C u a r e n t a

Capítulo 40

El cielo se había nublado, el aire era fresco, las ramas grises de los árboles se mecían y todo estaba más calmado de lo normal, lo que causaba más de un cosquilleo desgastante.

Violet se encontraba apoyada contra la pared, echándose aire con un abanico que había confeccionado con una hoja de papel. El curso estaba distribuido a lo largo del pasillo, y el profesor de francés salía de vez en cuando para llamar al siguiente de la lista para que pasara adentro a rendir el examen con él a solas, dado que había una parte oral en el examen.

La puerta volvió a abrirse, dejando salir a Rosie con los ojos cubiertos de lágrimas.

—Me fue horrible —le dijo a Fanny.

—Cállate, Rosie.

Violet volcó los ojos sintiendo un extraño ardor en su garganta.

—Violet Henley —la llamaron.

Su cuerpo se enderezó de inmediato, intentando focalizarse. Entró antes que el maestro.

—Pase, por favor.

El hombre cerró la puerta y caminó rápidamente a su escritorio, seguido por ella. Tenía libros abiertos, plumones de varios colores, entre otras cosas, todo esparcido en desorden. Borró el pizarrón antes de que a la rubia se le ocurriese mirar las preguntas que él le había hecho a Rosie.

—Bien, Violet. Espero que hayas estudiado porque tienes el promedio más bajo de la clase hasta ahora —dijo, colocándose sus lentes circulares.

—Uh.

"Qué alentador", pensó. Ya se sentía en medio de un campo de batalla infinito, sin saber su rumbo o a qué equipo pertenecía. Sentía miedo y ya no estaba segura de que fuese por la prueba.

El profesor se acomodó el bigote y tomó asiento frente a un libro.

—Bien, tendremos una conversación básica en francés. Contéstame lo más correcto posible —aclaró la garganta —. Y buena pronunciación.

—Está bien.

Una sonrisa divertida se formó en la cara pálida del profesor, como si fuera muy cómico poner en jaque a sus alumnos.

—Bonjour.

—Bonjour, comment allez-vous? —se adelantó con una sonrisa, esperando que su pronunciación fuese la correcta. No dejaba de pensar en Zack hablando en francés, tal como le enseñó.

—Bien, merci. Comment vous apellez-vous?

Violet se puso roja.

—Je m'appelle Violet... Henley.

El profesor arqueó una ceja, sagaz.

—Enchanté.

No halló qué hacer con las manos. Estaba bastante impresionado.

—Muy bien, Violet —dijo, como si no se hubiese preparado realmente para decirlo.

—Merci —respondió ella, contenta.

—¿Lista para el siguiente ejercicio?

—Oui.

Pestañeó muchas veces, bajando la mirada. No había visto a Zack en el pasillo esperando el llamado, lo cual era bastante extraño. No le tomó mucho tiempo darse cuenta de que Zack era un muchacho con puntualidad británica, muy ordenado y severo consigo mismo. Jamás había conocido una persona como él o como Kris, ambos muy responsables con sus deberes. En su escuela, a pesar de ser puras mujeres y no haber mayores distracciones —pues todos los días eran exactamente iguales al anterior —, no había nadie que sobresaliera sobre las otras. Había buenas alumnas, pero ninguna era lo suficientemente buena para llegar a ser recordada. Violet no se acordaba de ni una sola vez que a alguien le hubiesen dado un diploma por rendimiento. Solo cuando surgió la oportunidad del intercambio, su escuela pasó de ser una más del país a "esa escuela".

Había pasado toda la vida en el mismo colegio y, ciertamente, sus padres ni cuenta se habían dado. A veces se sorprendían de ver a su hija tan crecida y cambiada. Fue cuando cumplió quince que recordaba que se habían dado real cuenta de cómo había pasado el tiempo.

Esa vez, el abuelo estaba de visita, silencioso como de costumbre, sentado solo en el sillón. Violet había despertado de una siesta después de un contundente almuerzo, típico de sus padres cuando tenían invitados, y se acercó adormecida y cojeando hasta la ventana que daba hacia la calle para mirar a través de la persiana, dado que había oído una voz. Allí afuera estaba su padre regando las flores mientras conversaba seriamente con uno de los vecinos, el señor Coleman, quien había perdido a su hija, su única compañía, por la leucemia. Tenía ocho años y, como no podía resistir la tristeza dentro de su propia casa, había decidido mudarse a Honolulu, Hawái, para vivir alejado de la ciudad, alejado de todo. Aquella vez solo se estaba despidiendo de un buen amigo en el barrio.

Violet se apartó de la ventana por si él o su padre alzaban la mirada y la veían. A pesar de tener quince años recién cumplidos, todavía tenía la sensación de que seguía en pie la regla de que "los niños no pueden meterse en cosas de adultos".

Miró al abuelo y lo vio balancearse de adelante hacia atrás, un suave vaivén. Hacía eso cuando tenía frío.

—¿Quieres que encienda la calefacción, abuelo?

Tomó el gesto vago que hizo con la cabeza como un sí. Luego de encenderla, se volvió hacia él. A pesar de estar abrigado, seguía teniendo frío. Aquel fue uno de los inviernos más crudos que recordaba.

—¿Papá ha estado haciendo esto desde el almuerzo?

Los ojos del abuelo ni parpadearon, aunque ya no era nuevo verlo así de deprimido desde la partida de su esposa.

Volvió a asomarse a través de los visillos, observando cómo su padre se despedía del hombre, quien más allá tenía sus maletas hechas, aguardando un taxi. Observó al señor Coleman en silencio, triste por su pérdida, incapaz de entender realmente lo que sentía. Nunca más lo volvió a ver o a saber de él.

—Se nos fue un grande —anunció su padre al entrar, creyendo que tal vez nadie se había dado cuenta. Misteriosamente, su madre salió de la cocina sosteniendo una taza de café en sus manos. Su rostro delataba que había estado espiando desde otra ventana también.

—Me estaba dando esa impresión —dijo la mujer.

—Me dijo que ya tiene visto dónde quedarse allá, en el estado de Hawái. Me contaba que el sueño de su hija era veranear allá. Pobre hombre, si tan solo supiera cómo ayudarlo.

De repente notó a Violet a su lado.

—¿Cómo se llamaba su hija?

Richard Henley sintió una punzada en el corazón.

—Megan. Se llamaba Megan.

Entonces se quedó allí de pie un momento, observándola.

—Violet...

Sin premeditarlo, la acercó a su frío cuerpo y la abrazó. Su voz salió quebrada después, como si hubiese retenido la pena durante todo momento.

—Eres lo más especial que le ha pasado a mi vida, hija mía. No quiero que lo olvides nunca.

Y atrás de ellos, el abuelo comenzó a sollozar.

Escuchó el lejano llamado de su nombre. El volumen se incrementó y la llamaron al menos tres veces más. Luego, un golpe en el pizarrón. Se sobresaltó y sus ojos dieron a parar al maestro.

—Planeta Tierra, llamando a la señorita Henley —no sabía si reír o enojarse —. ¿Se encuentra bien?

Asintió repetidas veces.

—Muy bien, Violet. Yo te daré una frase y tú tendrás que traducirla al francés, ¿sí?

—Oui.

—Tiene que ser rápido. Sin dudas ni vacilaciones, ¿estamos claros?

Ella asintió mientras le sudaban las manos. El profesor abrió su cuaderno y comenzó a rebuscar en las frases que allí tenía anotadas, quizá preguntándose con cual torturar a la alumna que estaba sentada frente a él, nerviosa y tímida como siempre.

—"Gran parte de la zona protegida se quemó en un incendio forestal en 2007".

Violet palideció, pasando de tener una sonrisa traviesa a ponerse seria en una milésima de segundo.

—¿Qué ha dicho?

El profesor pareció molestarse.

—Gran parte de la zona protegida se quemó en un incendio forestal en 2007.

Violet respiró un momento, sin poder hablar. El profesor buscaba su mirada, preguntándose si pensaba en la respuesta o en alguna otra cosa.

La pregunta la había descolocado, pues era la misma frase que Zack le dio una vez en una de esas tantas actividades que él traía a Adellia's como tarea. Había sido una coincidencia, pero no pudo evitar sonreír, aun sabiendo que el maestro la estaba mirando fijo. Sabía que, sin Zack, ella ni siquiera podría haber contestado su nombre en aquel examen. Zack había logrado convertirla en una persona completamente diferente, una que se esmera a superarse cada día y querer ser mejor. Se sorprendía a sí misma pensando en él en ese momento inoportuno, pero no pudo dejar de imaginar aquella media sonrisa incómoda que le daba de vez en tanto, cuando lograba hacer una payasada que le hiciera reír. Una sonrisa que disfrazaba todo aquellos que se querían decir.

Y cuando por fin levantó la mirada, ya no sentía vergüenza de admitir que sus mejillas se habían puesto coloradas.

—Une grande partie de la zone protégée a brûlé en 2007 lors d'un incendie de forêt.

El profesor se inclinó hacia atrás, sorprendido. No hubo necesidad de nada más.

—Qué sorpresa —fue lo que dijo, casi dando por terminado el examen, aun cuando quedaban varios ejercicios más.

Entonces, abrieron la puerta. Extrañamente, la maestra Jones se había presentado muy agitada en la puerta de la sala. Eso solo sucedía cuando algo preocupante había sucedido.

—¿Puedo ayudarla en algo, Jones?

Ante su extrema sudoración, el prefecto de francés se levantó de la silla, creyendo que la mujer se desmayaría. Violet comenzó a encogerse en su silla, sin saber qué expresión poner.

—Es el estudiante Zack Prawel. Creo que ha tenido un accidente.

-xxx-

Violet fue corriendo a urgencias. Tardó siglos en encontrar la unidad de cuidados intensivos debido a la distribución casi laberíntica de la clínica y su característica habilidad por perderse en lugares desconocidos. Preguntó al menos tres veces a distintas personas con las que se cruzó dónde quedaba el lugar correcto. Finalmente, abrió de bruces las puertas de la sección correcto, entrando en un pasillo blanquecino. Solo ahí fue capaz de ver la figura de Liam, sentado solo en una silla.

—¿Liam?

El joven alzó la cabeza y le hizo una seña con la mano. Violet corrió el trecho que le quedaba, sin aliento y con un dolor en el costado.

—¿Qué ha pasado?

—Ha tenido un accidente y lo están interviniendo. No sé nada más —apuntó las puertas de vidrio polarizado que los separaban del ala de operaciones, donde solo había silencio —. El accidente produjo un gran tráfico y yo iba camino a la universidad. De curioso me bajé y pues, lo vi...

—¿Qué viste?

La pregunta de Violet lo descolocó.

—Violet, no...

Y no pudo seguir evitándolo. La muchacha rompió en un llanto incesante y escandaloso y ni siquiera se dio cuenta de cómo terminó empapando la camiseta de él. No podía hablar ni moverse, pues estaba en un momento de su vida en el que realmente no sabía si iban o no salir bien las cosas.

Liam no pudo hacer nada más que acariciarle la cabeza, porque él tampoco pronosticaba nada bueno. Finalmente, y cómo no había nadie más en el corredor, se sentaron en una de esas bancas inestables e incómodas, esperando por un milagro.

—Perdió mucha sangre.

Luego de que la maestra Jones había dicho aquellas palabras, Violet sintió que el techo se le caía encima. No pensó que había oído bien, tampoco quería creerlo. A pesar de que pidieron calma y comprensión y el examen se suspendió al menos hasta que supieran más, Violet no se aguantó.

No podía dejar de caminar de un lado a otro y, después de planearlo como un ladrón planea saquear un banco, escapó. Diana y Kris intentaron detenerla, pero fue demasiado tarde. Huyó por las puertas principales y, como todas las autoridades estaban averiguando lo sucedido, nadie se percató de su carrera maratónica a la parada de autobús.

Lloriqueó todo el camino y solo fue capaz de mirar el recorrido a través de la sucia ventanilla.

El bus demoró bastante rato y, luego, quedó metido en medio de una fila de vehículos que no avanzaba nada, así que se bajó y corrió lo que le quedaba a la clínica, la misma en la que ella había estado internada gracias a la gestión de James Prawel.

No le importó llamar la atención de los pacientes al llegar. Sabía que habían mirado extrañados, preguntándose qué historia había detrás de esa cara de desesperación, de esos ojos llenos de preocupación y cansancio.

En ese momento, solo esperaba que no fuese demasiado tarde. Corrió y subió hartas escaleras hasta dar con el pasillo correcto.

Liam no la regañó por haberse escapado de la secundaria, porque él habría hecho lo mismo por Natalie o su madre o por la misma Violet. La apegó contra su cálido cuerpo y allí se quedaron por al menos media hora, cuando los padres del chico irrumpieron en el lugar, quizás de manera más escandalosa de lo que Violet lo había hecho.

James avanzó de manera más rápida, con una mano sosteniendo el botón de su bléiser oscuro. La mujer iba corriendo tras él a duras penas en sus tacones altos, con el cabello negro suelto, que revotaba como comercial de champú con cada pisada que daba. Las facciones de ambos hablaban de que estaban preocupados.

—¡Aquí! —dijo Liam, alzando una mano, para que se dieran cuenta de ellos dos esperaban lo mismo.

—Por Dios.

James Prawel dio zancadas dejando más atrás a su mujer. Lo primero que hizo fue agarrar a Liam por los hombros.

—¡¿Dónde está?!

—¡Señor!

—¡Dime todo lo que sabes!

Violet los separó, empujando al hombre hacia atrás.

—Suéltelo —cuando ambas miradas se conectaron, ella prosiguió: —Ninguno de nosotros sabe nada.

—¿Tú?

Antes de que tuviera oportunidad de ensañarse con ella, Liam habló, tranquilo como siempre:

—Está siendo intervenido...

—Quiero hablar con el médico.

—Señor, lo están operando.

—¡Quiero hablar con un maldito doctor!

Se agarró la cabeza y estrelló su cuerpo contra la pared más cercana. Comenzó a darle puñetazos tan fuertes que todo el mundo se alejó de él, horrorizado. La única que se mantuvo más o menos estabilizada fue Susan. Vestía con un traje blanco como la nieve y sus manos estaban cubiertas de guantes de cuero blanco que Violet no podía dejar de mirar, ensimismada en sus pensamientos.

—¡Es mi único hijo maldita sea! —gritó el señor Prawel, dándole un último golpe a la pared. Sus nudillos se habían tornado rojos. Luego, se giró hacia su esposa, quien dio un respingo.

—Todo esto es tu culpa —la señaló.

—¡¿Mi culpa?! —preguntó, colérica.

—¡Sí! Si no fueses tan desconsiderada, él no habría hecho esto.

—¿Disculpa? —estaba boquiabierta —. Miren quién habla, el mejor padre del mundo.

—Mejor padre que tú seré, que andas de fiesta en fiesta todos los días.

—¡Tú eres el borracho trabajólico de esta familia!

—¡¿Qué familia?! ¡Ya no hay familia!

—¡Pregúntate de quién es la culpa!

—Señores —Liam alzó las manos antes de que se formase un gran escándalo y terminasen todos en la calle —. Zack no se lanzó al auto.

—¿Qué?

James Prawel caminó hacia él.

—¿Qué le pasó?

—Alguien lo empujó. Lo están buscando.

Violet abrió los ojos aún más. No le había dicho nada de eso.

—No puede ser —volvió a girarse contra su esposa —. ¿Lo ves? Si no hubieses causado ese revuelo con el mexicano, nadie estaría intentando matar a nuestro hijo.

—¿Y qué hay de ti? —le gritó ella —. Estuviste a punto de asesinar a una niñita.

La buscó con la mirada hasta que dio a parar con Violet.

—¡Justo esa de ahí!

—Cállate, Susan, por el amor de Dios... ¡Cállate!

—¡Por favor! —chilló Violet, con los ojos lagrimeando —. Nos van a terminar echando a todos de aquí.

Justamente, una enfermera se había asomado en actitud sospechosa. Aquella área del hospital debía mantenerse en un silencio de iglesia, pues la gente que allí operaban estaba batiéndose entre la vida y la muerte.

El hombre de traje caro se relamió los labios. En voz baja le habló a Liam:

—¿Tienen idea de quién pudo haber sido el desgraciado que lo empujó?

—No lo sé, señor. Yo solo vi a dos muchachos que se los estaban llevando esposados. Alcancé a escuchar que eran algo así como tres o cuatro, pero yo solo vi dos y... no tengo idea quiénes son.

—¿Había uno moreno?

Liam se giró a ver un momento a Violet.

—No.

Violet volvió a sentarse con un dedo metido dentro de la boca, sin saber qué pensar.

—Tal vez lo intentaron asaltar —acotó Susan. Solo Liam le contestó con un vago levantamiento de hombros.

Luego, vino el silencio. La incertidumbre era demasiado grande como para charlar sobre cómo iba la vida. Apenas aparecía una enfermera, era James Prawel quien se levantaba tras ellas para preguntar sobre el estado de salud de su hijo. Ellas le decían que nada sabían, que debía ser paciente, que pronto el médico de guardia saldría a darle noticias. Se sentaba y volvía a esperar con la cabeza entre las manos. Sudaba, las piernas le temblaban. Violet jamás se lo hubiese imaginado así después de aquella discusión en la mesa que tuvo con Zack.

Lo que sí le sorprendía era la actitud de Susan Prawel. Estuvo sentada al menos una hora con el celular en la mano, mensajeando. Luego se levantó e intentó ver más allá de las puertas de vidrio, pero le fue imposible.

Pasó una hora. Ninguno se movía del lugar. La entretención era caminar de un lado para otro del pabellón, contar las rayas del piso o mirar al hombre que trapeaba suelos a lo lejos.

A veces, pasaban pacientes en sillas de ruedas o camillas. Casi siempre venían familiares tras ellos, agradecidos con los resultados después de tanto sufrimiento. Violet quería tener esa expresión en su cara muy pronto.

—¿Seguro que no tienes que ir a la universidad? —le preguntó a Liam en un determinado momento. Se asustó de escuchar su voz tan ronca, como si hubiese gritado por treinta y seis horas seguidas.

—No te preocupes —apretó su mano —. Ya he llamado para excusarme. Estas son situaciones de emergencia.

Dos horas. La cirugía continuaba. A veces, la madre de Zack hacía comentarios como de que su hijo podía morir o que el doctor podía no ser muy capacitado.

—¿Vas a cerrar la boca o quieres que te ponga una cinta adhesiva? —le regañó James, agotado de escucharla hablar consigo misma.

—Al menos yo muestro preocupación.

—Sí, claro, ¿igual que hoy en la mañana? Faltaba que te pusieras a cantar, hipócrita.

Los dos pusieron los ojos en blanco y miraron en direcciones opuestas. Violet se los quedó mirando. Habían estado diciéndose tantas cosas feas que ella y Liam decidieron sentarse en la banquita del frente y actuar como que no se daban cuenta de lo mal que ellos dos se llevaban.

Tres horas. No se sabía nada ni sobre Zack ni los supuestos involucrados. James había estado llamando a mil personas una y otra vez. Golpeaba las murallas cuando sonaba ocupada la línea y volvía a golpearlas cuando atendía una llamada y se trataba de un periodista.

Era entendible, de cierta forma, la actitud que James Prawel estaba tomando para sobrellevar todo eso, pero llegó un momento en que ya nadie podía soportar escuchar su voz. Llevaban tres horas allí sentados, desinformados, ansiosos. Lo único que podían pedir era un poco de silencio.

Llegó un momento en que Susan se levantó y se sentó junto a Violet, creyendo tal vez que desde la otra banca se escuchaba menos la voz del hombre que alguna vez amó, pero que ahora no podía ni mirar a los ojos.

El uniforme de la muchacha, algo desteñido y arrugado, no se comparaba con el opulento y estiloso traje que ella vestía. Violet pensaba que seguramente era de esas mujeres que usaban un atuendo por solo una vez y luego lo vendían para renovar el armario.

—¿Tú eres Violet Henley?

—Sí —contestó con los ojos puestos en la pared de enfrente —. Pensé que ya lo sabía.

—Por el periódico —se explicó tomando con fuerza su cartera que hacía juego con su abrigo —. ¿Cómo estás?

Se giró hacia ella, sintiéndose aislada del resto del planeta.

—Con todo esto —agregó con un amago de sonrisa —. No hay mucha comunicación con Zack, pero ha hablado de ti y que te hace clases particulares.

—Eh, sí —le tendió la mano. Las estrecharon —. Un placer conocerla, señora Prawel. Y... estoy preocupada, la verdad... no sé qué decir.

Se preguntaba si Zack la reconocería. Si se iba a acordar de todas las cosas o no. ¿Terminaría con fracturas leves o graves? ¿Cómo sería el final de todo eso? Muchas interrogantes que no podía contestar todavía.

—Gracias por venir. Estoy segura de que significará mucho para Zack.

Violet volvió a mirarla. Su maquillaje se había corrido un poco producto de las lágrimas que recorrían cada cierto tiempo sus sonrosadas mejillas.

—Lo siento mucho, señora —murmuró la muchacha —. ¿Hay... algo que pueda hacer?

—No, no creo. Solo..., solo nos queda esperar al médico para que nos pueda dar más información.

Los minutos transcurrieron y, de pronto, Susan comenzó a sollozar. Nadie lo esperaba, menos que llorase por tanto rato. Su marido fue el primero en mostrarse irritado.

—Susan, ya basta.

—No puedo —se pasaba el pañuelo de seda por debajo de los ojos. Ya ni rímel le quedaba —. ¿Y si se nos va?

—No digas estupideces, mujer —la regañó él.

Violet entendió que él tenía el mismo temor.

Cuatro horas. Bostezos, susurros, sollozos y suspiros temerosos. Liam llevaba un rato sentado al lado de Violet. Le contaba que él iba manejando en su carro, recién saliendo de casa rumbo a la universidad cuando vio la ambulancia, las luces rojas de la policía, la gente curiosa que rodeaba el lugar y un gran charco de sangre.

El tráfico era tan grande que no se movía del sitio. Vio que algunos conductores se bajaron a chequear lo que había sucedido, o más bien a preguntar cuándo todo iba a volver a la normalidad. No supo por qué, pero hizo lo mismo que aquellas personas, ya que iba atrasado a su primera clase.

No fue el primero ni el último en hacerlo. Había un extraño aire en el lugar. Soplaba un viento frío, tenso, y los árboles parecían querer decir algo por la forma en la que se agitaban.

Y, entonces vio la cara del chico. Lo reconoció, ya lo había visto frente a su propia casa con Violet numerosas veces, pues le gustaba espiarlos para luego poder molestarla a ella. Además, los paramédicos y policías habían extraído la cédula de identidad del joven de uno de sus bolsillos, mientras esposaban a los sospechosos, dos en total. Escuchó el nombre de la víctima al menos dos veces. Era él, sin duda.

No perdió el tiempo y, olvidándose de la universidad, llamó a la escuela para informar lo que había visto, además de seguir a la ambulancia, pues sabía que después tendría que informarle algo a Violet. Eran amigos después de todo.

—Eso es lo más lindo que has hecho por mí, Liam —le dijo Violet, cuando terminó de contar su historia —. Gracias.

Se apegaron el uno al otro un poco más, esperando. Ya estaba oscureciendo. Todo el mundo pareció alarmarse cuando eso ocurrió.

—Tarda mucho. Está tardando mucho —decía el señor Prawel.

Violet cerró sus ojos, colocando su mano en la parte en que el hombro y el cuello se unen, intentando deshacer los nudos que parecían incrustados allí desde hace siglos. Tardó un tiempo en darse cuenta de que las voces y pasos habían cesado otra vez, haciendo que cayera un silencio súbito e intenso.

A las cinco horas de estar allí, por fin salió un médico que venía del pabellón. Violet estaba tumbada sobre las sillas cuando vio al hombre salir y quitarse la mascarilla. Se levantó de un salto y se preocupó al verlo agotado. Una capa de sudor cubría todavía su frente.

—¡Doctor!

El grito de Susan alertó a los demás que estaban cayendo dormidos poco a poco.

—Dunn —se presentó. Traía una mueca rara entre los labios —. ¿Los padres de Zack Prawel?

A pesar de que solo llamó a los padres, los cuatro se agruparon frente a él.

—¿Qué novedades hay, doctor Dunn? —preguntó el padre del muchacho.

Todos esperaban buenas noticias, pero el hombre traía una expresión tiesa.

—No hay peligro de muerte —fue lo primero que soltó.

Todos exhalaron profundamente y hasta una sonrisa apareció en el rostro de Liam. El único que se mantuvo totalmente frío fue James Prawel, pues captaba que había un «pero».

—Sin embargo, fue una operación complicada.

—¿A qué se refiere?

—El muchacho ya tenía serias lesiones. Según los paramédicos que lo trajeron en la ambulancia, él... habría sido golpeado y empujado a la calle por terceros. Luego, un carro lo atropelló y el conductor debe estar siendo formalizado también. Aquello empeoró todo.

—¿Empeoró?

—Sufrió un traumatismo cráneo encefálico y uno en el tórax, aparte de otras contusiones —bufó —. En medio de la operación también tuvimos un... un paro cardio-respiratorio.

—¿Un paro...? —el mentón de Susan Prawel comenzó a temblar. Violet sintió que su pecho se comprimía.

—Sí. Tuvo un TEC moderado, por lo que hay que dejarlo bajo observación —respiró profundamente —. El pronóstico, aun así, es bueno. Puede que esté desorientado cuando despierte, tenga amnesia temporal o se encuentre en un estado letárgico, aunque es menos probable.

—¿Es casi leve? —preguntó el padre.

—Sí. Sigue estando en el rango de moderado, pero bajo. La operación fue complicada debido a que perdió mucha sangre, pero se pudo recuperar bien —intentó sonreírles —. Su hijo es un paciente fuerte.

—¿Hay posibilidad de que tenga síndrome posconmoción?

—Me temo que sí —afirmó Dunn—. Pero si es que tiene, no será un gran problema, se lo aseguro.

—¿Qué significa eso? —se atrevió a preguntar Violet.

El médico posó sus azules ojos, cubiertos por largas pestañas rubias, sobre ella.

—El PCS puede generar dificultad de concentración, dolores fuertes de cabeza, irritabilidad, entre otras cosas. No es tan serio como suena.

Ante las miradas inestables de los presentes, principalmente la del padre del menor, añadió:

—Si llegase a tener, eso puede ser tratado con medicamentos. De todas formas, en la mayoría de mis pacientes siempre desaparece después de un periodo de tiempo.

Había sonado más como un consuelo que un diagnóstico real.

—Muchas gracias, doctor.

—No hay de qué. Las enfermeras pronto lo trasladarán a su cuarto y podrán verlo —los observó a todos —. Solo padres por hoy.
Revisó la hora en su reloj.

—Igual... se está siendo tarde. Sí, es mejor que el chico duerma por hoy lo que más pueda. No lo cansen.

—Ojalá encuentren al infeliz que le hizo esto.

Dunn pareció anonadado ante las fuertes palabras del señor Prawel.

—Cállate, James. Te comportas como un crío —le dijo su mujer, engorrosa.

—Nada de eso. Lo meteré a la cárcel. ¡Se pudrirá allí!

Se fue a sentar sacudiendo sus manos en el aire. El médico lo miró fijamente por medio segundo.

—Eso es todo —le sonrió a la mujer —. Gracias por la confianza.

—No, doctor, gracias a usted por salvarlo.

El hombre se limitó a sonreír y se retiró, parco. Violet lo siguió con la mirada, sin recuperar la voz todavía. Todo había sido más grave de lo que pensó y no podía creer que no tendría la oportunidad de verlo ese día.

Se sentó casi de memoria, dejando una mano sobre una de sus rodillas. Los leotardos se habían agujereado, no recordaba por qué, pero tampoco perdió tiempo pensando en el cómo. Solo jugueteó con el agujero, para liberar estrés, haciéndolo más grande. Contemplaba al señor Prawel, sentando en frente. Dos mundos se habían encontrado y ahora ambos estaban allí, esperando por una misma razón.

El hombre elegante alzó sus ojos hacia los de ella. Violet le sonrió con algo de nostalgia.

—El mundo es muy pequeño, ¿verdad, señor Prawel? Otra vez aquí...

Negó con la cabeza un poco, como si le costara asimilar lo que ella acababa de salir.

—Sí que lo es.

Un breve silencio. En sus ojos azules pudo ver los recuerdos sobreviniéndole por el mero hecho de estar en una situación en la que podría haber perdido a su hijo. Era como si recién se hubiese dado cuenta de lo que tenía. Aquella familia, rota, pero que alguna vez fue una familia, su familia. Tal vez la última vez que había pensado de Zack y Susan como su familia había sido hace más de diez años.

Violet no pudo dormir bien esa noche. Ya eran las cuatro de la mañana, cuando seguía con los ojos abiertos en la oscuridad, observando el koala con la camiseta que decía Australia. Estaba sobre su escritorio y la miraba fijamente.

—Desearía salir de la máquina yo también —le susurró, volteándose boca arriba. El techo parecía infinito, como si estuviese flotando por la galaxia sin rumbo alguno. Lanzó un bufido.

La tía había llamado a la escuela para excusarla de haberse saltado la jornada escolar y también la excusó porque no iría al siguiente día. Lo mismo pasó con Diana y Kris, quienes la acompañarían. El director fue muy dócil y entendió los motivos.

—No hay problema, quedará justificada —dijo al teléfono.

—Gracias por entender —respondió Cecilie Sanders, casi sin voz.

La noche resultó dura para todos en casa. Se asemejaba a esos momentos en la vida en los que no sabes qué hacer por miedo a las consecuencias que traigan tus decisiones. Violet tenía miedo de que amaneciese incluso.

Pero sucedió. El sol siempre vuelve a salir.

Se levantó y se pasó las manos por debajo de sus adormilados ojos. Quería creer que todo había sido un mal sueño, pero el silencio en la casa delataba lo contrario. Nunca había escuchado tan poco ruido en un día de semana.

—Buenas noticias —le dijo Liam, cuando entró en la cocina. Ella lo miró mal. No podía creer que hubiese buenas noticias después de un accidente como ese.

—¿Qué cosa?

El alzó el mentón, apuntándole la televisión. Allí la reportera hablaba del caso de Zack y de que ya habían atrapado al último involucrado.

—¡¿Lo encontraron?!

Lanzándose al sofá, agarró el control remoto y le subió el volumen al televisor.

—El joven de nombre Sean Glover, fue encontrado ayer en el sótano de su casa junto a varias maletas. Personal de la policía ha confirmado que el joven habría estado preparando un escape —decía la reportera.

—¿Sean Glover? —no podía mover bien la boca por el asombro —. ¿Sean, en serio? Pero... yo... pensé...

No pudo seguir hablando porque justo salió la cara del padre de Sean, hablando por televisión.

"Solo espero que lo ayuden. Mi hijo no está bien de la cabeza, lo admito", dijo.

Esas palabras quedaron grabadas en la mente de Violet.

—El juicio se realizará en el transcurso de mañana. Los padres de la víctima piden un mínimo de cinco años de cárcel.

—¿Cinco años? —preguntó Violet cuando recuperó el aliento —. ¡Pero están locos! Sean es una muy mala persona y...

—Y... puede que esté mal de la cabeza —completó Liam por ella —. Sabes, de lo poco que he visto yo... creo... que es un sociópata.

La reportera seguía hablando, pero ya nadie la escuchaba.

—¿Sociópata?

—No es mi área, así que no estoy completamente seguro —hablaba desde la experiencia médica que tenía —. Es un trastorno de conducta. Se ven como personas normales, pero no lo son. Cometen este tipo de delitos y no sienten remordimiento alguno. Dime, ¿qué cosas te ha hecho o has visto que ha hecho?

Violet le contó en términos generales lo que él hacía en el colegio a los demás, incluyéndola.

—¿Lo ves? Y viendo este caso y... no sé, la forma en la que actúa. Seguro que no mostrará ninguna cuota de arrepentimiento. Actuara como si nada hubiese pasado. De seguro cuando le pegaba a tu amigo disfrutaba de su debilidad.

Y entonces, como por arte de magia, la reportera les hizo una pregunta a los televidentes:

"¿Podría este joven presentar síntomas de sociopatía? Esta pregunta seguramente será contestada en las próximas horas. Manténgase en línea con..."

Liam apagó la televisión de repente.

—¡Hey! —chilló ella —. La estaba viendo.

—No te calientes más la cabeza, Vi. Ahora... todo lo que importa es Zack.

—¿Despertó? —preguntó ella, esperando que no le salieran con la noticia de que había caído en un coma.

—Sí. Llamé ayer a su madre. Despertó algo así como a la medianoche.

La chica se miró las manos.

—Eso es un alivio.

—Vamos a la clínica —tomó las llaves del auto que se encontraban sobre la encimera —. Y abrígate bien.

Se arregló y colocó un suéter de lana roja, pensando que un poco de color podría aliviar lo tenso de la situación. Supo que había logrado su cometido cuando Liam la vio y empezó a reír con ganas porque le hacía recordar la Navidad.

—Hola, Rodolfo el Reno.

—Cállate —le contestó entre risas, terminando de armarse la segunda trenza.

—Eres una loca.

Violet rio otra vez. Se detuvo antes de abrir la puerta del copiloto. Y es que no veía con buenos ojos el hecho de que ellos dos estuviesen riendo y bromeando. Se subió con una expresión tensa, a pesar de que Liam seguía haciéndose el bromista. Se distrajo con el paisaje a través de la ventana, cambiando radicalmente de humor. Parecía seria, como si estuviese asistiendo a un funeral en vez de yendo a ver a su amigo. Liam la miró de reojo.

—No tienes que poner esa cara, Vi.

—No quiero reírme —tosió —. No debería.

—Solo te reíste —le sonrió dulcemente —. Solo fue una risa.

Los ojos de Violet se llenaron de lágrimas. No se volteó y tampoco insistió en discutirlo. Solo quería arribar el lugar y hacer lo que debía hacer.

La clínica lucía desolada en un día de semana, mas Violet pensó que, como pronto comenzaría julio, las salas de espera se llenarían de enfermos.

Liam estacionó su auto de segunda frente a la moderna fachada, en medio de autos que solo pensaría en comprar si le iba bien siendo médico.

Violet fue la primera en bajar y tiritó de frío ante el fuerte viento que soplaba de oeste a este y a las nubes plomizas que anunciaban aguacero.

—Vi, antes de entrar.

Liam se sacó un aparato del bolsillo.

—Te compré esto, porque creo que ya lo necesitas.

Sus ojos se agrandaron y su mano quedó suspendida en el aire. Era un celular. Uno de verdad.

—No creo que lo necesite —dijo ella, rechazándolo. Liam hizo una mueca y lo colocó en su fría mano, insulso.

—Vas a tener que aceptarlo. Estoy seguro de que lo necesitarás en casos de emergencia... casos como este...—se agachó para verle mejor la cara —. Ya agregué mi número y el de casa.

—Gracias —dijo ella al fin.

El cuerpo del joven dio la impresión de desinflarse un poco, como si hubiera temido que ella se negara de verdad.

—Ya, entremos.

El centro de salud estaba más lleno de enfermeras vestidas de celeste y médicos con batas que de pacientes. Parecía como si todos se hubiesen mejorado y se estuviesen yendo a sus casas a comer una pizza. Esperaba que eso fuese una especie de señal de que a ellos iba a sucederles igual.

Se desplazaron rápidamente por esos pasillos largos con distribución laberíntica que hacía todo más difícil de encontrar, incluso el ascensor.

Violet jugaba con su nueva adquisición, curiosa de ver cómo funcionaba. Nunca había tenido un celular antes, según ella porque no creía necesitarlo. Pero Liam creyó, después de ver su expresión facial, que era porque su familia no podía comprar uno, ni siquiera de calidad antigua como el que le había comprado, pues no era de esos con pantalla táctil que estaban recién saliendo y apoderándose de los mercados de telecomunicaciones.

—Llegamos —anunció cuando las puertas del ascensor se abrieron en el sexto piso.

Violet dejó de inmediato el celular en el bolsillo de ese suéter ridículo de lana roja que se estaba deshilachando. Caminó, vulnerable, por los pasillos. Persistió un ambiente sutil y se irradiaba una discreta esperanza. La niña caminó más rápido cuando vio a Diana y Kris, esperando su turno para entrar a verlo.

—Violet... —Diana fue la primera en verla y las lágrimas no tardaron en hacerse notar.

Un abrazo fue todo lo que pudieron darse.

—No te veo desde ayer —comentó la castaña, como si en verdad hubiesen pasado años. Tenía grandes ojeras y la punta de la nariz roja.

—Lo siento por no decirles nada —se lamentó Violet —. Es que... a mí tampoco me han dicho mucho.

La consolaron diciéndole que no importaba, volviendo a sentarse en esas incómodas sillas azules pegadas a la pared.

El señor Prawel se compraba un café más allá. Hablaba efusivo con la señorita de la caja, que seguramente sentía pena por los Prawel, pues el matrimonio se había quedado toda la noche en la clínica.

—Señor Prawel —lo saludó Liam, acercándose, interrumpiendo aquella química. Después de todo, encontraba que la jovencita que lo atendía era muy joven para él.

—Oh, tú —aclaró la garganta mientras revolvía el café expreso —. Louis, ¿verdad?

—Liam, el hermano temporal de Violet.

Le gustó presentarse a sí mismo de esa forma. Después de todo, su única familia había sido su madre, soltera y luchadora. Violet era una persona que había llegado para iluminar su vida corriente en Canberra. Y estaba seguro de que lo había logrado con cada uno de los que estaba allí.

—Oh, hermano temporal, qué gracioso.

Liam no entendió si aquello era chiste o sarcasmo. Se giró a verla un momento. Se encontraba sentada en medio de sus dos compañeros de clase. Tenían rostros melancólicos, pero hacían un esfuerzo por reír y no verse perdidos. Liam también sonrió.

Violet Henley se había convertido, aunque la mayoría de allí no quisiese admitirlo, en la única luz de esperanza en la vida de muchos, especialmente en la de Zack.

—¿Cómo se encuentra su hijo?

—Ayer... mal —sus ojos se nublaron —. No pudo ni reconocernos.

—Vaya —iba a comprar algo de la cafetería, pero no pudo moverse —. ¿Tan mal?

—Lo sé, casi me pongo a llorar creyendo que iba a terminar en un manicomio o algo así. Hoy está mejor. No recuerda lo sucedido, pero puede recordar el pasado. Es una buena noticia.

—Me alegro, de verdad.

Liam no sabía si eso era del todo bueno.

—Estuvo conectado a oxígeno toda la noche. Las enfermeras entraban cada media hora o una hora. Había que regularle la presión, la temperatura —parecía no tolerarlo —. Fue un caos, pero yo y Susan estamos agradecidos.

Liam asintió, mordiéndose el labio inferior.

—Y... ¿su mujer se fue a casa?

—Oh, no. Está ahí dentro con mi hijo —respondió, recalcando el "mi" como si fuese solo suyo —. Ha llorado como una urraca toda la noche. No he podido dormir.

—Creo que todos se han comportado como ella —la defendió, alzando su mirada a la muchacha que curioseaba —. Buenos días —la saludó, sarcástico, alejándose hacia el grupo otra vez.

No sabía cuál era el afán de las chicas jóvenes de fijarse en hombres viejos y casados. Llegó a la conclusión de que era el dinero. Al menos, sabía que no todas eran así, como su querida Natalie.

Fue a llamarla para contarle que todo estaba bien y que estaría libre el fin de semana para salir, puesto que ahora debía cuidar de Violet. Fue en ese intertanto en que Susan Prawel salió de la habitación 22 con una mirada bastante perdida, la cabeza hundida entre los hombros.

—Señora Prawel —dijo Violet. Alzó la vista, sobresaltada.

—Oh. Violet.

—¿Cómo...? ¿Cómo está? —quiso acercarse y entrar corriendo a la habitación de Zack, pero fue incapaz de moverse. Se quedó ahí, de pie junto a los asientos de plástico. En la cara de la señora Prawel había tal expresión de abatimiento que temió que su mera presencia la importunara, incluyendo la de sus amigos de escuela.

—Un poco mejor. Le han dado unos antibióticos muy fuertes, así que está algo... cansado. Ido...

Se pasó las manos llenas de sudor por encima de la falda.

—Lo bueno es que el médico se pasará en una hora más o menos —agregó innecesariamente.

Se mordió el labio inferior y miró atrás de sí.

—¿Van a pasar?

—¿Se puede? —preguntó Diana.

—Sí. Pueden, pero no lo toquen y agiten mucho.

—Claro.

Kris y Diana se pusieron de pie. Violet permaneció sentada.

—¿No vienes? —preguntó Kris, alzando una ceja.

—Prefiero entrar sola —se giró hacia la mujer, quien tenía un aspecto de ni siquiera haberse dado un baño, tal vez por primera vez en su vida —. ¿Se puede?

—Claro. Creo que él también prefiere que no entren muchos a la vez.

—Muy bien.

Kris y Diana entonces pasaron. Cuando la puerta se cerró, Violet cerró sus ojos y apegó la nuca contra la pared, pensando en qué le diría cuando entrase. ¿Estaría lleno de tubos y vendas? ¿Olería a utensilios médicos?

Agitó la cabeza en un intento por quitarse todos esos pensamientos de la cabeza.

Pudo observar al señor Prawel bebiendo su café y leyendo un periódico mientras su mujer le hablaba. Sintió pena por la señora porque parecía que estuviese hablando con una pared.

—¿Me estás escuchando? Necesito que hables con el médico sobre la factura.

—Sí, sí. Lo haré pronto. Ni que fuera gran problema pagarlo.

Le dio la espalda y caminó lentamente hacia los asientos en donde Violet se encontraba, entumecida.

—Hola, Violet, ¿cómo estás?

—Mejor de lo que debería —dijo —. ¿Y él?

Se sorprendió porque no preguntó sobre él, sino sobre su hijo.

—Con oxígeno a veces. Estable —le respondió, como si fuese algo común. La rubia pensó que pretendía verse como un hombre seguro que tiene una vida que durará para siempre.

—Ya veo.

—No te preocupes. Vivirá.

Violet frunció las cejas y apretó los puños, hechos piedras.

—Señor.

—Es la verdad —estudió su mirada —. Oh, no te gustó el cómo lo dije. Bueno, es que tú no conoces a Zack. No sabes lo que ha pasado con él con este tema de "la vida". Espero que este accidente le sirva para valorar lo que tiene, si algo bueno puede sacarle.

Los pómulos de Violet se comprimieron aún más.

—Creo que no es oportuno que diga ese tipo de cosas, señor.

—Dímelo tú a mí. He luchado en vano por años para que no esté deprimido. Psiquiatras, psicólogos, regalos. No quiere nada. No ama nada. Quiero que viva, pero... ¿de qué sirve si después él mismo termina con ella? ¿Por qué crees que pensé que se había lanzado al vehículo en primer lugar?

Miró los ojos brillantes de la muchacha.

—No es la primera vez que estoy en una sala de este hospital esperando el diagnóstico de mi hijo.

Se había inclinado tanto hacia adelante que el hombre logró darse cuenta de que se había inspirado y estaba hablando de cosas personales con una completa extraña.

—Lo siento es que... —su rostro se volvió compungido —. Extraño el brillo en los ojos de Zack. Ahora lo veo y está... tan cambiado. Se le pone una mirada que... da miedo. Es como si casi ya no estuviera aquí.

—Lo sé.

—Zack es... —comenzó, pero de repente cerró la boca y apartó los ojos de ella.

Hubo un silencio.

—Supongo que es su decisión si vuelve a intentarlo —concluyó al rato.

Violet entendió perfectamente aquella referencia. Con lágrimas en los ojos, negó con su cabeza.

—Pero eso era antes de mi llegada, ¿no es así? Este accidente fue solo...

—Este accidente fue provocado por terceros, señorita Henley. No me sorprendería que lo agregara a su lista de razones por las que no debería seguir aquí... con nosotros.

Se levantó finalmente porque tal vez no quería lidiar con el llanto de la chica. Se retiró al baño y Violet esperó en aquella silla, encogida en su ropa, abrazando su suéter de lana y gimiendo silenciosamente, deseando que nadie se percatara de que estaba llorando.

Vino una doctora, pero no osó a seguirla a la habitación, con sus amigos todavía ahí dentro. Cuando salió, quince minutos más tarde, Kris y Diana aparecieron tras ella. Violet volvió a levantarse y se pasó rápidamente la mano bajo los ojos, confiando en que no se darían cuenta de lo afectada que estaba. Ellos le contaron que Zack estaba algo adormilado, serio, distraído, que tal vez no quería estar con nadie realmente. Diana hablaba con una voz entrecortada por el alivio, pero también por el temor. Especificó que la doctora allí adentro había dicho que era una suerte que no hubiese caído de cabeza contra el pavimento. Su «o...» tiñó el silencio que se abrió entre los tres.

—Entonces, ¿qué tenemos que hacer ahora? —preguntó la chica.

Diana se encogió de hombros.

—Esperar, supongo. Creo que nuestra visita solo empeoró su estado de ánimo.

Violet miró a Kris, esperando confirmación. Asintió con la cabeza al cabo de un minuto.

—No contestó ninguna de mis preguntas y en ningún momento nos miró. Tenía la mirada fija en un florero que estaba al frente de su cama y... no lo sé, solo nos dijo que nos fuéramos.

—No lo entiendo. ¿Dijeron algo que le molestó?

Diana y Kris se miraron. Ambos negaron al mismo tiempo.

—Solo dijimos lo preocupados que estábamos, que lamentábamos lo sucedido —Diana comenzó a enumerar las cosas como si se lo hubiese aprendido de memoria —. Que en el colegio estaban preguntando por él, que lo extrañaban y que toda esta situación era una pena y esperábamos que se sintiera mejor.

Violet abrió la boca, pero Liam se les acercó. Tenía el aspecto de haber envejecido debido al estrés de la situación.

—¿Quieren que les traiga algo de comer, chicos? ¿O tal vez prefieren ir a tomar aire fresco a algún lado?

James Prawel aprovechó la distracción del grupo y se deslizó dentro de la sala.

—La verdad es que me vendría bien comer algo —comentó Kris. Diana estuvo de acuerdo, mas Violet se negó, pues quería visitar a Zack de todas maneras.

Diana le prestó una loción bacteriana y le deseó suerte entre dientes. La expresión de Violet se ablandó un instante y, de repente, Diana notó que estaba cansadísima. Quiso preguntarle si había dormido bien, pero no lo hizo, pues infirió que se había quedado despierta la noche completa.

Tras despedirse, se armó de valor y entró a la sala, sabiendo que se encontraría a James Prawel adentro.

Cuando se asomó, comenzó a sentir el temor, pues la habitación tenía una extraña sensación de soledad. El reloj marcaba las horas y se podían oír los murmullos ocasionales del exterior y el suave ruido de los zapatos de las enfermeras sobre el linóleo. Cerró la puerta tras de sí y miró al frente, tal vez un poco triste y culpable. Zack yacía en medio de la habitación, recostado sobre la cama, cubierto de sábanas hasta el pecho. Vestía una camiseta azul de mangas cortas, típicas de los hospitales, y estaba conectado a suero. Tenía una cánula al dorso, sujeta con gasa y su piel yacía amoratada y vendada en varios sectores de su cuerpo, lo que le cortó la respiración. Estaba pálido, ojeroso. Sus labios eran blancos como la nieve, resecos como su garganta y su cuerpo, el que apenas se movía. Su mirada perdida se encontraba en el jarrón lleno de rosas, tal como Kris había dicho, y la sala estaba rodeada de máquinas que emitían ruidos intermitentes. No parecían música para los oídos de nadie.

El señor Prawel se encontraba de pie a su lado, con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón entallado.

—Tienes que decirme tarde o temprano lo que ese muchacho te hacía. No puedes esconderlo para toda la vida. Además, ya hasta la televisión está hablando de eso. No puedes esconderte más tiempo, hijo.

Violet se quedó de pie junto a la puerta, sintiéndose mal por espiar una conversación así.

—Lo detuvieron hoy y quieren tu declaración —agregó el hombre —. Zack, por favor. No sabes lo afectados que estamos todos.

Zack giró su cabeza con dificultad hacia la puerta en cuanto sintió la presencia de un tercero. Sus ojos estaban grandes y vivos, muy distinto a lo que había descrito su padre, lo que le sacó una sonrisa a Violet en el momento en que ambos se miraron.

—Hola —saludó, tímida. Tragó saliva cuando James Prawel se giró.

—¿Y tú?

—Es mi turno de visita, señor.

El silencio volvió a cubrirlos de forma intensa. Zack se hallaba inexpresivo, con ciertas heridas sobre su rostro. Violet se preguntaba si la habría reconocido.

—Bien, volveré más tarde.

El hombre se limpió la cara con una mano y salió, pasando a llevar sin querer el hombro de la muchacha. Ella suspiró, pero no pudo ser capaz de moverse. Se limitó a sonreírle a Zack y disfrutar cómo sus ojos se fijaban en ella, sin siquiera pestañear.

—Hola —saludó otra vez sintiendo su voz quebrarse. Zack tenía un aspecto extrañamente ausente, como si solo fuese un cuerpo vacío. ¿Y si el Zack de antes se había ido para siempre?, no dejaba de preguntarse. No podría lidiar con ello si era cierto.

—¿Vienes a sentir pena por mí? —fue lo primero que dijo, con una voz vacía y lejana. Entonces, ella entendió por qué les había ido tan mal en la visita a los demás.

Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero aun así sonreía.

—Claro que no. Vengo a desordenar un poco tu rutina.

Por fin entonces caminó hacia él y se sentó en la silla junto a la cama con una sonrisa encantadora.

—¿Qué hay?

—Tubos, suero, olor a sangre, nada nuevo.

A la rubia se le formó un nudo en la garganta cuando intentó tragar, pero le tranquilizó entender que seguía siendo él.

—Lo siento, Zack. Cuando me enteré...

—Habla de otra cosa —pronunció con voz ronca, como si sus cuerdas vocales se hubiesen dañado.

Ella miró las manos moreteadas del muchacho y aguardó un momento.

—Eh... ayer fue el examen de francés.

Una sonrisa pequeña se formó en sus labios. Era como si le hubiese dado en el blanco.

—¿Cómo te fue?

—Bien, espero —lanzó un suspiro —. Aún no me entero de mi nota, porque falté hoy, pero sé que en física obtuve 88/100.

—Felicidades —dijo con mirada compasiva. Violet sentía unas profundas ganas de llorar a su lado, de pedirle perdón o de simplemente tomarle de la mano. Pero se contuvo. Se contuvo con todas sus fuerzas porque sabía que él no quería verla llorar, no quería que lo viesen vulnerable. Eso solo empeoraría el cómo se sentía consigo mismo.

—Tú obtuviste 100/100.

—Impresionante —dijo, cerrando sus ojos con lentitud.

—Lo eres —admitió ella, observando detenidamente sus heridas, cicatrices y demás. Podía ver los estragos de lo que había sido también su intento de suicidio, allí junto a las muñecas, largas y rojas. Él hizo una leve mueca de dolor, como si se hubiese dado cuenta de su mirada. Giró la mano para esconderlas.

—¿Cómo estás? —preguntó él de repente, descolocándola.

—No se trata sobre mí ahora —alisó el cabello de su frente y le sintió la cabeza caliente —. Debo decir que luces mejor de lo que esperaba.

—¿Sí?

—Por supuesto. ¿Sientes mareos o incomodidad?

—Me duele un poco la cabeza —admitió, haciendo otro gesto de dolor —. Y mi voz sale irritada.

Era cierto, parecía costarle hablar o pensar.

—Creo que te ves genial —le dijo ella con voz serena —. Ya verás que cuando salgas, podremos ir al cine como Diana quería.

—Lo siento.

Violet no entendió de qué se disculpaba hasta dentro de unos segundos.

—Oh, no —comenzó a reír, nerviosa —. No es tu culpa. Iremos todos juntos otro día, eso es lo que importa.

Zack mantuvo su mirada fija en el ramo de rosas. Eran preciosas.

Notaba en su mirada cierta molestia y sus mejillas comenzaron a enrojecerse, tal vez porque estaba afiebrado. Ella, sabiendo que no era profesional, se acercó a él de igual modo y acomodó su nuca contra la almohada, esperando que el contacto de su cuello con su mano fría aminorara el dolor. Le sonrió cuando lo vio mirándola.

—¿Has estado mucho tiempo afuera? —preguntó él en un susurro.

Mintió diciendo que solo había estado un par de horas, para que no se preocupara. Se quedaron ahí, sentados. Ella habló, permitiendo que su voz llenara esa gran habitación, que solo hacía que se sintieran más pequeños. Le contó sobre el clima, que tal vez iba a llover y que estaba haciendo mucho frío. Le aconsejó abrigarse bien cuando saliera para no pescar un resfrío.

Él solo la miraba, tal vez apiadándose de ella. Ya había notado sus ojeras y que estaba un tanto delgada.

—¿Y...? —Violet iba a hablar otra vez para desviar su atención, pero sintió una vibración en su bolsillo —. Uh, esta cosa.

Zack alzó una ceja con la respiración dificultosa. Pudo ver que sacaba un celular de su suéter.

—¡Mira! —mostró con simpatía —. Tengo un nuevo celular. Y tiene el juego de la serpiente, ¿cómo se llamaba?

Zack sonrió sin que ella se percatase.

—Es un celular un tanto antiguo para estos años.

—Oh, fue un regalo. Y no todos tenemos dinero para gastarlo en un iPhone 4.

Estaba metiéndose a los mensajes de texto para ver qué había recibido. Kris le había enviado una noticia.

"Hemos recibido nuestras calificaciones de francés gracias a Kevin. Felicidades. Obtuviste 100/100".

Tuvo que reprimir una sensación de pánico creciente. El celular tembló en su mano y casi lo dejó caer. Su boca se contrajo y sus ojos relucieron.

—¿Qué sucede? —preguntó Zack en voz baja. Ella lo miró.

—Zack.

Se puso de pie de un salto, asustándole.

—¡Zack!

Él parpadeó, un tanto tenso.

—¿Qué?

—¡Oh por Dios! ¡Madre santa!

No sabía si estaba permitido gritar allí, pero comenzó a reír y dar vueltas en círculos, sin poder creerlo. Zack mantenía esa mirada como si no estuviese allí.

—¡Zack! —le tomó el brazo, cuidando de no pasarle a llevar la aguja de su muñeca que lo mantenía conectado al suero —. ¡No vas a poder creerlo! Obtuve 100/100 en francés. ¡Yo! ¡100/100! ¿No es increíble?

Las comisuras de los labios del joven se elevaron con lentitud, pero seguros. Eso fue como un milagro súbito e intenso para su corazón.

—Sabía que lo lograrías...

—Dios —le soltó el brazo y volvió a dejarse caer sobre el asiento, totalmente alocada —. Debo verme como una histérica, pero es la mejor sensación que he tenido en mi vida. ¡Dios! Mis padres van a estar orgullosos... ¡mi abuelo!

Sabía que se había puesto parlanchina, pero no podía creerlo. Colocó sus manos frías sobre sus pómulos, como si buscara despertar de un sueño, pero no, todo era muy real.

—¿Sabes que el profesor me puso el mismo ejemplo que tú?

—¿Cuál?

Incluso a pesar de que había un intento de sonrisa en su rostro, se notaba que hacía un esfuerzo.

—El del incendio forestal. Exactamente el mismo.

Una pequeña risa salió de la garganta del chico, con mucho impedimento. Pero era una risa, al fin y al cabo.

—Qué sorpresa —dijo, aclarando su garganta e inclinándose más contra la almohada —. Felicitaciones.

—Violet 4 – Zack 3 —anunció, guiñándole un ojo —. Me lo merezco después de conseguir este logro. ¡Es un orgullo!

—Por supuesto que sí —dijo él, resoplando.

Ella lanzó un suspiro, sin quitar esa sonrisa tonta de su cara.

—Tengo que decirlo... muchas gracias.

—¿Hum?

Se sentía tan extenuada como él.

—Sé que parece no ser el momento, pero si no fuese por ti, yo jamás lo hubiese conseguido.

Se llevó una mano al pecho mientras sacudía sus piernas. Estaba tan contenta, que hubiese comenzado a correr por toda la pieza.

—Muchísimas gracias, Zack Prawel.

Quiso que él le dijese algo, pero, en vez de eso, entró la señora Prawel. Puso una cara de confusión, tal vez porque nadie había logrado estar sentado en esa silla, tan cerca de él, antes.

—Violet.

Había comenzado a quedarse sin respiración, como si le diera vergüenza que su hijo la mirara a los ojos. Por ello, no fue extraño ver que apartó la mirada.

—Ya deberías salir. Mi marido quiere entrar.

—No hay problema.

Cerró la puerta para darles un tiempo corto de despedida. En el aire flotaba un aroma a paz que no había al momento de entrar. Zack ya no parecía pálido, pero seguía un tanto serio, como si estuviese pensando muchas cosas a la vez.

Al notar el inminente silencio, creyó que lo mejor era dejarlo descansar.

—Bueno, será mejor que me vaya —le dijo, colocándose de pie.

—Espera, Violet.

Ella le clavó la mirada inmediatamente. La cara de Zack enseñaba un amago de disculpa.

—Espera un minuto, solo uno.

—¿Te duele algo? —preguntó ella de un modo inesperado. Se descubrió mirando las cicatrices de su rostro por miedo a que alguna sutura se hubiese abierto.

—No...—jadeó, tensando su mandíbula —. No.

Ella volvió a sentarse lentamente, sin quitarle los ojos de encima.

—Quédate un rato más —dijo al fin, con una mueca de disgusto que la confundió. Afuera podía oír el tráfico y el ruido de una llovizna que fue a caer sin piedad sobre la ciudad, recordándole a todos que estaban en medio de un crudo invierno.

—¿Quieres...? —no pudo hablar correctamente —. ¿Quieres que me quede?

—Quiero... —su manzana de Adán subió y bajó con cierta dificultad, costándole decir lo que quería decir.

Finalmente, frunció el ceño y cerró un momento los ojos.

—Sí. Solo... quiero estar aquí con una persona que no sienta pena por mí, ni me recuerde lo malo... por al menos una vez en mi vida.

Violet parpadeó lento y una de sus manos hizo un contacto diminuto con el dorso de la mano del muchacho, justo cuando él abría los ojos.

—Claro.

Ella se permitió dejar escapar una sonrisa a sabiendas de que él no la descubriría. Se quedaron allí sentados, haciéndose compañía durante unos minutos más. Eran solo dos personas que se dejaban llevar por el suave sonido de la llovizna, una que podían disfrutar a solas en una habitación solitaria de un hospital iluminado por unas luces blanquecinas, como las luces frontales del recuerdo de ese auto.

Fue un instante, es cierto. Pero fue un instante que duró para siempre.

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