D i e z
Capítulo 10
Después de lo sucedido con Stephanie Hall, lo único que la puso de buen humor fue la llamada que le hizo a sus padres, mintiéndoles con que todo estaba saliendo de maravilla, ya que no quería preocuparlos. Aparte de eso, ni siquiera pudo avanzar con los deberes, sino que se la pasó todo el día echada en su cama, pensando en cuan terrible estaba saliendo todo en esa escuela. Tenía muchas expectativas, pero el universo conspiraba contra sus ganas de salir adelante. Parecía que mientras más intentase que las cosas saliesen como quería, más se desilusionaba. Quizá, debía dejar de esperar cosas de la vida y empezar a salir al mundo para conseguirlas.
—Eh, chica —Liam apareció en el marco de la puerta, tocando dos veces —. Todavía no terminas tu primer mes de clases y ya estás lamentándote.
Liam por fin notó el domingo por la tarde su estado de ánimo. Había estado tan ocupado con sus responsabilidades, que hasta se saltaba las comidas.
—¿Tengo opción?
Violet escondió su cabeza debajo de la almohada. Maldijo por lo bajo cuando lo sintió sentarse sobre el colchón.
—Oye...
—Me odian —sacó la cabeza de su escondite, sintiéndose un avestruz —. No es que yo no me quiera integrar, es que ellos no me aceptan.
—¿Por qué? No debería pasar eso.
—Pregúntaselo a ellos. La escuela me tiene agotada. Quizá más que la de Boise.
Volvió a esconder su cabeza bajo la almohada como si eso evitara escuchar una respuesta.
—No puede ser tan malo. La escuela esa es gigantesca. No puede ser que no haya ninguna persona allí que no quiera ser tu amigo.
—Pues, voy a comenzar el segundo mes de clases en poco tiempo más y aquí estoy, vegetando.
Liam le dio unas palmaditas sobre la espalda, solo porque no tenía más argumentos. A pesar de meditar uno, no hubo caso y finalmente se levantó.
—Tengo un examen en la universidad. Podemos hablar de esto en otra ocasión —se excusó.
—¿Tan tarde?
—Así es la universidad.
Le guiñó un ojo y salió de la alcoba, antes de que ella quitase la cabeza de su oscuro escondite. Ella se acomodó lentamente sobre la cama hasta quedar sentada. No tenía ganas de hacer nada, pero prefería al menos rendir bien en la escuela que seguir preocupada de pertenecer a grupos. Comenzó a sacar su cuaderno de biología para hacer la tarea, pensando en cómo lo haría para aumentar los puntajes que estaba sacando. Su rendimiento era tan deprimente que se imaginaba a todos sus maestros llorando en conjunto al revisar sus pruebas. Por tal razón, se concentró al menos quince minutos seguidos en escribir un pequeño ensayo sobre lo importante que eran "Las Leyes de Mendel". Sin embargo, cuando iba por la mitad, sus ideas se esfumaron en cuanto recordó el rostro de Fanny durante la última discusión. Temía que sus palabras fuesen ciertas, pero, al mismo tiempo se sentía muy aliviada, como si hubiese recuperado parte de su vida al decidir alejarse de esas tres chicas.
Una inevitable sonrisa se le formó en el rostro. Amaba tener una vida social envidiable, pero se amaba más a sí misma.
Suspiró, dejando caer su lápiz sobre el edredón y, seguidamente, se dejó caer hacia atrás en la cama, dejando escapar un último aliento de estrés. Se quedó dormida profundamente, aunque cuando despertó, se dio cuenta que había pasado varias horas durmiendo sobre el resorte de su cuaderno, lo que le dejó un moretón en la frente alta. Quiso no darle tanta importancia e intentó taparlo con un poco de maquillaje, pero fue inútil.
—Qué lindo chichón. Combina con tu nombre —le dijo Fanny, apenas puso un pie dentro de la sala.
Cuando solía recibir insultos por parte de Jenny, la mayoría de las veces la ignoraba porque había aprendido de sus padres que no había que demostrar inferioridad frente a un abusador, porque eso les daba el pie para que continuaran haciéndolo. Entonces, cuando Fanny le habló con ese sarcasmo y escuchó su risita, pensó en seguir caminando, sentarse e intentar hablar con Kris, quien lucía amigable. Pero no. Sin pensárselo dos veces, ladeó su cuerpo a la izquierda y la miró a los ojos, sin pestañear ni una sola vez.
—¿Sabías que en el inglés de Gran Bretaña tu sobrenombre significa "coño"?
Lo que dijo fue tan chocante y nuevo que un silencio rotundo se tomó la sala. Varios enfocaron sus miradas en la escena desde sus bancos y otros se atrevieron a cuchichear. Las mejillas de Fanny se pusieron coloradas y, como creía, su rostro delataba que no estaba al tanto de eso. Sacó su teléfono celular desde el bolsillo de su chaqueta beige, para luego buscar en la internet lo que su sobrenombre significaba en la lejana Inglaterra.
Entretanto, Violet esperó con impaciencia que diesen con la búsqueda.
—¡No inventes! —exclamó Fanny de repente, llevándose una mano a la boca. Rosie se acercó más a la pantalla y leyó en voz alta:
—Fanny, significa nalgas en inglés americano y...
—¡Cállate, Rosie!
Las carcajadas se extendieron por todo el perímetro.
—¡¡CÁLLENSE TODOS!!
Con lágrimas de vergüenza en su rostro, Fanny le dio un empujón a Rosie y abandonó el aula rumbo a los baños. Sus amigas salieron detrás de ella. Las risas no cesaron hasta que Violet, sonriente, se sentó y sacó los libros de la próxima clase, conforme todos volvían a lo que estaban haciendo.
—Disculpa, creo que no nos introducimos bien —la voz de Kris llamó su atención. Le estaba tendiendo una mano —. Hola, soy Kris.
Sus ojos se mostraban maravillados.
—Hola, Kris —sus manos se estrecharon —. Soy Violet.
—Lo sé. Lamento no haberme presentado antes —le apuntó sus libros —. Ya sabes, estudiante ocupado.
Violet lanzó una pequeña risa. Parecía que lo que acababa de hacer fue lo mejor que pudo hacer en su vida, porque por fin parecía que estaba teniendo un amigo. Además, varias personas con las que jamás había hablado en la clase se le acercaron para felicitarla por la broma. Por un momento, nadie se acordó de Fanny, quien estaba en el baño, llorando de furia. Las lágrimas le corrieron todo su maquillaje, por lo que ahora en vez de parecer una sexy adolescente digna de Hollywood, parecía un vampiro deshidratado. O al menos eso pensaban Alice y Rosie en silencio.
—La odio. ¡La odio!
—Hace un día era nuestra amiga...
—Cállate, Rosie. Yo siempre la odié.
Alice volcó los ojos.
—Tranquila. Desde ahora te comenzaremos a llamar Tiffany. ¿Qué te parece?
—Sigue teniendo "Fanny" en él. Dios, Alice, no piensas ni un poco a veces.
Alice se cruzó de brazos sobre su torso inmediatamente. A diferencia de Rosie, a Alice no le gustaba ser tratada como una marioneta.
—Bien, mi trabajo aquí terminó. Se nota que no me necesitas y, lamento informarte que, en este baño, no hay papel higiénico —le apuntó los ojos —. Aparte de pesada, te pareces ahora al niño japonés de la película "La maldición".
Stephanie rezongó, frunciendo el ceño.
—No conozco esa película —refunfuñó.
—Mejor que no la conozcas. Ahora, si me disculpas, tengo otro grupo de amigas que encontrar. Uno que me valore un poquito más.
—¡Bien! Nadie te va a querer por estúpida y perra —la insultó desde el odio. Alice se dio media vuelta y salió de allí dando un portazo fuerte a la puerta.
Rosie se relamió los labios, encogiéndose un poco y caminando hacia un rincón solitario, porque sabía que, si decía algo, Stephanie no solo la haría callar, sino que haría un berrinche que todos escucharían desde afuera. Por ello, solo se limitó a mirar cómo Fanny se miraba al espejo. La muchacha de cabello casi blanco sentía unas indiscutibles ganas de gritar. Se miraba la cara, toda desmaquillada y roja por la furia y la vergüenza. Llegaba a sentir asco de sí misma, pues no le gustaba sentirse pasada a llevar. ¿Cómo no se dio cuenta antes que su apodo era también una palabra grosera?
—Ya verá esa gringa. Al menos yo tengo un grupo de amigas. Ella no tiene a nadie.
El pánico hizo sudar frío a Rosie cuando su amiga se volvió a verla con una mirada casi demoniaca.
—Tráeme papel del baño de chicos.
—¿Del baño de chicos? Pero...
—¿Pero? —arrugó la frente —. No te pedí que contraargumentases.
Rosie negó con la cabeza, sintiendo la piel caliente.
—Enseguida te traigo.
Salió como bala por la puerta. Fanny resopló, volviendo a apoyar sus delgados y tensos brazos sobre el lavabo. Les demostraría a todos que aquello no le había afectado y que volvería a tomar el control de todo en poco tiempo. Nadie la iba a hacer sentir inferior nunca.
-xxx-
En el transcurso de la tarde, Violet no podía evitar sentirse irresoluta al ver a Fanny durante las clases o en los recreos. No estaba segura si la sonrisa tallada en el rostro de esta significaba algo bueno o malo. Solo pensó que lo mejor era tener la mirada clavada en el trasero del maestro de física e intentar parecer que entendía las cosas.
Kris por fin comenzó a explicarle lo que no entendía, al menos para comenzar a hacer los ejercicios. Estaba feliz de haber conseguido entablar una amistad con él, sin embargo, cuando le preguntó si podía hacerle clases particulares, aunque sea de un ramo, su respuesta continuó siendo la misma.
—Lo siento mucho. No tengo tiempo.
Tenía que pensar qué iba a hacer para subir esas notas tan deficientes, pues ya podía imaginarse a Carpenter informándole a fin de semestre, con gravedad, que había reprobado todo. Se llevó el lápiz a la boca y pensó en las posibilidades que tenía. Dudaba que la tía le consiguiese un profesor particular, pues cobraban muy caro por unas míseras horas. Además, no estaba atrasada en una sola asignatura. Siendo franca, sabía que le estaba yendo más o menos mal en la mayoría de los ramos, no porque fuese holgazana, sino porque muchas de las cosas que le estaban enseñando no las comprendía, porque no tenía una base. Había un gran eslabón perdido desde lo último que estudió en Boise y lo que allí estaban enseñando. Por un momento creyó que no habría ningún tipo de solución.
Solo en la clase de artes pudo relajarse un poco. La maestra parecía una mujer jovial y alegre. Dejó unas frutas en el centro de la sala y explicó que para esa actividad iban a aprender el uso de sombre y perspectiva. A Violet se le daba bien el dibujo, por lo que se pudo concentrar por primera vez desde que entró a clases en un cien por ciento.
El cielo se taponó de nubes plomizas y, luego de un rato, comenzó a llover afuera, aunque las temperaturas no disminuyeron tanto.
—¡Démosle una bienvenida a la primera lluvia del año! —exclamó la maestra, juntando sus manos sobre su pecho. Varios colocaron sus ojos bizcos, pero a Violet le encantó su entusiasmo, lo que le hizo comprender que era una amante de la naturaleza.
La lluvia se intensificó con cada segundo. Lo que comenzó como una pequeña llovizna se convirtió en un aguacero, haciéndole recordar la lluviosa noche anterior a saber los resultados de la beca. Violet casi podía sentir que el invierno amenazaba con dejar en el olvido al otoño, y ni podía pensar en cómo volvería a casa, debido a que no llevaba un paraguas con ella. A la única que vio con un paraguas en su taquilla fue a Diana, que siempre parecía estar preparada para todo.
Continuó el dibujo y cuando tocaron la campana, lo tenía terminado. Con una sonrisa, guardó la croquera en su mochila, justo cuando Kris se le acercaba y se ponía delante de ella.
—Oye —retorció los dedos y la miró mordiéndose los labios —. ¿Almorzamos juntos?
La pregunta la había descolocado, al punto de que estuvo por dejar caer la mochila al suelo.
—¿Conmigo? —levantó la mirada hacia Stephanie, quien conversaba con Kevin y le hacía un puchero meloso. Su déficit de atención la hizo olvidarse de su conversación con Kris, quien volvió a hablar con un poco de decepción.
—Es que siempre almuerzo solo. Ahora que nos conocemos mejor, creí que sería buena idea almorzar juntos.
Violet se giró hacia donde la maestra estaba. Su escritorio estaba junto a la puerta por lo que iba despidiéndose de todos los alumnos con una sonrisa.
—¡Adiós Zack! Espero que almuerces...
Zack se detuvo con los ojos muy abiertos, escuchando la risa de Sean a su espalda.
—¡Sí, Prawel! No vaya a ser que te desintegres por andar saltándote las tres comidas del día.
Zack bufó, enarcando las cejas. Ignoró la ironía de sus palabras y abandonó la sala. La profesora solo le lanzó una mirada severa a Glover, para luego decirle:
—Espero que hayas avanzado en tu dibujo, Sean. La próxima clase te lo revisaré a ti de los primeros.
Kevin le pegó un puñete en el costado, sin dejar de reír.
—¿Violet?
La muchacha giró su cabeza hacia Kris rápidamente, provocando un dolor en su cuello por el brusco movimiento.
—¿Qué? —preguntó, acariciándose el lado izquierdo de este.
—Te estaba preguntando si querías almorzar conmigo —entonces, su rostro se ensombreció —. Entenderé si no quieres. No serías la primera en negarte.
—¡Oh, no! Es que yo soy un poco despistada —se rascó la sien y luego apoyó su mano sobre su frente —. Yo tampoco tengo con quien almorzar. Vamos juntos.
Una radiante sonrisa se dibujó en el rostro del chico. Violet seguía pensando que su cara era digna de una caricatura japonesa. Los lentes provocaban que sus ojos resaltasen aún más.
—Eh, Violet —Fanny la llamó cuando ella y su grupo de amigos estaban a punto de abandonar el taller —. ¿No te considerabas popular? Los populares no comen con Kristian.
—Señorita Hall —la regañó la maestra con suavidad. Sus amigos salieron primero y ella se acercó más al escritorio de la profesora.
—Lo siento, maestra. Solo creí que a las víboras se les mantenía con ciertas reglas si es que se les quiere tener como mascota.
En su inocencia, la maestra no entendió, también porque su celular justo comenzó a sonar. Stephanie sonrió y se retiró por donde sus amigos se habían ido, dejando a Violet y Kris solos en la fría salita.
—No la escuches, Kris —le murmuró, apoyando su mano sobre su hombro —. No sabe lo que dice.
—Está bien, Violet. Ya me he acostumbrado.
Eso le quebró el corazón. Era horrible pensar que se había acostumbrado a un estilo de vida tan desagradable y penoso. No podía dejar que a ella le sucediese lo mismo.
La lluvia casi torrencial no cesaba. Los árboles otoñales se despedían sin esfuerzo de sus hojas que volaban lejos con el intenso viento, propio del clima. Caminaron serenamente hacia la salida del salón, pensativos, cuando la profesora la detuvo, colgando el teléfono.
—¿Tú eres la alumna nueva?
Violet y Kris se miraron.
—Sí, este..., bueno, ya no tan nueva. Es mi tercera semana de clases.
—Oh, lo sé, es que no había podido conversar personalmente contigo. ¿Tienes tiempo?
Violet se giró hacia Kris.
—Ve. Luego te alcanzo.
Kris asintió tímidamente y tras despedirse de ambas, se alejó por el largo pasillo, cabizbajo.
—Bien, ¿puedo ver tu dibujo?
Asintió con firmeza. Rebuscó en su mochila y le entregó la croquera con las manos temblorosas. La maestra la recibió y una sonrisa se formó en su cara al momento de ver el dibujo.
—Está muy bien hecho, Violet. Debo decir que me has sorprendido —sus ojos brillaron —. Tienes mucho talento.
—Gracias profesora. Hago mi mejor esfuerzo.
—Pues, está precioso. Quizá comience a darte trabajos más difíciles para que avances.
Sonrojada, le dio las gracias, volviendo a guardar la croquera en su mochila. Escuchaba los golpecitos de las copiosas gotas contra la ventana, como si desesperadamente buscasen la forma de entrar.
—Violet, debo decirte algo.
Los ojos grises de la chica dieron a parar en el preocupado rostro de la maestra, quien inspiró con fuerza y apoyó sus antebrazos sobre su escritorio de madera. La mujer se obligó a sí misma a calmarse, empapando su voz con una paz estudiada.
—Te he observado durante estas dos semanas y me he dado cuenta de que estás muy apegada con Stephanie, Rosie y Alice.
—Oh, eso... bueno...
—Ellas no son gente mala, pero... verás... la escuela se vive una vez y hay que enfocarse para lo que realmente está hecha.
La mirada de la maestra era bastante seria, por lo que no pudo ni mirarla.
—Tengo acceso a los expedientes de los alumnos, y tal vez no debería estar diciéndote esto, pero ese tipo de chicas no creo que sean un gran motor en tu vida.
Violet por fin la miró a los ojos con intensidad.
—También he revisado tu expediente, Violet, y si te ganaste el intercambio porque lograste subir tus calificaciones allá, pues entonces puedo inferir qué clase de niña y estudiante eres. No puedo darme el lujo de ver que te estás metiendo en un lugar que no te favorece ahora y no decir nada —hizo una pausa para exhalar profundamente mientras la muchacha procesaba toda esa información —. Claro, puedes hacer lo que se te dé la gana, yo ahí no me meto a obligarte.
—Entiendo —Violet suspiró —. Pero...
—Lo que quiero decir es que... sé que es divertido ser popular y dirigir el colegio, pero esas personas no son precisamente las que dirigen después el mundo.
Sin ni siquiera hacer el esfuerzo, esas palabras quedaron grabadas en su memoria. Y quizá lo estarían por un largo tiempo.
—Sí, maestra, creo que ya me había dado cuenta —sonrió, acomodándose la mochila en la espalda —. Gracias de todos modos.
—Me agrada oír eso —le contestó, recostándose en su asiento, más tranquila —. Te ves una niña buena, solo te estoy aconsejando.
—Muchas gracias por la confianza, profesora —le sonrió levemente —. Haré mi mejor esfuerzo.
—Sí. Ahora ve a almorzar, que se te hace tarde.
La muchacha sonrió todavía más y se despidió, dando las gracias una última vez. Seguidamente, corrió por los pasillos rumbo al casino. En el camino, guardó su mochila en su taquilla y sacó el dinero para el almuerzo, pensando que, con lo que había tardado, se iba a encontrar una larga fila para obtener la comida.
Se escucharon truenos a lo lejos y el viento helado sacudió la vegetación de forma ligera. Los vidrios permanecían empañados y cubiertos de gordas gotas de agua que hacían carreras de quien llegaba más rápido al borde del alfeizar. Algunas ventanillas abiertas dejaban colarse al frío dentro del establecimiento, cubriéndolo de un aire agasajado por un aroma a hierba y flores.
Mientras armaba su bandeja y decidía entre comer pollo al jugo con arroz o pasta, Fanny apareció armando la bandeja a su lado, al igual que Rosie.
—Tantos años, koala.
—No me llames así.
—Oh, lo siento, me había olvidado cuánto te molestaba, koala en celo.
Una rabia ciega se abrió paso con rebeldía por sus venas, obligándola a distraerse de nuevo con lo que escogería para almorzar.
—Dime, Fanny —comenzó a decir Rosie, tomando dos postres entre sus manos —. ¿Flan o helado?
—Cállate, Rosie, engordarás con tantos postres.
Rosie se quedó quieta un momento, volviendo a dejar los postres en su lugar y decidiéndose por escoger una ensalada como Stephanie.
—¿No vas a sacar postre? —le preguntó entonces, cuando vio que Violet había escogido un flan. Fanny apretó la mandíbula y estuvo tentada a hacerla callar.
—No, estoy a dieta. Solo lechuga y agua —le respondió con falsa simpatía, para luego acordarse de Violet, la cual intentaba pasar desapercibida en silencio.
—Dime, ¿realmente te vas a sentar a comer con Kristian Bailey? —comenzó a reír y Rosie rio junto a ella —. No es que me importe, pero pues, quería saber con quién se iba a sentar la niña que me humilló públicamente.
Violet abrió la boca, atónita.
—¿Humillarte públicamente?
—Pues, sí, después de que les dijeras a todos que mi nombre también significa vagina en Gran Bretaña —se acercó a ella como si fuese a olfatearla —. Eres muy lista, ¿no lo crees? Al menos cuando te lo propones.
Dio un suspiro y continuó, mientras se servía jugo.
—Aun así, ya no me preocupa, porque pronto lo olvidarán todos. Eres una doña nadie.
—Mira, Stephanie...
—No —sonrió, achinando los ojos —. Cuando sea mi turno de atacarte, todo el mundo lo recordará.
—¿Pollo o pasta?
Agradeció que el chef las interrumpiese. Dejó escapar el aire retenido en sus pulmones y le sonrió al hombre.
—Pollo, por favor.
Apenas le entregó el plato salió disparada, perdiéndose entre la multitud. No quería que Fanny la siguiese atormentando con su voz chillona.
Encontró a Kris almorzando solo, encogido como un pollito sin su madre. Se sentó al frente, sorprendiéndole.
—Hola, perdona la tardanza —Él había sonreído —. La maestra no quería soltarme.
—Oh, no te preocupes. Ella siempre es así, en especial con los nuevos.
—Y me dio un consejo muy bueno.
Una sonrisa excitada se abrió paso por las comisuras de su boca. Interesado, le preguntó cuál había sido.
—Es un secreto —le contestó, reprimiendo una risa.
Entonces, Fanny y su grupo de amigos, incluyendo a algunos de cuarto año, se abrieron paso rumbo a su mesa. Fastidiada, Violet dejó caer el tenedor.
—Esta es mi examiga Violet, para los que no la conocían —la presentó Fanny —. Y, bueno, este es el nerd de Kris.
Kris ni siquiera hizo el esfuerzo de mostrarse ofendido.
—Tienes cara de niña pequeña —dijo uno de los mayores, que además no era nada guapo.
—Y es inocentona —añadió Sean —. Apuesto a que no has dado tu primer beso aún.
—Te equivocas —espetó ella con cierta sorna —. Y, de todos modos, no te incumbe.
Y era cierto. Ella había dado su primer beso con un chico llamado Andrew a los trece años. Quizá había gente que no lo contaría por la edad, pero ella lo hacía, pues ambos compartían los mismos sentimientos en ese entonces.
—Déjala, Sean. Quizá la traumes si le hablas mucho del tema —espetó Kevin con cierta sorna, abrazando a Fanny con uno de sus brazos.
Comenzaron a reír.
—Como nuestro buen amigo Kris, que morirá virgen y olvidado.
Kristian tragó saliva y su corazón se encogió de pena, lo que dejó a Violet sintiendo una profunda rabia en su pecho. Comenzó a contar internamente hasta diez sin proponérselo.
Uno.
—Lo sé —dijo Sean entonces, pasando la mano por su cabello marrón oscuro cortado al ras —. Tal vez alguien debería enseñarle más maldades a esta chiquilla —enarcó ambas cejas y comenzó a moverlas con coquetería —. Dicen por ahí que lo prohibido sabe mejor.
Dos.
—No, gracias.
Después de lo que la hizo sufrir en el baño, no estaba ni de humor para mirarle.
—Todas quieren besar estos labios —se pasó la lengua por su labio inferior, recibiendo empujones y carcajadas por parte de sus amigos —. Es en serio.
—No lo creo.
Kris estaba muy sorprendido por la manera en que se atrevía a responderle. La muchacha no lo miraba, seguramente porque le temía, pero tenía el coraje suficiente como para no quedarse callada, lo cual era admirable a sus ojos.
—¿No lo crees? ¿Por qué mejor no lo intentas en vez de hacerte la difícil?
Tres.
—Tú me trataste mal —sentenció Violet por encima de las risas —. ¿Qué te hace pensar que me fijaría en alguien como tú?
Kevin comenzó a reír dando aplausos. Se burlaban de la forma en la que Violet se enojaba, como si no tuviese caso que pelease con Sean, porque él siempre saldría ganando.
—Déjenla, sola se dará cuenta que se está metiendo con quien no debe —resopló Sean, ladeando su cabeza a la derecha y luego a la izquierda, haciendo resonar su cuello —. Ahora, buena para nada, ¿vas a seguir poniendo esa cara de culo?
Cuatro.
—Sí, y déjanos en paz. Hay un montón de otras chicas que estarían dispuestas a salir contigo. Así que, déjame sola.
—Uh, no lo sé. Nada es imposible, y estoy seguro de que soy tu tipo —le dijo, mirándole los pechos. Ella se los cubrió en seguida con su brazo, mientras Fanny hacía una broma con que sus senos eran tan pequeños que no valían la pena.
Cinco.
—A lo mejor deberíamos coquetear con Kris —propuso uno de último año, pegando codazos para que se rieran con él —. Estoy seguro de que él sí correspondería a otro hombre.
—Por favor, déjenme almorzar —suplicó con un hilo de voz.
—Ay, cállate Kris —le dijo Fanny —. No deberías ni siquiera estar aquí.
—La cosa no es contigo, es con la mojigata —alzó la voz el moreno y la apuntó con descaro —. Así que vete, estorbo.
Seis.
—¡Sí, vete! —chillaron todos a coro.
Kevin lo agarró de la camisa y lo obligó a levantarse. Con un puntapié en el trasero lo alejó del grupo que ahora estaba más encima de Violet.
Siete.
—¿Por qué se esmeran tanto en conseguir diversión a costa de otros? —los ojos de ella reposaron sobre la bandeja, temiendo hacerlos enojar —. Hay tantas cosas por hacer y ustedes...
—¡Eh! No nos digas qué hacer y qué no —habló Sean con acidez —. Tú solo cierra la boca.
Algunos estudiantes empezaron a alzar sus miradas en su dirección, llamándole la atención el escándalo que se estaba provocando allí. Ni siquiera podía oír el canto de la lluvia ya. En sus oídos solo retumbaban las odiosas risas de las personas que reinaban aquella escuela en Canberra. No dejaba de pensar que la secundaria Southern Cross sería mucho mejor sin ellos.
Ocho.
Sean se relamió sus carnosos labios, esperando que las risas cesaran.
—No puedes saber cuál es tu tipo ideal si no tienes práctica con los hombres, microbio —le dijo, guiñándole un ojo. Eso le puso la sangre a hervir —. Hasta los estudios lo dicen. "La práctica hace al maestro", ¿nunca lo habías escuchado?
Violet toqueteó con nerviosismo una de sus despeinadas trenzas.
—Creo firmemente que esa frase no va con esta situación.
—¿Y quién eres tú para decir lo contrario? Ah, espera, verdad que nadie te conoce. Apuesto que ni en tu casa te conocen.
Ella frunció el ceño, apretando los puños a más no poder.
—¿Cuál es tu afán por seguir molestándome?
—No sé —se encogió de hombros, carcajeando —. Es divertido hacerte enojar.
"Capullo".
Nueve.
Volvió a apoyar la espalda contra el respaldo de la silla, intentando canalizar su respiración por la nariz.
—Ven que yo te enseño. Vivo más allá de la zona industrial, por si te interesa.
—No, gracias.
Sean comenzó a reír, rascándose el tabique de su ancha nariz.
—Necesitas práctica, niña —insistió.
—Tengo práctica. Gracias por el servicio, pero no lo necesito.
Se levantó, mordiendo su mejilla por el interior, enojadísima.
—Ah, entonces eres una puta.
Y ese fue el diez que la colapsó. Sin meditar, tomó el vaso de jugo que se había servido y se lo lanzó directo al rostro. Hubo exclamaciones de sorpresa y el rostro de Sean pasó de no poder creérselo a desfigurarse.
—¡¡HENLEY!!
Toda la atención del casino estaba puesta en el caos que se formó en esa mesa. No escuchó gritos ni golpes. El miedo fue tan grande que dejó caer el vaso al suelo y salió corriendo, despavorida. No podía dejar que la escena del excusado se repitiese, por lo que huyó, jadeando, sin mirar atrás ni una sola vez.
Sus piernas la guiaron al patio trasero del colegio. Sabía que estaba lloviendo, pero entre que Sean la encontrase o empaparse, prefirió lo segundo.
Llovía con fuerza. Las gotas caían sobre la tierra como dándole bofetadas, y creía ser capaz de sentir bajo sus pies la vibración que provocaban al caer desde lo más alto del cielo tupido y gris al barro. Sus piernas, empapadas y friolentas, siguieron moviéndose hacia el final de la cancha de fútbol, olvidada y más verde de lo que recordaba. Su vista, nublada por el agua que corría por su cara y su cabello, dio a parar a las rejas que separaban la vida educativa del mundo real. Respiró con la boca abierta, agitada, pudiendo ver los carros a toda velocidad, mientras las parejas caminaban rápidamente bajo paraguas de múltiples colores, intentando esquivar pozas de agua y arrancar del frío. Incluso los perros callejeros buscaban refugio.
Ella necesitaba un refugio.
Un sentimiento de huida comenzó a crecer en su interior. Se abrazó a sí misma y miró atrás de sí, notando que nadie la seguía, lo que fue un poco tranquilizador, puesto que su corazón no dejaba de latir muy deprisa. Alzó la cabeza y dejó que las gordas gotas de agua impactaran su rostro, pensando en todo, pero a la vez en nada. Ya no entendía si estaba llorando o era la lluvia la que le caía por las mejillas. El aire purificador logró refrescar y disminuir la temperatura de su cuerpo, que, debido a los nervios, se había alzado de súbito. Respiró hondo y dejó caer sus brazos con pesadez. No pasó mucho tiempo cuando se percató que había yacido inmóvil bajo la lluvia, empapando su cabello y uniforme por completo, que si su padre la hubiese visto se habría reído primero en vez de regañarla. No obstante, no podía dejar de divagar. Aun cuando se estaba exponiendo a un resfrío, sabía que estaba a salvo. Que no podía volver porque Sean y los demás chicos estarían buscándola. Que ella tampoco quería volver a meter su cabeza en un retrete. Una vez había sido suficiente.
El frío era una pesadilla. Ahí estaba, sola, sin paraguas, con el rostro cubierto de lágrimas y lluvia. No pudo comprender cómo le tuvo terror a alguien como Fanny, cuando existía Sean. ¿Cómo se atrevió a lanzarle el jugo a la cabeza si sabía que él era capaz de devolverle con lo mismo y peor?
El sonido de la lluvia y el frío eran embriagadores. Comenzó a sentirse adormilada, pensando que ya era hora de volver a la escuela y enfrentar la realidad sin más. No podría quedarse escondida en la pista de atletismo para siempre.
Una fría mano tomó la suya y se vio forzada a rotar sus pies sobre el lodo como si danzara, sintiendo mariposas en la boca de su estómago. Su mano se abrió para recibir el mango de un paraguas de color vino, que rápidamente la cubrió de la lluvia. Su cabeza empapada se elevó con temor, y sus ojos sorprendidos se fijaron en la figura de la joven que ahora estaba siendo cubierta bajo el incesante diluvio.
—¡Diana!
Se pasó la manga del chaleco por los ojos y así poder mirarla mejor.
—¡Te estás empapando!
—Cuando decidas no seguir mojándote, devuélvemelo —le ordenó, pestañeando rápidamente cuando las gotas se interferían con su mirada.
—Pero, y tú...
—No te preocupes por mí. No lo necesito ahora.
Supo que se refería a estar escondida de Sean en el patio. Seguramente lo había visto todo, por lo que había venido a dejarle el paraguas para que se quedase allí un tiempo más, hasta que Sean se aburriera de intentar dar con ella. Por el gesto, le agradeció con una temblorosa sonrisa. La castaña de ojos acaramelados se cubrió son sus brazos y volvió corriendo al edificio, desapareciendo detrás de la barrera de vapor que hacía presencia a centímetros del piso.
Tenía miedo, y admiraba a Diana por no tenerlo. Quizá, lo que le estaba sucediendo era solo culpa suya. Ella fue, después de todo, quien se fijó en las personas equivocadas. Algunas personas tienen la habilidad de hacerlo y luego arrepentirse. Como su mamá decía: Los seres humanos son los únicos con la habilidad de tropezarse con la misma piedra dos veces.
Una enérgica brisa la asedió, llevándose unas hojas consigo, asustándola. Agarró con mayor fuerza el mango del paraguas y se volvió a mirar al cielo. Las oscuras nubes empezaron a separarse dejando pasar a un rayo de luz, blanco y divino, representando la compañía. Una sonrisa se dibujó en su somnoliento rostro, después de haber llorado al compás de la lluvia. Por primera vez sintió que no estaba sola y que aquel milagro solo sucedía frente a algunas personas que la vida consideraba especiales. Era así de simple; no podía vivir con miedo, no para siempre.
Cuando giró sobre su eje para volver a la escuela, la lluvia comenzó a cesar lentamente. Las nubes se tornaron de un gris más claro y se fueron separando para dejar entrar rayos de luz. Anonadada, dejó caer el paraguas en la tierra mojada, junto a sus zapatos de charol que se hundían en el fango. Observó con maravilla el cielo que pasó de ser neblinoso y lúgubre a ser de un azul diáfano, casi cósmico.
—Eh, ¡Violet!
Pegó un grito y se llevó una mano al pecho, respirando aliviada solo cuando captó que era Kris quien corría hacia ella haciendo señas con sus brazos. No pudo ni siquiera alzar la mano. La conmoción era mayor y el mareo aumentaba cada vez más.
—Estás toda mojada. ¿Por qué tienes el paraguas en el suelo en vez de cubrirte con él? —le preguntó, acomodándose los lentes que se le habían empañado.
—Yo... no sé —se agarró la frente, dando un traspié. El mundo comenzó a dar vueltas y los colores se le mezclaron. Los ojos curiosos de Kris se posaron sobre la chica con mayor intensidad.
—¿Te encuentras bien? Estás tan pálida como un vampiro.
La rubia no pudo contestar. Cerró sus ojos y se desvaneció en un último suspiro. Atrapándolo por sorpresa, Kris no pudo ni agarrarla, por lo que su cuerpo se estrelló contra el lodo. Bueno, quizá no todo iba a salir a la perfección, pero al menos se haría el intento.
La enfermería siempre fue un lugar cálido, y la enfermera del establecimiento era un amor, pero estaba en horario de almuerzo, por lo que Kris decidió llevarla a lapa a la enfermería y quedarse cuidándola. Había ido tantas veces a la enfermería que sabía dónde quedaba cada cosa, por lo que, como experto, le preparó un té de manzanilla, dejándoselo sobre el mesón junto a un paracetamol. Mientras ella estaba en un sueño profundo, le quitó el lodo del uniforme y el rostro con un paño húmedo.
Cuando le limpió su cara, se la quedó mirando sin disimulo alguno. Él nunca había tenido novia y muy pocas veces se había sentido atraído a alguien, porque nadie se tomaba real tiempo en conocerlo. Al recordar a las chicas de su clase, solo podía pensar en todas ellas riéndose frente a él. Violet fue distinta, quizá porque venía de otro país o se vio obligada a hablarle ya que eran compañeros de puesto.
Sacudió la cabeza y volvió a pasarle el paño por las mejillas, para después quitar con sus dedos cada gramo de tierra de sus pestañas, con la habilidad de una pinza.
—Gracias por querer ser mi amiga —le susurró dejando el paño mojado sobre su frente —. Nunca nadie lo había intentado. Y tú sí, a pesar de las consecuencias...
Tenía la esperanza de que ella lo escuchase, por lo que acomodó la silla más cerca de ella.
—No quiero sonar precipitado, pero siento que me gustas un poco. Quizá me siento atraído a ti solo por el hecho de que quisieras hablar conmigo o almorzar conmigo...
Le observó el cabello, rizado y húmedo, atado de forma desordenada en dos trenzas, una a cada lado de su cabeza. Su rostro pálido, sus labios azulados por el frío y el ceño fruncido seguramente por un dolor de cabeza. Una sonrisa familiar se formó en el rostro de Kris, pasándosele por la mente que, si no hacía lo que quería hacer, jamás podría hacerlo. Ella estaba allí, inconsciente sobre la camilla y él a su lado, queriendo alcanzar su mano y darle las gracias por todo. La atracción que sentía era algo natural, podía comprenderlo. No esperaba nada de ninguna chica, por lo que, si aparecía una con un poco más de amabilidad, llamaba su atención de inmediato; era inevitable. Lo pensó, se detuvo, lo pensó otra vez y se decidió. No había nadie más en el lugar, por lo que era su chance. Se acercó lentamente a los labios de Violet, adorando el color púrpura que habían alcanzado solo porque hacían juego con su nombre. Tomando una gran bocanada de aire, se acercó hasta estar a un centímetro de darle un corto beso.
—¿Qué harás después de eso?
Sobresaltado, perdió el equilibrio de la silla tras escuchar esa voz tan ladina atrás de sí. Con el corazón en la garganta, se acomodó los lentes con las manos temblorosas para comprobar que la figura que se encontraba de brazos cruzados y apoyado sobre el marco de la puerta era Zack.
—Prawel —tragó saliva, apoyando su mano sobre la camilla y colocándose de pie a tropezones —, ¿qué haces aquí?
—Escuché lo que le sucedió en el casino. Tenía que comprobarlo por mí mismo. No había visto ni a un chico hacer lo que ella le hizo a Sean hoy.
Kris se sonrojó. Había sido descubierto con las manos en la masa y no sabía cómo explicarlo.
—¿Entonces? —insistió el muchacho desde la puerta, enarcando una ceja.
—Zack, yo... lo que viste no es lo que piensas.
—Le mentiste a Violet, y a todos, el día en que Sean nos golpeó en el pasillo y fuiste a declarar que yo lo había hecho —lo intimidó con su oscura mirada —. Y, ahora, ¿eres un héroe?
—No iba a dejarla tirada en la pista de atletismo. Se desmayó.
—Eres digno de admirar entonces, ¿no?
Kris tragó saliva con dificultad. Zack no movía ni un músculo. Nunca sabía si estaba feliz, triste o enojado. Lo que sí sabía es que ellos dos no se llevaban nada bien desde el principio de los tiempos y que no entendería lo que allí sucedía, aunque se lo explicase con manzanas.
—Escucha, nada pasó. ¿No tienes nada mejor que hacer?
Violet todavía dormía, con el ceño fruncido. Su cuerpo temblaba por el frío, por lo que Kris decidió sacar una manta de uno de los armarios que a unos pasos estaban, y colocársela encima. No podía quitarle el uniforme, menos delante de Zack.
—¿Ella te gusta?
Kris se detuvo. No quiso mirarlo. Zack había enderezado el mentón, altivo, con esa característica sonrisa sagaz que tanto detestaba. Volvió a sentarse dándole la espalda, intentando que, sin mucho éxito, no se notara su rabia.
—No...
—¿Besas a alguien sin sentir nada por esa persona? Eso es un poco raro, ¿no lo crees, Kristian?
Se volteó a verlo, furibundo, advirtiendo que Zack lo contemplaba de forma evaluativa; las manos todavía cruzadas sobre su pecho y la siempre presente intimidación.
—Mira, Prawel, solo me siento atraído porque ella ha sido la única maldita persona en toda la secundaria que no me ha mirado como un bicho raro. ¿Contento? —expuso una mueca de frialdad —. No quiero darte explicaciones a ti. No eres mi amigo.
Zack mantuvo el contacto visual con él.
—Un beso es entre dos personas, Kristian. No encuentro que sea correcto que tú...
—Zack, para —bufó, intentando contener sus ganas de echarle unas groserías —. ¿No deberías estar en clases?
—Podría preguntar lo mismo.
Por fin dejó de estar en esa posición tan pedante contra el marco de la puerta, y caminó hacia él. Su mirada era oscura y su andar ligero. Apoyó sus manos contra el borde de la camilla junto a las piernas de la muchacha, inquietando a Kris.
—¿Vas a ir a clases...?
—No necesito ir a clases. Tú sí —le dijo Kris, en un intento por hacerlo ver inferior.
—No soy yo quien hizo el ejercicio de matemática nueve veces, y luego hizo un escándalo frente a toda la clase porque un compañero pudo hacerlo a la primera vez.
El semblante de Kris se ensombreció un poco, mientras Zack seguía apoyando ambas manos sobre la cama.
—Fue una excepción...
Zack enarboló su sonrisa.
—¿Lo fue?
Kris sentía una mezcla de furia y vergüenza en su interior, despojándose obligatoriamente de la idea loca de plantarle un combo a Zack y salir corriendo a la cancha de atletismo como Violet. Parecía ser el lugar de huida perfecto, pero tampoco quería meterse en problemas. Observó la pequeña ventana que conectaba la cálida sala con el húmedo exterior. Zack se lo quedó mirando en silencio. No esperaba respuestas de su parte, deduciéndolo por la forma en la que se quedó callado, entrando a un estado de pacifismo. De pronto, Kristian se levantó, se acomodó los lentes sobre su nariz y se dio una media vuelta a mirarlo a los ojos.
—Te crees la gran cosa, Zack Prawel. Tal vez seas mejor que yo en las calificaciones, pero —enseñó con su dedo índice la infraestructura —, afuera de estas cuatro paredes, tu vida es tan miserable como las personas que te dieron la vida.
Dicho eso, le pasó a llevar el hombro y salió de la enfermería, dando un fuerte golpe a la puerta que hizo que Violet comenzará a abrir los ojos inmediatamente. Zack se mantuvo serio, observando cómo los ojos de la chica pestañeaban con pesadez, observando primero el techo lleno de goteras y luego a su alrededor. Cuando dieron a parar a donde Zack se encontraba, dio un respingo y se incorporó de un salto en la cama.
—¡¿Qué haces aquí?! —chilló, quedándose corta de aire.
—Acabas de romper el récord de quién se mete en más problemas durante menos tiempo.
Sin dejar que contestara, le tomó con ligereza de los hombros y la obligó a recostarse. Ella no pudo quitarle el ojo de encima, liada.
—¿Nunca te han dicho que tras un desmayo o estar mucho tiempo acostada no debes pararte de esa forma? —preguntó él, quitándole el paño húmedo de la frente, que ya estaba caliente, y yendo a dejarlo al baño que estaba a uno o dos metros de distancia. Ella se incorporó a medias para verle la espalda.
—¿Cuál forma?
Él dejó la toallita en su lugar y salió del baño, contemplándola con los ojos muy abiertos y el ceño fruncido.
—Como si hubieses visto a un fantasma.
Violet parpadeó, recordando que la última persona que había visto era Kris.
—Es que me asustaste —comenzó a incorporarse en la camilla de nuevo, pero lentamente —. ¿Dónde está Kris? Él estaba conmigo cuando... me desmayé supongo.
—No te preocupes, se fue a clases.
Entonces, tomó asiento en donde Kris había estado antes.
—¿Qué me pasó? —interrogó consumida por un terror repentino.
Zack se miró las mangas de su suéter.
—Lo sabes mejor que yo.
—Pero, él... —sintió que se le atascaba el aliento en la garganta —. ¿Él no me hará nada?
Zack apoyó sus manos sobre sus rodillas y la miró directamente a los ojos.
—No..., la situación ha llegado a oído de todos. Y cuando digo todos, es todos. Si te sucede algo, el mundo sabrá que fue Sean en plan de venganza.
Mientras ella lo asimilaba, él se cruzó de brazos y apoyó más la espalda contra el respaldo de la silla de madera.
—No se arriesgará.
La rubia se tocó la frente, asustada al sentir que hervía. Dejó caer su mano junto a su muslo derecho, incómoda en ese uniforme húmedo, como si la hubiesen encerrado en una jaula. La cara diabólica de Sean justo después de lanzarle el jugo por la cabeza fue lo último que apareció en sus recuerdos.
Se quitó la chaqueta para no sentirse tan aprisionada, para luego mirar a Zack, quien se acomodaba las mangas de suéter en silencio.
—¿Qué haces aquí, Zack?
Elevó su mirada y por un momento creyó que la pregunta lo había tomado por sorpresa.
—Quería... —aclaró la garganta —, quería pedirte disculpas.
—¿Por?
Se tomó su tiempo para respirar con profundidad y pensar las palabras adecuadas.
—Tú me ayudaste cuando le dijiste al rector la verdad sobre lo que pasó con Sean en el pasillo. Y... eso provocó que él...
Se detuvo para mirarla con una mueca de tristeza.
—Lo siento por eso.
En un principio estuvo molesta porque él casi la obligó a delatar lo que sabía. Había sido lo correcto, pero a la vez se metió en muchos aprietos que prefería habérselos ahorrado. Pero, también entendió los motivos de Zack y el corazón le dio un vuelco cuando vio su arrepentimiento. No podía seguir enojada con él.
—Está bien. No te preocupes.
Él negó con la cabeza, un tanto azorado.
—Prefiero que me golpee a mí a que golpee a una mujer.
La muchacha sintió cómo la felicidad revoloteaba dentro de ella, como hace mucho tiempo no hacía. Desde que Kiara la había cambiado, su alma se había sumido en su propio y silencioso mundo interior, dejando atrás la risueña y torpe chica que siempre fue. Aun así, no era muy tarde para volver a ser ella misma con mayor libertad.
—Gracias —murmuró con sinceridad. Él asintió, mirándole una última vez a los ojos, para después desviar su mirada al suelo. En ningún momento que estuvieron juntos, él se atrevió a mirarle los senos como Sean y sus secuaces habían hecho durante el almuerzo. De ahora en adelante se fijaría en quienes eran hombres realmente. Porque eso no se mide con la fuerza, sino con el respeto, tal como sus padres siempre dijeron.
—Tengo que irme a clases —de repente se excusó él, levantándose del asiento —. Además, la enfermera llegará pronto y creo que le cansa verme tan seguido por aquí.
Violet volvió a apoyar su cabeza lentamente sobre la almohada, entrecerrando los ojos al verlo colocarse la chaqueta del uniforme de forma apresurada. Ni cuenta se dio de cuando se la había quitado.
—Kris te ha traído tu buzo para que te cambies y te ha hecho un té —le apuntó la taza que estaba sobre la mesilla, lo que le provocó una sonrisa y un estado de paz —. Y el paraguas está en el baño porque goteaba.
—Gracias —le dijo, rígida desde la cama. Él asintió y, tensando su cuerpo, salió del lugar a toda prisa, dando un ligero portazo antes de salir.
Violet sonrió hacia el techo un momento, agradecida por el bondadoso trato de sus compañeros y calmada al creer que Sean no se vengaría, no al menos cuando estuviese rodeada de gente.
Volvió a sentarse y se observó el uniforme, manchado de café por el barro en algunos sector y húmedo como recién sacado de la lavadora. Exhaló un suspiro de enfado y se quitó la manta de encima, cogiendo la tibia taza y llevándosela a la boca. Mientras bebía el contenido, observó la enfermería y logró escuchar voces de personas que provenían desde los corredores, aunque nada interfirió con su serenidad.
Lo que le dijo Zack la había relajado. Si Sean no le hacía nada, entonces estaba todo listo para empezar a hacer un cambio en su vida. Volvería a ser la Violet sonriente y decidida que siempre fue. No podía dejar que una mala amiga y un país extraño arruinaran sus ganas de surgir. No podía seguir viviendo con la misma molesta sensación de inquietud, que se burlaba de ella desde la lejanía. Debía elegir buenos amigos y conseguir los buenos recuerdos que tanto anhelaba.
Y ya tenía a esos amigos en la mira.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top