Capítulo 9

Narrador: Béatrice Marie

Mis días luego de esa fiesta son un poco más cansadores. La gente me solicita en sus tés o festejos, incluso si no he hablado. El simple hecho de estar bajo el mando de Tomas me ha vuelto encantadora. Y ser "estadounidense" no le quita mucho mérito.

En estas dos semanas que han pasado he reforzado mi entrada a la sociedad. Soy un poco más culta, al menos de lo que me obliga a leer Tomas: todos best sellers, incluso los más aburridos. Hay algunos que me llaman la atención, pero están puramente en inglés como Little Woman. Eso me obliga a aprender del idioma.

También he hablado mucho con Annie desde esa vez que dormí en su casa. Es un espacio mucho más minimalista que el mío y, sin duda, más acogedor. Incluso conocí a su hermano, quien me sorprendió ver que era alguien de pelo negro. Pero Annie me contó que se lo tiñe. Increíble.

Y, como si fuera poco, Gerard y yo cada día nos llevamos mejor. Él se suelta un poco más a la hora de hacer chistes conmigo y casi que hablamos con cotidianidad por nuestras actividades acompañados. Hoy, por ejemplo, está caminando conmigo para llevarme a la mansión Moreau.

Insisto en que me responda por qué estoy yendo a la casa de Anaïs tan de repente y también la razón por la que dormí con Annie aquella noche. Ambas cosas están entrelazadas, lo presiento. Pero se niega a decir una sola palabra, así que insisto tanto que actúo como una tonta despistada.

Menciono el hecho de que no entiendo cómo pude amanecer con una mujer e incluso digo que nunca imaginé estar así con una. Él de inmediato empieza a ponerse bordó. Es sensible con los temas de homosexualidad, todos lo son. Pero cuando hacemos bromas ni se sonroja tanto como ahora.

Vuelvo a intentar persuadirlo con eso, pero me como un regaño que me deja muda. No quería que se pusiera tan serio. Creí que estábamos en la misma sintonía y saber que no, me entristece un poco. No me agrada que la gente me mire mal o me chiste.

Noto cómo su mano alcanza la mía y ni así lo miro de nuevo a los ojos. Qué pena, ¿y si cree que en serio son tonta?

—Escuche, Tomás le pidió a Annie que te llevara hacia su casa y ahora él está en una sesión de fotos para devolverle el favor —señala con una sonrisa suave—. No... No sabía cómo decírselo, porque me dijo que lo mantuviera en silencio.

Saber la verdad al respecto me alivia un poco más, así que me digno a observarlo un poquito. Él se nota un poco avergonzado, no sé exactamente por qué.

—Gracias por confiarme eso. ¿Pero qué hizo Annie para recibir eso de él?

—Favores, supongo.

—Además, no tiene nada de malo querer sacarse fotos. Es encantador, ¿no crees?

—¿Tomás? Claro que lo es.

—No... Yo hablaba del hecho que quiera sacarse fotos.

Bien, ahora sí que me suelta la mano y camina un poco más rígido. Gerard es chistosísimo. Quiere mucho a Tomas, es casi como su otra mitad.

Siento que se complementan porque Tomas tiene todo lo que le hace falta a Gerard y viceversa. ¿Ying y Yang?

Llegamos a la mansión Moreau sin muchas vueltas. Las personas nos han estado mirando mucho. Supongo que somos una pareja atractiva para cualquiera y sí, no estaría nada mal. Pero cuanto más conozco a Gerard, más lo quiero como un hermano para mí. O, bueno, eso debo de creer, porque tampoco tengo chances de estar con él.

Cuando toca la puerta y lo veo retroceder, me extraña su reacción. ¿Tiene miedo? No, imposible. Es un guardaespaldas, ¿a qué le temerá?

—Hola, ¿usted es?

Una mujer robusta y negra me recibe en la puerta. No estoy acostumbrada a ver personas negras, así que me sorprende un poco, al menos hasta que la recuerdo. Pero me intimida un poco su ceño fruncido, tanto que no me permite hablar con claridad.

—¡Buenas tardes! Soy Béatrice... Eh, vine por una invitación de madame Moreau.

—Qué extraño, ella nunca trae gente a la casa. ¿Ya nos hemos visto?

—Sí, incluso vine con Gerard Robinson, el guardaespaldas de Tomas.

Lo señalo detrás de mí y escucho cómo esa mujer lo menciona. Luego de eso, corre a abrazarlo. Ah, con razón retrocedió. Se nota que ella tiene muchísima más fuerza que él, tanto que sorprende cómo lo levanta. Es la primera persona que lo logra levantar en mucho tiempo, de eso estoy segura mientras me río de la escena.

Ay, no, ¿y si lo ahoga? Lo está apretando con tanta fuerza contra su pecho que me temo lo peor mientras me acerco y le pido que se calme. Pero me lanza una mirada muy agresiva. ¿Qué hago?

Antes de que pueda entrar en pánico, los oigo riendo a los dos. No me lo puedo creer. ¿Tan descolocada estoy? En mi objeción, mi familia nunca fue tan bruta.

—Marisa, Gerard, ya basta de todo esto —pide con su increíble autoridad Anaïs, apareciendo en la escena con un vestido que se ve extraño en ella.

Es muy rosita y tierno. No lo sé, ella parece más del tipo rescatado, pero de tonos oscuros. Aunque también me sorprendería verla con algo de rock and roll.

Pero su mirada... Su mirada sí que combina con el vestido. Está llena de ternura y algo de dolor en cuanto ve a Gerard. Veo que quizás hay algo de familia en ellos, incluso si no se parecen en nada. Porque noto cómo se acerca a él. Y las risas se van por completo.

Gerard baja la mirada y luego vuelve a subirla. La abraza con cariño. Sincero cariño. Eso me emociona mucho. ¿Por qué es tan dulce? No he encontrado hombre como él en la ciudad. Es único. Humano y angelical a la vez.

Se me empiezan a llenar los ojos de lágrimas. Por mucho que me comunique con mi familia, se siente la distancia y eso me hace sentir muy mal cuando veo escenas como estas.

Entro a la casa para que no me tengan que ver llorando. Oh, maldito ser sensible, ¿por qué tiene que pasarme estas cosas en presencia de una mujer preciosa? Me avergüenza, quiero huir por este largo pasillo estrecho. Y lo hago. Huyo porque no sé lidiar con esto que siento.

Envidia, quizás. O culpa por no escribirles más seguido. No lo sé. No entiendo lo que me sucede. Puede que solo sea tristeza.

Antes de llegar bien a la sala de estar huelo flores. Flores frescas, como si recién las hubieran instalado por aquí. Adoro las flores y plantas. Soy bastante conocedora. Pero me es una lástima lo que ven mis ojos: flores cortadas en ramos. Bonita manera de decorar la muerte en primavera.

No me agrada que se atenta a la vida de cualquier ser vivo. He vivido en un campo. La verdad me es cruel todo lo que sucede. Pero ¿de qué forma detendría esto alguien como yo, sin conocimientos? Solo me queda tocar esos frágiles pétalos.

—Así que eres la intrusa que mi madre mencionó. No la juzgo, a mí tampoco me cae bien esta actitud tuya.

—¡Ah, cuánto lo siento! Solo estaba interesada en verlas. ¿Se las ha enviado algún amante?

—¿Eso tiene algún valor?

—No, solo... Tenía dudas. Lo lamento, sé que pudo sonar mal.

—Guárdate esas dudas conmigo, no tenemos suficiente confianza y no levantes la voz, quedas como una tarada. De paso, siéntate.

Me dijo tarada y eso me suena un poco cruel. Yo nunca le falté el respeto, pero todos se encargan de faltármelo a mí solo porque soy de un estatus menor. ¿Eso es justo? Ay, nada en esta ciudad parece muy agradable con las personas.

Creo que cuando suba de rango social voy a ser más respetada y querida. ¡Sí, estoy segura de ello!

En cuanto tomo asiento, ella trae consigo una bandeja de plata con dos teteras, dos tazas y unas galletas. Son similares a las de la otra vez.

—Ah, lo siento, pero soy alérgica a la miel.

—Lo sé, por eso no les he echado nada. Recuerdo todo, Béatrice.

—Ah, bien... Qué amable de su parte.

Ella sigue con esa mirada mordaz. Siento que en serio me odia. Pero, incluso así, se me sigue haciendo más que fabulosa. Es más, es elegante incluso a la hora de servir el té.

—¿Por qué dos teteras?

—Una tiene té negro y la otra té de naranja.

—Adoro el té de naranja. Bueno, todo lo dulce. Pero veo que usted prefiere lo que tiene cafeína.

—Prefiero lo que me mantiene despierta. ¿Qué me dices del té? Parecía que ibas más por algo así.

—Es muy rico, gracias. Aunque igual yo no estoy acostumbrada a beber cosas como estas. En casa siempre preparaban té normal.

—Aquí también, pero más rico.

—Bueno, creo que ahora quiero probar toda una colección de té.

—Tenemos mucho tiempo para eso... ¿Qué cuentas de tu familia? Dime algo de ella, pareces una chica muy unida.

Anaïs tiene percepciones muy acertadas o le consultó a Tomas de mí, pero creo que él no tiene mucha idea de quién soy. Me crea a partir de quién quiere que sea.

Además me mira tan interesada que no puedo evitar soltarme para hablar principalmente de mi hermano, Eugene, a quien quiero más que nadie.

Papá y mamá son importantes para mí, pero Eugene es mi otra parte. Somos casi lo que al otro le complementa. Y lo extraño tanto que incluso si hubiera pasado un día de no verlo, sentiría su ausencia.

Le explico lo unida que soy a él y también resalto que le gustan los postres más que a mí. Él no se empalaga con nada, es muy glotón para ser tan flaco. Pero, en cambio, yo termino asqueada luego de comer ocho postres.

—Bueno, ¿quién se come ocho postres?

—Yo... ¿Está mal? Tomas ha hablado de bajar de peso, pero no me parecía que mi cuerpo estuviera mal.

Lo digo con toda la honestidad del mundo. Incluso me duele su comentario. Pero noto cómo niega con la cabeza.

—No, lo siento, no tuve que haber dicho eso. No está mal, pero vas a tener que empezar a restringirte. Tomas no te va a dejar comer todo lo que quieras.

—Está bien. Soy buena con las dietas.

—¿Sí?

—En el campo había veces que no teníamos para comer. Fue peor la escases cuando empezó la guerra, así que nos acostumbramos a comer poco.

—Tuvo que ser horrible.

—Sí, pero gracias a eso desarrollé gusto a los postres... Es decir, me agarraban ansias cuando escuchaba hablar de otra posible guerra y por esa razón comía todo lo dulce que veía.

—Qué justo, yo hago postres. Es un gusto que tengo adquirido.

No evito sonreír al enterarme. ¡Encontré a mi amada! No puedo creer que el destino me haya unido justo con una mujer que hace con pasión lo que yo más adoro comer.

—¿Cosas cómo cuáles haces?

—A ver, puedo hacer Macarons, Tarte Tatin, Tarte au citrón, Crêpes Suzette y otras cosas más.

Siento cómo se me hace agua la boca y creo que ella lo nota, porque le da un sorbo largo a su té negro y me mira por encima de la taza con gusto.

No me puede decir que no acabamos de entrar en confianza con eso.

—Dime, tú que eres del campo, ¿sabes cabalgar? Quizás algún día te podría dar una caja gigante de macarons si es que me enseñas a andar en caballo.

—¡Oh, ni lo dudes! Soy la más indicada para enseñarte. Podría hacerlo ahora mismo, la noche es cálida y el viento es cómodo.

—Sí, bueno, no. Tengo un campo no muy lejos de aquí y un par de caballos, pero somos dos mujeres.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Que por nuestro género sufrimos la posible aparición de alguien que pueda hacernos daño. Lamentablemente las cosas en la ciudad son mucho más complejas que en el campo, donde se conocen con todos.

—No, entiendo... Siempre fui muy protegida por mi hermano y padre, pero ahora que ellos no están es más complicado, ¿cierto?

Noto cómo mira para otro lado y asiente. Es solo una suposición, pero me parece que ella no tiene ningún hombre que la cuide y eso es importante en el mundo que estamos viviendo. Bueno, al menos en el campo era importante. Las mujeres de ciudad parecen revolucionadas.

Antes de que pueda seguir sacando el tema, Anaïs me interrumpe.

—¿Te quedas para cenar?

—Sí, por supuesto.

—Entonces iré a pedir la cena, ¿te parece bien un Boeuf Bourguignon?

—Sí, aunque no tengo idea de lo que es, pero suena delicioso.

—Es carne de ternera estofada en vino tinto.

—¿Vino? Oh, no, yo no sé tomar.

—No, no, la carne contiene vino tinto pero no de una forma en la que te puedas embriagar. Es... Simplemente complicado.

—No entiendo.

—Puedo llevarte con la cocinera para que te explique —se ofrece y noto cómo sus mejillas se van tornando coloradas.

Nunca tuvo que explicarle cosas como estas a nadie. Nadie tan inculta había visitado su hogar. Es una suerte que yo haya llegado para bajarla en tierra, quizás hasta aprenda cosas nuevas.

Me gusta cómo Anaïs tiene esa forma de sorprenderse al encontrarse a alguien que está haciendo lo que no le pidió. Le dice a Marisa que por qué empezó y ella le aclara que si hubiera arrancado cuando se lo estaba por pedir nunca hubiéramos comido. Yo me río ligeramente. Se nota que su vergüenza va en aumento. No acostumbra a esto.

Es encantador cómo ella puede ser tan imperfecta. Creí que estaba criada para siempre predecir todo, pero qué tonta de mi parte. Es un humano al fin y al cabo y los humanos cometemos errores.

Aunque está claro que yo cometo muchos más errores a la hora de la cena. Ya me han resaltado que como apurada, pero nunca como Anaïs, que me da una muestra pública de cómo frenarme. Eso es amable de su parte. 

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