Capítulo 45

Anaïs Moreau

Béa cree que todo lo que está sucediendo en mi vida es fácil de solucionar y que su amor me va a sanar. Pero yo sé que no es cierto.

No puedo solucionar mi dolor emocional luego de la Navidad en la que mi casa quedó desolada, gracias a que mi maldita hermana tiró a mi madre a un geriátrico —sin mi permiso—. Ayer terminaron de llevarse todo y nunca pensé que atesoraría tanto que ella se quedara, que cambiaría de opinión solo para ya no sentir la casa en silencio.

Pero ahora me tengo que tragar todo mi orgullo aquí, en meriendas que hago conmigo misma a solas, todo para que Belmont no venga. Le he pedido mi tiempo en casa y es otro idiota más que insiste con que se puede resolver con un poquito de amor.

Que el amor se lo metan todo en el fondo del... Corazón.

Me estoy volviendo una amargada, de esa clase de mujeres que odiaba conocer por su constante falta de ganas por todo y vivir quejándose.

Pero ¿qué puedo hacer? Si todo este sitio gigantesco ahora está bajo mi completo mando y puedo hacer lo que quiera. Durante veinticinco años siempre he tenido prohibiciones y ahora que soy libre... no quiero serlo. Adoro la jaula. Necesito encerrarme nuevamente.

O necesito un maldito psiquiatra para no caer bajo problemas mentales como mi madre.

O una tarde en el coche, conduciendo hacia el geriátrico... Sí, esa no es mala idea.

Los sitios ostentosos de París ya están cerrando para que sus empleados o jefes puedan ir a pasar el año nuevo con su familia. No queda casi nada abierto. Incluso la calle se llena de gente queriendo cruzar con apuro, buscando llegar temprano a casa. Al parecer, ninguna de estas personas piensa en que los conductores también queremos llegar a algún sitio.

Yo no deseo llegar a casa, así que un poco me merezco esto.

El geriátrico queda en una zona no tan cutre. Además, se presenta como un lugar iluminado. No hay persona que no lo mire al menos una vez para terminar de comprobar que en serio es un geriátrico.

Y hasta yo me cego un poquito.

Pero termino quedándome en la puerta. ¿Qué haré? Si ahora deben estar cenando, disfrutando sus últimas horas antes de año nuevo... Dudo que mi madre me quiera ver a mí o decir que soy su hija. Jamás ha estado orgullosa de mí y menos lo estará delante de viejos seniles como ella.

Al final, el pudor me gana y me quedo ahí afuera, sintiéndome estúpida ante la cantidad de gente que pasa y me ve. Algunos me saludan, reconociéndome muy a lo lejos, y la mayoría solo ignora mi parentesco con Leo Moreau.

En algún momento, mi padre era el tipo más conocido de París y Charlotte era su hija preferida, a la que prefería mostrar, así que yo no tenía mucha relevancia. Solo me asociaban un poco por el rostro y los rulos.

Odiaba esos momentos. Me sentía tan poco querida... Que me prometí a mí misma encajar en la sociedad, al menos en mi sector. He encajado tanto que me perdí a mí misma. Soy la chica sofisticada que no se conoce.

No sé cuál es mi gusto favorito de helado, tampoco si tengo un postre o comida preferida. O si siquiera me gusta el vino, aunque siempre lo tomo.

No tengo idea de quién mierda soy porque he querido encajar tanto, que ni las personas me reconocen. Solo saben que soy Anaïs Moreau, pero ¿qué hay de mí más allá de eso?

Miro la cabina telefónica en frente de mí y en cuanto sale una persona de ella, me la choco, desesperada por entrar. Solo hay una persona que me conoce por sobre todas, que podría saber cuál es mi color favorito, por qué dejé de jugar con las muñecas o si alguna vez me gustó algo en serio.

Marco el número de su casa, ruego que ya haya vuelto y piense en contestar. Me aferro al teléfono como si de eso dependiera mi vida. Y escucho el descuelgue de este. Mi salvación.

¿Salut?

—Char... Te necesito.

Las palabras suenan irrealistas en mi boca. La he necesitado durante estos cinco años, pero nunca me atreví a decirlo abiertamente. Jamás se lo escribí ni en una carta, todo por no querer hacerla sentir mal.

Ya no puedo seguir ocultando el aferro que le tengo a mi hermana.

—Quédate un ratito con Bonnie, sí, ya sé... Noah no le des el pecho, no te estoy pidiendo eso.

La comunicación se corta por unos momentos y me temo que haya colgado, porque está muy ocupada con su familia.

—Ya estoy de vuelta, hermana, ¿qué sucede?

—No sé quién soy, Char...

—Eres Anaïs Moreau.

—¿Y cuál es mi esencia?

—Pues eres una chica aplicada que teme soltarse. Nunca te he visto desobedecer reglas, pequeña. Siempre has estado bajo control de alguien, es como si te obligaras a seguir lo que te piden las personas.

—Yo no he obedecido mucho a mi madre.

—Ella está enferma, Anaïs, no tiene sentido que no obedezca a alguien que delira. Es decir, lo tiene, pero no de la misma forma que estamos hablando del tema.

—¿Y qué se supone que debo hacer? Tú misma me has dicho que obedezca, que nunca le falta el respeto a papá, que sea decente y...

—Yo proyectaba todo lo que deseaba ser en ti, Anaïs. Todo. Todo lo que no podía ocultar, quería que tú lo ocultaras.

—¿Por qué?

—Porque temía que yo no tuviera arreglo y tú sí. Que si seguías mi paso, me decepcionaría de mi educación hacia ti.

Las lágrimas se me acumulan en los ojos mientras busco una respuesta.

Siempre he sido la buenita, la niña calmada que a todos les enternece pero a nadie le importa su vida. Jamás he sido de admirar por la sociedad. En la clandestinidad sí, ya que ahí puedo ser un poquito indecente, pero en la sociedad no sobresalgo, más bien soy una más.

Una más a la que nadie le importaba. Y eso cambió por completo cuando Béatrice se fijó en mí. Vio cosas propias que yo jamás podría imaginarme. Cosas preciosas como las que me escribió en esa lista.

Cosas que nunca supe apreciar de mí.

—No eres lo que los demás quieren de ti, Anaïs. El saber quién eres, se trata solo de conocerte tú misma. Rompe reglas, cariño, el convivir con el otro haciendo lo que no te gusta nunca te hará feliz. Empieza de a poco, ¿sí?

—Char...

"No me quiero casar" quiero decir, pero no me puedo imaginar su decepción ante esa negación.

—Muchas gracias. Te quiero.

—Y yo a ti... Eh, algún día pasaré a hablar. Tenemos muchos temas pendientes.

—Sí, claro.

Au revoir, Ana.

Corto antes de despedirme por completo y salgo de la cabina de teléfono limpiándome las lágrimas.

Eso fue shockeante y aliviador. Creo que ha sido una de las conversaciones más sincera que he tenido con Charlotte, porque ella siempre se ha preocupado de cómo tomara sus palabras y se ha encargado de suavizarlas lo más posible.

Pero ahora con veinticinco años me doy cuenta que puedo actuar como se me da la gana. Que puedo dejar a mi madre tirada en este geriátrico sin pena alguna, porque total me ha tratado como una mierda toda mi vida, o que puedo ir a verla si quiero. Y, principalmente, que puedo dirigirme hacia la Torre Eiffel y pasar año nuevo entre desconocidos, desconocidos a los que no les importaré en lo absoluto.

Sí, puedo hacer eso.

Lo voy a hacer. Voy a cambiar mis malditas restricciones.

Voy a ser un poco yo misma en esa torre bonita, llena de turistas hablando con elegancia o destartaladamente.

Llego a paso rápido y voy preguntando la hora. Solo faltan quince minutos para que la gente brinde por un nuevo año, un año posiblemente caótico a juzgar de lo desesperada que está la gente por un cambio.

Mientras me la paso caminando de un lado a otro, termino chocando contra una chica rubia. Me disculpo de inmediato, pero su voz me llama la atención por completo.

—¿Anaïs?

La miro una segunda vez y noto que es mi ex amante. Oh, genial, esto me resulta algo incómodo.

Emma Gray es una actriz estadounidense que vino aquí hace unos cuatro años, buscando unos papeles interesantes. La muy descarada llegaba con una sonrisa engañosa, casi tierna para convencer a los grandes directores franceses. Y no miento cuando digo que es una belleza con ese pelo rubio corto y los ojos celeste puro. ¿Cómo no la iban a aceptar?

Bueno, simplemente la conocí en una fiesta, hizo un escándalo besándome en esta y todos se rieron, excusándola con que era muy joven y que solo le gustaba hacer reír a la gente. Qué graciosa.

En ese entonces necesitaba alguien en quien apoyarme y salimos por unos siete meses, probablemente.

—Anaïs Moreau —menciona mi nombre completo, como acordándose por fin—, ¿cuánto tiempo ha pasado, hermosa?

—Veo que solo te acercaste para demostrarme el valor de tu acento francés —digo con una sonrisa simple—. Así que "Miedo a la muerte", ¿eh?

—Una nueva película pero esta vez dramática, estoy harta de hacer papeles de índole sexual. Ahora soy una tal Elba, la británica que finge ser alemana para conquistar a un posible reprimido del closet, encantado por su compañero. Es una historia de superación... Yo hago el papel de la perra, ¿qué más podría esperar?

—Tienes potencial para eso.

—Oh, eres un encanto como siempre —dice luego de pasarme la mano por el cabello.

—Prefiero prudencia, Emma. Estamos en un lugar público y lo nuestro ya ha pasado.

Si digo que a Emma le queda bien el papel de perra, es porque durante esos siete meses de estadía se encargó de mimarme, mostrarme todos los bares gais que conocía gracias a un amigo y enamorarme con mentiras. Y una noche, de la nada, me despierto cuando ella estaba saliendo de mi habitación con una maleta. Creí que era una broma o que se arrepentiría al verme así, tan desconcertada.

Pero una perra no arrepiente de ilusionarte y marcharse. Por eso mismo, me miró y dijo "Coincidencia del destino que te levantes justo ahora. Me voy, Anaïs, suerte con tu vida, dulzura... Ah y no me llames, creo que me caso en unos días. Te envío la invitación ¿sí?". Literalmente dijo eso. Y yo, como tonta lesbiana enamorada de una maldita chica que le gustaba experimentar e ilusionar, me quedé llorando.

La conozco muy bien. Está intentando coquetear conmigo para pasar el tiempo rápido, acostarse con una mujer como yo y luego irse al rato.

—¿Nos daremos un beso de Año Nuevo?

—Estás ebria, ni siquiera lo intentes.

—No tanto —responde, dejando caer su rostro contra mi hombro—. Quiero que pronto nos vayamos de aquí y encontremos un hotel. Me dirás palabras en francés y cantarás conmigo La vie rose. Harás algo propio.

—No, tú te irás a tener una aventura con cualquiera de aquí menos conmigo y la abandonarás a los meses dejándole una nota de agradecimiento. Eso es lo que harás.

Ni se molesta en negar mis palabras. Dice con completa cordura "tienes razón" y se echa a reír. Sé que tengo razón, cariño. Y ahora sí que es un buen chiste que hayas jugado con mi corazón, pero antes no lo tomé de la misma manera.

Justo cuando la gente empieza a contar desde diez, me doy la vuelta. Solo me llamó la atención una voz. Y cometo la mejor decisión del mundo al ver a Béatrice caminando hacia aquí con las demás chicas.

Está con la sonrisa de punta a punta al verme y cuando se termina la cuenta regresiva, nos decimos feliz año nuevo muy cerca de la otra, tanto que podríamos besarnos, de no ser porque hago un esfuerzo por tirarme para atrás.

Luego de saludar a todas, parecen realmente interesadas en saber sobre Emma Gray. Incluso algunas ya las conocen.

—No eres de esas que tienen muchas amigas —dice Emma y yo solo me río.

—No me conoces, Emma.

—¿Quién es usted? —se mete Béatrice y yo doy un paso atrás, ya esperándome la respuesta.

—Emma Gray, la amante Anaïs.

Todas se ríen, conociendo su sentido de humor. Pero Béa aprieta los labios y me observa de reojo. Yo solo niego con la cabeza y la invito a caminar por ahí. Pero ella duda.

—Béa...

—Bien, quiero escuchar qué dices.

Nos alejamos de las demás con la excusa de mostrarle a Béa algunas zonas. Mentira, no hay mayor magia en este sitio, pero no me sale tan mal cuando todas se quedan charlando con Emma, completamente hipnotizadas.

Cuando nos alejamos lo suficiente, la miro. Parece perdida. No sé si molesta, pero es como si hubiera recibido un tirón.

—No es nada, Béa, ella fue una ex amante.

—Bueno, creo que ella no lo toma de esa forma.

—No te enojes sin antes escucharme ¿sí?

Asiente con la cabeza y me mira con sincero interés.

—Fuimos amantes hará unos años, yo era joven, estaba necesitada de amor y ella era joven y estaba necesitada de atención, mucha atención. Teníamos lo que quería la otra. Todas las noches salíamos, me mostró lugares increíbles, para gente como nosotras.

—¿Cómo?

—Desviadas.

—No digas desviadas, por favor.

—Ese no es el punto. El punto es que una noche, luego de pasar siete meses juntas en una relación secreta, se marchó. Se despidió de mí con una carta estúpida en la que me aclaraba que se casaría. Fui algo de un par de noches para ella y ella para mí fue mi primer amor.

Creo que le sorprende la naturalidad con la que lo cuento. Nunca se lo dije a nadie, la verdad, pero es que me siento cómoda diciéndoselo a Béa. Además, ya he superado a Emma. Entiendo que estaba comprometida y bueno, olvidó decírmelo. Supongo que yo tampoco he estado muy lejos.

Nunca sería tan mierda como ella lo fue conmigo, pero somos distintas personas. No la puedo juzgar ahora, cuando ya ha pasado el tiempo y ambas hemos cambiado.

—Lamento lo sucedido. ¿No te volvió a escribir ni nada?

—No, hasta creo que me ignoró. Eso es lo que sucede cuando no tienes responsabilidad afectiva.

—¿Y eso?

—La responsabilidad afectiva es... Tener cuidado con los sentimientos del otro y reconocer que tus acciones pueden hacerle daño. Por ejemplo, lo de mi hermana. Mi hermana estuvo durante veinte años y se fue repentinamente, no me contestó las cartas y no volvió hasta siete años luego sin decirme siquiera por qué desapareció de mi vida. Eso es no tener responsabilidad afectiva.

—Gracias por explicarme y no burlarte de eso.

—No soy nadie para burlarme de ti, soleil.

—¿Acaso ahora soy tu sol? —se atreve a preguntar con descaro.

—Ya me es imposible no verte sin asociarte al sol, tus rizos y tu sonrisa dulce lo son todo.

—Entonces tú serías mi lune.

—Veo que te están encantando las metáforas.

—Ma lune bien-aimée «Mi amada luna».

—No voy a seguirte el juego, deja de forzar tanto el acento Parísino.

—¿Quieres que lo diga en inglés? My beloved moon.

Nos reímos un buen rato. Incluso ella me empuja detrás de unos arbustos solo para besarme apasionadamente. Nos la pasamos así, yo sentada sobre el suelo y ella abalanzándose contra mi boca con sincero aprecio.

Se siente bien estar así, pero odio cuando nos tenemos que separar porque vemos unas personas acercarse. Y aún más odio que esas personas nos miren, intentando descifrarnos.

Me hace sentir tan patética y diminuta... Que ni el apretón de Béa me calma ante la vergüenza que siento.

Odio no poder ser yo misma, que las palabras de Charlotte no sean tan fáciles de seguir. Y odio aún más admitirlo, así que solo me lo guardo mientras ignoro todos esos problemas.

No quiero preocupar a Béatrice con mis estupideces. Deseo que seamos nosotras mismas, pero más felices. Quiero ignorar cualquier tipo de problemas que nos rodean.

Pero eso es mucho más fácil pensarlo que llevarlo a cabo en una relación y lo sé por la estúpida declaración que hace Béa en un momento de silencio.

—Creo que necesitas saberlo... Maxime podría ser tu hermano.

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