Capítulo 5

Narrador: Anaïs Moreau

Me sorprende lo curiosa que es Béatrice y cómo no hay ni un poco de recato en su forma de actuar. No creí que se dejara llevar tanto por sus impulsos, pero noto lo equivocada que estoy en cuanto se encuentra con un nuevo local de ropa y observa con ilusión un vestido rojizo largo, digno para una gala.

Le gusta mucho ese vestido y también unas joyas blancas, que están a mitad de precio.

No hablamos mucho. Prefiero el silencio con aprendices como ella. Necesito no emocionarla o de lo contrario generará un alboroto, ya que su personalidad no debe ser fácil de controlar.

Pero sin necesidad de hacer nada, ella misma genera problemas al chocarse con una mujer alta por estar mirando las vidrieras. Y esa mujer no puede ser peor.

Léa Bruni es de las mujeres más respetadas, quizás por su actitud severa o la idea de que su hermano es un reconocido actor. Una modelo novedosa, que se gana su papel por su atractivo extravagante. Hasta se murmura que es polaca y la han traído ilegalmente hacia Francia, cambiando todos sus documentos. Pero son rumores de los que no estoy interesada en confirmar.

—¿Se te perdió algo? —pregunta claramente a la defensiva—. Parece que te has encontrado con una sorpresa.

Lo peor de Léa: está en la boca de todos por hacer escándalos con cualquier mujer. Y las personas saborean estos mismos, ocasionando que muchos se den la vuelta disimuladamente y escuchen atentos. Nadie se quiere perder la próxima agresividad que cometa.

—No, madame, solo la observaba... Nunca había visto una mujer como usted.

—¿Cómo yo?

—Alta, con pómulos tan reafirmados y que se esconde tras unos lentes de sol tan grandes. Es realmente rara entre todas las demás.

«¡Dios, tienes que usar mal las palabras!» me quejo en mi interior mientras tomo del brazo a Béatrice y la pongo detrás de mí. No me gusta enfrentar a mujeres que están envueltas en cosas vulgares, pero tengo un trato con Tomas y aunque no sé su relación con ella, algo me dice que no le va a gustar verla golpeada.

Levanto la cabeza antes de que Léa pueda contestar y la observo fijamente. No le tengo miedo ni tampoco estoy planeando verme débil ante ella. No quiero escándalos ni perder mi dignidad.

La veo haciendo una mueca. ¿Es porque soy mucho más baja? Poco me importa la diferencia de altura, pero resulta clara a la hora de defender a alguien con varios centímetros de más.

Escucho rumores a mis espaldas y pienso seriamente que la situación se está tergiversando bastante. No estoy dispuesta a arruinar mi imagen por una estupidez así de grande.

—Léa, querida, ¿cuánto tiempo? —Me atrevo a saludar, consiguiendo confundir a la multitud y hasta a ella misma—. Vea usted, estoy de recorrido con mi amiga estadounidense, sabrá lo hueca que es a la hora de hablar. Lamento eso. Además, le recomiendo que se quite los lentes, tiene unos ojos hermosos.

Para su mala suerte, me junto con mucha gente en los momentos adecuados: cuando se habla mal de alguien más. Todos tenemos una debilidad, eso es obvio, y me han contado que la de Léa son sus ojos. Al parecer, tiene uno de un color diferente y eso le genera una gran vergüenza. Es raro, aunque son sincera cuando digo que son hermosos, porque ya los he visto antes.

Es una lástima que la sociedad juzgue tanto las diferencias de otras personas.

Léa se aleja de nosotras, claramente ofendida, y Béatrice me mira con lo que parece ser admiración. Pero no quiero demostrar ni una pizca de alegría. Me acaba de meter en una situación comprometedora y todos ahora la están mirando. Dije lo primero que se me vino a la cabeza y ya le atribuí la nacionalidad de estadounidense. Voy a necesita que Tomas use sus contactos para darle los certificados legales.

—Mira, acabas de meterte en un problema. No seas desubicada, no mires por más de cinco segundos a una persona con esa curiosidad tuya y sé respetuosa. Pide perdón y no hables de más con desconocidos. No les interesas, Béatrice —digo con calma, pero siento la frialdad de mi tono en cuanto ella deja de mirarme y asiente.

No me gusta ser así, es como si regañara a una niña, pero no hay otra forma de hacerle aprender, al menos no que yo conozca.

Cuando llegamos al parque Flowers for Margaret me alegro de encontrarme con mi grupo de lectura, allí mismo, sentadas en sillas pequeñas que se distribuyen alrededor de una mesita. Hoy es el día en el que leeríamos algunos fragmentos de la biblia en señal de orar por June. No puedo faltar, quedaría muy mal.

Noto la mirada de Béatrice y me veo en el papel de explicarle sobre ellas.

—Son mi grupo de lectura. Son damas de tu edad o más grandes que se refugian en las novelas. A veces también hablamos de otras cosas. Ya veo que tú vas a ser la comidilla de ellas.

—¿Comidilla?

—Es una forma de decir... No hables por delante de mí, ¿bien? Te tengo que presentar.

Ella solo asiente y me sigue. Noto cómo llega a sonreírles y eso de inmediato causa buena impresión. ¿Lo hace porque le nace o Tomas le dijo que lo haga? Bueno, cualquiera de las dos, sale bastante bien.

—Buenas tardes, Anaïs. Mire a la mademoiselle que trae, no nos dijo que habría invitada —resalta una mujer antipática: Adrienne—. Creí que por primera vez nos podríamos concentrar en June, pero veo que te gusta desviar la atención.

Adrienne ama a June. La ama tanto como una amante ama a su pintura. Y la verdad es la que más se preocupa por ella y su estado. Comprendo su disgusto y me temo que debo de responderle con seriedad.

—Buenas tardes, mademoiselles y madames. Lo siento mucho, sé que no es el tema principal, pero me la han encargado.

—¿Quién?

—Adrienne, este no es un interrogatorio —la calma Aimeé—. Sabemos que Anaïs trabaja entrenando mujeres para esta sociedad. Probablemente sea extranjera. ¿Por qué no nos cuentas un poco al respecto?

Aimeé siempre es muy razonable. Bueno, casi la mayor parte del tiempo. Aparte dice las cosas con suavidad, tanta que hasta Adrienne cierra la boca al fin. Yo le agradezco por ello y luego presento a Béatrice.

La presento como una dama estadounidense y canadiense. Y me arrepiento de no haber dicho solo "canadiense" porque noto la expresión endurecida de Adrienne. Pero no me puedo retractar. Creo su vida como una mujer que vivió gran parte de su vida en Estados Unidos, pero que su gran idioma siempre fue el francés por Canadá, y todas se ven mucho más interesadas. Aunque creo que ya no simpatizan tanto.

Espero que pronto todos se olviden de lo que dije y solo la tomen como una francesa más.

—Yanque tenía que ser —suelta Adrienne y la verdad hoy, que no tiene a June, se me está haciendo más insoportable que nunca.

—Eso no es muy amable de tu parte, Adrienne. Eres feminista, creí que tu feminismo se inspiraba en el estadounidense.

—Tiene partes, Anaïs, pero la verdad es que sabes que hay una diferencia entre las francesas y las yanques.

—Chicas, basta. La van a asustar, mírenla —dice de repente Annie, una pelirroja que es muy "dulce" la mayor parte del tiempo—. Tus costumbres no funcionan tan bien aquí, pero tranquila, te adaptarás. Soy Annie Fontaine, un gusto Béa.

—Annie, un gusto. Mi nombre completo es Béatrice Marie.

—¡Es encantador! Algún día deberíamos hacer intercambio de apellido. Marie queda muy bien conmigo.

Pronto todas empiezan a curiosear por la vida de Béatrice y ella parece sentirse de lo más cómoda. Yo me encargo de responder casi todas las preguntas, aclarando que su francés es un poco raro. Nadie sospecha. Es la sencillez de tener una imagen limpia.

Hablamos un buen tiempo sobre Béatrice hasta que las freno, dando a entender que es hora de hacer la oración por June. No creo en un Dios, pero la mayoría de aquí son cristianas o católicas.

Aimeé nos reparte los libros, como siempre, y pide que busquemos el versículo 2 Reyes 19:3

—"Y ellos dijeron: Así dice Ezequías: "Este día es día de angustia, de represión y de desprecio, pues hijos están para nacer, pero no hay fuerzas para dar a luz" —lee y todas rezamos en nuestro interior.

Yo no rezo. Béa tampoco. Incluso le tuve que explicar lo que significa rezar, algo raro para ser que viene del campo, donde creí que todos eran ultra conservadores.

Me llama la atención Adrienne. Tiene una actitud muy fuerte, pero cuando se trata de June puede romperse en segundos. Ella empieza a sollozar y se va con una expresión de horror. Todas la observamos, pero no hacemos nada por detenerlas, porque sabemos que no nos hará caso.

La juntada termina y todas nos despedimos. Annie le pasa su número de teléfono a Béa y ella parece contenta, pero cuando estamos a solas me pregunta qué sucedió. Y sé a lo que se refiere.

—¿Sabes lo que se siente cuando amas a alguien? Bueno, si esa persona sufre, tú también lo haces.

—Oh... ¿Ellas...?

—No preguntes más nada de ellas. No tengo respuestas.

—¿Y por qué se puso tan a la defensiva conmigo?

—No es nada contra ti, Béatrice, solo que Adrienne fue engañada con una estadounidense y no hace mucho. Eso le toca los nervios a veces.

—Pero yo no tengo la culpa.

—Las personas sensibles como tú son un blanco fácil. A veces es más sencillo desquitarse con gente así antes que con las verdaderas causantes del conflicto.

—Ya veo...

—Por eso no hay que evitar la verdad.

Y en cuanto digo eso, noto cómo agranda los ojos y hace una sonrisa nerviosa. Sigue con esa postura durante el camino que hacemos, al menos hasta que llegamos a mi casa y finalmente se frena delante de mí.

—Creo que te tengo que decir la verdad.

—¿Qué sucede?

—Tomas en realidad me pidió que me enseñes inglés. Tú no tenías que presentarme, él dijo que crearía una coartada.

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