Capítulo 1.

Decimoquinta cita en casi un año.

Y nada.

El chico se llamaba Esteban, usaba lentes y tenía granos en la cara.

¡Que asco!

Jessica definitivamente se equivocó con respecto a este joven.

Llevabamos sentados casi una hora y nadie había dicho más que Hola.
De hecho llevaba todo el rato ignorandome. Había estado más atento a su teléfono.

No lo culpo, era tan interesante como una pared.

¡Ya no aguanté más!

Carraspeé para que centrara su atención en mi.
Cuando alzó la vista en mi dirección decidí hablar.

— Oye, yo no sé qué te dijo Jessica pero, estoy segura de que no nos dijo lo mismo. Je, je. En fin, me tengo que ir, eh, pero fue un gusto conocerte.

Me levanté y recogí mi mochila.
Esteban ni se molestó en contestar, de pronto, tenía otra vez la vista centrada en su teléfono.
Vaya, al menos no se ofendió.

Eso creo.

Me marché de ahí rápidamente, pensando que esa había sido la cita más desagradable e incómoda de todas.

Al llegar a casa, me encontré con un aroma exquisito. Seguramente mi mamá estaría cocinando una de sus comidas especiales de nombre raro.
Pero no pensaba interrumpir su inspiración, así que fuí directo a mi habitación, necesitaba descansar.

Para despejar mi mente, abrí un libro.
Necesitaba perderme de la realidad un momento, y para mi no hay mejor forma de hacerlo que leyendo.
Era una novela que se llamaba Secretos compartidos, una novela sobre dos mellizas, una de ellas se enamora de un hombre llamado Julián, a quien conoció mientras ella bailaba distraída.
Ya conocen la historia, se enamoran y bla, bla, bla.

Estúpidas historias de amor.

Tú querías una así

No importa.

Escuché que tocaron a la puerta y esta se abrió en cuanto di permiso para entrar.

Jessica, mi hermana menor entró con una sonrisa.

— Hola Elsita— saludó.

— Deja de usar ese diminutivo— dije algo desganada

— ¿Qué tal te fue en tu cita?— preguntó, ignorando mi comentario.

— De espanto, de verdad, ¿no se te pudo ocurrir alguien mejor que ese?
¡Tenía granos en toda la cara!— me quejé.

— Se llama acné, y si, era él o Uriel. ¿Entiendes?

Uriel. Un chico de la escuela de mi hermana lo suficientemente asqueroso como para que no quiera volver a estar cerca de él nunca más.

— De todos modos, puedo arreglar otra cita para la siguiente semana.— continuó Jessica.

— Olvídalo, ya no quiero seguir con esto. Nunca voy a encontrar a alguien perfecto para mí.

— No puedes rendirte.

— Para empezar— dije alzando un dedo.— fuiste tú la que tuvo la idea de las citas.

— Y tú me seguiste la corriente.

Le sonreí.

Jessica es dos años menor que yo, apenas estaba en la secundaria.
Pero ya era muy bonita por ese entonces, tiene el pelo de color rubio, con las raíces castañas. Cualquiera diría que se lo ha teñido, pero no. Todo es culpa de mis bisabuelos.
Tiene los ojos cafés y los labios ligeramente rosados.

Es demasiado linda.

Sentí un golpe en la cabeza y descubrí que era Jess, acababa de lanzarme una almohada a la cabeza.
Decidí hacer lo mismo y de pronto creamos una pelea de almohadas mientras nos reímos a carcajadas.

No podría ser más afortunada, tenía una familia que me quería y me apoyaba, mis padres sabían enterrarme cuando algo andaba mal, y mis hermanos siempre han sido los mejores, a pesar de que me tiren a una piscina en pleno invierno y me llenen de pintura la cara.

En fin, me consideraba una chica feliz con lo que tenía.

Y es por eso que no quise seguir buscando ni mendigando amor a cualquier gilipollas que se me presentara.
De ahora en adelante había decidido esperar a sentir algo de verdad aunque pasaran cincuenta años, yo sabía que encontraría el amor de verdad.

Aunque no sabía exactamente de qué forma.

                               — ♪♪♪ —

Ya casi era la hora de la cena y Jess y yo estábamos ayudándole a nuestra madre a poner la mesa y esperando a mis dos hermanos y mi papá.

— Escuché que Ingrid se mudará a otra ciudad— comentó mi madre.

Ingrid era una amiga nuestra. La única que yo tenía por ese entonces.

— Así es, su padre consiguió trabajo en Chiapas. Se irán la semana entrante— le contestó mi hermana.

— Pero Chiapas está muy lejos.

— Si, pero ella dice que es una gran oportunidad para toda su familia. Y también dice que con ese trabajo podrán pagar el tratamiento de su madre.

— ¿Enserio está muy mal?— pregunté, entrando a la conversación.

Jess me miró con un poco de nostalgia.

— Lo está, la semana pasada tosió mucha sangre.

Enserio duele, la mamá de Ingrid, doña Noemí, siempre fue una mujer muy amable, cuando éramos pequeñas íbamos a jugar con Ingrid a su casa y su madre nos preparaba galletas de chocolate.
Hasta que enfermó.

Escuchamos la puerta abrirse y escuché la voz de papá en la entrada.

— Les dije que no hicieran eso de nuevo.— alegaba él entrando a la cocina— Hola cielo.

Le dio un beso cariñoso a mi madre en la mejilla.

Sonreí al verlos.

Ellos eran la razón por la que creía que el amor existe, habia visto tantan veces como se respetaban entre sí y arreglaban sus problemas sin necesidad de gritar.
Creía en el amor ciegamente, porque se que mis padres lo tenían.

— ¿Ahora que han hecho?.

— Asustaron a Vernon un cliente nuevo que no sabe que tengo hijos gemelos, el pobre pensó que era anormal que Alex lo haya atendido en la pastelería y encontrarlo en la tienda de regalos minutos después.
Lo que él no sabía era que el que estaba en la tienda de regalos no era Alex, sino Oliver.

Me reí ante su relato. Era de esperarse.

Alex y Oliver. Mis dos hermanos mayores y que además son gemelos. Han hecho la misma broma varias veces ya, tantas que ya perdí la cuenta.

Pobres víctimas.

¿Se imaginan tener dos hermanos idénticos?

Pues yo no tengo que imaginarlo, porque los tengo, y era como niños pequeños. Les gustaba hacer bromas a cualquiera.
Una vez pusieron arañas en el bolso de una señora que nos había dicho mugrosas a Jessica y a mi.
Y le llenaron de pintura los anteojos.

Pobre mujer.

— ¡Pero si es mi pelirroja favorita!— Uno de mis hermanos se acercó a mi.

— Hola Oliver.—lo saludé

— Yo no soy Oliver, soy Alex.

— Aún llevas el gafete de la tienda. No me intentes engañar a mi Oliver. Además, Alex nunca usaría una playera de Scooby Doo.

Mi hermano puso una mueca de disgusto al no salirse con la suya.

Yo solo me río.

— ¿Que hay de cenar?— preguntó Alex asomándose por la puerta de la cocina.

— Lo que vez es lo que hay— contesté.

—Oh, hola Elsa. ¿Ya te contaron sobre la broma de hoy?

— Si, de hecho yo fui una de sus víctimas hace algunos años.— mencioné cruzando los brazos.

— Hermana, teníamos ocho años en ese entonces y tú seis, era obvio que te ibas a confundir. Hoy en día sabrías identificarnos aún usando prendas idénticas y sin el gafete de la tienda.

Eso es algo cierto. No tanto pero sí.

Cenamos todos juntos, hablando de cosas al azar.
Papá nos contaba que una señora gruñona pidió una rebanada de pastel de fresa y luego se quejó porque no era lo que quería pedir al principio sino una rebanada de pastel de arándanos.

Luego Alex nos dijo que intentó ligar con una chica de pelo azul que quería un pastel entero de chocolate y que según él era española.

Esa noche yo no sabía que esa chica peli azul sería una de mis mejores amigas en un futuro cercano y lo único que pensé cuando nos lo contó fue:

Cosas que se anda inventando.

Después de la cena me di una ducha y subí a mi habitación.
Leí otra parte del libro Secretos compartidos.

Luego de un buen rato leyendo, por fin decidí ir a dormir, llegar tarde a la escuela no era lo mío, pero si no me dormía pronto, seguro lo haría.

                                •••••••

¡¡Hola!!

Hoy llego con esta nueva historia, Cuando la nieve caiga estará dividido en dos partes, cada una con 15 capítulos. Este es el primero y ha sido muy corto pero los próximos serán más largos.

Ojalá puedan darle una oportunidad a está historia. A Elsa Anderson y a mí nos haría muy felices :-)

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