Capítulo 21

Narrador: Anaïs Moreau

Despierto con la cabeza partida y la luz rompiendo contra mi cara. Es la única vez que quisiera abofetear a Charlotte por ser tan metida en mi horario de sueño. Apenas sí he descansado.

Anoche... Luego de lo de Béatrice me comporté como una tarada. Tomé a más no poder con Noah e insulté a mi madre. Odio tener recuerdos tan lúcidos.

Estaba transformada en otra persona. Me sentía tan mal que simplemente no paré hasta desmayarme y ahora está Charlotte en frente de mí, torturándome con sus buenos hábitos, hábitos que sigo excepto luego de una fiesta.

Ignorando por qué se queda en mi habitación tanto tiempo, me dirijo hacia mi cuarto de baño personal y me echo agua para despabilarme. Está helada, casi me congela las manos.

—Anoche tú y Noah se divirtieron —resalta con cierta amargura—. También hubiera querido perder un poco la cabeza.

—Bonnie te necesita en estos tiempos —señalo mientras tomo una de mis cremas y me la esparzo por toda la cara.

—Tienes razón, debo dejar un poco el egoísmo.

Un silencio incómodo se forma entre ambas. La verdad no estoy acostumbrada a que esto suceda, ya que siempre tenemos algo de lo que hablar. Pero ahora se siente como si ella lo estuviera imponiendo.

—Béatrice parece una amiga muy querida de tu parte y creo que ese tipo con el que anda es un poco fiero con ella.

¿En serio nunca conoció a Tomas? No, estoy segura de que lo conoció. Pero ahora no debe saber cómo se ve. Han pasado siete años y Tomas ha hecho un cambio de imagen grandísimo.

Pero me rehúso a hablarle de él. Mejor que no lo conozca o que se haga la tonta.

—No, ellos están bien.

—¿No te afecta esto? Es decir, la vi mal, muy mal.

—No lo entenderías, Char.

—Claro que la entiendo. Puedo identificar a una víctima, ¿sabes?

—No voy a discutir contigo este tema.

Definitivamente no está al tanto de nada. Es una mujer muy despistada para ser verdad y me está quitando de quicio.

Paso por al lado de ella conteniendo mi molestia y veo cómo me frena de salir del cuarto.

—¿Por qué pareces tan despreocupada? ¡Es tu amiga!

—Como es mi amiga, podrías intentar meterte en tus propios asuntos —aclaro con un tono más fuerte que el anterior.

—Me preocupa las clases de relaciones que llegues a tener.

—Si te hubiera preocupado alguna vez supongo que me habrías escrito en estos siete años para saber siquiera cómo me sentía.

—Tardé, pero te escribí.

—¡Me hiciste desperdiciar años y años por pensar que había hecho algo mal! ¿Podrías dejar de meterte conmigo como si fuera el maldito demonio que te atormenta? Déjame a mí y a mis relaciones en paz, que ya tienes alguien más en quien pensar.

El grito se me escapa antes de que pueda simularlo con palabras frías. No puede ser. Hacía tiempo no gritaba de esta forma. Hacía tiempo no me desquitaba con el dolor que había dentro de mí. Pero ahora lo acabo de hacer con una persona a la que juré siempre respetar. Pero para recibir respeto primero hay que darlo y ella no me ha respetado en lo absoluto.

Aún así, la veo indignándose, poniéndose una mano en el pecho como mi madre suele hacer. Y el estúpido de su esposo aparece detrás de ella, preocupado, pero con un gesto se larga. "Las mujeres son locas cuando les baja la regla" dice como si yo no lo pudiera escuchar.

Siempre he arreglado mis problemas con Charlotte. Era ella la que me venía a buscar. Pero esta vez se marcha de mi vista y siento que he cometido un gran error.

Siento la necesidad de erguirme a sus pies y rogarle que no se marche en cuanto veo cómo le pide a Noah que la ayude con las valijas. No me puedo creer lo lastimada que estoy por todo esto a lo que me debería acostumbrar.

Todos me miran como si hubiera destruido a la familia y cuando Char pasa por mi lado me atrevo a hablarle yo, a reparar las cosas.

—¿Por qué no lo hablamos? —Es lo que menciono cuando Charlotte pasa a mi lado.

—¿Quieres que hablemos?

Esperanzada por encontrar la solución, asiento. Pero sé que esa no es más que una pregunta retórica a la hora de verla parada con los brazos cruzados y una mirada fulminante.

—Bien, hablaré yo dos cuestiones. Primero, lo mejor será que volvamos a lo de antes.

—Claro, yo deseo mucho volver a nuestra relación antes de que te fueras.

—Hablo de la relación luego de que me fuera. No quiero que mi hijo tenga de tía a una mujer como tú. Eres demasiado... Negativa. Temo que le contagies eso.

Siento un pitido en mi oído. ¿Es una broma? ¿En serio me echará la culpa de todo luego de su maldita ausencia? Yo me puedo culpar, pero ¿quién es ella para sentenciarme de esta forma?

—Segundo, la carta y flores de Béatrice se encuentran en el cajón de tus sombreros. Espero que no tengas que destruir también su corazón.

Todo empieza a pasar muy lento. Ella se marcha. Mi madre grita de tal forma que me aturde y Noah zapatea en el suelo por alguna extraña razón.

Y yo no lloro. Esta vez no me largo a llorar. Pero sí que siento ese quiebre en el corazón. Y no me veo en el deber de ver las cosas que ha dejado para mí Béa.

Esta clase de situaciones ya las he vivido antes. Simplemente tengo que seguir y ya.

—Madre, ¿desayunamos?

Narrador: Anaïs Moreau

Despierto con la cabeza partida y la luz rompiendo contra mi cara. Es la única vez que quisiera abofetear a Charlotte por ser tan metida en mi horario de sueño. Apenas sí he descansado.

Anoche, luego de lo de Béatrice, me comporté como una tarada. Tomé a más no poder con Noah e insulté a mi madre. Odio tener recuerdos tan lúcidos.

Estaba transformada en otra persona. Me sentía tan mal que simplemente no paré hasta desmayarme y ahora está Charlotte en frente de mí, torturándome con sus buenos hábitos, hábitos que sigo excepto luego de una fiesta.

Ignorando por qué se queda en mi habitación tanto tiempo, me dirijo hacia mi cuarto de baño personal y me echo agua para despabilarme. Está helada, casi me congela las manos.

—Anoche tú y Noah se divirtieron —resalta con cierta amargura—. También hubiera querido perder un poco la cabeza.

—Bonnie te necesita en estos tiempos —señalo mientras tomo una de mis cremas y me la esparzo por toda la cara.

—Tienes razón, debo dejar un poco el egoísmo.

Un silencio incómodo se forma entre ambas. La verdad no estoy acostumbrada a que esto suceda, ya que siempre tenemos algo de lo que hablar, pero ahora se siente como si ella lo estuviera imponiendo.

—Béatrice parece una amiga muy querida de tu parte y creo que ese tipo con el que anda es un poco fiero con ella.

¿En serio nunca conoció a Tomas? No, estoy segura de que lo conoció. Pero ahora no debe saber cómo se ve. Han pasado cinco años y Tomas ha hecho un cambio de imagen grandísimo.

Pero me rehúso a hablarle de él. Mejor que no lo conozca o que se haga la tonta.

—No, ellos están bien.

—¿No te afecta esto? Es decir, la vi mal, muy mal.

—No lo entenderías, Char.

—Claro que la entiendo. Puedo identificar a una víctima, ¿sabes?

—No voy a discutir contigo este tema.

Definitivamente no está al tanto de nada. Es una mujer muy despistada para ser verdad y me está quitando de quicio.

Paso por al lado de ella conteniendo mi molestia y veo cómo me frena de salir del cuarto.

—¿Por qué pareces tan despreocupada? ¡Es tu amiga!

—Como es mi amiga podrías intentar meterte en tus propios asuntos —aclaro con un tono más fuerte que el anterior.

—Me preocupa las clases de relaciones que llegues a tener.

—Si te hubiera preocupado alguna vez supongo que me habrías escrito en estos cinco años para saber siquiera cómo me sentía.

—Tardé, pero te escribí.

—¡Me hiciste desperdiciar años y años por pensar que había hecho algo mal! ¿Podrías dejar de meterte conmigo como si fuera el maldito demonio que te atormenta? Déjame a mí y a mis relaciones en paz que ya tienes alguien más en quien pensar.

El grito se me escapa antes de que pueda simularlo con palabras frías. No puede ser. Hacía tiempo no gritaba de esta forma. Hacía tiempo no me desquitaba con el dolor que había dentro de mí. Pero ahora lo acabo de hacer con una persona a la que juré siempre respetar.

Solo puedo reflexionar que para recibir respeto primero hay que darlo y ella no me ha respetado en lo absoluto. Aun así la veo indignándose, poniéndose una mano en el pecho como mi madre suele hacer. Y el estúpido de su esposo aparece detrás de ella, preocupado, pero con un gesto se larga. "Las mujeres son locas cuando les baja la regla" dice como si yo no lo pudiera escuchar.

Siempre he arreglado mis problemas con Charlotte. Era ella la que me venía a buscar. Esta vez se marcha de mi vista y siento que he cometido un gran error.

Siento la necesidad de erguirme a sus pies y rogarle que no se marche en cuanto veo cómo le pide a Noah que la ayude con las valijas. No me puedo creer lo lastimada que estoy por todo esto a lo que me debería acostumbrar.

Todos me miran como si hubiera destruido a la familia y cuando Char pasa por mi lado me atrevo a hablarle yo, a reparar las cosas.

—¿Por qué no lo hablamos? —Es lo que menciono cuando Charlotte pasa a mi lado.

—¿Quieres que hablemos?

Esperanzada por encontrar la solución asiento. Pero sé que esa no es más que una pregunta retórica a la hora de verla parada con los brazos cruzados y una mirada fulminante.

—Bien, hablaré yo dos cuestiones. Primero, lo mejor será que volvamos a lo de antes.

—Claro, yo deseo mucho volver a nuestra relación antes de que te fueras.

—Hablo de la relación luego de que me fuera. No quiero que mi hijo tenga de tía a una mujer como tú. Eres demasiado... negativa. Temo que le contagies eso.

Siento un pitido en mi oído. ¿Es una broma? ¿En serio me echará la culpa de todo luego de su maldita ausencia? Yo me puedo culpar, pero ¿quién es ella para sentenciarme de esta forma?

—Segundo, la carta y flores de Béatrice se encuentran en el cajón de tus sombreros. Espero que no tengas que destruir también su corazón.

Todo empieza a pasar muy lento. Ella se marcha, mi madre grita de tal forma que me aturde y Noah zapatea en el suelo por alguna extraña razón.

Y yo no lloro. Esta vez no me largo a llorar. Pero sí que siento ese quiebre en el corazón. Y no me veo en el deber de ver las cosas que ha dejado para mí Béa.

Esta clase de situaciones ya las he vivido antes. Simplemente tengo que seguir y ya.

—Madre, ¿desayunamos?

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