Capítulo 13
Narrador: Anaïs Moreau
Hoy es el dichoso viernes y me he levantado bastante contenta, incluso me pedí el día en el trabajo y aceptaron por todo el esfuerzo que he hecho últimamente. Ahora mismo estoy yendo a comprar algo para comer.
Creo que podría hacer paella, solo porque a Charlotte le gusta. Además, el clima lo está ameritando, está que llueve. Y creo que eso mis plantas lo agradecerán.
Últimamente las cosas han sido raras. Belmont me trata con mucho respeto y el tema del matrimonio ni lo toca. Aunque está invitándome a muchas más salidas que antes, él no es invitado en ninguna fiesta de las que voy y solo va a las de los artistas por sus padres. Además, cada día es un poquito más soportable.
Luego está mi club de lectura de cada mes que se ha disipado un poco. El mes pasado no tuvimos la reunión porque todas han estado ocupadas y este tampoco pronostica para buen clima en nuestra típica fecha de los jueves. Creo que la ausencia de June nos carcome la cabeza.
Y, por último, está Béa... Sí, bueno, van bien las cosas con ella. No me quiero fijar mucho, no vaya a ser que se enloquezca si le digo amiga. Aún tenemos pendiente la salida a cabalgar.
También me siento más unida a mi familia. Creo que podría invitar a Gerard para que vea de nuevo a Charlotte. Seguro la ha extrañado. Ellos dos eran muy unidos.
Vuelvo del supermercado con una sonrisa y cuando me preguntan por qué, no dudo en decir que volverá Charlotte. La gente hace de cuenta que le alegra, pero sé que no le agrada a nadie de París. Era muy contestona, indomable. Ni nuestro padre intentaba hacer algo con su carácter, solo decía "ya se le va a pasar". Ojalá hubiera tenido yo la misma suerte.
Y hablando de tipos como mi padre, veo pasar a Alexander con estoicismo por el parque. Como si fuera el rey de París y pudiera chocar a todos los que quisiera.
Detrás de él, como siempre, está June. Pero esta vez al menos se encuentra con Adrienne. Oh, no sé qué decir. Me paralizo delante de ellas. Y como si fuera poco, Adrienne no tiene piedad a la hora de mirarme mal. No sé cuál es su problema conmigo, honestamente.
—Mira, June, ahí está Anaïs. Es ella la que te envía las cartas tan lindas, ¿no?
Las cartas ni siquiera las envío yo, las hace Marisa por el aprecio que le tiene a ella.
June tiene los ojos cristalizados y parece que sus músculos perdieron toda la fuerza, pero aun así se gira a mirarme y a mí se me encoge el corazón. Me acerco para tomarle la mano, pero siento muchísima tensión en mis músculos al sentir su mano fría.
—Hola, beau. ¿Has salido a pasear?
Ella solo asiente con la cabeza y siento que la estoy presionando a recordar que está viva, pero Adrienne no me regaña, más bien me hace un gesto para que le siga hablando. ¿Por qué yo?
—Se te ve muy fresco ese vestido.
—Es de casi una década atrás.
—¿Qué importan las temporadas? Con tal de que lo luzcas.
—Pero estoy horrible.
—No, no estás horrible, solo estás pasando por un mal momento.
Me siento en uno de los bancos junto a June. Adrienne se queda parada a su lado. Ambas tienen ojeras notorias. Adrienne es muy amiga de June y se preocupa mucho por ella. Seguro ha sido su más grande consuelo en mi ausencia.
—No lo entiendes... Soy como un gato negro. Me dicen chat noa porque solo traigo mala suerte.
Escucho cómo empieza a sollozar, como si sus lamentos no los pudiera cargar por más de cinco minutos y eso hace que tome sus mejillas y la haga mirarme.
—June, no traes mala suerte. A la gente simplemente le ocurren desgracias y las tuyas solo han sido más notorias, pero traes un montón de cosas hermosas.
—Lo único que veo es a Adrienne igual de mal que yo y a mi esposo tachándola de zorra lesbiana.
—Es que te enfocas en todo lo negativo. No te culpo, te han hecho creer que eres un signo de mal presagio, pero no es cierto. Adrienne siempre ha dicho que la haces sentir la mujer más feliz y a mí me solías sacar las mejores carcajadas. Solo la gente que realmente quiere conocerte va a saber la buena compañía que eres.
Al menos sus lágrimas dejan de caer y sus ojos celestes me observan con su típico brillo. Su cara es hermosa cuando hace esa sonrisa invertida que solo demuestra lo feliz que está. Es singular y eso es lo primero que me interesó de ella.
—Yo sabía que algún día me ibas a decir algo lindo.
—Lamento si te hice sentir mal alguna vez, June... Me cuesta un poco expresar cariño.
—Está bien. ¿Nos vemos pronto?
—Sí. Pronto.
Ella toma mi mano y le deposita un beso. Siempre ha sido así, no me sorprende en lo absoluto, pero teniendo un esposo tan frío y posesivo no me imagino su desolación a la hora de ofrecer cariño.
June se levanta y se aferra al brazo de Adrienne. Vuelve a tener esa expresión melancólica, pero creo que está mejor, al menos un poco.
—Muchas gracias, Anaïs —susurra Adrienne ante de seguir su camino con ella.
Nunca escuché una disculpa o un agradecimiento de Adrienne. Siempre se me hizo muy egoísta y maleducada como para tener respeto hacia los demás cuando se crea una mala imagen de ellos, pero ahora que la veo mejor, tratando de hablar con June, siento que no es tan así. Quizás solo es lo que intenta demostrar, pero se nota más su esencia dulce cuando está cerca de esa mujer. Creo que tiene sentimientos muy fuertes por ella. Y no es de extrañar, son muy unidas.
Vuelvo a casa un poco más contenta. Incluso compro un vestido. No me gusta hacer regalos, ya que me desespera gastar dinero, pero creo que tengo una idea de la clase de vestido que podría gustarle a mi hermana. Es de su color favorito: verde oscuro y le llega por encima de las rodillas, justo como le gusta.
—¡Anaïs! Mira quién está aquí —dice mi madre como recibimiento y me extraña su euforia repentina.
—¿Charlotte?
—No, mejor aún: tu prometido.
¿Quién dijo que ver aquí a Belmont era bueno? Sí, nos llevamos bien siempre y cuando esté lejos de mi familia. Mi familia ni siquiera sabe que somos pareja y mejor que así se quede. Pero veo que mi madre no tiene ninguna intención de ocultarlo.
Tengo que fingir una sonrisa dulce cuando lo veo alzando las cejas y saludando con la mano. Delante de otros se comporta como un auténtico tonto tímido. Delante de mí quizás también es similar.
Prefiero no besarlo en los labios ahora mismo, así que solo lo saludo con un beso en la mejilla y pregunto por su día. Él responde con gusto y habla sobre lo incómodo que ha estado en su casa ante la exhibición de arte que ha hecho su madre. Nunca dice nada de la militancia a menos de que esté rodeado de hombres. Cómo se nota cuando no te gusta algo.
—¿Él es hijo de Céline Bonnet? —dice Marisa y me sorprende muchísimo.
—¿Por qué a día de hoy nadie se entera de que Belmont es su hijo?
—Bueno, no son muy parecidos, sin ofender, Monsieur Adler.
—No me ofende, ya estoy acostumbrado. Además, me dedico a la militancia, no al arte. Así que nunca me asocian.
—Bueno, mejor, ¿no? Te ves más hombre siendo militar.
—Ay, madre, tú y tus discursos retrógrados.
—Retrógrada es tu cabeza, niña. Más respeto deberías tenerle a tu madre.
Me frustro completamente y salgo de la casa. Belmont me sigue, preocupado por mi actitud, pero le pido que por favor me espere adentro. Él no tiene problemas en recibir halagos machistas, pero a este paso se va a volver insoportable.
No sé cómo siquiera sigue siendo decente. Todos los militares franceses que conozco son un horror que creen que tienen prestigio cuando ni siquiera estuvieron durante la guerra. Qué soberbia manejan... No falta mucho para que lo contagien a alguien tan manipulable como Belmont.
Me asusta lo que será de mi futuro. Siento que estoy muy cerca de casarme con Belmont. Mi mamá está adelantando todo y yo la verdad soy muy tranquila. Apenas sí puedo darle besos o ser tomada de la mano, ¿cómo podría soportar cualquier otra cosa?
Espero un tiempo. Quiero que mi hermana llegue y sentir un alivio de nuevo. La verdad es que no me siento nada bien en este momento.
Llega un auto negruzco y me parece sorprendente. Al novio de Charlotte le gusta lo excéntrico, o le gustaba.
—¡Hermana, hola!
Escucho la voz exaltada de Charlotte y no puedo creer lo que veo. Esa mujer está conduciendo un auto descapotable y su mirada disfruta de eso. No es muy común, eh. Pero luego de unos segundos no me sorprende. Así tienen que ser todas las parejas de ella porque es muy liberal.
Está igual que siempre: el pelo marrón oscuro hasta los hombros, la sonrisa grande que no muestra los dientes, los ojos marrones que ella asegura son verde oscuro y el gusto en la ropa de tonos muy vivaces como el amarillo para demostrar que es el sol.
Y bueno, su nueva pareja no es la última que vi. Es alguien nuevo, aunque con un estilo impecable impuesto por mi hermana. Tiene un aire yanque, ya que supongo que la moda canadiense será igual. Su camisa blanca que tiene los tres primeros dos botones desabrochados y unos jeans muy notorios. Tiene un aire a James Dean mientras mi hermana se mantiene como una dama clásica y algo elegante.
—¡Hermanita! Oh, al fin te conozco. Qué pequeña eres —dice todo eso en un tono exaltado y mientras palmea mi espalda.
No voy a fingir que no estoy confundida. Creí que a mi hermana le gustaban los desafíos, no un hombre tan tonto y grandote.
—Soy Noah, por cierto. Esposo de Charlotte. Primer esposo, eso me deja orgulloso. Aunque ella no quiso tomar mi apellido.
—Hola... Soy Anaïs, un gusto.
—Habla poco tu hermana, amore.
La observo extrañada por la gran exclamación al decir "amore", pero ella solo hace un gesto con la mano para que le baje importancia y finalmente sale del auto para recibirme.
La sonrisa tarda poco en desaparecer de mi rostro. Algo ha cambiado en ella. No solo se ha casado sino que también su cuerpo se ve diferente. Sigue teniendo una belleza impresionante, pero se le nota el embarazo. Dudo que ella haya querido disimularlo.
—Hola, hermanita. Oh, cuánto deseaba mostrate cómo mi vientre ha florecido. ¿Quieres tocarlo? Sería un placer para mí que sienta a su tía.
Le hago caso, solo porque no quiero quedar mal, pero me hace sentir terriblemente mal sentir las patadas. ¿Por qué está tan avanzada y no me contó absolutamente nada? Es decir, somos hermanas. Se siente como si hubiera ignorado mi presencia por completo.
Ni siquiera puedo responderle, pero ella sigue con esa cara de felicidad y entra a la casa como si no me hubiera faltado el respeto al no comentarme nada.
Genial, todos vienen con sorpresas y yo soy la única que no tiene nada de lo que presumir. Ni un hijo en mi vientre ni de un marido al que ame. Me siento insuficiente entre todos ellos. No me veo el valor de hablar con confianza cuando me rodean y empiezan a contar anécdotas.
Mamá se ha calmado por la presencia de un nieto y Noah se mofa de Belmont, pero él tampoco se defiende mucho que digamos.
—¿Quieren cerveza?
—Madre, son las cuatro de la tarde.
—¿Qué más da? Todo sea por nuestros invitados.
Y mi madre se escabulle para buscar. Cuando quedamos los cuatro solos me atrevo a gestionar una idea grandiosa que no tardo en contar. No me gusta dar sorpresas así que lo digo sin más.
—Estoy pensando en traer aquí a mi buena amiga Béatrice y al primo Gerard, ¿qué les parece?
—¡Oh, sí, Ana! ¿Hace cuánto tiempo que no te veo con una amiga? ¡Y ya olvidé cómo se veía Gerard!
Ante su punto positivo y el acierto de los otros dos hombres corro hasta donde se encuentra el teléfono fijo, no sin antes observar cómo el rostro radiante de mi madre se oscurece por la confusión.
—¿Qué harás?
—Traer algo de diversión a este sitio.
—Anaïs, no vayas a cometer un error.
—¿Qué error podría ser invitar a la gente amada?
—Siempre pensando en el otro.
Ella está enloqueciendo, no le debo de hacer mucho caso en estas situaciones.
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