Capítulo 8

Narrador: Anaïs Moreau

Dios, qué fiesta más sosa. Primero los hombres que la hacen aún más aburrida, viniendo de traje o con los colores más oscuros posibles, y luego la propia anfitriona que se ausenta todo el rato. Está yendo de un lado para el otro. Insoportable.

Además, como si fuera poco, intercambio miradas poco amables con Tomas. No me veo el día en el que me deje de molestar.

Ahora mismo estamos hablando de él, aprovechando que ya todos se están marchando. Léa culpa injustamente a Béatrice de todo y me alegro de que esa chica no esté cerca, porque se destrozaría al verla tan enojada.

—A ver, seamos honestos, Léa, si tú hubieras estado más presente de la comida, las actividades y la música, probablemente esto no habría salido tan mal.

A ella no le gusta la sinceridad, pero por mi parte la tiene que aceptar. Es más, ni siquiera sé por qué estoy invitada si es que casi nunca hablamos. Supongo que quería dar buena impresión con la gente luego de la última vez. Sería un escándalo que creyeran que discutíamos o estábamos cerca de una pelea. Ella tendrá poca dignidad con las mujeres, pero yo cuido mucho mi imagen.

Annie se mantiene neutral. Pide que no diga cosas groseras de Béatrice, pero pedir no es suficiente. Le falta autoridad. Es muy tibia.

No se le puede rezar a Dios mientras le bailas al Diablo.

Antes de que podamos seguir con esta conversación patética, alguien me agarra de la cintura y yo reacciono con un empujón rápido. ¡¿A quién se le ocurre sorprenderme de esa forma?!

—Uy, cuidado, Anaïs, no querrás tropezar —dice Tomas y no puedo evitar tomarlo de la muñeca con fuerza.

Maldito desubicado. Me temí que fuera mi prometido, pero ¿cómo no? Él ni siquiera es invitado a la mayoría de las fiestas. Hijo de pintores, nada excepcional.

—¡Monsieur Bernard! Hablábamos de su fabulosa mademoiselle.

—¿Sí? Oh, seré poco humilde, ella se lució. Pero mírenla ahora, está casi dormida.

Tiene a Béatrice a su lado y se libra fácilmente de mi agarre para tomar la mano de esa chica. Ella cabecea y suspira. Cómo se nota la falta de costumbre.

Noto cómo Annie lo observa. Sus mejillas se encienden cuando lo ve y empieza a actuar con mucho más recato, como si su madurez incrementara a su lado. O tal vez intenta llamar su atención con ese gesto.

Y cuando Tomas la mira se le debe colapsar el mundo. Ella lo ve como alguien más bueno que los demás. Las mujeres lo observan con timidez, queriendo descubrir su cuerpo, pero Annie quiere descubrir algo más. Es muy curiosa.

Cuando éramos amigas me había confesado que desde los dieciséis años ha estado enamorada de ese hombre, pero él siempre ha sido muy cuidadoso. ¿Cuidadoso o desinteresado? Nunca se sabe.

—Annie, estás preciosa. Combina ese vestido contigo y adoro que dejes de lucir tan puritana.

—¿Puritana?

—Te recatabas demasiado. Pero mírate, ahora pareces una mariposa recién salida del capullo. Me encanta.

Deja de lado por completo que la acaba de insultar y agradece con sincero gusto. Nunca baja la mirada cuando lo mira, se atreve a hacer contacto visual y quizás eso sea lo único que le guste a Tomas. Porque él tiene un gusto excepcional con las mujeres: le gustan las que son frías y tratan mal. No las del tipo de Annie.

Lo aprendí por las malas.

—Por cierto, ¿podría pedirte un favor?

Des-ca-ra-do. No hay otra forma de decirle que descarado, pero Annie está completamente hechizada por su... Ahg, no sé qué tiene de atractivo. Esto me pasa por conocerlo de más.

—Sí, dígame, Monsieur.

—¿Podría cuidar a Béatrice por esta noche? Sé que es algo complicado, pero mi chofer las puede llevar a casa. Yo tengo unos asuntos que resolver, ¿sabe?

—Claro que podría, pero ¿qué obtengo a cambio?

—Atrevida, me gustas Annie. A cambio, me harás una sesión de fotos, tal como has deseado todo este tiempo, ¿no es así?

Ella pasa de actuar con seriedad a sonreír con toda la emoción del mundo. Annie es fotógrafa y hacerle una sesión a un hombre que no permite que las cámaras lo capten —por temor al mal ángulo— es único. Un detalle mayor.

Sus ofertas son muy atractivas, por eso personas como Annie terminan aceptando con tranquilidad. Gracias a eso ha llegado muy lejos.

Las chicas se van lo más rápido posible y antes de que me pueda dar cuenta, quedo a solas con Tomas, a quien se le borra la sonrisa cuando me agarra del brazo y me arrastra a caminar.

Maldigo mi cuerpo pequeño y débil.

—Tú y yo tenemos que hablar.

—¡Suéltame! No pienso hablar contigo.

Pero no me hace caso. Sigue caminando con molestia y me termina obligando a mover los pies si no quiero estar tirada en el suelo.

—¿A dónde me llevas?

—Si pudiera te llevaría a un cementerio, a ver si entiendes una mierda de lo que tu padre intentó adiestrar en ti.

—Sí que cambias de personalidad, eh.

—Voy a pedir un taxi —dice de una forma más tranquila— y nos iremos a mi hotel para charlar, ¿te parece adecuado?

—¡Me parece horrible! Suéltame.

—Me expresé mal. ¿Quieres ir a mi hotel o a un prostíbulo? Estás en tu completa libertad de elegir.

Maldito cínico de mierda. ¿Prostíbulo? Me mataría antes de visitar uno. Quiero matarme de tan solo pensar en el sufrimiento de todas esas mujeres en prostíbulos dirigidos por tipos como él. Son insensibles, crueles e injustos con mujeres que no le han hecho nada.

Me muerdo el labio y veo cómo me da un leve empujón hacia el taxi. Lo odio. Cuánto lo odio. Es tan desagradable tenerlo cerca. Solo me subo porque no encuentro otra opción y mis tacos no aguantarían correr tanto.

Es peligroso, pero no me da miedo, me da asco.

Actuamos lo mejor posible en el taxi y en el hotel. Aunque en este último, intento moverme con rapidez porque no me gustaría que se difundieran rumores absurdos. No quiero saber cómo es este nuevo sitio ni por qué se volvió a mover de lugar.

Ya su vida no es tema mío desde hace años.

La habitación suya tiene ese tocadiscos que siempre pasa música clásica —seguro para atormentar a cualquiera que pase— y un piano. ¿Por qué siempre hay un piano? Que yo sepa Tomas no toca el piano, aunque tenga pinta de ser súper delicado con esos guantes negros.

—¿Te gusta el piano? Es un decorativo.

—Siempre me pregunté por qué lo tienes.

—A mi madre le gustaba mucho el piano. A toda mujer le parece encantador, hasta a ti, ¿no?

—No es algo de tu incumbencia.

—Bueno, cuando visitaba a Leo te escuchaba tan sumergida en las notas...

—No hables de mi padre. Hablemos de lo que es importante.

—Yo creo que estás celosa de todos estos lujos que le doy a ella.

—Ay, no sabes lo poco que me importa, Bernard.

No lo llamo por su apellido para simular respeto, sino para verlo haciendo esa cara de asco. Odia su apellido tanto como odia su padre.

—¿Oh, no? Es que este dinero no lo hice yo solo, fue con tu padre y sé cuánto hubieras deseado que él te diera algo más que regalos infantiles.

Pero tanto como yo sé provocarlo, él también sabe dónde me duele. Y mi padre es un tema incómodo, degradante. A su comparación, yo no odio mi apellido y me desvinculo de él, porque es parte de mi sangre. No puedo separarme de él, pero sí puedo separar a mi padre de mí, algo que Tomas no va a lograr jamás.

Porque siguiendo este camino, él se volverá igual que el golpeador de su padre.

—Veo que al menos sirvió de figura paterna para alguien —suelto con completa tranquilidad, volviendo a mirarlo casi desafiante—. ¿Qué tan malo habrá sido tu papá, Bernard, que terminaste aliándote con el mío por un poco de atención? ¿Qué escondes detrás de todas estas paredes?

Si cree que yo no sé sus secretos, qué equivocado que se encuentra. Me sé cada esquina de su vida. Soy la única que respira y sabe cómo ha funcionado su infancia y adolescencia. Es triste. Es la persona que más ha sufrido y, a cambio, hace sufrir a otros.

—Sabes, ya que nos parecemos tanto, ¿por qué no me ayudas?

Ahí va con otra estrategia: desviar el tema y quedar como un empático, alguien que comprende lo que estoy pasando. Y tenemos muchas diferencias.

—No, te equivocas. Tú y yo no nos entendemos. El único parecido que tenemos es en tener un padre muerto, porque el tuyo no pudo haber sido peor que el mío. De lo contrario, serías mejor persona de lo que eres.

—Sí, como sea, sé que soy el monstro —admite sin mucho problema mientras saca su billetera y un par de billetes—. Dejando el tema de nuestros problemas paternos de lado, ¿podrías ayudarme si te doy un poco de esto?

¿Dinero? ¿En serio? Sí, está bien, lo necesito. El mundo se mueve por las riquezas. La moral puede desvariar si hay un par de fajos de billetes, pero no la mía. Me gusta el dinero, quisiera resolver todas las deudas familiares. Solo que no quiero algo sucio. No me interesa tener lo suyo.

No parece mucho más que un cascarón vacío que ofrece lo que tiene como si no tuviera valor.

Mi respuesta es golpearle la mano tan fuerte que se cae su billetera y lo que lleva dentro. Es lindo ver cómo pierde todo su valor cuando se encuentra rechazado. Incluso Tomas empieza con la descompostura del coraje.

—Eres peligrosa, Anaïs, pensé que aceptarías.

—¿Qué quieres de mí? —pregunto, ya cansada de las vueltas que está dando—. Hace un momento me amenazaste para venir y ahora me ofreces dinero para no sé qué.

—Es chantaje emocional, cariño, te hice sentir asco al pronunciar la palabra prostíbulo y aceptaste sin entender.

—No olvidemos que me sacaste a la fuerza. Y ¿desde cuándo alguien que te chantajea te explica que te chantajea? Buen método si lo que buscas es confundirme.

—Bueno, hubo un poco de contacto físico, pero nada que te pudiera lastimar.

—A veces me pregunto qué se te pasa por la cabeza.

Es una incógnita que ya no me interesa resolver. Tomas pierde su valor en cuanto más lo conoces. Gerard lo entiende, ya no se nota tan admirado. Y bueno, ¿quién admiraría tal porquería de persona luego de la verdad?

Se toma el descaro de sentarse, dejando el dinero tirado y entrelazando sus dedos como un hombre de negocios. Lo único que yo no trabajo en un prostíbulo.

—Necesito que me ayudes con Béatrice. Todos se han comido el cuento de que son amigas, así que ahora que tomaste esa personalidad debes actuar como tal. No olvidemos que, en primer lugar, tuviste que contarme todo este drama —añade como si hiciera falta, ganándose de mi parte un bostezo—. Hazte cargo de tus errores.

—¿Qué quieres que haga? Ya estoy acostumbrada a que me tires a tus mujeres cuando ya no sabes qué hacer con ellas.

—Béatrice tiene un valor invaluable, así que seguro dura unos cuantos años conmigo —resalta, sonriéndome con satisfacción —. Hazla conocida y conózcanse entre ustedes.

—Oh, como en los cuentos de hadas... Espera, ¿hablas en serio?

En cuanto lo veo asentir, no oculto mi confusión. A ver, es incomprensible. Él es Tomas Bernard, el famosísimo enfermo de la cabeza, posible psicópata, que ha hecho los mejores negocios en la historia de Francia. Es increíble por su persuasión y la forma que tiene de enmascarar todo de sí.

No hay forma de que me esté pidiendo algo tan patético. ¿Qué tan bajo ha caído? ¿Acaso estará fuera del mercado? No, no lo creo. Tiene tres prostíbulos, dudo que los venda o abandone. Adora más el dinero que a sí mismo.

—Sé que suena poco convincente, pero tienes contactos más especiales que los míos y ellos te tienen un auténtico respeto. Yo solo me manejo por el miedo, así que prefiero que no la terminen odiando como a la otra.

—Michelle... Dios, la destruiste, ¿alguna vez has ido a visitarla? —pregunta mientras frunce el ceño.

—Yo la creé y también la destruí, pero estaba en ella si continuar. Quiso acabar con su vida por cuenta propia. No me incumbe realmente.

—Tú no te das cuenta que matas el alma de las personas, ¿cierto? ¿Creíste alguna vez que eras capaz de crear a alguien?

—Creo éxitos, sean temporales o permanentes. De eso se basa.

—Dios, no, no creas a nadie. Como no te dieron amor en tu maldita vida, no eres capaz de crear. Porque para crear hay que tener un mínimo de amor por el tema en cuestión. Y no sabes lo que es amar. No amas ni el arte, ni los negocios ni las personas. Solo creas dinero en base al sufrimiento. No eres un todopoderoso, solo eres... Un estúpido a quien nadie ama y que por eso mismo no le importa nada. Dudo que esto te llegue a afectar, porque algo me dice que ni sentimientos te quedan luego de toda la desgracia que has causado.

» Ah, cierto, eres creador de sufrimiento también. Felicidades, logras bien tu trabajo.

Sé que puede sonar cruel, pero no es ni la mitad de cruel de lo que él ha sido en toda su vida. Ni la mitad. Las palabras pueden herir, pero las acciones que cometió atentaron contra la vida de muchas mujeres. Y aún se sigue haciendo el duro, el que nada le importa.

Tengo muchas cosas para soltarle, pero sé que mi voz se quebraría en mil pedazos de hacerlo, así que me lo guardo. Su mirada ni siquiera cambia con todo lo dicho. No hace un solo gesto de arrepentimiento.

Yo me mataría si fuera él. Se lo he dicho ya en otras ocasiones. Lamentablemente no he logrado lo querido.

—Ah, ¿ya terminaste?

—Qué tipo de mierda. Estoy cansada de tus juegos de poderío entre mujeres, pero si solo debo hacer eso, acepto. De todo lo demás se encargan tus esclavos, ¿cierto?

—Clientes. Y sí, ellos harán el trabajo pesado. Tú tienes que terminar de añadirla y, quién sabe, quizás por fin tengas a ese alguien que tanto dijiste que necesitabas ¿no?

Nuevo recordatorio: no volver a embriagarme delante de Tomas. Las cosas salen mal cuando ambos nos tomamos. Pero esa ocasión solo fue por la muerte de mi padre. Nunca volveré a lo mismo.

Además, no sé cómo Tomas puede almacenar tanta información para burlarse de los demás. Casi parece una máquina programada para ello.

—A cambio, vas a conseguirme un puesto en la editorial Classiques Littéraires y me titularás como la traductora de las novelas.

—¿Con un aumento de pago del cincuenta porciento?

—No quiero aumento.

—Te lo voy a dar de todas formas.

Él intenta tenderme la mano para "cerrar el trato" pero yo no confío. Le dejo en claro que primero quiero escuchar esa llamada y solo así aceptaré. Y tan rápido como suelto todo eso me marcho.

Necesito un trabajo estable, es un hecho. Pero no su dinero. Técnicamente no colaboro con algo malo.

Aunque me temo el resultado.

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