Capítulo 17
Narrador: Anaïs Moreau
Cuando llegamos a la fiesta de Arnold Durand él nos recibe con notorio gusto. Demasiado gusto. Incluso noto cómo Charlotte arruga el ceño cuando él le besa la mano a modo de saludo.
Eso me recuerda mucho a un comentario que me ha hecho June hace unos pocos años: "pienso que es un viejo verde que le gusta hacerse el chistoso y todos lo toman bien porque es guapo" fue lo que me dijo y yo sigo estando de acuerdo. Ahora con cincuenta años se ve mejor que a los treinta, pero creo que se pasa de atrevido y más cuando ve a Béatrice.
—Así que chicas con chicas, ¿eh?
—Se equivoca, es Béatrice Marie, la mademoiselle de Tomas.
—No solo eso, es la mademoiselle. Desde que supe su llegada pensé en reservarle un lugar especial.
Noto cómo a Béa se le iluminan los ojos, pero yo no confío en este señor, menos cuando sonríe con tanto gusto.
—No tengo problemas con las lesbianas.
—Yo tampoco con los hombres gay, pero supongo que no hay ninguno de los dos por aquí.
—Imposible que yo lo sea, tengo a mi esposa, en cambio, ¿dónde está tu marido? Qué digo, el eterno prometido. Es una ternura ese hombre.
—Mi prometido está haciendo su carrera militar como corresponde, gracias por preocuparse.
—Claro... Ay, qué ocupado que está para una mujer tan libertina. Mora te entiende, eh, yo también tengo mis líos.
—Con más razón. Feliz cumpleaños, Ronald.
—Me llamo Arnold.
—Cierto, creo que casi nadie se acuerda de ese detalle.
Pasamos al salón lujoso y mi ira se evapora al ver tanta gente refinada. Adoro a las personas comportándose con tanto estilo, eso es lo que más aprecio del dinero. El dinero te deja ver a la gente en su mayor esplendor físico. Lo emocional queda apartado.
Béa camina aferrada a mi brazo mientras damos varias vueltas. Los mozos nos dan los números de nuestras mesas y me sorprende que estemos separadas. Es más, su mesa no es la misma en la que está Tomas.
Y hablando de Roma... Veo cómo él se asoma con su típico traje azul marino y acompañado de Gerard. Aunque sea un guardaespaldas, mi primo se ha puesto un bellísimo traje verde oscuro con los botones de la camisa abierta para darse un poco más de aire en este lugar tan lleno.
Observo un momento a Béatrice, pero ella en vez de verse fascinada solo sonríe mientras va a saludarlo. Me acerco igualmente. Pero noto lo borde que está Tomas al alejarse sin siquiera hablarme o mirarme.
—Estamos combinados.
—Ay no, habrá montones de rumores sobre nosotros ahora.
—¿En serio te preocupa?
—Bueno, me preocupan muchas cosas en este momento, bonita. Tengo que irme con Tomas, lo siento.
Incluso Gerard está tenso, algo que es difícil de conseguir luego de todos estos años al servicio de Tomas. Se le nota mal y me temo lo que se pueda aproximar. Peor aun cuando Béatrice insiste en volverse a su mesa, diciendo que comerá algo para aliviarse.
Le ofrezco venir a mi mesa, hacer una especie de cambio, pero dice que estará bien allí.
—Ya pronto vendrá una mujer, tranquila —suelta como si nada y se va a su mesa.
Hay tres hombres que no conozco allí y presiento que son los amigos o socios de Arnold. Aunque para mi suerte Annie llega a tiempo y se sienta junto a ella. Qué suerte, les tocó el mismo número.
Suspiro con más relajo y me siento en mi mesa. Veo unas cuantas caras conocidas. No estoy asociada completamente al feminismo, pero conozco a la mayoría de las feministas parisinas. Aquí mismo hay algunas como Miriam o Janina. Son mujeres extraordinarias, no hay dudas.
La que más llama mi atención es Mora. Mora siempre está firme, tiene argumentos válidos y le cierra la boca a su esposo cuando dice alguna mierda machista. Le cierra la boca a todo el mundo, hasta a su padre, a la hora de hablar de feminismo. Eso es lo que más me fascina. Y lamento que se fije más en mi hermana que en mí.
—Así que me encuentro con una diva total —dice con una sonrisa atrevida mientras palmea el hombro de Charlotte—. No te pongas celosa, Anaïs, a ti ya te he halagado lo suficiente.
Bien, notó mi mirada. No me queda de otra que asentir mientras tomo asiento al lado de Char.
Mi hermana no se ve muy a gusto con ella. Es una mujer extrovertida y encontrarse con alguien muy similar en actitud le desagrada. Lo sé, la conozco muy bien.
—Han pasado unos largos años.
—Y, aun así, la sociedad toma en cuenta tu actitud. Nadie de los de aquí te olvida, es más, todos te observan.
La hace darse vuelta y fijarse en todos. ¿Qué trama? Dudo que a Char le guste que una feminista le recuerde su antiguo carácter por el que se ha vuelto una comidilla intemporal. Ya no es esa chica joven e impulsiva que marcaba límites de las formas menos esperadas, ahora se ha vuelto alguien más espiritual.
Intento frenar a Mora. No sabe en lo que se está metiendo, pero antes de que pueda llegar a pronunciar una palabra suelta algo mil veces peor.
—Lo que más cuentan de ti es que le rompiste un vaso por la cabeza al joven Robin Durand que estaba coqueteando contigo.
—¿El cantante de rock? —se mete otra chica interesada en el tema.
—El sobrino de Ronald —aclara una más mientras varias mujeres empiezan a acercarse al asiento de Charlotte.
—Pero no te estaba coqueteando, él estaba acosándote, lo sé, Charlotte —menciona por lo bajo—. Y por eso te pedí personalmente que vinieras, porque hoy quiero humillarlo un poquito.
Tanto ella como yo nos encontramos sorprendidas. ¿Humillar al sobrino de Ronald? Es un acto sumamente traidor de su parte, pero no hay forma de que Charlotte no se alegre por la idea. Claro que la emociona un poco de maldad luego de lo que ella ha pasado.
No por nada se le rompe un vaso en la cabeza a alguien, pero siempre habrá personas que victimicen al victimario.
Me extraña cómo cambia mi hermana, ya que ella apoya más el karma que la venganza a mano propia.
—Dulzura, todos estos imbéciles,, incluido mi esposo, son unos engreídos.
—Que se joda Robin.
—Apoyo la noción —comenta Noah, a quien nadie noto en la mesa llena de mujeres—. Esperen ¿entre los imbéciles entro yo?
Ambas se ríen y me gustaría seguirles el chiste. Sin embargo, no tengo su mismo humor. Quizás por eso las admiro tanto, porque siempre encuentran algo de lo que mofarse y tienen ideas increíbles, aunque un poco extremas.
Quisiera sentirme así de vivaz, tener un esposo al que en serio ame y que aporte comentarios entretenidos sin necesidad de hacerse el superior por ser hombre. Tal vez adoraría mostrar más hombros o pechos como ellas que se ven como unas diosas. Y, por sobre todo, llenar las habitaciones de luz. Atraer la mirada de la gente y estar en boca de los otros por algo más que mi apellido.
Pero siempre me tocó ser la hermana olvidada en la que todos se fijan dos segundos antes de dirigirse a Charlotte.
No soy nadie aquí mismo. Nadie me mira ni nadie espera algo de mi parte. Soy una extra en mi propia vida.
Una simple admiradora a la que nadie admira y que sueña con cosas que nunca le sucederán.
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