S e i s
Zack estaba sentado en una banca, disfrutando los rayos de sol que le pegaban en la nuca y el viento entre las hojas de los árboles, mientras Natascha daba vueltas y vueltas, trotando alrededor del perímetro de ese parque, que a pesar de ser grande y bastante agradable, estaba casi completamente vacío a las cuatro de la tarde.
Pensaba sobre lo que Ilya le había dicho. Tenía que ser sincero con Natascha, pero no sabía cómo. Había luchado tantos años para no convertirse en sus padres, que terminar con ella iba a significar un vacío emocional, quisiera o no. Se quedaría solo.
Pero a la vez, pensaba que era un pensamiento estúpido. Nunca quiso que Violet dependiera de él o él de ella, pero ahora estaba definitivamente dependiendo de la felicidad de su novia.
Cuando conoció a Natascha en esa cita a ciegas, le gustó varias cosas de ella. Encontraba graciosas hasta sus bromas más estúpidas. Mostraba interés en su carrera y trabajo y lo elogiaba bastante. También era una chica inteligente, con muchas opiniones acerca de política, lo cual lo dejó maravillado, aunque le diera vergüenza admitirlo.
Él estaba roto, pero logró sentirse bien con ella. No obstante, cuando le contó a Ilya que no estaba seguro si seguir saliendo con ella por lo que significaba cógele cariño a alguien, él le había dicho:
—Creo que va siendo tiempo en que salgas al mundo de nuevo, mi amigo.
Así comenzaron las citas. Natascha tampoco le resultaba un extraterrestre con una vida perfecta y sin problemas. Sí, tenía un muy buen pasar como él y tenía estabilidad laboral, pero también había sufrido en el pasado. Había perdido a su madre cuando era niña y le confesó que nunca lo había superado del todo y que todavía se sentía la carga negativa en su hogar, pero aun así lograba salir con una sonrisa y continuar con sus rutinas sin mayores escándalos.
No como él.
No sabía si era un problema suyo o algo que ver con los signos zodiacales, pero sentía que siempre le había costado olvidarse de sus problemas. No podía simplemente hacer como que sus padres no existieran o como si no se hubiese criado en Australia. Estaría separado por miles de kilómetros, pero la herida seguía abierta.
—¿Qué quieres de mí? —recordaba que le preguntó a la rubia cuando comenzó a percibir demasiado interés de ella en él, como a la quinta cita.
Era una noche helada. Aun se acordaba. Habían salido recién de un restaurante italiano y el clima amenazaba con lluvia.
—Zack —pasó sus manos a través de sus brazos delgados, como si se preguntase qué escondían esas mangas largas de su camisa —. Sé que has sufrido bastante, pero creo que va siendo momento de salir. Te hará bien.
Eran las mismas palabras de Ilya. Las mismas que le había repetido su psiquiatra cientos de veces. ¿Por qué todos insistían con eso?
—Quizás no quiero salir —se enfurruñó.
—Yo creo que te va a gustar. El mundo tiene mucho que ofrecer.
—Sé que lo odiaré.
—Dame un mes. Solo eso. Y te demostraré lo contrario.
No sabía si lo había logrado. Pero luego se fueron a vivir juntos, ambos tenían sus respectivos sueldos y les iba bien, y ella siempre se preocupaba demasiado de su salud, casi como una madre o enfermera particular. A veces lo hastiaba, pero sabía que era mejor eso a alguien a quien le importas mierda, como a sus padres.
—¡Corre conmigo, amor! —De repente Natascha, con su cabello sudado y su piel brillando, apareció en su campo visual, asustándolo —. Me quedan solo dos vueltas a la manzana.
Le tomó las manos heladas y, a pesar de que Zack negó con la cabeza, lo tiró hacia ella y se pusieron a trotar juntos.
—¿Por qué la cara larga? —Su aliento dibujaba nubes pálidas —. A lo mejor deberías haberte quedado en casa.
Lo miraba de reojo mientras trotaba, concentrada en la pista imaginaria. Una fina capa de sudor le cubría su frente.
—Me harté de estar en casa. Además, no han pasado ni veinticuatro horas desde la última vez que te sonreí. ¿Es que no puedo estar un poco decaído? Solo por hoy.
—Tienes que mirarle el lado bueno a las cosas, Zack. Te está yendo bien en el trabajo. El año pasado ganaste el premio a profesor del año y seguramente este año te lo vuelvan a dar. ¿No estás orgulloso de ti mismo?
—No todo es sobre el trabajo, Natascha.
—Una depresión tiene el potencial de hacer que la gente tome decisiones buenas en su vida. Mírame a mí, eh.
—¡Pero no soy tú, Nat! —jadeó Zack, cansándose al terminar la primera vuelta, ya que andaba sin ropa deportiva y el abrigo que llevaba comenzó a pesarle en los hombros y espalda —. Yo soy más sensible que tú.
—Lo sé, pero eso no tiene nada de malo, eh —Le sonrió a una bandada de aves que sobrevoló encima de sus cabezas hacia la catedral más cercana —. ¿Qué quieres hacer con tu vida? Podrías volver a la universidad a estudiar algo nuevo. Estoy segura que tienen más de un cupo para gente como tú.
—¿Gente como yo?
—Gente muy inteligente. Podrías también encontrar un hobby que te mantenga despierto —Zack frunció el ceño al oírla, recordando todas esas noches que se quedaba en vela por no poder dejar de pensar—. ¡O podrías ver si te gusta el teatro! Eres lo bastante bonito.
Le sacó la lengua como si tuviera que agradecerle por el cumplido. Él volcó los ojos, con los músculos adoloridos.
—Lo que quiero decir es que... todos hemos tenido que pasar los obstáculos. Incluso la gente con dinero. Los grandes famosos de este mundo, han pasado por horrores para llegar a la cima.
—Dudo que Kurt Cobain esté de acuerdo —ironizó él, deteniéndose al fin. Se estaba quedando sin aliento —. ¿Puedes aminorar el ritmo? No traigo la ropa adecuada.
Ella se dio la vuelta, corriendo hacia atrás hasta alcanzarlo. Su voz dulce arrastraba el aire frío y quieto de Moscú.
—No tienes por qué utilizar el sarcasmo para todo, Zack Prawel. Solo digo, que para llegar a la cima, hay que escalar la montaña completa. Consúltalo con la almohada y ya luego me dices. Y, si vuelves a sonreír, prometo que me pensaré si gastar mis ahorros para esas vacaciones en Grecia de las que hablamos el otoño pasado, ¿está bien?
Zack le sonrió.
—¿De verdad?
—Promesa.
Volvió a trotar y le lanzó un beso que retumbó como eco en el perímetro, mientras él se quedaba inmóvil, respirando fuerte y pensando qué iba a ser con su vida.
-xxx-
Violet no pudo escribir el mensaje que quería enseguida. No sabía si era por la euforia que sentía o el miedo al rechazo, pero al ver que nada salía de inspiración, se fue a dormir o hizo el intento, mientras observaba el techo oscuro de su pequeño cuarto, pensando qué decirle. Qué respondería.
Trabajó ese fin de semana en una cafetería, reemplazando a una niña. Se hizo un poco de dinero y volvió a casa, disfrutando el recorrido en bicicleta por las calles húmedas después de una lluvia, tratando de recibir inspiración por parte de los troncos llenos de musgo, el cielo grisáceo y el olor a tierra mojada.
No sabía qué decirle. No sabía si contarle cómo le estaba yendo. O si decirle que estaba enferma. O que su novio la insultó dentro de un auto en medio de la calle.
¿Respondería si quiera?
Se sentó frente a la computadora después del almuerzo y una cháchara motivacional de sus padres con respecto al dinero. Miró la página de Zack en VK por al menos una hora, hasta que abrió el chat, respiró profundo y puso lo único que se le había ocurrido decir después de cien horas dudando.
"Hola".
Se sintió patética. Tragó saliva.
"Soy Violet... ¿te acuerdas de mí?".
Respiró esta vez por la boca con el corazón acelerado y sus manos frías y temblando. Esperaba que todo saliera bien, pero mientras eso sucediese, tendría que ser paciente.
—¡Violet! —gritó su padre desde debajo de repente —. Tienes visita.
Se quejó para sus adentros, apagando la computadora y tratando de dejar de pensar respecto a Zack para no hacerse ilusiones.
Bajó las escaleras con pequeños saltitos y tarareando una canción, mientras se armaba sus trenzas, una a cada lado de la cabeza, como siempre, justo cuando veía a Andrew en el pórtico de su casa, con cara de perro mojado.
—¿Qué haces aquí?
Su padre hizo una cara de sorpresa y comenzó a caminar disimuladamente hacia atrás, mientras se rascaba la cabeza, actuando como si las revistas de mamá fueran más interesantes que la discusión.
—¿Podemos hablar? —dijo él, con los ojos hinchados y las ojeras predominantes.
—Creo que fuiste bien claro el otro día.
—Por favor, no seas así. Salgamos a caminar. ¿Por favor?
Violet miró a su padre. Miraba hacia ellos, pero al notar la mirada furiosa de su hija, hizo como que la revista lo llamaba de nuevo.
—Bien.
Tiró de su chaqueta que estaba colgada siempre en el perchero junto a la puerta, empujando al pelirrojo hacia fuera. Antes de cerrar la puerta, Violet le dijo a su padre:
—Esa revista es del 2008.
Y cerró la puerta de golpe. Evitó la mirada de Andrew y evitó las violetas que decoraban su jardín delantero, solo porque eran demasiado bellas y siempre la obligaban a sonreír como ellas lo hacían después de la lluvia.
No fue hasta que iban en medio de la calle, que ella se acomodó el abrigo y se volvió a mirarlo, enfadada.
—¿Y bien? No tengo todo el día.
Andrew se miró las manos, caminando a distinto ritmo que el de ella. Parecía tímido, pausado. Como si tuviera todo el tiempo del mundo para expresarse.
—Pensé que podríamos salir esta tarde.
—¿Qué?
—Creo que nos haría bien conversar un poco. Ese día... bueno, yo... me alteré. Disculpa.
Violet arqueó su ceja derecha. Eran de un rubio un poco más oscuro que su cabello.
—Debo suponer que te salieron negativos los resultados.
El pelirrojo enrojeció de golpe.
—Sí... este... sí. Sí. Fue un alivio la verdad, pero me hizo entender que me comporté como un patán contigo. Debería haberme calmado. Después de todo, tú y yo siempre tomamos precauciones.
—¿Y qué hubiese pasado si te hubiese salido positivo? ¿Habrías llevado a cabo tu amenaza del otro día?
Andrew se desesperó. Negó con la cabeza inmediatamente.
—¡No! Yo...
—¿Ibas a volver a repetirme que el hecho de que me violaran fue mi culpa?
Unas lágrimas de ira y vergüenza comenzaron a recorrerle el rostro. Mantenía sus brazos cruzados sobre el pecho, primero en señal de autoridad, pero ahora entendía que era para protegerse a sí misma. Estaba dolida.
Y él se había quedado enmudecido en medio de la calle rodeada de posas, por ser una calle vieja y olvidada, llena de grietas, como su mente.
—Lo sabía. Nunca tienes nada que decir, Andrew. Siempre has sido experto en hacerte la víctima y en aparentar que eres muy cariñoso y sensible, pero solo cuando te sientes bien contigo mismo.
Él apretó los ojos, ordenando sus ideas.
—Solo estoy intentando ayudarte. A la gente no le gustan las personas complicadas o diferentes.
—Habla por ti. Yo soy como soy.
Empezó a volver a su casa, pero él le gritó:
—¡Tú misma me dijiste que no querías ser del montón! Que querías resaltar y ser alguien en la vida. ¿Crees que haciendo que todos sepan que fuiste abusada y que ahora por eso tienes VIH te hará brillar? ¡La gente se alejará de ti! Nadie te tendrá compasión, Violet.
Ella respiró hondo. Una vecina había asomado su cabeza por una de sus ventanas del segundo piso, quizás más impactada con la declaración que el grito.
—Sabes, Andrew —Se volvió hacia él —. Tal vez tengas razón. Quizás la mitad de la gente me de la espalda cuando lo sepa, pero solo serán gente de mierda, como tú. Tengo fe en que no todos serán así.
—¿De verdad eres tan ingenua, Violet? Tienes veintiséis años. Ni siquiera has sido capaz de contarle a tus padres, te lo apuesto. Te conozco.
—¿Por qué lo das por hecho?
—Porque eres una persona que se guarda todo. Que le gusta ver a los demás ser felices, pero dejas lo que tú sientes para el final.
—Yo no soy así —se burló ella.
Él enarcó su tupida ceja rojiza.
—¿En serio? Tú misma lo dijiste cuando me contaste sobre ese muchacho que te gustaba de Australia. Ese que se quería matar y te amenazaba con eso.
—Él nunca me amenazó. No pongas palabras en mi boca que jamás he dicho —se ofendió la rubia.
—Ya, sí, pero se entiende mi punto.
—¡No, no se entiende! ¿Cómo es posible que tengas tan poco corazón para hablar de un tema así tan suelto de cuerpo?
—Qué va, no te pongas así. Es porque ni siquiera conozco al tío y ya está. Era un ejemplo.
—No. No es tan simple. Lo que él sufrió no fue porque él quiso o simplemente fue un accidente en su vida. Zack fue una víctima de al menos tres intentos de suicidio en un lapso de un poco más de un año. Ni siquiera creo que yo entendía lo que pasaba en su mente y en su casa. El pobre ni siquiera recibió ayuda psiquiátrica durante ese tiempo así que quien sabe con cuántas enfermedades mentales más tenía que lidiar aparte de una depresión.
—Violet... es muy honorable todo lo que hiciste por él, pero te jodió mucho. Mira como te pusiste ahora. Toda enfadada y con la piel de gallina. Me estás incluso gritando y ni cuenta te das. Eso es lo único que consigue la gente así. ¿Ves de lo que te hablo? Si empiezas a hablar de tus enfermedades con terceros, solo lograrás alejarlos.
En ese momento se sintió una estúpida. Pero no por ella o por Zack. Se sintió una estúpida de pacotilla por haber sido novia de tal patán por tantos meses.
—No quiero culpar a alguien que no estaba en sus cabales del cómo me sentí durante mi vida. Zack estaba en el fondo del océano hundiéndose y yo por mí misma decidí nadar hasta él, con todo lo que eso significaba. Si me quedaba sin aire o sobrevivía era cuestión mía. No le concierne a él, ni a ti, ni a nadie en este planeta. Que te quede claro.
—Claro. Qué hipócrita te has puesto últimamente. O sea, estás aceptando que es mejor mentirles a todos, con tal de que tú estés bien. ¿Y luego me dices a mí que yo soy el descorazonado.
Ella se pasó una mano bajo los ojos humedecidos. Se sentía extraña. La euforia que había permanecido en su interior ahora la estaba hundiendo a un foso sin fondo. Qué extraño era.
—El mundo lo sabrá cuando yo quiera que lo sepan. Mis padres lo sabrán... cuando sienta que es el momento. No es algo fácil de decirles como que pedí una pizza sin permiso de ellos. No. Y no tienes que seguir dando tus opiniones. Ya no quiero saberlas.
Se alejó definitivamente de él.
—Violet.
El gato anaranjado de la vecina también los observaba desde la cerca, con sus ojos amarillos resaltando en el ambiente gris.
—Hemos terminado. No vuelvas a pedir explicaciones o a rogarme nada. Es un no.
—Pero...
—Andrew, no es no. El "no" te lo dice todo. Vete a casa.
Ella se abrazó a sí misma, sintiendo frío. Apresuró el paso como si tuviese miedo de que él volviese tras ella y le hiciese algo. Ya no confiaba en él.
Llegó a su casa pisando fuerte y cerró la puerta tras ella de golpe, con las lágrimas de ira recorriéndole su cara y su mente llena de ideas. Sus padres estaban esperándola dentro de casa, preocupados de su bienestar.
—¿Todo bien, hija? —preguntó su padre, esperando que no se derrumbara por completo, ya que no le gustaba verla llorar desconsoladamente.
Ella entonces alzó la barbilla y asintió.
—Sí... —afirmó, fuerte y claro —, pero tengo algo que decirles.
Sus padres se miraron un segundo de silencio.
—¿Qué es? —murmuró su madre, asustada con el rostro de su hija. Era como si estuviese furiosa con la vida que llevaba.
—Soy VIH positivo —soltó sin más, sabedora de que serían ellos quienes se derrumbarían en ese momento.
-xxx-
Se había quedado en blanco frente a la pantalla de su laptop, con los ojos sin pestañear, aguándoseles poco a poco, mientras no sentía nada más que pánico y pensamientos enredados.
Había recibido una notificación en su correo electrónico de un mensaje de una persona que no estaba dentro de su círculo de amigos en VK, aplicación que no ocupaba hace más de un año porque creía que no había nada que poner allí de interesante.
Al abrir la página web, se encontró con la sorpresa de que una chica de su pasado le había escrito.
"Hola".
Y dos minutos después había mandado un:
"Soy Violet... ¿te acuerdas de mí?".
Se quedó petrificado, palidísimo frente a una pantalla, con la mano temblándole sobre el mouse, sin saber qué hacer. La boca se le secó y una lágrima por fin recorrió su mejilla.
La alarma de las pastillas de la tarde comenzó a sonar con su patética melodía y la apagó casi de un combo contra la pantalla, levantándose de golpe y tomándose la cabeza con las manos. No, no, no, no podía ser. Jamás en su vida habría esperado algo así. Quizás después de un año o dos, pero no después de diez años.
Volvió a sentarse y se metió al perfil de ella. Se notaba que estaba hecho a la rápida. Solo salía su fecha de cumpleaños (el 3 de febrero, lo recordaba) y una foto de perfil donde se veía básicamente su cara.
Estaba igual. Lucía más joven para su edad, quizá más joven que Natascha, quien era dos años menor que Violet. Pero Violet Henley siempre lució más pequeña que su edad. Era algo que le gustaba de ella incluso. Lo aniñada e inocente que era para el mundo de horror en el que él vivía diariamente. Era como una metáfora andante.
Se levantó otra vez y dio vueltas alrededor de la pieza oscura. Natascha se estaba dando una ducha, algo que siempre hacía antes de irse a dormir. Él también, pero con aquel mensaje le era imposible pensar con cordura, por lo que apagó la pantalla para que Natascha no se diera cuenta y se sentó al borde de la cama, pensativo e intentando mantenerse sereno.
Pero no le era posible. Sudaba como si fuera verano y su pierna derecha no dejaba de moverse como si tuviese un tic nervioso o una enfermedad que le impidiese controlar impulsos. Se sentía tan raro todo, como si volviese a tener diecisiete años y estuviese atrapado en su apartamento lujoso en medio del sector empresarial de Canberra. Era simplemente así.
—Tengo el control —repitió como su psiquiatra le decía que debía hacer siempre que se sintiese ansioso —. Yo tengo el control.
Natascha salió de la ducha, ya vestida con su ropa de dormir.
—Hola... ¿pasa algo?
—No, no —Y luego comenzó a repetir ara él: —Tengo el control, tengo el control...
—Me alegro... porque pensé que esta noche... podríamos.
—No. Me siento apagado —le cortó, perdiendo el hilo de su frase. Iba contando cuántas veces la repetía, pero ahora no sabía dónde había quedado. "¡Mierda!", gritó en su cabeza.
—Agh, está bien. Aunque tarde o temprano me estaré aburriendo. La vida sexual de una pareja es tan importante como todo lo demás —Comenzó a reír —. Deberías estar agradecido de lo paciente que soy y que entiendo que tu medicación puede apagarte...
Pero no estaba apagado. Todo lo contrario. Inclusos sus ojos ya estaban desorbitados. ¿Cuánto había pasado ya desde el choque entre pasado y presente?
—Pero está bien —rompió ella el silencio después de echarse crema humectante en las piernas —. Podemos pasar el rato aquí... en silencio... está bien por mí.
Tomó un libro romanticón que estaba leyendo hace unos días y comenzó a acostarse en la cama, mientras Zack seguía dándole la espalda, sentado a su lado de la cama, el lado que daba hacia la ventana. Se podía ver la noche sin luna ni estrellas.
—No soy fácil, ¿verdad? Me siento perdido.
—Todos nos hemos sentido así, Zack —dijo.
—No estoy hablando de los demás.
Natascha refunfuñó y dejó el libro en su velador.
—Ven y durmamos. Mañana hay que trabajar temprano y tú te pones irritable si no duermes las ocho horas que te dijo el médico —Le pegó a su almohada —. Ándale.
Zack le hizo caso en silencio, acostándose a su lado y dejándose abrazar con fuerza, mientras miraba el techo. Ella se durmió con la cabeza en su pecho casi enseguida, por lo que no notó el aceleramiento de su pulso y su respiración. Tampoco notó cuándo fue que se levantó. Solo sintió frío como a las cinco de la mañana y abrió un poco los ojos, viendo que ya no estaba a su lado.
—¿Zack?
Miró a su alrededor en la habitación. No estaba ni allí ni en el baño de la alcoba, por lo que tiró las colchas, se colocó su bata y salió a buscarlo por el resto del apartamento.
No estaba lejos. Estaba en la cocina, en cuatro patas, limpiando con un cepillo de dientes viejo las baldosas blancas. Lo hacía con esmero, parte por parte. No sabía cuánto tiempo llevaba allí.
—¿Zack? —Miró el reloj de la cocina —. ¿Sabes que son las cinco de la mañana?
Siguió limpiando frenéticamente. Tenía los ojos fijos contra el suelo blanco. No pestañeaba.
—¿Zack?
—Lo sé. Ya es hora de prepararse para ir a trabajar —jadeó con voz monótona, como si fuese alguien más hablando por él —. Hay que asearnos.
—¿Por qué estás limpiando el suelo?
—Si no lo limpio, ¿quién lo hará? La casa debe estar limpia para que lleguen buenas vibras —Limpió con más fuerza —. Hay creencias en Asia que dicen que una casa sucia atrae malos espíritus. Y no queremos que nos penen, ¿verdad? Y tú has llorado con películas de terror y yo las he vivido. A ninguno de los dos nos conviene, ¿entiendes?
Hablaba rápido, casi sin pausas. Apenas respiraba para decir lo que tenía que decir y cambiaba de tema más rápido de lo que la mente de Natascha era capaz de descifrar.
—Hey... ¿quieres faltar al trabajo hoy? Puedo llamar y excusarte...
—No, no... —Siguió fregando —. Siempre me excuso. ¿Por qué tendría que excusarme? Tú dices que soy fuerte y todo. Yo debería ser capaz de tomar mis propias decisiones, ¿no? Y yo tomo decisiones en mi vida. Voy para los treinta años. No soy un niño y hace años no vivo con mis padres. Ni siquiera mis abuelos me llaman y están en esta misma ciudad. Deben ser los espíritus. ¿Tendrán el piso sucio en sus casas? ¿No te acuerdas? Nosotros en cambio tendremos un piso reluciente. Lindo piso. Brillante piso.
Natascha entonces se acordó de algo y caminó hacia donde Zack dejaba sus pastillas. Efectivamente no se había tomado las de la noche anterior. Seguían ahí, sin tocar. Sabía que saltarse una sola dosis podía provocar una alteración en su personalidad y en cómo percibía el mundo.
—Diablos...
Lo miró. Seguía moviendo su brazo, ya amoratado de tanta fuerza y dedicación que ponía, moviéndose contra el piso, adelante y hacia atrás. Iba a quebrar el cepillo de dientes si continuaba así.
—Zack... no te tomaste tus pastillas anoche, ¿no?
—¡Yo no necesito pastillas! —Tiró el cepillo al suelo con fuerza —. Yo soy fuerte. Yo he sobrevivido veintisiete años sin ellas. Esas drogas me hacen sentir mareado y sin ánimos todos los días, mientras que ahora, mira. He limpiado casi toda la casa mientras tú dormías. Es algo bueno, ¿no?
Comenzó a reír de repente. A reír como un lunático, asustándola.
—¡Y me siento eufórico! Me siento feliz. Tú también me dijiste que sonriera... para las vacaciones en Grecia. Oh, y Grecia es maravilloso. Nos encantará y lo pasaremos de maravilla —La miró entonces y abrió los ojos como si se espantara —. Deberíamos tener sexo. Hace como dos meses que no tenemos sexo. ¿Quieres tener sexo? Me dijiste que me querías anoche. Y yo te dije que no. Pero estaba demente. Esas pastillas... Y la bipolaridad... Oh, bipolaridad tipo 1. Suena asqueroso si lo dices así. Como si estuviera loco o algo. ¿Estoy loco?
Ella retrocedió.
—Basta, Zack. Llamaré a tu médico. No te muevas de aquí hasta que él, llegue, ¿escuchaste?
Él le tomó la mano, desesperado entonces.
—No. Me volverán a encerrar. Sabes que no es lindo allí. Yo te conté. Tengo que huir.
—Zack, no te pasará nada. Te lo prometo. No eres tú en este momento y tu médico necesita verte, ¿ya? Espérame aquí.
Natascha volvió a la habitación para coger su teléfono, justo cuando sentía la puerta de casa cerrándose. Asustada, tiró el celular sobre la cama y corrió a la cocina solo para darse cuenta que él ya no estaba allí.
Se había llevado el cepillo de dientes con él.
—Dios mío.
Corrió a la puerta de casa que estaba a unos pasos y miró el pasillo. Ya estaba vacío, como si realmente hubiese huido antes de que llegara el médico.
—¡Mierda!
Hace tiempo que Zack no tenía un episodio. Revisó el historial de llamadas pero su familia no había llamado en las últimas cuarenta y ocho horas. Se sentó en la cama, angustiada, marcándole al médico mientras pensaba qué podría haberlo gatillado esta vez. "Zack está teniendo un episodio maniaco. Salió de casa y no sé adónde podría haber ido. ¿Podría venir mientras llamo a la policía? Avise a la clínica. Por favor".
Se dejó caer mientras lloraba del pánico. No sabía cuánto tiempo más podría resistir con aquello.
-xxx-
Hola, mis rábanos. Quisiera saber cómo va la historia hasta ahora. Como bien pueden saber, en este libro la enfermedad mental de Zack toma forma y recibe un nombre que en el primer libro no recibe, no porque yo no quisiera, porque siento que iba acorde a la trama. Los protagonistas en ese entonces tenían 16-17 años, siendo adolescentes inmaduros durante el 2013, año en el que seguía siendo muy tabú hablar de ese tipo de cosas. Si ahora casi diez años después lo es, imagínense antes.
Así que sí, Zack está teniendo un episodio maniaco en este capítulo. Y Violet lidia con un VIH recién informado y con las secuelas de una violación donde no sabe quién o quienes son los culpables.
Y en general este libro me está gustando cómo va. Toca temas serios y profundiza en ellos como me gusta que lo haga. Hay que comenzar a hablar de estos temas.
Cerrando ese tema, las invito a leer "Insidia", disponible en mi perfil, que trata temas como el racismo, las mentiras, las consecuencias del bullying y el amor entre dos chicos. ¡Espero que les guste!
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