Capítulo 31

Anaïs Moreau

Estoy en la cena familiar más aburrida del mundo. Los padres de Belmont, a quiénes justo hoy conocí luego de cinco años, no dejan de hablar de arte. Su madre está furiosa porque ese hombre insiste en que cierre la boca a la hora de hablar tan mal del arte renacentista.

No entiendo nada de arte y Belmont no está mucho mejor. De haber sabido que así sería la cena y que la comida sabría tan áspera hubiera preferido que siguieran poniendo sus excusas de "no podemos ni hoy ni mañana ni nunca", pero Belmont fue muy insistente porque quería que me integraran.

Es tan tibio, que ni siquiera los hace entrar en razón, así que a mí me toca mirar a su hermano menor y hablar con él en voz baja. Él tiene dotes más bien musicales, así que me cuenta de tocar la guitarra y cómo hace para impresionar a las chicas. Me río un poco. Es mucho más agraciado que Belmont y eso parece molestarle.

—Luca tiene una afición tonta por la guitarra. No es algo que vaya a durar mucho.

—A mí me parece un encanto natural para tener doce años.

—Hablando de encanto natural, qué buen estilo tienes, Anaïs.

Y como si fuera poco, la madre de Belmont es más que desagradable con sus gestos. Se nota que solo quiere burlar de mí o ver hasta dónde llega mi ego.

Y se nota que no puede dejar que su hijo hable de sus gustos en paz. Ni Luca ni Belmont.

—No lo creo de esa forma, madame, pero le agradezco su visión.

Mi respuesta la hace chasquear la lengua y seguir en lo suyo debatiendo de arte que ya no puede hacer mientras la sirvienta le corta la comida. Sus manos tiemblan, no tiene sentido que se ponga a hablar de arte si no es capaz de hacerlo, eso es algo que le dice su esposo y evidentemente le afecta.

Justo cuando se levanta de la mesa, buscando una excusa para retirarse, suena el teléfono y va hacia él como un cazador a su presa. Se nota que odia esta clase de ambientes. Hasta Belmont los debe odiar.

—Bueno... ¿Te cayeron bien? —me pregunta en voz baja y sé que no es su culpa que sean tan desagradables.

—Sí, son simpáticos. Intentan serlo al menos.

—Anaïs... Te busca un hombre.

Se me van los colores del rostro en cuanto dice eso. ¿Un hombre? ¿Se refiere a mi primo? No, él no tiene idea de cómo es el número de la casa de la familia Belmont. El único que podría saber es... Tomas, probablemente porque le conté a Béa que iría a la casa de la familia de mi prometido.

Es tan metido en la vida ajena que hasta se averigua los números de la gente que conozco y eso me da un poco de escalofríos cuando la madre de Belmont tiene en la punta de su lengua la palabra "perra". Esta señora me odia.

—¿Tomas? ¿Por qué llamaste aquí?

—Sabes que no lo hubiera hecho de no ser algo importante...

Lo hubiera hecho incluso como broma, pero ya qué.

—Dime.

—Es complicado... Eh, Béatrice está internada y creo que es mi culpa.

Me quedo sin palabras. Belmont se acerca a preguntar qué sucede y yo no puedo reaccionar. La situación es terrible si Tomas tiene que admitir que es su culpa. Nunca lo admitió hasta ahora. Y eso me deja helada con los insultos atravesados en la boca.

Internada. Béa. Esas dos palabras no concuerdan, no puedo darle lógica y solo me toca oír el nombre del hospital. Él dice que me esperará afuera y yo quiero gritarle que se muera. Maldito infeliz.

¿Qué tan mal estará ella?

Corto con completa lentitud y miro a los ojos a Belmont. Suspiro y creo que me estoy por desmoronar delante de toda su familia. Siempre soporté cosas como estas con buena cara, nunca he creado una relación estrecha con las mademoiselles de Tomas, pero Béa es diferente. Ella me importa y tanto es así que abrazo a mi prometido, rogándole que me lleve a verla.

Él acepta. Claro que acepta. Y su madre, tan alegre de que nos vayamos, nos cierra la puerta de inmediato. Eso ya no me importa.

Nadie de aquí me importa tanto como Béatrice.

Llegamos un tiempo más tarde. El tráfico nos jugó en contra y tener a Belmont diciendo "estará bien" a cada rato es todo lo contrario a aliviador. Incluso me frustra tanto que le pido que se marche cuando me deja en el hospital. Me hace esa expresión de tristeza y luego se despide aceptando mis crudas palabras.

Entro al hospital, porque Tomas no me ha estado esperando afuera, y pido a la recepcionista por Béatrice Marie. Solo puedo estar afuera, pero me da lo mismo, al menos quiero saber qué sucedió.

En cuanto veo a la gente que me rodea en la sala de espera, me sorprende la cantidad de rostros fatídicos. Está Annie, sentada a un costado, tomándose las manos y estrujándoselas como un gesto ansioso. Le sigue Maxime que intenta hablar con Gerard, alguien que le responde con puros monosílabos. Y a un costado, hablando con el doctor, se encuentra un chico similar a Béatrice. ¿El hermano? Bueno, podría ser posible.

Pero no encuentro a Tomas por ningún lado. O eso creo. Al menos hasta que camino por un pasillo desolado y lo veo en una esquina sirviéndose agua fría. Me dirijo hacia él con toda la furia.

—¿Qué le hiciste esta vez? —parece que no lo tomo desapercibido.

—Tiene un..., bueno, no lo sé, una pérdida de peso importante, algún tipo de problema alimenticio.

—Como todas las demás, maldito Bernard —menciono con sincero desprecio—. ¿Algo más?

—Directamente no le bajaba la regla y eso le resultó peor. —Lo piensa un segundo—. No recuerdo qué dijo, estaba en otro lado.

—Wow, me sorprende ver que tienes sentimientos.

—Tú eres cómplice, ¿podrías callarte?

—¿Si podría? Te encantaría que sea tu pequeña mujer, que me quede en sumisión. ¡Claro que no me voy a callar! Cómplice me dices a mí siendo que tú "odias tanto los prostíbulos" y manejas varios, amenazas a la gente con mandarla allí, eliges mujeres... ¿Sabes lo que es ser cómplice, siquiera?

—¿Por qué siempre que tienes la oportunidad sacas ese tema?

—Porque tratas a las mujeres como objetos —grito de tal forma que llama la atención de los enfermeros—. ¡Estoy harta de ti y de todos estos estúpidos hombres! Mira lo que le has hecho a Béatrice, a este paso se volverá un saco de huesos porque tú la castigas por comer.

Entendiendo que estoy haciendo una escena lo sigo en cuanto me toma del brazo. Básicamente estoy obligada a seguirlo ya que tiene más fuerza que yo, pero sé que no es capaz de nada, incluso si nos encierra en una habitación vacía. Está condenado por él mismo y cuánto me alegra verlo un poquito frustrado.

—No es tampoco tan malo.

—Se está muriendo de la angustia. a este paso puede que algún día tu "éxito" se mate.

—Entiendo, es malo.

Intento respirar bien. Me está enloqueciendo este lugar. Pierdo la cabeza cuando me expongo a mucho dolor.

No sirve de nada respirar porque me resbalo y caigo al suelo generando que explote en lágrimas.

Estoy frustrada porque nada de mi vida está saliendo bien.

Estoy prometida con un hombre a quien no amo y que su familia me detesta. Tengo que verlo seguido al maldito tipo que más envidio. Y, además, mi única amiga está internada. La única mujer que se ha hecho un espacio en mi corazón está muy mal.

Lloro por todo lo que me duele en el alma, por las cosas que aún me afectan como mi hermana pensando en mí como mala influencia —probablemente por ser lesbiana— y por mi padre maltratándome en mis pesadillas. Me duele todo. No he sanado nada de mí, pero Béatrice es una terapia, es una comprensión. Sé que incluso si me cuesta ser sincera podría abrirme ante ella.

Tomas siempre me lo tiene que arrebatar todo.

—¡Tú no lo entiendes! Lo estoy perdiendo todo y solo ella me está haciendo feliz. Y tú no entiendes mi manera de sentir porque eres como los demás. No eres diferente.

—Te sorprenderían muchas cosas de mí que me hacen diferente.

—Sabes de qué hablo.

A pesar de que lo miro fijamente él parece seguir con su postura, como si de verdad entendiera el significado de la palabra "diferente".

—Si te hace sentir mejor, yo estoy vendiendo los prostíbulos. Nunca soporté tenerlos. Quiero mandar todo esto a la mierda.

—Pero generarás dinero aún, ¿no?

—Todos necesitamos dinero.

—Sigue siendo la misma basura.

—Tenemos diferentes morales, Anaïs. Igualmente, Béatrice es única, yo no quería llegar a este extremo, ni siquiera intenté hacerla sentir mal con la comida aunque no me quieras creer.

—No tienes que tratarla como una persona decente solo porque es "única", tienes que tratarla así porque es alguien con sentimientos, una chica que siente y sufre. Cuando entiendas que una persona es invaluable vamos a poder hablar tranquilamente.

Y como negado a escucharme, gira la cabeza. Pero yo lo veo, veo esa expresión de dolor al recibir la verdad. Nadie se la quiere decir, todos sienten miedo o lástima. A mí no me genera ninguna de las dos.

Si bien él sufrió, yo también sufrí y no he tomado el mismo camino que mi padre.

Me marcho de la habitación y lo dejo a solas con su vaso de agua en el que puede ver su turbio reflejo lleno de emociones.

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