Capítulo 2.

Si algo odiaba de la escuela era que a donde sea que fuera, Blanca intentaba hacerme la vida imposible.

Enserio me odiaba y no sabía porque. Un día la conocí en el salón de clases y creí que podíamos ser amigas.

Gran error.

Me soltaba cualquier comentario que pudiera herirme.

No entendía porque. Pero puedo decir que hasta el día de hoy la sigo odiando.

Pero mis hermanos, los gemelos me cuidaban de ella.
Una vez, Blanca me acusó de haberla empujado a propósito causando que cayera y se raspara las rodillas.

Obvio eso no era cierto pero el director no me creyó, y me hizo lavar los baños tanto de hombres y mujeres.

Mis hermanos se enteraron y en la salida llenaron su mochila de espuma de esas que usan en las fiestas e hicieron que un cubo de agua le cayera encima empapando los libros que llevaba en la mano y a ella misma.

Si, su manera de defenderme era algo extraña.

Llegué a la cafetería en donde Alex y Oliver me esperaban en nuestra mesa de siempre.

— Hola chicos— los saludé

— Hola hermanita— Alex me respondió el saludo mientras que Oliver había decidido hacer un gesto con su mano para seguir comiendo— Te hemos pedido tu plato.

— Gracias.

— Yo le dije que era mejor que tú te lo pudieras sola porque así aprendes a ser responsable, pero no me hizo caso.— me contó Oliver.

Puse los ojos en blanco.

Sabía identificarlos porque Alex tiene un tatuaje en el cuello. Y que en esos momentos sobresalía del cuello de su camisa.
Y Oliver prefería ponerse tatuajes pequeños de esos que te salen en los chicles de 1 peso y que se borran en cuanto te lavas.

Comimos juntos hablando de cualquier cosa.
El recreo era el único momento que paso con ellos en la escuela. Ellos ya estaban en 3er grado y yo en primero apenas.
No quería ni imaginar como sería mi vida cuando ellos ya no estuvieran ahí sentados conmigo.

— Pero si es Elsa Anderson— me tensé al escuchar esa voz chillona que me atormentaba todos los días.— Y los gemelos.

— ¿Qué es lo que quieres Blanca?

— Saludar, ¿no es obvio?

— Vete de aquí

— ¿Ahora me corres?— soltó una risa— no estoy para seguir tus órdenes, pero tienes razón Elsa, me iré, no debería acercarme a alguien como tú.
Sólo vine a decirte que tengas cuidado cuando salgas de la escuela.

Oliver tensó la mandíbula mientras que Alex la miró como si quisiera asesinarla.

No me dí cuenta en que momento se marchó pero lo agradecí.

— Creo que deberíamos afeitarle la cabeza mientras duerme— mencionó Oliver.

— ¿Has pensado en decirle algo a nuestros padres?— me preguntó Alex.

— No serviría de nada.— dije sin mirarlo.

— Claro que sí, hablarán con sus padres o con el director para que deje de molestarte.

— Sus padres la miman demasiado, con ellos no funcionará. Aunque tal vez el director haga algo. Lo hablaré con él.

— Está bien— mi hermano pareció satisfecho con mi respuesta.

Aunque en el fondo, no estaba segura de que pudiera hacer algo al respecto.

                              — ♪♪♪—

Ya en la hora de salida, me encontraba con mis hermanos en el portón de la escuela.
No había querido salir aún, debido a la advertencia que Blanca había hecho.

— Por última vez Elsa, no te va a pasar nada.— Alex me miró con aburrimiento.

— No quiero arriesgarme.

— Estaremos contigo hermana, así que sal ahora o me veré obligado a cargarte hasta llegar a casa.

— Pues no sería una mala idea.

Alex entrecerró los ojos y yo le sonreí inocentemente.

— Sólo vámonos de aquí porque como esté un minuto más en esta escuela me voy a suicidar.

Cedí a su petición, no me daban ganas de escucharlo quejarse durante más tiempo.
Por suerte caminamos sin ningún incidente.

— Ves, te dije que no había nada de lo que debas preocuparte.

Suspiré aliviada. Tenía miedo de que me pudiera pasar algo.
No la creía capaz de golpearme, pero si de hacer algo para dejarme en ridículo frente a todos.
Tenía suerte de tener a mis hermanos a mi lado.

Tomamos el camino que nos llevaba al parque. Mis hermanos habían querido ir por no se que cosa, según ellos a matar el tiempo, y ya que no tenía nada más que hacer decidí acompañarlos.
Era viernes después de todo.
Jessica salía de la escuela a la una en los viernes así que seguramente ya se habría ido a la tienda.

Mis padres tenían una pastelería, vendían pasteles de todo tipo. Aunque también vendían helado y galletas horneadas.
Mi padre era exelente haciendo pasteles y galletas.

Nosotros le ayudabamos a despachar cuando salíamos de la escuela. Algunas veces sólo uno de nosotros le ayudaba, otras veces nos quedábamos Jessica y yo, o Alex y Oliver.

En fin, en el orden que fuera posible.

Llegamos al parque y mis hermanos insistieron en comprarme un algodón de azúcar.

— Vaya, hace cuanto que no vienes con nosotros al parque, o a cualquier otro lado.— dijo Oliver.

— Déjala, ha estado ocupada buscando novio.— respondió mi otro hermano.

— ¿¡Que!?— exclamé.

Ellos solo comenzaron a reírse, yo solo les puse cara de pocos amigo.

Aunque tenían razón. No había salido con ellos desde hace un tiempo.
De no ser porque había decidido dejar de buscar a alguien perfecto para mí, no estaría allí con ellos.
Posiblemente estaría en cualquier otro lugar teniendo una cita que al final resultaría fallida.
Suerte que decidí no seguir más con eso.

— Ahí está— murmuro Alex, señalando a un punto del parque.— Vamos.

Miré hacia donde Alex señaló y ví a un chico de pelo castaño que tenía sujetando lo que parecía ser...¿Un balón de fútbol?
Si, eso era.

— Deja que venga él, yo no pienso pararme de aquí.— le contestó Oliver, acomodándose en la banqueta.

— Chicos, ¿podrían decirme de que están hablando?— les dije confundida

— Aron nos debía un balón de fútbol, un día estábamos jugando con él y cuando lo pateó, lo hizo tan fuerte que el balón salió volando a quien sabe donde. Ahora a venido a reponerlo.

— ¿Es enserio?, ¿me hicieron caminar tres calles sólo por un balón?

— Nosotros no te obligamos a venir, además te sirve como ejercicio.— me dijo Alex

— ¿¡Me dijiste gorda!?— exclamé alterada.

— ¡Yo no dije eso!. Estás perfecta.

Le pegué en la cabeza con mi mano.

¿Por qué no pude tener hermanos normales igual que todos?

— Voy a comprar algo— dije, levantándome de la banca— ahora vuelvo.

Me fui de ahí buscando algo que me resultara interesante.

¿Un vestido?

No, no me gusta como se me ven.

¿Una hamburguesa?

No tengo hambre.

Aburrida, di media vuelta para regresar a donde estaban mis hermanos. Conociéndolos, se marcharían sin mí si no llegaba pronto.

Caminé distraída por la banqueta mirando todo lo que encuentraba a mi paso.

Mire hacia arriba y vi a un pájaro color azul. No era algo que se pudiera ver todos los días en la ciudad. Lo contemplé mientras caminaba y aunque ya me estaba alejando yo seguía mirando hacia atrás al ave.

Ni siquiera me dio tiempo a frenar, me tropecé con algo, solté un grito agudo y caí al suelo, o al menos creí que lo haría. Alguien me sujetó antes de tocar el suelo.

— ¿Estás bien?— me preguntó una voz masculina.

— Si, soy torpe.

— Lo siento, debí hacerme a un lado.

Alcé la vista y me encontré con un par de ojos marrones mirándome preocupados.

Me enderecé, todavía intentando recuperarme del susto.

— No te disculpes, me pasa todo el tiempo.— dije.

— ¿Segura que estás bien?— aún sonaba preocupado.

— Claro, no es para tanto, además fue mi culpa, tengo la manía de distraerme con cada cosa que veo y pues... caí.

— Ok.

Su voz. No sonaba igual a la de todas las personas que yo conocía, más bien sonaba como si fuera de otro país, quizás ¿Estados Unidos?

No, no, allá hablan inglés, era más bien de España.

!Oh por Dios! ¡Es español!

Mi conciencia pareció emocionada con la idea de que me hubiera sujetado un chico español

— Gracias por no dejarme caer.

— De nada.

Nunca me había gustado tanto la voz de alguien.

Me dediqué a observarlo mejor.

Tenía el pelo negro y largo, le daba un poco más abajo de los hombros. Un pañuelo al rededor de la cabeza que le quedaba muy bien, también estaba vestido igual que un rockero.

Admito que me pareció guapo desde ese momento.

— Ya me tengo que ir— su voz rompió el hilo de mis pensamientos.

— Claro, gracias otra vez.

Me dio una sonrisa de boca cerrada y se dio la vuelta para irse, yo quedé parada repitiendo el momento en el que sonrió.

¡Cielos!

Se suponía que dejaría de buscar un ligue

Aunque es se día no lo estaba buscando, lo encontré por accidente.
Es más, creí que nunca más lo volvería a ver. Así pasaban las cosas.

Llegué de nuevo al parque convencida de que mis hermanos me habiín dejado a mi suerte. Pero no fue así, allí los vi parados esperándome.

Eso era todo un milagro

Pero no estaban solos, ese tal Aron estaba con ellos. Debo decir que desde el momento uno me pareció alguien irritante y eso que nunca habíamos cruzado palabras, solo lo había visto un par de veces conversando con mis hermanos.

— ¿En donde estabas?— me preguntó uno de ellos.

— Por allí

— Pues por allí te vamos a dejar si nos haces esperar más tiempo.— me dijo el otro.

Rodé los ojos.

— Tampoco es la primera vez.

Ambos sonrieron y empezaron a caminar y a charlar con el otro chico.
Yo me quedé en medio de mis hermanos por si acaso me caía otra vez.

Aunque siendo Oliver y Alex, lo más seguro es que me dejaran caer.

Iba tranquila sujetando los libros, reviviendo el recuerdo de la sonrisa de aquel chico misterioso que me salvó de caer al suelo y pasar vergüenza frente a toda esa gente hasta que una voz me hizo volver a la realidad.

—¿...verdad Elsa?.

— ¿Qué?— pregunté algo perdida.

— Te lo dije, se le ha ido la cabeza.— dijo Alex.

— A mi no se me ha ido nada— contesté enfurruñada.

— Pues entonces dime qué te ha dicho Oliver hace un momento.

— No lo sé.

— ¿Ves?— dijo, dirigiéndose al otro chico.

Que por cierto, me miraba como si fuera una rebanada de ese delicioso pastel que hacía mi padre.

Le puse mala cara para intentar espantarlo aunque no funcionó.

Cuando llegamos a casa encontramos a mamá acomodando la sala.
Nos saludó a todos y luego siguió haciendo su labor.

Luego de un rato decidí salir al jardín a respirar un poco de aire fresco, me senté al lado de Scooby, mi perro quien me miraba con ternura y se acercó más a mí.

Si, le puse igual que el perro de la caricatura. No sabía que nombre ponerle cuando me lo regalaron y un día que a Oliver se le ocurrió ver esa película conmigo para matar el aburrimiento decidí que aquella bola de pelos se llamaría Scooby.

Alguien se me acercó y por un momento pensé que será uno de mis hermanos o mi mamá. Pero no fue así.

Era Aron, el amigo de mis hermanos.

— Aquí estás— me dijo, parándose a mi lado.

— ¿Me estabas buscando?

— Yo no, pero Oliver sí, ¿o Alex? No estoy seguro.

— Ok.

— Tus hermanos me cobraron un balón.

— pues yo no tengo la culpa de eso, a la próxima cuida más tú fuerza.

Aron soltó una carcajada

— Me han dicho que no tienes novio.

Oh

— Eso no te incumbe

— Me gustaría que pudiéramos conocernos mejor ¿sabes?

Por un momento pienso en contestarle que sí. Pero luego me arrepiento.

— Pues a mi no, así que ya puedes hacerte a la idea de que serás un desconocido para mí.

— Que carácter.

Discutimos un rato más hasta que el decidió marcharse, que era lo que iba a hacer desde un principio.

Scooby se acercó a mi  a olfatear mi mano.

Sonreí ante su gesto.

Scooby era mi razón de ser, desde el día en el que mi tía Mary me lo regaló, allí supe que recibiría más amor del que merezco.
Había sido mi compañero desde los diez años y sabía que el día en el que ya no estuviera en este mundo yo sufriría. Pero por el monento solo quería disfrutar cada instante que pasaba con él.

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