C i n c u e n t a y c i n c o

Capítulo 55

Fanny habló con sus padres esa noche. Rompió en llanto en medio de la cena y les contó todo lo que sabía. No era sencillo hablar. Sentía un nudo en la garganta cada que ves que una palabra osaba a salir de su boca. La respiración entrecortada, los músculos débiles. Los huesos le dolían.

Su padre, un hombre serio y que casi nunca estaba en casa por el trabajo, dejó su tenedor de lado. Su mujer también dejó de llevarse bocados a la boca al prestar real atención a lo que estaban oyendo. Su hija contó lo que le contaron sus amigos, lo que sintió en esa fiesta y todo desde el dolor y la auto culpa. No podía evitar sentirse mal y vulnerable, como si el acto hubiese sucedido hace tan solo unas horas. Sentía que estaba herida por dentro, que no era digna de mirar a nadie, mucho menos a sus padres. Tuvo vergüenza y miedo, pero ellos entendieron, la abrazaron y nunca le dijeron que había sido culpa suya. Preocupados, se pusieron en contacto con la justicia para hacer la denuncia correspondiente contra su ex compañero de clase. Así fue como la noticia llegó a manos de la fiscalía. Los abogados y la policía no tardaron en hacerse presentes en Southern Cross para recaudar evidencia, partiendo por juntar a testigos y víctimas y hacerlos entrar uno por uno a una sala otorgada por el mismo Carpenter para que hablasen a una cámara, sentados tras un escritorio, mientras los interrogaban como en las películas de detectives. Kris fue el primero en ser llamado. Estaba incluso más nervioso que antes de dar una prueba. No dejaba de mover las manos y relamerse los labios. No sabía si eso le podía jugar en contra. Ambos abogados mirándole, la cámara encendida, los lápices anotando todo sobre esas hojas importantes que por nada en el mundo debían perderse. Todo le parecía un suplicio.

—¿Qué tipo de amenazas le hizo?

—Bueno —abría los ojos llenos de temor —, fueron amenazas con golpes... de muerte...

—¿De muerte?

—Sí. Lo hizo. Una vez incluso secuestró a mi hermana menor, Lily...

—¿Cómo "la secuestró"?

Los hombros de Kris temblaron. Sentía que la sala se volvía más pequeña.

—Lo hizo como venganza. Me pidió dinero a cambio de mi hermana —su mamá no sabía aquello y también sabía que se enteraría al ver las grabaciones —. Saqué el dinero de la billetera de mi madre. Ella iba a comprarse un vestido para una boda... yo lo robé para salvar a Lily.

Diana fue la segunda en entrar a la sala. No estaba tan nerviosa como Kris, pero casi se tropieza con sus propias piernas y le costó sentarse adecuadamente en la silla.

—¿Puede decirnos quién es Sean Glover para usted? —fue la primera pregunta que le hicieron los abogados. Se preguntó si a Kris le habían hecho la misma.

—Es un compañero —se mordió la lengua —. Un bully.

—¿Lo dice porque sabe que le hizo bullying a alguien o usted fue víctima de sus abusos?

Por un momento, Diana se quedó en blanco. No sabía si realmente su declaración se comparaba a la de otros.

—Ambas —admitió en un hilo de voz.

—¿Cómo le hizo bullying a usted?

Diana desvió la mirada.

—Me empujaba en los pasillos, me decía cosas...

—¿Qué cosas?

La voz del abogado era prepotente y autoritaria. No sabía si buscaba que la gente soltara la verdad o se retrajera.

—Me ponía apodos. Siempre se burlaba de lo callada o "virgen" que era yo. Y decía que solo era una máscara y que realmente yo era una... prostituta.

—¿Vio a Sean Glover haciéndole bullying a otros?

—Sí. A Zack Prawel y Kristian Bailey principalmente en la actualidad —respiró hondo cuando los vio anotar en sus libretas —. En el pasado a... Bianca Foster.

Diana Miller fue la primera en nombrar el caso de Bianca. Les contó a los abogados sobre la relación entre ella y Sean y el cómo su anorexia había sido provocada por este. Quedó todo grabado y anotado. Los abogados mostraron un rostro de entre preocupación y curiosidad. Alice fue la siguiente en pasar.

—Usted es una de las chicas populares de la escuela. ¿Es cierto?

Alice se colocó un mechón de su cabello tras la oreja cabreada.

—Defina "populares".

El abogado se inclinó hacia adelante.

—Una persona que tiene muchos amigos y es un líder para los demás.

Iba a pedir que definiera líder, pero entendió su punto. Líder en Southern Cross se refería a una persona capaz de hacer que otros lo siguieran y que el resto les tuviese miedo.

—Mire —se acomodó en la silla —. En Southern Cross, los populares caminan por los pasillos como si fuesen dioses, y yo me incluyo en ese grupo. También me sentí como dueña y señora del lugar.

—¿Nunca pensó en cómo su actitud podía afectar a otros?

Los ojos de Alice se cerraron y abrieron con pesadez.

—No, hasta hace poco.

—¿Qué le hizo cambiar de pensamiento?

Hubo una pausa en la que ambos abogados se limitaron a mirarla.

—Tuve una discusión con Fanny y me cambié de bando, es todo.

—¿Fanny es Stephanie Hall?

—Sí.

Alice apoyó su espalda contra el respaldo y dejó que escribiesen sus respuestas. Para su sorpresa, no preguntaron mucho sobre Sean, lo que hizo que le entrara la duda y el temor a la hora de salir del despacho, como si más que una testigo, la estuviesen tomando como cómplice. El siguiente en entrar fue Kobrinsky.

—¿Escuchó a alguien decirle cosas crueles a Bianca Foster?

Kevin alzó la mirada, preguntándose si es que ya sabían la respuesta y solo querían probarlo.

—No...

Algo le impedía confesar.

—Según fuentes cercanas, usted fue mejor amigo de Sean Glover por muchos años. ¿No sabe usted sobre lo sucedido con la señorita Foster, Zack Prawel y Kristian Bailey?

—Yo...

—Según alumnos de este mismo establecimiento, estos tres estudiantes son los que más bullying recibirían, de parte de, como ellos declararon, Sean Glover —alzó la barbilla —. Si usted era mejor amigo de él, ¿cómo explica el bullying? ¿Cómo no vio nada?

A Kevin le habían enseñado desde pequeño a no decir mentiras. Que había momentos en la vida en el que las personas deben enfrentar las consecuencias de sus propios actos, sean positivas o negativas. A pesar de entender que eso era lo correcto, sentía que se estaba dejando arrastrar por el miedo. Sentía que debía guardar silencio para no ser castigado.

—Yo... puede que haya molestado a alguien. Pero todos lo hacen.

Sonó patético de solo decirlo.

—¿Usted hace bullying porque todos lo hacen?

—No sé... —se pasó la mano por su cabello sedoso y rubio que brillaba con la luz que entraba a través del ventanal —. No sé si se le puede llamar bullying.

El abogado alzó más la barbilla. Tenía cara de mirarlo en menos o de querer reírse de él hasta que no le quedasen fuerzas. Le pidió que especificase a qué se refería con eso último.

—Hay gente que simplemente no encaja en la sociedad —soltó una sonrisa incómoda —. No todos podemos ser condescendientes, ¿sabe?

El abogado dio vuelta una hoja en las carpetas.

—¿Es verdad que usted salió con Diana Miller?

—Sí —tembló al escuchar el verbo en pasado.

—Ella aseguró, y la cito: "Sean Glover me empujaba en los pasillos y me colocaba apodos" —guardó la hoja —. ¿Usted hacía lo mismo?

—¿Ella me nombró?

—Limítese a contestar, por favor.

La pierna de Kevin temblaba bajo la mesa.

—No creo haberla molestado... a ella no.

—¿A otros sí?

Los ojos del rubio se tornaron vidriosos.

—Puede ser.

Era extraño lo inseguro de sí mismo que se sentía. Antes esa no era una opción.

—¿Puede ser? ¿No lo recuerda o qué?

Se encogió de hombros.

—Señor Kobrinsky, le pediré que desde ahora conteste con un sí o un no.

El abogado sonreía con una expresión extraña en los ojos, moviendo las manos constantemente por encima de la mesa. La mujer se mantenía callada, al igual que el policía, quien traía las esposas colgadas a un costado de su cadera y brillaban como si estuviesen hechas de plata.

—¿Señor Kobrinsky?

Kevin alzó la mirada sintiendo que se encontraba viviendo una ilusión. Como si sus pensamientos viniesen de un chico diferente y él se limitase a actuar como si fuera él.

—No recuerdo... —sus finos labios temblaron —. Supongo que todos podemos ser algo crueles a veces.

—¿Cree haber dañado a alguna persona?

—Puede ser —repitió.

—¿A quién en específico?

—No sé. Jamás alguien me ha dicho a la cara que se ha sentido pasado a llevar por mí —mintió —. Tal vez, si alguien me hubiese dicho, yo hubiese parado.

El abogado soltó un bufido de derrota.

—¿Estuvo usted involucrado en uno de los tres casos que le nombré anteriormente?

—No lo creo.

—¿Ninguno de ellos?

Kevin jadeó. Miraba a ambos inspectores con los ojos muy abiertos y le intimidaba el hecho de que la mujer hiciese un gesto de asentimiento cada dos minutos.

—Ninguno de ellos.

—¿No tuvo nada que ver con la muerte de Bianca Foster entonces?

Kevin cerró los ojos al recordar el rostro de aquella muchacha llorando ante las humillaciones que él, Sean y los otros le hacían o decían. Cogió aire.

—Bianca Foster pasó por algo que muchas chicas pasan: Obsesión por el peso —intentó lucir como un experto en el tema —. Eso es algo que la televisión, las revistas y las mismas chicas guapas de este instituto te venden. Yo no tuve nada que ver con eso.

—¿Usted no la molestó?

—No.

—¿Sean Glover sí?

Había una especie de electricidad en el ambiente, una tensión vibrante que silbaba en todas las direcciones y que podría haber provocado el estallido de un relámpago.

—Sean Glover molestaba a todo el mundo —admitió con expresión sombría.

Cada una de las partículas en el aire estaban cargadas con energía negativa.

—¿Y usted estaba a su lado como si nada? ¿Jamás pensó que estaba mal que Glover molestase a otros alumnos?

—Es un hombre grande. No soy su mamá.

—Entonces, ¿asegura no ser un abusador?

Sabía que ellos sabían algo, pero necesitaban su declaración directa. Se juró a sí mismo no darla. Quería resguardar su futuro. Si decía algo podía costarle su entrada a la universidad, el trabajo de sus padres y hasta podía ir a prisión.

"Ni de coña".

—Aseguro no serlo —tragó saliva, cabizbajo —. Mi error estuvo en no detener a Sean y me arrepiento profundamente.

El abogado negó con la cabeza y anotó su última respuesta. Poco después le pidió su retiro.

Cuando Kevin salió de la oficina, sus ojos se cruzaron con los de Zack Prawel, quien tenía el turno de pasar. Parecieron detenerse en cuanto sus cuerpos se encontraron uno al lado del otro. La mirada de Zack, muy intensa, no mostró compasión por este. El rubio abrió más los ojos, asombrado y acobardado. No hubo intercambio de palabras. Zack entró al despacho y Kevin recibió la mirada atónita de todos en el grupo, tanto de los que ya habían entrado como de los que no. Con solo ver sus ojos, habían comprendido que no había dicho nada.

—Lo siento —escupió, al borde del llanto —. Les fallé.

No dijo nada y salió casi corriendo de allí, desapareciendo en la siguiente esquina. Nadie lo siguió. Violet respiró intranquila, sentada junto a Fanny. Quería tomarle de la mano, porque se notaba que había llorado por horas. Sin embargo, pensó que era mejor no tocarla y esperar pacientemente su turno.

Zack había entrado. Llamó la atención por su mirada despierta y penetrante. Traía su ceja arqueada y la mandíbula tensa.

—Tome asiento, señor... —el hombre de rasgos rectos confirmó el apellido en su libreta —. Prawel.

Zack respiró profundamente. Había llegado la hora. La mano no dejaba de temblarle. Sus nudillos amoratados podían significar muchas cosas para los abogados. No pasaron desapercibidos.

—¿Se encuentra bien?

Le apuntó la mano.

—Eh... sí —tragó saliva —. Un pequeño accidente, es todo.

Casi soltó una risa insonora que lo pudo haber delatado.

—Bien, comencemos. ¿Cómo era su relación con Sean Glover?

Zack alzó la barbilla y se acomodó en la silla.

—Me manipulaba, amenazaba, golpeaba... —alzó las cejas —. Intentó matarme.

Los abogados no habían oído nada como eso en toda la jornada de interrogatorios.

—Disculpe, ¿cómo dijo?

—Quiso matarme.

La mujer, quien era la que anotaba todo y no hablaba, dejó de hacerlo para observar a su compañero, quien era el que hacía las preguntas.

—Usted...

—Sean Glover se encuentra actualmente en prisión preventiva porque está bajo investigación, ¿no? —le parecía de última que no supiesen —. Bueno, es por eso. Me empujó contra la autopista y me atropelló un auto. Casi me mata.

El abogado resopló y rebuscó entre sus hojas para dar con la información. En menos de un minuto, ya había encontrado el papel correcto y había leído.

—Tenemos la información —dejó el papel de lado —. Sin embargo, ¿tiene alguna prueba de que haya sido así y no haya sido un mero accidente?

—¿Qué está intentando decir?

—Intento decir —también pareció cabrearse —, si usted tiene pruebas de que Sean Glover intentase atentar contra su vida.

—¿El bullying no es suficiente prueba?

—Señor Prawel —habló por fin la mujer —. Usted entenderá que aquí no podemos dar por hecho las cosas. Necesitamos pruebas para culpar al estudiante Sean Glover de los cargos que se le acusan. Si usted tiene pruebas de que él haya atentado contra su vida, entréguelas y pasaremos a la siguiente fase de inmediato.

—¿Cuál es esa fase?

—Juzgarlo.

Zack se miró los nudillos. Intentó pensar. Nunca le habían pedido pruebas.

—¿Y bien, señor Prawel? ¿O acaso no tiene pruebas para darnos?

Zack abrió la boca y dejó escapar aire, impactado.

—¡Me golpeaba todos los días! Decía que me odiaba, me ponía apodos, me amenazaba —casi se levanta, pero volvió a sentarse —. Ese día que me empujó a la calle, primero me había golpeado hasta sacarme sangre de partes que jamás me habían sangrado.

—¿Le dijo por qué le empujó a la calle?

Zack comenzó a reírse en su cara.

—Fíjese que no se me ocurrió detenerme a preguntarle.

El sarcasmo no le sentó nada bien al abogado.

—Bien —le cortó —. ¿Es cierto que usted intentó suicidarse el verano pasado?

—¿Qué?

La pregunta le había llegado tan de repente que la sangre se le heló en las venas.

—La escuela tiene un registro de que usted estuvo "vulnerable" este verano —leyó en uno de sus papeles —. Por esa razón, el director de esta escuela hará charlas en contra del bullying y el suicidio. Además, nos comunicamos con sus respectivos padres y ambos confirmaron que usted habría atentado contra su vida dos veces este año.

Zack cerró los ojos y los apretó. Cómo detestaba a sus padres. Ni siquiera se lo habían informado.

—Entonces, señor Zack Prawel, ¿intentó atentar contra su vida el verano pasado por primera vez?

Por un instante, el joven sintió que lo atravesaba una punzada de frío, algo imposible de describir, como si fuese el filo de un cuchillo que se hundía en las costillas y casi lo dejaba sin respiración. Creía no merecer esa clase de sensaciones.

—Sí.

—¿Suele atentar contra su vida a menudo?

Zack se mordió la lengua.

—¿Qué mierda intenta insinuar con eso?

—No pierda los estribos, señor Prawel, solo estoy haciendo preguntas —el hombre se acomodó en su asiento —. Dígame si ha intentado atentar contra su vida más de una vez.

Zack miró al policía, uno que estaba siempre en la esquina parado como una estatua. Quizás nadie se había dado cuenta de su presencia hasta ese minuto.

—Sí —se inclinó contra la mesa y soltó aire despacio —. Dos veces lo intenté. He tenido pensamientos suicidas por más tiempo eso sí.

El inspector sonrió, como si las preguntas le estuviesen resultando mucho más sencillas de formular.

—Esa vez que Sean Glover lo "empujó a la calle", ¿no fue un intento de suicidio de su parte?

—¿Qué? ¡No!

Los abogados se miraron. La mujer tenía un gesto cansado, como si quisiera rendirse.

—Ni siquiera podía pararme adecuadamente. Le acabo de decir que antes de empujarme me había sacado la mierda.

Los dos se quedaron callados, lo que le dio tiempo para seguir hablando.

—Lo que Sean Glover me hacía no se lo doy a nadie. Él es ruin, un enfermo mental, ¡está loco! Me odia desde que soy un niño. Nuestros padres son colegas del mismo rubro y buenos amigos. Nunca nos llevamos bien —los ojos se le pusieron vidriosos.

Aquella información era novedosa.

—¿Amigos de infancia dice? —interrogó la mujer, rebuscando en sus anotaciones —. No poseemos esa información.

—Porque es privada —la miró mal —. Sean y yo nos conocimos durante la primera infancia y jamás pudimos llevarnos bien. Su padre le trata fatal porque lo culpa de la muerte de su madre, que murió en su parto. Desde ahí, tiene una extraña actitud vengativa con la mayoría de las personas. Al ver que su padre me trataba bien y me elogiaba mucho, comenzó a sentir envidia. Tal vez ya me golpeaba antes de cumplir los diez años. ¡Es muy violento! Él me provocó esto.

Levantó el brazo, enseñando la muñeca vendada. La mujer tembló al ver los ojos de Zack, porque había algo intenso en ellos que casi la asustó.

—¿Qué escondes debajo de las vendas? —preguntó el hombre, como si no tuviese ni una pizca de sensibilidad en las venas. Incluso llevaba entre sus labios una sonrisa muy poco natural. Zack lo odió en ese instante. Sin más preámbulos, se arremangó la camisa de su brazo derecho y se quitó la venda con fuerza y dolor. Lanzó un gemido, pero no le importó. Allí, debajo de esos gruesos parches, estaban sus cortes, todavía sin sanar. La mujer cerró los ojos como si hubiese visto a un animal sangrando en directo. El hombre se acercó con interés y morbosidad.

—Esto me lo provocó él en una buena parte.

Se echó hacia atrás y volvió a acomodarse la venda, bajando con furia la manga de la camisa que escondía todo eso. Cuando levantó la cabeza, su cuerpo tembló al ver que el hombre sonreía.

—¿Acaso eso no te lo provocaste tú mismo?

—¿Eh?

—¿A qué te refieres con que te lo provocó él? ¿Él te hizo los cortes?

Zack blanqueó los ojos.

—No. Era una forma metafórica de...

—Le pediré que no use metáforas durante su declaración, señor Prawel —dejó de mirarlo a los ojos —. Uno nunca sabe cuando eso puede jugar en contra.

La mujer aclaró la garganta cuando notó el aire denso y cambió el rumbo de la conversación.

—¿Sufrió usted algún otro tipo de violencia?

El muchacho respiró hondo para no descarrilarse con lo que le acababan de decir.

—Psicológica, por supuesto.

—¿Ha sufrido violencia dentro de su familia?

—Sí.

Tragó saliva y se mostró incómodo otra vez.

—Tengo problemas familiares, pero no tienen relación con Glover.

—Usted es hijo del empresario multimillonario James Prawel —habló de nuevo el hombre, que ya hablaba en tono burlón —, dueño de cadenas de farmacias, cosméticos, productos para el cutis...

—¿Es eso importante?

—Pues, viene de una familia importante.

—No quiere decir que yo lo sea o que eso haga los problemas "importantes".

El hombre sonrió de lado, divertido con el sarcasmo del chico.

—Bien. ¿Puede especificarnos qué clase de problemas tiene con su familia "no tan importante"?

Zack lo desafió con la mirada.

—Nada, problemas privados que todos pueden tener, pero que a mí me joden.

—¿Fue esa su razón principal de su intento de suicidio?

—No, digo... —comenzó a trabarse —, no sé, yo...

—¿Acaso no tiene idea de porqué iba a tomar una decisión tan radical? —lo miró como si se lo hubiese inventado todo —. Tal vez, al ser de una familia con tanto poder económico... ¿podría haber sido un capricho más de niño rico?

Zack lo miró un momento, tan solo un momento. Acto seguido, tomó su mochila y se dispuso a salir.

—¿A dónde cree que va? No hemos terminado.

—Váyase a la mierda.

—¡Señor Prawel!

No hizo caso. Abrió la puerta y dejó todo atrás con un portazo, estremeciendo a todos los que esperaban afuera. No miró a nadie, pues estaba a punto de llorar. Cabizbajo, salió corriendo en la misma dirección a donde se había ido Kevin Kobrinsky, y desapareció a la vuelta de la esquina.

—Violet Henley —llamaron desde adentro.

El corazón de Violet dejó de latir al oír su nombre. El policía, en el umbral, se la quedó mirando, adivinando por su rostro asustadizo que ella era.

—¿Va a pasar?

El rostro del hombre era sombrío, de temer.

—Sí —logró confirmar, casi dando un traspié al levantarse.

Intentando olvidar el rostro de Zack, entró hecha una estatua de hierro. No quería terminar como los dos últimos chicos.

—Siéntese, por favor, señorita Henley —el inspector le apuntó el asiento. Ya se veía molesto —. ¿Usted es la muchacha de intercambio?

—Sí.

—¿Por qué está de intercambio en Australia y por cuánto tiempo?

Ya se habían puesto a anotar.

—Por un año. Me gané una beca en mi colegio. Premiaban a diez buenas estudiantes.

—Sin embargo, cuando usted llegó aquí fue adelantada a tercero, siendo que en Estados Unidos usted estaba en segundo y no había terminado ese año. ¿Supo por qué?

—Políticas de la escuela... supongo —se encogió de hombros. Pudo haber sucedido como no.

—Bien. Según estudiantes, usted está saliendo con Zack James Prawel, uno de los que se les considera "víctima" en este caso —carraspeó, como si con eso anunciase que cambiaría de tema —. Puedo preguntarle, a raíz de eso, ¿cómo conoció usted al señor Prawel?

—Bueno... —intentó recordar rápidamente —. Justamente fue que lo encontré con Kris en el suelo cubierto de sangre tras una pelea, y se formó un malentendido. Luego, escuché a Sean amenazar a Kris diciéndole que no debía decirle a nadie la verdad sobre aquella pelea. La verdad era que Sean había golpeado a Kris y no Zack a Kris, como decía el "montaje".

Los dos abogados entrecerraron sus ojos al escuchar su relato.

—¿Qué pasó después?

Violet no pretendía ser borde, pero creía que se le iba a salir sin querer en cualquier momento.

—Zack me pilló espiando esa conversación y luego me dijo que le confesase todo al rector, porque si él lo hacía... se iba a meter en problemas... claramente.

—¿Se lo confesó a Robert Carpenter?

—Sí —se rascó el cuello —. Diana también lo hizo. También escuchó, aunque no estaba con ella.

—¿Diana Miller?

—Sí.

Tragó saliva, como si se sintiese culpable de decir tantos nombres.

—Luego... comencé a hablar más con Zack porque él accedió a hacerme clases y nivelarme con mis compañeros... por el adelanto que usted dijo...

El hombre asintió, anotando lo último.

—¿Alguna vez Zack Prawel le dijo que era acosado en la escuela?

Violet se encogió de hombros, sintiendo que la corbata le estaba asfixiando.

—No tenía que ser adivina para darme cuenta —ocupó sus manos para ejemplificar —. Llegaba con unos moretones enormes en distintas partes de su cuerpo. Su cara siempre tenía cicatrices, rasguños, manchas lilas o amarillentas. Siempre.

Soltó un suspiro.

—A veces parecía un milagro que no tuviese nada en la cara.
—¿Sabe usted quién lo dañaba así?

—Sean y sus amigos, obviamente.

—¿Cómo lo sabe? ¿Tiene pruebas?

La chica se tocó una trenza.

—Señorita Henley.

Sopló un mechón de su cabello rebelde que había caído sobre su cara.

—Sean se jactaba de los golpes que le propinaba a los más débiles. Lo hacía sentir un rey. Como los futbolistas: Mientras más goles, mejores son. Lo mismo, pero con golpes.

—¿Conoce alguna razón de porqué Sean Glover podría haber sido tan violento?

La muchacha intentó no parecer desesperada por salir de allí.

—Creo que tenía una familia disfuncional. No sé más detalles.

Poco después salió, con un peso menos de encima. Era el turno de Stephanie Hall. Al pasar a su lado, logró musitar un: Suerte. Fanny sonrió y entró, con los ojos llorosos. Nadie imaginó que sería capaz de contar el suceso de la violación, el cómo se enteró y cómo se lo tomó. Su conversación duró casi cuarenta minutos y tuvieron que volver a llamar por los parlantes a Kevin Kobrinsky, para que viniese a confirmar la historia a la oficina de Dirección de Asuntos Estudiantiles. El rubio se encontraba fumándose un cigarrillo junto al jardinero, que barría las hojas, cuando escuchó el llamado.

—¿Es usted a quien llaman?

—Me lo termino y voy.

El jardinero no iba a chivarse. Estaba prohibido, sí, pero al hombre no le gustaba meterse en problemas con la administración escolar.

—¿Están interrogando sobre la chica muerta? —preguntó el hombre.

Kevin soltó una carcajada indignada.

—No.

Le dio una última calada al cigarro y lo lanzó hacia las hojas que juntaba, solo para molestarlo. El hombre comenzó a saltar y pegar patadas hacia las hojas secas con susto, olvidando su conversación con el estudiante. El rubio miraba el suelo todo el rato en su camino hacia la oficina. En cuanto vio los rostros de sus compañeros y notar que su exnovia no estaba allí, supo de inmediato de qué se trataba todo. Tenía los dedos y los ojos medio dormidos y le costó entrar y concentrarse. No quería meter la pata, pero entró con la cabeza en alto, a pesar de tener miedo. Iba con la postura de corroborar la historia de Stephanie Hall, quien lloraba desconsoladamente frente al escritorio. No hubo muchas preguntas. Solo escucharon. Dijo la verdad en ese ámbito y todo acabó. Esa misma tarde se llegó a la conclusión de que Sean era peligroso. Un abusador violento que no merecía estar en libertad. Así, en lo que quedaba del mes de septiembre, todo llegó a su fin. El propio padre de Sean, tras contactarse con Zack y escuchar su relato sobre el último incidente, declaró con la fiscalía en su contra, admitiendo tener dos hijos con problemas de comportamiento y, según estudio recientes, de tipo mental también. Russell Glover, su hijo mayor, quedó con arresto domiciliario nocturno, mientras que Sean fue condenado a trece años de prisión. Consiguieron eso gracias a los testimonios de Hall, Kobrinsky y Prawel, principalmente. Cuando octubre llegó, con sus aromas floreados, sus abejorros bailarines y sus agradables temperaturas, la felicidad fue recibida. Los meses anteriores habían sido extraños. Los periódicos, los chismes y los abusos se habían llevado un lugar en portada. Ahora que la escuela estaba viviendo una especie de déjà vu, parecía una vida completamente diferente. Era como si finalmente pudiesen percatarse y descubrir todo lo que los rodeaba: El dulce aroma de la primavera, la luz clara y blanquecina, las nubes que se arrastran lentamente por el cielo. Y a la gente. Podían descubrir en realidad a la gente.

Kevin logró "desaparecer". Los populares se disolvieron como una reacción química. Dejaron de interactuar entre ellos y todo se volvió más gris y monocorde. Casi no había conversaciones en los corredores. Los jóvenes se miraban con desconfianza y los callados comenzaron a comentarle sus problemas al rector quien, orgulloso con su papel de salvador, estaba dispuesto a ayudarlos en todo momento. Carpenter creó un Consejo de Padres, con la finalidad de invitarlos una vez al mes para hablar de bullying y suicidios adolescentes. Quería evitar a toda costa lo que había sucedido durante los años 2011 y 2013 en esa escuela.

El profesor de historia dejó de criticarlos, quizá por miedo a perder su trabajo. La psicóloga comenzó a pasearse por los pasillos y a hablarle a alumnos que ni siquiera sabían de su existencia. Y gente como Fanny dejó de molestar a gente como Violet, y viceversa. El curso, por primera vez, se sentó completo en el horario de almuerzo. Compartieron colaciones, anécdotas, chistes. Incluso Zack carcajeó con algunas, causando sorpresa en varios que no se habían tomado el tiempo de conocerlo. Hasta Carol dejó de lado su expresión de celos, aun cuando Violet se sentó al lado del chico por el que se sintió atraída tantos años. Carpenter sonreía, porque definitivamente se venían tiempos mejores.

En los recreos, Zack observaba a Violet de lejos. Nunca pensó que ella lo cambiaría para siempre. Lentamente, sin percatarse, había comenzado a observarla hace mucho. Le llamó la atención su optimismo, esa sonrisa dulce que traía en el rostro y la extraña manera en la que se involucraba en todos los problemas de sus amigos, pero no por chismosa, sino por querer remediarlos. Le gustaba observarla. Le gustaba su cabello rubio amarrado en esas trenzas pasadas de moda, pero que en ella se veían bien. Le gustaba sus ojos, grises como el invierno, oírla parlotear y decir esas bromas entre aburridas y tontas. Tenía una forma muy peculiar de expresar lo que su loca mente estaba pensando. Ella lo hacía reír. Por un momento pensó que su vida era oscura, que su alma estaba muerta y que no había vuelta atrás. No fue así. Violet era la luz de su vida. Una luciérnaga que lo iluminaba e invitaba a seguir adelante. Era su heroína. Nunca se atrevió a preguntarle qué vio ella en él. La había escuchado decir que le gustaban sus ojos, oscuros como el azul de un profundo océano e intensos y espeluznantes. La había escuchado decir que le gustaba su seriedad, los conocimientos que él tenía y lo fuerte que era para haber sobrevivido tanto tiempo. Pero, aun así, no era capaz de preguntarle detalles. Las mejillas comenzaban a arderle de solo pensar en lo estúpido que se vería si lo hiciera. Sin embargo, cuando se enteró de su paradero final, todas sus ganas de salir adelante se esfumaron. Todo el mundo comenzó a verse feliz, a hablar de Halloween como si volviesen a ser niños y a esperar con ansias las vacaciones de verano. Incluso Fanny regalaba sonrisas y levantaba su barbilla, poderosa como siempre, a pesar de lo que había vivido, a pesar de todo. ¿Y él?

Sabía que Violet sospechaba algo. Lo sospechó por semanas. Estaba distante, frío, apagado. No era bueno escondiéndole cosas a nadie. Y la verdad es que efectivamente llevaba tiempo escondiéndole algo. Esa noche habló con Kris, justo después de que sus padres terminasen de pelear porque no había dinero para comprar más arroz.

—Tienes que decirle.

—Pero...

—Es tu novia, Zack. Ella debería saberlo incluso antes que yo.

A veces odiaba a Kris Bailey, pero tenía razón. La última semana de octubre, cuando terminó la jornada escolar, justo después de una llovizna, la llamó y le pidió conversar en algún punto del jardín, algo alejados del gentío. Violet estaba muy feliz, pues Diana le había hecho una corona de trenzas y se la había decorado con margaritas arrancadas del patio trasero, lo que le dio algo de pena interrumpir, pues sabía que esa sonrisa estaba por desaparecer. Así, caminaron un tanto distantes hacia ese punto solitario en medio de los árboles cubiertos de musgo y el pasto bañado en barro y rocío. Terminaron de pie, uno frente al otro, detrás de un árbol, cerca de donde estaban los autos estacionados de los maestros. Nadie pasaría por ahí por al menos media hora.

Violet se sentía como al principio de su historia, cuando Kiara le pidió hablar a solas con ella. Intentó mirar el jardín y pensar que solo se trataría de una conversación privada. No tenía por qué ser mala.

—¿Qué sucede?

Una gota cayó desde una de las altas ramas mojadas de esos árboles y dio a parar en el centro de su cabeza, donde aún llevaba la corona de trenzas que, como diría su madre, la hacían parecer como la princesa Leia. Se pasó una mano con cierta incomodidad y miró al chico que estaba frente a ella, que extrañamente parecía apartado y tenso.

—Tengo que hablar contigo.

Sus ojos se abrieron más. Escuchaba a las cigarras cantando entre los arbustos.

—¿Qué pasa?

El muchacho cerró sus ojos un momento y frunció el ceño, tensando cada uno de los músculos de su rostro. Aquella expresión hizo que le royeran las entrañas a Violet.

—No quiero volver a casa —declaró en la soledad de ese día nublado.

El césped se mecía al compás de la ventisca. Violet asintió.

—Es difícil incluso pensar en la posibilidad de volver.

—Volver es una fantasía. En realidad, me ha hecho preguntarme si debería vivir en otra parte.

Ella sonrió. Tenía una expresión relajada y entornó los ojos al mirarlo.

—Deberías hacerlo.

—¿Debería? —pareció aliviado al oírla decir aquello —. Sí, debería. Los padres de Kristian ya no pueden mantenerme más tiempo. Siento que esto les está incluso afectando a su matrimonio y... lo último que quiero es seguir arruinando cosas.

—Lo sé. Sé sobre eso, pero...

—Hum.

Violet sintió su corazón acelerarse.

—No comprendo qué es lo que quieres decirme con todo esto.

—He estado buscando un hogar desde hace unas semanas.

La loca idea de que le preguntaría si podía irse a vivir con ella pasó por su cabeza. Se emocionó y preocupó a la vez, porque la idea le encantaba, pero era financieramente imposible. Su familia ya tenía problemas al tener que cuidar a su abuelo enfermo y muy pronto se volvería a unir ella a los gastos comunes.

—Mira, Zack...

—Lo encontré.

Aquellas palabras fueron impactantes.

—¿Qué dices?

—Encontré un nuevo lugar donde alojarme —repitió, mirando un lugar en el piso embarrado.

—¿Y...? —hablaba medio riendo al no entender su expresión entristecida cuando eran muy buenas noticias—. ¡Es genial, Zack! Te quitarás un peso de encima.

—Sí —admitió, cabizbajo.

—Por fin podrás ser plenamente feliz —le dijo ella, sintiendo lágrimas en sus ojos, sin saber por qué —. Tendrás al fin una buena vida, ¡vaya que quiero que tengas una buena vida!

Tomó su mano derecha entre las suyas y se la acercó al pecho al verlo tan desanimado. Podía entender las razones.

—Sé que vas a poder con esto. Sé que no es lo que tú habrías escogido, pero esta decisión puede hacerte feliz. Y solo puedo decir que..., este resurgimiento te convertirá en una nueva persona a la cual ni siquiera habrías imaginado meses antes. Me hace muy feliz saber que estás tomando esta decisión por tu cuenta y estás dejando atrás lo que te hace fatal para tu ánimo.

En una fracción de segundo, Zack apretó su mano entre las suyas. Se sintió poderosa, eléctrica, rejuvenecida.

—¿Dónde queda?

—¿Qué?

Sus ojos la asustaron. Estaba perdido.

—¿Dónde queda tu nuevo hogar? ¿Es una residencia de estudiantes o tienes algún tío con el que te contactaste?

Zack apartó la mano.

—Queda lejos.

Violet dio un paso hacia atrás para estudiar mejor su expresión, que le ponía la piel de gallina.

—¿Lejos? ¿Cuánto es lejos?

Zack esperó antes de hablar. Tragó saliva y miró hacia el cielo una vez, encontrando las palabras adecuadas para decir lo que sí o sí tenía que decir.

—Rusia.

Ahora fue ella quien se apartó, dejando caer sus manos, horrorizada.

—¿Qué?

—Moscú, Rusia —su voz se negaba a salir de su pecho —. Mis abuelos son lo único que me queda. Me puse en contacto con ellos y... quieren recibirme.

Le clavó la mirada.

—Deben recibirme —aclaró —. No tengo otro lado al cual ir. Si me demoro más, capaz que me envíen incluso a un orfanato.

Notó a Violet con los ojos llenos de lágrimas y sintió inmediatamente una opresión en el pecho.

—Sé que todo parecía comenzar a marchar bien por fin y que se estaba acercando a ser una buena vida. Sé que has intentado por meses hacerme feliz y ayudar a los demás, pero... no pude controlar esto. Esto va más allá del bullying, de la escuela, de mis amigos. Esto es un problema de índole familiar que nadie podía solucionar. Con o sin ti, esto hubiese sucedido —la voz se le entrecortó. Violet ya estaba llorando.

—Creí... creí que yo era la que debía marcharse.

Todo su trabajo parecía estar desvaneciéndose, como si en realidad nunca hubiese existido.

—También creí eso, pero no puedo quedarme más tiempo aquí. Tampoco quiero vivir en una ciudad donde puedo encontrarme a mi padre en cualquier minuto. Quiero comenzar de cero, tener una nueva vida donde pueda ser otro yo.

—Pero no le estás dando una oportunidad. Estos meses restantes eran la oportunidad para demostrarte que podías ser tú mismo y para... estar juntos por fin. De que ambos podamos ser felices —había alzado la voz —. Estás arrancando y dejándome aquí.

—No se trata de eso y lo sabes —había fruncido el ceño otra vez —. Tú y yo no estábamos destinados a estar juntos para siempre.

La cabeza de Violet salió disparada hacia atrás.

—¿Cómo? —susurró.

—Siempre vivimos en países diferentes. Si no hubiese sido por este viaje de intercambio, tú y yo jamás nos hubiésemos conocido. Nunca habrías sabido quién soy y tal vez...

—No lo digas.

Sabía que se refería a que tal vez él ni siquiera seguiría vivo.

—No deberías decir eso cuando sabes todo lo que te he apoyado.

—Lo sé. Y por eso mismo, el estar contigo es otro recordatorio de lo que no soy ni seré nunca. No puedo mentirme a mí mismo. Tengo que salir de aquí.

La sangre bombeaba en sus oídos. Apenas lograba comprenderlo.

—No sabes lo que haría por evitar esto —continuó él —, pero tengo solo diecisiete y tú dieciséis años. Tomar decisiones de este calibre no nos corresponde.

—Pero, podemos tener una relación a distancia. Podemos intentarlo. No tienes porqué cortar de raíz conmigo —achinó los ojos al lloriquear y se acercó a él como si le implorara —. No cortes conmigo, por favor. No podré...

—Violet —intentó mantenerse firme —. Lo del bullying pudo haber terminado, pero eso no significa que me encuentre bien. Tengo que comenzar de cero cuando me vaya.

La cabeza le daba vueltas.

—No puedo tener una relación a distancia, es muy complicado. No es como te lo pintan en las películas. La distancia duele y mucho.

—Podemos poner nuestro mejor esfuerzo —intentó tocarlo, pero no pudo. Una fuerza invisible la tiraba hacia atrás.

—No.

—¿No?

—No. Tener una relación a distancia es difícil y yo...

Respiró profundo, sabedor de que lo que estaba por decir iba a doler.

—...y yo estoy cansado de lo difícil.

—Por favor, Zack. Por favor, no me digas que estás hablando en serio. Dale una oportunidad a esta relación. Danos una oportunidad.

—Shush. Escucha. Tienes que escucharme. Si no me entiendes tú, nadie lo hará. Lo que me has dicho y lo que has hecho por mí en estos últimos meses, sabiendo incluso que al conocernos yo me comporté como un idiota contigo, es... increíble. Me enorgullece que hayas logrado sacar a relucir lo mejor de mí. Que hayas podido admirarme y darme una razón para vivir.

Violet sintió que se descomponía.

—¿Pero?

—Tiene que acabar aquí. No puedo seguir atado a mi vida aquí. No quiero que nada me recuerde a lo que tuve que vivir aquí. Quiero... nacer de nuevo. Desligarme de las dificultades y... vivir. No puedo quedarme atado al sufrimiento, a la pena, a la falta de amor familiar, y a la sensación de querer morirme cada vez que me levanto. Tendré suficiente con las cicatrices que se me quedarán de por vida en mi piel. No quiero más que eso.

—Pero pensé que yo te hacía feliz.

—Me haces muy feliz, pero me he prometido a mí mismo dejar todo atrás e ir a Rusia y construir una vida diferente. Voy a cumplir.

—Dios mío.

—Violet, no todo en nuestra relación fue bueno y lo sabes. Tuviste impedimentos, sufriste, lloraste y todo gracias a mí. He pensado que este viaje llegó en buen momento. Quiero verte desplegar esas alas y que vuelvas a Estados Unidos con otra mentalidad. Que enfrentes tu futuro, seas exitosa y vivas tu vida al máximo. No quiero tenerte atada a una persona como yo.

—¡Nunca me he sentido así!

—Pero lo estás, Violet. No estamos hechos para tener una relación a distancia. Tú eres demasiado sentimental y yo estoy demasiado roto para eso. Tenemos que seguir adelante y ser fuertes.

—No digas eso, Zack. Por favor, quédate el tiempo que me queda y luego puedes irte. Puedes irte y quedarte allí para siempre si deseas, pero no te vayas antes, por favor.

—No puedo.

—¿Eh?

—No puedo quedarme más tiempo. La casa de Kris es un caos y mi padre no dejará de molestarme. Tampoco quiero hacerte sufrir más.

—No, no lo haces. ¡De verdad!

Su mano estrechó la suya.

—Eres digna de amar, Violet Henley. No cabe duda de que algún día tendrás una hermosa familia y un buen pasar. Quizá nos encontraremos y yo sonreiré porque sabré que lo has conseguido —ella siguió llorando, desconcertada —. Pero no puedo quedarme más tiempo, estresarte más y odiarme más a mí mismo. Cada minuto que paso aquí es una tortura.

—Puedo ayudarte, ¡por favor!

—Ya me has ayudado bastante, Vi...

—Creo que podemos lograrlo. Sé que esta no es una historia de amor como la de los cuentos de hadas. Sé que tal vez ni siquiera deberíamos habernos conocido y sé que hay millones de razones por las que ni siquiera deberíamos ser pareja, pero... estoy locamente enamorada de ti. ¡Te quiero muchísimo! Lo supe desde un comienzo, cuando te vi en la biblioteca esa vez que te pedí ayuda con las materias. Quizás antes, cuando me pillaste espiando esa conversación entre Kris y Sean. Sea como sea, estoy muy segura de lo que siento y sé que tú me quieres de la misma manera. ¿Por qué entonces te esmeras tanto en dejar lo difícil atrás cuando se supone que yo era la que te lo hacía todo más fácil?

—¿Y si te dijera que ese corazón roto que sientes es debido a que estás haciendo feliz a la persona que amas? Este es mi deseo. Lo anhelo con el alma, Violet. Quiero comenzar de nuevo.

—No quiero dejarte ir.

Zack aguantó el llanto.

—Es la única familia que me queda.

Ella inclinó la cabeza, sin querer creérselo.

—No...

—Lo es. No vendrán aquí a cuidarme. Dejaron Australia hace años —parecía decidido, y eso le asustaba —. Ellos tienen un buen pasar y me van a recibir. Quieren ayudarme.

Ella aguantó la respiración.

—¿Cuándo te vas?

—Mi vuelo es en la tarde del 6 de noviembre.

Violet cerró sus ojos lentamente. Quedaba una semana.

—Esto no puede estar ocurriendo.

—Quise decírtelo antes, pero... estabas tan... justo ocurrió lo de Fanny. Nuestras preocupaciones aumentaron.

La furia aumentó en sus venas. Creía que le iba a estallar la cabeza. Nunca había intentado procesar algo tan rápido.

—No puedo creerlo. Pensé... todo este tiempo pensé que algún día tendría una recompensa y que eso sería estar mis últimos meses en Canberra a tu lado.

—Pero...

—He hecho hasta lo imposible, primero por agradarte y luego por ayudarte. ¿Y tú te vas así nada más? —rompió a llorar con más fuerza —. ¿Es que te estás escuchando a ti mismo? No son unas vacaciones, es una maldita estadía. ¡Te vas a vivir a Rusia!

Zack tensó su mandíbula, llorando en silencio.

—Y tú vives en Boise, Violet. ¿Lo olvidas?

La rubia parpadeó con la vista nublada.

—No importa si me hubiese ido a vivir a Rusia o con mi madre a México. Hubiésemos estado separados igual, ¿no lo ves?

—¡No!

—¿Qué?

—No sigas diciendo nada más —Se ahogaba—. Qué egoísta eres, Prawel. No sé cuándo se te pasó por la cabeza pensar que yo, después de todo lo que he hecho por ti, estaría contenta de que me estuvieses abandonando. Te he dado todo lo que tengo para ofrecer y tú solo me estás haciendo a un lado. Es lo más que he temido desde que te conocí, porque sabía, de lo que he estudiado en internet y lo que he visto, que una persona en el estado depresivo en el que tú te encontrabas, difícilmente podía amar a otra.

—Me encuentro —corrigió —, "en el estado depresivo en el que me encuentro". Es cierto. Lo que he sentido por ti es inevitable, pero... de ahí a que hubiese funcionado...

—Vete a la mierda, Zack. A la mierda y más allá. No puedo creer que seas capaz de mirarme a los ojos y decirme que eres capaz de borrarme de tu vida con tal de empezar de nuevo. Cuánto desearía retroceder el tiempo y no haber participado en esa estúpida beca de intercambio jamás. ¡Desearía nunca haberte conocido en mi vida!

Rompiendo a llorar de forma escandalosa, salió corriendo por el jardín en dirección a su casa sin mirar atrás, pues solo quería estar lejos de él, física y mentalmente. Llegó a esconder la cara en su almohada y no volvió a salir de su habitación hasta haberse olvidado completamente de su voz.

No escuchó nada más. Se acurrucó y siguió llorando. Sentía dolor en alguna parte, pero no sabía dónde. Cansancio, confusión, desasosiego. El mundo parecía funcionar a otra velocidad. Nadie podía prever cómo iba a comportarse otra persona. Volvió a incorporarse, observando el koala en el suelo, tan solo como ella. No recordaba haberlo lanzado. Le costaba caminar, pero aun así llegó al lado del koala y lo levantó. Sacudió el polvo y lo colocó en su lugar, suspirando de pena. Posteriormente, se encerró en el baño y echó un vistazo a su cara, horrible en ese instante. Tenía ojeras oscuras y hundidas, los ojos hinchados, el peinado desarmado, donde ya ni flores quedaban.

Odiaba a Zack. Lo odiaba por tener esa familia, por tener que irse sin meditarlo. Lo odiaba por tener depresión.

Y se odió a sí misma por pensar así.

Abrió el grifo al máximo y sollozó un poco más, mientras la espalda le temblaba. No podía creer que se fuese en menos de una semana. Que se fuese para siempre y no regresase. Se dio una ducha, creyendo que eso le subiría el estado anímico. Se equivocó.

A las nueve un cuarto, su padre llamó al teléfono. Cuando Liam le avisó, corrió como nunca a alcanzar el aparato, desesperada por oír la voz de una persona a la cual amaba incondicionalmente y que era la única persona, en ese instante, que deseaba a su lado.

—Papá... papito.

Comenzó a llorar al teléfono y su padre no tardó en preguntar qué era lo que le estaba ocurriendo.

—Es él... se va... se va...

Las palabras ya ni le salían adecuadamente de la garganta.

—¿Él? —entendió a quién se refería —. Oh, ¿adónde se va, hija?

—Se va. Se va a Rusia a vivir.

Su padre escuchó en silencio el llanto de su hija. Se sentía terrible por no estar allí para ayudarla.

—Hija...

Ya no veía el momento para que volviese. Estaba convencido de que haberle enviado a ese lugar había sido un error terrible.

—Hija, escucha —la calmó, hablándole suavemente —. Sé que esto te hiere, pero tienes que ser fuerte y pensar en las cosas positivas que esto puede traer.

—No me hace feliz —gimió —. No me hace feliz ni un poquito.

El aire se volvió denso a su alrededor. Se tumbó en el sofá más cercano y comenzó a mirar hacia la pared de forma fija. Para Liam, medio escondido en su habitación, resultaba doloroso mirarla así.

—Papá... —susurró, sin tener nada más que decir.

—Hija mía, corazón, escucha. Tú también ibas a volver. ¿Puedes imaginarte lo difícil que hubiese sido para él dejarte ir y quedarse allí en Australia, rodeado de todas las cosas malas que me contaste?

Violet parpadeó, medio dormida.

—Los papeles se invirtieron —explicó su padre, aprovechando el silencio turbio —. Te habías preparado para una despedida en diciembre o enero, pero se adelantó y debes enfrentarlo como la mujer grande y fuerte que eres.

—Papá...

—Sé que puedes decir adiós. Es lo mismo que hubiese hecho él en tu lugar.

—Pero queda muy poco tiempo, papito...

—Lo sé, pequeña. Pero la vida es así: corta de tiempo. Es mejor que lo sepas ahora.

La chica sintió que se quedaba sin palabras. Unas lágrimas silenciosas recorrían su cara. Las limpiaba cada cuanto con la fría palma de su mano.

—Papá... mi felicidad reside en él.

Casi pudo ver cómo negaba con la cabeza.

—No, hija.

—¿No? —tartamudeó, desconcertada.

—No.

Se oyó un suspiro al otro lado de la línea, uno melancólico.

—No somos mitades, somos un todo. Si tú no estás feliz y no te amas a ti misma, no podrás hacer eso con otro.

Violet abrió los labios, pero estos solo temblaron. No pudo articular palabra.

—Tu felicidad depende de ti misma.

Violet asintió, helada. No podía responder a eso.

—Vale, entiendo.

Se miró los zapatos, vacilante.

—Papá... te... tengo... tengo que irme.

Colgó tras escuchar su "hasta pronto" y se volteó. Alzó la cabeza y sus ojos se abrieron hacia Liam, acabando de verlo.

—¿Y bien? —él ya había notado hace rato de qué se trataba toda esa tristeza acumulada, pero no había querido entrometerse.

—Hoy no me apetece cenar —se mostraba insegura —. Solo quiero dormir.

Pensaba que el hecho de sentirse así había sido culpa suya. Le permitió romperle el corazón en el momento en que decidió abrirlo y entregárselo a él. 

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