C u a r e n t a y o c h o
Capítulo 48
James Prawel quería que su hijo fuese alguien diferente al resto. Exitoso, inteligente y arrogante. Un tipo ideal para la compañía ideal. Desde que Zack había nacido, se había transformado en una especie de experimento.
—¡Niño tonto! Así no se lee.
Y le pegó otra vez, dejándole las manos marcadas.
Solía ser muy inquieto. El profesor, Albert Fritz, de origen austriaco, no era un hombre de mucha paciencia. Además, tampoco trabajaba con niños pequeños, pero el sueldo que su padre le entregaba a cambio era muy tentador.
Obligado a aprender a leer y escribir a una edad temprana, tuvo que también verse obligado a dejar de lado su personalidad activa, por una de adulto.
Solo una vez su padre se dio cuenta sobre el poder de la regla en manos de Fritz. En ese tiempo todavía no estaba muy ocupado con su vida laboral, por lo que se acercó al hombre de bigote y le amenazó:
—Vuelves a tocarle un pelo, y te destruyo.
El niño seguía sentado. Las piernas le temblaban, porque quería salir a corretear por el parque o preparar galletas horneadas con Laura. No quería leer el periódico, ni aprender el abecedario. Solo quería ser un niño.
—Se distrae demasiado. Se pone a llorar cada vez que le regaño —alzó las manos, esperando una explicación —. Sabe que estoy haciendo un esfuerzo enorme para enseñarle a un niño tan pequeño a leer, señor Prawel.
—Te estoy pagando para que lo eduques, no para que lo golpees. ¿En qué año vives? ¿1918?
Fritz nunca volvió a golpearle, pero apenas el niño aprendió a leer y escribir, él renunció. Zack pensó que su padre nunca lo golpearía tras defenderlo de esa manera.
Se equivocó.
Un trueno y un relámpago danzaron iluminando toda una ciudad que intentaba conciliar el sueño. Zack caminaba bajo la lluvia, cuestionándose a sí mismo. Sabía que él era una persona cerrada, terca, egoísta y cobarde. Todas las cosas que le dijo Violet eran ciertas y no podía evitar sollozar al pensarlas. Él era un observador y, aun así, no pudo entender lo desilusionada y sofocada que ella se sentía. Literalmente, sí jugó con lo que sentía y la rechazó solo pensando en lo que él creía mejor. Se sentía un idiota. Un idiota por ignorar sus propios sentimientos también.
Sin embargo, había temas que no podía ignorar, por mucho que le gustase Violet Henley: Su depresión era una de ellas, por ejemplo.
Zack Prawel sufría de una depresión que, actualmente, no estaba siendo tratada como se debía. Por el contrario, sentía que su vaso se llenaba de tinta negra día tras día, llegando a un punto de estar casi rebalsando de nuevo. Y aquello solo podía recordarle a la única persona que sentía que se había parecido a él en un momento: Bianca Foster.
Exactamente lo mismo estaba sucediendo con él. No cabía duda.
Ya lo molestaban cuando Bianca estaba viva. Cuando ella murió, las cosas solo se detuvieron uno o dos meses. La escuela estaba de "luto". Las chicas lloraban y todos aseguraban que habían sido sus amigos y que no entendían cómo había caído en una anorexia sin retorno.
Puras patrañas.
Hasta hubo gente que asistió al funeral, habló con su destrozada madre y aseguró que nadie sabía por lo que pasaba Bianca. La pobre mujer se lo tragó todo.
Zack repudiaba aquella actitud. La encontraba de última. Ni él asistió al funeral porque tampoco había hecho nada por detener a Sean, aun teniendo excusas totalmente válidas. No quiso jugar al doble papel.
Incluso con Sean en la cárcel, todavía sentía miedo y resentimiento, porque él no había muerto como Bianca. Tras su intento de suicidio, tuvo que afrontar las consecuencias que se le vinieron encima en otoño. Todos se enteraron en la escuela porque su padre no encontró mejor idea que, además de haber mandado ese correo pidiendo donación de sangre para su hijo, le contó a Carpenter y a otras autoridades escolares lo sucedido, para así pedirles que no le exigiesen tanto ni lo dejasen solo más de quince minutos. Podría haber tenido buenas intenciones, pero el director no era precisamente bueno en cuanto se trataba de ayudar a alguien, pues lo primero que hizo fue hablar con cada salón y especialmente al que él pertenecía, explicándoles que Zack Prawel se encontraba vulnerable y necesitaba que todos fueran buenos con él. En vez de ayudar, empeoró todo. Los rumores aumentaron, las miradas se acentuaron y Sean tuvo más ganas de molestarlo, por el simple hecho de que quería verlo muerto. Después de todo, lo odiaba.
Violet Henley no lo había juzgado del todo, pero lo había hecho. Cuando no se conocían, también escuchó los rumores. Creyó saberlos. Había sido amiga de Stephanie Hall al principio y, estaba seguro de que ella sintió temor de él en algún punto por cualquier cosa que la rubia platinada le hubiese dicho.
Por eso dudó de su compañía. Por eso dudó de lo que sentía y del futuro. Dudaba constantemente de todo.
Sin embargo, allí bajo la fría lluvia, se vio obligado a aceptar la realidad. Violet se había transformado en una pequeña luz en medio de la oscuridad. Parecía hermoso, pero tampoco quería verla como una anestesia. Solo quería que fueran una pareja normal, aunque sonase imposible.
Suspiró, alzando la mirada hacia el cielo infinito. El aguacero no tenía ganas de detenerse. La llovizna golpeaba suavemente su rostro, mojándolo completamente. Pestañeó sintiendo los ojos arder. No sabía con qué cara la miraría al otro día. ¿Estaría molesta? ¿Le pediría distancia?
Caminó un poco más rápido y llegó finalmente al edificio, completamente empapado. Una hilera de gotas le siguió hasta el ascensor. Temblaba de frío en el silencio del elevador, pero creía que se merecía un castigo así. Cuando finalmente las puertas se deslizaron enseñándole la planta en donde vivía, pudo oír los gritos. También oyó platos cayendo al suelo y quebrándose en mil pedazos. Supo en seguida que se trataba de sus padres. Eran los únicos que se la pasaban discutiendo todo el día.
Una vecina había asomado la cabeza y arrugó la frente al ver al muchacho del uniforme mojado, adivinando que se trataba del hijo de aquel enloquecido matrimonio.
—Diles a tus padres que dejen de alzar la voz o llamaré a la policía.
Cerró la puerta de un portazo para que el muchacho notase lo enfadada que estaba. Entonces otro grito provino del interior que lo hizo estremecerse. Casi por obligación, corrió hasta la puerta principal y metió la llave en la cerradura.
—¡Eres un desgraciado! ¡Te odio! —fue el primer grito que oyó en cuanto logró entrar al apartamento. Había sido su madre.
—¡Vete! —gritaba el hombre —. Sal de mi vista. ¡No quiero verte!
Y luego un vaso cayó al suelo y se estrelló. Adivinó que era su madre la que estaba tirando las cosas a la cerámica por la rabia, tal vez intentando apuntarle a los pies del que seguía siendo su marido por ley. Podía adivinarlo por los tipos de jadeos que ambos lanzaban.
—¡Fuera de mi casa! —gritó Susan —. ¡Alcohólico degenerado!
—Di todo lo que quieras, Susan, pero yo ya me decidí. Zack se queda conmigo y tú te vas.
Otra vez era él el centro de su discusión. Por eso pensaba que sus vidas hubiesen sido mejores si tan solo no hubiesen tenido un hijo. Después de todo, no había sido planeado. Y si hubiese sido mujer, estaba seguro de que el trato hubiese sido peor, en especial de parte del poderoso de su padre, que a veces podía llegar a ser muy machista.
—¡Zack no quiere quedarse contigo! —gritó Susan de nuevo, llorando.
—Lo hará y así será, porque es mi hijo y hará lo que yo le diga.
—¡Es más hijo mío que tuyo! Tú nunca estuviste ahí cuando él te necesitaba. Eras solo una ausencia a la que él intentaba impresionar.
Entonces, escuchó la paliza. La escuchó fuerte y claro sin necesidad de verla. Su padre le había dado una bofetada a su madre. Una de verdad.
—¿A quién vienes a llamar ausencia? Tú que no has estado aquí casi ningún día del año. ¡Yo he tenido que hacer de padre y madre en esta casa! Además, soy el que debe trabajar para ser el sustento de esta familia. ¡Si no fuera por mí, todos seríamos unos de esos pobretones que piden limosna en los semáforos! Dime, ¿te gustaría? ¿Te gustaría ver a nuestro hijo sin futuro?
Susan seguía temblando con una mano en la mejilla adolorida. Ya no lo miraba.
—¡Contéstame, mujer!
Y cuando Zack creía que su padre iba a perder el control de sus manos nuevamente, hizo acto presencia en la cocina, con la frente en alto e intentando de cualquier forma transmitir más seguridad de que la que ellos dos esperaban.
—Tú —su padre tembló —. ¿Hace cuánto estabas allá atrás espiando?
Zack se lo quedó mirando a los ojos como si no lo conociera realmente.
—¿Por qué estás tan mojado? —volvió a preguntar, intentando actuar como que allí nada había pasado.
—¿Por qué la has golpeado?
Su madre lo miró un instante, asustada.
—No es asunto tuyo —las venas del cuello de James se marcaban —. Ve a acostarte.
—¿Por qué la has golpeado? —volvió a preguntar con fuerza, paralizándole.
No tenía un apego emocional a su madre, pero lo tenía con Violet Henley. Y Violet era una mujer. Incluso si no la quisiera como lo hacía, jamás la golpearía como su padre lo había hecho recién con su madre.
—Zack, de verdad...
—¡¿Por qué la has golpeado, joder?! —gritó, pegándole un puñetazo a la puerta que hizo temblar a ambos adultos. Podía verse la clara impotencia en sus ojos, al punto de que comenzaron a brotarle lágrimas de la ira.
Su padre irguió la espalda y alzó la barbilla, dispuesto a dar explicaciones.
—Porque me tiene enfermo. Me recalienta que me acusen de cosas que no he hecho. Aquí, yo no soy ningún zángano, que te quede claro a ti también. Yo soy el sustento de esta familia, la razón por la cual somos la familia Prawel y no simplemente tres australianos más en la lista de los de la clase media. Yo no dejaré que ni tú ni tu madre me etiqueten. Y si es necesario darles una paliza a ambos, lo volveré a hacer, porque a mí nadie me dice qué soy y qué no, ¿escucharon?
Iba a retirarse, pero Zack no pudo dejarlo pasar. Aquellas palabras habían sido tan sufribles que no aguantó las ganas de pegarle un combo directo en su quijada. El hombre, ante el sorpresivo golpe, perdió el equilibrio y cayó hacia atrás, pasando a llevar los platos recién lavados que cayeron al suelo y se trizaron en mil pedazos. La mujer ahogó un grito y no tardó en ponerse a llorar del susto, poniéndose de rodillas.
Zack miró a su padre en el suelo, asustado ante tal reacción. No quería golpearlo. Se arrepintió enseguida y quiso ayudarlo a levantarse. Sin embargo, el hombre ya había perdido todos los estribos.
—Ven aquí.
Antes de que pudiese decir algo, ya lo había agarrado de un mechón de cabello. Pegó un grito.
—¿No te creías tan hombrecito? ¡¿Eh?! —le gritó a la cara, escupiéndole un poco en la mejilla —. Ahora te vas a ir a tu cuarto y no vas a hacer más ruido, ¿escuchaste?
Le soltó el cabello. Zack, tan asustado como su madre, no pudo correr a su habitación, sino dejarse caer de rodillas sobre las baldosas, entre un montón de platos rotos. Uno de los pedazos hizo contacto con su rodilla derecha, provocándole un corte. Nunca sintió ni un poco de ardor.
—¡A tu habitación dije!
Como el joven solo tembló en su lugar, James lo agarró del cuello de la camisa y lo obligó a levantarse. Zack se encogió y comenzó a gritar temiendo recibir un nuevo golpe.
—¡Cállate por el amor de Dios!
Como el chico seguía llorando a raudales, el hombre lo tomó en brazos y apoyó su cuerpo contra su hombro, como cuando era pequeño y hacía berrinches en el supermercado. Entre gritos, sangre y llanto, lo cargó hasta su alcoba y, una vez allí, lo dejó caer contra el suelo con algo de brusquedad.
—Te quedarás allí hasta que yo venga a abrir esta puerta de nuevo, ¿entendiste? —ante el silencio, volvió a gritar: —¡¿Entendiste?!
Zack creyó decir "sí" entre sollozos.
—Y espero que comprendas que acabas de colmar mi paciencia.
Dicho eso, cerró la puerta de un portazo, haciendo que todos los cuadros se movieran en vaivén como si hubiese temblado.
"¡Y tú ven para acá!", lo escuchó decir al otro lado de la puerta, perdiendo el control.
Asustado, inmediatamente puso pestillo a la puerta y abrió la ventana en caso de que tuviese que saltar. La lluvia comenzó a golpear el alféizar y entrar discretamente a su pieza. A pesar del fuerte ruido que provocaba el torrente, podía seguir escuchando la discusión de sus padres. Comenzó a sentir los golpes y los gritos provenientes de la cocina. Caminaba de un lado a otro sin saber qué hacer para dejar de oírlos.
Se agarró la cabeza y se arañó las sienes. La respiración se le entrecortó y golpeó la pared que supuestamente daba hacia el apartamento vecino, esperando que la aquella señora se hubiese animado a llamar a la policía. Quería gritar, quería decir algo, pero a pesar de que movía la boca, ningún sonido lograba salir de su garganta.
Entonces, un tanto desesperado, tomó entre sus manos temblorosas y adoloridas el celular. Quiso llamar a la policía, pero entre los gritos, los vasos estrellándose contra el suelo y las preguntas sobre qué hacer a continuación, lo bloquearon. No recordaba el número de emergencias ni el de la estación de policía más cercana. Mientras más pensaba en ello, más le temblaban las extremidades. Volvió a mirar la pantalla y, con bastante dificultad, buscó en su agenda de contactos a alguien para pedir ayuda. El primer conocido que saltó a la vista por el orden alfabético de los apellidos fue Kristian Bailey. Marcó. Sus manos temblaban y un fuerte dolor se apoderó de su tórax. Creía que se desmayaría al no poder respirar. Imágenes horribles de su niñez le torturaron la mente. Vio sangre y heridas. Una cuchilla. Psicólogos hablándole, gritos, golpes, torturas. Se agarró la cabeza y creyó gritar. Tenía la sensación de que moriría, como si estuviese viviendo otra realidad.
Se sentó en la cama intentando controlar su cuerpo, pero le era imposible. El teléfono seguía marcando. No dejaba de moverse y tener pensamientos horribles. La vida lo asfixiaría. Sus labios palpitaban y palidecían. Oía aun los gritos de su madre y las blasfemias que su padre gritaba contra ella. Era horrible.
—Habla Kris, ¿diga? —escuchó por fin.
"Kris", intentó decir, pero solo salió un gemido de sus labios.
—¿Hola?
No tenía su contacto guardado. Tenía que hacer un esfuerzo y comunicarse con él, a pesar de que su cuerpo entero se lo estaba impidiendo.
—K... —soltó y luego vino un sollozo —. Kristian.
El muchacho al otro lado pareció perturbado.
—Sí..., este, perdón... pero... ¿quién habla?
Intentó respirar, pero el oxígeno se le iba.
—Kristian —lloró de nuevo al sentir que otro vaso se estrellaba contra el suelo —. Por favor.
Comenzó a llorar al teléfono. A llorar de verdad, sintiéndose solo, abrumado, entumecido.
—¿Zack? Zack, ¿estás bien? ¿Eres tú?
Quiso agarrarse de los cabellos y tirar de las mechas hasta sentir un dolor tan fuerte que le permitiese desmayarse de una vez.
—Ayúdame.
—Dios mío.
Entonces, su compañero de clases temió que podría estar cometiendo un nuevo acto de suicidio. Conocía los rumores y había visto las cicatrices en los brazos de Zack para comprobar la historia. Tuvo miedo de que podría haber hecho algo y se había arrepentido.
—Zack, donde sea que estés, no te muevas. Voy para allá.
—Ven —lloraba más contra el teléfono. No podía dejar de temblar y sentirse inquieto —. Ven a buscarme, por favor. A mi casa.
La mano de Kris tembló. No podía entender lo que estaba sucediendo, pero ya no solo escuchaba el llanto de él, sino gritos y jadeos de dos adultos: Sus padres.
—Zack... —tragó saliva al oírlo respirar agitadamente —. Zack, escúchame. Quédate donde estás. No hagas nada estúpido. Voy para allá a recogerte, ¿me escuchas?
No le respondió nada.
—Voy para allá —le habló más claro, esperando que lo entendiera.
Se escuchó a lo lejos otro bofetón que su padre le dio a su madre. Zack dejó caer el teléfono al suelo y la llamada se cortó. Miró la ventana abierta y la tormenta eléctrica que avanzaba a través de la ciudad. El viento helado y fuerte que entraba y salía de su alcoba, como invitándolo a tirarse al vacío, a olvidarlo todo.
Dio dos pasos hacia la ventana y se detuvo ante el sonido claro y fuerte de un trueno, que sacudió a todos los árboles e iluminó más de la mitad de la ciudad, incluyendo su rostro. Su cuerpo tembló y volvió a llorar, dando pasos hacia atrás hasta pegar su espalda contra la pared. Recordaba la voz de Kris. Él iba a venir. Esperaba que fuese así.
Otro trueno y el grito de su madre. Ya estaba totalmente fuera de control.
Entonces, se decidió y caminó ahora hacia la puerta y, a pesar de lo que su padre le había ordenado, la abrió. El escándalo se hizo inmediatamente más fuerte. Su dolor de cabeza se acentuó y su cuerpo se sacudió por completo.
—¡Basta! —gritó con una voz más aguda que la normal. Ya no podía entonar bien.
"Eres una basura", lo escuchó decir y luego una cachetada. Su madre dijo algo sobre sangre y que la nariz se le había roto, pero poco le importó a James. Zack lloraba cuando escuchó como la agarraba del cabello y la tiraba contra los muebles, volviendo a insultarla a gritos.
—¡Basta! —volvió a gritar desde la profundidad de su pecho.
Otra cachetada y el llanto desgarrador de la mujer que le pedía a gritos que se calmase, que ya había entendido y se iría de casa. Más cachetadas. Zack gritó que por favor se detuviesen desde la puerta de su cuarto, más nadie lo escuchaba. Ni él mismo podía escucharse. Sentía su pecho desgarrándose y su voz desapareciendo poco a poco a pesar del terrible esfuerzo que hacía por incrementar el volumen. Sus párpados se fueron cerrando y el mundo enmudeció y oscureció a la vez. Su cuerpo perdió energía y fuerza y ya no fue capaz ni de sostenerse a sí mismo. Un segundo después ya había caído sobre el piso flotante, desmayado.
-xxx-
Era una noche lóbrega, de nubes grises y bajas, con una lluvia torrencial que daba contra ventanas y automóviles estacionados junto a la calzada. Para los presos del reformatorio Don Dale de Canberra era difícil imaginar que el sol volvería a salir de nuevo alguna vez. Incluso para Sean era difícil no sentirse alicaído en días como ese, más cuando no se tiene libertad.
Entonces, un guardia se asomó por su celda con cara de pocos amigos y preguntó por su nombre. Un tanto aturdido, el moreno levantó la mano y preguntó qué sucedía.
—Tienes una visita.
Creyó que sería su hermano Russell o su padre. No quería verlos a ninguno de los dos, pero no se imaginaba quien más podría visitarlo. Sin embargo, desde detrás de él, apareció un rubio al que conocía perfectamente. Kevin Kobrinsky venía con unas predominantes ojeras oscuras bajo los ojos y su aspecto se asemejaba al de un niño desnutrido. Sean creyó que era la primera vez que lo veía tan descompuesto.
—Kevin... ¿qué te ha pasado? ¿Por qué estás aquí?
—No puedo esconderlo más.
Sean palideció.
—¿No vas a preguntarme cómo he estado? —intentó inútilmente cambiar de tema.
—No, Sean, maldita sea —sus ojos parecían desorbitados —. Ni siquiera puedo mirar a mi madre a los ojos... sabiendo que te estoy escondiendo algo.
Sean observó a los guardias. Estaban lo bastante alejados como para escuchar lo que ellos discutían. Gracias a la lluvia que golpeaba los cristales, su conversación era apenas audible entre ésta y el ruido de los platos y cubiertos de la señora que les servía la cena a los rehenes.
—No sabes lo que haces.
—Sí sé, Sean.
—¿Por qué ahora?
Kevin se pasó las manos por la cara.
—Siento mucha presión —miró hacia sus lados —. Incluso Zack sospecha que escondo algo.
—Zack no dirá nada.
—Zack es el primero en la fila que quiere verte pudriéndote en esta cárcel.
Glover se mordió el labio inferior, inquieto.
—¿Alguien más lo sabe?
—George...Chen —respiró profundamente —. Se lo conté a Diana.
Sean dio un puñetazo a una de las paredes.
—¿Por qué lo hiciste? Diana se lo contará a Violetta Henley. ¡Esas dos son como pan y mantequilla!
—Me juró que no lo haría.
—¿Ah sí? ¿Y tú le crees?
—Lo juró, Sean. Dios... es mi novia. No puedo esconderle este tipo de cosas. Tiene que saberlo.
—No puedo creer que hayas cambiado por una chica tan poco agraciada.
Kevin lo fulminó con la mirada.
—Diana me ha ayudado mucho más que cualquier persona en todo este tiempo. Nunca pensé que alguien me miraría de la forma en la que ella lo hace. Jamás entenderías.
Sean ya estaba más inquieto. Sentía que, por primera vez en su vida, todos sus conocidos le estaban dando la espalda.
—Kevin, por favor. Si se enteran, me quedaré aquí para toda la vida.
—No lo sé, Sean. Solo quiero hacer lo correcto ahora.
—Kevin...
Intentó alcanzar su hombro con su mano, pero el rubio se apartó.
—En serio, Sean. Lo que hiciste no tiene palabras...
—Ay, por favor. No hice nada que ella no quisiera. Además, no te conviene decir quién fue. Estoy completamente seguro de que no viste bien esa noche en la fiesta porque estabas demasiado ebrio.
El rubio parpadeó.
—No cometería un error tan estúpido, ¿sabes? —comenzó a levantarse —. Eres un degenerado.
Sean alzó la barbilla.
—No pensé que me traicionarías.
—Si no digo nada, estaría ayudándote.
—¿No fue lo que hiciste desde que comenzó la secundaria?
Kevin apretó los puños y se retiró, dando la conversación por terminada. Un guardia se acercó a Sean y lo obligó a adentrarse en la celda nuevamente.
-xxx-
Tintineos y pitidos en la lejanía, murmullos, pasos; su sentido de la audición volvía poco a poco. El grito de su propia voz se escuchó en su cabeza hasta ser tan insoportablemente fuerte que se despertó de golpe. Vio una luz blanca y cegadora sobre su cara, impidiéndole ver más allá con claridad. La confusión invadió su cuerpo enseguida al sentir otras presencias humanas en la habitación. Intentó moverse y llevarse las manos a la cara, pero no pudo hacerlo. Algo se lo impidió.
Un ruido intentó salir de su garganta. Sus ojos comenzaron a mirar con desesperación a su alrededor. Vio a los enfermeros vestidos de verde agua moviéndose alrededor de la sala, manipulando utensilios médicos y hablando sobre el paciente que había despertado.
—Ha despertado, señores —anunció uno de ellos.
Una linterna apareció sobre su ojo derecho y el chico pegó un respingo sobre a camilla, notando que sus brazos y piernas estaban amarrados. Apretó los puños e intentó soltarse, pero le fue imposible. Escuchó el consejo de un médico de no moverse con brusquedad, pero él se sentía aterrado, como si un elefante se hubiese sentado sobre sus costillas. Muchas preguntas, muchas respuestas. Llegó un momento en que el pánico subió desde la punta de sus pies a su cabeza y la única cosa que le preocupaba era soltarse.
—¡Suéltenme!
Intentó levantar brazos y piernas, pero no pudo. La piel le comenzó a cambiar de color de un morado pálido a rojo, mientras sus venas y músculos se contraían y marcaban en su epidermis.
—Zack... Zack, ¿me oyes? —apareció de repente un doctor casi sobre su cabeza, tocándole la cara con sus guantes plásticos. Su presencia tan cercana le erizó el pelo, como un animal asustado.
Movió la cara para quitar su mano y más gente se acercó para ayudar, lo que solo lo puso más paranoico. El cuerpo se le tensó aún más, arqueó la espalda y la vena de su cuello se marcó en cuanto ahogó un grito. Era el inicio de un arduo trabajo para controlar la crisis de pánico que estaba viviendo el joven de diecisiete años por segunda vez.
Afuera, Kristian Bailey esperaba en la sala de espera junto su familia, todos preocupados por el estado de Zack, quien los había alarmado tras una llamada de ayuda. Sin dudarlo, Kris llamó a la policía y se trasladó junto a ellos a la residencia de los Prawel. Entraron a la fuerza y se llevaron detenido al padre de la familia. Al rato llegaron los servicios de emergencia para llevarse a un adolescente desmayado por un ataque de pánico y a una mujer bastante agredida.
Así fue cómo terminó en la sala de espera, esperando también por la llegada de Violet, a quien llamó apenas pisó la entrada de la clínica, sabedor de que a ella le importaba mucho el cómo se encontraba él. Y, recordando la última vez que Zack estuvo internado y lo bien que le hizo verla, pensó que era mejor que lo supiese cuanto antes. Casi cuando se estaba cumpliendo una hora desde que le dio la noticia, llegó Violet acompañada de Liam. Ni siquiera se había cambiado de ropa, por lo que venía con el camisón, una chaqueta encima y las botas de agua; una imagen que casi le hace reír, a pesar de su preocupación.
—¿Qué pasó? —preguntó la muchacha apenas llegó junto a ellos, esperando que ni él ni su familia hiciesen comentarios sobre cómo se le traslucía el pijama.
—Eh... —intentó no mirar su aspecto —, me había llamado llorando. Obviamente supe que no estaba bien y necesitaba ayuda, así que llamé a servicios de emergencia y nos lo trajimos aquí.
Se escuchó un grito agudo proviniendo desde una de las puertas blancas.
—¿Es él?
—Sí.
—Me temo que van a tener que anestesiarlo otra vez —dijo el padrastro, estrechándole la mano a Liam y presentando al resto de su familia. Sin embargo, Violet y Kris se apartaron del núcleo y comenzaron a hablar en voz baja.
—Me temo que no te llamó porque no quería involucrarte.
—Lo sé. Me lo dijo esta noche —se pasó las manos por la cabeza —. Parecía una advertencia.
Se acusó a sí misma de ser una egoísta.
—¿Qué pasó antes de esto?
Violet hizo un intento de sonrisa.
—Nosotros... sucedió...
—¿Qué? ¿También te ama?
Asintió.
—Qué te dije. Siempre lo supe. A él se le notaba.
—No lo sé. No fue tan simple tampoco.
Sintió un vacío cuando Kris le preguntó el por qué decía eso.
—Él realmente no quería nada serio porque no se sentía listo y yo... no lo entendía. Horas después ocurre esto y me siento como... como una egoísta.
Se sentó y Kris se sentó inmediatamente a su lado.
—No eres egoísta. Simplemente no podemos saberlo todo sobre la otra persona.
—Solo... no pensé que tendría que venir a verlo a la clínica otra vez —se encogió de hombros y lo miró —. ¿Dónde está el infeliz de su padre?
—Siendo procesado. Mi madre cree que lo dejarán libre.
—Ojalá que no.
Primero Sean, luego James Prawel. No quería ni pensar en cómo terminarían las cosas.
—¿Te trata bien?
Los ojos de Violet se dirigieron a la cara de Kris, quien mantenía los labios apretados.
—¿Quién? ¿Zack?
—Sí. Digo, ¿te pidió ser su novia?
—Explícitamente, no —acomodó su cuello, adormilada —. Pero supongo que lo hizo entre líneas.
Kris bufó.
—¿Qué respondiste?
—Le dije que lo pensaría.
Se sentía mal decir la verdad. Pensó que tal vez debió haber aceptado con efecto inmediato.
—A veces me pregunto qué vio él en mí —se miró los nudillos, sintiendo las manos heladas —. Es que incluso a veces pensé que era imposible que él me amase. Las condiciones en las que se encuentra... no son favorables. Él mismo me lo ha dicho.
Kristian negó.
—Creo que nadie puede manejar eso. Zack habrá pensado que eres inteligente, alegra y distinta. Yo también lo pensé, pues no te comportas como las otras. Tal vez lo has animado. Pareces ser de las pocas personas a las que él escucha.
Dos enfermeras cruzaron el pabellón charlando y una de ellas entró a la habitación donde Zack se encontraría. Ya no se oían gritos.
—Sí, pero... a veces siento como si los demás me vieran como... como si estuviese aquí para evitar un suicidio.
El suspiro de Kris fue el sonido de alguien obligado a explicar algo que no quiere explicar en realidad.
—Tal vez lo podría haber sido al principio..., pero creo que todos confiamos con que Zack no volverá a hacerlo. Creo que tú y los demás le hemos inspirado la idea de que hay una nueva posibilidad. La posibilidad de tener una vida que puedes disfrutar, a pesar de las adversidades.
Violet sacudió la cabeza inmediatamente.
—Pero todo eso es una mentira. Zack no está bien, sino que está allá dentro debido a esas adversidades que no puede manejar. Pensar que está mejorando es mentirnos unos a otros.
Quiso levantarse, pero Kris apoyó su mano contra su antebrazo para detenerla. No obstante, el doctor a cargo de la recuperación del joven salió de la salita, atrayendo todas las miradas de los presentes. En menos de tres segundos, ya todos se habían levantado para oír lo que tenía que decir.
—Efectivamente fue un ataque de pánico. Cuando despertó tuvo otro de menor intensidad, seguramente por el susto de no saber dónde se encontraba y estar amarrado —explicó en palabras simples, con la mirada fija en los padres de Bailey.
—¿Y ahora? —preguntó Violet, poniendo un mechón de su cabello rebelde detrás de su oreja.
—Está mejor. Los ataques de pánico son muy comunes en adolescentes. Lidio con ellos a diario —lanzó a modo de broma.
Kris y Violet se miraron, pensando en lo mismo: No debería ser algo común en adolescentes.
—¿Podemos hablar con él? —le preguntó Kris.
—Ahora está durmiendo. Podrá irse mañana a casa.
—Se irá con nosotros —decidió la madre de Kris, llamando la atención de su marido.
—Pero, cariño. Vamos a viajar a España dentro de poco.
—Kristian es un chico grande. Podrá cuidar de él como de su hermana, ¿verdad, hijo?
Kris asintió, decidido.
—No pienso devolverlo a ese lugar —decidió la mujer con firmeza —. No me sentiría bien conmigo misma si lo dejamos volver sabiendo lo que sufre el pobre niño allí. Vendrá con nosotros y punto.
Al padrastro de Kris no le quedó más remedio que concedérselo. El médico sonrió a medias y explicó que el chico estaría bajo observación, con suero y oxígeno, y que no lo agitasen.
Violet revisó la hora en su reloj de pulsera en cuanto el doctor se alejó a atender a otros pacientes. Eran las tres y cuarto de la madrugada. No había forma de que tuviese ganas de asistir a la escuela al siguiente día. Durmió un rato sobre los asientos plásticos azules del corredor. Kris hizo lo mismo, aunque no fuese de lo más cómodo. En una clínica era muy común ver a gente dormitando en las salas de espera. Ningún médico se atrevería a cuestionar aquella acción.
Cuando el reloj marcó las siete en punto de la mañana, Violet sintió una pequeña sacudida en el hombro. Liam intentaba despertarla.
—Hum... —abrió los ojos a medias y se llevó la mano a la boca, esperando que no se le hubiese corrido el rímel —. ¿Qué pasa?
—Zack está despierto —le dijo —. Son las siete de la mañana. Debo irme a la universidad.
—¿Debes ir?
—Sí, tengo que entregar un ensayo a las ocho y media. Lo siento.
Le besó la frente y se colocó la chaqueta para luego dirigirse al ascensor que se encontraba a la vuelta del pasillo. Los padres de Kris también partieron casi detrás de él, porque su padrastro debía trabajar y su madre debía cuidar de su hermana menor. Así, Violet y Kris se quedaron solos allí, hasta que finalmente decidieron que era momento de chequear cómo estaba su amigo.
Violet asomó la cabeza con Kristian detrás de ella. El cuarto era mucho más pequeño que el anterior y la cama se encontraba casi pegada a la ventana que daba vista hacia la calle. Zack estaba con una mascarilla que le propiciaba oxígeno y mantenía los ojos cerrados, lo que les hizo dudar un momento a ambos muchachos, que no sabían si debían estar allí realmente.
—¿Zack?
Violet avanzó y Kristian se quedó en la puerta.
—Zack.
Los ojos de Zack se abrieron con pesadez. Lentamente, volvió su cabeza hacia la puerta y sonrió a medias.
—Hola...
Violet sintió un ahogo repentino y las lágrimas comenzaron a amenazar con escapar.
—No llores —susurró, quitándose la mascarilla con cierta dificultad —. Estoy bien.
Elevó su mano lentamente. Violet sonrió y estiró su mano hasta alcanzar la de él. Apenas chocaron, sus dedos se entrelazaron con suavidad. Esa acción la llenó de fuerza.
—Lo siento por ayer, Zack. Yo... no pensé...
—Yo lo siento —interrumpió con una voz dócil, como si hubiese recién despertado de una siesta eterna—. Pero valió la pena.
Echó un rápido vistazo a su camisón y una sonrisa tímida se extendió por su cara, a pesar de llevar el cansancio sobre los hombros.
—¿Puedes acercarte? —murmuró.
Kris sonrió desde la puerta, saliendo para darles privacidad.
—No creo tener un buen aroma.
Apestaba a la humedad de la lluvia.
—No me importa —le sonrió con pena —. Solo quiero que estés cerca de mí.
—Siempre he estado cerca de ti —se defendió.
Se tumbó en la cama, junto a él, y pasó su brazo sobre su torso. Apoyó su cabeza en su hombro izquierdo y dejó que su tacto absorbiese ese lento sube y baja de su pecho. Zack levantó la mano conectada al suero y la dejó caer con sutileza sobre el dorso de la mano de ella. Violet cerró los ojos al sentirla, tan cálida, tan suya, al igual que su cálido aliento contra su pelo rubio. Dejó que las lágrimas cayesen silenciosamente por su cara porque era un momento en que no quería pensar en nada más que en el aroma persistente en el cuello de Zack, aquella colonia primaveral que le gustaba desde que la sintió en el Baile de Invierno. Podía sentirla con fuerza a pesar del olor de aquella habitación del hospital que estaba recargada en desinfectante.
Creyó que nunca sentiría una conexión tan grande con otro ser humano.
—Violet —habló de repente. Su voz vibró a través de ella —. ¿Vienes a raptarme?
A pesar de las lágrimas, logró reírse.
—Tal vez —dijo —, he pensado que sería una buena idea llevarte conmigo a...
—¿A dónde?
—Japón. Quiero conocer Japón.
Zack sonrió contra su cabello.
—Igual yo...
Entonces, ella levantó la cabeza. Iba a decirle algo, pero su mirada rogó para que le dejara hablar.
—Lamento las cosas que te dije anoche —los ojos se le tornaron vidriosos —. Entré en pánico, no sabía cómo reaccionar ante esto y tampoco sabía lo que era mejor para los dos. Yo... lamento haberte hecho sentir mal. Por favor, perdóname.
—No digas nada —acarició su pecho sobre esa camiseta de hospital —. Solo me importa que te recuperes.
Le regaló una sonrisa que le fue contagiada.
—Estás guapísima —le dijo.
—Qué gracioso.
—Lo digo en serio...
Violet se acomodó y ladeó su cuerpo hacia él. La forma en la que la miraba era un milagro de Dios. No podía dejar de sentir el cómo aumentaba su ritmo cardiaco con cada segundo que transcurría.
—¿Quieres oír un chiste, Zack Prawel?
—Bueno.
Miró el cielo nublado de Canberra que se veía al otro lado de la ventana.
—Había una vez una madre desesperada que perdió a su hija Esperanza. Pero nadie quiso ayudarla, ¿sabes por qué?
—¿Por qué? —preguntó, impávido.
—Porque la esperanza es lo último que se pierde.
Se sonrojó hasta las orejas ante el silencio. Quiso hacerse un ovillo y desaparecer de la faz de la Tierra.
Entonces, de repente, Zack dejó escapar una tímida risa, camuflada con un suspiro.
—Qué chiste más tonto —sus ojos se achinaron.
—Tú aprobaste que te contara uno.
Su expresión reflejaba un profundo alivio.
—Gracias —finalmente dejó salir de su pecho.
Ella le acarició la sien adolorida y el cabello, admirando esas cicatrices suyas, todas con una historia detrás de sí. Lo quería mucho, con todas sus heridas. Y así, sin poder evitarlo, se echó hacia adelante, besándolo en la mejilla. Zack cerró los ojos y se dejó llevar por los húmedos labios de ella sobre su piel, primero en su mejilla, luego en su sien y luego en su mejilla otra vez. Quería sentirla, por lo que, inconscientemente, fue apegando más su cuerpo contra el de ella. Otro beso en la mejilla y luego en la sien, lento, pero lleno de fortaleza. Entonces, pausadamente, ladeó su cuello lo más que pudo y le correspondió el beso. Primero lento, luego de golpe. Fue el beso que querían desde un comienzo, sin interrupciones, sin miedos, sin dudas. Fue el primer beso real de amor de ambos.
Se quedaron uno al lado del otro al menos veinte minutos más, con las manos juntas, las respiraciones tranquilas y sus piernas chocándose. Finalmente, Violet lo ayudó a colocarse la mascarilla y lo dejó descansar, pues en cualquier momento otra enfermera podía venir y echarla.
Ya afuera, ella y Kris fueron a la cafetería y compartieron un café. Ahí fue que Kris decidió que debía entrar y hablar con él, no solamente para chequear que estaba bien, sino para firmar el son de paz, después de enterarse que Violet y él ya se habían profesado amor eterno ese día de tormenta. Así, con un escalofrío en la espalda baja, decidió entrar a la alcoba.
—¿Zack?
Zack abrió los ojos de golpe al oír una voz otra vez. Estaba usando la mascarilla y su mirada se encontraba algo desorbitada. Al parecer había estado a punto de quedarse dormido, pues su saludo solo fue un parpadeo lento.
—¿Cómo te sientes?
Se sentó al borde de la cama y esperó a que Zack se quitase la mascarilla y respirase profundamente.
—Mejor de lo que merezco.
—No digas tonterías. Me has dado un susto de mala muerte. Pensé...
Su pecho se comprimió. No pudo seguir diciendo lo que iba a decir, viéndose obligado a cambiar de tema.
—¿Has oído a mis padres sobre venir a vivir conmigo?
—Ya lo han hecho. Pasaré de ser un parásito para mis padres a ser uno de tu familia —farfulló.
—No digas eso. Mi madre está muy dispuesta a cuidarte.
Se rascó la nuca.
—Eso sí... Mi casa no es grande como la tuya, pero creo que podemos hacer espacio para uno más.
—En estos momentos, Bailey, lo último que me interesa es ser materialista —le regaló una sonrisa —. Gracias a ti y a tu familia por entender.
Le perturbaba que Zack sonriese. Era como si Violet lo hubiese embrujado.
—Y..., este... Violet me ha contado lo que pasó entre...
Zack pareció irritado de pronto.
—Ah... Ahora falta que lo publique la BBC.
Kris casi se ríe ante el sarcasmo.
—No puedo creer que te guste.
—¿Suena patético desde tu punto de vista?
—No —lo miró a los ojos y lo notó alicaído —. Es solo que son muy diferentes. Incluso, pensé que ella te irritaba.
—A veces, aún lo hace.
—Pero... —apretó los puños —. Cuando te confesé que a mí me gustaba, tu expresión no cambió. ¿Desde cuándo te gusta entonces?
Zack respiró con dificultad.
—Te equivocas. Cuando me confesaste que te gustaba y dijiste que me alejara, lo único que quería era gritarte a la cara.
—Pero —tartamudeó —. Yo te pregunté si a ti te gustaba y dijiste que no.
—No —sonrió de lado, mirándolo con superioridad —. No respondí, ¿recuerdas?
El chico tragó saliva, entendiendo muchas cosas.
—Entonces, te lleva gustando bastante tiempo.
—Algo así —admitió, colocando sus brazos sobre las blancas sábanas. Una pequeña luz entraba tímidamente a través de las persianas.
—Hum, entonces mi sexto sentido funciona —se lamentó —. Estaba celoso de ti y con razones claras. Siempre sospeché que...
—Y yo de ti.
Kris abrió más los ojos.
—¿Qué? ¿Celos de mí? ¿Tú?
No se consideraba atractivo ni tampoco lo superaba en inteligencia. No podía creer que alguien estuviese celoso de él, por lo que, cuando recuperó la compostura, no tardó en interrogarlo.
—¿Por qué habrías de estar celoso de mí?
Se arregló los lentes con un aire sofisticado. Zack pareció alegrarse.
—Ella se sienta contigo, ¿no? En clases siempre los retan por estar conversando o riéndose —tensó su cuello —. Es obvio que eso iba a causarme celos.
—¿Tú? ¿Celoso? ¿De mí?
—¿Tan difícil es de creer, Bailey?
Extrañamente, la autoestima de Kris aumentó. Nunca pensó que llegaría el día en que alguien, ya sea hombre o mujer, pudiese sentir celos de él por cualquier razón.
—Si te soy sincero, nunca había sentido celos de nadie —murmuró Zack.
—No entiendo.
—No esperaba que lo hicieras —contestó con cierta pizca de sarcasmo.
—¡Hey! No te vayas a poner irónico en estos momentos —hizo un mohín —. Estaba sintiéndome muy bien conmigo mismo.
Zack cerró la boca y sonrió hacia él.
—He comenzado a sentir por Violet lo que en un momento tú sentiste por Bianca.
Kristian solo pudo observarlo.
—Ella... Ella me hace reír, Bailey. Me apoya, me quiere. Y... por sobre todo... me hace feliz.
—Bueno, es que es algo... loca.
—Sí —afirmó con una risa reprimida —. Y yo no puedo negarle nada. Es como si me hubiese hechizado —pareció extrañado un momento —. A veces, solo quiero estar con ella porque es la única persona que intenta ver más allá de lo que soy...
—¿Incluso cuando es una mosca ruidosa?
Zack sonrió.
—Sí. Creo que me ha convertido en un masoquista.
Hubo un pequeño silencio, hasta que Kris recordó que la chica estaba allá afuera, seguramente nerviosa por su diagnóstico todavía.
—No sigas preocupándola. Es hora de que comiences a disfrutar esto que tienes con ella.
—Lo haré. Gracias.
Kris finalmente salió, justo cuando la enfermera entraba con la bandeja del almuerzo. Al parecer se iba a quedar vigilando que comiese todo, porque Zack parecía a millas una persona que no disfrutaba la hora de la comida. Estuvo casi cuarenta minutos adentro. Cuando salió, Violet respiró hondo y decidió entrar nuevamente. Para Kris, bastó ver su espalda para percibir su renuencia.
La puerta se abrió, dejando ver a Zack que admiraba la luz solar entrando en la alcoba. Estaba serio, pero su rostro había cambiado, definitivamente.
—Los colores volvieron a tu cara —dijo, cerrando la puerta tras ella.
Él se volteó y le sonrió. Ya no estaba necesitando ayuda de la mascarilla.
—¿Segura que no quieres volver a casa a cambiarte?
—Estoy bien.
Se acercó a su cama y esta vez se sentó en un rincón, tal vez sorprendiéndole. Sostuvo su mirada unos segundos, hasta que se decidió por decirle algo que venía pensando desde que se enteró de lo sucedido.
—No quiero verte más en la clínica, Zack.
El rostro del muchacho se tensó y su pecho se infló.
—Violet. No puedo prometer eso.
Sabía que se lo había prometido a Kris, entre líneas, pero no sabía lo que el futuro le deparaba.
—Sé que estás deprimido, pero podemos superarlo sin estar encerrados entre estas paredes —le tomó las manos —. Yo te ayudaré. Estaré aquí mismo, siempre, para ayudarte.
No había mucho más por hacer. Él lo sabía, Violet lo sabía. Solo quedaba dar el mejor esfuerzo de ambos.
—Está bien —dijo al cabo de un rato —. Lo prometo.
Violet le tomó la mano con más fuerza. Hacía un esfuerzo grande por ignorar el tintineo de las máquinas o la respiración agitada de Zack. A veces, la temperatura le subía y eso complicaba las cosas, a pesar de que el doctor había dicho que era de lo más normal.
—A pesar de todo —comenzó a decir la chica, atrayendo su mirada impenetrable —. Estoy muy feliz de que estemos en esto juntos. Creí que tú y yo... pues... no.
—¿Tanto te sorprende? —preguntó él en voz baja.
—Sí. Juraba que te había comenzado a gustar Alice.
Zack frunció el ceño.
—¿Alice? ¿Por qué Alice?
—Porque es atractiva y... he visto cómo te mira.
—¿Cómo?
—Bueno, tienes que admitir que se te había acercado mucho en estas últimas semanas y de una manera bastante coqueta.
—Seguramente por interés como la mayoría lo ha hecho. Puedo asegurarte de que solo hemos hablado de tareas y ensayos.
—Pero ella es muy guapa. Que una chica así le hable a un hombre, bueno... vuelve loco a cualquiera.
Sintió el silencio y levantó la cabeza. Ahí estaba él, a punto de reírse en su cara.
—¿Qué?
—¿Estás celosa, Henley?
Violet casi se enfada.
—¡Claro que no!
—Dios —comenzó a reír al fin —. No puedo creer que estés celosa de Alice White.
—No, es solo que me causaba curiosidad que te hablase tanto...
—Claro.
—Es la pura y santa verdad. Además, una chica así... vuelve insegura a cualquiera.
Zack arrugó el entrecejo, dudando un momento.
—¿Insegura cómo?
La muchacha jugueteó con las manos, nerviosa.
—Solo... pensé que la elegirías a ella por sobre mí, sin dudarlo. Cualquiera lo hubiese hecho. ¡Es preciosa! Y su forma de ser es atrayente también.
—Tal vez tengas razón.
—Y yo no soy como ella.
Bajó la vista un tanto desanimada.
—Exactamente. No lo eres. Eres mejor.
Violet hizo una mueca entre gracia y disgusto.
—Zack —no le salían las palabras porque no sabía cómo explicarse —. Alice... ¡Es Alice!
Y no solo encontraba que Alice era más atractiva que ella. Fanny también era guapa, debía admitirlo. Incluso Diana tenía su encanto con ese cabello castaño y esos ojos enormes azabache que Kevin no podía dejar de admirar. Había tantas chicas guapas para elegir, que sentía que, de una u otra forma, ella no podía ser la primera opción de nadie.
—Alice es Alice y tú eres tú. No entiendo tu lógica.
—Pero ¿qué tiene ella que yo también tenga?
—Más bien, la pregunta debería ser: ¿Qué no tiene ella que sí tengas tú? —se acomodó en la cama —. De primera, eres más inteligente. No digo que Alice sea tonta, pero sí que es muy floja y no se esfuerza mucho, lo que me frustra de sobremanera al momento de enseñarle algo. Tú en cambio, siempre quisiste superarte, siempre. Además, eres mucho más creativa, graciosa y vivaz. Admiro tu capacidad de ver la vida con otros ojos, tu capacidad por ayudar sin tener nada a cambio, y lo alegre que eres. Te admiro completamente solo por ser tú misma.
Se miraron uno al otro.
—Por eso me gustas tú y no ella.
Hizo una mueca de dolor porque intentaba buscar la posición correcta para su espalda, la que había sufrido un poco tras el golpe que se dio en el piso al momento de desmayarse. Violet se inclinó hacia adelante y lo ayudó a acomodarse contra las almohadas.
—Aun así... —susurró —, ella...
Zack bufó.
—No sigas diciendo eso. ¿Recuerdas...?
—¿Qué cosa?
Zack la miró y aclaró la garganta.
—¿Recuerdas cuando una vez en la biblioteca te dije que eras bonita?
Violet se sonrojó.
—Sí.
Lo recordaba todos los días.
—Lo decía de verdad —inspiró profundamente —. Y también te dije que debías comenzar a creértelo.
—Oh.
Zack enarcó una ceja.
—Veo que la señorita presente no presta atención a todo lo que digo.
Pareció divertido cuando ella hizo un puchero.
—Sí, lo hago. Solo creo que me sugestioné la cabeza por esta vez.
—Correcto —dijo él, inclinándose hacia atrás —. Pero no me sorprende. Siempre has tenido una habilidad por inventarte cosas.
—Mentira.
Zack comenzó a reír sin mirarle.
—Por eso andabas media rara estos últimos días, ¿no es verdad? —sonrió de lado y cerró sus ojos —. Ahora todo me hace sentido.
Violet hizo un mohín y ambos terminaron riéndose del otro, allí, en una pequeña y helada habitación de aquella clínica, sin visitas no deseadas ni interrupciones de las enfermeras malhumoradas. Las horas pasaron y, esa noche, Zack se marchó a vivir con Kris. No preguntó sobre sus padres, a pesar de que se mantuvo todo el viaje en carro con la mirada perdida en la ventanilla. Sabía que su madre podría estar pasando un momento difícil, pero se le hacía complicado extrañarla o preocuparse por ella. Incluso si lo intentaba, no saldría nada de su boca, porque se sentía demasiado abstraído como para siquiera pensar en ella o en su padre.
El apartamento de Kris era pequeño y descuidado. Había habido un incendio hace no mucho y el edificio no fue remodelado por completo. Así, colocaron un colchón en el suelo y Zack durmió allí.
—Si quieres puedes dormir en mi cama —dijo Kris, observándolo —. Yo puedo dormir allí.
—No es necesario.
Durmió el resto de la tarde, no por cansancio, sino porque quería dejar de pensar.
Agosto pasó tan rápido que pareció nunca haber existido en la lista de los doce meses. Zack faltó a la escuela un par de días e ignoró las llamadas telefónicas de sus padres, a pesar de que la madre de Kris siempre iba a su cuarto a avisarle. Ante todos esos avisos, Zack siempre contestó que no quería hablarles, sin siquiera titubearlo. Así pasaron los días hasta que llegó la última semana de agosto, cuando Zack retomó sus clases. Todo había vuelto a la normalidad, o al menos se hacía el intento. Entregaron sus trabajos y tareas, y Violet consiguió un 90/100 en su tarea sobre Bielorrusia, aun cuando creía que se merecía menos. Kris, por su parte alcanzó el 95/100, al igual que Diana, que estaba contentísima, celebrando también por Kevin, que coincidentemente había sacado 92/100. Algo fuera de lo común. Hasta el profesor le pasó la corrección de mala gana.
Las horas pasaron y ni Violet ni Zack se atrevían a acercarse lo suficiente, puesto que nadie en la escuela sabía que ellos dos se habían besado y aceptado tener sentimientos por el otro, exceptuando a Kris, pero este no había dicho nada.
Solo después de dudarlo bastante, Violet hizo como que ordenaba sus cuadernos y aprovechó de pasarse por su banco cuando pensó que la mayoría de los alumnos estarían distraídos con sus cuadernos.
—Hola —saludó toda tímida, sentándose en el puesto vacío que había dejado Alice, que en ese momento se encontraba en el baño.
Él alzó una ceja.
—¿Sucede algo?
—Quería preguntarte si ya te sentías mejor.
—Sí. Nada de golpes, nada de ataques de pánico, nada de nada.
Se desinfló como un globo.
—Eso se oye bien —tragó saliva —. ¿Podemos hablar durante el primer recreo?
Zack asintió, justo cuando Alice volvía a entrar en el salón. La rubia se detuvo a dos pasos de su banco y alzó una de sus cejas, haciendo una mueca. No podía decir que disfrutaba completamente ver a Alice aún, pero, entre estar con ella y no estarlo, prefería lo primero, porque ya era uno de ellos, después de todo. Alice White era una chispa clara en ese nuevo grupo de amigos y aislarla no estaba dentro de las posibilidades.
—¿Y tú?
Fanny se dio media vuelta por un segundo al escuchar el tono de voz de Alice. Sin embargo, para fortuna de Violet, la rubia platinada se dio vuelta a seguir conversando con Rosie sobre un nuevo tipo de lápiz labial.
—¿Yo qué? —intentó sonreír.
—Deja de ser tan hipócrita, Violet —se acercó de brazos cruzados para que nadie se metiera en esa discusión —. ¿Qué haces en mi puesto? Pensé que me odiabas.
—No sigas, Alice —se metió Zack, con la mirada fija en su lápiz —. ¿De verdad crees que Violet tiene algo en contra de ti, Alice?
—Pues, claro. Se ha negado en ayudarme con el trabajo de artes apenas le he pedido. Y me has llamado "solo una tipeja" cuando Diana te ha preguntado si tenías celos de mí, ¿o lo niegas?
Sus ojos grises llegaron a la castaña que ni se había inmutado del diálogo que tenían. Sin saber qué decir, volvió a mirar a Alice en busca de una explicación.
—Diana ha hablado conmigo porque encontraba que tenías una actitud extraña y creyó que yo podría ayudarte. ¡Vaya! ¿Cómo solo una tipeja podría ayudarte?
—Alice —se levantó —, yo no buscaba ofenderte. He hablado sin pensar. Lo siento mucho.
—Ahora te disculpas porque te doy pena.
—¿Quién dice que es por pena? No era yo la que dijo eso. Estaba cegada por los celos, lo admito. Por eso lo siento.
Alice se mordió el labio inferior y tanto Zack como Violet esperaron por su respuesta.
—No sé si realmente lo sientes, Violet. ¿Has acaso estado celosa solo porque quería superarme a mí misma? Pensé... pensé que te pondrías contenta al ver que quería convertirme en una mejor versión de mí misma. Antes yo no quería ni vivir. Dependía de todos para hacer las cosas más insignificantes. Ahora... estoy intentando hacerlo por mí misma porque creo que todos merecemos una segunda oportunidad, pero...
Arrugó la nariz.
—Pero para artes no tengo el talento que tú tienes. Por eso te pedí ayuda. ¿Tan difícil era de comprender?
Zack iba a abrir la boca, pero Violet apoyó su mano sobre su hombro para que la dejase hablar.
—He cometido un error. Mira, es mejor que lo admita, ¿no? Además, quiero remendarlo y soy consciente de que aún tienes tiempo para entregar el trabajo final. Te haré el boceto y tú lo pintarás para que la maestra no se dé cuenta que lo he hecho todo yo.
Estrechó su mano en el aire.
—¿Trato hecho?
Alice miró su mano y dudó un momento, tras lo cual la estrechó y repitió esas mismas palabras de manera afirmativa, tras lo cual agregó:
—Y espero que el día de mañana no te dejes llevar por esas emociones tan fuertes. Uno nunca sabe cuándo los celos te pueden meter en graves problemas.
Violet sonrió y le dijo que lo tendría muy en cuenta, devolviéndole así su asiento y volviendo a su pupitre. Había comenzado a sentirse un poco culpable por el modo en que había analizado a Alice. En especial, cuando comprendió que eso le ocurría a la chica todo el tiempo. Era casi imposible cruzarse con ella y no opinar acerca de los aspectos más íntimos de su vida. Le dio pena pensar de esa manera y se prometió no volver a hacerlo. Como la misma Alice había dicho: Todos merecemos una segunda oportunidad.
Durante el primer receso, guardó en su mochila los materiales que necesitaría para avanzar el trabajo de Alice, para luego correr al patio trasero, sabiendo que encontraría a Zack allí. Las ramas de los árboles parecían listas para hacer brotar nuevas hojas verdes. Una mariposa anaranjada revoloteaba por el jardín y una brisa suave la envolvía con su perfumada fragancia.
Zack se encontraba recostado en la banca y, cuando oyó los pasos de ella contra la tierra mojada, se irguió con una sonrisa relajada.
—Pensé que ya te habrías ido —dijo ella, agitada.
Él negó.
—Sabía que vendrías, aunque eso te matara.
Ella se ruborizó, sentándose a su lado en la banca con los brazos cruzados sobre el pecho, a la defensiva. Zack se la quedó mirando con una sonrisa.
—¿Y? ¿De qué querías hablar? —interrogó él.
—No hemos tenido tiempo de hacerlo después de los últimos sucesos —lo miró —. Quiero hablar sobre nosotros.
—Hum. Tienes razón —dijo —, pero... ¿todo bien con Alice?
—Oh, sí. Ya he comenzado con los bocetos y me siento mucho más tranquila.
Zack sonrió.
—Me alegra escuchar eso. Entonces, ¿qué querías decirme?
Violet hizo una pausa mientras observaba el infinito patio trasero y la cancha de fútbol que se veía a lo lejos. Era como un dibujo que habría hecho un niño, lleno de colores mágicos que hacían un llamado a la primavera.
—Quiero saber si somos algo.
—¿Algo? —preguntó él, desviando la mirada a sus manos.
—Algo oficial.
Le costaba pronunciar la palabra concreta. Sabía que terminaría roja como un tomate.
—Ya veo adónde quieres llegar —tragó saliva —. Sí, creo que lo somos. Si a ti no te molesta.
Ella se mantuvo un tanto tensa, con la mirada fija en sus rodillas.
—¿Qué sucede?
—Bueno, llegamos al consenso de que nos daríamos una oportunidad, pero... —le alzó una ceja, conteniendo la risa —. No lo preguntaste explícitamente, ¿o sí?
—Ah, eres de esas a las que les gusta ver a los hombres arrodillados, rogando por un poco de cariño.
—A todas las mujeres les gustan los detalles, Zack.
Entonces, antes de que ella pudiese siquiera contestar, él recogió una hoja de color rojizo del suelo y se la tendió.
—No tengo flores, pero espero que esta hoja te anime a decir que sí cuando te lo pregunte.
—¿Preguntarme qué? —preguntó riendo.
—Si es que quieres que seamos novios.
Ella alzó el mentón.
—¿Estás seguro? Ese día en que hubo tormenta parecías muy seguro de ser "realista".
—Ya vas a empezar.
Violet le arrebató la hoja.
—Bien, bien. Acepto.
Zack sonrió de lado, inclinándose hacia atrás y disfrutando la sombra que le regalaba el grande y viejo árbol.
—Entonces, está decidido. No sigas cuestionando lo incuestionable.
—Entonces, ¿está bien que la gente lo sepa?
—No sé cómo responder a eso. La gente de hoy no tiende a tomarse algo bien de todas maneras.
Era cierto. El último semestre ya se había hecho una idea de lo chismosa y cruel que podía llegar a ser la sociedad.
—Supongo que sí. Dejemos todo como está.
Sintió un viento helado que tornó la punta de sus orejas de color rosado.
—¿Esto está bien contigo? —preguntó Violet de repente, sin dejar de juguetear con la hoja. Al rato, escuchó la respuesta afirmativa de Zack, acompañada de un asentimiento con la cabeza. Fue así como no pudo evitar volver a preguntar:
—¿Me invitarás a salir?
Él se volvió a verla, anonadado.
—¿Quieres que te invite a salir?
Violet frunció la boca.
—Es solo que pienso que deberíamos tener un tiempo juntos. Es algo normal que hacen las parejas.
—Hum.
—¿Lo ves? Ahora debes estar pensando que soy una histérica que se toma estas cosas muy en serio.
—Está bien, Henley, ¿a dónde quieres ir?
—Sorpréndeme.
Él la fulminó con la mirada.
—¿Acaso quieres sacar a relucir mi lado cursi?
—Dudo que tengas un corazón tan blando, señor Prawel.
Zack sonrió de lado, inclinándose y besando rápidamente su mejilla, como ella lo hizo en la clínica.
—Ya verás.
Se levantó y retiró antes de que ella pudiese reaccionar, aun con la pequeña hoja entre sus temblorosas manos. El cántico de las aves fue su única compañía en la soledad. Pensaba que los rumores tardarían en recorrer la escuela, pero no fue así. Durante el último recreo de esa tarde, Zack reapareció entre la muchedumbre y se acercó a ella cuando la vio ordenando su taquilla. Con un poco más de confianza, decidió ponerse a su lado y cerrarle el casillero para tener su completa atención.
—Encontrémonos después de la escuela.
—Iba a obligarte a que lo hicieras —dijo la rubia, volteándose completamente hacia él —. Debemos volver juntos a casa. Eso es lo que las parejas suelen hacer.
Zack sonrió, tomando una de sus trenzas entre sus dedos. La recorrió lentamente de arriba abajo hasta llegar a su punta. Ella se lo quedó mirando fijamente, sin notar el cómo había comenzado a mordisquearse el labio inferior.
—Entonces...
La vista de Zack volvió a encontrarse con sus ojos.
—Tengo algo planeado para después de la escuela. ¿Crees que puedes venir?
—Claro. ¿Es una cita?
Él enrojeció.
—Supongo que sí —le echó un vistazo al corredor y notó que eran el centro de las miradas de varios —. Entonces... nos vemos a las cinco y media.
Ella asintió y finalmente lo vio alejarse, dándole la espalda. Para cuando las clases habían acabado, ya podía notar más acentuadas las miradas de las personas. Pudo comprobarlo cuando la misma Stephanie Hall se le cruzó en el camino, de brazos cruzados como si pidiese explicaciones:
—Eh, koala.
Violet levantó la barbilla.
—¿Qué quieres, Fanny?
—No pronuncies mi nombre como si te estuvieses refiriendo a nuestro aparato reproductor.
—¿Cómo es que tú puedes llamarme como se te antoja y yo no tengo ni un poder para hacer lo mismo? Además, me estoy defendiendo.
—Bien —pareció enojada —. ¿Es verdad que estás saliendo con Zack Prawel?
—¿Quién te lo dijo? —cuestionó con sorpresa.
—Entonces lo es —se relamió los labios —. Kris se lo dijo a algunas personas... y Alice lo venía sospechando desde hace días. Además, otras personas los vieron demasiado juntos —contó, juntando sus dedos índices como si se estuviesen besando.
—Oh, bueno..., es verdad. No creo que sea algo que me deba avergonzar o deba esconder.
—No lo decía por eso. Estoy segura de que es el chico indicado para ti... ambos son igual de raros.
—Gracias, Stephanie —agradeció con el mismo sarcasmo con el que ella se había dirigido a su persona.
—Dios. No puedo creer que hasta tú tengas pareja y yo no.
Violet lanzó un suspiro teatral.
—No todo se trata de chicos. No era como si hubiese llegado aquí con la idea de conseguir uno.
—No sabes nada. Para mí, Kevin era mi vida. Habíamos estado juntos mucho tiempo.
—Déjame decirte, Fanny, que muchos creen que alejarte de Kobrinsky fue la mejor decisión que podrías haber tomado.
—¿Quién lo dice? ¿Diana Miller?
—No. Otras personas —se le acercó —. Sé que no nos llevamos bien tú y yo, pero... mereces algo mejor.
Le dio dos golpecitos en el hombro y se hizo un lado, apresurando el paso para que Zack no esperase tanto.
El cielo se había encendido, anunciando los últimos rayos de sol. Violet se preguntaba si la llevaría a cenar a un lugar lujoso, a ver las estrellas... o a ver una película al aire libre o a recoger más muñecos de la máquina. Tenía un montón de posibilidades en su cabeza.
—Hola.
De repente se le había cruzado en el camino, descolocándola.
—¡Zack! Hola —tartamudeó —. ¿Ya decidiste a dónde ir?
—Ajá. Pero no puedes hacer preguntas.
Le tomó la mano como en el baile. Ella pegó un brinco.
—¿No te importa que todos nos vean?
Zack se acercó a su oreja izquierda y le susurró:
—Ni un poco.
Salieron de la escuela y anduvieron tomados de la mano por varios barrios residenciales. No dejaban de reír, de contar anécdotas e, incluso, pudieron compartir un helado. Sin percatarse, terminaron acostados en el césped bien podado de un parque, observando un cerezo que florecía. Se podían oír los cantos de los zorzales que jugaban entre los tonos rosados y rojos del cielo.
—¿Es esta nuestra cita?
—Parte de ella. Estoy esperando a que oscurezca.
Violet sonrió. Estaban recostados uno contra el otro, como las manillas de un reloj que marca las seis en punto. Solo sus cabezas estaban juntas, observando las flores.
—¿Qué vamos a hacer cuando oscurezca?
Zack comenzó a reír.
—Dije nada de preguntas. Arruinarás el suspenso.
Violet sonrió, escuchando los zumbidos de las abejas, las risas de los niños que correteaban en todas las direcciones y el suave y relajante movimiento de los brotes del cerezo contra la brisa cálida primaveral. Parecía que el invierno se despedía de forma definitiva.
—¿Te acuerdas cuando el profesor de historia nos preguntó sobre nuestro futuro? —Zack hizo un ruido, asintiendo —. ¿Es cierto que quieres estudiar Ingeniería?
Zack cerró un poco sus ojos.
—No —inspiró con fuerza —. Imaginarme estudiando eso me es casi ridículo. ¿No te sientes presionada de que todos esperan algo de tu vida, pero tú sientes que ya a esta edad no está saliendo como la tenías planeada?
—O como ellos la habían planeado —corrigió, sin mirarle. El cielo parecía más celeste —. Créeme, lo sé. De pequeña solía decir que quería ser militar y defender a mí país, pero mis padres ni consideraron la idea. Papá me decía que eso era para hombres sin familias, porque a la guerra solo se iba a morir.
—No es como si te estuviese diciendo una total mentira. Las guerras son... horribles.
—Lo dice el chico que me dijo una vez que le gustaban las películas de guerra.
Zack comenzó a reírse, colocando un brazo tras su cuello. Violet volvió a suspirar.
—Bueno, ahora me interesa el dibujo.
—Es algo que haces bien —añadió él —. Mejor que yo.
Sonrieron en una pausa exquisitamente silenciosa. Se escuchó la lejana risa de un niño que se columpiaba.
—Aunque no lo creas, en un momento pensé tener todo planeado en mi vida —le dijo Zack, retomando la conversación —. Ya sabes... ser el mejor estudiante de Southern Cross, ir a la universidad para estudiar algo que ver con las finanzas y después volver, tomar posesión de la empresa de mi padre y seguir con el legado familiar. Después obligaría a mis hijos a hacer lo mismo.
—Te hubieses convertido en la copia exacta de tu padre.
—También lo temí.
Violet sonrió.
—Aun así, creo que tu vida es fantástica, Zack, en el sentido de que sigues siendo brillante y muy buen alumno. Tus calificaciones y las cartas de recomendación de tus profesores te llevarán a donde quieras ir, créeme. En cambio, yo... este es el primer año en que realmente me he esforzado en subir mis calificaciones. Si no fuese por ti, yo seguiría allí, sacando las notas mínimas en francés, arrancando de Sean Glover y siendo la típica rubia tonta y desaliñada de las películas.
Zack no pudo evitar la risa.
—Técnicamente, sigues siendo un desastre andante.
Sus mejillas se tornaron rosa como el cerezo.
—Al menos te tengo a ti para recordármelo.
Lo sintió sonreír contra su mejilla. Le contagió su alegría en medio del silencio.
—Sabes, Zack... Siempre pensé que quería una vida tradicional.
—¿Tradicional?
—Ya sabes. Casarme, tener hijos, estudiar cualquier gilipollez... o ser ama de casa. Sin embargo, después de mi llegada a Southern Cross y, específicamente después de hablar con Alice, me di cuenta de que quiero más.
—¿Qué te dijo Alice?
—Más que decirme algo, me hizo ver algo. Me di cuenta de que... es una chica realmente luchadora. Tiene muchos problemas y aun así logra vivir todas esas experiencias que nosotros ni consideramos. Me hizo pensar que tal vez soy demasiado monja para mis cosas... además de celosa.
Zack sonrió de lado.
—Me gusta que seas así. A excepción de la parte de los celos. No tienes que serlo conmigo. Nunca he sido un Don Juan de todos modos.
Violet hizo una mueca.
—Solo me ha surgido el miedo de perderte para siempre. El hecho de pensar que otra podía tener lo que tanto me costó conseguir... fue... aterrador.
Zack se incorporó, girándose hacia ella. Sus ojos aparecieron sobre los suyos.
—No tienes que sentir miedo, ¿de acuerdo? Estoy aquí y... estoy bien... gracias a ti.
—¿Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea? Ahora con mayor razón.
Zack se acercó y besó sus labios en aquella posición. En medio del beso, sonrió y se apartó un centímetro para decir:
—Lo sé muy bien, Violet.
Ella parpadeó y él se alejó un poco más, para volver a susurrarle:
—Eres probablemente la persona más especial en mi vida. No puedo perder eso.
—No lo harás —le dijo, segura —. Te prometo que todo saldrá bien. Estaré aquí para ti.
Pensó que él creería esas palabras.
—Gracias por entender —fue lo único que dijo. Tras una pausa, se levantó: —Vamos. Tenemos que tomar el autobús para llegar.
—¿Adónde?
—Ya verás.
Violet tomó su mano y se incorporó. Sin soltarse, las entrelazaron y caminaron hacia el paradero. Después de tanto sufrimiento, tantas noches llenas de llantos y gritos, Violet por fin podía ver los ojos de él entrecerrándose por recuerdos divertidos o por el simple hecho de estar con ella. Deseó que aquel momento fuese eterno. Quería verlo relajado. Quería que dejase de lado esa mirada cubierta de angustia y seriedad. No quería que caminase alerta por la vida, como si estuviese listo para enfrentar otra desgracia. Quería hacerlo feliz.
Por eso, parloteó, tatareó la canción lenta que habían bailado en el baile escolar, e incluso bailó sobre las pozas de agua que había dejado una de las tantas lluvias de agosto. Aun podía sentir el aroma a tierra mojada y a primavera en el ambiente, algo que, por primera vez en su vida, la hizo sentir especial. Él reía al contemplarla, cruzado de brazos. Quería hacer que ese momento durase mucho. Que recordase las cosas buenas y que se transformasen en una cura para las heridas del pasado. Quería regalarle un mundo lleno de colores.
Zack la llevó a la exposición de un acuario, uno que estaba a solo unos pasos del gran zoológico. De todas las cosas que podría haberse imaginado, ver el mundo submarino fue lo único que no pensó. Aquellos acuarios enormes le mostraban la vida desde un punto de vista diferente. Peces de todos los colores, tamaños y formas danzaban en el agua, entre rocas y algas. Era como si se encontrase caminando en medio de un sueño. Con una sonrisa, apoyó su mano en el cristal que la separaba de ese mundo azul y esplendoroso. Quizá, era una de las cosas más hermosas que iba a ver en su vida en mucho tiempo.
—Este es el acuario más grande que he visto jamás.
Parecían estar caminando bajo el agua, en una especie de túnel azul. La pecera gigante los rodeaba por todos los rincones posibles.
—Apuesto a que los pececitos ni se percatan que esta no es su vida natural.
Zack sonrió de lado.
—No son los únicos con una vida llena de límites.
Violet le tomó de la mano otra vez, sin dejar de observar los peces de coral. Incluso pudo ver un tiburón.
—¡Mira! Por allá hay caballitos de mar.
Zack volcó los ojos y se alejó, riendo.
—¡Eh! No me dejes atrás —corrió hacia él, saltando a su espalda y subiéndose por dos segundos, ya que el guardia les lanzó una mirada asesina.
—Aquí no —dijo Zack, tímido.
—Sí, ya capté —le susurró ella, caminando a su lado.
Cuando salieron del acuario, alzaron la vista al cielo nocturno de Australia. Definitivamente se veían más que solo unas estrellas esa noche.
Ella bajó la mirada y le sonrió cuando él también lo hizo.
—¡Pinta!
Salió corriendo por la calle. Se volteó al ver que él no la seguía.
—¡Vamos, atrápame!
—¿Cuántos años tienes, Violet?
—Dieciséis y en forma —le mostró sus músculos, robándole una sonrisa —. ¡Vamos! Hasta mi abuelo tiene más ánimos que tú.
Zack volcó los ojos y, cuando menos se lo esperaba, salió tras ella. Se escuchó un grito agudo y luego los pasos rápidos contra la acera mojada. La gente se dio vuelta a mirar cómo dos jóvenes corrían rumbo al parque más cercano, alumbrado solo con los viejos y pálidos faroles.
—¡Deja de moverte!
Casi la atrapa.
—¡Esa es la idea!
Justo al decir eso, Zack la atrapó por la espalda, rodeando su cintura con sus brazos, alzándola. Dieron vueltas en círculos, muertos de risas como dos niños sin preocupaciones.
—Ahora es mi turno —dijo él, dándole un pequeño empujón para que trastabillara y no lograse agarrarlo en seguida.
—¡Ya verás!
Zack intentó esquivarla, pero ella se lanzó como su gato Phil a su pecho, obligándole a perder el equilibrio y caer de espaldas sobre el pasto, con ella encima.
—¡Ja! Qué malo eres. Y eso que ganaste las carreras de atletismo.
Se levantó de un salto.
—¡Píllame!
Zack se quedó sentado sobre el césped bajo un cielo estrellado, tocándose la costilla con dificultad.
—Oh, ¿estás bien? —se acercó sigilosamente —. No sabía que seguías teniendo dolores en...
—¡Bu!
La sobresaltó, lo que ayudó a Zack a atraparla enseguida, haciéndola caer junto a él en el césped. Con las respiraciones entrecortadas y la risa aún saliendo de su pecho, sus piernas se entrelazaron y sus cabezas quedaron una al lado de la otra, perdiéndose en la infinidad de la clara noche y el silencio.
—Te quiero —susurró ella.
Una brisa pasó por encima de ellos. Parecían ser los últimos seres humanos en la Tierra y, aun así, ella sabía que solo quería estar en sus brazos hasta la muerte. Él se dio vuelta a mirarla, entre asombrado y nostálgico. Dudó un momento sobre qué decirle, pero finalmente relajó los hombros y asintió con la cabeza:
—Y yo a ti.
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