Capítulo 29

 Narrador: Béatrice Marie

Paso todo un mes de la forma más acelerada posible. Primero nos mudamos de hotel, porque las cámaras estaban empezando a molestar a Tomas, y segundo él empezó a actuar raro. Dice cosas como "tendrás una gran sorpresa" "te vas a poner muy contenta" "adoro ver tu sonrisa cuando hay sorpresas" y muchas cosas que al final nunca me cuenta.

Debido a lo ansiosa que me sentía y el miedo de que cancelara esa "gran sorpresa" por un mal paso, empecé a comer cada vez menos, intentando seguir consejos de mujeres mucho más pequeñas que yo.

No estuve viendo mucho a Anaïs ni a Annie, así que no les pude contar de esta presión que sentí, pero según Francesca hoy es el gran día y yo estoy un poco acalorada, más de lo normal.

El verano no me hace nada bien y me quita color.

—Mereces un vestido digno para este día —menciona Francesca—. Algo coqueto, pero tierno.

Saca un vestido blanco con tintes rosados en los bordes y algunos detalles como los botones. Lo observo con desconfianza y cuando me desnudo, Francesca ni siquiera disimula el horror en su mirada. ¿Qué hay de malo?

Me tiemblan los labios para preguntar, pero ella misma se encarga de ser lo más sincera posible.

—Mademoiselle, creo que usted tiene un problema, está demasiado flaca.

—¿Esto? No, no, por favor, ni se preocupe. No es nada, en serio.

—Usted... ¿Usted come bien?

Claro que como bien. Como de la misma forma que comen mujeres prestigiosas, más poderosas que yo, igual a cómo me lo recomendaron. Nadie se había preocupado por mí hasta ahora, hasta verme desnuda.

Sí, me quito el hambre con cigarrillos, ¿pero no es normal?

Ignoro sus palabras y me pongo el vestido de una. Se me ve bien. No parece que como mal. Francesca debe estar de intensa.

Aunque no me gusta mi figura.

—¿Está bien?

—Estoy perfectamente.

Es un look simple si le añadimos los adornos. Pero me gusta. Además no es apretado como de semanas atrás.

Francesca sigue mirándome sin disimular en lo absoluto su preocupación. Dios, no tiene ni que importarle mi cuerpo. ¿Por qué a todos en la sociedad les importa eso?

Oh... Acabo de recordar algo. Hace como dos meses que no me llega la menstruación. Quizás más. Soy muy desordenada y me temo que Francesca no sea la ideal para hablar de estos temas, porque siempre se escandaliza y hace como si fuera sorda.

Literalmente sufrimos lo mismo, pero bueno.

Busco entre mis cosas femeninas un tampón o toallita, pero nada. Literalmente Tomas me compró veinte perfumes y nada realmente para mi higiene. Hasta hay jabones en el cajón.

—¿Qué busca, mademoiselle?

—Nada... Nada. ¿Ya es hora de irnos?

—Sí, es aquí nomás por suerte. El hotel tiene un restaurante de lujo.

La primera pista que me dan al respecto: restaurante de lujo. Ahora falta llenar todo lo demás y ojalá no sea una cena con Maxime. La otra vez un montón de chicas se acercaron a él y empezaron a mirarme mal.

Me sentí fatal esa noche, peor aun cuando él no me defendía. No lo culpo, no tiene la necesidad, pero hubiera sido un lindo gesto.

Camino con Francesca por el hotel y ahora noto la mirada de todos. Se siente como si me miraran de la misma forma que ella. Debe ser que exagero.

Llego al restaurante y no hay nadie en la mesa reservada, aunque hay bastantes asientos. Estoy acostumbrada a conocer a la gente de Tomas así que no me sorprende en lo absoluto.

—¿Esto será acaso una cena administrativa o algo así? —digo sin mucho ánimos.

Paso unos segundos mirando los cubiertos, esperando a alguien. Al menos hasta que la puerta se abre de golpe y escucho una voz que se me hace conocida.

—¿Cómo así, Estela? Bueno, ahora conocerás la luz de mis ojos.

Me doy la vuelta y cuando lo veo a él, al lado de la hermana de Gerard, no puedo evitar zapatear. Me levanto y abro las manos. ¿Debería ir a abrazarlo delante de toda esta gente?

¡Al carajo la gente, ese es mi hermano!

Lo llevo por delante y él se ríe como siempre, despreocupado de todo. Hacía lo mismo cuando yo vivía en el campo, a veces hasta llegaba a sentir que le daba igual verme, pero luego sus historias decían cosas diferentes.

Me largo a llorar en su hombro mientras lo presiono. Lloro no solo por verlo a él, sino porque siento el olor a campo. Algo me dice que volvió de ver a nuestros padres. A ellos los extraños cada segundo y esto es lo más maravilloso que puedo recibir.

—Me vas a asfixiar, Marie.

—Tú también eres Marie, tonto.

—Nah, yo soy Eugene.

Siempre nos recibimos de esa forma. Podemos parecer unos estúpidos, pero ¿qué más da? No voy a ocultar la emoción de verlo en frente de mis ojos y menos con una novia.

Los miro a ambos y no puedo evitar reírme. Es muy bonita para Eugene.

Ella de inmediato me ofrece la mano en cuanto lo suelto y yo la recibo con una sonrisa.

—Estela, la hermana actriz de Gerard. Lo aclaro porque aún mucha gente me confunde con Greta.

—Sí, pero es inigualable tu aura. Vi tu última película, eres espléndida.

—"Sempiterno" es distópica, pero me alegra que te haya gustado. Además, ahora somos familia.

—¿Lo somos?

Observo a Eugene esperando ver un anillo en el dedo de Estela y me sorprende cuando alza su mano para mostrármelo. La emoción que siento es inigualable. Nada me puede hacer más feliz.

—Dios, necesito detalles. Muchos, muchos detalles.

—Yo también, soy el posible padrino y no estaba enterado —dice Tomas con su típica risa.

Detrás de él aparece Gerard con una expresión no muy amigable. Algo me dice que no le contaron primero eso.

Pero como las cosas son demasiado buenas para ser verdad, Maxime tiene que aparecer con sus aires de protagonismo y sorprenderme con un beso. Algo que claramente molesta a Eugene, que se siente desorientado por esa presentación.

Maxi a veces no sabe cuándo sí y cuando no. Esta es una de las ocasiones y tengo que funcionar como mediadora para que a Eugene no se le escapen los modales.

Claro que también le debo de resaltar a Maxime que su actitud fue indebida y me hace sentir como una madre regañona cuando suspira y pide disculpas. ¿Por qué debo de actuar como madre de un hombre?

Intento distraerme de la decepción al ver a Maxime y charlo un buen rato con Estela. Es el mejor momento para saber de ellos dos.

Me entero que se han comprometido en tan solo cinco meses y luego de tantas historias que he oído de aquí no me sorprende. Eugene tampoco parece nervioso por la idea. Está de lo más tranquilo, incluso charla con su novia como si fueran amigos de toda la vida.

Al final tienen que estar seguros de sus decisiones.

Eugene cuenta un montón de historias sobre su carrera como abogado ya completada. Me alegra verlo tan brillante, pero algo me dice que solo está diciendo lo que se supone que debe de decir para encajar en este ámbito, ya que ni Maxime sabe aún que somos del campo en realidad y uno nunca debe confiar en la gente que se encuentra sentadas de espalda.

Me divierto bastante con los chistes repentinos de Eugene y las historias en su ciudad que ni Estela le cree. También hablar con Gerard es agradable luego de haberlo visto tan ausente. La presencia de su hermana lo alivia.

La nostalgia se deja de lado muy rápido. Nada parece que podría ir mal y, sin embargo, cuando llega la comida siento que todos los ojos se han puesto en mí de vuelta y las palabras de las señoras señalándome como "gordita" me entran de tal manera que me marea.

Hay una cantidad de platos impresionantes y seguro es apropósito que pongan todos delante de mis ojos. Es un reto de Tomas para que aguante.

El calor me empieza a llenar más y no puedo dejar de asquearme por el olor. Tanta carne con grasa y aceite...

—Veo que estás muy pálida, goldy —señala Eugene mientras me toma del brazo—. Tomás, ¿por qué mi hermana se ve así de mal en frente de este festín?

—¿Eh? No tengo idea, la he tratado lo mejor posible y ha comido cosas mejores. ¿Te sientes mal?

Al verlo aún más cerca me recuerda que él nunca me hizo una amenaza directa sobre la comida. Y, sin embargo, yo sé que quiso hacerla cuando me llevó con todas esas señoras flacuchas.

Eugene me sirve una pata de pollo y a mí me entran unas intensas ganas de huir o de vomitar. Ya no sé diferenciarlas.

Me pongo de pie para alejarme de todos, pero solo logro sostenerme de la silla. Quiero llorar de lo mal que me estoy sintiendo.

—Ahora que lo pienso está demasiado flaca.

—Monsieur, a la mademoiselle no le baja la regla hace dos meses —susurra de una forma muy alta Francesca al acercarse a Tomás.

—¿Supones que está anémica?

—¡Dios santo, mira cómo se está poniendo, Gerard!

—Béatrice, ¿estás lastimada?

Todas las voces se juntan en mi cabeza y en cuanto Eugene me jala del brazo, cedo ante la presión y me caigo. Sigo consciente, pero siento que si me muevo todos mis músculos se retorcerán ante el intento.

¿Por qué estas clases de cosas me suceden a mí? Siempre genero un problema.

—¡Francesca llévatela al hospital!

—Tomás, ¿qué le pasa a mi hermana?

—¿Te soy honesto? No tengo idea.

—Te juro que si a ella le pasa algo, yo...

—¿Qué? ¿Qué piensas hacer, Eugene? Le estoy dando a ambos todo lo que nunca podrían. Deja de quejarte. Era obvio que en algún momento ella se sentiría así.

—¡Me prometiste que sería saludable!

—Te prometí que sería grandiosa, una estrella sin igual. Las otras cosas eran negociables.

—Maldito mentiroso.

Solo quisiera que no se golpeen, que dejen de discutir tan cerca de mi oído y fumar un cigarrillo. Pero supongo que el último no lo puedo tener en este momento.

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