Infierno

Se me hacía difícil caminar. El suelo era de lo más oscuro y en algunas aberturas podía verse el fuego incandescente. Creo que se habían tomado literal eso de los mármoles del infierno.  Era como recordaba ver el magma en la fotos de los libros de geografía, sólo que tratar de caminar sobre ella sin imaginar que pudieras derretirte en cualquier momento no era precisamente como caminar en el parque.

El suelo estaba disparejo, podía decirse que eran montones de algo que había estado chorreando, y se había petrificado. Parecía que un volcán acababa de hacer erupción. Trataba de omitir el hecho de que estaba en lo más parecido a lo que sería el infierno. Y peor aún, mi propia versión del infierno.

Era cómo enfrentarme a una de mis peores pesadillas, sólo que era de lo más real, y me aterraba enfrentarme a mí misma. A lo que podría encontrar aquí.

  — Realmente te tomaste literal eso de ir al infierno por amor.—  Dije bromeando un poco. Estaba segura que a Nahek no le agradaría mi pequeña broma, ni que me burlara de mí misma de esa forma, para él bromear con el amor no era algo a la ligera.

Para hacerlo peor, mi versión del infierno empezó a empeorar conforme seguía avanzando, venía una especie de tornado hacía mí.

  — ¡Genial! No pudiste haber pensado en osos rosas y esponjosos, con arco iris en el estómago, esos osos realmente son terriblemente insufribles.—  Dije en voz alta, recriminandome a mí misma.

Debía de encontrar un refugio, volteé alrededor y a lo lejos se veían varias piedras gigantes rojizas, ese podría encontrar un buen lugar para refugiarme, mientras lo que quiera que venía pasaba. Pero, había un pequeño detalle, lo que parecía un buen refugio iba en contra de la dirección en la que la cadena iba, es decir en dirección contraria de donde se encontraba Leo.

— ¿Es en serio?—  Pensé en voz alta, mientras trataba de decidir entre continuar con mi camino o no. Uno que me alejaba de Leo, y que retrasaría mi camino. Aquel remolino se acercaba más, así que me eché a correr hacía la dirección de la cadena, mientras lo hacía el brillo de la cadena se desvanecía. 

— Leo. Resiste, más vale que lo hagas o yo misma te mataré si te atreves a darte por vencido.—  Eso de hablar sola era lo mío cuando los nervios me ganaban. Además no había nadie que pudiera escuchar las locuras que salían de mi boca, creo que era una de las ventajas de mi propio infierno. 

Seguí caminando hacía dónde me llevaba aquella cadena. Me llevó a una especie de laberinto rocoso de piedras oscuras apiladas, el interior era oscuro, era como meterse a la boca del lobo.

Sentí que alguien me seguía. Así que me detuve un instante. De entre las rocas surgió un sombra algo pequeña. Me asusté y en mi inocente intento de protegerme tomé la roca más cercana. ¡Claro una roca era un arma maravillosa! Para lo que quiera que estuviera aquí.

La sombra se aproximaba cada vez más, hasta que lo vi. Un cuerpo oscuro, con dos ojos brillantes que se acercaban a mí. 

Entonces lo oí, escuché ese sonido que hacía tiempo había dejado de escuchar.

— ¿Argos?—  Dije con curiosidad. Fue entonces cómo aquel labrador negro se acercó a mí. Y empezó a lamer todo mi rostro. Todo cobró sentido, según los aztecas tu perro te debía ayudar a cruzar el mundo de los muertos. Se vuelve tu acompañante en esa travesía, así que Argos mi perro de la niñez era quién debía ser mi guía.

— Te he extrañado amigo. Dije entre lágrimas mientras lo acariciaba. Era increíble volver a ver esos dos ojos verdes. Había crecido con ese perro desde que era una niña, prácticamente teníamos la misma edad, hasta que envejeció y me dejó. Debía de tener unos doce años cuando el desapareció de mi vida. Recuerdo que haber llegado a mi casa y el ya no estaba, lloré tanto por ese perro con el que había crecido.

Movía y agitaba su cola con tal gusto que no podía dejar de abrazarlo y dejar que me llenara de baba. Era imposible que estuviera ahí, de nuevo dejando que lo acariciara.

De nuevo me sentí la niña que jugaba en el jardín y hacía hoyos a su lado. Yo con una pala roja de jardín y el con sus pequeñas patitas. 

  — Me has hecho tanta falta.—  Le dije mientras lo abrazaba. Él se dejo abrazar por mí. Hasta que empezó a ladrar. Sequé mis lágrimas de felicidad, y el mientras se echo a correr. Yo lo seguía, de vez en vez se paraba para asegurarse de que estuviera aún detrás de él.

Caminamos un largo rato entre las piedras. Hasta que llegamos a una especie de pantano, al menos era lo más parecido en la tierra. Una espesa niebla empezaba a cubrir la visibilidad. Está vez Argos se quedó más cerca de mí, sólo se oía el eco de sus patas y mis pisadas en el suelo rocoso, que a veces se sentía fangoso, o tal vez era mi paranoia. Eso de no saber que era lo que pisaba me angustiaba, me aterraba. Odiaba esa sensación de no saber en dónde demonios estaban mis pies o dónde daría el siguiente paso y que fuera a caerme.

Me abrí paso entre las ramas que de vez en vez casi me mataban, pues con la neblina apenas lograba librarme de un buen golpe de las ramas. Seguramente terminaría algunos rasguños en el rostro.

Llegamos a un cuerpo de agua, era parecido a dónde vi a Leo por última vez, o quizás era el mismo, Argos me estaba guiando a él. Tenía que estar cerca de aquí. Por otra parte, algo me decía que el problema no era precisamente encontrarlo, el problema iba a salir de aquí. Canek me había advertido de los nueve niveles que había en aquel inframundo. Aunque había atajos, quizás tendría la suerte de encontrarme con ellos y evitar el largo camino a través de todos ellos.

No creía que Leo hubiese pasado del primero. O más bien Canek creía que no lo habrían dejado pasar, querían retenerlo aquí, en el primero para siempre, asegurarse de que no tuviera oportunidad alguna para escapar.

Esperaba encontrarlo lo más rápido posible, antes de que le sucediera algo. El cuerpo de agua tenía sentido, según las creencias tu perro sería el que te haría cruzar el río de las almas, que habían sido condenadas a una eternidad vagando entre sus aguas. Almas  tibias que no alcanzaban el perdón, pero sus pecados no eran merecedores del fuego eterno.  No eran pecados tan grandes, pero tampoco tan pequeños. Sus pecados muchas veces tenían que ver con aquellos cometidos contra su propia familia. 

  — ¡Argos!—  Corrí tras de el cuando salió corriendo y ladrando. Me topé con una que otras ramas, y seguramente habían rasguñado mi rostro y mis manos. Esta vez sentía líneas delgadas que ardían, podría ser el viento gélido sobre los leves rasguños.

Llegué a un árbol, había unos pies que se veían. Corrí hacia él, debía de ser Leo. Argos corrió y empezó a chillar, a la vez que babeaba a Leo en el rostro. Estaba mal herido, me acerqué y me dejé caer cerca de él, había sido un impulso.

  — Leo —  Dije su nombre sólo una vez mientra me acercaba a él. No estaba consciente, quizás era tarde. 

Tomé su rostro con delicadeza y sentí un leve cosquilleo cuando lo hice. Era una extraña sensación, cómo una corriente eléctrica, algo que me distrajo momentáneamente.

Me aseguré de que no tuviera ninguna herida grave, la cuestión era que cualquier herida producida en este plano era cómo una herida verdadera. Si se preguntan si podían dañar tu alma, si efectivamente, eso era posible.

  — Te voy a sacar de aquí, te llevaré de vuelta con Amelia e Isa—  Le dije mientras lo ponía en una posición más cómoda. Antes de eso le quité la chaqueta enlodada y me quité la mía. Sin embargo la camisa que él traía puesta estaba empapada.

— ¡Genial! En realidad este mundo era un reflejo del plano humano. Quizás lo era porque no estábamos preparados aún para el plano espiritual. 

Medité quitarle la camisa. Aún recordaba vagamente la vez que había ido en moto con él y vaya que recordaba su cuerpo atlético.

  — Nahek, sólo piensa en los ojos bellos de Nahek.—  Me dije a mí misma, mientras le quitaba la camisa a Leo. Dejando al descubierto su abdomen atlético, y su piel morena clara. El infierno no era simplemente jugar con tu mente y tus miedos, en el había tentaciones, eso es lo que me había dicho con una gran sonrisa malvada Canek. Y aunque no me gustara aceptarlo Canek tenía generalmente la razón. 

  — ¡Dios! Esos músculos en realidad son puro peso muerto ahora.—  Dije mientras me peleaba con él.

Recogí su ropa, mientras Dante se colocaba a un lado de él, creo que lo quería hacer entrar en calor. Mi cazadora se la puse encima para taparlo. Recordé las palabras de Canek: <<El infierno es el mejor lugar para pecar, después de todo.>>  Realmente había sido algo satisfactoria esa última cachetada que le había dado a aquel demonio.

Recordé el río. ¿Acaso el río de las almas, sería el mejor para lavar su ropa? No es que pudiera dejar la ropa sucia y enlodada. Además distraería mi mente, ¿eso les molestaría a las almas?

Caminé de nuevo al cuerpo de agua, lucía transparente en la orilla, aunque si mirabas más hacia adentro este se tornaba completamente gris. Tragué saliva, ya me imaginaba una mano huesuda saliendo del agua y jalandome hacia el fondo. Quizás lavar su ropa no era la mejor idea, perturbaría a esas almas. Pero por otra parte no quería darle una excusa a Leo para andar sin camisa por todo el infierno, no cuando el infierno también conspiraba contra ti para caer en tentaciones, y aceptemos lo. Los ojos achocolatados de Leo, bajo esas espesas pestañas oscuras y su cuerpo marcado por el deporte eran algo tentadores. Por otra parte era todo lo contrario a Nahek. El atractivo de Nahek radicaba en el misterio, en sus ojos azules. 

Respiré y sumergí poco a poco la ropa de Leo. Está se iba aclarando un poco, sólo la mojé y agité lo suficiente para dejarla, decente. Luego la exprimí lo que pude para regresar a dónde había dejado a Leo, y colgar su ropa. Al regresar sólo me senté junto a él. 

Ahora su rostro había cambiado un poco, no le había sentado nada bien estar aquí. El parecido con Adam se había atenuado, ahora aparentaba más edad.

Ahora la cadena, estaba recuperando su brillo. Se supone debía de tener más tiempo para planear cómo sacarnos de aquí, pero todo había sucedido tan rápido. Tuve tiempo para mirar con detenimiento la delicada cadena dorada que nos unía, daba un par de vueltas en el suelo y unía nuestros dedos corazón, ese dedo se creía que conectaba directamente al corazón. Pensar en la posibilidad de que todos tuvieran razón en la disparatada idea de que nuestras vidas estaban entrelazadas, me estrujaba el pecho. Pero siendo realistas, no había otra explicación coherente a esa cadena que nos unía, y al parecer no se rompería con facilidad. Ni siquiera el infierno había podido con eso.

Me recargué contra el árbol y miré hacia arriba, no se veía nada. La niebla era aún más espesa a mayor altitud.

Me pregunté que era lo que estaba haciendo mi ángel, además de que estaba preocupada por el asunto del hospital. Y sobre todo por Nahek, yo no estaba para tratar de mediar entre sus sentimientos y él. Estaba solo con  sus sentimientos, sería una prueba difícil para él.

Ahora que sabía que Leo estaba relativamente bien, podía estar más tranquila. Sólo hacía falta que reaccionara. Esperaba que entrando en calor, volviera a estar consciente. Lo observé y pude ver las marcas que tenía en las muñecas. Me acerqué y vi cómo parecían ser de cuerdas. Había estado atado por mucho tiempo. Por primera vez me fije en sus manos, tenía manos varoniles.

  — ¿En qué piensas Adara?—  Me recriminé. 

Quizás lo prudente era limpiar sus heridas, pero no había mucho de dónde escoger, al menos quitar la sangre seca de estas sería bueno. Volteé a mi alrededor en busca de algo que pudiera usar para traer agua. Pero no vi nada. Lo que seguía sería arrastrarlo hasta la orilla del río, de todas formas necesitábamos cruzarlo, la pregunta era... ¿En qué demonios lo íbamos a cruzar?

¿Nadando? No iba a cruzar un río lleno de manos huesudas esperando a llevarme al fondo.

Pero podía arrastrarlo hasta allá. — Argos podría ayudarme a hacerlo.— Dije en voz alta,  y Argos ladró. —No, creo que ni el quiere cargar contigo.— Dije a modo de broma, ahora hablaba con Leo, que por supuesto no era consciente de lo que le estaba diciendo.

No hacer nada me estaba matando, así que me acerqué a él.

  — ¿Leo? ¿Leo? ¿Puedes oírme?—   Dije mientras le daba pequeñas cachetadas para ver si reaccionaba.

Entonces abrió los ojos, solo unos segundos. Miré sus ojos achocolatados. Eran bellos, aunque ahora lucían algo apagados. Trató de hablar pero sólo balbuceó algo ininteligible. 

  — ¿Realmente necesitas tiempo fuera, no?—  Dije contestándome.

Mientras me daba por vencida. Me volví a recargar en el árbol. Traté de llamar a Argos para que viniera a mi lado, pero sólo me miró y movió sus cejas. Creo que su mirada fue algo cómo... <<Ni pienses que me voy a mover>>

  — Vaya, apenas va comenzando este viaje, y mi perro ya te prefiere.—  Le reclamé a Leo. Quién ni se inmutó.

Iba a ser un viaje largo. Extrañaba a mi ángel. Esperaba que no hubiera desatado un reino del terror, mientras estaba ausente.

Aunque Nahek, había manejado dentro de todo bien sus emociones, al menos no habia mandado a nadie más a ser un recluso de está prisión. 







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