C u a r e n t a y n u e v e
Capítulo 49
Antes de quedar encarcelado, James Prawel solía ser un hombre preocupado de su propia vida. Aun así, su hijo era su todo. Aunque no lo pareciese, él no podía vivir sin él. Quizás, era un hombre de tanta confianza, que nunca sintió temor de perderlo.
Aquel sentimiento le había jugado completamente en contra, incluyendo su relación matrimonial. Años antes, podía llegar a casa cansado del trabajo, pero aun así se acostaría junto a su bella mujer, le acariciaría sus suaves hombros y la elogiaría con que su perfume de miel era el más exquisito del planeta. Ella sonreiría y haría una de sus bromas, cerrando los ojos y durmiéndose.
Su hijo estaría en su cuarto, seguramente jugando con su gato. Todo parecería una historia sacada de un cuento de hadas. La vida que toda persona quisiese tener: Abundante riqueza, amor y felicidad.
No fue así por siempre.
James ya no podía dormir en la cama matrimonial que alguna vez compartió con su esposa. No podía verla a la cara ahora que le había dado una paliza para hacerla callar. A su hijo tampoco podía verlo de frente. Siempre que lo miraba a los ojos, observaba la bella mirada de Susan, tan intensa, oscura y electrizante. Era sarcástico también como ella y quizá algo desafiante. A veces le aterraba que se pareciera más a ella que a él.
Después de las discusiones y el distanciamiento, se había dado cuenta que todo era irreal. Una recreación imaginaria que su propia cabeza se había inventado para no sentirse mal consigo mismo. Ni siquiera cuando se sentaba en la soledad de la sala, a oscuras, frente al televisor de unas 100 pulgadas, viendo videos de antaño, donde Zack salía riendo de niño, jugando, llamándolo "papá" ... ni siquiera así podía sentirse mejor. Aquellos tiempos parecían tan irreales como un final feliz.
A veces se preguntaba por qué la oscuridad no lo había buscado a él. ¿Había sido demasiado generosa?
Si seguía pensando, no actuaría. Si no actuaba, lo perdería. Si lo perdía, era hombre muerto.
-xxx-
Cuando septiembre arribó, todo pareció cambiar. El fin de su estadía parecía estar acercándose silenciosamente. Lo supo cuando habló con su madre al teléfono una de esas tantas mañanas.
—¡Cada vez queda menos!
Esa frase, en vez de alegrarla, la entristeció. La vida es muy misteriosa y, en cierto sentido, irreversible con las cosas que decide para cada uno. Violet era simplemente una muchacha loca que buscaba un cómplice en la vida, después de creer que, al perder a Kiara de mejor amiga, todo se iría a la basura. A veces, había cosas que se le salían de control. Esta era una de ellas.
Y no podía esconderle la verdad a su madre.
—Mamá, hay algo que debo decirte.
Sonó más trágica de lo que quería.
—Por Dios, ¿estás embarazada?
—¿Qué? No —apretó los ojos y esperó —. No es eso.
No tuvo tiempo ni de preguntarse a sí misma si era correcto decírselo. Su madre era de esas personas extremadamente preocupadas, aún más si se trataba de hijos. No faltaba nunca a ninguna de las reuniones de la escuela, casi nunca bromeaba de nada, siempre quería parecer la madre correcta y luchadora. Siempre protegería a su niña de todo, lo que, para una adolescente que busca libertad, significaba peligro.
—Estoy saliendo con alguien.
Las palabras le supieron amargas.
—¿Saliendo a...? —su madre no entendió —. ¿A una plaza o fiesta? ¿Qué hora es allá?
—Pasadas las tres y no.
Tragó saliva.
—Estoy saliendo... con un chico... como novios.
Su madre no dijo nada, lo cual la llenó de suspenso.
—¿Mamá...?
La escuchó respirar con fuerza al otro lado del teléfono. Pudo imaginarse su cara de disgusto.
—Violet Theresa Henley —iba a retarla, pero su voz se apagó —. ¿Qué estás haciendo, hija?
Violet sostuvo con más fuerza el teléfono.
—Solo... sucedió.
—"Sucedió" —pareció molestarla —. ¿Y no podías evitar que sucediese?
—¿Se puede evitar?
Nunca pensó que se podría evitar tener sentimientos por alguien. Creía que ni la distancia podía provocar algo tan desagradable como aquello. "El evitar": Qué título tan amargo le parecía.
—¡Por supuesto que se puede evitar! —confirmó.
Se preguntaba si ella hubiese negado amar a su padre por estúpidas normas.
—Él me gusta un montón.
—Entonces, intenta que deje de gustarte. ¿Tengo que recordarte cada vez que te llamo que solo te quedarás allí hasta Año Nuevo y luego volverás?
Su madre se pasó una mano por su cabellera rubia oscura.
—Violet. Sé que suena difícil, pero ¿qué sucederá cuando tengas que volver? ¿Comenzarás una relación a distancia? ¿Llorarás por noches y te olvidarás de que tienes una vida aquí?
—Mamá...—comenzó a decir con un nudo en la garganta.
—No, Violet. Tú eres norteamericana. Vives en Boise, creciste aquí y tienes tu vida aquí. No eres australiana y no vivirás allá de ahora en adelante.
—Pero...
—No pierdas tu tiempo. ¡Hay tantos chicos en esta ciudad y pierdes tu tiempo con un muchacho de allá!
¿Cómo explicarle que lo que sentía no lo había sentido con nadie?
—Tarde o temprano, hija, tendrás que ponerle fin. Prefiero que lo escuches de mí antes de que tu mundo se derrumbe.
—Mamá —dijo entre lágrimas.
—No me obligues a decir: "Te lo dije".
Y colgó antes de escuchar una respuesta. No pudo evitar sollozar junto al teléfono, solo porque sabía que tenía razón. Tarde o temprano, todo iba a terminar.
Al menos aún quedaban varios meses.
-xxx-
James Prawel se encontraba solo en una celda. No había recibido visitas y solo había tenido un compañero que se dedicó a contarle que antes de él había tenido un compañero tan odioso que lo golpeó hasta provocarle una muerte cerebral. Tuvo que pedir un cambio de celda antes de ser el siguiente.
Desamparado, apoyó su cabeza en una de las paredes agrietadas. Recordaba a Zack en la clínica. Su único hijo varón había sufrido tanto, no solo durante su accidente de coche, sino en toda su vida y solo se dio cuenta cuando sufrió aquel ataque de pánico. Una crisis emocional que hizo que su familia se quebrase por fin. Los Prawel eran la portada de algunos diarios y revistas, una noticia farandulera que no dejaba de hablar sobre las posibles consecuencias que traería todo eso a su imperio económico.
Pensó, sinceramente, que su mujer vendría a verlo, al menos para divorciarse y ya. Se arrepentía de haberla golpeado, pero también sabía que ya no sentía nada por ella.
Seguramente, Susan iría a casa y retiraría todas sus cosas. Se alojaría con ese mexicano y se olvidaría de todo su pasado. Ya podía imaginársela teniendo nuevos hijos con él. Sentía un sabor agrio en el paladar al hacerlo.
La única visita que recibió en sus primeros días encerrado fue de uno de sus abogados, el que le había prometido sacarlo de aquel infierno.
—Murat.
Su abogado era turco. Tenía el cabello rubio opaco y los ojos oscuros. Estaba por cumplir los 40 años.
—Hola, James —miró al guardia —. Por favor, ábrala.
—Tienen siete minutos —le dijo, sonando amenazante. Murat le regaló una sonrisa falsa y entró.
—Parece que has jugado con fuego de nuevo, James —le tendió una mano —. Recuerda que quien juega con fuego, siempre se quema.
—No jugué con fuego —soltó atropelladamente —. Siéntate y dime que me sacarás de este calvario.
—Dame tiempo para reponerme. Mi carro se averió y tuve que tomar el bus con gente que no se baña desde el lunes pasado —su espalda tembló —. Bien, ¿solo estás aquí por maltrato intrafamiliar?
—Sí. Susan me denunció y ni siquiera sé si mi hijo sigue en la clínica o no.
Murat abrió el maletín y se lo quedó mirando.
—¿Tu hijo? —parpadeó —. ¿Lo golpeaste a él también?
—No. Yo...
—Podemos usar eso a tu favor —sacó unos papeles y cerró aquel maletín de madera —. Dime, ¿cómo comenzó la discusión?
—Fui un idiota. Debí haberme detenido —habló para sí.
—¿Por qué lo hiciste, James? Tú no..., simplemente no eres un hombre de golpes.
—Susan me saca de quicio, Murat. Solo quería verla desaparecer.
James no dejaba de agarrarse la cabeza, queriendo quitarse los mechones de cabello y quedarse calvo. Al menos eso disminuiría su estrés.
—¿Sientes que Zack te manipula? —le preguntó. James frunció el ceño.
—Claro que no.
Abrió los labios, pero respiró hondo para no seguir gritando. El guardia que los vigilaba no parecía nada contento con las discusiones.
—¿Qué estás insinuando, Murat? Tú no tienes hijos. No lo entiendes.
Murat pareció levemente ofendido. Tragó saliva con dificultad.
—Sé que puedo no entender esa parte, pero entiendo lo que significa estar aquí por violencia intrafamiliar.
James se mordió la parte interna de su mejilla. Tenía razón.
—Es un caso difícil, pero sé cómo sacarte de aquí.
—Ya puedes irte —habló James de nuevo —. Solo sácame de aquí y mantenme informado.
—Por supuesto, James —le sobó el hombro con una sonrisa familiar —. No estás en graves problemas. Podremos sacarte de aquí, aunque quizá deberás pagar una fianza.
—No me importa. Solo quiero volver a casa, abrazar a mi hijo y pedirle disculpas.
Eso parecía no importarle mucho al abogado.
—Claro.
Murat se fue en seguida y no volvió a hacer visitas presenciales. Se comunicaba por teléfono y hacía su trabajo en silencio. James Prawel pensó que ese era su fin, que el mundo lo odiaría, su reputación se iría al carajo y perdería todo lo que alguna vez tuvo. Era una situación desequilibrada. Sin embargo, Murat hizo su trabajo y salió victorioso. Solo bastó una semana para lograr su objetivo. Era un excelente abogado, por lo que no fue una sorpresa que lograse sacarlo de allí. A través de un tercero, le informaron que ese era su último día, el cual, obviamente, se le haría eterno. Estaba cansado de estar rodeado de gente que realmente era considerada un criminal. Había ladrones, asesinos, corruptos, drogadictos. No era un lugar para él. Sin embargo, tuvo una visita muy inesperada en su último día como prisionero.
Zack caminó por las celdas de aquella prisión. Los prisioneros se levantaban a mirarlo, pero él no se achicaba. Caminaba al mismo ritmo que los policías y guardias que lo resguardaban, con el mentón en alto y esa seriedad tan característica suya. No traía ni una pizca de amor o compasión en su corazón en ese momento.
—Celda 32 —dijo el guardia que le acompañaba con voz poderosa.
Su padre se volteó, mirando a través de los barrotes. De entre los cuerpos uniformados, pudo ver el rostro abatido de su hijo.
—¿Zack?
La reja se deslizó más lento de lo esperado. El cuerpo del hombre tembló y se levantó, sintiendo sus rodillas tiritar. Sin embargo, al mirar fijamente cómo el joven entró sin cambiar de expresión, decidió sentarse otra vez. Zack metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y le alzó una ceja al momento de cruzar la entrada. Era increíble lo rápido que se volvió más intimidante y autoritario que él.
—Así que sales libre mañana —fue lo que dijo el chico.
—Sí —lanzó una risita que no le causó gracia a su hijo —. Sí..., menos mal.
—Hubiese deseado que fuese más tiempo.
El hombre palideció al oír ese comentario.
—¿Cómo puedes...?
—¿Ser capaz de pegarle a mamá? —completó por él. James Prawel dejó escapar un bufido.
—Lo sé. Admito que fui un idiota, ¿está bien? —tragó saliva —. ¿La has visto?
—No. Me estoy quedando en la casa de un compañero de clases. No quiero saber nada sobre ustedes dos.
El hombre arrugó el entrecejo.
—Entonces, ¿por qué has venido?
—Para decirte que no me busques cuando estés libre.
—¿Qué? —preguntó, descolocado.
—No quiero que me llames, ni preguntes dónde estoy. De verdad que no quiero tener nada que ver contigo ahora. Tener tu apellido es suficiente para mí.
—Pero, Zack. Simplemente no puedes pensar que, al salir de aquí, yo...
—Es todo.
Desviando la mirada, salió de su celda sin mirar atrás.
—¡Zack!
Lo ignoró. Siguió caminando por el pasillo. Al menos agradeció no encontrarse con Sean en la prisión. Sabía que él estaba en la misma, pero en el sector juvenil, en el ala este. Salió de allí, bajando las escaleras lo más rápido que sus piernas le permitieron. Quería alejarse a toda costa y olvidar todo. Estaba muy agradecido que Kris le abriese sus puertas. Sin él, no tendría dónde quedarse y, quizá jamás hubiese sido capaz de salir adelante o, incluso, amar a alguien.
Esa noche, fue a casa de Violet, solo porque quería dejar de tener preocupaciones y vivir como un joven normal de su edad. Después de todo, verla a ella era mil veces mejor que pensar en la liberación del idiota que tenía como figura paterna.
Llegó alrededor de las siete de la tarde, cuando ya estaba haciendo bastante frío. Apenas tocó el timbre, sintió un escándalo proveniente del interior. Acercó la oreja a la puerta y pudo escuchar la voz de un hombre que decía:
—Pareces una granjera con ese atuendo y las trenzas. Te hace falta el sombrero de paja y la camisa a cuadros y pasarías por espantapájaros, ¿sabes?
Alguien le chistó y de repente la puerta se abrió, dejando ver a Violet Henley con el mismo atuendo que el hombre había descrito, las mejillas sonrosadas y una gran sonrisa.
—¡Hola!
Un joven apareció tras ella.
—Bienvenido a nuestra humilde morada —saludó Liam, escondiendo la risa tras oír aquella conversación —. Soy Liam. Me introduzco formalmente.
Le estrechó su mano, blanca y grande.
—Hola, Liam —soltó Zack, escueto —. Gusto en conocerte.
Liam sonrió de lado.
—Ya veo por qué Vi no deja de hablar de ti —soltó como halago, clavándole la mirada a Violet, quien le hizo señas de que le cortaría el cuello.
—Ah, este... —Zack se sonrojó, volteándose. Violet le sonrió ampliamente, aunque desbordaba falsedad.
—Sabes que no soy tan psicópata... —susurró.
—Sí, eso dicen todas —confesó Liam, haciéndole un ademán a Zack para que entrase. Una vez adentro, Violet se acercó lo suficiente a la oreja de Liam.
—Voy a matarte —le ladró en voz bastante baja.
—Estarás muerta de vergüenza antes de intentarlo.
Y entonces, fue el turno de la tía.
—¡Buenas tardes, Zach! —saludó la señora Sanders, muy emocionada —. Dios, debes tener mucho frío.
Le tomó las manos y las apretó.
—Manos heladas —hizo un gesto con la cabeza —. Ven, entremos a la cocina. Está más cálido aquí.
Zack aclaró la garganta y bajó la mirada un momento, un tanto ruborizado.
—Espero que te guste la carne —el rostro de Zack se desfiguró en cuanto escuchó a la madre de Liam decir eso—. Hice un estofado con diferentes ensaladas y un arroz graneado que te encantará.
El muchacho se giró, pálido como si hubiese visto un fantasma, hacia Violet. Le levantó los hombros y lo hizo sentarse en la mesa. Ella se sentó junto a él.
—Eh, Zach —llamó su atención la tía nuevamente —. Violet nos contaba que le hacías clases.
—Es Zack —corrigió —. Y sí, estaba intentando nivelarla.
—¿Y te dejó en coma o con una gastritis? —preguntó Liam, aludiendo a lo chillona que podía llegar a ser.
—¡Hey!
Zack entrecerró los ojos.
—Solo una indigestión.
Violet le pegó un codazo.
—Ya ni siquiera me ayuda tanto —se defendió —. He aprendido a estudiar por mi cuenta.
La cena salió mejor de lo que prometía ser, incluyendo los chistes de Liam o esas miradas socarronas que Violet tanto detestaba. Al menos, Zack no se mostró incómodo hasta que le pidió a la tía que por favor le quitase la carne del plato.
—Pero ¿por qué? ¿Acaso está muy salada?
—Soy vegetariano.
Pidió disculpas muchas veces. Incluso se ofreció a lavar los trastes sucios. La tía no quería aceptar que el invitado lo hiciera, pero finalmente accedió con la condición de que Violet lo ayudase. Así fue como terminaron a solas en la cocina, con las manos cubiertas de espuma y una hilera de platos por lavar a un lado.
—¿Crees que a tu tía le haya molestado que no comiese su carne?
—No sigas diciendo eso. Liam se la comió. Es como si nada se hubiese perdido.
—Aun así...
Violet le salpicó para que quitase su rostro de preocupación.
—¡Eh!
—Ups —puso cara de inocencia, aunque no pudo evitar reír al ver la suya de asombro. No contó con que Zack le salpicaría de vuelta.
—¡Ay! ¡No! —reía.
Y entonces, se dio inicio a la guerra. Violet le lanzó un poco de espuma en el cabello y él en la ropa. No podían dejar de reír, por lo que comenzaron a hacerse callar al otro antes de que la señora Sanders o Liam entrasen para comprobar qué sucedía. Al rato, Violet apagó el grifo y se secó las manos, completamente agotada.
—Vaya, nunca pensé que lavar trastes sucios iba a ser tan divertido.
Lanzando un suspiro se sentó sobre la mesa, dejando las piernas colgando. Él caminó hacia ella con paso ligero y la ceja arqueada.
—Violet.
Podía asegurar que hasta había sonado seductor.
—¿Qué? —creyó sonrojarse.
Se inclinó hacia adelante y puso sus manos a cada lado de sus piernas, quedando cerca.
—¿Qué quieres? —preguntó ella, sintiendo el suave aroma de su colonia.
—¿Qué quieres tú?
Violet se volvió hacia la puerta, casi cerrada.
—Ellos están cerca —dijo, mordisqueándose los labios.
—No iba a hacer nada malo —dijo él, riendo.
—¿Entonces?
Se acercó lentamente, relajando su respiración y cerrando sus ojos, contagiándole la acción. Cuando sus labios se juntaron, surgió una razón para existir. Tan suave, tan real. Mariposas se propagaron de un cuerpo al otro, y el calor de sus mejillas se acentuó. No quería despegarse de él nunca. Pudo jurar que fue el beso más largo y apasionado de su vida. Allí, en medio de una cocina iluminada y silenciosa, lejos de cualquier peligro. Él tensó su espalda, ella se dejó llevar.
Si hubiesen estado solos, habría continuado la noche entera.
De repente ella tartamudeó su nombre, casi sin aliento. Sus labios se separaron lentamente. Una sonrisa se desdibujó en los labios de Zack, ahora hinchados, recordándole a su primer beso en la escuela, ese que reveló toda una historia.
—¿Todo bien? —le susurró, separándose y abriendo sus ojos.
—Sí —se veía más feliz que de costumbre. Sus ojos brillaban como diamantes bajo el agua —. Todo bien. Es solo...
Él sonrió, buscando algo en su mirada.
—¿Hay algo que te preocupa? —inspiró lentamente para nivelar sus ritmos cardiacos —. ¿Es sobre tu familia? ¿Has sabido si tu padre consiguió un trabajo?
Violet bajó la mirada y balanceó sus piernas. No era eso lo que le preocupaba, sino la amenaza de su madre.
—No lo ha hecho. Pero no te preocupes. Es un hombre fuerte. Ya lo hará.
Zack sonrió con pena.
—Espero que pronto encuentre. Les solucionaría mucho las cosas. Además...
—¿Además qué?
—Significa que algún día tú podrás cumplir tus sueños sin preocuparte por la situación económica de tu familia. ¿No es eso lo que quieres?
—Sí, pero... ¿y mi abuelo?
—La vida te recompensará, te lo prometo —le apretó la mano —. Mereces lo mejor.
Violet le sonrió, hasta que parecieron que las comisuras de sus labios dolerían. Hace tiempo que quería sonreír así. Se sentía feliz y satisfecha al mismo tiempo.
Fue así como Zack y Violet se convirtieron en más que mejores amigos y la escuela comenzó a saberlo muy rápidamente. Algunas chicas, como Stephanie, no dejaban de mirar con recelo a la nueva pareja, como cuando se miraban de reojo en clases o reían juntos en el pasillo. Chicos de cuarto año como George y Chen no podían creer lo que sus ojos veían. Hace años que no veían a Zack Prawel feliz como en ese momento. No sabían si era algo a lo que debían comenzar a acostumbrase.
—No puedo creer que estén juntos —admitió Diana a la hora de almuerzo, seguramente después de escuchar a veinte personas decir lo mismo.
—Sinceramente, es más extraño verte a ti con Kevin —comentó Kris —. Además, ¿por qué nunca se sienta con nosotros en el horario de almuerzo?
Diana se encogió de hombros.
—Dice que le da un poco de vergüenza.
—¿Nosotros le damos vergüenza? —preguntó Violet, indignada. Zack sonrió, sobándole la espalda.
—Sí, bueno... También quiere estar con sus amigos.
—Qué buenos amigos —exclamó Kris, rebalsando sarcasmo —. Además, hace tiempo que se está sentando solo. Más o menos desde que Chen y George golpearon a Zack.
—Kris —el aludido le lanzó una mirada asesina —. No me metas a mí. No quiero opinar.
—¡Pero!
Zack levantó su dedo índice y lo puso contra sus labios, haciendo alusión al silencio. Kris bajó la mirada, arrepentido.
—No lo juzguen —dijo de repente Diana, aunque se notaba afectada —. Todos tenemos razones para hacer o no hacer ciertas cosas.
Alice frunció el ceño.
—¿Qué podría ser tan importante? ¿Acaso le afecta la presencia de uno de nosotros?
Diana le clavó una mirada intensa y asustadiza, lo que puso a pensar a Violet.
—No es eso, Alice.
—¿Entonces?
Diana bajó la mirada. Ya no tenía apetito.
—No sé —sonó poco convincente.
—Eres su novia. No debería hacerte eso —insistió Alice.
—Hablémoslo después —le cortó en seco.
Mientras discutían, notaron que Stephanie Hall entraba en la cafetería y se dirigía inmediatamente a su mesa. Llevaba el cabello suelto y tenía el aspecto de estar algo incómoda. Solo se detuvo cuando estuvo al lado de la mesa. Apestaba a café.
—Entendí el mensaje del otro día y creo que tenías razón —dijo, mirando a Violet —. No quiero ser tu amiga y, supongo, que tú tampoco la mía, pero si quiero que me dejen de llamar prostituta o me miren como si fuese una clase de bruja, voy a tener que ablandarme con los demás.
—¿Todo esto lo haces porque sigues en busca del novio ideal, Fanny? Deja de ser tan dependiente de los hombres, más cuando la mayoría en esta escuela son unos primates —bromeó Alice.
—No sabes de lo que hablas, Alice. La verdad, es que no he venido a nada de eso, sino a hablar con Diana.
Diana, que había estado ajena a ese diálogo, alzó los ojos de golpe.
—¿Conmigo?
Entonces, apareció la muñeca de porcelana en sus manos. Una niña castaña que usaba un vestido rosado y un sombrero a juego. Era realmente preciosa, de esas que cuando las ves, no puedes dejar de contemplarlas.
Las manos de Diana temblaron en el aire y entonces, comenzó a sollozar. Fanny creyó que, por un momento, había metido la pata y todo el mundo se abalanzaría sobre ella, pero no fue así, ya que Diana se levantó y la abrazó con fuerza, agradeciéndole una y otra vez al oído, dejándola petrificada.
—Gracias por entregármela. No sabes lo mucho que significa para mí.
La tomó entre sus manos, le peinó su cabello con los dedos y volvió a su asiento, secándose las lágrimas con la manga de la camisa del uniforme. Fanny se limitó a asentir y se alejó, sin decir nada más.
Durante lo que duró el llanto de felicidad de Diana, todos se quedaron callados mirándose las caras. Entonces, Violet le hizo una seña a Alice y, excusándose, ambas se retiraron a un rincón para hablar. Fue allí cuando le dijo que había terminado el boceto y que se lo entregaría apenas terminase ese receso para que ella lo pintase con cuidado y lo entregase a la profesora. Lo que no sabía, es que Alice realmente puso mucho esfuerzo en no salirse de las líneas al momento de colorear. Tampoco mezcló colores fríos con cálidos y realmente le quedó bonito, por lo que no fue sorpresa cuando la maestra le colocó un 100/100, salvándola del peligro de repitencia.
Así, después de sentirse muy bien consigo misma tras hacer una buena obra por su amiga, tenía la tarde libre para Zack. Sin embargo, después de compartir algunas anécdotas, Zack se apagó y le contó algo que creía que ella, como su novia, debía saber:
—Fui a ver a mi padre —reconoció de repente.
—¿A la cárcel?
—No era como que se iba a quedar allí para siempre —dijo en tono de broma, a pesar de verse destruido —. Pero fui a verlo para advertirle que estaba bien y no quería que me buscase.
—¿Cómo se lo tomó?
Zack tragó saliva.
—No quise oír su respuesta.
Hizo una pausa.
—Y es lo que temo. Temo que me busque para darme una respuesta.
Y luego se quedó callado y ya no quiso tocar más ese tema. Al rato, algo abatido, le dijo que debía volver a casa de Kris temprano y, con un beso corto sobre los labios, la dejó a pasos de su casa.
Casi salió corriendo cuando ya lo vio lo bastante lejos como para asegurarse que no se voltearía a verla. No tenía pensado en ir a ningún lado, más que irse a casa y pegar un grito de alivio. Se quitó el abrigo, dejó la mochila en medio del pasillo y subió la escalera, como si en realidad quisiese ir a algún lugar. De hecho, al llegar arriba, deambuló sin rumbo por todo el segundo piso por al menos diez minutos, expulsando suspiros de vez en cuando. Tras asomarse dos veces al cuarto de Liam y asegurarse que no estaría ocupado, entró, intentando emanar seguridad.
—Hola.
—Ya sabes que no puedo hablar cuando estoy leyendo un libro. No te ha pasado nada malo, ¿verdad?
—No. Solo necesito oír una voz amable.
—¿Tan antipático es?
—¿Quién?
—Zack.
Violet negó inmediatamente la cabeza.
—No hemos discutido, si a eso te refieres. Pero... él se siente fatal.
—No puedes darte por vencida tan pronto.
—No he dicho eso. Es solo que él se ve tan infeliz aún estando conmigo que me hace cuestionar mis acciones. ¿Y si no lo estoy ayudando?
—Bueno, tú habías dicho que estaba algo decaído. Es entendible que no se sienta bien todo el tiempo.
Violet entró completamente y se sentó a un lado de la cama de él. Liam por fin cerró el libro y enfocó los ojos en ella.
—¿Cuál es el problema?
—No es solo su depresión el problema, Liam. También lo son sus padres.
—¿Se lleva muy mal con sus padres?
—Es horrible, ni te imaginas. ¡Zack se está quedando en casa de un compañero con tal de no ver a ninguno de los dos!
—¿En serio?
—Es una larga historia, pero, a grandes rasgos, su padre es un adicto al trabajo que ahora está en la cárcel por violentar a su madre. Y su madre estaba hospitalizada y ahora, de seguro, se está quedando en algún hotel cinco estrellas o donde su amante. No lo sé. Según Zack, ella nunca ha estado realmente presente en su vida.
Reinaba un extraño silencio en esa habitación. Entre las rendijas de las cortinas se veía el mundo de fuera, cubierto de una difuminada neblina, inmóvil y hermosa. La habitación estaba cálida y tan solo los ocasionales cantos de los zorzales afuera irrumpían sus pensamientos y los de Liam.
—Y eso le afecta mucho a Zack —dijo —. Ya conseguí que su vida escolar no fuese un infierno. Necesito ayuda para que la familiar no lo sea. ¿Se te ocurre alguna idea para comenzar?
Liam bajó la mirada un momento y Violet temió recibir una respuesta que no quería escuchar.
—No puedes.
Aquella respuesta le pegó como un combo en la cara.
—¿Qué?
—La vida familiar se quedará con él. Hay una relación distinta entre padres e hijos que entre compañeros de clase.
—No entiendo.
—El bullying, con un poco de ayuda, es fácil de "superar" en la mayoría de los casos. No quiero decir que se supere al chasquear los dedos, pero es algo que puedes moldear con la ayuda de un psicólogo, ¿no? —se relamió los labios —. En cambio ¿aceptar que tus padres no te quieren cuando has vivido diecisiete años intentando llamar su atención? ¡Es imposible!
—Puedo intentarlo.
—Lo que suceda dentro de su familia no es asunto tuyo. No quiero sonar pesado, pero apenas intentes meter un pie en esa casa para discutir con sus padres, te cerrarán la puerta en la casa. No escuchan ni a su propio hijo. ¿Por qué te escucharían a ti?
—Quiero ayudarlo.
Liam la miró como si el debate no tuviese fin.
—Eres una buena persona, Vi. Sé que tienes buenas intenciones y te preocupas por este joven, pero...
—¿Pero?
—No pretenderás que de un día para otro quiera dejar todo para estar a tu lado. ¿O sí?
—¿Es malo que piense así?
—Para esta edad, sí. Los adolescentes sueñan mucho y apartan la realidad de su camino. Tú eres una parte de su felicidad, pero no su felicidad completa. No puedes serlo.
—¿Por qué no?
—Por lo que acabas de decir, Violet. Él quiere ver a su familia reunida, feliz, llena de amor. Eso es lo que él está buscando y, por lo que veo, es muy complicado que lo obtenga.
Violet tragó saliva y bajó la mirada, entristecida. Liam le tomó la mano más cercana.
—No es fácil. En cualquier momento, Zack puede caer y vas a tener que estar preparada para ello, no solo para ayudarlo, sino para enfrentarlo.
Ella asintió.
—Estoy dispuesta a ayudarlo y no dejarlo caer.
Liam intentó sonreír.
—¿Y te has preguntando cómo intentará levantarse cuando tú ya no estés?
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Carpenter no era el tipo de persona a quien le ocurrían este tipo de eventos desafortunados. O, al menos, eso creyó siempre. Su vida siempre contó con una estructura clara, a pesar de no ser realmente feliz. Era bastante monótona, austera y algo solitaria. Llevaba más de treinta años viviendo solo con un perro viejo que antes había sido de sus padres. Ninguna mujer había querido acercarse lo suficiente a él desde que se enteraban de que era un divorciado. Su exmujer, Marlene, había vivido dos años con él, hasta que admitió tener un romance con su jefe, con quien terminó fugándose. Desde ahí, su vida se enfocaba en cuidar a su mascota, conservar su trabajo, ayudar al alumnado y a la asociación de padres y madres y, como siempre, intentar ser una mejor persona cada día.
Después de que Violet se le haya acercado con la idea de implantar más grupos de apoyo y hablar con los apoderados sobre cosas como el bullying, se dio cuenta que, tal vez, después de la muerte de Bianca Foster, se había realmente desconectado de su labor como rector, a pesar de que amaba su trabajo.
Por ello, una fría tarde, cuando se la topó en el pasillo, no dudó en llamarla a su despacho para conversar dos importantes asuntos: El tema del bullying y una presentación sobre su intercambio que quería que la muchacha hiciera. Violet se mostró muy intrigada y aceptó inmediatamente hacer la presentación el viernes por la mañana, lo que el mismo Carpenter denominaba como "un fabuloso inicio de septiembre".
Entonces, pasó al tema de más complejidad:
—Violet, estaba recordando lo que hablamos una vez en esta oficina sobre las relaciones sociales de los alumnos. Recuerdo lo que dijiste de ayudar a los chicos que sufrían abuso escolar y he pensado que tienes toda la razón. Hay niños que en este momento están sufriendo mucho y si no hacemos algo, podríamos lamentar algo peor. Así que citaré a los alumnos afectados con sus padres para conversar sobre el bullying, grupos de ayuda, entre otras cosas.
Todo iba bien hasta que oyó "padres".
—¿Con sus padres?
—¡Claro! —su rostro se arrugó —. Los padres son parte del proceso de cambio. No podemos hacer esto sin ellos.
Se lo quedó mirando con los dedos inmóviles sobre su falda. Al cabo de un rato, asintió robóticamente.
—Es cierto.
—Bueno, gracias por todo y por ser tan comprometida. Recuerda escribir y practicar tu discurso para los chicos.
Violet tenía las ganas de que la conversación volviese a encauzarse, pero no sucedió. Sin darse cuenta terminó fuera del despacho de Robert Carpenter, sin rumbo y sin saber si esa idea sería la mejor de todas. No todos tenían el apoyo de sus padres para salir adelante. Bianca Foster no lo tuvo, a pesar de que los síntomas de una anorexia son bastante claros.
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Susan Prawel caminó por los pasillos níveos de aquel edificio. No solía ir al despacho de su marido, pero las veces que fue, llamó tanto la atención por sus trajes, sus largas piernas y su mirada superior, que no hubo necesidad de llenar formularios o pasar tarjetas de identificación. Fue saludada como la dueña del lugar y la invitaron a pasar a la oficina de James Prawel casi por cortesía.
El hombre, que se encontraba en su despacho privado en ese momento, estaba usando un traje entallado y una corbata roja. Estaba acompañado de Ambrose, eterno colega, amigo y padre del enemigo de su hijo: Sean Glover.
Ambos sabían que las cosas se habían tensionado mucho desde el accidente, pero no querían perder lo que por tantos años les costó conseguir. Así, como Ambrose se llevaba mal con su segundo hijo casi desde su nacimiento (pues lo culpaba del deceso de su esposa), y también se llevaba mal con su primogénito por haber estado en la cárcel, prefería tener una buena relación con James Prawel y que sus colegas no lo identificasen por ser el padre de dos brabucones.
—¿Has sabido algo de tu hijo, James?
El señor Prawel apartó la mirada de la ventana y sus ojos se posaron en el montón de papeles con estudios sobre el mercado actual que debía revisar antes de las siete de la tarde.
—Me ha ido a visitar a prisión en mi último día. Ha dicho que no quiere volver a verme. No sé ni cómo debería tomármelo.
—Ya se le pasará. Ya sabes cómo son los niños.
James se relamió los labios y alzó las manos.
—Ese es el punto. Zack ya no es un niño, es casi un adulto —apoyó su dedo índice en su escritorio —. Para cuando llevemos a cabo el tema del divorcio con Susan, mi hijo tendrá que testificar y podrá decidir con quien de nosotros quedarse.
Ambrose comenzó a reírse, mirándose los pantalones de tela gris que llevaba.
—Pues se quedará contigo, ¿no, James? Es lo más lógico. Tú mismo has dicho que Susan ha montado una escena innecesaria con todo esto de la supuesta violencia familiar que hay en tu casa. Además, Zack y ella no se llevan, ¿verdad?
—Lo de la violencia no es mentira, Ambrose. Yo le pegué a Susan.
—Ya, pero... ¿quién va a enterarse de eso?
—Bueno, los periodistas. Han estado siguiéndome como unos malditos buitres. Ya no puedo ni respirar sin que me saquen fotografías o me hagan preguntas, ¿entiendes? Si mi hijo me niega frente al juez, será el fin de mi trabajo o peor, de mi vida.
—La gente adora los chismes, James. Son como moscas a la mierda.
Frunció el ceño, justo cuando la puerta se abría. Al girarse, pudo ver a su mujer allí. Venía con un traje color crema y el cabello recogido. Aún se le podían ver algunas marcas en la cara que inútilmente intentó disimular con maquillaje.
—¿Susan?
James se levantó inmediatamente como si hubiese visto a un fantasma. Ambrose puso una cara de asombro, quizá esperando que la guerra comenzase, pues James se veía muy incómodo y Susan se limitó a sonreírle cínicamente, para luego girarse al él mismo.
—Hola, Ambrose, tanto tiempo.
—Buenas, Susie. Cada vez te ves mejor —le estrechó la mano.
—Claro, mejor —dijo sarcástica, retirando la mano cuando le fue posible —. ¿Podrías dejarnos? Necesito hablar con... con este ser humano que tienes al lado. Si es que se le puede llamar así.
James cerró sus ojos y dejó caer sus hombros. Una de las aptitudes de Susan y, algo que en su tiempo le enamoró, era su fortaleza. Era como una fiera. No había nada que la derrumbaba.
—Por favor, Ambrose. Después te llamo —le pidió, rascándose el puente de la nariz. Ambrose mostró una sonrisa torcida a ambos y, excusándose, salió de la oficina lo más veloz que pudo.
Susan Prawel fue la primera en suspirar en cuando el amigo de su marido salió. Al momento que la puerta se cerró, caminó hacia el hombre, con el mentón en alto y con una mirada fulminante. Hasta el señor Prawel se vio sorprendido con aquella actitud que mantuvo frente a él. Estaba muy segura.
—¿A qué se debe tu visita? —preguntó, intentando no parecer abatido.
—Traje una carpeta con el papel del divorcio y algunas informaciones extra. Hay que leerlo, firmarlo y llegar a un acuerdo. Y quiero decidirlo ahora ya, cuanto más rápido mejor.
—¿Acuerdo?
—Hay que dividir las pertenencias.
—Las empresas están a mi nombre.
—Ya, pero algunas propiedades y los autos están bajo el mío —su marido le alzó una ceja —. Y hay algo que está bajo el nombre de ambos.
James se sentó en el asiento de cuero negro frente al escritorio, nuevamente, hojeando la carpeta entregada por quien aún era su esposa.
—¿Y qué es eso tan valioso? —interrogó con suspicacia.
Ella le alzó ambas cejas, creyendo que era un tonto.
—Nuestro hijo, por supuesto.
Se llevó la cartera a juego al pecho y rebuscó hasta sacar una pluma. Se la tendió, con esas uñas perfectamente pintadas de blanco y esos dedos largos y frágiles.
—Solo firma y ya. No quiero verte más.
James negó, dejando la carpeta a un lado.
—No tengo tiempo para discutir lo del divorcio ahora. Tu demanda me puede arruinar y no estoy de ánimos para lidiar con más de una cosa a la vez. Y tu papelito de divorcio no está dentro de mis prioridades. Tú no estás dentro de mis prioridades.
—¿Crees que eso es problema mío? Dividamos las pertenencias y olvidémonos el uno del otro —tragó saliva —. Y, dado tu comportamiento reciente, me llevaré a Zack a México.
—¿Te llevarás a...? —se incorporó —. ¿Qué?
Susan sonrió llena de gracia y preeminencia. Era irónico, porque otras mujeres en su lugar hubiesen entrado en pánico, en terapia o hubiesen arrancado a un país lejano que nadie conoce con tal de no ver al agresor nuevamente. Sin embargo, ella había sido fuerte y en cuanto salió, tomó sus cosas y se fue al lugar de su amante, actual pareja. Maximiliano había pasado de ser trabajador de su marido a un vendedor de comida china. Su situación económica no era la mejor y no podía ni pagar la cuenta de la luz. Sin embargo, habían planeado todo para después del divorcio. Con el dinero que le quedase tras el divorcio, podía viajar a México e incluso comprar una casa en un buen barrio allá. El destino sería el Distrito Federal.
—Lo que oíste. Me llevaré a Zack a México.
—¿Tú estás loca? ¿Cómo lo criarás cuando ese patán no tiene ni trabajo?
—Él conseguirá trabajo allá y a mí me quedará muchísimo dinero tras el divorcio como para no trabajarle ni una hora a nadie más. Venderé los autos y la casa en la que nos estamos quedando ahora con Max. Tendré dinero suficiente para resurgir en Ciudad de México, ya lo he planeado todo.
Deslizó la carpeta sobre el escritorio, acercándosela.
—Ya me las apañaré. Además, el dólar nuestro vale mucho más allá, así que no es como si fuese a lanzarme a la jaula de los leones. Firma ya.
—Debe ser una broma, Susan. ¿Qué educación le darás a Zack? ¿Escuelita "La Rosa de Guadalupe"?
—Muy gracioso. Allá también existen las escuelas privadas, para tu información.
—¡Latinoamérica tiene una de las peores educaciones del mundo! No puedes comparar la educación que tiene aquí con la de países del tercer mundo —le gritó, sin importarle que otros escuchasen.
—No tienes porqué comportarte tan borde, James. Eso nunca te importó, ¿verdad? Puedes gritarles a tus colegas, pero a mí no me vuelves a gritar nunca más, ¿entendido? Yo solo estoy haciendo esto lo más simple que puedo, así que sería todo un detalle si no intentases por una vez no amargarme la vida como lo haces con todo el mundo. Entiendo que no quieres verme más, pero no me iré de aquí hasta que me des una maldita solución; no porque me importes tú o me importe cómo será el futuro de esta familia rota, sino porque necesito mi libertad. ¡Mi maldita libertad!
James se mordió la lengua, respirando entrecortadamente. Apretó y estiró sus manos varias veces antes de volver a hablar, esta vez con mayor calma:
—Hablo en serio, Susan. Si se queda aquí, yo... podría...
—¿Qué? —abrió sus ojos y sus pestañas se alargaron —. ¿Crees que Zack quiere manejar tu empresa? Deja de decidir por él. Durante diecisiete años te ha dejado claro que no le interesa este rubro. Y tú sigues ahí, intentando convencerlo cuando sabes muy bien su respuesta.
—Si se queda conmigo, saldrá de esa buena escuela, lo enviaré a estudiar a una universidad de renombre y luego volverá aquí más maduro. Estoy seguro de que cambiará de idea. No dejaré que se vaya a un lugar en donde ni siquiera se habla su idioma.
—Escucha, James —la mujer respiró profundo —, iré a ver a Zack uno de estos días. Max también irá. Lo que decida... será su palabra, después de todo. Tú no podrás meterte.
—Zack tendrá que declarar frente al juzgado.
—Claro que sí. Le dirá al juez lo mucho que quiere estar lejos de ti.
—¿Qué te hace pensar a ti que aceptará a ese idiota como su nuevo padre? ¿Qué crees que lo motivará a irse a un país en otro continente? —había odio en su mirada.
—No me vas a ver la cara de estúpida, James —comenzó a caminar hacia atrás —. Firma eso antes de que se me ocurra otra cosa con la cual demandarte.
—¿Cómo qué?
—¿Qué te parece algo como evasión de impuestos? —le alzó las cejas —. Suerte con ello.
Caminó hacia la salida, meneando las caderas y abriendo la puerta por sí misma, dejándolo solo. James Prawel se pasó una mano por la cara y el cabello. Creía que le saldrían más canas de lo permitido a esa edad. No sabía en qué terminaría todo eso, pero lo que sí entendía, era que Susan no iba a detenerse y él tampoco debía hacerlo si quería quedarse con la custodia de su hijo.
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Violet preparó un pequeño discurso para los alumnos más pequeños. Pasó media hora en el taller de artes con el lápiz en la mano, mientras Zack la miraba sin expresión alguna en su rostro, con el mentón apoyado en su mano derecha.
—No sé cómo empezar, Zack.
—"Bienvenidos estudiantes. Estamos aquí reunidos..."
—Eres genial en esto —lo anotó.
Zack blanqueó los ojos. Parecía aburrido y abstraído. Se limitaba a mirarla escribir y sonreía levemente cuando el mechón rebelde rubio caía sobre su rostro y ella le soplaba, enfadada.
—¿Por qué crees que Carpenter me eligió para hacer esto?
—¿Por qué eres alumna de intercambio? —preguntó este a su vez, como si fuese obvio. El peso de aquellas palabras se posó en sus hombros.
—¿Por qué me hablas tan fríamente?
Él miró la hora en su reloj de pulsera, para luego volver a verla.
—Porque llevo casi dos horas en esta posición.
Ella le tomó la mano y giró su muñeca para ver la hora. Era verdad.
—Lo siento.
Cerró sus ojos un momento y volvió a contemplarla en silencio. La calma se mantuvo presente dentro de esas cuatro paredes. Afuera hacía frío y los ojos de Zack parecían relajados, pero distantes.
Después de trabajar casi una hora en silencio, rascándose la sien de vez en cuando, suspirando o dándoles pequeñas miradas a su novio, por fin preguntó:
—¿Vas a poder asistir verdad? No hay que pagar, ni nada...
—Sí. No me lo perdería por nada.
—¿En serio? —le lanzó una mirada escrutadora.
—Sí. Apostaría a que te tropiezas al subir al escenario.
Violet quiso ver el mundo arder en ese minuto.
—Muy gracioso. Más te vale estar presente.
Se había acercado con una sonrisa. Él la empujó con su dedo índice.
—Ni una palabra más sobre eso. Termina ya.
Violet volvió a morder su lápiz y no, no era por hambre. Era porque sabía que el tiempo correría y pronto sería viernes y tartamudearía frente a toda la escuela que confiaba en ella. Y, lo peor, es que no tenía las 24 horas de los días restantes para aprenderse de memoria el discurso. Y Zack tampoco se veía de ánimos para ayudarla.
—¿Zack?
Pero el chico ya dormitaba de brazos cruzados sobre la mesa. Su ceño y sus labios yacían fruncidos, como si también detestase la idea de dormir.
—Dios.
Se lamentó, pero no lo despertó hasta haber terminado (en teoría, porque sabía que le había salido mal de todas formas).
—¿Vamos ya?
—Eres tan lenta —se quejó Zack, pestañeando varias veces, siguiéndola hacia la salida.
"¿Qué clase de novio eres?", se preguntaba, siguiéndolo con la mirada cuando volvían después a casa.
No hablaron mucho aquella tarde. Él se mostró pensativo, y por lo visto, no quería tocar el tema con ella. Fue parco para despedirse, y pareció que huía de su presencia tras eso.
La entristecía, porque le costaba entender su mundo, a pesar de que intentaba ser fuerte y comprensiva.
Si apenas la ayudó con el examen de química que hubo aquel jueves. Mientras Violet escribía la valiosa información de su nombre, Zack caminaba al escritorio de la profesora y le entregaba su prueba. Siempre parecía ser así.
Violet babeaba por él desde su asiento, porque le encantaba verlo con el ceño fruncido, su mirada penetrante y su prueba completamente rellenada, que de seguro la profesora ya ni revisaba por la costumbre de que sacase 100/100.
"¡Maldito sabelotodo!".
Luego, Zack salió del salón, con aquel cabello negro azabache revuelto, las marcas casi imperceptibles de las cicatrices del pasado, su mirada seria, sus cejas fruncidas, su inexpresividad pura. Le faltaba suspirar por él en voz alta.
Sin darse cuenta, estaba completamente enamorada de aquella frialdad y ni sabía el por qué. ¡¿Por qué de todos los chicos tuvo que gustarle el más frío, inexpresivo y serio del mundo?! "¿Zack Prawel? ¿en serio? ¿no se te ocurrió una idea mejor, Violet?".
—Henley, la mirada en la prueba.
Violet refunfuñó y volvió a enfocarse en la primera pregunta. Entre tanto problema, discurso, novio, no podía ni pensar. Después la profesora se reiría corrigiendo su examen y diría: —¿Qué le vio el mejor alumno de esta escuela a esta pobre tonta?
La hora pasaba y los alumnos fueron saliendo en hilera. Casi crispó cuando la maestra dijo:
—Ya, va a sonar la campana. Entréguenme sus exámenes o les pondré un lindo 0/100 en el libro de clases.
Violet se levantó con la hoja en la mano, enfadada. Iba a pasar de sacarse excelentes notas a tener un "lindo 0/100". Al menos era lindo. Eso le tranquilizaba. Podía usar esa palabra en su defensa, cuando sus padres se enterasen de lo mal que lo estaba haciendo de nuevo.
—Se ha puesto pálida como la niebla, señorita Henley. ¿Estudió?
Y entonces, llegó lo que presentía que diría:
—No vaya a defraudar a su noviecito.
—¿Cómo sabe que tengo novio? —la encaró. Era imposible que los chismes llegasen a los profesores.
"Bueno, más que imposible, suena terrible".
—No hay que ser adivino para darse cuenta —dijo, recibiendo exámenes de los estudiantes, conforme salían de la sala —. Espero que le haya ido bien en este examen.
—Oh, no se preocupe. La sorprenderé.
No quiso adelantarle que le daría un infarto en cuanto viese que terminó dibujando flores y corazones al final de la hoja.
Salió de la sala antes de que ella quisiese seguir haciéndole bromas. El corredor estaba algo vacío. Solo algunos se quedaron a conversar sobre el examen o las alergias de la primavera. Otros, se retiraron como estampida hacia la cafetería.
Kris la estaba esperando contra los casilleros, de brazos cruzados.
—¿Cómo te fue?
—Bien.
Le miró con escepticismo. Ni él le creía.
—Parece que te faltó estudio con Zack.
—Tiene muchas preocupaciones. Nuestras citas de la última semana se han limitado a que él me mire mientras practico el discurso del viernes.
—Él también ha estado ocupado en casa —milagrosamente lo defendió. Violet no quiso ahondar en el tema, por temor a salir perjudicada.
—El discurso del viernes... —comenzó a decir, temerosa —. Estoy asustada. Nunca he hecho algo así.
—Tranquila. Saldrá bien —le consoló su amigo, mirando al frente.
—No soy buena hablando.
Le sacó una sonrisa.
—Si tú no eres buena, entonces el mundo debería estar en modo "mute".
A pesar de sus palabras de apoyo, aun sentía nervios frente al asunto. Su imaginación la traicionaba. De seguro todos los chicos que asistirían se burlarían de ella o se irían parando hasta dejar el auditorio vacío. No había forma de sorprenderlos. Su estadía en Australia no había partido tampoco con el pie derecho. Apenas estaba viendo una pequeña luz en aquella oscuridad aterradora.
—...Y luego elevé todo al cuadrado. El resultado me dio cuatro y tengo dudas porque casi nunca los resultados son números pequeños y cerrados. ¿Qué te dio a ti?
Había vuelto al mundo real, justo cuando entraban por la pequeña puertecilla que los conectaba al casino, apestado de gente.
—Eh... lo mismo.
Kris decidió no tocar más el tema de la prueba. Mientras esperaban en la fila con sus bandejas en la mano, le preguntó sobre cómo iba su noviazgo.
—No lo sé... Zack es algo frío y serio. A veces me sonríe y... me besa —terminó sonrojándose, apartando la mirada —. Pero ha estado apagado últimamente.
Miró a su alrededor. No pudo ver ninguna cara conocida.
—A todo esto, ¿sabes dónde está?
—No. Cuando salí al pasillo, él ya no estaba allí.
Violet se quedó sin aliento cuando escuchó aquello.
—¿Caldo de ave o de verduras?
—Ave —contestó robóticamente. Casi se le cae la bandeja al recibir la sopa. La cocinera le dio una mirada llena de odio; por eso atendió a Kris con furia.
—Zack nunca ha estado del todo "bien". No deberías exigirle ser algo que ni con terapia podría lograr.
—¿A qué te refieres?
Recibió él también su sopa.
—Digo que está en medio de este conflicto con sus padres, ¿entiendes? Se va a salir de control si le exiges mucho.
—Eso lo entiendo. Lo que no entiendo es la parte de la terapia. Estoy segura que si él fuese a hablar con un psicólogo, las cosas mejorarían.
—¿Crees que no lo ha hecho? Hablando con mi madre el otro día, me contó que para el atentado de Zack en el verano, el médico a cargo les dijo a sus padres que debían derivarlo a un hospital psiquiátrico. Adivina qué. La madre de Prawel le dijo a mi madre que habían decidido no llevarlo por su bien, pues creían que se pondría peor si lo trataban como si estuviese loco.
Afirmaron sus bandejas y se acercaron a una mesa vacía, intentando no hacer contacto visual con compañeros de la clase o de cursos superiores.
—Con eso me queda claro que sus padres no tienen idea con qué están lidiando —comentó Kris, apretando sus labios con enojo.
Violet se sentó al rincón de una larga mesa que ya era ocupada por muchachos de último año en la otra esquina, todos usando esos polerones típicos y esas miradas ganadoras que solo un joven de dieciocho años puede poseer. El chico Backstreet estaba allí y la miró de reojo. La rubia lo miró sin disimulo, y él aprovechó de besar a su compañera morena que dejaba descansar sus largas piernas sobre su regazo. Solo puso una mueca de asco, ante su intento por sacarle celos.
—Patético —comentó Kris, quien se había percatado de la situación.
—Claro.
—Y él realmente cree que está siendo un galán —hizo un gesto con sus manos haciendo alusión a que tenía sus genitales pequeños —. Lo sé porque lo vi en el camarín cuando estaba en el equipo de vóleibol.
Ella comenzó a reír mostrando los dientes más blancos y relucientes que había visto en su vida.
—Lo sé —Kris comenzó a reír con ella —. Es graciosísimo. ¡Ironías de la vida!
Violet dejó de reír de a poco, volviendo a mirar a la joven pareja, que se besaba.
—Kris...
Su compañero ya había comenzado a comer. Violet se lo quedó mirando fijo un momento, recordando de súbito algo que le preocupaba.
—Kristian.
—Dime.
Violet se miró las manos.
—Estoy preocupada por Zack. Por más que quiero, siento que este noviazgo que estamos teniendo no es real en su totalidad. Me preocupa su estado.
Kristian dejó de masticar y se quedó un rato mirando su caldo. Al cabo de unos segundos, dijo:
—A veces creo que puede no durar...
—¿Qué? ¿A qué te refieres?
—Te juro que ya no hablo desde los celos. Es solo que... Él vive conmigo ahora. Lo veo siempre. Tú no sabes todo lo que sufre cuando no lo estás viendo.
—¿Sufre? ¿Qué quieres decir específicamente con eso?
Kris parpadeó varias veces, como si hubiese dicho algo que no debía decir.
—Sí, sufre. Hace unos días pasó horas mirándose al espejo con cierta impotencia —bufó —. Luego comenzó a llorar y se escondió debajo de las sábanas por el resto de la tarde. Lleva muchos días desayunando con suerte. No come nada.
—¿Qué?
—Está perdido, Violet.
—No digas eso.
—No sé. Nunca había visto algo así.
—Pero, Kris...
—Tal vez deberías comenzar a entender que no todo en tu vida puede ser una fantasía, Violet.
—No soy esa clase de persona que lanza frases motivacionales como si nada, Kristian, y lo sabes. He intentado ayudar a Zack durante este tiempo con todos los recursos que tengo a mi disposición.
—No hablo de ti solamente, Vi. Esto va más allá del comportamiento de algunos. Esto va por el comportamiento de la sociedad. El sistema social nos inculca tener una manera de vivir sin mirar más que lo positivo. Nos autoengañamos. Zack lo sabe y ha sido la única persona a la que he conocido que valientemente sabe decir que esta forma de pensar es criticable. Es la única persona que ha intentado enfrentar su propio calvario sin barnizar todo con frases bonitas recubiertas en cliché.
Esas palabras quedaron rondando en su cabeza mucho después de lo permitido. Iba a preguntarle algo más, pero Zack apareció frente a su mesa.
—Hola.
Lo primero que le llamó la atención de su rostro fueron sus ojos hinchados y rojos. Parecía acalorado y compungido. Su voz sonaba más apagada de lo normal y movía las manos constantemente. Para mayor sorpresa, se sentó al lado de Kris y escondió la cabeza entre sus brazos, apoyando la frente contra la mesa. No habló nada.
—¿Zack? —se atrevió a preguntar.
El joven se enderezó, estirando un poco sus tensos brazos. Sus ojos parecían estar volviendo a la normalidad poco a poco.
—¿Todo bien? —le preguntó Kris. Fue ignorado completamente.
El casino seguía su ritmo de siempre. Lleno, bullicioso, ese olor a comida recalentada. Violet ya no podía comer. Era como si su apetito se hubiese esfumado en cuanto le vio la cara al joven.
—Zack, ¿estás...?
—No quiero hablar ahora, Violet.
Kris se encogió ante ese tono de voz. Era como el comienzo de una pelea nocturna entre gatos salvajes.
—¿Por qué?
—Simplemente no quiero.
Era tan duro para hablar que Violet se sintió compungida. Quería llegar a él, pero no sabía cómo. No sabía si era su corta edad, su inexperiencia o su inmadurez, pero sentía que jamás iba a saber cómo entenderlo por completo. No era psiquiatra, después de todo.
—Zack.
—No lo intentes, Violet —sus mejillas temblaron al decir aquello —, ya te dije que no me gusta que te involucres demasiado en mi vida.
—Pero soy tu novia.
Zack negó con la cabeza y, sabedor de que las lágrimas amenazaban con cubrir sus párpados, se levantó y salió de la cafetería. Violet iba a seguirlo, pero Kris la detuvo y le pidió que lo dejase en paz, que necesitaba estar solo. La muchacha se sentó no muy convencida, sintiendo un nudo en su estómago.
—No sé qué más hacer por él. Siento que se me está escapando de las manos. Que ahora tengo que cuidar cada cosa que digo o hago para no dañarlo. Eso no está bien y el tiempo se nos agota. No puedo volver a mi país sabiendo que lo estoy dejando solo a su suerte. No sobrevivirá.
—Seguro que él ya te lo había dicho antes y tú vienes a darte cuenta ahora.
Y efectivamente lo había hecho. Se lo dijo la noche en la que se besaron.
—Existen otras maneras de demostrar que te preocupas por Zack. No tienes que ser su novia.
—No puedo terminar con él, Kristian. No puedo porque le quiero y... en el caso que no lo quisiera, romper con él le partiría el corazón.
—¿De verdad crees que es buena idea quedarte a su lado? Terminarás enfermándote.
Ella cerró los ojos y respiró profundo.
—Me quedaré. Nunca renunciaré a él. Ni en un millón de años, ni por nada del mundo. Él me necesita.
—He ahí el problema. Él no debería necesitarte.
Las lágrimas se colaron en las pestañas de Violet y se vio obligada a mirar un punto en sus manos para aguantar el dolor que aquellas palabras reales le producían. Kris calló y no volvió a mirarla, sabedor de que si lo hacía, rompería en llanto.
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Cuando sus padres comenzaron a llevarse mal, todo lo golpeó más duro. A veces, durante las noches, abría la ventana y reía en el aire nocturno, pensando que el eco de esa risa haría pensar a algún desconocido que él era feliz. Sin embargo, con el pasar de los años, seguía manteniéndose vivo, pero no lo sentía. Llegaba un punto en que ya no sentía nada. Un muerto entre los vivos.
Para cuando llegó el día de la disolución del matrimonio, Alban, el conductor de su madre, lo trajo hasta el Juzgado de Canberra y se estacionó en medio de una oscuridad solitaria, con el horizonte de la ciudad de fondo, una canción antigua en el radio, el silencio de Alban y el saber que en ese juzgado nadie sabía quien era. Zack levantó su cabeza y miró a través del vidrio polarizado aquellas puertas giratorias de la entrada, donde dos guardias fornidos estaban de pie, quizás desde hace horas. A pesar de que los vidrios estaban todos cerrados, lograba escuchar las brisas de la noche y el tráfico sigiloso que iba en dirección a barrios residenciales. Eran casi las diez de la noche y conocía todos los ruidos de la ciudad, porque ya hacia meses que no dormía plácidamente como antes.
—¿Quiere que entre con usted? —le preguntó el hombre cuando notó que estaba tardando mucho tiempo en decidirse a bajar.
—No. Voy a entrar solo.
Entonces, abrió la puerta y el aire helado le revolvió el cabello. Su cabeza se echó hacia atrás para ver la cima de ese edificio de arquitectura europea, allí donde los sueños se rompían y las esperanzas se esfumaban. Nunca un edificio le había parecido tan triste.
El aire fresco de la noche le rozó la piel con suavidad con cada paso que daba hacia la entrada. Le pidieron su identificación antes de empujar esas puertas giratorias que lo trasladaban a un hermoso pasillo, decorado con antigüedades y tonalidades doradas y rojizas. Todo era muy ordenado y pacífico, como si quisieran distraer a las personas de lo que realmente sucedía dentro de las salas del juzgado. Un hombre de traje lo esperaba en el ascensor, seguramente por órdenes de su padre. Una vez allí, el dolor le subió de nuevo como una repentina marea. Se sintió abrumado y algo intimidado con el hombre de dos metros que lo acompañaba en ese pequeño elevador. Su rostro se giró un poco hacia el vidrio y pudo ver su cara pálida reflejada allí, con unos ojos oscuros bien abiertos, pero melancólicos. El destino estaba más que aceptado, suponía.
El ascensor se detuvo en la planta 5. Zack salió primero apenas las puertas se abrieron, quedándose un rato quieto, sin saber si su opinión sería escuchada por el juez. No sabía si era correcto lo que pensaba decir allá dentro. Se decidió. Caminó irguiendo su espalda y apretando sus puños. En cámara lenta, sus pasos golpearon el piso antes de detenerse frente a la entrada de dos puertas, la sala C-03. Sin hacer esperar a nadie, un guardaespaldas se la abrió, dejando ver su presencia. Era un juicio privado, pues adentro solo estaban sus padres, sus respectivos abogados y un juez que le sonrió amablemente, enseñándole la silla que estaba al lado de su estrado, pidiéndole por favor que pasara y tomara asiento.
Susan observó a James y lo taladró con la mirada. El hombre se abotonó el traje e intercambió una mirada con su abogado, que le aseguraba que todo saldría bien. Las puertas fueron cerradas apenas Zack tomó asiento, haciendo un esfuerzo por no descarrilarse. Sabía que su organismo no estaba respondiendo bien a todas esas causales. Su mente le susurraba cosas ilegibles, lo que le provocaba temor. El viaje sin retorno estaba comenzando.
—Primero, hablaremos de las propiedades, para luego dar paso a las empresas y finalmente a la custodia del único hijo concebido por este matrimonio: Zack James Prawel.
El muchacho volcó los ojos, detestando que su segundo nombre fuese el mismo de su padre.
—Entonces, comencemos con las propiedades. ¿Cuántas son?
El abogado de James se levantó, abotonándose el traje. Traía el cabello engominado.
—Seis propiedades, señor, contando en la que actualmente vive la familia.
La señora Prawel estiró su cuello. Usaba un vestido verde oscuro, apegado a su cuerpo y el cabello amarrado en un tomate alto, sin gel. Sus ojos venían maquillados de negro, lo que hacía ver su mirada mucho más intensa e intimidante.
—¿Hay acuerdo con respecto a las propiedades?
—Ambos decidieron dividirlas tres y tres. La casa en la que actualmente viven quedará en manos del señor James Daniel Prawel, aquí presente, debido a que la señora Susan Eloise Prawel ha decidido irse a vivir a México, según sus últimas declaraciones.
—Objeción —alzó la mano la mujer, ofendida —. Deje de llamarme "Prawel".
—Técnicamente aún estamos casados —le gruñó James. Provocó que el juez tuviese que tomar su martillo y golpear la mesa y hacerlos callar a ambos. Zack volcó los ojos, cruzándose de brazos. Cuando todo estuvo en silencio, el juez, un hombre bastante canoso y algo mayor, volvió a retomar el hilo de la discusión.
—Entonces, el tema de las propiedades queda sellado —firmó algo en una hoja —. Empresas, ¿cuántas hay y qué decidieron?
James Prawel se levantó.
—Todas son de mi propiedad, señor, pero decidí ceder tres que tengo en los Estados Unidos de América a Susan.
La mujer sonrió de lado desde su asiento, observando sus uñas pintadas a juego con su traje.
—¿Tres en total?
—Tres en total, a excepción de una grande que está en manos de mi padre —repitió, observando cómo lo redactaba en la hoja —. Las de Rusia están a manos de mi padre también y...
—¿Nombre de su padre?
—Daniel Cyril Prawel, señor.
—¿Hace cuánto que él maneja sus empresas en Rusia?
—Unos diez años —contestó, pensativo —. Las de Australia las manejo yo.
—¿Cuántas aquí en Australia?
Alzó el mentón con supremacía.
—Más de 150 centros, aunque diez son las empresas grandes que manejan todo.
Su mujer puso los ojos en blanco al mismo tiempo que Zack.
—Muy bien —se giró hacia la señora —. Señora Prawel, ¿está usted de acuerdo con esto?
La mujer no parecía muy convencida, pero asintió con la cabeza. James Prawel respiró aliviado ante el gesto.
—Bien, pasamos al siguiente tema. Su hijo, Zack James Prawel, se quedará con...
—Conmigo —dijeron los dos a la vez.
Los abogados se miraron y el juez alzó la mandíbula, juntando sus manos sobre el mesón.
—Veo que aquí no hay nada decidido —cerró los ojos un momento —. Voy a proceder a escuchar a ambas partes. El abogado de la dama primero, por favor.
El abogado de Susan sonrió de lado y se colocó de pie, sacando pecho.
—Según lo hablado con mi clienta, ambos llegamos a la conclusión que Zack James Prawel, aquí presente, debería quedarse con su madre porque está por formar una nueva familia estable en México. Tendrá un hogar bien constituido y se le garantizará una educación digna y de calidad como cualquier joven de su edad merece, además de clases de español que le brindarán, además, el plus de hablar un idioma más. Será el comienzo de una nueva vida con nuevas oportunidades, algo que Susan cree que su hijo necesita.
Zack entreabrió los labios, sin poder creer lo que acababa de escuchar. No pudo decir nada, pues el juez le dio la palabra al abogado de James Prawel, Murat, quien se colocó de pie de la misma manera en que Wladimir Fury lo había hecho.
—Comenzaré diciendo que mi cliente, James Prawel, acepta que ha cometido errores y no ha sido el padre que ha querido ser para su hijo aquí presente, ya sea por culpa del trabajo y la infidelidad de su esposa, lo que ha provocado este divorcio. Sin embargo, según sus propias palabras, mi cliente está dispuesto a comenzar de cero con tal de tener a su hijo cerca. Quiere que siga teniendo su vida normal aquí en Canberra, con sus amigos, su escuela y el hogar que lo vio crecer. Todo seguirá como antes.
Zack se agarró la frente. Si la vida seguía como antes, pues no quería ser parte de eso. Sus padres no tenían idea de lo que él realmente quería, podía verlo en sus miradas. Había impotencia, celos, envidia, enojo. Solo querían ganarle al otro, eso era todo. Comenzó a raspar la mano contra la parte de abajo del escritorio en donde estaba sentado, más el llamado del juez lo detuvo.
—Zack Prawel, ¿puede ponerse de pie?
Su mano adolorida tembló, al igual que su débil cuerpo. Se levantó con los ojos llorosos, a pesar de que quería trasmitir seguridad.
—Si bien es cierto, Zack James Prawel tiene diecisiete años, por lo que tiene que vivir bajo la tutela de un adulto hasta cumplir los dieciocho, como manda la ley.
Sus dos padres asintieron, ambos de pie, nerviosos ante la decisión del juez.
—Pero, por otra parte, los hijos pueden decidir con quién vivir desde que cumplen los doce años, porque se piensa que tienen la capacidad para decidir cosas como éstas.
Su cuerpo se inclinó hacia el muchacho que mantenía la mirada fija en el escritorio que tenía por delante.
—Joven...
Zack lo miró, asustado.
—Está en sus manos decidir con quién de sus padres quedarse.
Los miró seriamente a ambos, lo que le pareció que le tomó una eternidad. Respiró varias veces hondamente, para intentar calmarse y ordenar sus pensamientos.
—No quiero quedarme con ninguno de ellos —dijo al fin.
Su madre se irguió instintivamente y miró con sorpresa a james, quien se veía igual de atónito. —¿Qué?
—¡Zack!
El adolescente miró al juez.
—Mis razones son múltiples, su señoría: Mentiras, falta de apoyo y preocupación, falta de cariño, violencia, falta de comunicación y muchas otras razones de las que usted ya está al tanto. No quiero quedarme con ninguno de ellos, por favor.
—¿Dónde te estás quedando? —le preguntó el juez, sospechando algo.
—En la casa de un compañero de curso.
—¿Ellos te mantendrán?
Calló. No lo harían para siempre.
—No lo harán, su señoría —respondió el señor Prawel por él —. Debe decidirse por uno de los dos, ¿no es así?
El hombre alzó la mirada hacia las luces que iluminaban la sala.
—No necesariamente. Le daré veinte días al muchacho para que se decida, incluso si tiene la decisión ahora. Mientras tanto, ustedes dos pueden firmar los papeles del divorcio. He dicho —golpeó con su martillo y la sesión terminó. Apenas se cerró la sesión, Zack abandonó su lugar entre lágrimas, con pasos acelerados. Su madre lo llamó por su madre y salió tras él, lo que obligó a Zack a comenzar a correr en cuanto abrió las puertas que daban hacia el corredor. Susan corrió tras él, llamándolo. Más atrás venía su padre enojado, intentando no perderlo de vista. Había salido corriendo hacia las escaleras de emergencia y había podido verlo llorar.
—¡Zack! —corría Susan, mirándose los tacos, preocupada de caer —. ¡Zack!
James corría tras ella, con los guardaespaldas pisándole los talones. Su hijo seguía corriendo y no se detuvo ante ningún llamado.
—¡Deténganlo!
Corrió por los salones del primer piso. Los guardaespaldas no supieron actuar ante tan caótica situación. No estaban hablando de un ladrón que se daba a la fuga. Era solo un niño que lloraba, intentando arrancar de las uñas largas de su madre que quería alcanzarlo.
—¡Para! —gritó desesperada cuando lo vio salir por las puertas giratorias en dirección a la calle.
Alban terminó de fumarse un cigarro cuando lo vio salir. Abrió la puerta del automóvil, pero el joven ni se detuvo a verlo, sino que siguió corriendo hacia el frente. Escuchó unos gritos de mujer y pudo ver a la señora Prawel saliendo por las puertas con James Prawel detrás, siguiéndoles con un trote perruno.
—¡Zack!
El muchacho, entre agitado y confundido, cruzó la calle en medio de la noche sin ver que un carro se aproximaba. Se oyó el frenazo a tiempo y una bocina que se propagó por toda la oscuridad. Asustado ante las luces blancas frontales, se quedó inmóvil por medio segundo mientras el conductor gritaba blasfemias por la ventana. Con los ojos muy abiertos, su boca se entreabrió, justo cuando captaba los pasos de su madre acercándose. Sin perder tiempo, sus piernas volvieron a moverse, retomando su arranque calle arriba, desapareciendo en la oscuridad de una capital viva, pero solitaria, dejando atrás los gritos que decían su nombre y los pasos de dos padres desesperados por hacerlo entrar en razón.
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