Capítulo 44
La música terminó y las parejas aplaudieron satisfechas ante el DJ, quien anunció que pondría otra canción clásica de Elvis Presley, pero más movida. Zack y Violet se miraban uno al otro, sin pestañear, en medio de un mar de aplausos y risas, justo cuando comenzaba a sonar Jailhouse Rock, del mismo cantante.
—¡Mi turno!
Kristian corrió y se deslizó por el pasamanos, asustando a los estudiantes que bajaban y subían las escaleras. Zack se giró y alzó sus manos, derrotado.
—Es toda tuya.
—No hablaba de ella.
El rostro de Zack se desfiguró cuando le vio correr hacia él.
—¿Qué?
—¡Vamos a hacer que Zack Prawel mueva ese esqueleto!
Se abalanzó a sus brazos.
—¡Kris! —exclamó Violet, haciéndose a un lado.
Kris tomó la posición masculina, colocando su mano sobre la cadera de Zack. Este sorprendido, no pudo ni articular palabra.
—Sería mejor con una salsa o un merengue —comentó el chico de lentes en voz baja, meneándose, mientras Zack le alzaba una ceja, sin poder creérselo.
Violet se llevó las manos a la boca, riéndose.
—Vamos, Zack, no seas tan cascarrabias —chilló Bailey.
—Yo no...
Lo lanzó hacia atrás antes de que terminase de hablar, como él había hecho con Violet. La muchacha se asomó para verle la cara.
—¿Cómo está el tiempo allá abajo?
Zack la fulminó con la mirada, divertido, justo cuando Kris lo atraía a su posición recta y comenzaba a mecerse, moviendo sus caderas. Zack retrocedía, pero no podía soltarse.
—Kris...
—¡Nada de parloteo!
Lo hizo girar de adentro hacia afuera, en lo que aprovechó de soltarse. Varios hombres de último año miraban atónitos la escena, entre riendo y sorprendidos.
—¡Dale, Zack! —Kris hizo como que le lanzaba un lazo y lo atraía hacia él.
—Creo que el ponche te hizo mal —dijo éste, sin moverse.
Kris comenzó a reír con ganas, volteándose hacia Violet.
—¿Mi pareja entonces? —preguntó, admirando el vestido pin up morado de Violet. La chica asintió, sin antes mirar a Zack como si le pidiese permiso. El joven alzó las cejas.
—Diviértanse.
Se alejó con una sonrisa hacia las escaleras, justo en el momento en que Kris la tomaba entre sus brazos y comenzaban a mecerse con bastante energía. Todos en la pista reían, bailaban o saltaban sintiendo los ritmos de los 50 que jamás pasaban de moda. Violet recordaba a su Boppa y pensaba en lo feliz que estaría si la viese bailar así. Su abuela ya difunta, Theresa, adoraba a Elvis Presley en sus años de juventud.
—Eh, Zack.
El muchacho no alcanzó a subir la escalera completa cuando Carol se le cruzó en el camino. Llevaba un vestido rojo con una tela negra encima que le daba un aspecto lúgubre, como de noche de terror. Fanny había estado comparándola con una dama de una mansión vampírica y no había dejado de reírse junto a Rosie desde la oscuridad de las mesitas de los aperitivos.
—Oh, hola —saludó Zack, pensando en otra cosa.
No pudo evitar mirarla dos veces. La chica pensó que a él le había gustado su apariencia.
—¿Te gusta mi vestido?
Zack frunció el ceño e intentó sonreír.
—Muy innovador.
No se le ocurrió un mejor halago.
—Gracias —sonrió ella —. Me gusta cómo te ves también. Si estuvieses en el comité periodístico podrías usar esmoquin más seguido. Ya sabes, para las presentaciones, digo yo.
—No me interesan mucho los clubes. Ya te lo había dicho.
Carol comenzó a juguetear con sus dedos, hinchados por el frío.
—Pensé que no venías —aclaró la garganta —. Te vi bailando con Violet.
—Ah, sí.
—¿Viniste para poder bailar con ella?
La apuntó en la pista de baile y Zack no pudo evitar darse una vuelta para poder verla nuevamente. Estaba dando giros y riendo como una lunática junto a Kris. El vestido se les había subido a los muslos y ni cuenta se había dado.
—Solo nos topamos y la invité a bailar una canción lenta.
Aquella excusa no la convencía.
—Violet usando un vestido violeta —guiñó un ojo con una pizca de ironía —. "Qué innovador".
Había imitado su tono de voz cuando se refirió a su propio vestido.
—Carol.
—No, entiendo. Mi mamá también dijo que este vestido era horrible, pero siento que cumple con mis gustos. Si a mí me gusta, ¿por qué me importa tanto lo que piense la gente entonces?
—No lo sé. Si lo supiera, yo también me sentiría mucho mejor —subió un escalón más, pero ella se interpuso.
—No pensé que bailabas, Zack.
—Hay muchas cosas que no sabes sobre mí —le cortó, alzando la barbilla.
—Me gusta esa aura de misterio —le susurró, sonriendo coquetamente.
Él intentó soltarse el lazo, sintiendo asfixia.
—Carol...
—¿Quieres bailar conmigo?
—Ahora estoy evitando el baile —le sonrió falsamente —. Los bailes movidos no son lo mío.
—Oh, ya vas a comenzar a excusarte. ¿Qué hay de malo de bailar conmigo?
Los ojos de Zack se abrieron más cuando ella le tomó la mano, suplicándole que solo bailara una canción con ella. Intentó reclinarse hacia atrás, pero ella apretó su mano y la atrajo contra su busto.
—¡Di que sí, Zack! ¡Ándale!
Antes de que pudiese contestar, Alice se apoyó contra la baranda y lanzó una carcajada.
—¡Después de estar toda la secundaria enamorada de él por fin te confiesas!
Avergonzada ante la revelación descarada de su secreto, soltó la mano del muchacho y éste no perdió tiempo para subir de dos en dos las escaleras y perderse entre la multitud. Furiosa, se volvió a mirar a Alice, notoriamente ebria. Sus mejillas tenían manchas rojas y sus pupilas se habían dilatado. Llevaba una sonrisa boba entre los labios.
—Parece que las conquistas no son lo tuyo —agregó en un tono burlón.
—Oh, cállate Alice. Al menos a mí no me echarán del baile por emborrachar a la mitad de la escuela.
—Bueno, al menos ya he disfrutado más la noche que tú.
Carol apretó los labios e infló los cachetes, abriéndose paso bruscamente entre los estudiantes, desapareciendo de su vista. Alice sonrió e intentó buscar a sus amigos con la mirada. Además de Miller y Kobrinsky, Violet y Kris también estaban en la pista de baile, ambos ahora bailando más de cerca. Había comenzado otra de esas canciones románticas que el DJ había dejado para el final. Las luces bajaban de intensidad y las parejas se apegaban más. Violet y Kris mantenían cierta distancia y ella no dejaba de tirar la cabeza para atrás, abrir los brazos como una golondrina que emprende un vuelo y girar entre sus brazos, sintiéndose libre.
Por primera vez, sintió envidia de alguien. Envidia real, no de la que sientes por un instante sobre la hazaña que logra alguien más y tú no. No. Sintió envidia de la vida de un tercero y se odió por hacerlo. Al mismo tiempo que ese pensamiento cruzaba su cabeza, buscó a Zack con la mirada. Lo vio caminando lentamente junto a las barandas de la segunda planta, mirando hacia abajo. Las parejas llamaban particularmente su atención. O quizás solo una, pues en un momento se detuvo, cuando Violet giraba junto a Kris, ambos riendo como si jugaran a la ronda infantil. Una imagen en cámara lenta, que extrañamente le sacó una lenta sonrisa melancólica. Al cabo de un minuto, el muchacho abandonó su posición y se fue a casa con lágrimas en los ojos.
Pronto, Alice hizo lo mismo.
-xxx-
Había dejado el despertador puesto a las siete de la mañana, aun sabiendo que se arrepentiría de hacerlo. La alarma sonó al menos un minuto hasta que su mano se decidió por apagarlo. La resaca le había caído encima con el peso de un elefante africano maduro, y apenas pudo levantarse. Caminó al baño, y sus ojos apenas se abrieron, a pesar de lo horrible de su aspecto. Cabello desordenado, ropa sucia, piel pálida de vampiro y las ganas de vomitar que no se iban ni con el mejor de los desayunos. Se duchó y se vistió con una sudadera blanca y un pantalón de licra negro para hacer deporte. Se colocó los auriculares y salió de casa antes de que alguien lo viese y se atreviese a detenerlo. No solía hacer deporte, pero ese día necesitaba correr contra el frío viento, pues creía que era la única forma de despejar su cabeza de tanta preocupación.
Fatigado, comenzó a sentir un fuerte dolor en su pecho que lo obligó a detenerse contra un árbol. Sus brazos y piernas temblaron, apoyando la espalda contra su frágil tronco; intentó recomponerse.
Pero entonces, su celular comenzó a sonar.
"Papá", leyó en voz alta, mordiendo su mejilla por el interior. Sabía que esa llamada sería un reto, pues había salido de casa sin avisar.
—¿Diga?
—¿Dónde estás?
Zack frunció el ceño.
—Buenos días para ti también, papá.
—Te pregunté dónde estás —le dijo.
Zack suspiró.
—Estoy trotando.
—¿Trotando? ¿Estás loco? —escuchó cómo se exasperaba —. No llevas ni dos semanas sin muletas y ¿ya te estás agitando? ¿No recuerdas nada de lo que dice el médico?
—Estoy bien. Necesitaba aire fresco.
—No te hagas el listo conmigo.
Hubo un silencio hasta que el hombre volvió a hablar.
—¿Puedes ir a mi oficina?
Zack había estado pocas veces en el edificio lujoso en el cual trabajaba su padre. No le gustaba ir, porque sus trabajadores comenzaban a tratarlo como a un rey. A él no le gustaba esos tratos. Ni siquiera le gustaba que Laura, su sirvienta, cocinase por él o que el chofer lo movilizara por la ciudad. Era una vida que no disfrutaba del todo, pues sentía que no merecía ese trato. No era nadie especial para que la gente hiciese cosas por él que él mismo podía hacer.
—¿Qué es lo que quieres? —interrogó con voz firme.
—Necesito hablar contigo de algo importante.
—¿Es sobre el divorcio?
—Solo... ven.
—Me siento decaído. Anoche salí a una fiesta de la escuela, ¿lo olvidas?
—Entonces podrías haber dormido hasta tarde. ¿Por qué sales a trotar cuando sabes que no debes? —su voz comenzó a subir de volumen —. ¿Quieres desafiarme o algo así otra vez?
—No.
—Perfecto. Entonces te quiero aquí en menos de cuarenta minutos, ¿escuchaste? —lanzó un bufido —. Y no le digas a tu madre.
Colgó antes de oír otro reproche. Zack se guardó el teléfono en el bolsillo del pantalón y alzó la mirada hacia el amanecer. Era un nuevo día y ya todo parecía estar saliendo mal. Era como si la conversación que había tenido con su padre antes había desaparecido. Como si jamás hubiese existido.
Caminó hacia el borde de la acerca y se detuvo al oír el rugido del motor de un auto. Una luz blanquecina, un grito ensordecer, el claxon invadiendo cada centímetro de su oído, las llantas frenando contra el suelo. El golpe. Y vaya qué golpe.
Retrocedió y, con la respiración acelerada, se volteó alerta, aunque no había nadie allí. Sentía un nudo en la garganta, aunque no había nadie allí. Quería llorar y correr, aunque no había nadie allí.
Estaba traumatizado al creer que alguien se atrevería a empujarlo a la avenida otra vez, por lo que sacó su celular y le pidió a Alban, el conductor del carro de su madre, que viniese a recogerlo. Entregó las coordenadas y, con lágrimas en los ojos, esperó.
Al cabo de un rato que se le hizo eterno, vio a lo lejos el carro. Se paseaba por la ciudad llamando la atención de los pocos transeúntes que transitaban aquella mañana, la mayoría paseando a sus mascotas o haciendo ejercicio. Se estacionó y colocó las luces intermitentes. Alban se bajó para abrirle la puerta, pero Zack la abrió por sus propios medios.
—No debería agitarse, señorito Prawel.
—Puede llamarme Zack —le dijo, esperando que lo tomase en cuenta. Ambos se subieron —. Y me encuentro bien, no se preocupe.
—Está bien —aclaró la garganta.
Venía vestido con un traje de supuesto conductor, pero que lo hacía parecer más como un integrante de la Armada. Zack no hizo comentarios y se colocó el cinturón de seguridad.
—Entonces, a la oficina de su padre —dijo.
—Sí, gracias.
Demoraron menos tiempo del que hubiese querido. Zack esperaba que hubiese tráfico o algún accidente de tránsito, pero no hubo nada. Era temprano y todo estaba en completa armonía. Parecía una ciudad fantasma.
Alban se dirigió a la sede principal de la empresa multinacional de James Prawel. El enorme edificio se alzaba como una pirámide gris al cielo. Tenía más de veinte plantas, lleno de vidrios y fierros firmes que lo hacían ver aún más poderoso, como en las películas. Aparcó en la calle frente a la entrada. Gente vestida impecablemente entraba y salía por las puertas giratorias y acristaladas de la entrada. Había un reloj anunciando que serían pronto las nueve menos cuarto de la mañana.
—¿Quiere que lo espere, señor...?
Se detuvo, como si fuese una falta de respeto llamarlo por su nombre.
—Zack —le dijo con seguridad, mirando a través de la ventanilla —. Dígame Zack.
—Está bien, Zack. ¿Lo espero?
Seguía con esos modales ridículos.
—Sí, por favor.
Abrió la puerta sin mirarle y se bajó con cuidado. El edificio le resultaba francamente intimidante cuando miró hacia la cúspide. Una brisa le puso los cabellos de punta, más al pensar que el dueño de todo eso lo estaba citando en su oficina. Su propio padre. Caminó apretando sus puños, preguntándose a sí mismo si hubiese sido mejor idea haber vuelto a casa y ponerse una ropa que hiciese juego con los trabajadores del lugar. Pero, después recordó que aun así no pegaba con ninguno de ellos. Dentro, todo era lujoso, de piedra blanca y cristales. Había carteles de comerciales de cosméticos que los publicistas de su compañía realizaban por todas partes, lo que ya se asemejaba a una pesadilla, por lo que trotó al mostrador para verlas lo menos posible.
—Buenos días —saludó con cara de pocos amigos.
La señorita del mostrador, una pelirroja con una sonrisa falsa, quizá por ese labial rojo tan cargado que llevaba, se giró hacia él.
—¿Necesita algo?
—Vengo a ver al señor James Prawel.
Ella frunció el ceño.
—Está ocupado.
—Él me llamó.
—¿Tiene una cita con él?
—Soy su hijo.
Ella no pareció creerle. Seguramente estaba esperando a un chico rubio, vestido de traje, con el cabello engominado y soberbio como un político. Tal vez por eso fue por lo que agarró el teléfono y llamó a alguien para corroborar la visita. No escuchó su cháchara por el ruido de las conversaciones y tacones que se hacían presentes en la primera planta, pero adivinó por su cara que se había quedado sin palabras.
—Puede pasar. Piso veinticuatro. Hable allí con la secretaria.
Asintió y sin dar las gracias caminó hacia el ascensor. Comenzaban a dolerle las articulaciones debido al trote, lo que una vez más le dio la razón a su padre. Prefirió tragarse el dolor y actuar como que nada había pasado, pues, si su papá se enteraba, lo reprendería frente a todos y volvería a sentirse superior.
Las puertas del ascensor se abrieron como si fuesen dos cortinas de seda, dándole visión de otro gran vestíbulo lleno de lujos. Se acercó al mesón otra vez.
—Hola, tengo una cita con mi padre, James Prawel.
—¿Su padre? —dijo la señorita, sin duda divertida.
Zack alzó el mentón.
—¿Algún problema?
Cuando notó su mirada se dio cuenta que no cabía duda de que fuese él su hijo.
—No hay problema. Firme aquí y espere en los asientos. ¿Le puedo ofrecer algo? ¿Agua, té, café...?
—Estoy bien —contestó, firmando el libro de visitas y yéndose a sentar. No estaba de humor para tratar con gente inmaculada y llena de arrogancia. Las dos chicas del mostrador comenzaron a hablar sobre él. Un chico de cabello negro desordenado, vestido con ropas de deporte... no era precisamente lo que esperaban cuando se hablaba del "hijo de James Prawel". Por el contrario, su padre salió impecablemente vestido desde una sala de reuniones con paredes de vidrio, con mesas y sillas a juego y todo súper moderno. Salió hablando con una rubia joven y un afrodescendiente bien vestido. Hablaban de finanzas, de proyectos en Rusia. La chica rubia que sostenía la libreta hablaba en ruso con él.
—Oh, Zack —revisó la hora en su reloj de pulsera —. Llegaste más temprano de lo que pensé.
—Sonabas urgido —contestó con sarcasmo, llamando la atención de sus colegas. El hombre, un tanto incómodo, se despidió de ellos con cierta frialdad para luego invitarlo a pasar a su oficina que se encontraba al final de ese largo pasillo. James Prawel caminó por delante de su hijo, alzando el mentón y saludando a quien se le cruzase con un ademán. La puerta de su despacho estaba entornada, por lo que solo le dio un pequeño empujón para entrar. Tal como la última vez que había ido, todo seguía ordenado y amplio, quizá siendo demasiado grande para que solo esté una persona allí. Era como del tamaño de su sala de clases.
—Algún día, esta oficina será tuya.
Zack frunció el ceño, girándose hacia él.
—¿Qué?
El hombre comenzó a reírse.
—Es demasiado bueno para ser verdad, ¿no? —se sentó en su escritorio, elegante y confianzudo. Le señaló el asiento de cuero negro frente a él —. Toma asiento, hijo. ¿Quieres un dulce?
—No, gracias.
Cuando se sentó, reparó en la ropa que llevaba.
—¿No te pudiste ir a cambiar?
—Alban me trajo —ocupó como excusa.
—Ah, ¿te está esperando abajo?
—Sí.
No pareció importarle, seguramente porque era el chofer de su madre.
—No te pude ver desde ayer —cambió el tema —. ¿Cómo te fue?
Zack recordó los sucesos de la noche anterior.
—Bien.
—¿Hay algo que quieras contarme?
—No... no lo creo.
—Bueno —se recostó en el asiento, acariciándose la barba de hace tres días —. Efectivamente te llamaba para hablar el tema del divorcio.
—Papá, ya tuvimos una conversación de este estilo hace...
—No quiero volver a tocar ese tema —su frente se arrugó —. Este es un tema común de adultos.
—¿Quieres que te dé mi opinión?
—No del todo —confesó, entrelazando sus dedos y colocándolos firmemente sobre ese escritorio de madera negra —. Es una decisión que tomé con tu madre. Pero... el tema que nos complica es con quien te quedarás.
Zack parpadeó, dejándole hablar.
—Sinceramente, creo que deberías quedarte conmigo. Has vivido en ese apartamento toda tu vida. Además, considero que tu madre es un pésimo modelo para seguir.
—¿Y tú no?
Su pregunta lo dejó marcando ocupado. Sus ojos lo miraban de una manera intensa y misteriosa. No pudo responder en seguida porque simplemente esperaba aceptación.
—¿Qué?
—Mamá puede ser todo lo que tú quieras y estoy de acuerdo, pero tú no eres precisamente lo que yo busco ser de adulto.
—¿Qué dices?
—Lo que escuchaste, papá. No quiero ser como tú. ¿Crees que enseñándome este edificio o diciéndome que este despacho será mío me hará cambiar de opinión?
—No. La verdad es que creí que la conversación que tuvimos esa noche...
—¿Esa noche?
James hizo una mueca extraña con los labios, como si hubiese comido limón. Se sentía acorralado.
—Conozco tu opinión sobre mi trabajo y mi vida y lo entiendo. Esta vida no es mi vida. No está ni siquiera cerca de lo que me gustaría que fuera. Tú no lo sabes porque la comunicación entre nosotros es casi nula, pero yo adoraba nuestra vida, realmente la adoraba. Aquellas tardes comiendo helado o jugando a la pelota contigo en el parque eran lo más importante en mi diario vivir, lo juro.
Sintió que se ahogaba y le costó continuar.
—Pero también sé que tengo un deber y un don en este rubro. Sabía que mi familia era primero y que quería darles todo y por eso trabajé y trabajé porque quería algún día verte desplegar las alas. ¡Nunca imaginé que estarías quejándote noche y día, maldita sea!
Zack se quedó boquiabierto y sintió que el estómago se le revolvía.
—¿Es que no lo comprendes, papá? —se lo quedó mirando a los ojos por un instante —. Para mí era más importante estar contigo que todo ese dinero... Para mí siempre fue más importante la familia que el bienestar económico. ¿Cómo es que no te das cuenta de que yo no soy el tipo de hombre que solo acepta la vida que tuvo y no cuestiona nada?
—No le estás dando una chance, Zack. No me estás dando a mí una chance. Quiero ser un mejor padre para ti.
Sus ojos se habían tornado vidriosos.
—El afecto no se compra, papá —susurró, cabizbajo.
—Lo sé y por eso... —el mentón le tembló —. No quiero que otra persona te dé lo que yo podría haberte dado antes.
El muchacho levantó la cabeza sabiendo perfectamente a quién se estaba refiriendo.
—Egoístamente, no quiero que después de que eso ocurra me mires con desprecio o no quieras volver a saber de mí.
—Papá —también sentía que estaba a punto de romper en llanto —. Jamás podría hacer eso.
—No lo sabes, Zack. No puedo verte crecer y no poder ser más parte de ello. Verte convertirte en adulto y no poder... Dios, Zack, no tienes idea lo que sería de mí si yo no pudiese estar ahí cuando te cases o tengas hijos. ¡Quiero ser parte de todo eso! Aunque no me creas, tengo muchas ganas de ser abuelo algún día.
Zack sintió que el pecho se le comprimía y tuvo que agachar la cabeza para lograr llorar un poco. Sentía que se estaba quedando sin aliento y no podía hacer nada más que escucharlo.
—Ahora mismo siento que hay una barrera de cemento entre nosotros, hijo. No tienes idea de lo mucho que eso me frustra, más todavía sabiendo que todo es mi culpa.
Una lágrima le cayó y se la secó con el pulgar enseguida.
—La otra noche, cuando me dijiste que esa niña era la que te estaba cambiando la vida a mejor, no me hizo sentir feliz. Esa amistad te está jodiendo la vida, porque ella no te está dando nada. Lo único que he visto es que te cuestiones más la vida que tienes y... eso que dijiste de querer acabar con todo, ¡madre mía! No quiero ni pensar en volver a pasar por eso y lo sabes. Yo te estoy dando la posibilidad de tener un futuro esplendoroso gracias a los ingresos que esta empresa me proporciona —aclaró la garganta y se corrigió —. Nos proporciona, ya que todos salimos beneficiados.
Zack comenzó a lagrimear, pero esta vez de furia y frustración.
—No quiero que vuelvas a decir eso sobre ella ni tampoco a... a... hablar sobre tu trabajo cuando yo esté presente. No quiero que decidas por mí. ¡No tiene nada que ver una cosa con la otra!
—Si la otra noche dijiste esas cosas y realmente las decías en serio, te pido que razones y elijas el buen camino. Sabes que solo quiero lo mejor para ti.
Zack cerró los ojos y apretó los puños, sin poder creer lo que oía.
—¿Es que te estás oyendo?
—Pensé que estaba haciéndote cambiar de opinión.
Aquello sonó como si estuviese usando esa triste conversación que tuvieron en su cuarto a su favor. Volvía a sentirse como el trofeo que había que ganar.
—Nada me haría cambiar de opinión. Tengo casi diecisiete años y puedo entender y decidir por cuenta propia —sentía que se le iba el aire y las lágrimas controlaban su cuerpo entero —. Abrí mi corazón después de tanto tiempo guardándomelo todo y tú solo puedes usar eso en mi contra. ¿Tienes idea de lo que se siente saber que me estás utilizando para quedarte con mi custodia y no mamá? A veces desearía jamás haberme abierto contigo. ¡Desearía que tú no fueses mi padre!
Se alejó antes de que él pudiese abrir la boca. Abrió la puerta del despacho y salió de ahí casi corriendo. Escuchó sus gritos, llamándole, pero no retrocedió. Cuando estaba a salvo con Alban ya en el carro, todavía podía oír sus gritos zumbando en sus oídos. Los escuchó incluso cuando ya estaba en casa.
-xxx-
Para tener una nueva vida es necesario replantearte quién eres; y no al estilo de clase de filosofía, sino con la fuerza de un tifón al derrumbar una ciudad entera. Alice se había pasado todo el día sentada sobre su cama después del baile, preguntándose cuál era la impresión que tenían terceros sobre ellos. Para su madre estaba segura de que ella no era nada interesante. Para su padrastro—si es que así podía llamarlo, puesto que no estaba casado formalmente con su madre —, seguro era una carga más. Él, en especial, jamás le hacía preguntas sobre la escuela o cómo iban sus calificaciones. Estaba ahí solo para retarla o golpearla, aprovechando que su madre era una alcohólica que le importaba todo menos lo que sucedía bajo su techo.
Nunca había sentido realmente envidia de otra persona. Había pasado toda su vida creyendo que incluso era normal que tu madre te llamase «tonta de mierda» solo porque no sabías preparar arroz sin que se te quemase un poco. En cuanto a Patrick, su padrastro, siempre fue un tipo distante con ella y, según él, Alice tenía el aspecto de una de esas prostitutas que luego buscaban rehacer su vida en otra área, pero que nadie las contrataba porque sabían con verle la cara de dónde venían.
—¡Alice!
Entonces, mientras divagaba sobre sus decisiones pasadas, Patrick la llamó con un gran grito desde el salón. Alice lo odiaba desde un principio, tal vez incluso más de lo que odiaba a su padre biológico, al cual ya no recordaba, pues las había abandonado por otra mujer cuando Alice no tenía siquiera cinco años cumplidos. Lo último que supo de él, era que se había vuelto a casar con una alemana y ahora vivían en ese país. No había tardado ni dos meses en procrear y, ahora, ya tenían tres hijos a los cuales no conocía y no estaba interesada en conocer.
Entonces, pensó que su madre sería fuerte e intentaría salir adelante, pero, en cambio, la bebida tomó posesión de su vida y luego llegó Patrick para arruinar todo un poco más. Su abuelo, ese de ideas extremistas en cuanto a la raza aria, no había querido volver a ayudarlas con dinero en cuanto se enteró que se gastaban más de la mitad en bebidas alcohólicas y cigarrillos, por lo que finalmente se negó a ofrecer servicios de ayuda y nunca más volvió a llamar o aparecerse por allí. Solo pagaba la educación de su nieta y con eso se daba por pagado.
Con aquel horrible recuerdo en la cabeza, caminó de mala gana hasta el cuarto que ambos compartían. Apestaba a cuerpos desnudos y a un olor a encierro típico de las piscinas temperadas.
—¿Qué?
—Me llegó un correo de que llevaste alcohol a la fiesta —soltó Patrick, mirándola fijamente —. ¿Es que tú estás loca, cabeza de alcornoque?
—Ustedes tienen de sobra —se encogió de hombros —. ¿Qué tiene?
—¡Pero qué imbécil eres!
Su madre seguía en lo suyo, con el cepillo de dientes dentro de la boca. Al parecer había olvidado que se estaba lavando los dientes, porque estaba muy preocupada de su pintura de uñas.
—¡Es mí alcohol! Yo lo compro con mi sueldo, ¿acaso tú trabajas, pendeja?
Alice se quedó callada junto a la puerta. Temía responderle cuando se ponía así de furioso.
—¿Qué vas a decir en tu defensa? ¿Otra vez no pensaste en nadie más que en ti misma? ¡Qué puto estorbo eres, joder!
—Nada, Patrick. Solo te saqué media botella. No exageres.
—¿Que no exagere? ¿Acaso tú te pones de cuatro patas a limpiar pisos del baño de un bar a las cuatro de la mañana? —se acercó a ella, apretando los dientes —. Tú no le has trabajado ni un puto día a nadie, pendeja de mierda, así que no me vengas a dar excusas tontas, que hasta un chimpancé entiende mejor las reglas que tú.
Agarró la botella casi vacía que había dejado sobre la cómoda.
—Mira, ¡no queda nada!
Sin siquiera pensársela dos veces, arrojó la botella de vidrio sobre su cabeza y esta se partió en mil pedazos al momento de estrellarse contra una de las paredes. El vidrio se expandió por los aires y el poco líquido que quedaba se derramó sobre la alfombra. Su madre ni siquiera se inmutó o no quiso darle importancia, incluso cuando su hija ya estaba temblando del terror.
—Eres una desgraciada. Agradece que te pagamos una buena escuela que ni siquiera aprovechas.
—Estudio ahí gracias al abuelo —susurró. Él comenzó a reír con ganas.
—¡Por tu abuelo! ¿El mismo imbécil que nos dejó con mil deudas? ¿Ese abuelo? ¡Vaya qué hombre más condescendiente!
Lanzó un escupo al suelo.
—Estúpida, perra —apestaba a vodka —. Ya verás lo que te haré si lo haces de nuevo.
Tomó su chaqueta que estaba tirada en una silla de la recámara y salió del cuarto, sin importarle pisar los trozos de vidrio con sus zapatillas nuevas. Luego, se escuchó la puerta de casa cerrándose de un portazo. Seguramente se había ido a reponer lo perdido.
La muchacha, llorando, se lanzó a la cama matrimonial y gateó hasta su madre, que escuchaba música noventera con audífonos.
—Mamá... mamita.
Le acarició el brazo, pero ella seguía en lo suyo.
—Tengo que hablar contigo. Por favor.
Le zamarreó, lo que le provocó que escupiese dentífrico y se sacase los audífonos.
—¡¿Qué quieres?! ¡Joder!
—Mamá. Por favor... —sentía que estaba hablando con una pared —. Deja a Patrick.
—¿De qué hablas, niña?
Su madre hace mucho que había dejado de cumplir su papel de madre. Alice no recordaba si alguna vez ella le había leído un cuento o le había dado un regalo para Navidad. No recordaba muchas cosas porque tal vez jamás habían sucedido. Incluso, la única memoria de niña que siempre la atormentaba, era que, en vez de jugar con muñecas, jugaba a tener una madre, lo que mirándolo ahora que estaba al borde de entrar a la edad madura, le parecía una de las cosas más tristes que un niño pequeño podría haber hecho.
La discusión con Diana llegó a su cabeza y la hizo sentirse mal con ella misma. Recordó las cosas que le dijo, recordó a Violet bailando en la fiesta, a los muchachos mirándolas a todas menos a ella, a las parejas enamorada mientras ella solo tenía tíos más grandes mirándole el culo. Quiso golpear con todas sus fuerzas una pared y destruirla a puñetazos, porque estaba cansada que cada vez que alguien se atrevía a decir su nombre en voz alta era para tratarla de arpía o prostituta.
—Mamá... quiero tener un buen futuro.... He estado pensando en ir a la universidad, en conseguir una beca —recordaba el discurso del profesor de historia y por un momento creía que tenía razón al decir que sin esfuerzo no había futuro digno —. Estudiaré duro, pero necesito un poco de apoyo de tu parte.
—Ali —le sonrió con gracia —. Es cosa de ver tus notas para saber que no tienes futuro.
Instintivamente echó la cabeza hacia atrás y sintió que las mejillas le ardían. No podía creer que ni su propia madre, la mujer que la dio a luz, la viera como si fuera tan poca cosa, pues ni siquiera se había dignado a mirarla a los ojos para decirle aquello.
—Podré con ello.
—Ja, qué buen chiste.
—Haré que un compañero me enseñe.
—Aunque te enseñase Einstein, a ti lo que te falta es cerebro —mostró su pie. Se había corrido en una de las uñas —. Mira lo que me hiciste hacer.
—Mamá —le acarició el brazo otra vez. Su piel estaba reseca —. ¿No te imaginas que yo también puedo tener un futuro?
—A ver y... ¿qué quieres hacer? ¿Ponerte a estudiar ahora que estás a punto de graduarte de la secundaria? Estoy segura de que habrá trabajos para gente como tú, Ali.
—¿Gente como yo?
—Gente que no tiene habilidades. Mírame a mí, estudié odontología en la universidad. Es verdad que no terminé la carrera porque me embaracé de ti, pero, aun así, nadie me quiere contratar y debo trabajar de mesera con turno de noche. Mira a Patrick. Es un hombre esforzado que trabaja toda la madrugada limpiando la basura ajena y su salario sigue siendo una miseria y eso que él era profesor de educación física antes.
Todo eso era cierto, pero su madre no se detenía a pensar que a Patrick lo despidieron por coquetear con menores de edad y pedirles sus números telefónicos. Nunca pasó a mayores, pero aquellas pruebas fueron suficientes para que en todas las escuelas lo condenaran de pedófilo, de monstruo. Claro, a su madre no le importaba porque era mejor que trajese dinero a la casa y tuviese a alguien con quien tener relaciones sexuales seguidamente.
—¿Qué quieres ser, Ali? Podrías ser promotora. Eres lo bastante bonita. —le sonrió con espuma en la boca, como si debiera estar agradecida por ese cumplido.
—No quiero que te fijes en eso, mamá. Creo que soy lo suficientemente inteligente para salir adelante —se acercó a ella un poco más como si fuese a contarle un secreto —. La niña de intercambio llegó y comenzó a sacarse pésimas calificaciones. ¡Hasta a mí me iba mejor! Pero... ha conseguido superarse, aun siendo menor a nosotros. Quiero creer que yo puedo hacer lo mismo.
No hizo más comentarios que volcar los ojos.
—No puedo pasarme el día de morros, mamá. Tengo que sobreponerme. Los mejores alumnos de la escuela lo han hecho a pesar de sus problemas. Mira a Kristian Bailey o a Zack Prawel. Estoy segura de que el rector te los ha nombrado en más de alguna reunión.
—Dudo mucho que a Zack Prawel lo hayan suspendido de la escuela por fumar escondido en el baño o por quemar el suéter de un compañero en la salida del establecimiento. Sé realista, Alice. Con tus papeles no vas a llegar ni a la esquina a vender chicles.
La chica se quedó sin aliento, pensando que se le habían agotado todo tipo de argumentos. Se arrastró hacia atrás en la cama, sintiendo el aire caliente y quieto que había dejado la ducha que Patrick se había dado hace casi media hora atrás.
—¿Puedes consultarlo con la almohada?
—¿El qué?
—El ayudarme.
—Ayúdate sola. Estás grandecita. ¡Ahora vete! Que me estás enfermando de los nervios con esto del futuro perfecto.
Enojada, salió de su pieza, sabiendo que ella no se molestaría en seguirla ni llamarla. Para cuando Patrick volvió a casa, cerró la puerta de su habitación y se quedó allí viendo los posters de sus cantantes favoritos pegados en la pared o la guitarra eléctrica sin cuerdas que mantenía en un rincón. Odiaba aquella casa con toda su alma —razón por la que pasaba afuera tanto tiempo con la persona que quisiese soportar su mal genio —, y también odiaba que la viesen como basura. Ella, a pesar de no ser mayor de edad, también había trabajado muchas veces en su vida, por mucho que Patrick se esmerara en decir lo contrario. Limpiaba pisos a veces, trabajó de cajera en un kiosco después de la escuela y una vez hasta trabajó de cartera, donde ganaba bien, pero el horario era incompatible con el de su colegio por lo que tuvo que dejarlo. Su último trabajo había sido en una cadena de comida rápida, donde podía aguantar a los clientes indecisos y esa malla en la cabeza que le dejaba el pelo como si se hubiese electrocutado. La despidieron casi al mes de estar trabajando allí cuando encontró a una pareja de novios forcejeando en una de las mesas. Ella llevaba la cara llena de moretones y lloraba silenciosamente, esperando que la gente no se percatara. Para cuando él le levantó la mano, Alice intervino y le gritó mil groserías que ya no recordaba. Aquella situación le recordaba a su madre y a ella misma, pues también había recibido golpes por parte de Patrick; sin contar las numerosas groserías que decían de ella en la escuela. Así, quedó desempleada después de que su jefe le recordara que los trabajadores no podían involucrarse en la vida de sus clientes por mucho que quisieran. ¿Qué podía decir? No se arrepentía de haberlo hecho. Tal vez fue esa sensación la que la hizo comenzar a cuestionarse su horrible vida.
Y ahí, tirada en la cama, decidió que eso estaba a punto de cambiar.
A primera hora del lunes, Alice casi corrió por los pasillos buscando la cara de Violet Henley. Sonrió de oreja a oreja cuando la encontró luchando por sacar el libro de biología (uno de los más gordos) de su casillero.
—Eh, Violet.
La muchacha pegó un respingo y el libro de biología junto al de física y unas cuantas hojas sueltas cayeron al suelo. Dejó escapar un garabato entre dientes.
—Hola... —recogió sus cosas antes de que a Alice se le ocurriese ayudarla —. Disculpa, estaba muy concentrada intentando sacar este libro. ¿Me buscabas?
Mientras Violet volvía a meter dentro el libro de física y arrugaba esas hojas sueltas, Alice procedió a explicarle que estaba buscando un tutor para subir sus notas.
—Hum... ¿Has pensado en dar clases voluntariamente?
—¿Qué? ¿A ti? Oh, no creo que sea buena idea. Me distraigo muy fácilmente y apenas puedo conmigo misma —intentó formar esa típica sonrisa de disculpa —. Lo siento, Alice. De verdad.
—Por favor. ¿O conoces a alguien que podría ayudarme? Necesito subir mis calificaciones antes de que me dé un infarto a fin de año cuando nos entreguen el resumen de notas.
—Sí, pero... ¿yo?
—Creí que se te daba bien tratar con los demás. Y... parece que te gusta la gente.
Le echó un vistazo de pies a cabeza. Tenía la chaqueta mal abotonada, las medias caídas y un zapato a punto de desabrocharse. Del cabello, ni hablar. A pesar de tenerlo peinado en sus clásicas trenzas, varios cabellos se le salían y paraban de punta.
—¿Y si solo me supervisas?
—¿Supervisarte? —cerró la taquilla —. Es que... me distraigo. En serio, Alice, te ayudaría, pero me conozco y solo estoy siendo honesta contigo al decirte que no me siento capaz de ser la tutora de alguien.
Aquellas palabras parecieron abatirla.
—Entonces, no me queda gran cosa que repetir el año.
—¡Espera! —alzó su mano para detenerla —. Escuché a Michael hablando en la fila del almuerzo de que Carol estaba ofreciendo tutorías de matemática.
—¿Carol? —hizo una mueca de asco con la lengua —. Prefiero que me expulsen antes de tener que soportarla haciéndome clases. Nos llevamos mal y sé que es capaz de usar las tutorías en mi contra. Necesito un amigo para esto.
—¿Qué hay de Kris?
—Hay lista de espera parece porque ni se dignó a contestarme el mensaje que le envié a su celular anoche. Así que solo me queda intentar salvar el semestre por mi cuenta.
Se dio vuelta. Con la pena consumiéndole el pecho y la empatía gritándole en la oreja, Violet la detuvo.
—Tal vez... ¿Zack?
Y fue cuando su mente le dijo que haber dicho eso le traería consecuencias de índole sentimental. Enseguida sintió una opresión en el pecho y ganas de pegarse una cachetada.
—O sea, ¿aguantar su cara de culo mientras me explica fórmulas?
—Es un gran tutor —lo defendió y se molestó aún más consigo misma. Extrañamente se sentía como cuando en el jardín infantil le pedían compartir el columpio con Jenny y no quería hacerlo, lo que terminaba en jaleos de cabello —. Es serio sí y bastante exigente, pero si no fuese por él, yo no estaría donde estoy.
Se quedó en silencio unos momentos, mientras ya todo el mundo se preparaba para entrar a clases. La campana de inicio de jornada estaba por sonar.
—Vale, Violet. Le preguntaré si está disponible más tarde. Gracias por ofrecerme tus consejos.
Y entonces se perdió en la multitud. Las mejillas de Violet se inflaron y apretó más el libro contra su pecho, aumentándole ese dolor en el pecho que llega cuando te ves obligada a compartir algo que no quieres compartir. Porque Zack ya no era solo su tutor, sino un amigo cercano. ¿Acaso Alice tenía la menor de idea de la clase de vínculo que habían formado? ¿Habrá visto como habían bailado frente a toda la escuela? Como él la había acercado hasta que sus ojos se encontraron durante el coro de una canción romántica muy antigua, una que habían bailado sus abuelos en su noche de bodas. ¿Acaso sabía?
—Violet.
Pegó un grito y el libro volvió a parar al suelo. Esta vez cayó abierto y un par de hojas se dañaron. Zack se agachó a recogerlo e hizo una mueca al ver las hojas dobladas.
—Dios, lo siento... No era mi intención asustarte.
Estiró su brazo para entregarle el libro y reparó que ella no había movido ni un músculo.
—¿Todo... bien?
—Sí, ¡Sí! —le quitó el libro y sonrió —. ¿Qué quieres? Digo... ¿qué buscas? O sea, ¿me buscabas? Yo...
Enarcó una ceja.
—Quería preguntarte si necesitas ayuda con alguna tarea.
—¿Tarea? ¿Hay tarea?
A pesar de sus predominantes ojeras y sus ojos algo hinchados, Zack sonreía.
—Sí, pero te he visto que últimamente estás haciendo todo sola.
Efectivamente, tras el término de las parciales, Violet había tomado su propio ritmo. Había seguido los pasos que él le había enseñado y ya tenía todo un horario que cumplir para no volver a quedarse atrás. Tristemente, se había nivelado.
—Creía que querías que me nivelara.
—Sí —admitió —. Pero no pensé que ocurriría tan pronto.
—Oh, yo no diría eso. Estamos por terminar el primer semestre y por fin me siento equilibrada con el resto.
Notó a Zack un tanto decaído como si realmente fuese a extrañar esas tardes en el café.
—Gracias —le soltó —. Me he convertido en una mejor versión de mí gracias a ti.
El muchacho no pudo evitar sonreír.
—Sabes que siempre puedes recurrir a mí en caso de cualquier duda, ¿verdad?
—No dudaré en hacerlo —la campana interrumpió su conversación, resonando por cada uno de los pasillos de Southern Cross —. Oh, tenemos clases. Entonces... te veo luego.
No quiso decirle que ahora Alice lo estaba buscando.
El día había comenzado como cualquier otro. Todos los alumnos se estaban quejando como de costumbre por la llegada del lunes, pero para Zack se sentía diferente. Se sintió bien al llegar temprano a Southern Cross, sentarse en su pupitre con los libros abiertos y sentir un agradable rayo de sol que le caía sobre el cabello. Se sentía un poco más tranquilo y agradeció estar en el colegio y no en su casa. Para cuando llegó el horario de almuerzo, tanto él como Kris se sentaron frente al otro en la cafetería, la cual estaba recargada a un aroma a pollo frito que venía desde el interior de la cocina. A diferencia de otros días, ese lunes los murmullos de las conversaciones eran más bajos de lo normal y desde una de las ventanas abiertas entraban breves ráfagas de aire fresco que le ponían la piel de gallina a cualquiera.
—¿Crees que me comporté mal en el baile?
Kristian levantó la cabeza, dejando de masticar.
—¿Qué dices?
—Siento que hay gente que me mira como si fuera un extraterrestre desde el Baile de Invierno.
Kris le sonrió de la misma manera, llevándose la pajita del vaso de jugo a la boca.
—Bueno, es que los sorprendiste con tus bailes romanticones.
Zack se sonrojó.
—Solo bailé con Violet para hablar mal de ti.
—No eres un buen mentiroso, Zack. Tiendes a pestañear mucho cuando mientes y nunca miras a los ojos...
Mientras Kristian Bailey seguía hablando de lo que Zack hacía o no cuando mentía, éste último se desconcentró al contemplar a Kevin almorzando solo en una mesa. Ni siquiera sus amigos de último año estaban allí para motivarlo, siendo que estaban en época de campeonatos deportivos.
—...además, Violet no es el tipo de persona que habla mal de la gente porque sí... —terminó de decir Kris justo cuando notaba que Zack mantenía su mirada fija en el rubio.
—¿Qué miras?
—No lo mires ahora. Es solo que está comiendo solo.
—¿Y eso qué te importa a ti? —se inclinó sobre la mesa para quedar cerca del rostro intimidante de su compañero —. No le digas a Diana, pero por mí, Kevin puede irse al infierno.
—¡Vaya! —Zack mostró cierta gracia ante su comentario.
—Es cierto. Diana pronto se dará cuenta. Está con él solo porque es su amor platónico y, tal vez, jamás pensó que esto sucedería. Luego se dará cuenta el tipo de persona que es: Un bully.
—Y que esconde secretos —añadió el muchacho, mirándolo una vez más, para luego observar la mesa.
—¿Sabes algo que yo no? —inquirió Kris, enarcando una ceja.
—Puede ser.
Kris se lo quedó mirando, para luego bajar los ojos a las muñecas de Zack, cubiertas por la camisa blanca.
—Eres alguien con muchos secretos. Por eso pregunto.
—Tú también los tienes, Kristian. Me asustaría si un adolescente no guardase secretos.
Kris alzó una de sus cejas.
—¿Qué secreto podría guardar yo?
—Bianca Foster.
No entendió el mensaje.
—Pero..., es sabido que a mí me gustaba.
—No es sabido el cómo te tomaste su fallecimiento.
El chico tragó saliva y se inclinó más hacia él, bajando la voz.
—¿Cómo...?
—¿Cómo podría no saber?
Se acomodó los anteojos y se quedó quieto y mudo por casi dos minutos. Sus ojos se quedaron viendo el tenedor sobre su plato y, por un momento, Zack creyó que no sería capaz de retomar la conversación.
—Fue un error...—dijo al fin, respirando con fuerza —, fue solo un intento. No pude hacer nada más que uno o dos rasguños, pues me dolió demasiado. Me di cuenta de que no sería capaz de hacer eso. Era una persona inmadura.
Alzó la vista y se asustó al ver la expresión arisca en la cara de Zack.
—No quiero decir que tú...
—No hay drama. Cada uno lucha contra sus problemas a su manera. Y... me alegra saber que pudiste superar la muerte de Bianca de una manera sana.
Kris se lo quedó mirando. Pensó que seguramente el propio Zack sabía que la depresión era una enfermedad mental que lo estaba hundiendo en un agujero negro poco a poco.
—A mí ya no me importaba nada más —concluyó e inclinó su espalda hacia atrás —. No fue fácil tampoco.
Kris abrió levemente los labios justo cuando las chicas aparecieron. Alice fue la primera en saludarlos, sentándose al lado de Zack lo más rápido que pudo.
—Estábamos en el taller de artes porque la profesora, nuevamente, estaba felicitando a Violet —le explicó solo a él.
Zack y Kristian levantaron su mirada hacia Violet, que se encontraba de pie y media escondida detrás de Diana.
—No me impresiona —comentó Kris, invitándolas a sentarse con un ademán—. Violet tiene muy buena mano.
Zack no le quitó la mirada a la muchacha, quien, más callada de lo normal y evitando el contacto visual, se sentó frente a él. Estaba muy colorada.
—Es una lástima que yo esté por reprobar artes —dijo Alice, soltando un suspiro. Hubo un silencio, ya que ella esperaba que Violet, sentada al frente suyo, se ofreciese a ayudarla, ya que solía hacer eso con todos. Sin embargo, la chica también ignoró su comentario y se limitó a almorzar.
Diana aclaró la garganta.
—No es tan difícil. Yo tampoco le pego al dibujo, pero mis notas no son tan malas.
—¿A quién engañas, Diana? Sé que Violet te ayudó con las sombras.
La rubia alzó los ojos y no pudo evitar mirar a Zack. Él había alzado la ceja, esperando escuchar su voz. Sin embargo, no lo hizo. Se encogió y siguió comiendo la pasta que Liam le había cocinado.
Entonces, ocurrió lo que tanto temía que ocurriera. Con un nudo en la garganta, escuchó a Alice preguntándole a Zack si tenía tiempo para unas clases particulares. Violet dejó de masticar.
—Clases... es que yo no le hago clases...
—Le hacías tutorías a Violet, no soy estúpida —se acercó más a él y le regaló una sonrisa que más encantadora se veía con las pecas que le cubrían la cara —. ¡Por favor!
—Ayudaba a Violet porque necesitaba ayuda. Ella es menor y...
Ya hablaban como si ella no estuviese ahí.
—¡Yo también necesito! Estoy por reprobar casi todo y tengo muchas ganas de entrar a la universidad. El tiempo se agota.
Por primera vez, Violet vio a Zack sin argumentos. Marcó más la mandíbula al verse completamente atrapado y, después de pensarlo por un instante, terminó aceptando con un poco de frialdad.
Alice chilló de felicidad.
—¡Ay, gracias! Qué gran corazón tienes.
Las conversaciones en el grupo nunca habían sido tan intensas. Violet guardó su almuerzo, pues sabía que si se quedaba allí se le iba a notar la cara de furia, algo que según su abuelo nunca podía esconder ni con la mejor de las actuaciones. Sentía como si le hubiesen arrancado una parte de su corazón, a pesar de que sabía que no debía sentirse así. Alice realmente necesitaba ayuda, pero las alternativas le llegaban casi por solución divina, y eso le molestaba.
—Tengo algo que hacer.
—¿Qué?
Diana no podía creer que ya estuviese levantándose.
—Sí. Iré al taller de artes a hablar en privado con la profesora. No pude antes porque estaban ustedes dos...
—Pero... —intentó persuadirla Diana otra vez.
—Después hablamos —sonrió al grupo y se retiró casi corriendo. Kris sonrió primero a todos y luego a Zack, quien se mostraba algo confundido con su actitud.
—¿Será cierto?
-xxx-
El miércoles era el último día de clases del primer semestre. De allí, todos podrían hacer lo que quisiesen por dos semanas, hasta inicios de agosto. Zack abrió los ojos con pesadez aquella mañana. Hizo su rutina diaria, incluso sabiendo que nada saldría bien ese día.
La luz del sol brillante entraba por la ventana de su cuarto diciéndole "buenos días". Ese día tenía que ser más valiente que otros. Estaba cansado de tropezar y caer en la vida, pero debía ser capaz de pararse firme y aceptar el hecho de que nadie se acordaría de la fecha.
Se colocó la camisa frente al espejo. Se la abotonó sintiendo como si se preparase para una boda, para luego ponerse la chaqueta y corbata. Una vez vestido se miró el rostro al espejo y lanzó un bufido, sintiendo lástima de sí mismo. Otro año más y nada había cambiado.
Su madre caminaba de izquierda a derecha por la cocina, intercambiando palabras con Laura, quien estaba preparando el desayuno para la familia desde bien temprano.
—Dios, este niño siempre se atrasa —dijo Susan, observando el reloj de oro que llevaba en su muñeca izquierda —. Si no sale en cinco minutos, no alcanzaré a hablar con él de casi nada acerca del divorcio y vaya que ese tema tiene muchas aristas que se deben hablar.
Laura sonrió de oreja a oreja.
—No vaya a retarlo, señora —puso en una bandeja el desayuno de los tres integrantes de la familia —. Después de todo, es su cumpleaños. Déjele un poco más de libertad, ya sabe, solo por hoy.
Ante su silencio, Laura elevó sus ojos cafés a la ama de casa. Se había quedado petrificada.
—Señora —había bajado la voz —. No me diga que lo volvió a olvidar.
El año pasado le había pasado exactamente lo mismo.
—Madre mía, Laura, gracias por acordarte. Debería contratarte como calendario también.
Corrió hacia el calendario colgado en una de las paredes de la cocina que no era modificado desde mayo. Rápidamente lo cambió al mes de julio y golpeó el mesón más cercano cuando se dio cuenta del día que era.
—Diablos, tienes razón. Hoy es 12 de julio.
James Prawel entró a la cocina, ya vestido y con una sonrisa en su cara.
—Laura, esos huevos a la copa huelen delicioso.
Susan le agarró del brazo y lo adentró a la cocina, cerrando la puerta tras ellos.
—Hoy es 12 de julio.
—¿Y? Nuestro aniversario es... —alzó las manos con sarcasmo —. ¡Ah! Espera, no me importa.
—Déjate de bromas, payaso. Hoy es el cumpleaños de Zack.
Los ojos de James se abrieron como si estuviese a punto de rendir un examen para el que no había estudiado.
—Mierda. Cumple diecisiete años.
—No creo que quiera regalos —le dijo su mujer, nerviosa.
—Obviamente no. No después de todo —respiró profundamente —. Solo saludémoslo.
Se giró hacia Laura, quien los miraba atónita.
—¿No hay pastel en la nevera?
—Nada, señor.
—Dejémoslo para la tarde. Le diré a Alban que nos consiga una tarta.
Iba a salir de la cocina, pero se volvió hacia Susan.
—¿No recuerdas qué sabor le gustaba?
—No sé, ¿chocolate? —preguntó a la vez la mujer.
—¿No era alérgico al chocolate? —se cuestionó James, pensando si le gustaban más las fresas o las moras.
—Es alérgico a las nueces —dijo Laura, quien parecía conocerlo mejor.
—Cierto —tosió el señor Prawel —. Compraré una de piña.
—No le gusta la piña —respondió su esposa, encogiéndose de hombros.
—¡Este chiquillo odia todo! —exclamó —. Laura, ¿sabes qué le gusta?
Laura se miró las manos.
—Le gustan... las de dulce de leche..., las de arándano. Oh, una vez me dijo que le encantó un pie de durazno que hice. Manzana puede ser también.
—Lo tendré en cuenta —dijo el hombre, saliendo de la cocina. Susan le besó las manos a su cocinera y salió tras él. Cuando estuvo sola, comenzó a negar con la cabeza. Trabajaba con los Prawel desde que Zack usaba pañales y, después de todos esos años, todavía la seguían sorprendiendo y no de buena manera. Se quedó allí hasta que escuchó los gritos de júbilo provenientes del comedor.
—¡Feliz cumpleaños! —habían exclamado ambos progenitores cuando lo vieron llegar. Zack se detuvo frente a la mesa con los ojos abiertos, sin saber qué contestarles. Por un momento, ambos adultos pensaron que habían logrado asombrarlo de buena manera, sin embargo, toda esperanza se derrumbó cuando el joven sonrió de lado en cuanto Laura apareció, trayendo la bandeja del desayuno.
—Gracias, Laura, por recordarles.
Sus padres palidecieron. No pudieron hacer nada más que contemplarlo. El joven se sentó y comenzó a comer y beber su jugo de naranja. Sus padres no dejaban de mirarse entre ellos, decidiendo con las miradas quién hablaría primero.
—Hijo, ¿cómo...? —intentó preguntar James.
—Llevo diecisiete años viviendo con ustedes. Los conozco como la palma de mi mano —contestó, firme, pero sin mirarlos.
Su madre le dio un empujón a James y se fue de allí, sin siquiera disculparse. Eso le dolió a Zack, pero siguió masticando como si no se hubiese inmutado de su salida. El hombre la siguió con la mirada y después se quedó allí sin saber qué hacer con las manos ni con el cuerpo en general.
—Perdóname, hijo, tengo...
—Tienes muchas cosas que hacer —completó, por fin clavándole la mirada —. Sí, lo sé, papá.
—Pero...
—En serio, papá —sus ojos volvieron a tener un destello vidrioso —. No quiero escuchar explicaciones. Por favor, no.
Le dio una última mascada a su tostada.
—Gracias por nada.
Dejó de desayunar y se retiró.
—Zack.
—No es como si fuese la primera vez, papá.
Cerró la puerta con fuerza para que, al menos así, supiese lo afectado que se encontraba. James se sentó lentamente, sin poder creer que otra vez se había olvidado de una fecha tan importante como aquella, solo por estar pensando tanto en las cosas que debía o no hacer para su trabajo.
—Son demasiadas cosas que recordar —Tragó saliva cuando escuchó a Laura levantando el plato sin terminar de su hijo—. ¿Cómo pude haberme olvidado?
—Si quiere que le dé mi opinión, señor, creo que... de todo lo que debe recordar a diario, la fecha de cumpleaños de su único hijo es lo más importante.
Se quedó mirando su taza de café que tenía enfrente. Se sentía como la peor escoria que podría haber pisado el planeta.
—Y yo que le dije que quería que confiara más en mí. Que quería ser un buen padre. ¡No pasa ni una sola semana y ya he estropeado todo otra vez! ¿Y si... ya me odia, Laura? —Pensó en la conversación que tuvieron tanto en la alcoba del chico como en su oficina—. No sé si podría, ya sabes, aceptarlo — Intentó que su expresión no delatara el pánico que le atenazaba. Laura negó con la cabeza.
—No creo que el muchachito lo odie, es un chico con un muy buen corazón. Y créame cuando le digo que todavía tengo fe en ustedes dos. ¿No recuerda los viejos buenos tiempos? Todavía está a tiempo de que regresen.
—Siento que no hago nada por él, Laura. Y Susan mucho menos.
—Yo puedo seguir encargándome de su alimentación, de ordenar su pieza o de ofrecerle cosas. Usted no está aquí para nada de eso, señor.
El hombre sintió una opresión en el pecho.
—¿Y para qué estoy aquí?
Laura estudió el suelo antes de mirarlo.
—¿Para intentar apoyarlo y alegrarlo supongo? Está..., está bastante menoscabado. Comprensible, dado el... el contexto. Va a tener que ser muy fuerte, señor Prawel. La forma en la que actúa Zack con usted es su manera de desestabilizarlo porque ya no encuentra otra forma de poder relacionarse con usted.
Una vez dicho eso, tomó el resto de los platos sucios y volvió a la cocina. James Prawel se quedó sentado un buen rato, con las manos en los bolsillos, sin hallar qué hacer. Miró hacia el amanecer que comenzaba a abrirse paso por la ciudad y, una vez más, se disculpó con Dios por ser como era.
-xxx-
El chico caminó a la escuela con los ojos nublados de lágrimas por las calles. Tuvo que detenerse y secárselas con la manga de su suéter y respirar hondo antes de continuar. Un mirlo entonó algunas notas musicales desde la copa del árbol más cercano a donde se encontraba, perdiéndose su melodía en el zumbido de los abejorros entre los setos.
Era indiscutible decir que el último día de clases todos estaban más que contentos. No había pasado ni dos minutos dentro de Southern Cross para percatarse que todos se estaban abrazando, hablando de adónde irían por las vacaciones o si tenían planeado ir a patinar a pasear al lago Burley Griffin, en el centro de la capital. Las horas pasaron tan rápido como la caída libre de una montaña rusa, y el panorama no cambió mucho a medida que se acercaban a la hora de salida. Durante la última jornada, ya sentado en su silla, solo como de costumbre, Zack se perturbaba al oír tantas risas y conversaciones diversas. Era como si la vida continuara, pero se esmerase a la vez en dejarlo atrás. A veces, discretamente, observaba a su grupo de amigos a lo lejos. Veía a Kris apretándole las mejillas a Violet mientras esta reía sonrojada, a Diana abrazándose con Kevin, a Alice de grupo en grupo y, en general, a todos en compañía de alguien más. Y él, en el día de su cumpleaños decimoséptimo, estaba sentado en el rincón creyendo que era una tortura haber siquiera asistido ese día a clases.
Y para cuando creía que nada podía ir peor, Kevin Kobrinsky llamó la atención de todos al traer un regalo a clases. Un regalo que, por supuesto, no era para él, sino para Diana Miller. Un ramo de rosas rojas, recién cortadas, y un oso de peluche típico de las tiendas de un supermercado barato. La escena llamó la atención del curso entero, dejando a Zack sumido todavía más en una soledad discreta.
—Oh, Dios, Kevin son preciosas. Gracias —cerró sus ojos y volvió a olerlas, escuchando los aplausos y gritos de los curiosos —. Huelen como a... a...
—Vulgaridad proletaria —completó Fanny, pasando a su lado con una pose de diva arrogante. Kevin volcó los ojos y volvió a enfocarse en Diana que no dejaba de darle las gracias.
—Solo quiero que perdones mis errores.
Ella le sonrió, pero su cara mostró incomodidad otra vez, como durante el Baile de Invierno. Había recordado algo que no debía recordar y aquello se le notó en la expresión, mas no dijo nada. Faltaban alrededor de veinte minutos para que la campana sonase y todos saliesen gritando y corriendo de la escuela, algo típico después de tan arduo semestre. No era raro que el último día fuese más relajado y que ni los maestros asomasen sus narices por los salones de clases. Todos habían esperado ese día con muchas ansias, incluyendo a Zack, aunque obviamente por razones completamente diferentes. Y con finales distintos también.
Finalmente, se rindió. Lanzó un bufido y, haciéndose el desentendido, sacó su mochila y comenzó a meter sus libros y cuadernos lentamente, dispuesto a irse a casa y, seguramente, aguantar las disculpas de su padre o la falsa humildad de su madre. Ya no sabía ni qué era lo que menos o más le dolía a ese punto.
Entonces, notó la presencia de alguien más frente a su mesón. Alzó los ojos y de un sobresalto se dio cuenta que Violet se encontraba frente a él, teniendo todo el aspecto de estar muy avergonzada.
—¿Qué locura tienes en mente? —preguntó, esperando que no se diese cuenta que ya planeaba irse.
—Yo solo...
Le costó llegar al punto al que quería llegar. Vacilando, sacó la mano detrás de su espalda.
—Ten.
Y mostró la pequeña cajita de colores. Los ojos de Zack pasaron de cerrar su mochila a enfocarse en la mano abierta de la chica. Sentía que lo había tomado desprevenido. Su mente no pudo procesar ese gesto hasta dentro de unos quince segundos, cuando por fin su mano se alzó hasta alcanzar la suya y coger la caja. Su respiración era intranquila.
—Es algo pequeño —se encogió de hombros —. Después de haberte pasado el dinero que te debía, quedé en bancarrota.
Zack casi se ríe, pero estaba tan impresionado que se tomó su tiempo antes de abrirlo. Rompió el papel con delicadeza y quitó la cinta de color rojo, dejando ver una bola de cristal. Dentro había un pequeño niño patinando, estirando sus bracitos hacia el cielo. Lo agitó y aquel pequeño mundo se cubrió de nieve. No pudo evitar sonreír, conforme sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Esto es...
—Feliz cumpleaños —lo interrumpió con una gran sonrisa—. Recordé que...bueno, antes de que nevase, nunca habías visto la nieve y, es muy seguro, que no vuelva a suceder tamaño milagro, a menos que el calentamiento global haga de las suyas y cambie todos los climas. Bueno, vale... solo quería... comprarte un recuerdo, es todo.
—Violet —dijo con la voz en un hilo, observando el regalo en su mano temblorosa.
—No tienes que decirme nada —le sonrió al verlo tan aturdido. Le dio algo de pena ver aquella reacción. Ella jamás había tenido esa cara en ninguno de sus cumpleaños.
—Muchas gracias —por fin la miró a los ojos y las lágrimas se quedaron retenidas en sus pestañas —. Gracias. Me ha gustado mucho.
Kevin, a lo lejos, se fijó en aquella escena y recordó enseguida el cumpleaños de Zack. Casi siempre coincidía con la salida de clases y estaba seguro de que muchos lo sabían, pero al no ser cercanos, sentía que no valía la pena acercarse y desearle un feliz cumpleaños. Aparte, con su mala memoria, terminaba olvidándose de la fecha a medio día. No obstante, ya no eran tan desconocidos, menos cuando su novia era amiga cercana con él. Sintiéndose culpable, se acercó también.
—Eh, ¿tenemos cumpleañero?
—Kevin.
Los dos se volvieron hacia él
—¿Sí o no? ¿Cuántos cumples?
—Sí —Zack tartamudeó —. Diecisiete.
—¡Diecisiete eh! ¡Qué grande! —le golpeó la espalda gentilmente —. Feliz cumpleaños, amigo.
Y Diana vio eso, sintiéndose obligada a acercarse también.
—Feliz cumpleaños, Zack —le dio un abrazo y sacó una rosa del ramo como regalo.
Y luego vino Kris.
—Feliz cumpleaños, competidor.
Luego, toda la clase se pasó por su banco. Se formó un grupo grande y todos cantaron "feliz cumpleaños" alrededor de Zack. Este, mantenía sus ojos abiertos y cristalinos, sin poder creerse nada. Nunca pensó que eso ocurriría, por lo que no dejó de dar las gracias y de sostener el regalo de Violet en su mano.
Nunca había sucedido eso en su vida.
Cuando todos se alejaron porque tocaron el timbre, Zack quiso agradecérselo a ella personalmente, porque fue la única que se acordó y le compró algo especial. Sin embargo, la encontró armando su mochila y saliendo de la sala junto a Kristian, lo que lo detuvo. Sus mejillas sonrojaron y no pudo acercarse.
No la vio hasta la vuelta de vacaciones, pero sabía que ella ya comprendía cuán agradecido estaba.
—Y después me preguntas qué has hecho tú por mí —se dijo a sí mismo, cuando colocó la bola de cristal en su escritorio.
Así, comenzaron las vacaciones de invierno.
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