O c h o

Capítulo 8

—No...

—Titubeaste.

—Que no.

Violet se despistó, levemente molesta. Él sonrió de lado.

—Ah. Eres de esas que no admiten su culpa —se rascó el puente de su ancha nariz —. No puedo creerlo.

—¿Qué culpa tengo que admitir? —cuestionó, evidenciando la gracia que le causaba aquella discusión sin sentido. Sin embargo, la sonrisa de Sean no desapareció, lo que hizo que su buen humor despareciera.

—Tú misma te delataste con Stephanie Hall. Le dijiste que cuando algo te parece mal, no puedes quedarte callada.

La rubia abrió los ojos aún más.

—¿Me ha acusado?

—Oh, no, solo lo dijo. Sin embargo, a mí me hizo ruido y luego me escabullí a la oficina del director y... pude confirmar mis sospechas. Fuiste tú y Diana quienes dieron testimonios —volcó los ojos —. Y yo perdiendo el tiempo intentando sacarle información a la gente equivocada...

Violet echó un pie atrás y tragó saliva cuando volvió a mirarla con burla.

—Ya nos veremos más seguido, Violetta.

Ella entrecerró los párpados de forma notoria. Él no dijo nada más. Se dio media vuelta con esa sonrisa llena de sarcasmo, para luego retirarse silbando una canción desconocida. Tal vez la semana hubiese terminado bien si no hubiese sido por ese encuentro. No sabía si temerle a ese muchacho o simplemente seguir pasando desapercibida en los pasillos de la escuela. Estuvo todo el fin de semana pensando en aquel diálogo tan fuera de lo común. Llamó a sus padres para distraerse brevemente del estrés escolar, y también salió a pasear por la pequeña ciudad con Cecilie Sanders. Sin embargo, no pudo quitarse esas palabras de la cabeza y, con temor, regresó el lunes, a su segunda semana de clases en Australia.

La escuela seguía igual por fuera que en su primer día de clases, tranquilo e iluminado. Por dentro, todo lucía relativamente normal, aunque su sexto sentido le estuviese diciendo constantemente al oído que debía cuidarse la espalda. Temía que poco a poco se estaría acostumbrando a ese ambiente y desconectándose de Boise. No podía dejar de admitir que cuando se encontraba sola, pensaba en sí estuvo bien o no decidir irse, e incluso participar por la beca de estudios. Pero, luego, se reconfortaba pensando en lo poco que disfrutaba su juventud allí, en una escuela pequeña, de puras mujeres y alejada de ese gran mundo real que siempre quiso conocer. La aventura solo comenzaba. Debía dar un paso al frente.

—¡Eh, Violet! ¿Qué tal tu fin de semana?

Fanny apareció tras ella en el corredor principal de la escuela y la rodeó con su brazo, llamando la atención de algunos grupos de personas. Lograba entender las miradas atónitas de los presentes. Caminaba por los pasillos con una de las chicas más populares de la escuela, por lo que no era la primera vez que recibía ese tipo de miradas. Estaba segura de que se estaba sintiendo tal como se sentía Kiara al estar con Jenny; un sentimiento entre incomodidad y orgullo. No importaba si nadie sabía su nombre, el hecho de caminar con Stephanie Hall y sus amigas la dejaban en otro estatus social. La gente la miraba, y no para reírse, si no por curiosidad. "¿Quién es ella? ¿La conocen?", eran las preguntas que alcanzaba a escuchar a menudo.

—Violet.

Despertó de su sueño. Ya habían entrado juntas al salón.

—Sean Glover te ha estado mirando todo el día — le dijo Fanny, alzando las cejas rápidamente —. Esas son buenas noticias.

Los ojos grises de Violet, aún confundidos, se dirigieron al moreno, sentado sobre su mesa. Él la miraba sin cuidado, con esa sonrisa ladeada que derretiría a cualquier muchacha, pero que a ella le ponía los pelos de punta. Sean se había enterado de lo que ella y Diana hicieron. No podía imaginarse las horribles consecuencias que eso le traería.

—Oh, eso... —Violet frunció un poco el ceño y se rascó la oreja. Fanny intercambió una mirada de extrañeza con sus dos amigas que se habían acercado.

—¿Qué fue eso? Deberías gritar de emoción —le regañó la rubia platinada.

—¿Lo de Sean? —preguntó Alice, recibiendo asentimientos de cabeza de respuesta —. Oh, sí. Estaba hablando de ti y que pensaba darte una sorpresa.

—Así es —confirmó Fanny, poniendo cara de enamorada —. ¿Qué clase de sorpresa será? Nunca he visto a Sean teniendo ningún tipo de relación seria.

—Pero no quiero tener una relación seria con él —masculló, intentando esconder su cara tras el cuerpo de las muchachas, para no hacer contacto visual con Glover.

Eso pareció ofenderlas.

—Ay, no sabes de lo que te pierdes —terminó por decir Fanny, encogiéndose de hombros.

Violet sonrió, pero con esfuerzo. Esperaba que Sean no tomase cartas en el asunto. Ya le estaba asustando esa sonrisa tan perturbadora. Sabía que algo malo tramaba, ya que ella no era buena mintiendo. Él sabía la verdad, era fácil inferirlo.

—Debo ir al baño —se excusó de repente, sabiendo que debía ir rápido si no quería que la campana arruinara sus planes.

—Oh, te acompañamos.

—¡No!

Las tres chicas fruncieron el ceño.

—Digo, no —repitió con una risa nerviosa —. Puedo ir sola...

—Oh, ¿necesitas hacer de lo segundo? —preguntó Fanny, atrayendo la mirada de varios chicos —. No te preocupes, no le diremos a nadie. Ve.

Pues, claramente, no había sido así. Sean se reía y Kevin la miraba con asco. Malhumorada, salió de la clase lo antes posible y corrió por los pasillos hacia el baño de chicas más cercano. Los largos corredores estaban atestados de gente que caminaban a sus salones o revisaban sus taquillas. Tuvo que hacerse a un lado varias veces para no chocar con nadie, hasta que logró encontrar un baño y se encerró dentro, jadeando. Necesitaba mojarse la cara y el cuello, no para despertar, sino para calmar esos nervios que le darían una gripe.

—Dios. No puedo imaginarme mi cara metida en un retrete —se dijo a sí misma, tras remojar su cara y mirarse al espejo.

—¿Tu cara en qué...?

Casi teniendo un ataque, vio a través del espejo a Diana salir de uno de los cubículos. Se llevó una mano al pecho y observó cómo se arremangó las mangas de la camisa y comenzó a lavarse las manos con delicadeza.

—Me asustaste —le dijo, cuando creyó que la ignoraría.

—Todo parece asustarte últimamente, ¿eh?

Se retiró a secarse las manos, dándole la espalda.

—¿No tienes miedo? —preguntó la rubia con angustia, volviendo a mojarse la cara y la nuca.

—¿Miedo a qué?

Violet se miró la cara, lamentando tener unas ojeras tan pronunciadas.

—Sean se ha enterado que lo acusamos al rector por lo que sucedió con Zack y Kristian.

Diana casi trastabilló, anonadada. Al notar la expresión facial de su compañera, supo que no mentía, por lo que guardó silencio unos breves segundos, pensativa. Violet se la quedó mirando con los ojos muy abiertos, esperando que ella superase el susto inicial.

—Eso... —entonces, el rostro de Diana se tranquilizó —, eso no importa ya.

—¿Cómo?

—¿Por qué le tendría miedo a eso? Sean siempre se entera de todo y nunca se cansa de hacerle la vida imposible a los demás.

Violet se enderezó, un tanto rígida; los labios contraídos en las comisuras le daban el aspecto de que quería reprimir alguna mueca.

—No es posible que eso ocurra.

Diana asintió en un silencio suspendido.

—Lo es —farfulló.

La muchacha sintió el cabello esponjado por el sudor. Ni las trenzas podían arreglar el desorden en su cabellera.

—¿Nos va a hacer algo? —se atrevió a preguntarle.

—No lo sé. Siempre existe la posibilidad.

—Pero yo le tengo pánico —comenzó a agitar la cabeza —. Quizá puedo soportar que una chica me moleste y me diga sobrenombres por años, pero no un chico. Los chicos son unos brutos.

Diana pareció reír, justo cuando decidía que era momento de volver a clases.

—¡Diana!

La castaña se volvió hacia ella, antes de abrir la puerta.

—Escucha, Violet, eres nueva aquí y comprendo que le tienes miedo a todas esas cosas, pero así es no más. Aquí da lo mismo si es un chico o una chica la que te molesta. Ambos pueden ser igual de brutos, créeme.

Al ver que la chica miró a sus lados como si buscase una salida, comprendió que había que explicarle un poco cómo funcionaba todo allí.

—Si Sean decide tocarte un pelo, pues debes saber que no eres la primera persona que cae en sus garras. Y dudo que alguien pueda ayudarte.

—Le diría al rector.

Diana volvió a reírse entre dientes.

—Carpenter es muy amigo del padre de Sean. Ya debes haber escuchado las generosas donaciones que el señor Glover hace a la escuela y la historia de cómo se creó esta institución. Para Carpenter es muy importante que los jardines estén salpicados de arbustos floridos, o que la escuela cuente con rampas, o cosas que carecen de sentido para gente como tú y yo. Además, la reputación de su trabajo y de Southern Cross en sí van antes que cualquier otra cosa, según su lógica.

Violet bajó la mirada. No quería creer las palabras de Diana. Eran tan dolorosas que creía que le harían llorar.

—Tengo miedo —susurró, sintiendo que prefería quedarse encerrada entre esas cuatro paredes que volver a salir.

—Llorar no te solucionará nada. Solo hará que Fanny haga bromas sobre tu aspecto. Reírse de los demás es su especialidad.

Iba a irse, pero el sollozo de Violet la detuvo. Diana nunca había hecho llorar a una persona. Siempre fue una niña muy callada y tímida, a pesar de que dentro de ella habitaba una tigresa que quería decir todo lo que pensaba. Por primera vez, provocó que sus palabras tuvieran impacto en otra persona, porque Violet era indefensa e ingenua como una pequeña niña que cree en cuentos de hadas. No podía culparla de ello. Estaba lejos de todo lo que conocía, incluso cuando tampoco disfrutó de su vida antigua.

Sonó la campana a lo lejos, dando la señal de que las clases comenzaban.

—No llores, por favor —se acercó y apoyó su mano en su hombro izquierdo.

—Tengo miedo. ¿No lo tienes tú?

Diana irguió la espalda y negó en cuanto sus ojos se cruzaron bajo la tenue luz que le daba un aspecto terrorífico al baño.

—Creo que ya tuve todo el miedo que debía tener —le sonrió de forma melancólica —. Perdí a mi madre, ¿lo olvidas?

Violet levantó de golpe la vista hacia ella, deteniendo su llanto. Diana le entregó un pañuelo.

—Sécate esas lágrimas. No dejes que ella sepa que has llorado.

Iba a darle las gracias, pero algo murmuró sobre volver a clases, por lo que salió del baño rumbo al salón. Violet se limpió los ojos y la nariz con el pañuelo desechable que Diana le había pasado. Volvió a mojarse la cara y respiró profundamente varias veces, como en una clase de yoga. Salió al pasillo, extenso y vacío. Podía oír algunas voces dentro de las aulas, pero nada que la distrajese mucho de sus pensamientos sobre Sean. El moreno era temible, con el cuerpo de un boxeador y la mirada de un asesino serial.

—¡Hey, Violetta!

"Oh, tiene que ser una broma", pensó.

Aquella voz llegó a incrustarse a su espalda para sacudirla completamente. No hubo necesidad de darse vuelta cuando Kevin y Sean la pasaron, caminando en su mismo rumbo.

—¿Atrasada a clases? —le interrogó el rubio, sin tomar en cuenta que él también estaba atrasado.

Les regaló una sonrisa para que no le lanzaran un bombardeo de bromas, mas Sean lo hizo de todas maneras.

—¿O es que fuiste a la oficina del director, Violetta?

Su corazón se detuvo mientras ambos chicos lanzaban una carcajada y apuraban el paso. Venían más contentos que de costumbre. ¿Es que habían ganado un premio o algo?

"Premio a la idiotez".

Se rio de su propia broma y apresuró el paso para llegar junto con ellos al aula, para volver a sufrir con matemática.

El rubio fue quien abrió la puerta. El profesor escribía ejercicios —los imposibles —en la pizarra cuando se percató de la entrada de los tres individuos.

—¿Quién osa llegar a esta hora?

Se dio media vuelta, dejando el plumón destapado sobre su escritorio. Todos se dieron vuelta a verlos.

—Vaya, no me asombra que ustedes dos lleguen tarde —dijo el profesor, arqueando una ceja —, pero... ¿usted?

Violet apareció entre las sombras de los altos chicos. Se sentía tan observada que sus piernas volvieron a temblar.

—Estaba en el baño.

—No sabe cuántas veces he oído esa excusa, señorita Henley.

Algunas risas.

—Es verdad —sus ojos dieron a parar a Diana, quien la miraba con atención, como si no se hubiesen visto —. Estaba en el lavabo. Tengo un fuerte dolor de estómago.

Fanny sonrió y les guiñó el ojo a sus dos amigas, creyendo saber la razón de su larga estadía en los tocadores.

—Bueno, tomen asiento los tres. Los perdonaré porque aún no se cumplen los primeros diez minutos de mi cátedra.

—¿Qué pasa si se cumplen los diez minutos, profesor? —preguntó Kevin, extrañamente muerto de risa.

—Pues tendrán que ir a explicarle su retraso al señor Robert Carpenter.

Rieron con más ganas, justo cuando Violet se sentaba con lentitud en su pupitre, notando que faltaba la presencia de su compañero de banco.

—¿Les parece algo gracioso, señores? —preguntó el profesor, volviendo a tomar el plumón.

—Oh, no. Para nada —contestó Sean, cubriéndose la sonrisa con el dorso de su mano.

—Entonces siéntense y copien los ejercicios. Ya han perdido demasiado tiempo.

Violet no podía hacer mucho. No entendía la materia, por lo que se puso a mirar el puesto vacío de Kris, para luego echar un vistazo hacia la clase. Se percató que el puesto de Zack también estaba vacío.

"Podrá ser que...", intuyó.

—Violet, ¿ya resolviste la primera?

Sus compañeros volvieron a mirarla con arrogancia.

—Oh, no... —comenzó a abrir recién su libro de ejercicios —, es que yo....

—Pues hazla. No hay excusas para no hacerlo. La matemática es igual en todo el mundo.

Violet volcó sus ojos y abrió lentamente su cuaderno. Era la misma matemática, pero en un curso superior al de ella en Estados Unidos. Sentía que no encajaba para nada. ¿Podría apelar y decirle al director que la retrocediese un año? De seguro había gente más agradable en un curso menos.

—¿Alguien acabó el primer ejercicio? —habló el profesor, componiendo una expresión de desaliento.

Diana alzó una mano.

—La señorita frígida por fin está pensando —susurró Fanny, causando algunas risas a su alrededor. Diana logró escucharla, por lo que se quedó muda en su asiento.

—¿Y bien? ¿Cuánto es?

Solo alcanzó a alzar su mirada perdida hacia el maestro cuando la puerta de la sala se abrió de improviso, sobresaltando a todos. Zack entró, caminando con seguridad hacia su pupitre. Venía con el uniforme algo húmedo, al igual que su cabello. Olía a retrete, lo cual no fue bien recibido, en especial por las chicas, quienes comenzaron a taparse la nariz y a quejarse en voz alta. Pero Violet se fijó en las nuevas heridas. Labio roto, rasmillones en brazos y piernas, un golpe cerca de la sien derecha y la camisa del uniforme sucia, quizás por estar en el suelo.

—Señor Prawel, no son horas de llegar.

Zack solo se sentó y abrió su libro de la asignatura.

—Señor Prawel, le estoy hablando a usted.

El joven volcó los ojos, posando la mirada en la figura de autoridad con una mueca entre los labios.

—Estaba en el baño —se justificó.

—Claro, sí, como si eso no lo hubiese escuchado antes.

Los ojos del maestro se desviaron un segundo hacia Violet, quien había ocupado la misma excusa.

—¿Y qué hacía en el baño? ¿Revolcarse en el suelo?

La clase estalló en una carcajada por la irónica pregunta. Las mejillas de Zack ardieron, no por vergüenza, sino por furia. La única que parecía temerle a esa reacción era Violet.

—No me venga con cuentos, caballero. Ya tengo cierta edad y he escuchado todas esas excusas antes.

Los ojos oscuros de Zack se dirigieron a Kevin y Sean quienes reían por lo bajo y se pegaban codazos cómplices. Se vio obligado a exhalar con profundidad y disculparse.

—Lo siento —susurró, provocándole una risa todavía más sonora a Sean. Los ojos del profesor se endurecieron, pero no pudo decir nada porque otro personaje traspasó la puerta.

—Disculpe, maestro, llego tarde.

Violet parpadeó ante la presencia de Kristian, dejando a varios boquiabiertos. Era una persona que se tomaba los estudios muy en serio como para llegar tarde o faltar. Su uniforme y cabello venían en condiciones similares a las de Zack.

—Sí, ya me he percatado —el profesor respiró, cansado —. Esto ya parece chiste.

Sin más, abrió el libro de clases y comenzó a anotar algo en sus expedientes.

—Voy a tener que citar a sus apoderados —habló, desconcertando a Kris —. Además de llegar tarde a clases, me toman el pelo.

—¡Pero si yo estaba en el baño! —exclamó Kris, provocando que toda el aula se desternillara, mofándose de él. Violet se mordió el labio inferior y se giró a mirar a Zack, quien se golpeó la frente con su mano y comenzó a contar hasta diez para no explotar como granada.

—Sí, cómo no, señor Bailey —hizo rechinar los dientes, perdiendo la paciencia —. Todos los años les repiten que la responsabilidad es la regla número uno en esta escuela y en la vida si es que quieren triunfar. ¿Se les metió por un oído y se les salió por el otro?

—Profesor...

—¡Estoy harto! Se me fueron los dos a dar diez vueltas a la pista atlética —apuntó a Zack y luego a Kris —. Andando.

Zack se levantó sin responder. Caminó hacia la puerta y miró con desdén a su compañero que parecía no querer asimilar el castigo.

—Profesor, por favor —volvió a intentarlo Bailey —. Esta clase es demasiado importante.

—Si fuese tan importante, Kristian, no habrías llegado a clases tarde —revisó la hora en su reloj de pulsera —. Casi veinticinco minutos vamos a cumplir desde que sonó la campana. No se diga más, al patio los dos.

Zack salió por fin y Kris le siguió, dando un golpe a la puerta que erizó el cabello de los que se sentaban más cerca de esta. Agotado, el maestro volvió a tomar su plumón y a resolver el primer ejercicio con la ayuda de Diana, quien había levantado la mano antes de la interrupción.

Kris no podía creerlo. Él nunca en su vida había sido echado de clases y mucho menos por una mala conducta. ¿Afectaría su entrada a la universidad? ¿A sus becas? ¿Sus futuros planes? Le daba unos horribles cosquilleos en el estómago de solo pensarlo, más cuando sabía lo mucho que sus padres se esforzaban por pagarle una educación de aquellas (lo que no podría repetirse en la enseñanza universitaria, dado los costos de matrícula excesivamente altos). Sus puños se tensaron y su rostro lleno de prepotencia se alzó para enfocar la figura de Zack Prawel, la persona que más estrés le daba a su vida, solo por el hecho de existir.

Zack siempre fue el mejor alumno de su generación, tal vez porque lo único que podía hacer era estudiar. A pesar de que Kristian estudiaba tanto o más que él, no lograba sacar las mismas calificaciones, quizás porque Zack tenía una portentosa memoria o, al dar sus exámenes, no podía dejar de pensar en que debía ganarle, cometiendo errores que, personalmente, los creía estúpidos.

Caminaba un paso tras él, rumbo a la pista de atletismo. Zack no parecía preocupado de su rendimiento y comportamiento escolar. La espalda erguida, mirada fija al frente y el ceño fruncido como si detestara la idea de estar todo el tiempo pensando en algo. No dijo una palabra hasta que llegaron a la cancha, donde Kris decidió romper la barrera de silencio entre ambos.

—¿Cuánto crees que nos demoremos en hacer estas diez vueltas?

Zack comenzó a alongar sus brazos, mientras que Kris llevaba su pierna hacia atrás con la rodilla apuntando al suelo.

—Depende de la velocidad. Creo que dos minutos por vuelta. Serán unos veinte minutos.

Hasta sus respuestas sonaban certeras. Kris estaba seguro de que si pusiese el cronómetro se demorarían exactamente eso, ni un minuto más o menos. Si lo admitía, le aterraba la seguridad de Zack. Él, en cambio, era muy inseguro. Había errado tantas veces que se había acostumbrado.

—Bueno, veinte minutos serán.

El silbido álgido de la brisa otoñal agitó con fuerza las copas de los árboles lejanos. Con esa imagen en la cabeza, Kris comenzó a trotar, enojado consigo mismo por haberse metido en aquel embrollo. Ni quería mirar atrás, a pesar de que sabía que Zack no lo seguía y tenía una curiosidad enorme por saber qué se había quedado haciendo atrás.

El otro muchacho se encontraba en su mismo lugar, distraído con la soledad de la mal cuidada cancha de fútbol. Había cierto parecido entre ésta y el cómo se sentía, aunque no quiso detenerse a pensar en eso o lo pondría de peor humor.

La pista atlética que rodeaba esa cancha era de tierra. Podía seguirle el rastro a Kris solo con ver la cantidad de polvo que sus zapatos levantaban con cada pisada. Zack alzó la vista más allá de los árboles. El cielo se había nublado y estaba algo fresco. La brisa hacía que el trote no fuese tan malo y pudiesen hasta disfrutarlo. Las comisuras de sus labios se elevaron unos milímetros, para luego comenzar a correr.

No pasó mucho cuando alcanzó a Kris y lo pasó. Ellos nunca se habían llevado bien, debido a la competencia que existía entre ambos. Para Kris todo era sinónimo de competir. Incluso estudiaba en verano para adelantar materias y ganarle a Zack, aunque sea una vez. Nunca lo logró. Siempre sacaban o la misma nota o Kris obtenía un poco menos, lo cual lo exasperaba.

Una mueca amarga desfiguró el rostro del muchacho al ver que Zack lo había pasado. Fue una poderosa mezcla de decepción, ira y celos. Sabía que si sus padres supieran lo que sentía por su compañero estarían muy decepcionados, porque nunca le enseñaron a sentirse así. No obstante, al vivir en un mundo lleno de restricciones y sueños rotos, se vio obligado a valérselas por sí mismo y cumplir su sueño: Salir de la pobreza gracias a su rendimiento.

No podía achicarse frente al mejor alumno de la escuela, y menos cuando era un pedante y altanero.

Apresuró el paso. Zack no era tonto como para percatarse enseguida de lo que estaba sucediendo. Kris había vuelto al trote otra de sus competencias. Tornó los ojos y le lanzó una mirada hostil, a pesar de que su compañero mantenía sus ojos medio cerrados y el mentón lo más alto posible. Trotaba con tanta elegancia y fortaleza sobreactuada que casi le daba risa. Sin embargo, como a él le gustaba hacerlo enojar, comenzó a aumentar el ritmo de sus pisadas.

Al poco rato, empezó la carrera entre ambos. Agitados y sudorosos, el tiempo de trote se les acortó a quince. Y luego a doce minutos.

—Oye, Zack, más lento —el costado de Kris comenzó a doler —. Quiero preguntarte algo.

Una sonrisa de orgullo se apoderó del rostro del aludido, frenándose un poco.

—¿Qué cosa?

—¿Podrías ayudarme con el próximo examen de matemática? O al menos equivocarte en una o dos preguntas —jadeó con fuerza —. Necesito, aunque sea una vez en mi vida, sacarme mejor nota que tú.

Zack resopló y se detuvo por fin, apoyando sus manos en sus caderas y entrecerrando los ojos, entre jovial y confundido.

—¿Perdona?

—¡Por favor! —rogó con más fuerza.

—No. Y tampoco doy clases particulares. A nadie.

Salió disparado como una flecha, pasándole a llevar el hombro. Kris lanzó una blasfemia entre los dientes para consecutivamente seguirle el paso. Empezó la carrera otra vez. Ya no les importaba nada más que terminar las diez vueltas antes que el otro. Rápidas pisadas, miradas de odio y luego acercamientos amenazantes. Entre empujones y jadeos, terminaron esas vueltas, trastabillando cuando sus piernas se enredaron, provocando que cayeran juntos a la pista de tierra, levantando una enorme cantidad de polvo al momento del estrellón.

Cuando las pequeñas partículas de polvo volvieron a caer al piso en una danza circular, Kris logró sentarse, enfocando su mirada en sus codos rasmillados. Zack apoyó sus manos y rodillas en la tierra, soltando un gemido en cuanto vio sus rodillas sangrando. Ninguno de ellos esperaba terminar en esas condiciones y, a pesar de que se detestaron en ese minuto uno al otro, decidieron ir juntos a la enfermería, sin intercambiar palabras.

La enfermería mantenía su característico olor a té de hierba y la presencia cálida de la enfermera, siempre sonriente, lo que, de alguna u otra forma, disipó la tirria que se tenían entre ambos y los obligó a concentrarse en las palabras de la mujer.

—Yo pensaba que a su edad los chicos ya no tenían accidentes de este estilo —comentó, desinfectando las heridas en las rodillas de Zack. Este hizo un mohín de dolor que intentó repeler, pero le fue imposible. Su cuello y espalda se tensaron tanto que ella sonrió.

—Vamos, muchacho, el dolor pasará pronto.

Zack volcó los ojos y desvió la mirada. La enfermera no se dejó ofender, entendiendo que el chico no estaba de humor para conversar, por lo que se giró hacia Kris, quien se miraba el codo recién desinfectado y le soplaba.

—¿Ya no te duele, Kris?

Los conocía porque no era la primera vez que venían a la enfermería a curarse sus lesiones.

—Me pica un poco —afirmó.

—¿Cómo pasó? Sus cabellos están aún cubiertos de polvo.

Les sacudió los cabellos con dulzura. Kris le sonrió, pero Zack se apartó enseguida, con una estepa de inquietud recubriendo sus oscuros ojos. La señora parpadeó.

—Lo siento, ¿no te gustan las caricias?

No contestó, mas la miró con gravedad, como si hubiese cometido un error. Kris, entonces, desvió su atención.

—Estábamos trotando y nuestras piernas se cruzaron. Como íbamos muy rápido, perdimos el control y caímos al piso.

—Oh, las caídas en la tierra son las peores. Las heridas se infectan bastante.

Kris asintió, intentando aguantar el ardor que su herida en el codo emanaba.

—¿Y tú, Sam? ¿Te duele la rodilla?

—Mi nombre es Zack —contestó, dando una profunda inhalación.

—Oh, lo siento, ¡tanto niño que me toca ver todos los días! Los nombres se me confunden —de repente comenzó a reír y Kris la siguió —. Bueno, creo no ser la primera en cometer ese error. El nombre Sam es tan común en esta ciudad y en el mundo de habla inglesa.

Se preparó un té para ella misma, agregando:

—He visto ese nombre incluso en chicas.

Kris asintió, posando sus manos sobre sus rodillas, comentando que tenía una prima llamada Samantha a la que le decían "Sam". Zack lucía taciturno otra vez.

—Los nombres son algo que siempre me han gustado —comenzó a meterles conversación, pero el único interesado era Kris —. Siempre he creído que la elección del nombre determina nuestra personalidad. Por ejemplo, yo me llamo Clementine y, según el libro de nombres que mi querida madre tiene en su casa, significa alguien bondadosa y dulce. ¿No creen que soy así?

Zack casi se ríe por la forma en la que estaba actuando la mujer, quien, en ese instante, solo se fijó en la reacción de Kris.

—¡Fue una excelente elección! —exclamó el chico de anteojos, obligando a Clementine a sonreír de oreja a oreja.

—Muchas gracias, Kristian. ¿Acaso sabes lo que significa el tuyo?

Enrojeció al instante.

—No lo sé... lo mismo que "Christian", supongo, que significa «seguidor de Cristo». Mi nombre es como la versión escandinava.

Clementine asintió y se giró a ver a Zack.

—¿Y tú, Zack?

Se encogió de hombros como si realmente no le importase.

—Nombre bíblico —respondió en un tono muy cortante. La enfermera se cohibió, intentó salvar la conversación, pero finalmente dio un paso atrás:

—Bueno, los dejo un rato. Es mi hora de almuerzo —revisó la hora en el reloj de su muñeca para confirmarlo —. Cuando salgan, apaguen las luces.

—Claro —respondió Kris, volviendo a soplarse el codo.

—Y no olviden tomarse ese té.

—No hay problema —volvió a hablar Kris, cantadito.

La enfermera sonrió una vez más y salió de la salita, meneando sus caderas. Zack lanzó un gran suspiro de satisfacción, cerrando sus ojos y apoyando la cabeza contra la pared. Mientras tanto, Kris probó el té y casi lo escupió. No sabía que el té de hierba podía saber tan mal, por lo que lo dejó a un lado, esperando que la enfermera no se diera cuenta cuando regresase. Un minuto después, Zack abrió los ojos y también lo probó. Su rostro de desaprobación le sacó una sonrisa.

—Es malo, ¿verdad?

Por un momento, Kris deseó haber caído en un coma en ese momento. No podía creer que se había dirigido a él de esa manera tan amistosa. Odiaba ser simpático con alguien como Zack, aunque no podía negar que a la vez era intrigante. Él no hablaba con nadie y jamás le había visto sonreír. Siempre estaba enojado con todos. Pero también era la persona con la que más pasaba sus días en la escuela. Después de todo, ellos habían llegado tarde porque Sean y Kevin habían encontrado divertido el meter sus cabezas al retrete e intentar golpearles, todo porque, según esos dos, ellos habían sido los que delataron al rector la situación de hace una semana.

A pesar de que Bailey sabía que al menos Sean ya estaba al corriente de que ninguno de ellos dos había delatado nada, su pasatiempo favorito seguía siendo el golpearlos una y otra vez. Lamentablemente, ambos eran siempre presas de una pesadilla frecuente y nada ni nadie lo iban a cambiar.

A pesar de que pensaba que Zack no le iba a responder, luego de un minuto escuchó su melancólica vocecita.

—Sí..., lo es.

Antes de esperar una respuesta del chico de lentes, se levantó y sacudió los cortos pantalones, para luego abandonar la pequeña sala. Kris aplanó los labios, concluyendo que eso no había salido bien a pesar de su anormal simpatía. Se encogió de hombros e intentó beber el contenido que sobraba en la taza, pero se rindió antes de darse cuenta. Las luces quedaron apagadas y los corredores retornaron a su silencio.

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