Capítulo 7
Narrador: Béatrice Marie
Ha pasado una semana desde que conocí a Anaïs y la verdad es que no he tenido un solo descanso. El día siguiente tuve una nueva institutriz de inglés, una mujer que hablaba muy apurada y me miraba mal. Luego fui a una lección de vestimenta y modales en la sociedad. Todas mujeres y todas me miraban como si tuviera la culpa de ser nueva. Ay y ni hablemos de que tuve que ir cinco días con doctores desagradables que decían "no sea promiscua" "cuide esas piernas" "baje de peso, no está a la altura del estándar" "es muy sexi para ser campesina" y cosas aún peores.
Y digamos que no recibía mucho consuelo de Tomas. Él solo me acompañaba a todos lados y miraba el techo o hablaba vagamente. Pero bueno, con él no me puedo quejar, me he comportado como una desagradecida y acepto que eso puede haberle molestado a alguien tan ocupado.
Lo único bueno de estos días ha sido llegar al hotel y ver a Gerard parado en una esquina, hablando con cualquier persona e interrumpiendo su charla a la hora de verme. Se ha mostrado muy preocupado por mí. Llega al punto que me alegra tan solo verlo. Es como un sol radiante que en vez de opacarme me ilumina.
Hoy tengo una gran fiesta, pero él me recomienda los perfumes. Parece ser lejano aún, aunque siento que poco a poco ganaremos confianza. Habla por atrás de la puerta, ya que dice que se arruinaría la sorpresa si me viera y eso me emociona. ¿Qué dirá de mi vestido de fiesta? Además, es cómodo, casi siento cómo respiro con tranquilidad.
Aprendí algo: la comodidad no es normal aquí, es un privilegio que te ganas.
Tomas me ha advertido que cada fin de semana saldré a algún lado importante. "Si no es a una fiesta, te llevaré con otras jóvenes como tú" pero ansío que las otras jóvenes sí sean amables. No sé por qué la mayoría me mira tan mal. Yo intento ser buena, aunque termine actuando torpe.
El vestido verde manzana se ve muy lindo en mí y me han hecho unos bucles preciosos en el cabello. Me siento una princesa, una que muestra bastante los pechos. El escote los alza demasiado. Bien, ya los doctores me dijeron "zorra" por pechos que no puedo cambiar, ¿qué puede ser peor?
Salgo de la habitación ya con el perfume dulce en el cuello y noto cómo Gerard me observa con un sonrojo en sus mejillas. Se cubre la boca con la mano y mira mis ojos.
—Lo siento, esperaba algo más rescatado para ser tu salida en la sociedad.
—¿Es muy vulgar?
—No, parece tierno hasta que ves los pechos tan... Lo siento, en serio, simplemente me llamó la atención. No quiero verme como un idiota.
La verdad, esta es la primera vez que Gerard se fija en mis pechos. Y creo que porque no hay forma de cubrirlos ante lo descubierta que estoy. Llama la atención. No me ofende. Ya me han mirado antes cuando no había forma de notarlos con tanta sencillez.
—Está bien, lo entiendo. ¿Entonces te gusta?
—Te ves hermosa, como una joya independiente que se tiene a sí misma como dueña. Tu pureza es lo más reluciente.
—Ay, Gerard, siempre diciendo cosas tan lindas.
—Me gusta halagar a las mujeres, mal mío.
—Sí que sabes hacerlo.
Me ofrece su típica sonrisa y deja paso cuando Tomas está acercándose. Él no se inmuta demasiado. Me observa de arriba abajo y luego al rostro. Tiene lo que la gente llama "cara de póker", al menos hasta que hace una sonrisa de gusto.
—Mi mejor creación. Oh, cara mía, lúcete.
—Como usted me pida.
Asiento con la cabeza. Cara mía... Es la primera vez que dice eso. No sé qué significa, pero estoy segura de que no es francés ni inglés. La pronunciación es rara. Pero bueno, dejaré eso para después.
El lugar de fiesta es más alucinante de lo que creí. Es una casa gigantesca y rosada, pero en su interior hay colores aún más vivos. Colores fuertes que contrastan con mi vestido. Pero la temática ha sido esa, llevar trajes de tonos pasteles. Incluso varios hombres han diseñados algunas camisas amarillo y celeste pastel. Bueno, la mayoría está de tonos oscuros y rompe la temática. Es una decepción.
Rápidamente una mujer de tacos altos viene a recibirnos. Y la reconozco por su altura y los lentes oscuros. ¿Qué hago yo aquí? Creo que se pregunta lo mismo al verme.
Evito verla a los ojos mientras habla. Parece muy educada en su tono, pero me rebaja muchísimo diciendo "atrevida" "exhibicionista" y "maleducada". Léa le está contando su propia historia de lo ocurrido la semana pasada y cuando observo a Tomas noto que no le gusta nada. Me siento muy apenada.
—Yo resolveré esto, pero necesito que se comporte, porque estoy siendo lo más agradable posible.
—¿Usted entiende lo que le expreso?
—Béatrice se siente muy arrepentida, mírela nada más. Solo es una principiante, Léa.
—Se le nota... ay, Bernard, me cautivas. Acepto lo que dices.
—Me alegra que estemos de acuerdo.
Él besa su mano como un caballero y la mujer en frente de mí ríe con un tono grave. La veo cubriéndose la boca y marchándose. Su risa es diferente a las demás. Incluso su voz suena un poco grave. Pero no hay duda de que es una mujer extravagante, con tacos a pesar de ser alta y un vestido largo que solo le da más brillo.
Es preciosa. Ojalá me luciera tan segura como ella.
Siento que me aprietan el brazo y es Tomas. Parece enojado. Nunca lo he visto expresándose con tanta sencillez.
—Así que Anaïs está creando conflicto contigo. No te culpo, Béa, esa mujer es llamativa. Pero necesita una buena charla.
Me asusta la expresión que hace. He leído que se describe como "cinismo". Él disfruta ver a la gente sufrir y es la clara definición de la palabra.
Me temo que he cometido un grave error, pero antes de que pueda aclararlo me guía a una mesa llena de hombres con trajes fumando y valiéndose como si el lugar fuera de ellos. Parece que tienen una mención especial en la casa.
—¿Otra vez traes una mujer, Bernard?
—Es linda, que la deje.
—¿Es puta?
—Vuélvele a decir "puta" a mi mademoiselle y juro que te meto un tiro —dice Tomas con completa calma. Casi parece mentira, de no ser porque tiene un arma en el bolsillo.
—Lo siento, hombre. Hola, belleza.
—Buenas noches... ¿Qué hago yo aquí?
—Puedes irte cuando quieras. Estos hombres no son de tu gusto.
—¿Cuál es mi gusto?
—El que yo dicte de inofensivo. No hagas comentarios al menos de que te lo pidan.
Asiento con la cabeza y los observo a todos. Hay algunos que fuman y tienen cara de cansados, pero otros están muy exaltados, sonriendo y pidiendo jugar al póker. Bueno, es sorprendente este ambiente, nunca había visto tanto poder junto.
Se ponen a hablar de repente y dejan de mirarme. Dicen "club" cada dos segundos, pero a uno se le escapa la palabra "prostíbulo" y es mirado mal por todos. Creo que hay un juego en todo esto, pero no lo entiendo en lo absoluto.
Me interesa cómo crean negocios y el poderío que tiene Tomas a la hora de hablar, gesticulando con las manos y sonriendo de costado.
Él dice tener dos clubes a mando e insiste con vendérselos. Todos están interesados. Mencionan la "oferta y demanda" y él insiste en que busca el mejor precio, los mejores socios y quienes puedan darle un buen futuro. Insiste en que quiere seguir recibiendo ingresos y eso a ellos no les agrada, lo desaprueban. Muestra unas fotos y cuando me asomo para verla, alguien me tapa los ojos.
—Mademoiselle, ¿acaso usted está interesada en ver mujeres desnudas y el éxtasis del placer?
¿Por qué habla con ese tono y qué significa "éxtasis"? Esto no es nada agradable, así que me doy la vuelta entre mis pasos y me encuentro con un chico joven, rubio también. Tiene una mirada gatuna, si tengo que ser precisa, quizás por sus ojos verdes oscuro.
—Somos parecidos, eres como mi versión mujer, pero más sexi.
—Veo que también se vistió de verde. ¿Cuál es su nombre?
—Antoine Denis, su príncipe de armadura verde. Y usted es Béatrice Marie, la princesa manzana.
—¿Manzana?
—Como la manzana verde.
—Nunca probé una.
—Oh, debería. Tengo un árbol de manzana verde, por si algún día te interesa.
—Encantada... Disculpe, ¿puedo saber de qué hablan?
—Prostíbulos, pero llamémoslo "clubes privados" para que no se sospeche.
—¿Qué es un club privado?
—¿Acaso nunca ha visitado uno?
—Lamento decir que no, soy nueva aquí.
—Entendible, aparte no es temas de mujeres como tal. ¿Qué le parece si la invito al mío y la hago trabajar de paso? Aprendería muchas cosas.
Pasa su mano por mi brazo y no sé si alejarme o sonreírle. ¿Por qué actúa igual que Tomas si no nos conocemos? Pero incluso si me extraña, la idea de trabajar y ser vista como alguien digna me llama la atención. ¿Cómo será todo este sitio? Suena hermoso, lleno de arte por las bocas de estos hombres.
Pero antes de que pueda responderles, Tomas dice un rotundo "no va a ser posible" y eso me quita de todo mi mundo.
Todos lo observan, están impactados. Eso no es muy Tomas de su parte. Él no se molesta, solo se ríe y toma todo como si no valiera. Y yo sí que tengo valor para él.
Lo veo ponerse de pie. Antoine es unos pocos centímetros más alto que él, pero lo imponente de Tomas es que hace que cualquier se doblegue, más este chico que parece muy joven a su comparación. Por ahí escucho que es unos diez años más joven.
—Eres nuevo en el gran mundo de los clubes, Antoine. Ni siquiera es tu club aún, le sigue perteneciendo a Lorenzo. Te lo he dicho ya, no me metas a mí en asuntos como estos, porque sé cómo lidiar con ellos gracias a la experiencia.
No dice nada feo o cruel, pero todos se ríen al verlo sonreír y se burlan de este pobre chico. La verdad me da pena notar el sonrojo en sus mejillas y ver cómo Tomas lo invita a sentarse a su lado, como si fuera un nene chiquito.
Me recuerda a mi hermano. De él siempre se burlaban en el pueblo, porque era "un campesino de poca mente", pero solo ellos se creían eso. No tenían fundamentos. Solo atacaban por atacar, ya que él no era nada de eso.
Pronto me veo fuera del tema y Tomas me hace un gesto con la mano para que me vaya. ¿Se cree que soy un perro? Bueno, de todas formas, no tengo muchas opciones.
Recorro todo el lugar e intento interactuar lo menos posible. Si lo hago puede que cometa un error.
A lo lejos veo a Annie. Ella es fácil de distinguir con ese cabello cobrizo y la sonrisa amable. Resalta por su vestido naranja pastel. Parece una zanahoria, pero no en mal sentido. Me gustan las zanahorias.
Me acerco a ella para hablar, pero pronto veo a Anaïs y me paralizo. Ella... Ella es la que realmente está hermosa. Lleva un vestido de mangas de un tono morado con detalles plateados. Es mucho más delicado que el mío, menos descubierto.
Y sus labios. Oh, sus labios rosados, nunca creí verla tan bien. Tan encantadora con esos labios y el pelo negruzco rizado. No puedo creer la magia que crea.
No puedo evitar acercarme, interrumpiendo su charla. Annie de inmediato se sorprende y me da un beso en la mejilla como saludo, pero Anaïs solo me mira. Me mira como si estorbara. Me duele esa forma que tiene de mirar.
—Es tu amiga, Anaïs, ¿no la saludaras?
—Oh, sí, lo siento. Me quedé observando su atrapante apariencia. París te queda exquisita, Béa.
Ella también me da un beso en la mejilla y yo gustosa le sonrío. Usa palabra sofisticada, pero me acaba de halagar, lo sé. Si fuera un insulto no lo sabría, pero le presto mucha atención a sus palabras.
Me unen a la conversación rápidamente. Anaïs habla lo menos posible y Annie no para de contar sobre Argentina, su país de origen. La verdad me gusta mucho su charla y más verla comer bollo de chocolates para activar más su energía.
Es la clase de chica que no resulta escandalosa ni imprudente. Solo habla con emoción y cuidando su vocabulario. Me transmite muchas cosas lindas y creo que a muchas otros también, porque algunas chicas se suman a la conversación.
Annie es encantadora... Mientras que Anaïs es reservada. Demasiado para ser verdad.
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