D o s
Capítulo 2
A pesar de que tomaba el autobús para llegar a la escuela, siempre volvía a pie. Era un gran trecho, en especial cuando se caminaba sin prisa o no se llevaban los zapatos adecuados, ya que había un tramo en subida que cansaba a cualquier persona, sin importar su edad o estado físico. Después de enterarse de haber obtenido la beca, Violet caminó de vuelta a casa lo más lento posible, porque debía pensar en lo que acababa de suceder. Había ganado y había sido el centro de atención por una buena causa por primera vez en su vida, lo que tal vez explicaba la creciente ansiedad en su cuerpo.
A su espalda, el sol yacía semi escondido detrás de una nube gris, y su sombra oscura se extendía en la dirección en la que ella andaba, como si quisiese atraparla. Su aliento dibujaba pequeñas nubes pálidas debido a la baja temperatura. Tenía la extraña sensación de querer encontrarse con algún conocido y contarle todo, pero no se topó con nadie durante todo el trayecto, lo que la obligó a ensimismarse en sus propios pensamientos y a saltar las grietas que veía en la calle o en la vereda.
Cuando llegó a casa con la noticia, realmente no sabía cómo responderían sus padres. Abrió la puerta y el aire cálido la golpeó como una paliza. Llegaba a ser desagradable lo alta que sus padres mantenían la calefacción durante esa estación del año, en especial sabiendo lo caras que salían las facturas del gas gracias a eso.
Colgó su chaqueta larga de color azul marino en el perchero junto a la entrada, haciéndose espacio entre los demás abrigos, y acto seguido caminó hacia la cocina, en donde escuchaba sus voces. Su padre trabajaba media jornada, por lo que no era raro que estuviera en casa durante la tarde. Podía escuchar cómo discutían la situación de salud de su abuelo y por un momento temió interrumpirlos.
—Violet —su presencia en la entrada claramente los asustó —. No te escuchamos entrar, ¿cómo te fue en la escuela?
Su madre se acercó a ella y le besó la frente, pasando sus húmedas manos por su cabello, seguramente porque antes había estado lavando la loza. Su padre, aprovechando que su esposa se había distraído, abrió el diario y comenzó a releerlo.
—Estuvo bien.
Su madre volvió a caminar sin rumbo por la cocina, intentando recordar qué estaba haciendo antes de la llegada de su única hija.
—¿Ninguna novedad?
Negó con la cabeza, vagamente, como si no hubiese comprendido bien la pregunta. Se miró las manos y pensó si ellos realmente la apoyarían con el viaje. No era tan simple como sonaba y la sorpresa sería más grande que su razonamiento.
—Mamá...
Lo dijo tan bajo que su madre la interrumpió, volviéndose hacia su padre.
—Entonces, volviendo al tema, entiendo lo que quieres decirme, pero estoy pensando en nosotros como familia. No es que me caiga mal tu padre, ¡al contrario!
El abuelo vivía solo en una casa que les daba miedo a los niños del barrio por su aspecto lúgubre y mal cuidado, pero que a ella le encantaba porque tenía un columpio de madera colgado desde la rama del árbol que adornaba el jardín delantero y que su abuelo lo había construido especialmente para ella. Sin embargo, el tema no iba por si la casa era armoniosa o no, sino porque el hombre estaba muy enfermo y ya había cosas que no podía hacer por sí solo, porque su cuerpo temblaba y ya no podía controlarlo.
Como él mismo diría: "Maldita enfermedad que me ha tocado sobrellevar".
—Tenemos que mirar todas las opciones. Ya sabes que adoro a tu padre, pero no tenemos precisamente presupuesto para alimentar a otra persona y su pensión no da para casi nada. Apenas nos alcanza para nosotros tres y lo sabes —puso la tetera y se palpó la frente, mirando un punto por debajo de la pequeña mesa —. ¿Has pensado en cómo lo haremos cuando Violet tenga que ir a la universidad?
—Lo tengo todo bajo control —dijo su padre, siempre con ese aire de indiferencia.
—Oh, esa es siempre tu respuesta, Richard. No estás pensando en las complicaciones que esto puede traer. Tal vez deberíamos optar por un asilo de calidad. Mucha gente lo hace.
—No enviaré a mi padre a un asilo, Margaret.
—Entonces, ¿qué? ¿Le diremos adiós a nuestras prioridades? Un asilo no es tan malo como lo pintan, Ritchie. Es una oportunidad para quienes no tenemos las condiciones para...
—He sido seleccionada para el intercambio.
Su voz cortó el silencio y sus palabras se quedaron en el aire por mucho más tiempo del que hubiese querido. Los paralizados ojos de sus progenitores se enfocaron en ella incluso cuando ya no les dirigía la palabra.
—¿Tú qué? —se atrevió a preguntar su madre, sosteniendo con más fuerza uno de los platos que había estado secando con un viejo trapo.
Estaban boquiabiertos. Quizás ni ellos tenían verdaderas esperanzas en ella. Violet no fue capaz de decir nada más y se limitó a encogerse de hombros. Ya estaba hecho.
Entonces, su padre, su eterno mejor amigo, sonrió, maravillado.
—¿Subiste las notas de física?
Violet le lanzó una mirada de advertencia, con un aspecto algo incómodo.
—¿Qué? Eso era lo único que me interesaba.
Entonces, su hija se dejó llevar y sonrió ante su buen humor.
—Pues... las de matemática también.
El hombre aplaudió con fuerza y se levantó por fin de su asiento, rodeando la mesa con zancadas y estrechándola en sus brazos como cuando era pequeña. Su suéter olía a avellanas y no se había afeitado desde hace tres días, por lo que su barba estilo puerco espín le picaba la frente. Su madre se había quedado helada en un rincón, observando esa escena como si no tuviese permitido ser parte de ella.
—Gracias por el voto de confianza, papá —dijo en cuanto se separó, observando a su madre. Imaginaba que su madre no se lo iba a tomar tan fácil. Sin embargo, esperaba al menos un mensaje positivo de su parte. En cambio, solo obtuvo mil preguntas acerca del intercambio, ya que le causaba terror ver a su pequeña niña viajando al otro extremo del mundo. Solo después de recibir una llamada del mismísimo director, anunciando la información ya dada de manera oficial, se acercó a su hija y la felicitó, ayudándola con los trámites de visa, pasaje de avión y pasaporte.
Por su parte, Violet Henley no podía quitarse de su mente el retrato de la cara de Jenny y Kiara cuando el rector se lo dijo a su salón. Estaban tan sorprendidas que ni bromas o comentarios pudieron hacer al respecto. Violet no podía sentirse menos orgullosa.
Y las celebraciones no terminaron ahí. Después de una típica cena con pavo que parecían ser características solo de Navidad —y que uno terminaba comiendo pavo hasta mediados de enero —, su madre la invitó al centro de Boise a la mañana siguiente para comprar algo de ropa y zapatos nuevos. A su hija nunca le motivaban realmente las compras, pero se vio obligada a vitrinear después de que ella fuese tan insistente, seguramente porque sabía que Violet había quedado algo dolida después de no recibir sus buenas vibras a tiempo.
Cuando se atrevió a preguntarle por qué tenía que cambiar sus atuendos, siendo que le gustaban y ella tampoco era una fanática de la moda, su madre contestó:
—Uno nunca sabe cuán prejuiciosa puede ser la gente, menos en otros países. No vamos a arriesgarnos.
Así, gran parte de su ropa antigua fue donada a una de las iglesias, ya que ellos después la repartían entre las personas de la zona con escasos recursos, y la ropa nueva se adueñó de su armario, hasta el punto en el que tuvo que luchar para que cupieran. Su madre se había entusiasmado tanto cuando les vio el precio que no dudó en llevarlo todo. Violet tenía la sensación de que había sido la única que se había dado cuenta que la ropa era usada, así que, técnicamente, cambió su ropa usada por otra ropa usada.
Mientras volvían a casa, ella entendió el repentino entusiasmo de su madre. Años anteriores, Violet realmente era un asco de alumna, en especial para esos ramos que requerían mayor uso de la memoria. Desde que era pequeña había estado dependiendo de pastillas y psicólogos, puesto que había sido diagnosticada con déficit de atención. Como su madre no quería que todo el colegio lo supiese, para evitar críticas contra su hija, fue algo que quedó dentro de la familia como un secreto. Tal vez eso trajo consecuencias positivas, pero también negativas, puesto que ningún profesor la entendía cuando se quedaba embobada viendo un punto fijo al borde de caer en un sueño profundo, o pensaba en otras cosas durante las clases o le costaba tres días aprenderse una fórmula, mientras que a los demás les tomaba solo unos minutos.
Ya había perdido la cuenta de cuántas veces su padre había ido a poner la cara de culo con los maestros, en especial con matemática y física, sus ramos con más bajo promedio.
—En tu último examen obtuviste un 46/100, eso es indignante —le había dicho papá, cuando entregaron una copia de las últimas notas antes de las vacaciones de Navidad. Violet intentó argumentar a su favor, pero no hubo caso. Su padre tiró el informe sobre la mesa y se agarró la cabeza.
—Tú sabes que puedes mucho más que esto. Solo esfuérzate un poco más, ¿sí?
Su madre, como siempre, se había dedicado a fruncir el ceño y a mover los brazos, indignada.
—Se la pasa haciendo dibujos, pero no puede abrir un libro de matemática. ¡Qué cabezota!
A veces creía que tenían razón. Aparte de tener dificultades para concentrarse, no le gustaba estudiar matemática. Sentarse en un escritorio a leer fórmulas e intentar ocuparlas dentro de un problema a resolver eran una completa tortura y su madre jamás lo entendería. Menos su padre, quien había estudiado ingeniería comercial, aunque realmente nunca duraba mucho en sus empleos.
Otra parte de ella le susurraba que ellos estaban equivocados. No tenía sentido que intentase parecerse a un Albert Einstein versión femenina, si no se sentía cómoda consigo misma. Tal vez, en su inmadurez de adolescente, sentía que había otras prioridades antes de obtener un 100/100. Porque si algo era cierto, es que tenía dieciséis años recién cumplidos y no sabía quién era. Hasta que perdió la amistad con Kiara ni siquiera se lo había planteado. Tal vez creía que sería la típica lugareña que iba a vivir toda su vida en aquella calle, luego se casaría con algún tipo de la zona, tendrían unos cuantos hijos y se llenarían de deudas. No había gran cosa que la diferenciase de cualquier otra persona con la que se cruzase en Boise. Estaba lleno de rubias, aunque con sus cabellos mejor cuidados tal vez, y su estatura estaba dentro de lo normal, aunque hubiese deseado ser más alta. Pero así era su realidad. Tal vez nadie se daría vuelta a mirarla dos veces, pero ella ni siquiera se molestaba en pensarlo. Era una muchacha del montón, que llevaba una vida corriente y todo iba bien así, a pesar de los altos y bajos.
Pero llegó la beca y su mundo se volvió patas arriba con la rapidez de un chasquido. Estaba contenta, pero atemorizada. No sabía qué tenía que esperar de Australia. Nunca realmente se había puesto a pensar en ese país, más allá de sus animales exóticos que salen en cada página del libro de ciencias de un estudiante de cuarto grado.
—No entiendo por qué Australia —había comenzado a decir su padre durante la cena, justo después de que él hubiese comprado el boleto de avión, entusiasmado con eso de que se podía pagar por internet —. Digo, ya sabes hablar inglés. ¿De qué te sirve ir?
No quería decirle que su escuela era también una más del montón, donde solo la gente del condado de Ada podía ubicarla en el mapa, por lo que un intercambio genial a tierras con lenguas desconocidas no estaba dentro del presupuesto.
—Podría haber sido Francia, España o Portugal... —lanzó un suspiro —. Hubiese valido más la pena, digo, pensando en tu futuro currículo. ¿No, Margaret?
Si había algo que le disgustaba de sus padres, era que siempre se la pasaban hablando de su futuro y eso que ni siquiera finalizaba el segundo año de secundaria.
—Además, todavía tengo que velar por que no te pase nada y firmar un montón de papeles "en caso de".
—No me pasará nada, papá.
—Já. Lo dice quien se puede tropezar con sus propias piernas.
Su madre soltó una risa que terminó en una sonrisa estructurada, mientras le servía más ensalada a papá, quien se pasaba la lengua por encima de sus finos labios y daba las gracias una y otra vez a su esposa por la riquísima cena.
—De todas formas, estamos orgullosos de ti —dijo la mujer, acomodándose en el asiento—. Ahora debes mantener tus buenos promedios allá.
Violet asintió, recordando de súbito una de las últimas conversaciones que tuvo con su rector, quien estaba haciendo los movimientos necesarios para coordinar todo con la familia que la cuidaría y a qué escuela asistiría.
Dejó el tenedor de lado y, un poco mareada, enfocó su mirada en su madre.
—Hablé con el director y ya me dijo que me estaré quedando con una familia en Canberra, la capital de Australia.
—¿No era Sídney? —preguntó su padre, agitando su mano al cielo al ver un mosquito. Detestaba encontrar insectos en la casa, en especial cuando se trataba de mosquitos, pues era alérgico a sus picaduras.
—No, la capital es Canberra —corrigió la muchacha, soltándose las trenzas con lentitud, pues ya era tarde para continuar peinada —. Y según políticas de la escuela, me adelantarán a tercero de secundaria porque ellos empiezan el año en marzo y no quieren que repita todo el segundo año, siendo que aquí ya estoy terminándolo.
Mamá chequeó el calendario que estaba colgado en una de las paredes donde antes había un cuadro.
—Bueno, igual faltan varios meses para las vacaciones de verano, pero tienes razón. Entonces, ¿serás mayor al resto?
Sintió las orejas calientes ante la pregunta con respuesta obvia.
—No. Los alumnos allá estarán cumpliendo los diecisiete. Yo los cumpliré en el siguiente invierno —explicó su hija mientras sacaba cuentas —. Es decir, en el próximo verano de Australia. Aún queda mucho.
Sus padres se miraron y se sonrieron de manera extraña. Papá se rascó el puente de la nariz y abrió la boca unos segundos antes de hablar.
—Por cierto, ¿qué hay de Kiara? ¿Cómo se está tomando esto de tu ida? Debe ser difícil para ella.
Violet tragó con esmero y no supo hacia dónde mirar. La pregunta le había desconcertado.
—Oh, eso. Ella está... bien, supongo. No hemos discutido mucho sobre este asunto.
Su madre miró a su padre, notando algo extraño.
—¿Ha pasado algo entre ustedes dos? —inquirió la mujer, haciendo como que revolvía la ensalada, cuando ya la había revuelto hace un rato.
—No, mamá, no ha pasado nada.
No sonó convincente, muy por el contrario.
—¿Se ha enfadado por este asunto acaso?
—No, papá.
La verdad era que Kiara no había dejado de mirarla con recelo durante las clases y recreos desde que se había enterado de la beca. Incluso, durante una clase de gimnasia, la escuchó decir a otras chicas que seguro había copiado en la mayoría de las pruebas para conseguir esa beca. Violet nunca pensó que la oiría decir eso sobre ella, más sabiendo que muchas veces estudiaron juntas para subir las notas en sus ramos más deficientes. Kiara sabía cuan esforzada era Violet en lo que le costaba, y aun así inventaba rumores para encajar en su nuevo grupo de amigas, lo que ahora encontraba patético y la hacía enfadar.
Pero sus padres no sabían eso y tampoco quería que lo supieran, pues se traduciría en un montón de preguntas incómodas que no estaba dispuesta a contestar.
—Solo ha estado ocupada, por eso no ha venido.
—No escuché que te llamó para tu cumpleaños —insistió su padre, dejando el tenedor a un lado y apoyando la mano sobre la mesa, cerca de la de su hija —. La contestadora no sonó en todo el día. Y no te ha llamado desde entonces.
—Kiara no tenía... batería... —casi se ríe de lo tonto que eso sonaba —. Todavía no tiene.
—Violet.
—Tal vez... si tuviese celular, mi vida social no sería tan complicada.
Papá colocó los ojos en blanco, volviendo a retomar su cena.
—Ya hemos hablado de ese asunto. Un celular es muy caro. Yo te ofrecí tener un celular barato y con un plan de internet simple, pero tú quieres de esos BlackBerry o IPhone que yo no me puedo permitir.
—Es un crimen querer cosas bonitas en esta familia.
Su padre sonrió y, en castigo, le sirvió arvejas a su hija, a pesar de su protesta.
—Las cosas bonitas son caras también. Si aceptas mi oferta de tener un celular usado, mañana mismo te lo compro.
Se imaginó a Jenny riéndose de un celular que parecía un ladrillo y negó con la cabeza.
—Mejor me consigo trabajo en el verano y me compro uno yo.
—Esa es una buena idea —concedió.
Las comisuras de sus labios temblaron y en menos de un segundo ya estaban serios y con los ojos enfocados en sus platos, siendo absorbidos por el silencio.
En pocos días, Violet tuvo que aprender cosas sobre Australia, como los números de emergencia, cómo usar el transporte, entre otras cosas. Se pasó días en la biblioteca de la escuela con los ojos pegados a la pantalla de un computador, anotando las cosas importantes en una libreta. Jenny y su grupo de amigas a veces se asomaban por la puerta y reían al verla tan concentrada, imitándola de forma graciosa. Violet intentaba parecer como que no le importaba, pero le dolía ver a su ex mejor amiga en ese grupo, contando cosas de ella que antes era un secreto entre ambas. Le entraba una rabia tan grande que le picaban los dedos de las ganas que tenía de levantarse y pegarles un cuadernazo a cada una en la nuca. Pero se aguantaba, volvía a enfocar sus ojos en Google y seguía anotando, pues sabía que su director iba a agradecer que viniese preparada a su despacho el día que le presentaría su nueva escuela y su nueva familia que la hospedaría.
—La escuela se llama Southern Cross High School, es privada y mixta —le explicó el rector a ella, pocos días antes de partir —. También coordinamos todo con la familia que te va a cuidar por este año. Es una señora y tiene un hijo que ya es universitario. Viven en una acogedora casa, no muy lejos de la escuela.
—Suena bien.
El rector le sonrió ampliamente, echándose hacia atrás en su silla como si le pesase el cuerpo.
—¿Ansiosa?
—Nerviosa —rectificó ella. No podía evitar que las manos le sudaran cada vez que pensaba en el viaje. Ni si quiera había subido a un avión antes, y nunca realmente se alejó del lugar en donde residía.
—Bueno, Violet, solo me falta felicitarte personalmente.
Violet le prestó atención con una sonrisa.
—De verdad hiciste mucho esfuerzo. Las otras nueve chicas tenían muchas probabilidades de salir ganadoras. En cambio, tú —movió las manos con movimientos circulares repetitivos, como si no supiera cómo explicarse —, debo decir que me sorprendiste y que todos los maestros están orgullosos de tu avance.
Ella agradeció las palabras con una sonrisa.
—Ahora, más vale mantenerlas.
Rieron, aunque ella intentó hacerlo por lo bajo. El director se veía como el tipo de hombre que no veía con buenos ojos la confianza desbordada en sus alumnas.
—Y, por supuesto, no te metas en ningún lío. Ya sabes las reglas —le recordó, antes de que saliese por la puerta.
—No las olvidaré, señor.
Sabía las reglas, queno eran muchas. Básicamente eran las mismas reglas de comportamiento que habíaescuchado durante toda su vida, solo que ahora debía procurar seguirlas al piede la letra. Un paso en falso y estaba frita. Lo que Violet no sabía, es queuna aventura de ese tipo conlleva un montón de riesgos. Sin embargo, no podíadejar de pensar que por fin iba a hacer valer el significado de su nombre: Unaflor que por fin florece.
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