Capítulo 25

Narrador: Anaïs Moreau

Mentiría si dijera que estos dos últimos meses he estado tranquila. Aunque ha habido menos revuelo en mi vida eso la ha convertido en aburrida. El no tener ni a Béa ni a Charlotte cerca me han hecho sentirme una muerta en vida, más con mi madre que ha estado enloqueciendo un poco más.

Madre asegura que ha visto a mi padre y que este la ha amenazado con golpearla, pero no hay arreglo. Luego de un rato recuerda que está muerto y vuelve con sus cambios raros de humor.

La verdad es agotante este lugar. Lo único que me mantiene de pie es visitar a June, que cada día se ha mostrado más positiva en cuanto a su recuperación. Su depresión es un tema difícil de tocar, pero tengo fe en que se resolverá pronto.

Hoy mismo recibo dos pares de noticias. Una buena, otra no tan buena. Leo siempre la no tan buena.

"Primera cita de rehabilitación con la flor de primavera" tacha el título queriendo sonar cómico y con una foto de Maxime y Béatrice besándose. Wow... No diré que no me lo esperaba, pero me sorprende que tenga un gusto tan pobre. Es una salvadora, eso está asegurado, porque las otras portadas dicen cosas muy buenas de él.

Esta maldita revista me hace recordar a la carta que ella ha hecho para mí y que aún no me he atrevido a leer, incluso sabiendo en dónde se encuentra. Solo he sacado sus flores de plástico tan bonitas, y las he dejado sobre mi escritorio para recordarlas. Sé que nos las hizo ella, pero siguen siendo importantes.

Saco la carta que ha dejado y noto cómo me tiemblan las manos. No estoy acostumbrada a estar tan nerviosa, pero su letra se ha vuelto tan bonita que se siente casi romántica.

"Anaïs es hermosa cuando habla y aprieta los labios para recordar algo que ha olvidado. Lo es aún más cuando mira al techo y parece que recuerda algo divertido. Y no se termina ahí, porque tiende a sonreír de lado y creo que eso suma puntos a su belleza.

No olvido sus ojos, su mirada tranquila y también intranquila. Tiene unos ojos tan comunes que enamoran, porque me he encargado de buscarle diferencias con los otros y no lo he conseguido, pero sé que algún día lo haré.

Quizá su cabello es la parte más hermosa de ella, porque se lo cuida mucho y se encarga de que se realcen los rulos... ¿Rizos? Como si quisiera que alguien la mirara y le dijera "buen trabajo". Yo, mientras tanto, pienso en la cercanía que le encuentro con la luna. ¿Por qué? No lo sé, es solo una coquetería que se me ha ocurrido, pero sé que le causará risa.

Es tan hermosa que los ojos de los demás no lo captan, pero los míos sí. Porque mi mirada no es como las de los demás, la mía es más detenida y atenta. Yo tengo el placer de apreciarla como si fuera mía.

Con toda la belleza expresada en palabras, Béatrice Marie."

Esta carta definitivamente es Béatrice con todas las palabras. Y es la primera vez que alguien me dice cosas tan hermosas sin intentar fingir poesía como lo hace Belmont. Nunca he tenido una persona que me admirara y siempre creí que era imposible que alguien se fijara en mí, pero ahora me encuentra con la dulzura reencarnada en persona. Y no he hecho más que alejarme de ella, temerosa de lo que pudiera acabar de esta amistad.

Qué grave error he cometido al alejarme. Ojalá me dé otra oportunidad de estar cerca de ella.

Ahora veo la noticia buena y es que estoy invitada a una fiesta solo para mujeres que ha organizado Adrienne. "Para alegrarle la noche a June lejos de su marido" dice con todo el descaro del mundo y me parece la mejor invitación del mundo, no solo porque podré encontrarme con Béatrice allí sino porque estará June disfrutando una celebración solo para ella.

Para la fecha de la fiesta, estoy producida lo más posible. Es cierto que me encanta realzar mi cabello, pero incluso con el dinero que he conseguido trabajando me he comprado algo más a la moda. Una camisa de un tono naranja suave y una falda de botones de color marrón. Esta camisa me queda un poco grande así que le hago un nudo y le desabrocho un botón.

Me sigo sintiendo muy retrasada para esta moda, pero algo es algo. Además, me luce bien. Es justo mi estilo.

Salgo de casa antes de que mi madre pueda verme o antes de que Belmont llame por teléfono como siempre hace a las siete. Y de esta forma voy en auto hasta la casa de Adrienne.

Su casa es un lugarcito disimulado y bonito. Nada muy adinerado, a pesar de que ella tiene mucho. Pero por dentro se encuentra bellamente decorado, dando a entender que es una mujer la que vive aquí y no un hombre controlador.

Ella está transitando el divorcio con Laurent, un hombre insufrible que intenta de todas las formas posibles no perder en el juicio para quedarse con su hijo. No lo quiere, solo es una forma de lastimar a Adrienne.

Sé que va a salir perdiendo. Aunque la justicia sea patriarcal y fácil de comprar, Laurent no tiene la misma cantidad de dinero que Adrienne.

Intento buscar a Adrienne para darle mi regalo por la invitación, pero voy tan lejos que termino en el jardín de ella. Es llamativo y hermoso, lleno de arbustos bien recortados y con algunas flores preciosas. Sigo adelante hasta encontrarme una silla blanquecina y allí mismo me la encuentro a Béatrice, tomando un jugo de naranja con unos jeans y una camisa hippie. Muy hippie.

Está tan distraída mirando hacia otro lado que ni me ve, así que puedo apreciarla. Ha bajado un poco de peso y se ha convertido en una figura mediática al salir con Maxime. No me quiero ni imaginar cómo la habrán afectado las críticas.

Me acerco de a poco y cuando finalmente me siento a su lado, ella no me devuelve la mirada, aunque tendrá que hacerlo.

—Buenas tardes, Béatrice.

—No me hables, por favor.

—Lo haré de todas formas.

—¡No entiendes nada de lo que te digo! Una sola cosa te pido —dice elevando el tono y girándose a verme, pero rápido se arrepiente—. No te tuve que gritar, eso no estaba en mis planes.

—Está bien, lo entiendo por completo.

—No, no lo entiendes. No sabes lo mal que la pasé con tu mentira. Me afectó realmente y Tomas ha sido una tortura. Ahora fumo, si tú no me hubieras arrastrado a todo esto...

—Yo no te arrastré a nada, solo te invité. Que seas fácil de convencer es otra cosa.

—¿Alguna vez vas a aceptar un error que cometas? ¿Tan solo podríamos hablar de eso por una vez sin que me eches la culpa a mí o a otra persona? Eso es lo horrible que tienes.

—Tan solo soy sincera, no me voy a hacer cargo de cosas que no fueron mi culpa.

—No eres sincera, eres mentirosa. Me mentiste cuando dijiste que hablarías con Tomas y también cuando nunca me dijiste que tenías un prometido. Me hiciste quedar como una estúpida, incluso creí que me llamarías... Tonta de mí por creer que éramos amigas.

Me trago mis propias palabras ante su furia. No creo que las cosas sean por completo mi culpa, pero hay una razón por la que ella es así conmigo y dudo que sea por capricho. Para mí lo hecho era normal. Nunca ninguna mujer de Tomas se ha preocupada, pero Béatrice no es como las demás. Es sensible y demasiado sentimental.

—Lamento haber herido tus sentimientos —digo dejando de lado mi orgullo porque me cuesta mucho pedir disculpas.

—Es lo que menos me merezco luego de esto.

—Lo sé, tuve que haber sido más clara con mis intenciones. ¿Qué te parece si me das una nueva oportunidad para ser tu amiga?

Al fin y al cabo, quiero que estemos más tiempo junta y sentir el consuelo de su voz cuando la pase mal. Es lo que necesito en este agotador corazón que manejo por mi propia cuenta jurando que no se detenga antes de tiempo.

Por un momento me mira molesta, pero luego me abraza con mucha fuerza. Tanta fuerza que se me hace sorprendente que sea la misma.

—¿Has ganado músculo?

—No, lo dudo mucho. Perdí como ocho kilos y ni me ejercito.

—Oh, bueno, no está Tomas cerca así que...

—La última vez que pensé eso terminé mal. Prefiero no estar en guerra con él.

—Claro. ¿Vamos adentro? Pronto comenzará el baile.

—Algo me dice que será un baile de los 50s.

—Estás en lo correcto.

Entramos a la casa y me veo rodeada de otras mujeres. Primero noto a Silvane, la hermana de Adrienne, y como siempre me saluda con una sonrisa. Es un amor de persona. Luego veo a las trillizas Mila, vestidas de acorde: Camila, Samila y Yamila. Lo más irónico de todo es que son de Milán. Al menos a mí me hace gracia.

Después veo caras ya conocidas como la de Annie o Aimeé. A ellas la saludo de lejos y me intento mantener a distancia. No es que me caigan mal, pero solo me junto con ellas cuando no tengo con quien pasar una fiesta.

Antes de que pudiera probar un bocado de la comida, Adrienne pone Fever de Peggy Lee y me deja con las ganas en la boca. Este tema va a cumplir diez años desde su estreno, pero aún sigue siendo una sensación en los países ingleses.

Me acerco al círculo que hacen todas y veo cómo Adrienne pone una cara que nunca había visto antes: una cara que solo muestra para June. Una sonrisa brillante y una expresión del todo coqueta.

Canta el inicio de la canción mientras lleva a June de la mano y nosotras chasqueamos los dedos. Se nota la intimidad entre ambas. Para todas es normal, pero para mí significa la muestra más dulce de amor que pudiera ofrecer Adrienne, compartiendo un secreto que nadie entiende. Tal como Flowers for Margaret.

Todas nos sumamos al baile al poco tiempo. Para mi mala suerte, me toca Yamila que se mueve muy rápido sin consideración por mis pobres tacos y la pollera que llevo. Pero es divertido. Me la paso mejor que Annie, quien se tiene que cohibir al notar que Béa no puede seguirle mucho el ritmo.

Adoro ver este ambiente entre mujeres, bailando con la misma sensualidad o cercanía con la que bailarían hacia un hombre. Al menos hasta que recuerdo que ninguna de ellas es lesbiana y caigo en el hecho de que soy la única que lo disfrutaría desde otro punto de vista.

A veces se siente solitario ser la única en un grupo tan inmenso de personas.

No entiendo cómo las mujeres que me rodean no se sienten tan enamoradas de ellas mismas como yo. Debería ser ilegal no enamorarte por una vez de una mujer y abandonar todo por ella, pero, en cambio, es ilegal hacerlo. E inmoral.

Me acerco a la mesa llena de comida y me sorprende ver croissant con... jamón y queso. No tiene ningún tipo de sentido.

—Están ricos.

—Acaban de destrozar mi nacionalismo en dos, Béa. Aparte son dulces.

—No son croissant, eh, son "medialunas".

—Con la misma forma y casi contextura.

—Sí, pero es una receta argentina según Annie. Ella es argentina, ¿lo sabías?

—Creo que medio París lo sabe.

—Oh, bien. Las medialunas son ricas.

—La verdad ya no me gustan. Comeré algo más salado.

Y hay una gran variedad de platos salados. Hay patatas gratinadas, foie gras y moules frites. Son platillos ricos y fáciles de hacer. A veces los más complicados saben muy mal.

Me sirvo una copa de vino tinto y me sorprende encontrarme a Béa pidiéndome un poco. Le pregunto con una seria duda si está acostumbrada a tomar, pero ella me lo confirma.

—He tomado ya con Maxime... ¿Sabes que es mi novio?

—Algo así. Y eso que solo han pasado dos semanas desde su primera fotografía.

—Dos semanas y media desde eso, solo lo publicaron más tarde. Pero sí, ayer empezamos a salir oficialmente.

—Me alegro.

Me quedo sin palabras, la verdad. No me imaginaba que Béatrice consiguiera novio tan rápido, incluso me sorprende que no haga actos de cariño físico hacia mí. Estaba acostumbrándome a ello.

No es que esté celosa o algo por el estilo, solo pienso que es raro. Como si ahora se guardara todo para él.

Todas nos sentamos en la mesa cuando el volumen del tocadiscos se disminuye y se oyen algunos temas suaves de Frank Sinatra y noto cómo las miradas se posan en Béa.

Rápidamente saltan con el tema amoroso y mencionan a Maxime Rogers. Para todas las de la mesa, él es un caballero, aunque sé que lo dicen por lástima de pensar que es gay. Está claro que no se creen ni una sola palabra de lo que dictan, menos cuando ha empezado a salir tan rápido con Béatrice. Parece que Tomas solo buscaba humillarlo un poquito más.

Béa se encarga de hacerlo sonar mucho mejor de lo que probablemente es y convence a todos de que su relación es real. Por experiencia, lo dudo, aunque no me niego a escucharla con atención.

Es buena actuando, no es algo de lo que me sorprenda. Y me doy cuenta que actúa cuando lo sobreestima porque exagera su forma de ver las cosas. Todos piensan que es exagerada, pero tiene un límite.

Al final, terminan convencidas de que Maxime no está enfermo y la alientan a Béa a seguir con esa relación. Yo, por otro lado, solo asiento con la cabeza sin querer hacer ningún comentario que perjudique sus palabras.

La jornada es muy bonita para ser verdad, al menos hasta que se escucha la puerta ser golpeada y todas nos detenemos un momento. Miramos a Adrienne y ella reacciona con suma tranquilidad. Se dirige hacia la puerta y escucho lo que sucede.

—Laurent, ¿qué quieres?

—Oh, hola dulzura, venía a revisar qué clase de fiesta gay están haciendo en mi casa.

—No es una fiesta gay y no es tu casa, ¿puedes retirarte?

—No, me es imposible.

Veo a Adrienne y noto la rigidez de su cuerpo. No tiene autoridad cuando se trata de hablar con su marido, se ve como disminuida. Ella la pasa realmente mal cerca de él.

Veo a Silvane yendo al rescate, caminando con toda la seguridad que le falta a su hermana y parándose delante de Laurent que se intentaba meter a la casa.

—¿No escuchaste? Que te retires ahora mismo, si es que no quieres una denuncia.

—¿Denuncia? ¿Por qué me denunciarían por querer entrar a mi casa?

—Quizás porque tienes una orden de alejamiento y porque esta dejó de ser tu casa cuando abandonaste a tu hijo.

—Nunca escuché de eso. Solo quería traer a Lola a disfrutar.

A su lado hay una mujer mucho más joven que él, riéndose de su provocación. Y ahí noto lo destrozada que se siente Adrienne. Con ella la ha engañado todo este tiempo y tiene el descaro de traerla a que se le ría en la cara. Pobre de ella.

—¿Te ha comido la lengua el gato, Adrienne? ¿Qué? ¿Vas a llorar? Porque tengo mucho que hablar contigo.

—Vete, por favor, solo quería hacerle una fiesta a June...

Veo cómo apoya la mano en su hombro y empieza a hacer fuerza para abajo. Este hombre me está poniendo los pelos de punta a mí y a todas, tanto así que me levanto y empiezo a acercarme lentamente. No vaya a ser que debamos inmovilizarlo.

—¿Hablas de la diabólica? Oh, esa fue la razón por la que decidiste denunciarme por violencia. Solo ha sido una vez y sabías que no volvería a pasar. ¡Pero eres una desviada de mierda que se intentaba deshacer de mí para estar con esa mujer inútil que no puede tener ni un hijo!

Escucho el sonoro golpe de una cachetada. No, una no, dos. Y veo cómo se muestra el rostro lleno de indignación de Laurent. Está furioso porque sea una mujer la que lo golpee, tanto que se mantiene en su lugar. No vaya a ser que termine preso de nuevo.

—Vuelve, vuelve machito a esta casa y te juro que te quemo esas manos opresoras. Y más te vale no ponerle una sola mano encima a mi hermana, porque te juro que no sales vivo. ¡Ve, diles a todos que Silvane Legrand te amenazó, díselos y dame una excusa!

Como todo un cobarde se larga gritando groserías. Pero sabe lo que le conviene. No es tan estúpido como uno pensaría. Es mejor no meterse con Silvane, porque ella ha dado todo de sí por su hermana, incluso se ha comido un juicio por ya haber amenazado de muerte a Laurent. Por suerte, el dinero lavó todo. Para ellas es justo tener dinero.

La fiesta continúa como si nada hubiera pasado. No se menciona nunca más el hecho de que el marido golpeador de Adrienne apareció para criticarla y hacerla sentir menos. No se vuelve a hablar de la posibilidad de que aparezca cuando ella esté sola con su niño.

Todas ignoran el tema, incluso la propia Adrienne que se echa a llorar desconsolada un par de veces en el baño e insiste en que solo se ha estado sonando la nariz.

Por alguna razón, avergüenza hablar del marido violento en un entorno de mujeres. No vaya a ser que alguna también pase por lo mismo.

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