Nahek

Soledad, eso era lo único que conocía, no sabía lo que era que alguien te mirara, te acariciara.

Soy un ser que no sabe de tiempo, de horas o minutos, esa extraña forma en que los hombres miden el tiempo. Y es que para mí no hay gran diferencia. O más bien no la había. No había un suceso que marcara mi existencia, no tenía la necesidad de llevar la cuenta de mi soledad, de mi oscuridad. No tenía importancia, estaba simplemente condenado a una existencia vacía, sola, a no tener ningún tipo de contacto con el mundo, con el universo. Aquellos que a veces lograban verme en ese lumbral de la vida y la muerte, sólo me recibían con terror. 

Hace tiempo hubo alguien que quiso hacer contacto conmigo, un fraile. 

Aquel ser me había ofrecido un trato, una ofrenda, quizás algo más parecido a un trueque. Él me pidió que su madre viviera más, para que él pudiera pasar tiempo con ella y despedirse. No quería que le perdonará la vida, sino quería simplemente despedirse de ella. 

Era un tiempo en el que tenia curiosidad por la humanidad, por eso que llaman sentimientos. Y había uno en especial que no entendía, que no era predecible. Un sentimiento que era irracional y desafiaba todas las reglas, la lógica, y yo era desafiado constantemente por esa fuerza que era incomprensible para mí, un ser que solo existía para mantener el orden, y los mundos de los vivos y los muertos separados. Yo era un mal necesario, un fin que todos tenían marcados desde su nacimiento.

He caminado solo desde que puedo recordar, había sido respetado hace algún tiempo y fui Dios y señor de algunas civilizaciones. Esos fueron mejores tiempos. Un tiempo en el que no me sentía ajeno, ni temido, era parte de un todo, de una vida, de un ciclo. Y un día simplemente empecé a ser odiado, temido.

Y no comprendía por que, los humanos son tan volubles. Tan volátiles.

Fue entonces cuando lo escuché, escuché sus plegarias dirigidas a mí. Alguien se acordaba de mí importancia en la vida mortal de los humanos, del ciclo que tienen que vivir. Por mucho tiempo había sido olvidado u odiado, y en ese momento alguien había recurrido a mí. A la muerte, aquel nombre que ahora me habían dado aquellos seres mortales.

Acepte dejarla vivir, y a cambio en sueños le pedí que dibujara aquel cuadro. Quería que alguien supiera que también quería conocer eso que los hacia humanos. Quería saber que era lo que los hacia desafiarme o desearme. Deseaba conocer esa fuerza desconocida para mí y que era objeto de mi curiosidad. Después de todo una eternidad es demasiado como para no dejarte llevar por algunos de los pasatiempos de aquellos seres.

Pintó entonces a ese ser sin rostro, y capa escarlata, con una mujer en los brazos.

Un cuadro que seria mal interpretado. Todos piensan que aquel ser se la lleva contra su voluntad. Sin embargo aquel ser llora la muerte de su amada, lo que no comprenden es que yo absorbo su vida, y aunque quería una compañera, primero tenía que enfrentarme a una imposibilidad... Que ella me viera, y segundo, bajo mi tacto se quedaría sin aliento, sin vida.

El fraile explicó que entre desviaros su madre había visto aquella imagen, una imagen que predecía un fin, el fin del mundo separado entre vivos y muertos. Y la culpa seria el amor.

Un ser que no estaba destinado a amar, quería hacerlo, y eso era transgredir las reglas. Seria un amor prohibido, y los amores prohibidos nunca acaban bien. Era una lección más que repetida en los libros de la literatura humana. Aunque el amor no entiende de razones, de reglas o lógica. Al contrario parece regocijarse en las incongruencias e imposibilidades. Parece un rebelde que disfruta de romper con esquemas y reglas. Con todas las leyes establecidas que rigen al mundo.

El amor es lo que hace que todo sea posible, y a la vez reta a la vida misma cada día, cada segundo, de la existencia mortal. Incluso más allá de mí mismo, es decir de la muerte, el amor persiste, es necio. Y hasta ahora que veía esos ojos mirándome, lo entendía.

En ese momento pensé que nada ocurriría, que jamás podría hacerme humano. Hasta toparme con esos ojos cafés y esa bebita que había reparado en mi presencia.

Alguien me veía, me sentía y algo desconocido se apoderó de mí, algo que no quería que acabara, quería que siempre estuviera a mi lado.

En mi egoísmo le perdoné la vida.
La uní a mí, le di algo de mí.

Y ella me dio la capacidad de sentir como ellos.

Pero eso no me bastó, no fue suficiente quería más, necesitaba entender, seguir descubriendo eso que me estaba pasando. No entendía esas cosas extrañas que pasaban en mi interior, esos pensamientos. Y tampoco sabía como lidiar con ellos. Ahora podía entender un poco la volubilidad de los humanos.

Y un día no pude más, el plan era esperarla a que ella acabara el tiempo que le di en la Tierra, y hacerla mi dama.

Hasta que descubrí que estando viva ella podría hacerme humano, podría ser visto, abrazarla, besarla.

Además no estaba del todo seguro que ella pudiera morir como todos. Por que una parte de ella ya estaba muerta. Empecé a preocuparme por lo que le había hecho. ¿Y si algo salía mal? ¿Si en vez de ir a mi mundo, ella desaparecía?

¿Que había hecho? ¿Que le esperaba al morir?

Sin embargo todas esas preguntas desaparecían cuando estaba con ella.

La primera vez lo había hecho mal, ne había acercado a ella exigiendo que fuera mi dama, mi compañera. Estaba desesperado, confundido por esas cosas que me sucedían con ella. Por esas extrañas sensaciones dentro de mí.

Había incluso extinguido la vida de un humano, aun cuando no era su tiempo.

Habia borrado parte de sus recuerdos. Y sin embargo esas emociones persistían en ella. Llegué a pensar que si me aparecía ante ella con el aspecto de aquel al que amó, me amaría. Y no fue así. Es verdad que use uno de esos viejos sentimientos de Adara a mi favor. Muy en su interior deseaba volver a su amor perdido.  

Lo hice mal. No importaba que yo pudiera leer sus pensamientos, sus recuerdos. Aún así todo lo hice mal.

Pero ahora, ahora que podía tenerla entre mis brazos sin llevarla al borde de la muerte necesitaba unos momentos con ella. Quería tenerla solo para mí.

Sus ojos mirándome y luego la forma en la que corrió hacia mí. Esa sensación tersa, suave de su piel, y su calor. El olor de su pelo. Besarle mientras yo era solo un ser que vagaba entre la soledad, sin un cuerpo físico de carne y hueso había sido algo inexplicable.

Besar sus labios tibios, su perfume, sentir su piel bajo mis dedos, era indescriptible. Sin pensarlo me la lleve.

No quería que nada me alejara de ella. La quería para mí, solo para mí. De nuevo solo hice lo que esos impulsos desconocidos para mí me hacían actuar.

Tomé su rostro con un hueco que hice con mi mano derecha y junte mi frente junto a la de ella. Cerré mis ojos y tomé aire, estaba respirando un aroma que emanaba de ella. Era agradable, me tranquilizaba.

Traté de escudriñar su mente y ya no pude. Ese lazo se había ido. Lo había perdido al hacerme humano por así decirlo.

No podía dejar de acariciar su rostro, pasar mis dedos por sus labios. Tenia un deseo por besar sus labios sin tregua. Ahora sabía lo que era desear algo. Lo que era anhelar algo con tanto ahínco, esa necesidad de rozar mis labios ahora tibios con los suyos.

Incluso ahora yo me desafiaría a mi mismo por seguir a su lado, empezaba a comprender ese asunto del amor. De la pasión, el deseo, unas palabras sin sentido que estaban escritas en muchos objetos que los vivos llamaban libros.

Sus ojos eran muy parecidos a los mío, eran casi un espejo de los míos, y su pelo, suave bajo mis dedos estaba casi platinado por completo, excepto las raíces oscuras.

Esos rasgos tan peculiares la hacían mía, ella de alguna manera siempre me había pertenecido desde que le había perdonado la vida. Su pelo y sus ojos grisáceos eran una manifestación física de un lazo tan peculiar como el nuestro. Me pertenecía, pero de esa misma forma ese lazo me hacía un poco más suyo. Yo llevaba una parte de ella, y ella una parte de mí.

No me animaba a decir algo, sobre todo ahora que no tenía forma de saber lo que pasaba por su mente, si aún cuando lo sabía era imposible comprenderla, ahora que no podía escudriñar en sus pensamientos no me animaba a actuar, a decir algo. Solo cerré mis ojos, y disfruté de su cercanía, de su calor. Esas sensaciones eran indescriptibles. Estar vivo era una experiencia única.

Estaba nervosa, pude sentir su pulso acelerado bajo el tacto de mis dedos en su cuello. Un movimiento constante y rápido. Fue cuando de sus labios salió mi nombre. El nombre por el cuál ella me llamaría.

Nadie nunca me había dado un nombre que fuera solo mío, no lo que representaba o el nombre que consideraban de una deidad, un dios.

Y él que ahora ella me diera uno, que me hacia sentir más de ella, hizo que una sonrisa se dibujará en mi rostro.

Sentí una sensación que me aterró en el pecho, era una sensación desconocido. Y es que ahora poseía un corazón en todos los sentidos, bueno más bien estaba en mí pero le pertenecía a una sola persona, a aquella mujer que me lo había dado, que había hecho posible que ocurriera lo impensable.

Darle un corazón a la muerte, a un ser oscuro y solitario. Era de ella, sólo de ella.

Aún así había algo que me faltaba.  Y fue lo único que pude decir.

La acerque hacia mí, mis manos temblaban levemente. No podía creer que estaba pasando, que estaba aquí y ahora,con ella. Que podía tocarla si poner su vida en peligro. Sin llevarla al límite del final de su vida mortal

—Di que me amas Adara... Sólo dilo...—Le susurré al oído, lo más claro que pude.

Todo lo que había hecho, tenía un fin que no comprendía y no entendía. Hasta ahora que la tenía frente a mí. Quería que me amará, pero no sólo eso. Quería que ella lo aceptara, quería que ella me lo dijera. 

De nuevo decía lo primero que se me ocurría, era un mal hábito que eso que llamamos sentimientos incitaba. Quizás debía de aprender a dejar ese hábito.

Pude percibir una presencia cerca de nosotros. Al principio pensé que era Canek, pero al ver rápidamente hacia donde estaba aquel ser, me di cuenta que era Adam. Aquel ser que era importante para Adara. Algo se apoderó de mí. Y no esperé una respuesta, solo la atraje hacía mí. 
Me acerqué a ella lentamente primero deje que mi rostro rozará parte de su cuello, unos instantes la mire a los ojos, ella no decía nada. Pero sentía que estaba inquieta con mi cercanía.

Y la besé, primero rocé levemente sus labios y luego la besé. Sus manos estaban cerca de mi cuello, me atraían hacía ella. Este beso fue diferente, era más exigente.

Tal vez Adara no estaba lista para decir las palabras que tanto anhelaba. Pero me correspondía, ya no me temía e incluso me deseaba, deseaba mi calor, mi cercanía.
Algo que ahora podía ofrecerle, pero sobre todo aquel ser había sido testigo ello.

Y esperaba que de una vez se alejara de Adara para siempre.
Lo quería lejos de ella. No quería que estuviera cerca de Adara. Su presencia me inquietaba y ahora más que nunca por que no sabía que había en la cabeza de Adara.

¿Que otras cosas se habían modificado al hacerme humano?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top