, tener hambre, frío y pena.

—Lo estoy.

Prawel comenzó a reírse, metiendo las manos en sus pantalones de tela.

—¿Te has preguntado por qué?

—Bueno... mi familia no viene a verme hace meses, los reos aquí son unos idiotas y... —sus ojos se cristalizaron —. Quizá me lo merezco.

—¿Quizás?

Sean puso los ojos en blanco, agotado.

—Me lo merezco —corrigió, malhumorado, aunque luego su rostro cambió. Escondió su cara entre sus manos y respiró hondo, aguantando las ganas de llorar.

—Zack y yo jamás nos llevamos bien. No me gustaba su personalidad. No me gustaba nada de él. Lo detestaba por dentro y por fuera y siempre será así, ¿de acuerdo? Esto no es karma. Solo se me pasó la mano y eso tuvo su consecuencia.

—¿Dónde está tu sentido de la empatía, muchacho?

—¿Y dónde está el de él? Jamás se preocupó por nadie más que de sí mismo. ¡Soy el único que lo ve! —lo miró mal —. Aparte de usted.

—Yo...

No pudo continuar. Estaba seguro de que él tampoco conocía la empatía.

—¿Lo ve, señor Prawel? Ser empático no es tarea fácil, menos cuando uno tiene sus propios problemas.

—Una cosa, jovencito, es ser poco empático. Otra es ser un abusador.

—No intente echarme a mí toda la culpa —ya estaba rojo de furia —. Ambos sabemos que el intento de suicidio de Zack no fue solo por el bullying. Una gran parte fue culpa suya. Él mismo lo decía.

James apretó la mandíbula.

—No vuelvas a hablar sobre mi familia, ¿escuchaste? No soy yo el que está en la cárcel.

Sean dejó salir una pequeña carcajada.

—¿Cree que no me enteré de que usted estuvo en prisión por un tiempo por maltrato intrafamiliar? —se volteó a ver su rostro y sonrió —. Todos tenemos defectos, lo sé, pero usted es el hombre más hipócrita que he conocido.

James alzó la barbilla, intentando mantener su espalda rígida y su mente limpia.

—Intentas esconder tus errores detrás de los míos. Eso no está bien —pasó su mano detrás de su cuello y notó que sudaba —. Después de mí no tendrás más visitas. Estarás solo.

Volvió a concentrarse en el ambiente un silencio tenso. Ninguno de los dos se miró a los ojos.

—No lo veía hace mucho, señor Prawel —dijo Sean en voz baja. Quizá nadie nunca lo había visto tan desorientado y decaído.

—Y no volverás a verme. Estoy siguiendo un plan de ayuda para los estudiantes de Southern Cross, para que gente como tú no vuelva a hacerlos sentir miserables.

Glover negó con la cabeza.

—Qué hipocresía. Me imagino lo que estarán pensando todos al verlo allí.

—Al menos estoy haciendo algo bueno.

El moreno no dijo nada.

—Ahora mi hijo está comenzando una nueva vida. Tiene la oportunidad de ser feliz. ¿Qué te queda a ti?

Sean Glover estaba bajo una depresión, se podía ver en sus ojos, aunque no quisiese admitirlo. Estaba solo y constantemente sufría maltrato dentro del establecimiento. La gente allí creía que los reos no merecían nada. Que, por sus delitos, no tenían derechos. Quizás estaban en lo correcto, pero él era muy joven para aceptarlo. Los papeles se habían dado vuelta, tarde o temprano.

—Solo te diré una cosa, Glover. Pude haber sido un padre de mierda, pero no te perdonaré nada y la justicia tampoco lo hará. Trabajaré el resto de mi vida si es necesario para que, en trece años más, cuando se reabra el caso, te culpen de nuevo. O te seguirás pudriendo en la cárcel o tendrás que indemnizar a Zack por daños morales. Te succionarán hasta el último centavo, quieras o no.

EL muchacho lució desesperado al oír que su condena podría expandirse y hasta recibir más castigos.

—No es capaz.

—No me subestimes.

Hizo una pausa.

—Y... quizá tú estás sufriendo lo mismo que mi hijo sufrió por años, pero hay una cosa que él tuvo y que tú jamás tendrás.

Sean encorvó la espalda y preguntó qué era eso tan valioso.

—Es valentía. Zack es el muchacho más valiente que he conocido en mi vida —lo trituró con la mirada —. Tú jamás serás eso.

Sin decir nada más, salió por el mismo lugar por donde entró. Sean se quedó mirando la reja de su celda, con la respiración acelerada y sintiéndose perdido, como si estuviese en medio de un océano oscuro y helado que intentaba hundirlo a cada minuto. Lloró toda la noche. Su cuerpo tembló esperando que al día siguiente su familia lo visitase, pero, en vez de eso, recibió más golpes de los reos mayores que él. Hubo más riñas, garabatos y sangre. Los guardias se burlaban de ellos, los empujaban e insultaban como querían. Ni siquiera podía dormir durante las noches, teniendo temor de que algo malo le hicieran.

James no esperaba que esa pequeña conversación lo dañase tanto. A los dos días, Sean Glover se suicidó tras un disparo en la cabeza. Conseguir un arma dentro de una cárcel no era algo complicado y que ocurriese un suicidio dentro de prisión tampoco era muy alejado a la realidad de los reos. Aun así, la noticia no dejó de sorprender y todos quienes conocían a Sean quedaron petrificados al escuchar sobre su destino fatal. La prisión no quiso dar declaraciones tras el suceso, pero no dejó de salir en cada diario del país.

"Joven se suicida en una de las instalaciones del reformatorio Don Dale en Canberra".

Violet se encontraba sentada a la sombra de un cerezo, contemplando la avenida con el semáforo en luz roja, mientras el tibio sol veraniego le daba a un lado de la cara, prometiéndole que el calor soberano e infernal, característico durante las tardes, no tardaría en llegar. Sobre sus piernas reposaba el periódico con la muerte de Sean Glover en portada. Al leer la noticia, sintió que el aire se había vuelto inmóvil y pesado a su alrededor y que el aroma a flores y pasto recién regado se habían desvanecido. Se acomodó la boina de color crema y observó el árbol de color rosa que tenía sobre su cabeza, transportándose por un segundo a su calle sin salida en Boise, Idaho, a donde volvería en menos de un mes. Volvió a leer la noticia.

"Un joven de diecisiete años terminó con su vida tras un disparo en la cabeza en una cárcel al norte del país. Se investigan además casos de actos violentos contra jóvenes en Australia, y casos de maltratos y aislamientos de menores bajo condena.

Sean Glover, acusado de bullying, violación y asesinato frustrado, cumplía una condena de trece años de cárcel cuando decidió terminar con su vida. En el inicio de las audiencias orales, la comisionada, Iraia Kennedy, aseguró que el acusado también fue víctima de aislamiento y agresividad frecuente dentro del reformatorio Don Dale.

"Los recluidos en la entidad, muchos provenientes de una gran población aborigen, permanecen encerrados en las celdas durante 23 horas a la semana", dijo la funcionaria.

El Primer Ministro australiano, Tony Abbott, aseguró que crearía una comisión para verificar tales acciones luego de que supiese las causas de la muerte del menor. Sin embargo, admitió que "todo aquel que esté en la cárcel es por una razón clara y justa. No pueden pedir una cama y un baño de agua caliente si ellos intentaron matar, violar o robar a alguien". La declaración desató varias controversias entre los pobladores, mas la familia de la víctima no quiso referirse a su muerte ni condena.

La investigación de la policía reveló además que el 95% de los jóvenes presos son indígenas australianos, de los cuales un 65% declararon haber sufrido maltrato, incluso con gas lacrimógeno dentro de las celdas".

Escrito por los periodistas Alda Crawford y Sawyer Green.

Entrecerró los ojos por el sol que ahora comenzaba a molestarle los ojos. Volvió a dejar el diario sobre sus muslos y se enderezó un poco para echarle un vistazo a la gente que caminaba por la acera. Aun no se veía a nadie conocido cerca, por lo que elevó su mirada al cerezo, justo cuando una de sus flores se desligaba con la delicadeza de una pluma y caía en círculos hasta reposar en su rodilla.

—¿Quién iba a decir que la vida era tan misteriosa? —le preguntó cuando la tuvo en sus manos, soplándola para que siguiese su recorrido por las calles de Canberra. Quiso creer que su destino sería Moscú. Desde su bolsillo, extrajo la fotografía en blanco y negro que había recortado de Zack la otra vez.

—¡Violet!

Guardó la fotografía y dejó el diario a un lado suyo, alzando la vista hacia un alegre Kris que se acercaba. Todos parecían haber seguido con sus vidas, a pesar de que no había pasado mucho desde su partida.

—¿Cómo estás?

—Bien —mintió, agarrando el periódico —. ¿Te enteraste?

Kristian asintió, sentándose a su lado en la banca y contemplando la portada. Venía con el pelo húmedo y olía bien, tal vez en un intento por combatir el calor seco del verano.

—Nunca pensé que él sería capaz de algo así. Solía burlarse de Zack por haber intentado quitarse la vida hace ya un año...

Violet bajó la mirada al oír su nombre.

—Es curioso e irónico.

—Debe haberse sentido muy mal allí, ¿no crees? Leí que los atacaban con gas lacrimógeno. Qué horror.

—Tienes razón. Es simplemente impensable... impredecible.

Volvió a mirar las copas de los cerezos. El día estaba tan agradable que podría haberse echado una siesta en esa banca bajo su sombra.

—¿Crees que Sean está en el infierno? —le preguntó Kris.

—No quiero pensar en eso. No sé si él se habrá arrepentido de sus actos —se encogió de hombros —. Solo sé que todo terminó.

Kris asintió, acomodándose los lentes con nerviosismo. Apuntó su boina.

—Linda boina, aunque... ¿no tienes calor? —interrogó, echándole un vistazo. Usaba un vestido floreado bastante ligero, aunque se había pues un abrigo delgado encima que hacía juego con el color de su boina.

—La verdad es que no. Tengo el cabello algo húmedo y la mañana está agradable.

Asintió y otra vez los inundó el silencio. Violet observó a una pareja de ciclistas que pasó conversando, para luego mirar a Kristian otra vez que se había quedado mirándose las manos.

—¿Por qué me pediste venir? —preguntó entonces, recordando el porqué estaba sentada allí. Su amigo volvió a sonreír.

—Ten.

Sacó una carta desde su bolsillo y se la tendió.

—¿Y esto?

—Zack te escribió una carta. Quería que la leyeses unos días después de su partida... para que estuvieses... tranquila.

—¿Qué?

No pudo moverse ni tomar la carta.

—Me la pasó a mí. Te la hubiese entregado antes, pero... no lucías muy bien. Incluso ahora estás...

Los ojos grises de la chica se clavaron en él.

—Seria —terminó de decir, inclinándose hacia atrás.

—¿De verdad es una carta de Zack?

—¿Por qué mentiría?

Ella se levantó de un salto, dispuesta a abrirla.

—No —la detuvo Kris —. Él dijo que debías ir a la escuela a leerla.

—¿Qué? —dejó caer sus manos —. ¿Por qué iría a ese lugar horrible?

Kris se encogió de hombros, disfrutando la cálida brisa.

—Dijo que fueras al árbol donde solían conversar. Quería que la leyeses allí.

—Bueno —se pasó un mechón de cabello rebelde detrás de la oreja —. ¿Vienes?

—Creo que él quería que estuvieses sola al momento de abrirla.

Violet asintió, tímida.

—Está bien.

Se despidieron con un abrazo fuerte, bajo los rayos relucientes de sol. La muchacha se alejó agarrando la carta entre sus manos, conmocionada. Agradeció la sombra que le daban los coloridos árboles en su camino a la escuela, aquel que recorrió durante todo ese año y que, en un par de semanas, estaría alejada de él por miles y miles de kilómetros. Ya se estaba acostumbrando a la idea de que nunca más volvería a pisar esas veredas ni a escuchar a esos pájaros cantando sobre el tendido eléctrico.

Se acercaba la hora del almuerzo. Los colegas salían en grupo de sus espacios laborales rumbo a un restaurante cercano. Las mujeres se juntaban en los cafés a charlar y fumarse unos cuantos cigarrillos. Los niños encumbraban volantines y uno que otro hombre paseaba a un perro enorme en el parque. La escuela estaba cerrada, pues las clases ya habían acabado, un poco antes de lo usual. El director había decidido que era lo mejor tras tener un año bastante agitado en cuanto a problemas, por lo que prefirió que los alumnos empezasen antes sus vacaciones y pudieran desestresarse. Violet no contaba con que podría ver a Carpenter durante las vacaciones de verano, pero allí estaba, saliendo por las puertas principales, jugando con las llaves de su carro en el dedo índice, mientras bajaba al ritmo de una canción las escaleras.

Se detuvo cuando la vio.

—Violet Henley, qué sorpresa —caminó hacia ella con exagerada felicidad —. ¿Qué haces aquí? La escuela está cerrada.

Intentó no mostrar una actitud seria y reacia frente al director. No quería preguntas personales ni charlas motivacionales en ese momento. A veces, estar sola era la única forma de superar sus penas, aunque sonase contradictorio. Estar con gente solo le recordaba que alguna vez fue amada.

—Perdí mi chaqueta de deporte el último día y creo que la dejé en el patio trasero —volvió a mentir, como si ya no pudiese vivir de verdades —. ¿Puedo echar un vistazo?

Solo tenía que rodear el establecimiento para llegar allí.

—Claro que puedes —le dijo el rector —. Pero no tardes, ¿sí? Después me meto yo en problemas.

Le guiñó un ojo.

—No dejes que te vean los jardineros.

—Gracias, señor.

Iba a retirarse, pero él la detuvo.

—¿Cómo has estado? Nunca tuve la oportunidad de preguntar.

—Estoy bien, gracias por preguntar.

—¿Estás segura?

Una brisa caliente los rodeó. Los labios rosados de Violet se entreabrieron, haciendo un esfuerzo por no soltar toda la verdad.

—Sí..., señor. Estoy segura.

Robert Carpenter asintió entonces.

—Me alegro. Bueno, cualquier cosa, sabes que puedes venir a verme cuando quieras. Yo estoy aquí todo el verano durante la mañana.

Violet sonrió, agradecida por su buena disposición.

—Por supuesto.

Él asintió, alejándose ya.

—Cualquier cosa, usted me toca la puerta no más. Cuídese.

No esperó respuesta y se alejó a su jeep, estacionado a unos metros de su encuentro. Violet esperó a verlo partir y perderse avenida abajo, para luego comenzar su recorrido, rodeando el colegio y mirando sus zapatos que se hundían en el verde y húmedo césped. No era fanática de mover las piernas, pero si Zack lo quería así, así sería. Después de todo, él también debía seguir instrucciones.

Caminó cabizbaja, observando la hierba verde que brillaba bajo los rayos solares. La brisa le relajó los músculos, en especial por el sonido que lograba provocar cuando chocaba con las hojas de los árboles, como una canción. Sus piernas siguieron moviéndose consecutivamente, hasta que supo que estaba cerca.

Elevó la mirada a pocos metros de su árbol, ahora verde y frondoso, llevándose una sorpresa. Allí, colgado y balanceándose desde una rama, había un columpio de madera y cuerda firme.

Boquiabierta, fue incapaz de moverse. Su cuerpo se volvió más pesado y no pudo evitar sentir las lágrimas caer de la sorpresa y la pena. Terminó arrodillándose contra el césped, temblando de pies a cabeza. No podía creer lo que veía. No podía siquiera pensar que aquello era real. Se tapó la boca y lloró desconsoladamente otra vez, como lo había hecho esa noche después de ver partir a Zack. Estaba tan emocionada, que tardó varios minutos en recomponerse.

Comenzando el último viaje, tomó la carta en su mano inquieta, intentando pararse una vez más. Sabía que necesitaba las lágrimas, sus eternas compañeras, para liberar la frustración y soledad que se habían alojado en su corazón. Se tambaleó como una ebria, con la vista nublada y los sentidos a flor de piel. Asombrada todavía, se detuvo a un paso del columpio, sintiéndolo tan irreal como hermoso. Alcanzó con su mano una de las cuerdas y sonrió ampliamente ante el recuerdo. Zack lo había hecho, no cabía duda. Zack había recordado que los columpios, para ella y su abuelo, eran un método sano para liberar el dolor de la realidad. En el caso de Boppa: la muerte de su amada. Y ahora ella... lejos de su amado.

Se sentó y balanceó un rato como una niña pequeña de cinco años que se niega a crecer. Oh, cómo hubiese deseado ella no haber crecido nunca. Quizás no estaba lista para los dolores que traía la edad adulta.

Detuvo el vuelo y respiró hondo cuando dejó de balancearse. Cogió la carta que había estado esperando leer desde el momento en que se la entregaron. La abrió con manos temblorosas, dubitativa, esperando que no hubiese nadie cerca que pudiese interrumpirla. En cuanto vio la tipografía de Zack, tan ordenada y cursiva, dejó el sobre de lado y se meció en el columpio levemente, comenzando a leer.

Querida Violet:

Una noche me puse a pensar en la gente y en las decisiones que toman. En cómo estas influyen sobre los demás, en lo mal que nos tratamos entre nosotros y lo contentos que nos ponemos cuando el chico o la chica a la que detestamos le va mal en algo o falla. ¿Cómo puede depender de eso nuestra felicidad?

No excuso a nadie de la maldad, ni siquiera a mí mismo. Creo que es algo que viene con nuestra sociedad: Amargada, cruel, confundida. Las personas se caen e intentan levantarse. Lo llaman "aprender de las lecciones de la vida". ¿Puedes escuchar la mentira en esas palabras como yo lo hice cuando decidí escribirte?

Las lecciones de la vida justifican los actos que cometemos, tanto buenos como malos. Justifican nuestros errores. Si alguien comete un error, la gente concluye que está aprendiendo, que tiene derecho a equivocarse. Eso solo está bien hasta cierto punto. A lo largo de mi vida me he dado cuenta de que esta manera de pensar es horrible. Que nos quedamos de brazos cruzados esperando que el karma haga lo suyo y creemos que nosotros solo somos dignos de aceptar y seguir viviendo. ¿Dónde quedó la justicia de la que tanto se aclama?

Aunque no quieras creerme, sigo buscando a alguien en este planeta que no le haya hecho daño a otra persona. Quizá por eso creía y creo en Dios. Quería creer que había una persona decente que no había cometido pecados y no los cometería jamás. Alguien perfecto. Aunque, podrás darte cuenta de que... Dios no es una persona. He ahí mi error.

La felicidad no puede depender de otros, ni siquiera de Dios, por mucho que me haya ayudado en su momento. Ya puedo imaginar que te estás preguntando "¿qué hay de mí?". Siempre te ha gustado oír lo que yo pienso de ti.

Cuando era pequeño mi padre solía decirme, después de verme llegar de la escuela con moretones o rasguños, que la vida estaba hecha para los fuertes, como en el reino animal. El animal más bravo y fuerte se come al débil. A veces creía que tenía razón y que todo era mi culpa. Que Sean solo estaba haciendo su trabajo y que nadie me ayudaría porque él hacía cosas para las que fue diseñado, y que yo debía convertirme en león si no quería que Sean me comiera.

No fui capaz. Nunca pude manipular a alguien más allá de la mirada o el tono sarcástico que me caracterizan. Nunca pude comenzar una pelea a golpes, ni insultar a alguien por su físico o solo reírme de los errores de otros. No puedo y creo que jamás podré. Tal vez por eso me he encerrado en mí mismo por tantos años.

Y entonces, llegaste tú.

Eras el tipo de muchacha que jamás pensé que llegaría a conocer. Eres la única que quiso hacer un cambio en nuestra escuela, la que prefirió la honestidad en vez de la mentira, o el amor en vez del odio. Y siento lo que siento por ti desde el primer día que te conocí, con esas trenzas desarregladas, tu torpeza tan característica y el sentido del humor que utilizas cuando buscas conseguir algo, como sacarme una sonrisa.

Tú fuiste la luz en mi oscuridad, Henley. Y no te lo digo para que te sientas mal o pienses que has cometido un error. Nuestro momento juntos pudo haber terminado, pero el recuerdo siempre vivirá en mi memoria. Te lo prometo.

Eres la única persona en el mundo que valía la pena conocer. La única que me ha hecho considerar en desvelarme; pensando en ti.

En el pasado, quise entender a las demás personas. Quería ser parte de un grupo de amigos, pero no lograba encajar. Me pregunté por qué se comportaban de manera tan mezquina con los otros. ¿Por qué herir? ¿Por diversión, placer o locura?

Tal vez, yo también fui uno de ellos en su momento. Te herí a ti, ¿no es así? Quizás te herí por cobardía o temor, pero te herí sin importar qué. No quiero que lo niegues. Seguramente tú has cometido tus errores, y sería estúpido que yo o alguien más te juzgase por ellos. No hay nadie que tenga el alma limpia en estos momentos. Somos así y tal vez eso no vaya a cambiar nunca. Aunque me gustaría.

No quiero mentir sobre mi persona. Tampoco quiero que tú lo hagas. Solo quiero que vivas esta realidad que nos tocó e intentes ser buena con el resto, de la misma forma en que lo fuiste conmigo. Me has abierto los ojos, y sé que Rusia va a ser mi nuevo hogar y mi nuevo comienzo. Hasta puedo jurar que estoy ansioso de retomar las clases, aprender ruso y hacer nuevos amigos. Quiero ser una persona feliz, haga lo que haga, porque tú me motivaste a serlo.

No sigas llorando, Violet. No quiero que llores por gente que no se lo merece. No dejes que ellos sientan felicidad a costa tuya. Se buena, se justa y se feliz. No dejes que mis decisiones influyan sobre las tuyas.

Y gracias por todo lo que hiciste hasta ahora por mí. Cambiaste mi vida más de lo que puedas imaginar. Sé que, después de todo, encontrarás tu final feliz. Todas las princesas se lo merecen.

"Don't forget to fly".

Zack.

Alzó la mirada al cielo azul reluciente, sin poder evitar que una lágrima cayese sobre la carta, justo al lado de la firma en tinta de su nombre. Giró la hoja, notando que su mano ya no temblaba como antes. Allí, con letras cursiva, salía una posdata.

"Sé que te estás preguntando cómo hice que apareciese el columpio allí. Bueno, algunos sabemos ocupar bien el dinero de las apuestas".

Se rio, al mismo tiempo que lloraba, pues había podido sentir su personalidad a través de esas palabras. Dobló el papel y bajó la mirada, riendo y balanceándose, como solía hacerlo cuando se sentía nostálgica en Boise. Nunca pensó que alguien sería capaz de hacer lo que él había hecho por ella. Era el mejor regalo de todos. Lo tomaría como un regalo de cumpleaños adelantado.

Se pasó las manos por las mejillas y cerró los ojos un momento, serenándose. Disfrutó el sol contra su piel y abrió los ojos solo cuando estuvo segura de que volvería a ver con claridad. No podía creer lo parecidos que eran. Él también se llevaría una sorpresa.

Entonces, se levantó, metiendo la carta en su sobre nuevamente y apretándola entre sus manos. Echó un vistazo al columpio y supo que sería su segundo lugar favorito en la Tierra, después del columpio de su abuelo. Sonriendo, vio el proceso en que una hoja verde del árbol se despegó de su rama, a pesar de no ser otoño, como si quisiese transmitir un mensaje. Se balanceó por los aires con lentitud, provocándole cosquillas en el estómago. Terminó descansando sobre el asiento de madera que se balanceaba al compás de una brisa veraniega. Sonrió, tomándola entre sus manos y guardándola con cuidado junto a esas letras que no serían respondidas, pero siempre recordadas.

—Viviré para mí, solo para mí. No significa que olvidaré —dijo, sonriéndose a sí misma, caminando hacia la calle. Tenía la esperanza de que él estaría siguiendo su sombra, que se agrandaba más y más conforme el sol se escondía en una iluminada capital, viva hasta el final.

Bueno, este es el final de "Cuando la oscuridad habló". Pronto publicaré el epílogo y se dará por finalizado este libro. Espero que lo hayan disfrutado tanto como yo lo hice al escribirlo. ¿Cómo se sienten?

Las extrañaré.

-Blue.

PD: NO OLVIDEN COMPARTIR LA NOVELA AHORA QUE ESTÁ TERMINADA. CON SUS AMIGOS Y FAMILIARES. PARA QUE LOS #WATTYS2017 LA TOMEN EN CONSIDERACIÓN. GRACIAS POR TODO HASTA AHORA, POR LEERME, COMENTARME Y VOTAR EN LOS CAPÍTULOS. HAN SIDO UN APOYO FUNDAMENTAL EN MI VIDA DIARIA. HAN HECHO QUE YO CREZCA COMO ESCRITORA Y PERSONA. SON UNA PARTE IMPORTANTE DE MI VIDA. GRACIAS.

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