Capítulo 34
Anaïs Moreau
Me he estado concentrando tanto en cosas tan ínfimas y alejadas de mi realidad que me he olvidado un detalle: estoy comprometida.
Estuve haciéndome imaginaciones, recreando escenas de mí y Béa y creándolas también. Actos que nunca hicimos, pero desearía que sí como montar a caballo o yo conocer a su familia.
Sé que esto es solo un encaprichamiento. No hay ni un poco de probabilidad de que me guste Béatrice. Es solo lo que todos deben sentir por ella.
Pero hoy, pensando en cómo estará luego de haber salido del hospital, caigo en cuenta de que estoy en un lugar completamente diferente al que me imaginaba.
Hay un prado de girasoles a mi alrededor y aunque veo abejas revoloteando no tengo miedo en lo absoluto. Me encuentro rodeada de paz, del ruido de los pájaros... Y también del silbido de Belmont.
Me giro a mirarlo y él sonríe con amabilidad.
—Estabas ida.
—¿Qué canción estabas tarareando?
—You won't see me de The Beatles.
—"¿Tú no me verás?" Vaya letra.
—Es una buena canción. Ellos hacen una música increíble.
Sí, lo sé. Adora a los tenistas franceses y a The Beatles. ¿Tienen algo que ver? Sí, quizás que no soporto ninguno de los dos temas. The Beatles, en mi caso, tiene temas aburridos, muy alejados de la melodía dramática francesa.
Él solo observa los girasoles cerca de mí, pero para mi sorpresa me abraza por la espalda y resalta nuestra diferencia de altura. Es mucho más alto que yo, algo que a cualquier dama normal le gustaría y a mí solo me intimida.
Intenté durante mucho tiempo que Belmont me gustara, pero era tan tímido y soso que incluso si me esforzaba solo me hacía sentir perdida. Y, bueno, luego me familiaricé con el término "lesbiana".
Gracias que lo conozco desde hace unos cuantos años sé que sus gestos son así por algo.
—A que la vista es hermosa.
—Lo es.
—Te traje aquí por algo especial... Quería que vayamos organizando el tema de nuestra boda.
Es tan directo que aún me sigue tomando desprevenida. Se da cuenta porque me acaricia el cabello y susurra: no quiero apurarte. Claro que quiere, desea arrastrarme a su mentira de romance en la que yo no estoy incluida.
—Dentro de un año quedaría bastante bien.
Ya que de todas formas se lo va a olvidar.
Lamentablemente mis palabras no surten efecto porque me gira entre sus brazos y al encontrarme en frente de él niega con la cabeza, tímido como siempre.
—Siempre sucede algo que no nos permite contraer matrimonio. No te culpo, pero ¿por qué retrasarlo tanto si podemos llevarlo a cabo en poco tiempo?
—Es que no sé si todo está bien conmigo. Mi amiga acaba de salir de una internación y yo estoy preocupada por ella.
—¿Y esperaremos a que algo malo vuelva a pasar?
Claramente me está presionando de todas las formas posibles para que acepte su propuesta. Y me queda muy poco para reformular en mis palabras. No tengo argumentos. Me quedo callada e intento no mirarlo a los ojos.
No me quiero casar, pero si no acepto pierdo muchas cosas: la aceptación de la gente, a mi madre y también a Béa. Si a nadie le intereso ella nunca más vendrá conmigo.
Y si me caso con Belmont me pierdo a mí misma.
Ya sé la decisión sistemática que tomaré.
—¿Qué tal primavera? —digo intentando sonar feliz.
Da lo mismo. Belmont si me ve llorando malinterpretará mi tristeza por alegría y me convencerá de que me otorgará todo lo bueno, incluso sin saber que no puedo enamorarme de él.
—¿Primer día de primavera? Bien... Estamos a tan solo seis meses. Es un día hermoso así que acepto con gusto.
—Será una boda fantástica, ¿no?
—Gastaré todo mi dinero en ella. Es decir, no todo, pero sí una buena moneda. Te lo mereces, futura esposa mía.
Y luego de eso me besa en los labios. Pero me besa con más fuerza, tanto que terminamos tirados en el prado.
Por dentro mío estoy llorando, pero por fuera estoy contentísima dejándome besar todo el rostro.
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